miércoles, 23 de diciembre de 2009

La noche de los tiempos



LECTURAS
(elo.174)

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2.009


Recuerdo, hace ya demasiados años, la conmoción que me provocó la lectura de “El jinete polaco”, novela de una solidez y de una arquitectura insólita en la literatura española de la época, de suerte, que desde ese instante, junto a Javier Marías, Antonio Muñoz Molina se convirtió en mi autor preferido en lengua española. Posiblemente, a pesar de que desde entonces ha publicado obras de innegable altura, como “Segarad”, “Ventana en Manhattan” o “Viento en la luna”, la novela galardonada con el Planeta, premio al que dio prestigio, aún no ha sido superada por el ubetense, pero de lo que no cabe duda, es que todo lo realizado desde entonces, exceptuando quizás “En ausencia de Blanca”, ha sido de una honestidad, de una honestidad literaria desacostumbrada. Por eso, cada vez que aparece una obra suya, no tengo más remedio que correr a la librería más cercana, con el convencimiento, de que voy a asistir a un acontecimiento extraordinario, ya que Muñoz Molina no es un autor, un novelista más, uno de esos que publican por publicar, sino alguien que con dificultad, a pesar de su reconocido prestigio, trata de abrirse camino, como si aún no hubiera conquistado nada, en la cada día más desolada república de las letras de nuestro país.
En esta ocasión, ha realizado una novela, una monumental novela, y no sólo por el número de páginas, ambientada en la guerra civil, pero no, como en principio pudiera parecer, sobre la guerra civil española, contienda que sólo es utilizada como pretexto para hablar de la fragilidad humana. Ese conflicto que enfrentó a los españoles, tradicionalmente ha significado un importante yacimiento literario, sobre todo, porque consiguió situar a los que vivieron aquellos momentos, en unos límites extremos, en la que la propia humanidad de los mismos se puso en juego. Estamos acostumbrados a vivir en un territorio cómodo, en donde todas nuestras actuaciones dependen de una lógica impuesta por los condicionantes externos que amueblan nuestra existencia, que nos gusten o no, son los que son, y que reducen de forma significativa nuestros comportamientos, de suerte, que debido a lo anterior, somos excesivamente previsibles. Por ello, la guerra civil significó, y como se observa aún significa, un interesante laboratorio, en donde se puede analizar al hombre fuera de ese paraje natural en donde todo se puede comprender, en donde cada acto se puede justificar, apareciendo un ser humano extremo que se mueve en los límites mismos, sin dejar de ser un ser humano, de su propia humanidad. Este hecho es el que llama tanto la atención de la guerra civil española, no tanto la guerra en sí, sino el territorio extremo en el que tuvieron que vivir los que participaron en ella. Y así la observa Muñoz Molina, que desde el presente, cuenta la historia de alguien que huye de España en pleno conflicto, hacia una universidad norteamericana, después de haber asistido al hundimiento de su propia existencia. Pero al protagonista, al arquitecto Ignacio Abel, no sólo le sacude la guerra, sino también otro factor no menos desestabilizador, la pasión amorosa, lo que convierte la ordenada vida que tenía, entre una cosa y otra, en un auténtico desastre. Ignacio Abel era un hombre perfecto, envidiable, que desde la nada, desde el seno de una modesta familia, con mucho esfuerzo, consigue terminar sus estudios y hacerse con una posición profesional destacada, al tiempo que crea su propia familia, gracias a la cual, logra una estabilidad sentimental en principio inquebrantable. Pero este éxito, para un individuo de su extracción social, no le impide seguir manteniendo su ideario socialista y un cierto desprecio a la rancia clase social a la que pertenecía su mujer, y la familia de ésta, y a la que él, por derecho propio, gracias a su trabajo, al menos teóricamente ya pertenecía. Pero al admirado Ignacio Abel, de pronto todo le estalla, ya que el sólido terreno en donde tenía anclada su vida, se desquebraja en poco tiempo, tanto por la guerra, como por haber conocido a alguien, una joven norteamericana, que le hace comprender que el amor era algo completamente diferente de lo que sentía por su mujer.
No obstante, lo importante de esta novela, al menos lo literariamente importante, no es la historia en sí, sino el método que el autor utiliza para su desarrollo, que es lo que convierte a Muñoz Molina, sin discusión alguna, en uno de los más interesante creadores existentes en la actualidad, y no sólo de este país. Para contar la historia, sitúa al protagonista, ya en Estados Unidos, camino de su destino, para ir rememorando poco a poco, sin prisas, de forma fragmentaria, todo lo que había vivido, todos los hechos que le habían empujado, hasta encontrarse en la situación en la que se hallaba. Esa forma de volver la mirada hacia atrás, que con tanta fortuna experimentó ya en “El jinete polaco”, tiene la virtud de mostrar al protagonista desde todos los ángulos, y no sólo en aquellos en los que sale más favorecido, a lo que se une la lentitud con la que mira el narrador lo que desea contar, en los detalles en los que se detiene, pero sobre todo, en el convencimiento por parte del autor, de que el ser humano es un ser poliédrico, que posee diferentes caras, y que en todo caso, es mucho más de lo que parece ser, e incluso de lo que quisiera ser.
Cuando se escribe, o cuando se hace cualquier cosa con honestidad, cada cual se muestra como es, y creo que Muñoz Molina en esta obra, deja los rastros suficientes, para que cualquier lector, capte no sólo sus inquietudes, sus preocupaciones, sino también su forma de trabajar. No cabe duda de que el de Úbeda, no es ya aquel joven que reventó, dando un golpe sobre la mesa, las tranquilas y mortecinas aguas de las letras españolas con la publicación de “El jinete polaco”, sino que con el paso del tiempo se ha convertido en un escritor comprometido con su forma de entender lo que debe significar la convivencia, y que en lugar se haberse encerrado en una isla hecha a su medida, se ha dedicado a profundizar en sus ideas regeneracionistas, que no son otras que las de la socialdemocracia clásica, especie de la que tan pocos elementos quedan, y en los peligros que acarrean los extremismos que siempre ronda nuestras existencias.
Pero Muñoz Molina también, y sobre todo, es un labrador de la literatura, un trabajador que vela por cada palabra, por cada frase que escribe, que posiblemente no sea un artista, pero tampoco sólo un buen artesano de la literatura. La solidez que muestra en cada una de sus obras, que también se deja ver en sus artículos, hablan de un valor seguro, de alguien que no se ha parado en el primer lugar abrigado que ha encontrado, sino de un intelectual de peso, de los pocos que quedan en nuestro país, que sigue trabajando día a día mirando siempre hacia el futuro.

Martes, 1 de diciembre de 2.009

domingo, 13 de diciembre de 2009

Mañana en la batalla piensa en mí


LECTURAS
(elo.173)

MAÑANA EN LA BATALLA PIENSA EN MÍ
Javier Marías
Alfaguara, 1.994

Leer a Marías es brindar por la literatura, por la literatura de calidad. De vez en cuando, debido a la pobreza de las novelas que habitualmente llegan a mis manos, que son las que se editan, necesito leer o releer alguna obra del madrileño, y siempre salgo de ellas con la misma sensación, la de que la novela se encuentra en crisis, que la mediocridad que define a casi todas las novelas actuales está acabando con este género, banalizándolo y arrinconándolo, entre otras razones, porque cada hijo de vecino, se cree capacitado para publicar una novela, como si en ello le fuera la vida. Pero de forma paralela, Marías me demuestra, que a pesar de la crisis que padece la novela mayoritaria, la novela jamás podrá desaparecer, al menos mientras existan autores como el propio Marías.
Con el tiempo he aprendido, que lo importante en una novela no es la historia, ni tan siquiera la idea que se desee transmitir, sino la forma en que es contada dicha historia, y los métodos utilizados para que esas ideas lleguen al lector. Por ello, escribir una novela requiere oficio, pero también, al menos para escribir una gran novela, una de esas que se quedan en la memoria del lector, algo difícil de definir de que va más allá del mero oficio. Escribir una buena novela es complicado, muy complicado, pero escribir una gran novela sólo se encuentra al alcance de unos pocos, y no precisamente porque estos trabajen o se esfuercen más que los otros, no, sencillamente porque a unos le sale y a otros, aunque lo intenten de forma desesperada, no. La causa de lo anterior, se encuentra en el hecho de que la novela es un arte, y no un producto manufacturado y de consumo más, aunque algunos, a pesar de saber que están equivocados, se empeñan en sostener lo contrario. En la producción artística, y por supuesto en la novelística, dos y dos nunca podrán ser cuatro, ya que en ella no basta con que todo cuadre, con que todo acabe en su sitio, al resultar necesario, imprescindible, que converjan esas variables indefinibles que consiguen, como por arte de magia, que un determinado texto, se alce por encima de la aritmética y de la ciencia de los hombres. El arte es así, y se quiera o no, como se sabe y nunca hay que dejar de repetir, sólo está al alcance de esos extraños individuos que llamamos artistas, por eso es injusto, al ser un territorio inaccesible a casi todos. Para colmo, la novela literaria o artística, que como siempre ha ocurrido escasea y se presenta a cuenta gotas, no es precisamente la novela que se lee y que se compra, ocurriendo más bien lo contrario, presentándose en nuestros días como un tipo de novela marginal, muy alabada por la crítica, por supuesto, pero a la que nadie, o casi nadie se atreve a acercarse.
Bien, Javier Marías es uno de esos extraños autores, que como quien no quiere la cosa, convierte cada texto que sale de su pluma en un texto especial. Como dije al principio, de vez en cuando tengo la necesidad de acercarme a sus novelas, con la intención de vacunarme contra la banalidad y la vacuidad literaria dominante, pero sobre todo, para constatar, tocando siempre madera, que existe o puede existir una literatura completamente diferente a la que se amontona en las mesas de novedades de nuestras librerías. En esta ocasión he releído “Mañana en la batalla piensa en mí”, magnífica novela, que como esperaba, en lugar de venírseme abajo, me ha resultado mucho más sólida que cuando la leí por primera vez. La buena literatura es aquella que resiste una relectura, es más, la que aumenta su valor con la relectura. Cuando se lee por primera vez una novela, el lector está más pendiente de lo que ocurre o puede suceder, que de los métodos empleados por el autor para contar lo que desea contar, mientras que cuando ya se sabe lo que va a ocurrir, la atención va dirigida, sobre todo, hacia lo esencialmente literario, que no es otra cosa que la estructura del edificio que se levanta ante el lector. Sí, porque cuando una novela interesa, resulta importante detenerse, aunque sea sólo por unos momentos, en el entramado que se esconde detrás, en todos los artilugios que soportan y hace creíble la trama, en los engranajes ocultos que hace posible que una obra funcione. Por ello es mucho más interesante releer que leer, a pesar de que se corra el riesgo cierto, que alguna novela que en su momento creímos esencial, se nos haga pedazos entre las manos, y lo es, porque se aprende y disfruta mucho más, al tener que detenerse el que lee, en cuestiones que en principio, se le pasaron desapercibidas.
“Mañana en la batalla piensa en mí”, es una novela de una calidad extrema, que se acerca, y mucho, al nivel que alcanzó el propio autor con su obra anterior, “Corazón tan blanco”, posiblemente más redonda, pero igual de imperecedera que ésta. Es una novela en la que se encuentran todas las constantes de la obra de Marías, tanto en lo referente a la temática como a la forma. El tema de la novela es el de siempre, la existencia del secreto y la necesidad que todos tenemos de librarnos de ese secreto, que como si de una braza ardiente se tratara, consigue llegar a corroernos por entero. En esta ocasión, la mujer con la que se encontraba, de forma absurda, y sin que el lector sepa en ningún momento la causa, muere antes de que el protagonista pueda acostarse con ella, huyendo sin avisar a nadie de lo que había sucedido. A partir de este hecho se desarrolla toda la novela. A pesar de su fama de hermético y de puntilloso, la literatura de Marías es luminosa, y no sólo porque intenta enfocar todos los recovecos del alma humana, sino sobre todo porque su prosa, en lugar de enrocarse, o de encastillarse como diría el propio Marías, es de tal amplitud, que deja abierta todas las puertas, y todas las ventanas, para que la luz lo ilumine todo. Para colmo, Marías no es un narrador al uso, de los que si quieren ir de Madrid a Albacete, eligen la carretera más rápida y segura, ya que parece que disfruta aventurándose por todas las carreteras secundarias y terciarias que va encontrando en su camino, consiguiendo de esta forma, aportar una visión mucho más amplia del trayecto. Parece también, que las novelas de Marías están compuestas de pequeños relatos, que con relativa facilidad podrían independizarse entre sí, unidos sólo por débiles hilvanes, pero que al profundizar tanto, al ser tan poliédricos, aportan un importante número de imágenes al lector, que se le quedan grabadas y que consiguen hacer creer, que sus novelas son más compactas de lo que son. Marías es un escritor de imágenes que disfruta en el terreno corto, por lo que se podría decir, aventurándome mucho por supuesto, que más que un novelista es un escritor de relatos, ya que en esos relatos enmascarados que pueblan sus novelas, es donde alcanza su mayor grandeza.
Javier Marías no sólo es indispensable para las raquíticas letras españolas, que cada día que pasa se encuentran más desarboladas, sino que lo es para todos lo que amamos la literatura con mayúsculas.

Domingo, 15 de noviembre de 2.009

sábado, 5 de diciembre de 2009

La edad discreta


LECTURAS
(elo.172)

LA EDAD DISCRETA
Simone de Beauvoir
Biblioteca de pensamiento crítico, 1.968

Día a día nos acercamos a la muerte, y lo que es peor, a un periodo, en que desgastados, tendremos que seguir viviendo haciendo frente a una existencia, que con toda seguridad, se nos escapará de las manos. La muerte, aunque no queramos pensar en ella, nos atemoriza, aunque sólo sea por el hecho, de que todo seguirá aunque nosotros no estemos. Pero aunque parezca mentira, por mucho que se diserte sobre ella, la tenemos tan asumida, incluso tan interiorizada, que sin dificultad podemos vivir dándole la espalda, sobre todo porque sabemos que es inevitable. Le damos la espalda levantando nuestras vidas frente a ella, con la esperanza de lograr cierta inmortalidad, o al menos, pues la modestia siempre debe presidir nuestros actos, de salvaguardarnos frente al abismo y al vacío que ella representa. Nuestra carrera es contra la muerte, de suerte, que ese es nuestro destino común, el único que nos une a todos, pero de forma paradójica, esa carrera, tan agotadora, siempre acabará con la meta que nos impone. Pero la muerte es la muerte, el fin inevitable, algo que no controlamos ni llegaremos a controlar nunca, por ello, nos vemos obligados a gastar todas nuestras energías en lo que atente constantemente contra ella, es decir, en la vida. La vida, por tanto, es lo único que tenemos, y tenemos que edificarla poco a poco, con la solidez necesaria para que pueda justificar nuestra existencia, ya que vivir por vivir, es precisamente todo lo contrario que vivir. Pero se vive sin instrucciones, sin un libro de ruta preestablecido, de ahí la dificultad que encontramos en lo único que a ciencia cierta tenemos que hacer, pues cada cual, atendiendo a sus necesidades, pero siempre apoyándose en sus posibilidades reales, y de la forma más coherente que pueda, tiene la obligación de hacerse cargo de su existencia. El problema es que vivir no es fácil, pues parece como si todo se articulara para complicar todo lo que ideamos o planificamos, motivo por el que cada cual, independientemente a la posición que ocupe, tiene que librar un difícil pulso, para con dignidad encarar sus objetivos vitales, sean estos los que sean. Todo se agrava cuando se comprende, que la existencia está compuesta por etapas, de suerte, que lo que servía ayer, o lo que es factible hoy, con toda seguridad carecerá de sentido mañana, por lo que siempre, habrá que buscar las estrategias necesarias para afrontar las diferentes coyunturas, ante las que a lo largo de nuestra vida necesariamente tendremos que enfrentarnos. No basta con encontrar una fórmula mágica, pues lo que nos pudo servir para sortear de forma afortunada nuestra adolescencia, resultará ineficaz, por ejemplo, para sobrellevar esa edad extraña que va de los cuarenta a los cincuenta, por no hablar de la vejez. Cada periodo de nuestra vida exige una adecuación diferente, una metodología distinta, pues no solamente somos diferentes nosotros, ya que querámoslo o no siempre evolucionamos, sino que también son diferentes las circunstancias ante las que nos encontramos. Lo anterior no significa, no puede significar nunca, que lo que en todo momento hay que hacer es adaptarnos a aquello que nos vayamos encontrando, no, pues la táctica del camaleón sólo sirve para pasar desapercibido y soportar con el mínimo esfuerzo los avatares de la realidad, de lo que se trata por el contrario, es de aprovechar, después de estudiarlas a fondo, las diferentes fisonomías que presenta la realidad, tanto la propia como la que nos llega del exterior, para intentar, al menos, estar altura de las mismas. Es inútil, aparte de suicida, mantener un esfuerzo constante, sin comprender que el medio al que nos enfrentábamos ayer ha cambiado, que ya no es el que era, o que nosotros mismo ya no somos los fuimos. Estar a las alturas de las circunstancias, significa precisamente que tenemos siempre que estar en el lugar exacto donde tenemos que estar, aceptando la visión y las enseñanzas que nos aporte nuestra propia historia, pero también, comprendiendo que no sólo nosotros cambiamos, ya que la realidad, también se modifica de forma constante. Si por el contrario se sigue apostando por el inmovilismo, la frustración y por ende la depresión, siempre nos estará esperando a la vuelta de la esquina. Creo que el objetivo al que tenemos que aspirar, es al de mantenernos jóvenes independientemente a la edad que tengamos, lo que no se logra vistiendo o siguiendo las modas de los adolescentes, sino aceptando la realidad, en todos sus ámbitos, tal y como en cada momento se consigue ante nosotros, aunque la fisonomía de la misma nunca acabe de convencernos. Hay que intentar, por aquello de la dignidad, que es lo único que nunca se puede perder, ser lo menos patéticos posibles.
Este pequeño relato de Simone de Beauvoir habla precisamente de lo anterior, de una mujer que se niega a creer que todo cambia, no llegando, por ello a comprender, la actitud que mantiene su marido ante su futuro profesional, o la decisión que había tomado su único hijo, que le obligaba a desligarse del futuro que con tanto cariño, pero también con tanto egoísmo, ella le había planificado. La protagonista se creía, que en su pequeño círculo, era la única que se mantenía fiel a sus ideales, pero su amueblado mundo se desparramó, se le vino abajo, cuando la crítica destrozó el libro que acababa de publicar, en donde quería dejar constancia, que a pesar de su edad, seguía manteniéndose en primera línea del combate intelectual, lo que la obligó a comprender, que en realidad se encontraba atascada, que se hallaba en el mismo lugar que hacía veinte años. A partir de ese momento comprendió que su marido no había desertado de nada, que a pesar de las apariencias, seguía fiel a lo que siempre había sido, y que lo que había hecho, lo que sólo había hecho, era orientar su perspectiva para seguir siendo coherente con objeto de afrontar, con nuevas fuerzas, el nuevo periodo vital, el de la vejez, que se le venía encima.
“La edad discreta” es una sugestiva y recomendable novela corta, que a pesar de estar bien escrita, resulta mucho más interesante por lo que en ella se dice, que por la forma en que es presentada, pues sorprende la economía de medios que la autora utilizó para su elaboración.
Después de todo lo anterior, sólo me queda decir, que resulta gratificante, al menos de vez en cuando, encontrarme con un texto de tales características, que tiene la virtud de contrarrestar la banalidad imperante que hipoteca a la novela actual.

Martes, 3 de noviembre de 2.009

martes, 1 de diciembre de 2009

El chino


LECTURAS
(elo.171)

EL CHINO
Henning Mankell
Tusquets, 2.007

A pesar de las valoraciones favorables o de las ventas millonarias que una determinada novela pueda alcanzar, es el tiempo el único juez, que de forma implacable podrá conseguir que una obra literaria ocupe el lugar que le debe corresponder. La crítica casi siempre se caracteriza por sus errores, en muchas ocasiones de bulto, mientras que el éxito, esa cosa tan extraña y tan poco previsible, en ningún caso garantiza la calidad de un texto. Pero no todo puede ser literatura de calidad, pues no creo que exista “alma humana” que pudiera resistirlo, sobre todo por el hecho de que vivir permanentemente en determinadas altitudes, puede resultar incluso dañino para la salud. La buena literatura es un bien escaso, que en muchas ocasiones se presenta como si de un premio, como si de un premio a la constancia se tratara, que para colmo, casi siempre llega cuando menos se espera. Hay que leer mucho, y digo mucho, para poder tropezar con esas joyas que sólo de vez en cuando se presentan en nuestro camino, y precisamente ese hecho es lo que las hacen más valiosas. Por ello nunca hay que desesperar, y resulta fundamental intentar buscar en lo que se va encontrando, no sólo lo positivo, sino también los motivos por lo que la calidad de lo que se encuentra en nuestras manos, ni de lejos, se asemeja a lo que esperábamos hallar. Hay que leer y leer, pero sobre todo analizar todo lo que se va leyendo, con objeto de disfrutar más y mejor de esa travesía que es la lectura, pero para ello hay que partir de la base, de que todo, incluso lo peor, posee su lado positivo, aunque sólo sea por el hecho de poder identificar, con un mínimo margen de error, lo que en realidad vale la pena y lo que es mejor dejar a un lado sin hacer demasiado ruido.
Bien, en ese caminar sin objetivo fijo que es la lectura, me he topado en esta ocasión con una novela de Mankell, “El Chino”, que me ha defraudado más de lo que en el peor de los casos podía imaginar. Cuando me decidí a leerla, estaba convencido que me iba a encontrar con una novela policiaca, narrada por un especialista del tema, que al menos iba a conseguir entretenerme durante unos días, pero no, pues por desgracia, creo que en esta ocasión el novelista sueco se ha pasado de rosca. La novela negra, la buena novela policiaca nunca puede ser gratuita, ya que siempre, debe apuntar hacia algo más que se encuentra más allá del caso que trata de desarrollar, pero teniendo el cuidado suficiente, de no olvidar que lo importante siempre es el caso en sí, y no todo lo que trasciende de él. Pero en “El chino”, Mankell, de forma incomprensible, ha mostrado demasiado interés en lo que deseaba que trascendiera, en el mensaje que le interesaba dejar en el lector, descuidando el desarrollo de la trama, que aparece poco creíble. En toda novela la credibilidad es esencial, y cuando esta cojea, por muy bien que todo lo demás funcione, la obra en su totalidad se viene abajo, que es lo que le ha ocurrido a “El chino”, independientemente, por el prestigio del autor, a que haya sido un importante éxito de ventas.
Indudablemente lo que le interesa a Mankell, como a todos los que conocemos aunque sea de pasada lo que acaece en aquel lejano y misterioso país, es lo que ocurre, pero sobre todo lo que puede llegar a ocurrir en la República Popular China, un país en el que convergen demasiadas fuerzas contrapuestas, como para que el actual equilibrio se pueda mantener durante muchos años más. Pero parece que al sueco, lo que realmente le preocupa, es la nueva, por innovadora, relación estratégica que mantiene China con respecto a África, que es el continente por que siente debilidad Mankell. Parece ser, que una de las salidas que los teóricos chinos encuentran para desactivar la situación explosiva que se va a encontrar su país en los próximos años, debido sobre todo al volumen de su población y a los criminales desequilibrios existentes en dicha sociedad, se hallan en buena medida en África. Sí, pero no sólo para proveerse de las materias primas que tanto necesita para proseguir con su sorprendente y descomunal desarrollo económico, que también, sino sobre todo, para encontrar un asentamiento en “el continente olvidado” para sus excedentes de población. Todo esto se sabe, pero Mankell con esta novela, parece que ha querido que tal información llegue al gran público, a sus lectores, convirtiendo su novela en algo más que en una novela, lo que hubiera podido ser posible si lo hubiera hecho de una forma más implícita, y fortaleciendo el argumento, con la intención de hacer posible que todos los bloques que la integran encajen de la forma adecuada.
La novela se encuentra descompensada, habiendo partes de la misma que se leen a un ritmo trepidante, lo que significa, que consiguen captar el interés del lector, pero en contrapartida existen otras, sobre todo la que se desarrolla en Norteamérica, que resultan de una aridez tal, que el lector puede llegar a plantearse, y creo que con motivos, abandonar la lectura de la novela. Posiblemente Mankell haya creído necesario aportar una base sólida que justifique la novela, pero estoy convencido que ha ido demasiado lejos, pues tal parte de la novela resulta a todas luces prescindible.
En fin, y siempre en mi opinión, pues conozco quien ha disfrutado de la lectura, estimo que se trata de una novela fallida que no merece el tiempo que necesita su lectura, al ser una de esas obras por las que hay que pasar, para valorar esas otras novelas que sin duda llegarán, que nos obligarán a brindar de nuevo por la novela.
Miércoles, 28 de octubre de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

El pensamiento secuestrado



LECTURAS
(elo.170)

EL PENSAMIENTO SECUESTRADO
Susan George
Biblioteca de pensamiento crítico, 2.007

Cada día me sorprende más la derecha, sobre todo en lo referente al orgullo que muestran sus afiliados, en contraste con lo que sucedía hace sólo unos años, que hacían lo posible por esconder su militancia. Hoy, cosa que me parece saludable, se vanaglorian de lo que son, aireando a los cuatro vientos sus credenciales, apostando sin complejos por mantener todo tipo de debates, e incluso por potenciar el enfrentamiento, con todos aquellos que sostengan opiniones diferentes a las que ellos mantienen. Lo anterior es prueba evidente, de que a pesar de haber estado siempre con y en el poder, ahora ya no se avergüenzan de ello, lo que puede deberse, al hecho de haber recuperado de forma milagrosa su autoestima, o bien, al deterioro del otrora discurso dominante de la izquierda, aunque lo más probable, es que se deba a la combinación de ambos factores. Posiblemente por ello, por el interés que me produce esta nueva actitud de la derecha, que podría tratarse de los primeros pasos de una ofensiva a gran escala, y por supuesto al interés que siempre me provoca Estados Unidos, que según dicen en todo momento se encuentra algunos pasos por delante de Europa, no sé bien si mostrando el camino a seguir o todo lo contrario, me ha resultado de gran ayuda este texto de Susan George, que ha conseguido despejarme algunas incógnitas sobre lo acaecido en aquel país, ya que con otros matices, es lo que también puede estar, con el retrazo de siempre, ocurriendo en nuestro entorno más cercano. Sí, parece que Estado Unidos es un laboratorio, un inmenso laboratorio en donde se cuecen las ideas y las estrategias que más adelante se implantarán en el mundo, por lo que siempre es conveniente, aunque yo diría que casi imprescindible, seguir el pulso de dicha sociedad, si no se desea perder la sintonía con las dinámicas imperantes, que es lo que le ha ocurrido a la izquierda, que hoy no hace otra cosa que nadar en unos márgenes cada día más estancados y cenagosos.
Para Susan George, la actual derechización extrema que padece Estados Unidos, no es sólo de fachada, sino que es el producto de una elaborada estrategia por parte del capital, con objeto de hacerse definitivamente con las riendas del país más importante del mundo, del país que aún marca las tendencias y el ritmo que todos deben seguir. Para ello, mediante la creación de fundaciones de estudios, financiadas por las grandes corporaciones empresariales, ha sabido movilizar a las dos grandes corrientes que siempre han convivido en el seno de la derecha, la financiera y la moral, la neoliberal y la conservadora, articulando gracias a ello, una enorme pero eficaz presión sobre la sociedad norteamericana, que con el paso de los años, ha conseguido convertir a los Estados Unidos en lo que es en la actualidad. Una enorme presión en forma de tenaza, que por un extremo presiona a las élites económicas del país, al mundo financiero y empresarial, empujándolos hacia las políticas monetaristas que posibilitan la nueva globalización, mientras que por el otro, somete a las clases bajas y medias, a las que les ofrece el consuelo de la moral y de la religión. Esta tarea, que sin descanso se ha llevado a cabo, según la autora desde los años setenta, ha conseguido hacer el milagro de los panes y los peces, pues ha multiplicado los beneficios y las fortunas de las clases más altas y hundir en la pobreza a las más bajas, incluida las medias, que se encuentran completamente hipotecadas y condenadas a incrementar de forma incomprensible sus jornadas laborales, al tiempo que ha sabido incoar el bacilo del conformismo en éstas, que en lugar de rebelarse contra la realidad cada día más precaria a la que tienen que enfrentarse, se conforman entre otras cosas, con la salvación futura que les ofrece la religión. Ni que decir tiene, que los grandes perdedores de este combate ideológico, del que apenas se daban cuenta que se estaba llevando a cabo, han sido los progresistas norteamericanos, que se han quedado sin discursos, y lo que es peor, sin auditorio. Ha sido tal el éxito de la derecha, o mejor dicho del capital, que difícilmente un cambio en la administración federal, podrá cambiar las tendencias actualmente dominantes de la sociedad norteamericana, ya que de forma independiente a que el inquilino de La Casa Blanca sea un republicano o un demócrata, la forma de pensar, de observar y de entender la realidad del estadounidense medio no podrá modificarse a medio plazo. Y esto es así, porque la derecha no ha realizado un proselitismo barato, como dije antes de fachada, sino que gracias a los medios de comunicación que siempre han controlado, y que desde un primer momento se pusieron a trabajar por la causa, apuntaron hacia el mismo corazón de la sociedad norteamericana, lo que unido a una educación débil y a una cultura cada día menos crítica y más banal, han conseguido lo que realmente deseaba, que la población interiorizara sus discursos, que los hicieran suyos, conformando a un nuevo tipo de ciudadano, que se siente orgulloso de ser norteamericano (el nacionalismo siempre ciega), pero que en lugar de ser un ciudadano al uso, se ha convertido en un ciudadano-consumidor, cada día con menos poder adquisitivo, extremadamente compulsivo, conformista y acrítico con su propia realidad, que lo único que hace es mirar al cielo, y culpar de sus males a los hipotéticos enemigos externos hacia los que siempre señalan sus dirigentes.
La imagen que Susan George aporta de Estados Unidos, que a pesar de todo sigue siendo el país de referencia, es la de una sociedad gobernada por los intereses económicos de una minoría, que en lugar de mirar por el buen gobierno, sólo parece interesada en velar por sus intereses económicos a corto plazo, lo que convierte al gobierno de dicho país en un gobierno ilegítimo. Y lo es, porque independientemente a que ese gobierno haya llegado al poder de forma democrática, su legitimidad en último extremo siempre dependerá de que todas sus acciones tiendan a beneficiar a la mayoría de la población, y no a los intereses de la clase a la que representa, que en este caso, para colmo, es la de los grandes conglomerados económicos y financieros.
La lectura de este texto, debe servir, aparte de para conocer un poco mejor la realidad norteamericana, que siempre es interesante, para identificar las estrategias que el capital va a intentar aplicar, y que de hecho ya está comenzando a desarrollar en nuestro país, y por extensión en el resto de Europa, pero sobre todo, tiene que ser interesante para que la izquierda, de una vez por todas, entienda que necesariamente tiene que abandonar la situación de postración y de desidia en la que se encuentra, y pasar, después de un profundo debate, a replantearse sus obligaciones, que la tiene que llevar a intentar contrarrestar las aspiraciones del capital, que siempre serán las mismas, y a definir una serie de nuevos objetivos por los que trabajar. El proceso de norteamericanización de Europa hace tiempo que se encuentra en marcha, cierto, pero aún queda un margen de tiempo, para evitar que se lleve a cabo de forma exhaustiva, encontrándose aquí, la tarea que de forma inmediata tiene que afrontar lo que queda de izquierda.


Miércoles, 21 de octubre de 2.009

sábado, 14 de noviembre de 2009

El factor humano


LECTURAS
(elo.169)

EL FACTOR HUMANO
John Carlin
Seix Barral, 2.008

En una charla informal con unos amigos, con los que había quedado sólo para tomar café, uno de ellos me dijo que acababa de leer “Desgracia” de Coetzee, y que le había impresionado la forma de escribir del sudafricano, la sencillez con la que trataba, estilísticamente hablando, un tema tan duro como el que afrontaba. Me comentó también, que esa sencillez en el lenguaje, denotaba un domino del mismo al que pocos autores podían acceder, pero que no estaba de acuerdo, que no podía estar de acuerdo con la tesis de la novela, pues el peaje que el autor imponía a sus personajes, para que estos pudieran seguir viviendo en Sudáfrica, difícilmente nadie lo podría afrontar, por el elevado coste del mismo. Le dije, que en mi opinión, Coetzee era uno de los grandes autores vivos, y que el Nobel que se le concedió hace unos años, en contra de lo que suele ocurrir con ese premio, resultaba realmente merecido, y que sólo por “Desgracia”, aunque no sólo por esa novela, merecería tener un hueco entre nuestros autores preferidos, y que por supuesto no estaba de acuerdo con la opinión que tenía, mi amigo no Coetzee, sobre el trasfondo del libro. Claro que el coste de dicho peaje resultaba elevado, como también lo fue el que tuvieron que soportar, durante muchísimos años, la población negra de ese extraño y lejano país, que fue tratada como una subespecie humana, sin ningún derecho y siempre a merced de una minoría de individuos, que no sólo se creían los dueños de un territorio, sino también, por su superioridad racial, de la vida de todos los que tenían un color diferente al que ellos poseían. Pero claro, “Desgracia” es una novela, y el autor, por ese motivo, se puede permitir licencias que en muchas ocasiones la realidad no se puede permitir, aunque a veces, el arte, la creación artística tiene o puede tener la virtud, de señalar hacia lo que en verdad debió acontecer. Sí, porque Sudáfrica, como a otro nivel ocurre con España, es un modelo de transición política a la democracia digna de estudio, sobre todo, porque en contra de lo que se esperaba, no se produjo esa venganza que todos vaticinaban, pero en donde tampoco se llevó a cabo el arrepentimiento que muchos merecía y necesitaban. No, se optó y se consiguió eso que eufemísticamente se denomina “pasar página”, con objeto de conseguir, sin derramamiento de sangre, y por supuesto sin cambios estructurales profundos, la tan anhelada, por algunos, reconciliación nacional. Sudáfrica, de forma sorprendente, sin que nadie apostara por ello, sin grandes traumas sociales, consiguió su teórica reconciliación nacional, y pudo acceder a ella, gracias, y hasta ahora nadie lo ha puesto en duda, aunque estoy seguro que debe existir una intrahistoria que aún no se ha dejado al descubierto, al igual que ocurrió en España, gracias, digo, a la enorme personalidad de un gigante de la política, a Nelson Mandela.
Mandela, después de tantos y tantos años en la cárcel, articuló un plan, que partiendo de la base axiomática de la necesidad de superar el pasado, posibilitara la creación de una nueva Sudáfrica, en donde pudieran convivir todos los sudafricanos, independientemente al color de la piel que cada cual poseyera. Una democracia interracial, con la que se sintieran representados todos los miembros de dicha comunidad, lo que significaba la creación de un nuevo país, de una nueva república, que se sustentara en un sistema democrático homologable, pero sobre todo y ante todo sobre el olvido. Ese era el plan de Mandela, el que desarrolló durante los últimos años que pasó en la cárcel, y el que tuvo que aceptar, porque ni era traumático ni revolucionario, pero sobre todo porque le convenía, el poder real de la Sudáfrica de entonces. Hay que recordar que se trataba de un Estado sin futuro, bloqueado desde el exterior y desde el interior, que necesitaba de forma desesperada una solución de continuidad que recogiese las aspiraciones de la sociedad blanca, sobre todo en lo referente a su seguridad y al mantenimiento, aunque fuera de forma solapada, de su status quo, dando a cambio, eso tan difícil de aportar hasta entonces, como era la igualdad de derechos para todas las comunidades que conformaban el país. Mandela era la única persona que podía aportar, y por eso se apostó por él, la seguridad que los blancos necesitaban, y la credibilidad suficiente como para la comunidad negra confiara en él, pese a que los dictados que emanaban de su círculo, en principio, iban en contra de las legítimas aspiraciones de los que habían padecido las prácticas racistas del apartheid. Lo que nunca se le puede negar a Mandela es su capacidad política, hecho que sin dudas de ningún tipo, ya que las dificultades a las que tuvo que enfrentarse fueron mayúsculas, lo convierten en uno de los políticos de mayor talla del siglo pasado, uno de los pocos políticos, se esté de acuerdo o no con lo que consiguió, que merecen tal nombre, pues supo dibujar un camino, perfectamente transitable, que consiguió evitar el enfrentamiento que casi todos veían inevitable.
John Carlín realiza este trabajo en torno a Mandela, basándose en las múltiples entrevistas, y en el conocimiento que adquirió sobre la figura del carismático líder sudafricano, durante el periodo de tiempo en que vivió como corresponsal en ese país, relato que vértebra magistralmente en torno al partido de rugby que enfrentó, en la final del campeonato del mundo, a Sudáfrica y a Australia. Ese no fue un partido más, sobre todo para los anfitriones, pues sirvió, por primera vez, para que la nueva nación sudafricana, se sintiera unida alrededor de un deporte, que hasta entonces, y para colmo, era el símbolo más rotundo y excluyente del apartheid.
Tenía noticias de Carlin por varios reportajes suyos que había leído en el diario El País, que me habían sorprendido por calidad literaria de los mismos, y por el hecho de todos iban más allá del mero periodismo. En un periodo en que al parecer la novela se encuentra en crisis, y en el que el ensayo, su alternativa natural, sigue perdido en sus sinuosos vericuetos, que casi siempre consiguen hacerlo ilegible, el periodismo de calidad puede encontrar su gran oportunidad, aunque reconozco, que no hay tantos Carlin ni Kapuscinski (este desgraciadamente ya fallecido aunque su magisterio sigue en pie) como resultaría necesario, no tanto por la forma en que ambos tienen de escribir, pues son muchos los que escriben incluso mejor que ellos, como por la forma de entender el periodismo, ya que ninguno de los dos se detienen ante la noticia, sino que buscan lo que se esconde debajo de ellas, dejando al descubierto lo que la hacen posible.

Jueves, 24 de septiembre de 2.009

sábado, 31 de octubre de 2009

Tantas maneras de empezar



LECTURAS
(elo.168)

TANTAS MANERAS DE EMPEZAR
Jon McGregor
Salamandra, 2.006

Últimamente he leído, he tenido la suerte de encontrarme con diversas novelas que han valido la pena, pero hacía mucho tiempo que no tropezaba con ninguna que lograra conmoverme tanto como ésta que acabo de terminar. Me ha conmovido, sí, sobre todo, porque ha conseguido, sin necesidad de caer en el sentimentalismo ramplón, y sin que esa fuera la intención del autor, removerme historias pasadas que creía completamente, iluso que es uno, ancladas de forma definitiva en mi memoria. Y lo ha logrado, sin que la historia que cuenta tenga nada que ver conmigo, aunque pensándolo bien, puede que todas las historias se encuentren íntimamente entrelazadas entre sí.
A pesar de que la felicidad es el objetivo común, el único al que todos aspiramos, parece que de forma incomprensible, hacemos todo lo posible, e incluso lo imposible por alejarnos de ella, sin comprender, que en la mayoría de las ocasiones, se encuentra justamente al lado de donde nos encontramos. Siempre hay algo urgente que hacer, un socavón que tapar, una deuda pendiente que se interpone entre lo que somos y lo que tenemos que ser, de suerte, que se va dejando para mañana, o para pasado mañana lo imprescindible, sin que haya nadie a nuestro lado, que con autoridad nos sacuda para decirnos “que nos estamos equivocando”, que muchísimo mucho más fácil de lo que parece. Pero no, nos empeñamos en que no, convencidos de que siempre hay algo que se interpone, algo imprescindible que realizar antes de afrontar lo imprescindible. ¿Por qué somos así? Evidentemente se trata de un misterio que habla a las claras de nuestras incapacidades, que demuestra, o deja patente el miedo que tenemos a coger el fruto, el fruto que dicen prohibido, al creer, posiblemente, que eso que se nos ofrece, tan fácil de conseguir y de saborear, no puede, ni de lejos, ser la base sobre la que tenga que asentarse nuestra existencia. En fin, de forma constante nos complicamos la vida, hacemos que ésta se convierta en un artefacto difícil de gobernar y de sobrellevar, una carga que nos obliga a vagar sin descanso siempre a la espera de que llegue el día en que podamos atracar en el puerto imaginado, cuando por fin, todas las cuestiones pendientes queden solventadas El problema, es que casi siempre, entre unas cosas y otras, entre tanto trajín, entre tantas preocupaciones, a donde en realidad se llega es al puerto definitivo.
Sí, estoy convencido que la felicidad se encuentra ahí, al alcance de la mano, pero claro, no hablo de esa felicidad perfecta, de esa felicidad metafísica y apolínea que tanto han cantado los poetas, no, por supuesto, entre otras razones porque esa felicidad sencillamente no existe, nunca ha existido ni nunca existirá, sino de otra, de una felicidad minúscula que cuando estalla hace que todo sea diferente. Hablo de la felicidad necesaria, la que partiendo de la cual, o apoyada en la cual, se pueda afrontar la existencia sin prejuicios y sin taras, de una felicidad, que a pesar de ser esencial, de ser el objetivo que hay que perseguir, en ningún caso puede ser la justificación de nuestra vida, sino sólo el punto de partida hacia una existencia aceptable.
Son muchos los que gastan sus vidas buscando esa felicidad inexistente, los que creen, que en lugar de dedicarse a vivir, tienen que gastar todas sus energías en tratar de hallar en la tierra ese lugar con el que sueñan todas las noches, lo que suele conducirles a un estado de desazón permanente, a un extraño vivir sin vivir, en donde todo queda aparcado hasta que se produzca ese milagro prodigioso que en ningún caso llegará a materializarse.
“Tantas maneras de empezar” habla de lo anterior, de dos personas que aparcan sus vidas hasta poder resolver las incógnitas de su pasado, ya que estaban convencidos, que hasta que no consiguieran solventar todo aquello que les hipotecaba el presente, no podrían ser felices. Uno de ellos necesitaba conocer su pasado, saber quiénes eran sus verdaderos padres, y el otro, bueno la otra, tenía que superar la intransigencia a la que siempre la había sometido su madre. Ambos creían, estaban convencidos, que sólo podrían ser felices si superaban sus problemas, comprendiendo al final, sólo al final, que muchos problemas resultan insolubles, y que la única solución puede que se encuentre, en intentar convivir con ellos, pero con la mirada puesta siempre en el presente y en el futuro.
Pero lo curioso de esta novela, lo que llama poderosamente la atención de ella, es la forma en que está desarrollada, que es lo que consigue hacerla especial. Está compuesta por capítulos pequeños, todos ellos con nombres de objetos que remiten al pasado de los dos protagonistas, pues en cada uno de ellos, se narra una estampa de la vida de uno o de otro, de suerte, que mientras se van leyendo, se tiene la sensación, de que poco a poco se va completando un complicado rompecabezas, el de las historias de los protagonistas. Pero lo anterior se adereza con un estilo narrativo en el que la dulzura lo impregna todo, lo que no impide, que en determinados momentos, se observen alturas narrativas insospechadas, que hace comprender al lector, que se encuentra ante una magnífica novela, de esas que están muy, pero que muy por encima de la media.
Sólo me queda por decir, para terminar, “Que tantas maneras de empezar” es una de las mejores novelas, tanto por su temática como por su construcción, que he leído en los últimos años, que me va a obligar a seguir la carrera de este joven narrador británico, que sin duda, con el tiempo nos ofrecerá obras que darán mucho que hablar.

Martes, 15 de septiembre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

Masacre, masacre


LECTURAS
(elo.167)

MASACRE, MASACRE
Chaves Nogales
Austral, 1.937

La Guerra Civil, por lo que significó, siempre ha representado un importante yacimiento de temas literarios. A pesar de los años, raro es el ejercicio, en el que no aparece en el mercado una obra que se base en la sangrienta contienda que enfrentó a los españoles. Fue una guerra más, de las muchas que anegaron de sangre las tierras de la vieja Europa, pero en ella había algo que la hizo distinta, que la singularizó del resto de los conflictos que hasta entonces se habían producido, la de ser, a pesar de los muertos y del terror, una guerra romántica, una contienda donde las ideologías marcaron las pautas y los escenarios, en la que muchos hombres y mujeres encontraron una justificación para entregar sus vidas. Puede parecer extraño, casi increíble para los que vivimos en la época actual, comprender, que hubo un tiempo en que la gente cogía un fúsil para defender lo que pensaba, que cogía un fúsil para matar y exponer su vida, al estimar que había algo superior, más importante que la propia existencia, las ideas que se profesaban. Tuvo que ser, al menos así lo veo desde la distancia, un periodo inhóspito, no digo inhumano porque fue demasiado humano, en donde el dogmatismo y la intolerancia, consiguió crear un ambiente irrespirable, en donde todos los odios salieron a la luz, mientras que la razón, de forma incomprensible, bajó a las tinieblas. Un tiempo sin política, en donde la política paradójicamente lo impregnaba todo, en donde las ideologías, parafraseando al propio Chaves Nogales, llegaron a superar la medida de lo humano, y en donde algunos, amparándose en el caos imperante, trataron de hacer “de su capa un sayo”.
“Masacre, Masacre” es otro trabajo sobre la guerra civil, en donde su autor, subraya el hecho de que no se trata de un relato de ficción más, ya que todo lo que en él se narra, en un momento o en otro, sucedió en realidad. Bien, no tengo nada, ningún dato para dudar de la palabra de Chaves Nogales, en su intento de notificar lo que en realidad acaeció, pero lo que parece claro, es que la historia brota del sector de los que desde un principio perdieron la guerra, de los que la perdieron en el mismo instante en que se inició, pues el autor pertenecía a ese reducido grupo de españoles, que desde la política y el pensamiento, creyeron posible, en unos tiempos como aquellos, que podrían conducir a nuestro país a la normalidad democrática, es decir, a la civilización.
Chaves Nogales evidentemente no era objetivo, pues entre todas las historias que se le presentaron, que tuvieron que ser muchas, eligió la que más le interesaba, la que mejor le convenía para atestiguar la maldad y la barbarie de los dos bandos enfrentados, pero también, para dejar constancia, de que la solución no radicaba en apostar por unos bárbaros o por los otros. En esta obra no aportan alternativas, cosa que nunca debe hacer un periodista, sólo se limita a mostrar lo que en tantas ocasiones se ha intentado obviar, que independientemente a las causas que originaron el conflicto, ninguno de los dos bandos estaba capacitado para dejar sobre la mesa un proyecto civilizado de convivencia. ¿Pero que se escondía detrás de ese empeño? Pues evidenciar que no sólo existían dos españas, al existir otra, muy débil, como se demostró, pero que estaba ahí, impotente para hacerse oír, y que quedó desbordada desde un primer momento. Era la España republicana, la que gobernaba cuando estalló el famoso alzamiento militar y que tantos varapalos recibió de uno y de otro bando, la que carecía de épica, de una ideología militarizada, a la que pertenecía el propio Chaves Nogales y otros importantes intelectuales de la época, que quedó eclipsada por el estruendo de las bombas y de los discursos incendiarios, aquella que no tuvo más remedio de huir dejando un páramo desolado a sus espaldas, un inmenso erial, en donde sólo tenían cabida el dogmatismo y la violencia. El autor, en este pequeño relato, habla, sin hablar de ella, de la tercera España, de una España que pudo ser, aunque las circunstancias nunca fueron las favorables, cuyos partidarios no tuvieron más remedio que esconder y llevarse sus esperanzas a lejanos lugares en donde, algunos de ellos, consiguieron depositar su magisterio.
“Masacre, masacre” es un relato en donde de forma clásica, marcando los tiempo, el periodista Chaves Nogales cuenta el terror de la guerra en el Madrid asediado por el ejército nacional. Relata un Madrid nada idílico, en donde los milicianos buscaban, para vengarse de los daños que ocasionaban en la población los constantes bombardeos enemigos, a todos los que creían que simpatizaban con el bando contrario, que eran ejecutados, en la mayoría de las ocasiones, sin que existiera juicio previo.
Las estampas que narra el autor, nada tienen que ver, ni de lejos, con el Madrid épico tantas veces cantado por los simpatizantes de la causa republicana, pues en esa ciudad que se resistía a caer en las garras del fascismo, también existía otro fascismo enmascarado, que llenaba de terror sus calles, el de los milicianos que estaban convencidos que la revolución estaba por encima del respeto a las vidas humanas.
Interesante relato, bien construido que aporta otra imagen de lo que fue esa cruel guerra, en la que muy pocos, consiguieron estar a la altura de lo que el ser humano siempre deber exigir, humanidad.

Jueves, 10 de septiembre de 2.009

martes, 29 de septiembre de 2009

Mañana no será lo que Dios quiera


LECTURAS
(elo.166)

MAÑANA NO SERÁ LO QUE DIOS QUIERA
Luis García Montero
Alfaguara, 2.009


Hace aproximadamente un año me enteré por la prensa que había muerto Ángel González, el poeta Ángel González. A pesar de que mi interés por la literatura proviene de la poesía, reconozco que hace tiempo, demasiado tiempo que abandoné, y aún no sé cómo, la sana costumbre de tener siempre a mano un libro de poemas. Las causas de tal hecho, que nunca creí posible, puedo encontrarlas, sin tener que esforzarme mucho, en el hecho de que durante un periodo de mi vida frecuenté a demasiados poetas, lo que me obligó a mirarlos con desagrado, con desconfianza, a ellos, a los que se autodenominaban poetas, que no a la poesía, a la que en todo momento, a pesar de este desapego que padezco, he considerado el género literario por excelencia. No, los poetas no me interesan, y cuanto más los trato, menos, pero sí me interesa la poesía, la buena poesía, aquella que desde la sinceridad, consigue iluminarlo todo con una economía de medios asombrosa, consiguiendo hacer comprender, a los que como yo, siempre perdido en tantos vericuetos, que todo es más fácil, o mejor dicho, que todo puede ser más fácil y diáfano de lo que parece. Y digo que puede ser, porque ese camino no se encuentra expedito a cualquiera, ni tan siquiera para la gran mayoría de los que dicen ser poetas, pues sólo de tarde en tarde, los que realmente son poetas, consiguen acertar con el hachazo definitivo, ese que no sólo hace posible la imagen perfecta, sino que de forma milagrosa conecta lo propio con lo universal, lo singular con la totalidad. Estaba y sigo cansado de mariconadas, de esa poesía menor de adolescentes adultos que sólo sabe cantar a los sentimientos, de las palabras huecas que no señalan hacia ninguna parte, pero sobre todo, de los que extasiados se pasan horas y horas tratando de rimar frases que a nadie, ni tan siquiera a ellos mismos, llegarán nunca a estremecer, entre otras razones, porque esos poetas nunca comprenderán, que la estética por la estética sólo puede conducir a la inanición, a un lenguaje anémico y a una diarrea de hermosas palabras, que una vez escuchadas o leídas, en el mejor de los casos sólo podrán aspirar, a que alguien, haciendo un inmenso favor, se decida a tirar de una vez por todas de la cadena. No obstante, y a pesar de lo anterior, sigo pensando que la poesía, la buena poesía es otra cosa, algo diametralmente diferente a eso que realizan mis amigos poetas. Bien, como decía, hacía mucho que sobre mi mesa no se posaba un libro de poemas y que no disfrutaba, como frecuentemente hacía en mi juventud, descubriendo o recitando poemas. Pero como bien se sabe, todo puede cambiar de un día para otro, y cuando menos se espera. Por sorpresa, un amigo de esos de toda la vida, se presentó en mi cumpleaños con un regalo que en principio no aprecié demasiado, pues se trataba de un pequeño libro de poemas de Ángel González, o mejor dicho de la transcripción de un recital que el poeta ofreció en la legendaria Residencia de Estudiantes, libro que dejé a un lado, al recibir otros que me llamaron mucho más la atención. Pero aunque parezca mentira, a los pocos días, sentí que ese libro me llamaba desde el lugar que ya ocupaba en la estantería, como si no quisiera resignarse a ser enterrado con vida, a ser olvidado sin que antes lo hubiera leído. No me pude resistir y lo leí de un tirón, y aunque la poesía realista nunca ha sido mi fuerte, tengo la obligación de dejar constancia, que encontré dos poemas que me llamaron poderosamente la atención, produciéndose ese milagro que sólo la poesía puede provocar. Una vez cerrado el libro, esos dos poemas siguieron y siguieron dando vueltas en mi cabeza, por lo que tuve que volver a ellos una y otra vez. En esas estaba, acordándome de lo que dijo alguien, “que lo importante es poder pescar de vez en cuando un buen poema”, cuando me encontré con un libro que tampoco esperaba, un trabajo de Luis García Montero sobre su amigo Ángel González que acababa de salir de la imprenta, y como desde hace mucho tiempo no creo en las casualidades, pues ninguna suele ser gratuita, me zambullí en el texto, sin hacer caso a los consejos de varios conocidos, que me advertían de los peligros, de los innumerables peligros que me podían ocasionar la empalagosa prosa del granadino.
Sabía que el poeta asturiano había ejercido cierto magisterio sobre el grupo de poetas que capitaneaba García Montero, y sobre el tipo de poesía que ellos realizaban, movimiento poético que algunos expertos, por aquello de tratar de codificarlo, denominaban “poesía de la experiencia”, en buena medida para contraponerlo, y enfrentarlo al otro grupo, al de la “poesía metafísica”, o en palabras de Juan Ramón, al de los que siempre se han dedicado a buscar la poesía pura. Evidentemente la poesía de la experiencia es una etiqueta que se ha diseñado para ocultar la mala prensa que entre los exquisitos siempre ha tenido la poesía realista, pero para bien o para mal, ese grupo siempre ha hecho eso, poesía realista. Sabía también, que a ese magisterio se unía una sólida amistad, amistad, que con toda seguridad había empujado a García Montero, a abrir un paréntesis en su labor poética, para realizarle su homenaje a su admirado Ángel González.
El libro es una biografía del poeta asturiano, una biografía de su periodo menos conocido, que termina en el momento mismo en que llega a Madrid, lo que quiere decir, que se trata de una biografía de Ángel González antes de que éste se convirtiera en poeta, o dicho de otra forma, de la persona que fue y de todos los condicionantes que rodearon al futuro poeta, para que llegara a ser el poeta que llegó a ser. Dije antes, erróneamente, que el autor de estas memorias había dejado aparcada momentáneamente su labor poética mientras realizaba el homenaje a su amigo muerto, pero no, pues la lectura de sus páginas demuestra que se trata de unas memorias poéticas, realizadas por un poeta, que utilizando y moldeando el lenguaje, como sólo los poetas saben hacer, consigue exponer, dejar sobre la mesa los datos objetivos, y subjetivos de una existencia concreta, la de Ángel González, para componer una obra literaria de importante valía.
A pesar del interés que pueda despertar el poeta homenajeado, “Mañana no será lo que Dios quiera”, es un texto interesante, y por supuesto muy recomendable, que con toda seguridad se convertirá en una de las obras más importantes de la temporada literaria que en estos momentos se acaba de iniciar, consiguiendo poner el listón demasiado alto, en un panorama literario, en donde la mediocridad, desde hace demasiado tiempo, es la única moneda en circulación.

Jueves, 3 de septiembre de 2.009



lunes, 21 de septiembre de 2009

El hijo del viento


LECTURAS
(elo.165)

EL HIJO DEL VIENTO
Henning Mankell
Tusquets, 2.000

Hace algunos meses, en un suplemento dominical, leí una entrevista a Henning Mankell que me sorprendió, entre otras razones, porque logró romper la imagen que del novelista sueco tenía, haciéndome comprender una vez más, que todos somos más de lo que parecemos, y que hay muchas vidas en cada vida. Para ser sincero, tengo que decir, que apenas sabía nada de Mankell, a pesar de haber leído varias novelas suyas, que por la temática de las mismas, poco lograron decirme de él. Sabía que era sueco, y que como novelista había creado un personaje interesante, el inspector Kurt Wallander, con el que de vez en cuando, con objeto de acompañarlo mientras se dedicaba a investigar alguno de sus interesantes casos, valía la pena pasear con él, pero nada más. En esa entrevista, que leí por casualidad al ser un género que apenas me interesa, me encontré con un personaje más poliédrico de lo que esperaba, topándome por ejemplo, que en lugar de dedicarse a escribir y a escribir en su confortable estudio, perfectamente acondicionado en su Suecia natal, se pasaba gran parte del año en Mozambique, uno de los países más pobres de la región, dirigiendo incluso en Maputo una compañía teatral. También me enteré, que una de sus grandes pasiones era el teatro, de suerte, que es uno de los dramaturgos más populares de su país, contando en su haber, con un gran número de obras escritas para ser representadas. En fin, no sabía nada de Mankell.
Todo lo anterior viene a colación, porque acabo de terminar “El hijo del viento”, una novela que encontré entre las novedades de la biblioteca del barrio y que no dudé en llevarme a casa, esperando encontrarme con un nuevo caso, esta vez en África, del inspector Wallander. Pero no, en esta obra, su archiconocido y valorado personaje no aparece por ninguna parte, lo que en principio, hasta cierto punto me defraudó, aunque tal hecho no me sirvió de excusa para abandonar la novela. Desde un primer momento todo me resultó extraño, desde la temática hasta la ambientación de la misma, pero la novela se dejó leer, sin haber tenido que realizar ningún esfuerzo para ello, lo que, sin entrar en más consideraciones, hablaba bien de ella. Pero a pesar de lo anterior, no puedo decir que sea una gran novela, de esas que no tengo más remedio de recomendar a mis amigos y conocidos, no, es una novela que se deja leer, cierto, de gran simplicidad, que lo único que ha conseguido en mi caso, es obligarme a preguntarme por los motivos que habían empujado a Mankell a desarrollarla. La respuesta, la única respuesta que puedo aportar a tal interrogante, no puede ser otra, que el amor que siente el autor por África, por los africanos y por la cultura de ese gigante y desconocido continente.
La historia que se narra, cuenta el viaje que realizó a finales del siglo XIX un estudiante que había fracasado en sus estudios, con la intención de encontrar en la lejana África, un insecto desconocido, fuera el que fuera, al que poder poner su nombre, y que gracias al cual, obtener la fama y el dinero suficiente para vivir dando conferencias cuando regresara a su país. El joven consigue encontrar lo que deseaba, pero no sólo se llevó a Suecia el insecto, sino también a un niño que encontró y que se había quedado huérfano. La novela habla de este niño, y de las dificultades que encontró, por la sencilla razón de ser negro, en la cerrada y pacata sociedad sueca de la época. Pero esa historia del niño, como se puede imaginar, sólo es una justificación para hablar de otra cosa, del colonialismo y de la actitud que en todo momento ha mantenido y sigue manteniendo Europa con respecto a África. Mankell parece querer decir con esta novela, que el gran problema ha consistido, en que Europa, se ha equivocado en la forma de ayudar al continente negro, al querer occidentalizarlo, europeizarlo, en lugar de aportarle las herramientas necesarias para que siguiera sus propias coordenadas, con objeto de que pudiera profundizar, y avanzar con el tiempo, apoyándose en sus singularidades culturales. En lugar de esto, que ahora se observa como lo correcto, y posiblemente con toda la buena intención, se eligió el camino contrario, el de intentar que África renegara de su historia y que recibiera con los brazos abiertos las formas que tenemos los occidentales de entender y afrontar la realidad.
El fracaso de África, el gran fracaso de las sociedades africanas, se debe en buena medida a la actitud que Europa en todo momento ha mantenido frente a ella, al expolio permanente que se le impuso, pero también, y esto se olvida con demasiada frecuencia, al desastre que supuso, el hecho de haber intentando, casi siempre por la fuerza, implantar su ideología, lo que a la larga, ha provocado el desarraigo cultural de sus sociedades. Europa mantiene una deuda importante con el continente africano, que por su coste, difícilmente podrá algún día llegar a saldar, que sólo podrá comenzar a solventar, cuando comprenda, dejando a un lado la filantropía y la caridad, que la culpa de que existan tantos y tantos estados y sociedades fallidas en esa zona del mundo, tiene sólo un responsable, y que ese responsable es ella, la aseada y siempre correcta Europa.
“El hijo del viento” es una novela que no pasará a la historia de la literatura, que no conseguirá posiblemente ni reeditarse, pero a pesar de todo, logra dejar sobre la mesa un tema sobre el que resulta necesario reflexionar, no tanto para subrayar los errores cometidos, que han sido muchos, sino para modificar las estrategias que se llevan a cabo en la actualidad, que se diga lo que se diga, son herederas, aunque con otros nombres, de las que históricamente se han llevado a cabo. Evidentemente Mankell es un novelista mucho más interesante cuando se pone la indumentaria del inspector Wallander, pero hay que reconocerle su voluntad, de sacar a la luz los problemas del continente que tanto le preocupa y le apasiona. A pesar de su escasa calidad literaria, me sorprende escribir que me ha merecido leer esta novela.

Domingo, 30 de agosto de 2.009

viernes, 11 de septiembre de 2009

Almas grises



LECTURAS
(elo.164)

ALMAS GRISES
Philippe Claudel
Salamandra, 2.003

En un reciente trabajo periodístico sobre el fenómeno literario que ha supuesto, y no sólo en España, las novelas de Stieg Larsson, alguien escribió, que de forma paralela a todo lo positivo del mismo, existía el peligro, de que ese tipo de literatura, acabara, y valga la redundancia, con la literatura literaria, aquella que se instala en la sutileza y que intenta comprender el alma humana, partiendo del supuesto, de que ésta nunca podrá ser ni completamente blanca ni completamente negra. Que duda cabe, que las novelas del sueco, aparte al valor que puedan o no tener, pertenecen a un tipo de literatura muy determinado, aquel, y es bueno tenerlo siempre en cuenta, que afirma que dos y dos, se quiera o no, en todo momento serán cuatro, o dicho de otra forma, la que estima que sólo existe una verdad, aunque existen fuerzas empeñadas en ocultarla. Este tipo de novelas tienen la gran ventaja, de que no siembran la incertidumbre en el lector, que sabe desde un primer momento, que a pesar de los obstáculos que encuentre en la trama, al final, aunque sólo sea al final, todo ocupará el lugar que necesariamente tiene que ocupar. Y aquí surge el problema, pues una literatura que desee acercarse a la vida, a la realidad, debe saber en primer lugar, que ésta o aquella, poseen una característica esencial, la de que difícilmente se puede dejar encorsetar, de suerte, que las grandes novelas, las que han quedado y no pueblan las vastas bibliotecas del olvido, son precisamente las que dejan lo esencial sin despejar, manteniéndose, al dejar múltiples incógnitas sin resolver, como obras abiertas a las que siempre, necesariamente hay que volver. Lo esencial de la novela, es la voluntad que posee, de intentar reflejar en sus páginas eso tan problemática como es la vida humana, y por ello, digan lo que digan, y últimamente se están diciendo muchas tonterías, es un género artístico que siempre estará ahí, que nunca desaparecerá, al menos la buena, la de calidad. Pero lo anterior no significa, en contra de lo que muchos puedan pensar, que su tarea consista en intentar cosificar la vida, sino precisamente en todo lo contrario. La vida, la existencia de un determinado ser humano, sea el que sea, en ningún momento podrá cosificarse, al resultar imposible, aunque a primera vista pudiera parecerlo, que alguien pueda estrangularla en un estrecho molde. Debajo de los comportamientos estereotipados, de las conductas y de las respuestas previsibles, de la maldad o de la bondad de alguien, siempre se oculta un vasto continente que es el que debe explorar la novela, intentando alejarse lo más posible, siendo este el punto que separa a la buena de la mala literatura, de la simplicidad de lo aparente y de los personajes planos que pueblan gran parte de la novelística que se ha realizado a lo largo de la historia. Lo anterior, ni mucho menos, quiere decir que no deba existir la literatura de entretenimiento, sólo que existe otra literatura, que aspira a más, a mucho más que a hacerle pasar un buen rato al que se acerque a una novela. Eso en muchas ocasiones se olvida, pues lo que llega a nuestras manos, casi nunca cumple los requisitos mínimos que debe exigírsele a un texto para que pueda ser publicado, comprendiéndose sólo, cuando uno tiene la suerte de encontrarse, de toparse, casi siempre por casualidad, con una de esas obras que consiguen dejar las cosas en su sitio.
Pues bien, por casualidad me he encontrado con una de esas novelas, “Almas grises” de un autor completamente desconocido para mí, que me ha devuelto la vara de medida, esa que siempre se encuentra extraviada al utilizarse tan poco, y cuya unidad suprema, en lugar de la complacencia es la exigencia. Sí, “Almas grises” es una novela literaria, y por eso, y a pesar de las críticas favorables que al parecer desde un primer momento obtuvo, o puede que precisamente por eso, ha tenido tan poca repercusión, incluso entre los que, nos creemos pendientes, en la medida de nuestras escasas posibilidades, del alubión de obras que anualmente invaden el mercado literario.
“Almas grises” es una historia que se articula a partir del asesinato de una joven adolescente, y de la investigación que se lleva a cabo con posterioridad. El crimen se les atribuye a dos jóvenes desertores que habían abandonado el frente, y que fueron condenados, aunque pocos de los que estaban al tanto del caso, estaban convencidos de tal autoría, sobre todo, cuando voluntariamente se dejó de lado a un sospechoso, al antiguo y temido fiscal del distrito.
La historia está narrada con posterioridad a todo lo acaecido, por el jefe de policía de la localidad, que en unos cuadernos va anotando, poco a poco, todo lo que vivió en aquellos terribles años, en que la guerra, la Primera Guerra Mundial, enmarcaba y condicionaba la vida del pequeño y tranquilo pueblo en donde prestaba sus servicios.
El autor, hábilmente consigue que el lector, también esté convencido de la culpabilidad del fiscal, pero sin prisas, va suministrando los datos precisos, para que vaya desconfiando de todo el mundo, dejando la sensación, de que cualquiera, incluso el más olvidado y tranquilo habitante de aquel pueblo, incluyendo por supuesto a los desertores condenados, hubiera podido acabar con la vida de la joven. Nadie sabe nada, de nada ni de nadie, pues todo es demasiado complejo y contradictorio, para que se pueda saber, en el caso de que no existan pruebas fehacientes, la verdad sobre algo.
“Almas grises” es una obra sorprendente, que va tomando fuerza poco a poco, y que acaba, en un final abierto, haciéndole comprender al lector, que la tan denostada novela literaria, ni tiene que ser aburrida, ni necesariamente poco comprometida.

Martes, 18 de agosto de 2.009

viernes, 4 de septiembre de 2009

la reina del palacio de las corrientes de aire



LECTURAS
(elo.163)

LA REINA DEL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE
Stieg Larsson
Destino, 2.009

Tenía interés en que apareciera el último y definitivo volumen de Millennium, ya que las dos primeras entregas me resultaron sumamente gratificantes. Pese a ello, como en las anteriores ocasiones, no corrí a la librería más cercana para hacerme con la novela, pues estaba convencido, que más tarde o más temprano caería en mis manos. Y no ha tardado mucho. En un reciente viaje, me sorprendió, mientras que el avión en que viajábamos cruzaba en Atlántico, que la mayoría de los pasajeros que se dedicaban a leer, que si tengo que ser sincero no eran muchos, estaban sumergidos en alguna de las novelas de Larsson, lo que subrayaba una vez más, el asombroso éxito alcanzado por el sueco. Pero en los tiempos en que estamos, que un determinado texto, y más concretamente que una novela se convierta en un éxito editorial, no significa necesariamente, no tiene por qué significar, que dicha obra tenga la calidad que el número de ejemplares vendidos pudiera presagiar, sino más bien todo lo contrario, pues lo normal, desgraciadamente, es que contra más se venda una determinada novela, menor sea la calidad de la misma. Por ello, por principio, muestro más reservas de las necesarias, sobre todo por aquello de no perder el tiempo, con todos aquellos títulos que consiguen una acogida mayoritaria entre los lectores, aunque soy consciente, que de vez en cuando, de forma milagrosa, alguna novela de calidad se cuela entre tanta bazofia. Eso es lo que ha ocurrido con la trilogía de Larsson, pues a pesar de ser una obra, que por su temática, podría clasificarse dentro de lo que los expertos denominan literatura de evasión, está realizada con la honestidad y con la calidad necesaria, como para merecer, a pesar de su grosor, invertir en ella el tiempo suficiente que necesita su lectura, sobre todo, cuando a uno lo que le apetece, es esconderse detrás de una historia potente, con objeto de intentar no pensar en otras cuestiones. Los tres volúmenes de Millennium son ideales para eso, pero también, y esto es de sumo interés, para atraer a nuevos miembros a la cada día más despoblada comunidad de lectores, pues son muchos, los que han pasado de no leer nada, absolutamente nada, a engancharse con las historias desarrolladas por el sueco, algunos de los cuales, con toda seguridad, comprenderán a partir de su encuentro con los personajes y con las tramas de Larsson, la necesidad de tener siempre a mano un buen libro. También sirven para atraer a los que se fueron, que son legión, y sobre este tema sería interesante recapacitar en otra ocasión, los que abandonaron la lectura por la sencilla razón de que se aburrían, al no encontrar en lo que leían, en lo que le aconsejaban sus amigos o las grandes editoriales, que son las que en realidad imponen lo que hay en todo momento que leer, obras con las que poder disfrutar, en lugar de tener que hacer uso de ese voluntarismo que nos caracteriza a los que estamos acostumbrados a leer demasiado. Sí, porque la lectura no puede dejar nunca de ser un placer, ya que en el momento que se observe o se entienda como una carga, o sencillamente como una obligación, lo que hay que hacer, sin perder un minuto en ello, es abandonarla sin que a uno consiga cercarlo la mala consciencia. La gran virtud de los libros de Larsson es esa, que consiguen hacer disfrutar con la lectura, que las historias tiran del lector, y no al contrario, y eso que parece tan lógico, que es lo que siempre debería ocurrir, en la literatura que se realiza en la actualidad no resulta nada habitual, consiguiendo por tanto, atraer a los no iniciados, y reconciliar con la lectura a los que habían huido de ella, lo que no es poco.
Curiosamente, esta tercera novela no es una obra independiente, como lo pudo ser la primera, siendo sencillamente la continuación de la segunda, es decir, es la segunda parte de la segunda novela, de suerte, que si no se ha leído con anterioridad aquélla, no se puede ni entender ni apreciar en su justa medida esta última entrega. Es posiblemente la más política de las tres, pues su tema consiste, en el desmantelamiento de una trama, que desde dentro de los servicios secretos suecos, funcionaba de forma autónoma, sin respetar los mandatos constitucionales. La labor de este grupo de individuos, en su intento por ocultar las actividades y la existencia de un antiguo espía soviético, es lo que había hecho imposible la vida de la joven Salander, que para colmo de males, era la hija de dicho espía. Pero la novela, y posiblemente ahí radique su fortaleza, no narra sólo esa trama, que sin duda hubiera sido suficiente, sino que también desarrolla otras subhistorias, que en todo momento consiguen mantener en vilo al lector, tocando varios temas de gran interés, pues al esencial, el de la opacidad democrática de determinados organismos del estado, se une, por ejemplo, el de la escasa presencia de la mujer en las empresas y en las instituciones que realmente dirigen el destino de un país, o las reestructuraciones salvajes que se están realizando, en donde los únicos que pagan la crisis son los trabajadores y no los consejos de administración, que en demasiadas ocasiones son los culpables de la mala trayectoria de una determinada empresa. También subraya, o lo deja entrever, que aún existe un hueco en las sociedades democráticas, para que la propia ciudadanía, en este caso desde la propia revista Millennium, pueda salvaguardar y fortalecer, gracias a la crítica y a la denuncia constante, unos sistemas democráticos que cada día, para nuestra vergüenza, son menos democráticos.
La trilogía, al menos desde mi punto de vista, nada esteticista por cierto, profundiza en los valores que siempre ha caracterizado a la novela negra o policiaca, y que tan perdidos últimamente se encontraban. La buena novela negra, siempre ha sido una literatura de denuncia, una literatura que en todo momento pisaba tierra, en donde David, por quien nadie apostaba, y contra todos los pronósticos, conseguía, después de sortear múltiples dificultades, desenmascarar al hasta entonces invencible Goliat.
Se nota que Larsson fue un activista, un convencido izquierdista y feminista, para el que la literatura era algo más que contar historias, concibiéndola como un instrumento, gracias al cual, denunciar lo que está aconteciendo en el mundo.
Me alegra, por todo lo anterior, que estas novelas, que algunos desde sus altares podrían calificar de banales, consigan la difusión y el éxito que están obteniendo, sobre todo, porque en ningún momento pierden de vista los pilares en donde siempre se ha apoyado la buena literatura, en la calidad y en intentar llevar a cabo un acercamiento a la propia realidad, lo que casi siempre desemboca, cuando se hace con honestidad, en el disfrute del lector que se acerque a ella.

Roche, 1 de Agosto de 2.009

domingo, 30 de agosto de 2009

Indignación


LECTURAS
(elo.162)

INDIGNACIÓN
Philip Roth
Mondadori, 2.009

Aunque se podría decir, matizando mucho por supuesto, que “Indignación” es una novela menor de Roth, lo que posiblemente sea cierto, pues en muchos aspectos al lector de su obra le podría parecer heredera directa de “Patrimonio”, una especie de copia con menor intensidad que esa magnífica y conmovedora novela autobiográfica, hay que reconocer, que aunque efectivamente se pueda tildar de secundaria, cualquier novela de segunda categoría del norteamericano, ante todo y sobre todo será siempre una gran novela. En “Indignación” aparecen sus grandes temas, sus repetidas obsesiones, como el autoritarismo paterno o el sexo, la muerte, o la eterna subversión ante lo impuesto, así como el esfuerzo como único método para salir de las coordenadas impuestas, por lo que esta novela, que se encuentra fuera de los parámetros que marcaron sus últimas dos obras, también, y por ello, es una magnífica novela de Roth. Todas las anteriores constantes, en esta ocasión se confabulan, unidas a la mala suerte, para que un prometedor joven, tenga que abandonar la universidad para morir en la guerra de Corea. La indignación, la indignación ante las injusticias que observaba y que padecía, hace que el protagonista, en lugar de callar y aguantar todo lo que estaba padeciendo, levante la voz para decir no, hecho que le conduce, en primer lugar a abandonar la universidad que se encontraba cerca de la casa de sus padres, y con posterioridad, y pese a ser un magnífico estudiante, a ser expulsado de la lejana y poco competente universidad de Ohio, en donde se había refugiado, para no tener que soportar las arbitrariedades paternas. Esa expulsión, que pudo haber evitado, en el caso de que hubiera aceptado todo lo que se suponía que tenía que soportar, le supuso ser llamado a filas, y ser ensartado poco después, por una bayoneta china en la lejana Corea.
Roth, en esta ocasión, de forma inesperada, abandona la temática de sus últimas novelas, en las que nos ofrecía, sobre todo en “Elegía” y “Sale el espectro”, la visión de un anciano ante la realidad, de un hombre más cerca de la muerte que de la vida, que pese a todo, aunque ya poco tenía que hacer, se resistía a abandonar todo lo que tanto había amado. Sí, porque en la historia que en esta ocasión nos cuenta, y aunque en principio pudiera parecer lo contrario, el tema no es la muerte, sino la necesidad de luchar contra el destino, aunque se sepa, y el protagonista lo sabía, que en tal confrontación, siempre, siempre se tiene las de perder. Luchar contra el destino es luchar por lo que se cree, por aquello que se considera justo, y oponerse a todo aquello traten de imponernos como normal, pues en caso contrario, nos veríamos abocados a hacer todo lo que los demás desean que hagamos, siendo por tanto, pese a ser un combate desigual, un enfrentamiento necesario para poder reafirmarnos frente a los imperativos de la corrección y de la normalidad imperante. Roth, también en esta novela, apuesta por la necesidad de afrontar, pese a los costes que necesariamente se haya que pagar, la singularidad que cada cual posea, siendo para él, la única actitud que nos puede hacer libres.
La historia es narrada o recordada por el propio protagonista desde la inconsciencia, cuando ya herido de muerte, soportaba el dolor gracias a la morfina que le suministraban en un hospital militar en Corea, y momentos antes de morir, por lo que se lleva a cabo en primera persona, de suerte, que el lector sólo comprende lo que ocurre, cuando a la mitad de la novela el narrador afirma, que se encuentra ya a las puertas del otro mundo.
Como siempre, la narrativa de Roth de es una limpieza absoluta, que puede hacer pensar, a los que se acerquen a ella por primera vez, que se trata de una obra simple, pero su aparente simplicidad, es el producto tanto de su profesionalidad, pues es un antor que pese a su edad no para de escribir, como de su forma de entender la literatura, muy norteamericana por cierto, de crear historias accesibles, que una vez consumidas, puedan sin resistencias, explotar en la mente de cada lector. Roth no escribe por escribir, tal como hacen muchos autores en nuestros días, no lo ha hecho nunca y no lo va a hacer a estas alturas de su vida, ya que no se dedica para sortear el aburrimiento a completar folios y más folios sin finalidad alguna, pues sus historias, siempre tienen un objetivo, una misión que cumplir, que no es precisamente la de sólo entretener a sus lectores.
Bien, una novela más del norteamericano, en la que demuestra que sigue siendo uno de los grandes narradores en activo que existen en la actualidad, en donde deja claro no sólo sus cualidades, pues de nuevo nos regala una obra redonda, pese a que no pueda considerarse ni de lejos una de sus mejores creaciones, sino también la debilidad de la literatura que se realiza en nuestros días, que poco puede hacer, ante la que lleva a cabo un dinosaurio de la creación literaria con Roth.

Jueves, 2 de julio de 2.009

jueves, 13 de agosto de 2009

Los confines



LECTURAS
(elo.161)

LOS CONFINES
Andrés Trapiello
Destino, 2.009

¿Qué es el paraíso? Indudablemente, y por encima de todo, el paraíso tiene que ser el lugar, el país en donde definitivamente reine la felicidad. Pero la pregunta esencial es la siguiente: ¿Es posible alcanzar sus costas? Sí, pero al parecer, sólo se puede atracar en ellas durante pequeños periodos de tiempo. Según parece, porque así nos lo han repetido en innumerables ocasiones, y porque por desgracia lo hemos comprobado en nuestras propias carnes, la felicidad, esa isla juanramoniana “en donde cantan pájaros únicos”, o ese estado de gracia al que con voluntarismo todos aspiramos, es algo que se puede saborear, por supuesto, pero no eternamente. Lo sabemos, sí, pero a pesar de ello, estamos dispuesto a arriesgar y a apostar por ella todo lo que tenemos, aunque a ciencia cierta sepamos, que al final, de forma invariable, acabaremos en la indigencia más absoluta. El problema, el eterno problema, es que algunos, afortunadamente no muchos, no dejamos de buscarla ni por un solo instante, comprendiendo que esa, y no otra u otras, es la meta a la que tenemos la obligación de dirigirnos, al ser, nos guste o no, la única justificación de nuestra existencia. Y así nos va, de fracaso en fracaso, pues después de cada naufragio, con el tiempo justo para curar las heridas recibidas, que en realidad nunca acaban de cicatrizar del todo, de manera inconsciente, embarcamos de nuevo en su búsqueda, sin entender, que vivir en ese desarraigo permanente, resulta a todas luces imposible. Pero no a todos les ocurre lo mismo, pues la gran mayoría, en una actitud que hay que aplaudir, se conforma y se contenta con una felicidad menor, con una felicidad con minúscula, que se basa en lo que en realidad se posee, en lo que con el tiempo uno ha ido encontrando a su alrededor, no haciendo caso en ningún momento, de los cantos de sirenas que se escuchan en las eternas noches de insomnio. En muchas ocasiones, para intentar alcanzar esa anhelada felicidad, resulta necesario traspasar normas y consensos que creíamos inviolables, o que creíamos que nosotros en ningún caso seríamos capaces de traspasar, lo que provoca un sentimiento de culpa, o una sensación de haber infringido la legalidad, que consigue arrinconarnos, sobre todo cuando se tiene consciencia de que las cosas no han ido bien, en un estado de desasosiego del que difícilmente uno consigue recuperarse, ya que en tales circunstancia, la derrota lo anega todo. Ese convencimiento de haber pecado, de haber transgredido los códigos y las normas imperantes, también provoca, en el supuesto caso de que se haya tenido éxito en la aventura, la certeza de que algo malo va a ocurrir, ya que todo pecado tiene un coste, que sólo en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones, puede llegar a afrontarse.
Este es el tema sobre el que se basa la última novela de Andrés Trapiello, un autor al que apenas he frecuentado, a pesar de la fama que posee en determinados círculos, un prestigio, que si sólo fuera por esta novela, estimo fuera de lugar, y eso a pesar, de que formalmente es una obra correcta, posiblemente demasiado correcta. La novela cuenta la historia de amor entre dos hermanos, que tienen que recurrir al incesto, para lograr alcanzar esa felicidad que se les prohibía. Después de superar los innumerables problemas que ante ellos se desplegaron, y cuando creían que por fin, nadie ni nada podría quitarles de las manos ese estado que tanto disfrutaban, encuentran la muerte en un accidente que alguien provocó contra ellos por equivocación. Como apunté con anterioridad, se trata de una novela correcta, que se plantea siguiendo los pasos adecuados y que acaba como tenía que acabar, es decir, pagando los protagonistas con sus vidas el pecado cometido, pero sin embargo, la sensación que he tenido durante toda la lectura, ha sido la de que me encontraba ante una novela menor, a la que le faltaba ese punto de dramatismo que le resultaba tan necesario, ya que incluso el dolor y el desarraigo que los diferentes personajes tuvieron necesariamente que padecer, de forma inconcebible, no se transmite al lector. Es una novela que se lee bien, demasiado bien para la temática que afronta, escrita por alguien que sabe escribir, pero que no llegó a comprender, que una cuestión tan espinosa, tenía que ser expuesta con todas las aristas que un tema de tal calibre acarrea. Los personajes, para colmo, me han resultado demasiado planos, demasiado correctos y civilizados, incluso los que de la noche a la mañana se encontraron despechados, lo que en el fondo, y eso el lector lo aprecia desde un primer momento, le resta credibilidad a la obra. La historia es contada por uno de los protagonistas, Claudia, que la desarrolla, en un exceso del autor, desde el más allá, en donde después de morir, se había reunido con su amado hermano.
En fin, una novela más de esas que nada aportan, de esas, que uno no puede justificar en la trayectoria de un autor de la teórica categoría de Trapiello, una obra industrial que hubiera podido ser mucho más de lo es.

Jueves, 18 de junio de 2.009

domingo, 9 de agosto de 2009

La hormiga que quiso ser astronauta



LECTURAS
(elo.160)

LA HORMIGA QUE QUISO SER ASTRONAUTA
Félix J. Palma
Quorum libros editores, 1.996


En la pasada Feria del Libro, a la sombra de Larsson y Cercas, que fueron con diferencias los grandes triunfadores de la misma, al menos en lo referente al número de ejemplares vendidos, comenzó a mi alrededor a sonar un nombre, el de Félix J. Palma. Al parecer se trataba de un joven narrador de Sanlucar de Barrameda, que había escrito una novela, que calladamente se estaba vendiendo como rosquillas. No le dí más importancia al tema, pues esas cosa, aunque sólo sea de tarde en tarde suelen ocurrir, estimando que la obra en cuestión, sería una de esas de leer y tirar, tan en boga en nuestros días. Con posterioridad, hablando con una amiga, ésta me comentó, que estaba encantada con la última novela que había leído, precisamente de Félix J. Palma, que para colmo, un conocido había elogiado en la prensa esa misma mañana. Entonces no lo dudé, procediendo inmediatamente a buscar información sobre el autor, que según lo que encontré, había publicado dos libros de relatos, obteniendo con ellos un notable éxito, y una primera novela, “La hormiga que quiso ser astronauta”, obra que a pesar de haberse publicado en una pequeña editorial gaditana, conseguí localizar sin dificultad, con la intención, de si me gustaba, pasar a leer la novela de la que todo el mundo hablaba.
La primera novela de un autor, casi siempre suele resultar bastante pretenciosa, ya que con ella, el que escribe, trata por todos los medios, de deslumbrar a los escasos editores, que en unos tiempos como los que vivimos, tengan la valentía suficiente como para intentar publicar su novela, al tiempo que, tratando de matar dos pájaros de un solo disparo, dejar atónitos a los posibles lectores que se acerquen a ella, para dejar claro desde un principio, que el que firma ha llegado para quedarse. Esas operas primas, también, por norma general, suelen mostrar grandes altibajos, pero en contrapartida, tienen la virtud, y por eso he preferido acercarme a la primera novela de Félix J. Palma que a la que tantos aplausos está obteniendo, de dejar los datos suficientes para saber hasta dónde quiere llegar el autor, que es algo fundamental, y hasta dónde puede llegar, que también resulta esencial. Bien, después de haber leído, asombrado, “La hormiga que quiso ser astronauta”, tengo que decir, que estoy convencido que el sanluqueño, si literariamente no se malogra, y lo desea, en pocos años puede convertirse en uno de los autores más importantes del país, que necesita de forma urgente, nuevas plumas que complementen, y poco a poco sustituyan, a los ya consagrados que se encuentran creativamente agotados. Me ha sorprendido la temática de la obra, y la valentía de presentar una novela de tales características, en un mercado, en el que se apuesta casi siempre por tramas conservadoras, a no ser que el autor sea un valor consolidado. No cabe duda, que Félix J. Palma ha hecho la novela que deseaba realizar, lo que en principio, por su valentía, merece un aplauso, pero lo que más me ha llamado la atención, es el desparpajo y la solvencia con el que ha afrontado el tema, de suerte que, el lector, debido a la altitud media que encuentra, teme que la novela, de un momento a otro pueda venirse abajo, lo que en ningún momento sucede. Lo anterior quiere decir sencillamente, que ha aparecido un autor ambicioso, dotado de la capacidad necesaria, como para hacer realidad sus proyectos, lo que dicho así puede parecer poca cosa, pero la realidad dice, que tal combinación sólo se encuentra al alcance de unos pocos. Es una novela, que para colmo, se desarrolla en los límites mismos de lo que denomino la literatura del yo, pero afortunadamente nunca llega a caer en ella, aunque a veces, parece que se va a precipitar en el callejón sin salida que ese tipo de literatura representa. No, la novela aspira a más, no sólo a mostrar el peregrinaje de un determinado personaje por una realidad que se le presenta hostil, sino que señala, a que es posible una existencia diferente, que para muchos puede encontrarse instalada en la inmadurez, pero seguro que a años luz de la mediocridad imperante.
La historia trata, de un joven que inconscientemente se niega a enfrentarse a la realidad, viviendo en un mundo propio, a pesar, de haber abandonado el hogar materno y de vivir instalado en una gran ciudad. Vivía en su mundo, acompañado de su amigo invisible y de sus fantasías, pero ese mundo era puesto sistemáticamente en jaque por sus eventuales parejas, que trataban de obligarlo a que de una vez por toda madurase, a que se enfrentara definitivamente a la realidad, pero él decidió, después de haber intentado lo contrario, como si de un astronauta se tratara, de encontrar un lugar entre las hormigas y las estrellas, entre la monótona cotidianidad en donde mantenían aparcada sus vidas los que sólo se limitaban a aceptar lo que encontraban a su alrededor, y la belleza de lo que podría ser.
“La hormiga que quiso ser astronauta” es una obra que aporta un poco de aire fresco, realizada por alguien que domina este extraño arte de contar historias mediante la palabra escrita, que consigue no caer en lo ingenioso ni en lo gracioso, aunque evidentemente, la novela resulte ingeniosa y simpática. En resumen, una buena primera novela, que me va a obligar a leer “El mapa del tiempo”, y a seguir con detenimiento la carrera de su autor, pues estoy convencido, que he tropezado con una promesa literaria, que con el tiempo aportará grandes novelas con las que podré disfrutar.

Miércoles, 10 de junio de 2.009