
LECTURAS
(elo.161)
LOS CONFINES
Andrés Trapiello
Destino, 2.009
¿Qué es el paraíso? Indudablemente, y por encima de todo, el paraíso tiene que ser el lugar, el país en donde definitivamente reine la felicidad. Pero la pregunta esencial es la siguiente: ¿Es posible alcanzar sus costas? Sí, pero al parecer, sólo se puede atracar en ellas durante pequeños periodos de tiempo. Según parece, porque así nos lo han repetido en innumerables ocasiones, y porque por desgracia lo hemos comprobado en nuestras propias carnes, la felicidad, esa isla juanramoniana “en donde cantan pájaros únicos”, o ese estado de gracia al que con voluntarismo todos aspiramos, es algo que se puede saborear, por supuesto, pero no eternamente. Lo sabemos, sí, pero a pesar de ello, estamos dispuesto a arriesgar y a apostar por ella todo lo que tenemos, aunque a ciencia cierta sepamos, que al final, de forma invariable, acabaremos en la indigencia más absoluta. El problema, el eterno problema, es que algunos, afortunadamente no muchos, no dejamos de buscarla ni por un solo instante, comprendiendo que esa, y no otra u otras, es la meta a la que tenemos la obligación de dirigirnos, al ser, nos guste o no, la única justificación de nuestra existencia. Y así nos va, de fracaso en fracaso, pues después de cada naufragio, con el tiempo justo para curar las heridas recibidas, que en realidad nunca acaban de cicatrizar del todo, de manera inconsciente, embarcamos de nuevo en su búsqueda, sin entender, que vivir en ese desarraigo permanente, resulta a todas luces imposible. Pero no a todos les ocurre lo mismo, pues la gran mayoría, en una actitud que hay que aplaudir, se conforma y se contenta con una felicidad menor, con una felicidad con minúscula, que se basa en lo que en realidad se posee, en lo que con el tiempo uno ha ido encontrando a su alrededor, no haciendo caso en ningún momento, de los cantos de sirenas que se escuchan en las eternas noches de insomnio. En muchas ocasiones, para intentar alcanzar esa anhelada felicidad, resulta necesario traspasar normas y consensos que creíamos inviolables, o que creíamos que nosotros en ningún caso seríamos capaces de traspasar, lo que provoca un sentimiento de culpa, o una sensación de haber infringido la legalidad, que consigue arrinconarnos, sobre todo cuando se tiene consciencia de que las cosas no han ido bien, en un estado de desasosiego del que difícilmente uno consigue recuperarse, ya que en tales circunstancia, la derrota lo anega todo. Ese convencimiento de haber pecado, de haber transgredido los códigos y las normas imperantes, también provoca, en el supuesto caso de que se haya tenido éxito en la aventura, la certeza de que algo malo va a ocurrir, ya que todo pecado tiene un coste, que sólo en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones, puede llegar a afrontarse.
Este es el tema sobre el que se basa la última novela de Andrés Trapiello, un autor al que apenas he frecuentado, a pesar de la fama que posee en determinados círculos, un prestigio, que si sólo fuera por esta novela, estimo fuera de lugar, y eso a pesar, de que formalmente es una obra correcta, posiblemente demasiado correcta. La novela cuenta la historia de amor entre dos hermanos, que tienen que recurrir al incesto, para lograr alcanzar esa felicidad que se les prohibía. Después de superar los innumerables problemas que ante ellos se desplegaron, y cuando creían que por fin, nadie ni nada podría quitarles de las manos ese estado que tanto disfrutaban, encuentran la muerte en un accidente que alguien provocó contra ellos por equivocación. Como apunté con anterioridad, se trata de una novela correcta, que se plantea siguiendo los pasos adecuados y que acaba como tenía que acabar, es decir, pagando los protagonistas con sus vidas el pecado cometido, pero sin embargo, la sensación que he tenido durante toda la lectura, ha sido la de que me encontraba ante una novela menor, a la que le faltaba ese punto de dramatismo que le resultaba tan necesario, ya que incluso el dolor y el desarraigo que los diferentes personajes tuvieron necesariamente que padecer, de forma inconcebible, no se transmite al lector. Es una novela que se lee bien, demasiado bien para la temática que afronta, escrita por alguien que sabe escribir, pero que no llegó a comprender, que una cuestión tan espinosa, tenía que ser expuesta con todas las aristas que un tema de tal calibre acarrea. Los personajes, para colmo, me han resultado demasiado planos, demasiado correctos y civilizados, incluso los que de la noche a la mañana se encontraron despechados, lo que en el fondo, y eso el lector lo aprecia desde un primer momento, le resta credibilidad a la obra. La historia es contada por uno de los protagonistas, Claudia, que la desarrolla, en un exceso del autor, desde el más allá, en donde después de morir, se había reunido con su amado hermano.
En fin, una novela más de esas que nada aportan, de esas, que uno no puede justificar en la trayectoria de un autor de la teórica categoría de Trapiello, una obra industrial que hubiera podido ser mucho más de lo es.
Jueves, 18 de junio de 2.009
(elo.161)
LOS CONFINES
Andrés Trapiello
Destino, 2.009
¿Qué es el paraíso? Indudablemente, y por encima de todo, el paraíso tiene que ser el lugar, el país en donde definitivamente reine la felicidad. Pero la pregunta esencial es la siguiente: ¿Es posible alcanzar sus costas? Sí, pero al parecer, sólo se puede atracar en ellas durante pequeños periodos de tiempo. Según parece, porque así nos lo han repetido en innumerables ocasiones, y porque por desgracia lo hemos comprobado en nuestras propias carnes, la felicidad, esa isla juanramoniana “en donde cantan pájaros únicos”, o ese estado de gracia al que con voluntarismo todos aspiramos, es algo que se puede saborear, por supuesto, pero no eternamente. Lo sabemos, sí, pero a pesar de ello, estamos dispuesto a arriesgar y a apostar por ella todo lo que tenemos, aunque a ciencia cierta sepamos, que al final, de forma invariable, acabaremos en la indigencia más absoluta. El problema, el eterno problema, es que algunos, afortunadamente no muchos, no dejamos de buscarla ni por un solo instante, comprendiendo que esa, y no otra u otras, es la meta a la que tenemos la obligación de dirigirnos, al ser, nos guste o no, la única justificación de nuestra existencia. Y así nos va, de fracaso en fracaso, pues después de cada naufragio, con el tiempo justo para curar las heridas recibidas, que en realidad nunca acaban de cicatrizar del todo, de manera inconsciente, embarcamos de nuevo en su búsqueda, sin entender, que vivir en ese desarraigo permanente, resulta a todas luces imposible. Pero no a todos les ocurre lo mismo, pues la gran mayoría, en una actitud que hay que aplaudir, se conforma y se contenta con una felicidad menor, con una felicidad con minúscula, que se basa en lo que en realidad se posee, en lo que con el tiempo uno ha ido encontrando a su alrededor, no haciendo caso en ningún momento, de los cantos de sirenas que se escuchan en las eternas noches de insomnio. En muchas ocasiones, para intentar alcanzar esa anhelada felicidad, resulta necesario traspasar normas y consensos que creíamos inviolables, o que creíamos que nosotros en ningún caso seríamos capaces de traspasar, lo que provoca un sentimiento de culpa, o una sensación de haber infringido la legalidad, que consigue arrinconarnos, sobre todo cuando se tiene consciencia de que las cosas no han ido bien, en un estado de desasosiego del que difícilmente uno consigue recuperarse, ya que en tales circunstancia, la derrota lo anega todo. Ese convencimiento de haber pecado, de haber transgredido los códigos y las normas imperantes, también provoca, en el supuesto caso de que se haya tenido éxito en la aventura, la certeza de que algo malo va a ocurrir, ya que todo pecado tiene un coste, que sólo en contadas ocasiones, en muy contadas ocasiones, puede llegar a afrontarse.
Este es el tema sobre el que se basa la última novela de Andrés Trapiello, un autor al que apenas he frecuentado, a pesar de la fama que posee en determinados círculos, un prestigio, que si sólo fuera por esta novela, estimo fuera de lugar, y eso a pesar, de que formalmente es una obra correcta, posiblemente demasiado correcta. La novela cuenta la historia de amor entre dos hermanos, que tienen que recurrir al incesto, para lograr alcanzar esa felicidad que se les prohibía. Después de superar los innumerables problemas que ante ellos se desplegaron, y cuando creían que por fin, nadie ni nada podría quitarles de las manos ese estado que tanto disfrutaban, encuentran la muerte en un accidente que alguien provocó contra ellos por equivocación. Como apunté con anterioridad, se trata de una novela correcta, que se plantea siguiendo los pasos adecuados y que acaba como tenía que acabar, es decir, pagando los protagonistas con sus vidas el pecado cometido, pero sin embargo, la sensación que he tenido durante toda la lectura, ha sido la de que me encontraba ante una novela menor, a la que le faltaba ese punto de dramatismo que le resultaba tan necesario, ya que incluso el dolor y el desarraigo que los diferentes personajes tuvieron necesariamente que padecer, de forma inconcebible, no se transmite al lector. Es una novela que se lee bien, demasiado bien para la temática que afronta, escrita por alguien que sabe escribir, pero que no llegó a comprender, que una cuestión tan espinosa, tenía que ser expuesta con todas las aristas que un tema de tal calibre acarrea. Los personajes, para colmo, me han resultado demasiado planos, demasiado correctos y civilizados, incluso los que de la noche a la mañana se encontraron despechados, lo que en el fondo, y eso el lector lo aprecia desde un primer momento, le resta credibilidad a la obra. La historia es contada por uno de los protagonistas, Claudia, que la desarrolla, en un exceso del autor, desde el más allá, en donde después de morir, se había reunido con su amado hermano.
En fin, una novela más de esas que nada aportan, de esas, que uno no puede justificar en la trayectoria de un autor de la teórica categoría de Trapiello, una obra industrial que hubiera podido ser mucho más de lo es.
Jueves, 18 de junio de 2.009
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