martes, 29 de septiembre de 2009

Mañana no será lo que Dios quiera


LECTURAS
(elo.166)

MAÑANA NO SERÁ LO QUE DIOS QUIERA
Luis García Montero
Alfaguara, 2.009


Hace aproximadamente un año me enteré por la prensa que había muerto Ángel González, el poeta Ángel González. A pesar de que mi interés por la literatura proviene de la poesía, reconozco que hace tiempo, demasiado tiempo que abandoné, y aún no sé cómo, la sana costumbre de tener siempre a mano un libro de poemas. Las causas de tal hecho, que nunca creí posible, puedo encontrarlas, sin tener que esforzarme mucho, en el hecho de que durante un periodo de mi vida frecuenté a demasiados poetas, lo que me obligó a mirarlos con desagrado, con desconfianza, a ellos, a los que se autodenominaban poetas, que no a la poesía, a la que en todo momento, a pesar de este desapego que padezco, he considerado el género literario por excelencia. No, los poetas no me interesan, y cuanto más los trato, menos, pero sí me interesa la poesía, la buena poesía, aquella que desde la sinceridad, consigue iluminarlo todo con una economía de medios asombrosa, consiguiendo hacer comprender, a los que como yo, siempre perdido en tantos vericuetos, que todo es más fácil, o mejor dicho, que todo puede ser más fácil y diáfano de lo que parece. Y digo que puede ser, porque ese camino no se encuentra expedito a cualquiera, ni tan siquiera para la gran mayoría de los que dicen ser poetas, pues sólo de tarde en tarde, los que realmente son poetas, consiguen acertar con el hachazo definitivo, ese que no sólo hace posible la imagen perfecta, sino que de forma milagrosa conecta lo propio con lo universal, lo singular con la totalidad. Estaba y sigo cansado de mariconadas, de esa poesía menor de adolescentes adultos que sólo sabe cantar a los sentimientos, de las palabras huecas que no señalan hacia ninguna parte, pero sobre todo, de los que extasiados se pasan horas y horas tratando de rimar frases que a nadie, ni tan siquiera a ellos mismos, llegarán nunca a estremecer, entre otras razones, porque esos poetas nunca comprenderán, que la estética por la estética sólo puede conducir a la inanición, a un lenguaje anémico y a una diarrea de hermosas palabras, que una vez escuchadas o leídas, en el mejor de los casos sólo podrán aspirar, a que alguien, haciendo un inmenso favor, se decida a tirar de una vez por todas de la cadena. No obstante, y a pesar de lo anterior, sigo pensando que la poesía, la buena poesía es otra cosa, algo diametralmente diferente a eso que realizan mis amigos poetas. Bien, como decía, hacía mucho que sobre mi mesa no se posaba un libro de poemas y que no disfrutaba, como frecuentemente hacía en mi juventud, descubriendo o recitando poemas. Pero como bien se sabe, todo puede cambiar de un día para otro, y cuando menos se espera. Por sorpresa, un amigo de esos de toda la vida, se presentó en mi cumpleaños con un regalo que en principio no aprecié demasiado, pues se trataba de un pequeño libro de poemas de Ángel González, o mejor dicho de la transcripción de un recital que el poeta ofreció en la legendaria Residencia de Estudiantes, libro que dejé a un lado, al recibir otros que me llamaron mucho más la atención. Pero aunque parezca mentira, a los pocos días, sentí que ese libro me llamaba desde el lugar que ya ocupaba en la estantería, como si no quisiera resignarse a ser enterrado con vida, a ser olvidado sin que antes lo hubiera leído. No me pude resistir y lo leí de un tirón, y aunque la poesía realista nunca ha sido mi fuerte, tengo la obligación de dejar constancia, que encontré dos poemas que me llamaron poderosamente la atención, produciéndose ese milagro que sólo la poesía puede provocar. Una vez cerrado el libro, esos dos poemas siguieron y siguieron dando vueltas en mi cabeza, por lo que tuve que volver a ellos una y otra vez. En esas estaba, acordándome de lo que dijo alguien, “que lo importante es poder pescar de vez en cuando un buen poema”, cuando me encontré con un libro que tampoco esperaba, un trabajo de Luis García Montero sobre su amigo Ángel González que acababa de salir de la imprenta, y como desde hace mucho tiempo no creo en las casualidades, pues ninguna suele ser gratuita, me zambullí en el texto, sin hacer caso a los consejos de varios conocidos, que me advertían de los peligros, de los innumerables peligros que me podían ocasionar la empalagosa prosa del granadino.
Sabía que el poeta asturiano había ejercido cierto magisterio sobre el grupo de poetas que capitaneaba García Montero, y sobre el tipo de poesía que ellos realizaban, movimiento poético que algunos expertos, por aquello de tratar de codificarlo, denominaban “poesía de la experiencia”, en buena medida para contraponerlo, y enfrentarlo al otro grupo, al de la “poesía metafísica”, o en palabras de Juan Ramón, al de los que siempre se han dedicado a buscar la poesía pura. Evidentemente la poesía de la experiencia es una etiqueta que se ha diseñado para ocultar la mala prensa que entre los exquisitos siempre ha tenido la poesía realista, pero para bien o para mal, ese grupo siempre ha hecho eso, poesía realista. Sabía también, que a ese magisterio se unía una sólida amistad, amistad, que con toda seguridad había empujado a García Montero, a abrir un paréntesis en su labor poética, para realizarle su homenaje a su admirado Ángel González.
El libro es una biografía del poeta asturiano, una biografía de su periodo menos conocido, que termina en el momento mismo en que llega a Madrid, lo que quiere decir, que se trata de una biografía de Ángel González antes de que éste se convirtiera en poeta, o dicho de otra forma, de la persona que fue y de todos los condicionantes que rodearon al futuro poeta, para que llegara a ser el poeta que llegó a ser. Dije antes, erróneamente, que el autor de estas memorias había dejado aparcada momentáneamente su labor poética mientras realizaba el homenaje a su amigo muerto, pero no, pues la lectura de sus páginas demuestra que se trata de unas memorias poéticas, realizadas por un poeta, que utilizando y moldeando el lenguaje, como sólo los poetas saben hacer, consigue exponer, dejar sobre la mesa los datos objetivos, y subjetivos de una existencia concreta, la de Ángel González, para componer una obra literaria de importante valía.
A pesar del interés que pueda despertar el poeta homenajeado, “Mañana no será lo que Dios quiera”, es un texto interesante, y por supuesto muy recomendable, que con toda seguridad se convertirá en una de las obras más importantes de la temporada literaria que en estos momentos se acaba de iniciar, consiguiendo poner el listón demasiado alto, en un panorama literario, en donde la mediocridad, desde hace demasiado tiempo, es la única moneda en circulación.

Jueves, 3 de septiembre de 2.009



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