
LECTURAS
(elo.172)
LA EDAD DISCRETA
Simone de Beauvoir
Biblioteca de pensamiento crítico, 1.968
Día a día nos acercamos a la muerte, y lo que es peor, a un periodo, en que desgastados, tendremos que seguir viviendo haciendo frente a una existencia, que con toda seguridad, se nos escapará de las manos. La muerte, aunque no queramos pensar en ella, nos atemoriza, aunque sólo sea por el hecho, de que todo seguirá aunque nosotros no estemos. Pero aunque parezca mentira, por mucho que se diserte sobre ella, la tenemos tan asumida, incluso tan interiorizada, que sin dificultad podemos vivir dándole la espalda, sobre todo porque sabemos que es inevitable. Le damos la espalda levantando nuestras vidas frente a ella, con la esperanza de lograr cierta inmortalidad, o al menos, pues la modestia siempre debe presidir nuestros actos, de salvaguardarnos frente al abismo y al vacío que ella representa. Nuestra carrera es contra la muerte, de suerte, que ese es nuestro destino común, el único que nos une a todos, pero de forma paradójica, esa carrera, tan agotadora, siempre acabará con la meta que nos impone. Pero la muerte es la muerte, el fin inevitable, algo que no controlamos ni llegaremos a controlar nunca, por ello, nos vemos obligados a gastar todas nuestras energías en lo que atente constantemente contra ella, es decir, en la vida. La vida, por tanto, es lo único que tenemos, y tenemos que edificarla poco a poco, con la solidez necesaria para que pueda justificar nuestra existencia, ya que vivir por vivir, es precisamente todo lo contrario que vivir. Pero se vive sin instrucciones, sin un libro de ruta preestablecido, de ahí la dificultad que encontramos en lo único que a ciencia cierta tenemos que hacer, pues cada cual, atendiendo a sus necesidades, pero siempre apoyándose en sus posibilidades reales, y de la forma más coherente que pueda, tiene la obligación de hacerse cargo de su existencia. El problema es que vivir no es fácil, pues parece como si todo se articulara para complicar todo lo que ideamos o planificamos, motivo por el que cada cual, independientemente a la posición que ocupe, tiene que librar un difícil pulso, para con dignidad encarar sus objetivos vitales, sean estos los que sean. Todo se agrava cuando se comprende, que la existencia está compuesta por etapas, de suerte, que lo que servía ayer, o lo que es factible hoy, con toda seguridad carecerá de sentido mañana, por lo que siempre, habrá que buscar las estrategias necesarias para afrontar las diferentes coyunturas, ante las que a lo largo de nuestra vida necesariamente tendremos que enfrentarnos. No basta con encontrar una fórmula mágica, pues lo que nos pudo servir para sortear de forma afortunada nuestra adolescencia, resultará ineficaz, por ejemplo, para sobrellevar esa edad extraña que va de los cuarenta a los cincuenta, por no hablar de la vejez. Cada periodo de nuestra vida exige una adecuación diferente, una metodología distinta, pues no solamente somos diferentes nosotros, ya que querámoslo o no siempre evolucionamos, sino que también son diferentes las circunstancias ante las que nos encontramos. Lo anterior no significa, no puede significar nunca, que lo que en todo momento hay que hacer es adaptarnos a aquello que nos vayamos encontrando, no, pues la táctica del camaleón sólo sirve para pasar desapercibido y soportar con el mínimo esfuerzo los avatares de la realidad, de lo que se trata por el contrario, es de aprovechar, después de estudiarlas a fondo, las diferentes fisonomías que presenta la realidad, tanto la propia como la que nos llega del exterior, para intentar, al menos, estar altura de las mismas. Es inútil, aparte de suicida, mantener un esfuerzo constante, sin comprender que el medio al que nos enfrentábamos ayer ha cambiado, que ya no es el que era, o que nosotros mismo ya no somos los fuimos. Estar a las alturas de las circunstancias, significa precisamente que tenemos siempre que estar en el lugar exacto donde tenemos que estar, aceptando la visión y las enseñanzas que nos aporte nuestra propia historia, pero también, comprendiendo que no sólo nosotros cambiamos, ya que la realidad, también se modifica de forma constante. Si por el contrario se sigue apostando por el inmovilismo, la frustración y por ende la depresión, siempre nos estará esperando a la vuelta de la esquina. Creo que el objetivo al que tenemos que aspirar, es al de mantenernos jóvenes independientemente a la edad que tengamos, lo que no se logra vistiendo o siguiendo las modas de los adolescentes, sino aceptando la realidad, en todos sus ámbitos, tal y como en cada momento se consigue ante nosotros, aunque la fisonomía de la misma nunca acabe de convencernos. Hay que intentar, por aquello de la dignidad, que es lo único que nunca se puede perder, ser lo menos patéticos posibles.
Este pequeño relato de Simone de Beauvoir habla precisamente de lo anterior, de una mujer que se niega a creer que todo cambia, no llegando, por ello a comprender, la actitud que mantiene su marido ante su futuro profesional, o la decisión que había tomado su único hijo, que le obligaba a desligarse del futuro que con tanto cariño, pero también con tanto egoísmo, ella le había planificado. La protagonista se creía, que en su pequeño círculo, era la única que se mantenía fiel a sus ideales, pero su amueblado mundo se desparramó, se le vino abajo, cuando la crítica destrozó el libro que acababa de publicar, en donde quería dejar constancia, que a pesar de su edad, seguía manteniéndose en primera línea del combate intelectual, lo que la obligó a comprender, que en realidad se encontraba atascada, que se hallaba en el mismo lugar que hacía veinte años. A partir de ese momento comprendió que su marido no había desertado de nada, que a pesar de las apariencias, seguía fiel a lo que siempre había sido, y que lo que había hecho, lo que sólo había hecho, era orientar su perspectiva para seguir siendo coherente con objeto de afrontar, con nuevas fuerzas, el nuevo periodo vital, el de la vejez, que se le venía encima.
“La edad discreta” es una sugestiva y recomendable novela corta, que a pesar de estar bien escrita, resulta mucho más interesante por lo que en ella se dice, que por la forma en que es presentada, pues sorprende la economía de medios que la autora utilizó para su elaboración.
Después de todo lo anterior, sólo me queda decir, que resulta gratificante, al menos de vez en cuando, encontrarme con un texto de tales características, que tiene la virtud de contrarrestar la banalidad imperante que hipoteca a la novela actual.
Martes, 3 de noviembre de 2.009
(elo.172)
LA EDAD DISCRETA
Simone de Beauvoir
Biblioteca de pensamiento crítico, 1.968
Día a día nos acercamos a la muerte, y lo que es peor, a un periodo, en que desgastados, tendremos que seguir viviendo haciendo frente a una existencia, que con toda seguridad, se nos escapará de las manos. La muerte, aunque no queramos pensar en ella, nos atemoriza, aunque sólo sea por el hecho, de que todo seguirá aunque nosotros no estemos. Pero aunque parezca mentira, por mucho que se diserte sobre ella, la tenemos tan asumida, incluso tan interiorizada, que sin dificultad podemos vivir dándole la espalda, sobre todo porque sabemos que es inevitable. Le damos la espalda levantando nuestras vidas frente a ella, con la esperanza de lograr cierta inmortalidad, o al menos, pues la modestia siempre debe presidir nuestros actos, de salvaguardarnos frente al abismo y al vacío que ella representa. Nuestra carrera es contra la muerte, de suerte, que ese es nuestro destino común, el único que nos une a todos, pero de forma paradójica, esa carrera, tan agotadora, siempre acabará con la meta que nos impone. Pero la muerte es la muerte, el fin inevitable, algo que no controlamos ni llegaremos a controlar nunca, por ello, nos vemos obligados a gastar todas nuestras energías en lo que atente constantemente contra ella, es decir, en la vida. La vida, por tanto, es lo único que tenemos, y tenemos que edificarla poco a poco, con la solidez necesaria para que pueda justificar nuestra existencia, ya que vivir por vivir, es precisamente todo lo contrario que vivir. Pero se vive sin instrucciones, sin un libro de ruta preestablecido, de ahí la dificultad que encontramos en lo único que a ciencia cierta tenemos que hacer, pues cada cual, atendiendo a sus necesidades, pero siempre apoyándose en sus posibilidades reales, y de la forma más coherente que pueda, tiene la obligación de hacerse cargo de su existencia. El problema es que vivir no es fácil, pues parece como si todo se articulara para complicar todo lo que ideamos o planificamos, motivo por el que cada cual, independientemente a la posición que ocupe, tiene que librar un difícil pulso, para con dignidad encarar sus objetivos vitales, sean estos los que sean. Todo se agrava cuando se comprende, que la existencia está compuesta por etapas, de suerte, que lo que servía ayer, o lo que es factible hoy, con toda seguridad carecerá de sentido mañana, por lo que siempre, habrá que buscar las estrategias necesarias para afrontar las diferentes coyunturas, ante las que a lo largo de nuestra vida necesariamente tendremos que enfrentarnos. No basta con encontrar una fórmula mágica, pues lo que nos pudo servir para sortear de forma afortunada nuestra adolescencia, resultará ineficaz, por ejemplo, para sobrellevar esa edad extraña que va de los cuarenta a los cincuenta, por no hablar de la vejez. Cada periodo de nuestra vida exige una adecuación diferente, una metodología distinta, pues no solamente somos diferentes nosotros, ya que querámoslo o no siempre evolucionamos, sino que también son diferentes las circunstancias ante las que nos encontramos. Lo anterior no significa, no puede significar nunca, que lo que en todo momento hay que hacer es adaptarnos a aquello que nos vayamos encontrando, no, pues la táctica del camaleón sólo sirve para pasar desapercibido y soportar con el mínimo esfuerzo los avatares de la realidad, de lo que se trata por el contrario, es de aprovechar, después de estudiarlas a fondo, las diferentes fisonomías que presenta la realidad, tanto la propia como la que nos llega del exterior, para intentar, al menos, estar altura de las mismas. Es inútil, aparte de suicida, mantener un esfuerzo constante, sin comprender que el medio al que nos enfrentábamos ayer ha cambiado, que ya no es el que era, o que nosotros mismo ya no somos los fuimos. Estar a las alturas de las circunstancias, significa precisamente que tenemos siempre que estar en el lugar exacto donde tenemos que estar, aceptando la visión y las enseñanzas que nos aporte nuestra propia historia, pero también, comprendiendo que no sólo nosotros cambiamos, ya que la realidad, también se modifica de forma constante. Si por el contrario se sigue apostando por el inmovilismo, la frustración y por ende la depresión, siempre nos estará esperando a la vuelta de la esquina. Creo que el objetivo al que tenemos que aspirar, es al de mantenernos jóvenes independientemente a la edad que tengamos, lo que no se logra vistiendo o siguiendo las modas de los adolescentes, sino aceptando la realidad, en todos sus ámbitos, tal y como en cada momento se consigue ante nosotros, aunque la fisonomía de la misma nunca acabe de convencernos. Hay que intentar, por aquello de la dignidad, que es lo único que nunca se puede perder, ser lo menos patéticos posibles.
Este pequeño relato de Simone de Beauvoir habla precisamente de lo anterior, de una mujer que se niega a creer que todo cambia, no llegando, por ello a comprender, la actitud que mantiene su marido ante su futuro profesional, o la decisión que había tomado su único hijo, que le obligaba a desligarse del futuro que con tanto cariño, pero también con tanto egoísmo, ella le había planificado. La protagonista se creía, que en su pequeño círculo, era la única que se mantenía fiel a sus ideales, pero su amueblado mundo se desparramó, se le vino abajo, cuando la crítica destrozó el libro que acababa de publicar, en donde quería dejar constancia, que a pesar de su edad, seguía manteniéndose en primera línea del combate intelectual, lo que la obligó a comprender, que en realidad se encontraba atascada, que se hallaba en el mismo lugar que hacía veinte años. A partir de ese momento comprendió que su marido no había desertado de nada, que a pesar de las apariencias, seguía fiel a lo que siempre había sido, y que lo que había hecho, lo que sólo había hecho, era orientar su perspectiva para seguir siendo coherente con objeto de afrontar, con nuevas fuerzas, el nuevo periodo vital, el de la vejez, que se le venía encima.
“La edad discreta” es una sugestiva y recomendable novela corta, que a pesar de estar bien escrita, resulta mucho más interesante por lo que en ella se dice, que por la forma en que es presentada, pues sorprende la economía de medios que la autora utilizó para su elaboración.
Después de todo lo anterior, sólo me queda decir, que resulta gratificante, al menos de vez en cuando, encontrarme con un texto de tales características, que tiene la virtud de contrarrestar la banalidad imperante que hipoteca a la novela actual.
Martes, 3 de noviembre de 2.009
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