lunes, 21 de septiembre de 2009

El hijo del viento


LECTURAS
(elo.165)

EL HIJO DEL VIENTO
Henning Mankell
Tusquets, 2.000

Hace algunos meses, en un suplemento dominical, leí una entrevista a Henning Mankell que me sorprendió, entre otras razones, porque logró romper la imagen que del novelista sueco tenía, haciéndome comprender una vez más, que todos somos más de lo que parecemos, y que hay muchas vidas en cada vida. Para ser sincero, tengo que decir, que apenas sabía nada de Mankell, a pesar de haber leído varias novelas suyas, que por la temática de las mismas, poco lograron decirme de él. Sabía que era sueco, y que como novelista había creado un personaje interesante, el inspector Kurt Wallander, con el que de vez en cuando, con objeto de acompañarlo mientras se dedicaba a investigar alguno de sus interesantes casos, valía la pena pasear con él, pero nada más. En esa entrevista, que leí por casualidad al ser un género que apenas me interesa, me encontré con un personaje más poliédrico de lo que esperaba, topándome por ejemplo, que en lugar de dedicarse a escribir y a escribir en su confortable estudio, perfectamente acondicionado en su Suecia natal, se pasaba gran parte del año en Mozambique, uno de los países más pobres de la región, dirigiendo incluso en Maputo una compañía teatral. También me enteré, que una de sus grandes pasiones era el teatro, de suerte, que es uno de los dramaturgos más populares de su país, contando en su haber, con un gran número de obras escritas para ser representadas. En fin, no sabía nada de Mankell.
Todo lo anterior viene a colación, porque acabo de terminar “El hijo del viento”, una novela que encontré entre las novedades de la biblioteca del barrio y que no dudé en llevarme a casa, esperando encontrarme con un nuevo caso, esta vez en África, del inspector Wallander. Pero no, en esta obra, su archiconocido y valorado personaje no aparece por ninguna parte, lo que en principio, hasta cierto punto me defraudó, aunque tal hecho no me sirvió de excusa para abandonar la novela. Desde un primer momento todo me resultó extraño, desde la temática hasta la ambientación de la misma, pero la novela se dejó leer, sin haber tenido que realizar ningún esfuerzo para ello, lo que, sin entrar en más consideraciones, hablaba bien de ella. Pero a pesar de lo anterior, no puedo decir que sea una gran novela, de esas que no tengo más remedio de recomendar a mis amigos y conocidos, no, es una novela que se deja leer, cierto, de gran simplicidad, que lo único que ha conseguido en mi caso, es obligarme a preguntarme por los motivos que habían empujado a Mankell a desarrollarla. La respuesta, la única respuesta que puedo aportar a tal interrogante, no puede ser otra, que el amor que siente el autor por África, por los africanos y por la cultura de ese gigante y desconocido continente.
La historia que se narra, cuenta el viaje que realizó a finales del siglo XIX un estudiante que había fracasado en sus estudios, con la intención de encontrar en la lejana África, un insecto desconocido, fuera el que fuera, al que poder poner su nombre, y que gracias al cual, obtener la fama y el dinero suficiente para vivir dando conferencias cuando regresara a su país. El joven consigue encontrar lo que deseaba, pero no sólo se llevó a Suecia el insecto, sino también a un niño que encontró y que se había quedado huérfano. La novela habla de este niño, y de las dificultades que encontró, por la sencilla razón de ser negro, en la cerrada y pacata sociedad sueca de la época. Pero esa historia del niño, como se puede imaginar, sólo es una justificación para hablar de otra cosa, del colonialismo y de la actitud que en todo momento ha mantenido y sigue manteniendo Europa con respecto a África. Mankell parece querer decir con esta novela, que el gran problema ha consistido, en que Europa, se ha equivocado en la forma de ayudar al continente negro, al querer occidentalizarlo, europeizarlo, en lugar de aportarle las herramientas necesarias para que siguiera sus propias coordenadas, con objeto de que pudiera profundizar, y avanzar con el tiempo, apoyándose en sus singularidades culturales. En lugar de esto, que ahora se observa como lo correcto, y posiblemente con toda la buena intención, se eligió el camino contrario, el de intentar que África renegara de su historia y que recibiera con los brazos abiertos las formas que tenemos los occidentales de entender y afrontar la realidad.
El fracaso de África, el gran fracaso de las sociedades africanas, se debe en buena medida a la actitud que Europa en todo momento ha mantenido frente a ella, al expolio permanente que se le impuso, pero también, y esto se olvida con demasiada frecuencia, al desastre que supuso, el hecho de haber intentando, casi siempre por la fuerza, implantar su ideología, lo que a la larga, ha provocado el desarraigo cultural de sus sociedades. Europa mantiene una deuda importante con el continente africano, que por su coste, difícilmente podrá algún día llegar a saldar, que sólo podrá comenzar a solventar, cuando comprenda, dejando a un lado la filantropía y la caridad, que la culpa de que existan tantos y tantos estados y sociedades fallidas en esa zona del mundo, tiene sólo un responsable, y que ese responsable es ella, la aseada y siempre correcta Europa.
“El hijo del viento” es una novela que no pasará a la historia de la literatura, que no conseguirá posiblemente ni reeditarse, pero a pesar de todo, logra dejar sobre la mesa un tema sobre el que resulta necesario reflexionar, no tanto para subrayar los errores cometidos, que han sido muchos, sino para modificar las estrategias que se llevan a cabo en la actualidad, que se diga lo que se diga, son herederas, aunque con otros nombres, de las que históricamente se han llevado a cabo. Evidentemente Mankell es un novelista mucho más interesante cuando se pone la indumentaria del inspector Wallander, pero hay que reconocerle su voluntad, de sacar a la luz los problemas del continente que tanto le preocupa y le apasiona. A pesar de su escasa calidad literaria, me sorprende escribir que me ha merecido leer esta novela.

Domingo, 30 de agosto de 2.009

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