LECTURAS
(elo.098)
LA GLOBALIZACIÓN Y LA IDENTIDAD EUROPEA
Xavier Rubert de Ventós
El País, 28.10.07
Siempre, aunque no acaben gustando, resulta conveniente conocer las opiniones de Rubert de Ventós sobre la cuestión nacionalista, pues se quiera o no, es uno de los escasos teóricos, que desde la izquierda, afronta con más contundencia dicha problemática, que no por casualidad, de un tiempo a esta parte, está embarrando toda la vida política de este extraño país. Desde que recuerdo, él apuesta por la independencia de Cataluña, por lo que sus planteamientos, en todo momento hay que insertarlos bajo dicha perspectiva, lo que en ningún momento, como se suele hacer, debe suponer un motivo para su descalificación a priori. Lo fácil, es apartar de nuestra vista lo que no sintonice con las opiniones que sostenemos, todo aquello que pueda poner en jaque lo que pensamos, sin realizar siquiera, el sano y saludable esfuerzo, de intentar comprender lo que desde la otra orilla se nos dice, provocando una cerrazón mental, que está consiguiendo cerrar las puertas a la mismísima política. La política, y esto es algo que de forma constante hay que repetir, pues parece que a la hora de la verdad nadie lo recuerda, es ante todo confrontación de ideas, pero de ideas diferenciadas, con la intención de que se puedan llegar a acuerdos y a vías de consenso entre las mismas. Por ello, para que la política, la verdadera política pueda desarrollarse, en primer lugar, es necesario que se conozcan todas las ideas que sobre un mismo tema se pongan sobre la mesa, pero que se conozcan a la perfección, y no como ahora, en donde todo parece consistir, en buscar adhesiones inquebrantables a los postulados que se poseen, importando poco, por no decir nada, las del contrario. Curioso, pero el frentismo, y no de forma gratuita, es una actitud que se está imponiendo en todos los órdenes de la vida, y no sólo en política, lo que no habla precisamente bien del hombre medio actual, que en lugar de permanecer abierto a las múltiples posibilidades que se le presentan en su deambular, cada día se encuentra más enrocado en la visión del mundo que posee, estimando, como si fuera un iluminado, que todas las restantes, en el mejor de los casos son erróneas. De hecho, uno observa con estupor, como el espíritu de cruzada se está imponiendo de nuevo, pues aquello tan viejo “del conmigo o contra mi”, aunque parezca mentira, aparece como la estrategia más utilizada en nuestros días, posiblemente por resultar la más cómoda. Por ello, aunque sólo sea por intentar romper con tales dinámicas, es conveniente tratar de comprender (y sólo se comprende después de haber analizado), aquellas propuestas que no coinciden con las que se poseen, en primer lugar para saber si lo que se piensa sobre algo es lo correcto, o si por el contrario, es necesario cambiar dicha opinión (lo que nunca puede ser un drama), y sólo en segundo lugar, para intentar hacer comprender al contrario que se encuentra en un error. Ahora, aunque no se conozca bien, lo importante parece que es combatir la idea enemiga, como si existiera la necesidad de erradicar todo aquello que pueda poner en peligro nuestra estabilidad intelectual, hecho que al menos, debería provocar la reflexión.
En este artículo, el filósofo catalán afirma, que debido a los procesos globalizadores, los Estados nacionales están perdiendo su razón de ser, intentando por ello justificarse ante la ciudadanía, utilizando los instrumentos que hasta la fecha habían venido esgrimiendo las denominadas naciones sin estado, a saber, las motivaciones étnicas y culturales, o lo que es lo mismo, las sentimentales. Este hecho, que en principio podría ser considerado como revolucionario, pues supone un cambio de radical importancia, para Rubert de Ventós se debe, a la debilidad que dichas estructuras padecen, desde que perdieron gran parte de sus competencias, la mayoría de las cuales delegadas a instituciones u organismos supranacionales. Antes, por ejemplo, la política económica de un determinado país, con todo el poder que ello suponía, era dictada por instituciones de dicho país, pero en la actualidad, esas política son elaborada y ejercida por nuevas instituciones radicadas fuera del mismo, como el Banco Central Europeo, o por extrañas organizaciones neocoloniales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, dejando a los gobernantes sin un instrumento esencial de intervención social. Lo mismo ocurre en las restantes parcelas, que antes sólo incumbían a los estados nacionales, hecho que lógicamente, le está quitando credibilidad, lo que les empuja, a intentar reencontrarlas, no como siempre había hecho, en la instrumentalidad, pues los estados siempre han sido eso, unas herramientas necesarias para hacer más fácil la vida de la ciudadanía, sino en argumentos sentimentales como el amor a la patria o en eso tan extraño como el orgullo nacional. Creo que en este aspecto, Rubert de Ventós se equivoca, pues aunque es verdad que el poder de los estados nacionales no es el mismo que antes, aún tienen un importante papel que desarrollar, pues la gestión, siguiendo con el ejemplo, de esas políticas económicas impuestas desde fuera, tienen que ser ejercidas por dichos estados, que si bien, no pueden tener ya el tamaño que antes tuvieron, lo que en todo caso es positivo, sí siguen jugando un papel central y vertebrador en nuestras sociedades. Pero claro, cada cual arrima el ascua a su sardina, y el planteamiento del autor de “De la identidad a la independencia”, se basa, en que dicho papel deberían ejercerlo las pequeñas regiones, siempre y cuando éstas, estén dispuestas a asumir nuevas competencias y a abandonar sus antiguas reivindicaciones sentimentales, para conformarse en verdaderas naciones, poseedoras todas, de unos estados que lleven a cabo las políticas jacobinas que ya no desarrollan los estados centrales. Rubert, en el fondo, de lo que está hablando es de descentralización, de un inevitable proceso que se está llevando a cabo en la actualidad, que consiste, en que áreas administrativas menores, asuman determinadas competencias del estado central, en lo que Cataluña es un ejemplo, al igual que Euzkadi, entre otras razones porque España es posiblemente, por motivos históricos, la nación más descentralizada del mundo. El problema es que tal proceso puede significar, que el actual mapa político internacional, tenga que ampliarse de forma ilimitada con la aparición de una multitud de nuevos estados, pues esos nuevos estados, en poco tiempo también quedarán deslegitimados, cuando las instituciones comarcales o locales les exijan las competencias que creen merecer, con la misma autoridad con la que ellos se la piden ahora a los gobiernos centrales. Sí, estamos en unas dinámicas globalizadoras, que con toda seguridad, y en poco tiempo, van a cambiar el panorama político de nuestras sociedades, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que tal proceso acabará inevitablemente con la creación de nuevas naciones, sino posiblemente en conglomerados descentralizados, en torno a importantes núcleos urbanos, como por ejemplo Barcelona, que serán en último extremo, los que vertebrarán las futuras sociedades. Creo que Rubert se detiene, cuando lo que debería hacer, es proseguir con sus análisis hasta el fondo, pues pararse en donde a uno le interesa, aunque resulte comprensible y justificable, demuestra una importante pereza mental, que en principio no se encuentra a su altura intelectual.
Pero posiblemente lo más interesante del artículo no se encuentre en lo anterior, sino en su visión de lo que debe ser una sociedad plurinacional. Evidentemente Rubert no apuesta por una sociedad homogénea, que siempre ha sido la aspiración de los nacionalistas clásicos, entre otras razones, porque él no es un nacionalista clásico. Toda sociedad homogénea, parece decir, en el caso de que tal realidad pudiera darse en las actuales circunstancias históricas, tenderá hacia cierto fundamentalismo étnico y cultural, lo que sólo se podrá evitar, gracias a que en la misma existan diferentes variables que contrarresten dicha deriva, de suerte que, una sociedad en la que existan un gran número de variables, ideológicas, étnicas, culturales, será menos propensa a caer en dicho fundamentalismo, que otra en que ese número de variables sea menor. La cuestión radica, en que para él, esas sociedades plurinacionales ya no las puede garantizar los estados tradicionales centralizados, sino esas pequeñas comunidades que aspiran a la independencia, precisamente, porque aquellas han dejado de tener sentido funcional, mientras que estas, en su nuevo papel, tendrán que dedicarse, entre otras tareas, a salvaguardar las diferencias existentes. Sigo sin comprender nada. El catalán, en su intento por darle la vuelta a la tortilla ha realizado un salto mortal en donde sitúa, en contra de lo estimado comúnmente, a los estados centrales, que hasta ahora habían sido plurinacionales, en Estados homogeneizadores, mientras que a las pequeñas regiones, que hasta la fecha siempre habían favorecido precisamente la unidad cultural y étnica de sus miembros, con la intención de mantener su singularidad, en estructuras encargadas, sobre todo, de velar por las diferencias. Como dije anteriormente, las actuales dinámicas sociales tienden a la descentralización, a una descentralización cada día más radical, en donde la gestión de los asuntos, ya sean administrativos o sociales, serán gestionados por unidades menores que se encuentren en contacto directo con los ciudadanos, pero hay que tener cuidado en no errar en los veredictos, ni cohn los vaticinios, pues una cosa es la descentralización y otra muy distinta, la creación de nuevos estados centralizados por muy pequeños que éstos lleguen a ser. El nacionalismo y el independentismo, a lo que aspiran es a eso, a cuadricular la nueva sociedad global, sin comprender, que tal actitud, aunque se intente llevar a cabo desde posiciones izquierdistas, va a contracorriente del gran tsunami histórico en donde todos, queramos o no, nos encontramos aupados.
Martes, 30 de octubre de 2.007
domingo, 23 de diciembre de 2007
martes, 18 de diciembre de 2007
Mauricio o las elecciones primarias
LECTURAS
(elo.097)
MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.006
Hace varios años, comentando también una novela de Eduardo Mendoza, señalé la necesidad, de que la crítica, antes de juzgar una determinada obra, tenía la obligación, con objeto de orientar al lector (esa en teoría debe ser una de sus funciones), de especificar el subgrupo literario en donde habría que insertar dicha obra, pues no es lo mismo, en el caso de la novela por ejemplo, leer a Pérez-Reverte que a Marías. Lo anterior no puede en ningún caso significar, aunque cada lector tenga sus preferencias, que se partan de prejuicios absurdos sobre la mayor calidad de uno o de otro, pues cada uno de esos segmentos en que se divide la creación literaria, posee unas cualidades, nada fáciles de alcanzar. Cuando se lee o se critica una novela popular, hay siempre que partir de la base de que se está leyendo una novela popular, y esto que en principio puede parecer una perogrullada, curiosamente, es algo que no se tiene siempre en cuenta. No se puede, a pesar de ser lo habitual, analizar una novela, para seguir con el ejemplo, del creador de Alatriste, con las mismas herramientas que otra de Bellow, pues ambas concepciones literarias son radicalmente contrapuestas, lo que puede acarrear, con casi total seguridad, un error de perspectiva que frustre una visión correcta de la obra en cuestión. Lo anterior, no quiere decir que se tenga que caer en un absurdo relativismo en donde todo valga, no, pues lo que intento decir, espero que con algo de fortuna, es que para llegar a conseguir una lectura cabal de un determinado texto, es necesario conocer la tradición literaria a la pertenece, con la intención de comprender los objetivos que se ha propuesto el autor con el mismo, para tratar de avaluar de forma objetiva, en la medida de lo posible, si dichos objetivos se han cumplido o por el contrario se han dejado en el camino.
La literatura popular, es aquella, y por esto es la más comprada y leída, que busca el entretenimiento del lector, lo que no quiere decir, que toda la que consiga tal objetivo primario, pueda ser considerada una buena novela popular. No, también con este tipo de novelas existen niveles, niveles de exigencia, existiendo la buena literatura popular y la mala literatura popular, siendo la primera la que se queda sólo en el hecho de contar una historia intrascendente, y la segunda, la que confiando en la inteligencia del lector, intenta evitar el camino fácil, el desarrollar una historia banal, de esas que se olvidan, de forma curiosa, en el instante mismo de acabar la lectura. Este tipo de literatura, a pesar de lo que suele pensarse, no sólo es consumida por aquellos lectores que bien comienzan a leer o por los que no desean complicarse la vida con la literatura de altura, pues también hay muchos lectores experimentados, que de vez en cuando, por necesidad de pasar un buen rato, se asoman a ella buscando el placer de la lectura. Hay veces, que después de haber afrontado un texto exigente, de esos que necesitan de una lectura reposada, un lector siente la necesidad de embarcarse en las intrépidas aventuras de algún bucanero en los mares del sur, o en los avatares de algún detective privado en su eterna lucha contra el mal, de hecho, la persona más inteligente que he llegado a conocer, poseía una segunda biblioteca especializada en novela negra, novelas con las que conseguía conciliar el sueño. Recuerdo también a mi padre, que durante una época, cuando llegaba a casa después de una agotadora jornada laboral, malgastaba su tiempo libre con novelas del oeste, de esas que escribía Marcial Lafuente Estefanía, que tan en boga estuvieron durante una época en nuestro país. Creo que la diferencia entre la buena novela popular y la mala, se puede encontrar en ambos ejemplos. Siempre he creído, que la novela popular tiene una función esencial, que no es otra, que la de crear nuevos lectores, pues nadie, como he repetido en muchas ocasiones, se puede aficionar a la literatura leyendo a Proust o a Joyce, ya que para poder llegar a estas cumbres de la literatura, antes hay que pasar necesariamente por una multitud de autores menores, todos ellos imprescindibles, que serán los que poco a poco, irán abriendo el amplio sendero que lleva hacia la literatura de calidad. La buena literatura popular, la que resulta necesaria, sería aquella, que tuviera la facultad de incitar a la lectura, pero no a la lectura por la lectura, sino a una lectura de cada vez de más altura, como ocurre con la buena novela negra, mientras que la mala, la que a todas luces resulta prescindible, es la que no conduce al lector a ninguna parte, como aquellas novelas que leía sin parar mi padre.
Últimamente, debido a la mercantilización de la literatura que estamos padeciendo, se observa un nuevo fenómeno que, al menos a mi, me llama de forma poderosa la atención, y es que se está intentando vender, y de hecho se venden, novelas eminentemente populares en envoltorios de novela de calidad, fenómeno que es acompañado, por otro hecho también curioso, por no decir sorprendente, y es que novelistas de consolidada reputación, de esos que llevan sobre sus espaldas un importante prestigio literario ganado evidentemente a pulso, se están dedicando a realizar obras banales, que consiguen importantes ventas, gracias, no a la calidad de dichos textos, sino al prestigio de su firma. En principio podría pensarse, que el aterrizaje de un autor consagrado en eso que venimos llamando literatura popular, tendría que suponer un aumento de la calidad de dicha literatura, pero en casi todas las ocasiones ocurre lo contrario, pues por norma general, esos autores bajan tanto el nivel, que sólo consiguen poner en los estantes de las librerías novelas infumables y vergonzosas, que parecen estar diseñadas y ejecutadas, sólo para engordar la cuenta corriente de sus autores. Es el caso de Eduardo Mendoza.
Hace algunos años, Eduardo Mendoza sorprendió a propios y a extraños, con un artículo publicado en el diario El País, en donde realizaba unas de claraciones en las que afirmaba, que había comprendido que la novela de entretenimiento ya no le interesaba, y que desde ese momento se dedicaría al teatro, actividad artística que estimaba mucho más interesante. De esas declaraciones salió la famosa definición de “la novela de sofá”, en referencia a la literatura intrascendente que sólo buscaba el entretenimiento por el entretenimiento. Imagino que todos los que leímos con interés aquel artículo, quedamos sorprendidos cuando el barcelonés publicó “La aventura del tocador de señoras”, novela que ante todo, se podía definir como eso, como una novela de sofá, aunque hay que reconocer que tenía cierta gracia, por el personaje que había rescatado de antiguas obras suyas, el sorprendente e inclasificable Juan. Pero Mendoza ha seguido en su empeño en tratar de sorprendernos con nuevas obras de ínfima calidad, con regalarnos obras eminentemente alimenticias carentes por completo de sentido y de justificación, como en la que en esta ocasión ha caído en mis manos, novela que pone en jaque seriamente su credibilidad como novelista de calidad, pues en esta ocasión, rizando el rizo, ha conseguido no ya una novela de sofá, sino una novela de mesita de noche, sólo apta para que el lector se quede dormido de aburrimiento.
“Mauricio o las elecciones primarias” (título absurdo pues en la novela no se producen elecciones primarias), nos cuenta la historia de un dentista en la Barcelona que aspiraba a ser sede de los Juegos Olímpicos, historia a la que no consigue sacarle ningún partido, a pesar de que le hubiera podido sacar el mismo jugo que a su obra más emblemática “La ciudad de los prodigios”, pero parece que Mendoza ya no está por la labor, posiblemente, porque en el fondo ya no cree en la novela. Una lástima.
Lunes, 22 de Octubre de 2.007
(elo.097)
MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2.006
Hace varios años, comentando también una novela de Eduardo Mendoza, señalé la necesidad, de que la crítica, antes de juzgar una determinada obra, tenía la obligación, con objeto de orientar al lector (esa en teoría debe ser una de sus funciones), de especificar el subgrupo literario en donde habría que insertar dicha obra, pues no es lo mismo, en el caso de la novela por ejemplo, leer a Pérez-Reverte que a Marías. Lo anterior no puede en ningún caso significar, aunque cada lector tenga sus preferencias, que se partan de prejuicios absurdos sobre la mayor calidad de uno o de otro, pues cada uno de esos segmentos en que se divide la creación literaria, posee unas cualidades, nada fáciles de alcanzar. Cuando se lee o se critica una novela popular, hay siempre que partir de la base de que se está leyendo una novela popular, y esto que en principio puede parecer una perogrullada, curiosamente, es algo que no se tiene siempre en cuenta. No se puede, a pesar de ser lo habitual, analizar una novela, para seguir con el ejemplo, del creador de Alatriste, con las mismas herramientas que otra de Bellow, pues ambas concepciones literarias son radicalmente contrapuestas, lo que puede acarrear, con casi total seguridad, un error de perspectiva que frustre una visión correcta de la obra en cuestión. Lo anterior, no quiere decir que se tenga que caer en un absurdo relativismo en donde todo valga, no, pues lo que intento decir, espero que con algo de fortuna, es que para llegar a conseguir una lectura cabal de un determinado texto, es necesario conocer la tradición literaria a la pertenece, con la intención de comprender los objetivos que se ha propuesto el autor con el mismo, para tratar de avaluar de forma objetiva, en la medida de lo posible, si dichos objetivos se han cumplido o por el contrario se han dejado en el camino.
La literatura popular, es aquella, y por esto es la más comprada y leída, que busca el entretenimiento del lector, lo que no quiere decir, que toda la que consiga tal objetivo primario, pueda ser considerada una buena novela popular. No, también con este tipo de novelas existen niveles, niveles de exigencia, existiendo la buena literatura popular y la mala literatura popular, siendo la primera la que se queda sólo en el hecho de contar una historia intrascendente, y la segunda, la que confiando en la inteligencia del lector, intenta evitar el camino fácil, el desarrollar una historia banal, de esas que se olvidan, de forma curiosa, en el instante mismo de acabar la lectura. Este tipo de literatura, a pesar de lo que suele pensarse, no sólo es consumida por aquellos lectores que bien comienzan a leer o por los que no desean complicarse la vida con la literatura de altura, pues también hay muchos lectores experimentados, que de vez en cuando, por necesidad de pasar un buen rato, se asoman a ella buscando el placer de la lectura. Hay veces, que después de haber afrontado un texto exigente, de esos que necesitan de una lectura reposada, un lector siente la necesidad de embarcarse en las intrépidas aventuras de algún bucanero en los mares del sur, o en los avatares de algún detective privado en su eterna lucha contra el mal, de hecho, la persona más inteligente que he llegado a conocer, poseía una segunda biblioteca especializada en novela negra, novelas con las que conseguía conciliar el sueño. Recuerdo también a mi padre, que durante una época, cuando llegaba a casa después de una agotadora jornada laboral, malgastaba su tiempo libre con novelas del oeste, de esas que escribía Marcial Lafuente Estefanía, que tan en boga estuvieron durante una época en nuestro país. Creo que la diferencia entre la buena novela popular y la mala, se puede encontrar en ambos ejemplos. Siempre he creído, que la novela popular tiene una función esencial, que no es otra, que la de crear nuevos lectores, pues nadie, como he repetido en muchas ocasiones, se puede aficionar a la literatura leyendo a Proust o a Joyce, ya que para poder llegar a estas cumbres de la literatura, antes hay que pasar necesariamente por una multitud de autores menores, todos ellos imprescindibles, que serán los que poco a poco, irán abriendo el amplio sendero que lleva hacia la literatura de calidad. La buena literatura popular, la que resulta necesaria, sería aquella, que tuviera la facultad de incitar a la lectura, pero no a la lectura por la lectura, sino a una lectura de cada vez de más altura, como ocurre con la buena novela negra, mientras que la mala, la que a todas luces resulta prescindible, es la que no conduce al lector a ninguna parte, como aquellas novelas que leía sin parar mi padre.
Últimamente, debido a la mercantilización de la literatura que estamos padeciendo, se observa un nuevo fenómeno que, al menos a mi, me llama de forma poderosa la atención, y es que se está intentando vender, y de hecho se venden, novelas eminentemente populares en envoltorios de novela de calidad, fenómeno que es acompañado, por otro hecho también curioso, por no decir sorprendente, y es que novelistas de consolidada reputación, de esos que llevan sobre sus espaldas un importante prestigio literario ganado evidentemente a pulso, se están dedicando a realizar obras banales, que consiguen importantes ventas, gracias, no a la calidad de dichos textos, sino al prestigio de su firma. En principio podría pensarse, que el aterrizaje de un autor consagrado en eso que venimos llamando literatura popular, tendría que suponer un aumento de la calidad de dicha literatura, pero en casi todas las ocasiones ocurre lo contrario, pues por norma general, esos autores bajan tanto el nivel, que sólo consiguen poner en los estantes de las librerías novelas infumables y vergonzosas, que parecen estar diseñadas y ejecutadas, sólo para engordar la cuenta corriente de sus autores. Es el caso de Eduardo Mendoza.
Hace algunos años, Eduardo Mendoza sorprendió a propios y a extraños, con un artículo publicado en el diario El País, en donde realizaba unas de claraciones en las que afirmaba, que había comprendido que la novela de entretenimiento ya no le interesaba, y que desde ese momento se dedicaría al teatro, actividad artística que estimaba mucho más interesante. De esas declaraciones salió la famosa definición de “la novela de sofá”, en referencia a la literatura intrascendente que sólo buscaba el entretenimiento por el entretenimiento. Imagino que todos los que leímos con interés aquel artículo, quedamos sorprendidos cuando el barcelonés publicó “La aventura del tocador de señoras”, novela que ante todo, se podía definir como eso, como una novela de sofá, aunque hay que reconocer que tenía cierta gracia, por el personaje que había rescatado de antiguas obras suyas, el sorprendente e inclasificable Juan. Pero Mendoza ha seguido en su empeño en tratar de sorprendernos con nuevas obras de ínfima calidad, con regalarnos obras eminentemente alimenticias carentes por completo de sentido y de justificación, como en la que en esta ocasión ha caído en mis manos, novela que pone en jaque seriamente su credibilidad como novelista de calidad, pues en esta ocasión, rizando el rizo, ha conseguido no ya una novela de sofá, sino una novela de mesita de noche, sólo apta para que el lector se quede dormido de aburrimiento.
“Mauricio o las elecciones primarias” (título absurdo pues en la novela no se producen elecciones primarias), nos cuenta la historia de un dentista en la Barcelona que aspiraba a ser sede de los Juegos Olímpicos, historia a la que no consigue sacarle ningún partido, a pesar de que le hubiera podido sacar el mismo jugo que a su obra más emblemática “La ciudad de los prodigios”, pero parece que Mendoza ya no está por la labor, posiblemente, porque en el fondo ya no cree en la novela. Una lástima.
Lunes, 22 de Octubre de 2.007
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Veneno y sombra y adiós
LECTURAS
(elo.096)
TU ROSTRO MAÑANA, 3
Veneno y sombra y adiós
Javier Marías
Siempre es motivo de satisfacción, e incluso de alegría, enterarse que ha aparecido en las librerías una nueva novela Javier Marías, pues el novelista madrileño ante todo asegura, y eso creo que nadie puede reprochárselo, ni tan siquiera sus críticos más hostiles, una calidad literaria muy por encima de la media existente en nuestro país. Alguien dijo en cierta ocasión, que es nuestro mejor escritor británico, sobre todo, creo, porque su prosa nada tiene que ver, con la que se realiza, se vende y se premia por estos lares, pues la riqueza que uno encuentra en todas sus obras, lo convierten en un espécimen raro, al que sin duda hay que proteger, muy parecida a la su maestro Benet, pero a diferencia de la de éste, cuya literatura cada día se encuentra más muerta, resulta de una luminosidad extrema. Marías, en una reciente entrevista, con razón, afirmaba que el tipo de literatura que él realiza, está condenada a vender, sólo, en el mejor de los casos, quince mil ejemplares, y eso con suerte y gracias a un despliegue publicitario mayúsculo (esto último lo digo yo), lo que en realidad no ocurre con sus novelas, que obtienen unos niveles de ventas, muy por encima de lo que en principio se podría esperar. El autor de “Corazón tan blanco”, tiene una acogida entre el público difícil de explicar, pues a pesar de que sus obras, podrían definirse ante todo como no comerciales, consiguen no obstante, posicionarse en las primeras semanas, en los primeros puestos de todas las listas de ventas, algo sorprendente, si se ha leído al madrileño. Tengo la sensación, al hilo de lo anterior, que es uno de esos autores que consiguen vender más, de lo que en realidad llega a leerse, de esos cuya fama, empuja al público a comprar sus obras, que en la mayoría de las ocasiones, son abandonas al poco de haberse comenzado a leer, pues la literatura de Marías no se encuentra precisamente al alcance de todos. Su obra no encaja entre aquellas que Mendoza califico en su día como literatura de sofá, que es la que en realidad se vende y se lee, aunque tampoco, por supuesto, entre la que algunos denominarían literatura de combate o comprometida, estando su fuerza, su atractivo, no tanto en las historias que cuenta, como en la forma en que cuenta sus historias, y en la gran cantidad de imágenes, muchas de ellas inolvidables, que es capaz de regalar al lector.
Estimo que a estas alturas, en esa literatura que en realidad se vende, se está sobrevalorando el papel de la historia que se cuenta, sobre los restantes elementos que en todo momento deben hacer posible una obra de arte literaria, de suerte que, nos estamos acostumbrando, a dejarnos llevar por las desdichas y por las venturas de un determinado protagonista, detrás del cual corremos sin prestar demasiada atención, por ejemplo, al lenguaje empleado para narrar dichas aventuras. Se habla de transparencia y de lenguaje directo, de que lo narrativo, a estas alturas, carece de importancia y que sólo es una rémora del pasado, que la literatura de nuestros días debe adaptarse a las necesidades del hombre contemporáneo, sin comprenderse, que todo lo anterior, está conduciendo a la literatura a un callejón sin salida. Pérez-Reverte, la semana pasada, en una entrevista concedida a un importante periódico, dijo que él, incluso cuando escribía se consideraba un lector, no pareciéndose en nada a su amigo Marías, que ante todo y sobre todo era un escritor. Posiblemente nuestro polémico amigo Corso, sin proponérselo, ha logrado dar con la tecla exacta de uno de los males que afecta a la literatura en estos momentos, el hecho de tenerse que escribir necesariamente para que se lea con facilidad, o lo que es lo mismo, de tener que escribir para agradar a ese lector que espera, con impaciencia, nuevas historias que devorar. El tipo de literatura que realiza el cartagenero, puede ser considerada en este aspecto como paradigmática, al ser la literatura que en la actualidad interesa, tanto a las editoriales como a la comunidad de lectores, pues en ella, con todas sus deficiencias, se pueden encontrar, todo lo que desea hallar en una novela, el prototipo de lector de nuestros días, al ser obras que ante todo buscan el entretenimiento sobre unos esquemas, casi siempre demasiados diáfanos. Todo el mundo lee, y se lee evidentemente más que nunca, pero sin embargo, el nivel de las aguas literarias están más bajo que nunca, lo que se debe, a ese interés por presentar y potenciar obras que ante todo sean masticables y de fácil digestión, pues de lo que se trata, no es de aumentar la calidad literaria, sino de buscar, donde sea, nuevos lectores. Pero la buena literatura, la de altura, por el contrario, casi siempre es aquella que no resulta fácil de afrontar, y por supuesto, la que requiere una lenta asimilación, aquella que exige un lector atento que se detenga no sólo en la trama, sino en todo aquello que la hacen posible. A este tipo de literatura, se le podría denominar literatura literaria, siendo con diferencia Javier Marías, el máximo exponente en nuestro país de esta tendencia, pues en sus novelas, el lector comprende (el lector interesado en leer no el que sólo desea que le cuenten lisa y llanamente una historia), que en muchas ocasiones, es bastante más importante el cómo se dice que el qué, o lo que es lo mismo, el disfrute con la lectura, que el placer que pudiera producir una determinada historia.
La aparición del último volumen de la trilogía “Tu rostro mañana”, a pesar de no ser su mejor obra, como él se empeña en afirma, es una novela que sí se encuentra dentro de todos los parámetros, que hasta el momento han singularizado la producción literaria del escritor madrileño. Es ante todo una obra de Marías, perfectamente identificable, y que sólo, posiblemente, puedan disfrutar en todo su esplendor sus lectores habituales, aquellos que siempre están esperando algo suyo, pues su forma de escribir tiene una capacidad de enganche incuestionable. En esta tercera entrega, Javier Deza, el protagonista de la obra, prosigue sus andanzas en una misteriosa oficina del servicio secreto británico, intentando conocer, o descifrar los secretos ocultos, de todos los que son tildados de sospechosos por los responsables de dicho departamento. Pero la singularidad de su trabajo, consiste, en tener que descubrir la personalidad real de dichos individuos, no por lo que dicen, sino precisamente por aquello que callan y que sólo consiguen delatar sus gestos. El tema es el mismo que el de sus anteriores obras, el secreto, la necesidad del secreto, y la necesidad que todos tenemos de desentrañar dichos secretos. La mayor parte de la novela se sustenta sobre conversaciones, sobre largos diálogos en todo momento sazonados por sus incisivas opiniones y por sus deslumbrantes matices. En ella también asoman, mucho más desarrollados algunos personajes que ya aparecieron en otras novelas suyas, como el desconcertante y siempre enigmático copista Custardoy, aunque de todas forma, lo que siempre quedará de esta novela, como de todas las anteriores suyas, es el recuerdo del placer encontrado en su lectura y algunas imágenes que difícilmente podrán olvidarse, que es todo lo contrario, de lo que uno encuentra en esas habituales y cotidianas novelas que parecen copar todo el panorama literario actual, de esas mismas que a los pocos días, ni tan siquiera, se consiguen recordar sus argumentos.
Domingo,7 de octubre de 2007
(elo.096)
TU ROSTRO MAÑANA, 3
Veneno y sombra y adiós
Javier Marías
Siempre es motivo de satisfacción, e incluso de alegría, enterarse que ha aparecido en las librerías una nueva novela Javier Marías, pues el novelista madrileño ante todo asegura, y eso creo que nadie puede reprochárselo, ni tan siquiera sus críticos más hostiles, una calidad literaria muy por encima de la media existente en nuestro país. Alguien dijo en cierta ocasión, que es nuestro mejor escritor británico, sobre todo, creo, porque su prosa nada tiene que ver, con la que se realiza, se vende y se premia por estos lares, pues la riqueza que uno encuentra en todas sus obras, lo convierten en un espécimen raro, al que sin duda hay que proteger, muy parecida a la su maestro Benet, pero a diferencia de la de éste, cuya literatura cada día se encuentra más muerta, resulta de una luminosidad extrema. Marías, en una reciente entrevista, con razón, afirmaba que el tipo de literatura que él realiza, está condenada a vender, sólo, en el mejor de los casos, quince mil ejemplares, y eso con suerte y gracias a un despliegue publicitario mayúsculo (esto último lo digo yo), lo que en realidad no ocurre con sus novelas, que obtienen unos niveles de ventas, muy por encima de lo que en principio se podría esperar. El autor de “Corazón tan blanco”, tiene una acogida entre el público difícil de explicar, pues a pesar de que sus obras, podrían definirse ante todo como no comerciales, consiguen no obstante, posicionarse en las primeras semanas, en los primeros puestos de todas las listas de ventas, algo sorprendente, si se ha leído al madrileño. Tengo la sensación, al hilo de lo anterior, que es uno de esos autores que consiguen vender más, de lo que en realidad llega a leerse, de esos cuya fama, empuja al público a comprar sus obras, que en la mayoría de las ocasiones, son abandonas al poco de haberse comenzado a leer, pues la literatura de Marías no se encuentra precisamente al alcance de todos. Su obra no encaja entre aquellas que Mendoza califico en su día como literatura de sofá, que es la que en realidad se vende y se lee, aunque tampoco, por supuesto, entre la que algunos denominarían literatura de combate o comprometida, estando su fuerza, su atractivo, no tanto en las historias que cuenta, como en la forma en que cuenta sus historias, y en la gran cantidad de imágenes, muchas de ellas inolvidables, que es capaz de regalar al lector.
Estimo que a estas alturas, en esa literatura que en realidad se vende, se está sobrevalorando el papel de la historia que se cuenta, sobre los restantes elementos que en todo momento deben hacer posible una obra de arte literaria, de suerte que, nos estamos acostumbrando, a dejarnos llevar por las desdichas y por las venturas de un determinado protagonista, detrás del cual corremos sin prestar demasiada atención, por ejemplo, al lenguaje empleado para narrar dichas aventuras. Se habla de transparencia y de lenguaje directo, de que lo narrativo, a estas alturas, carece de importancia y que sólo es una rémora del pasado, que la literatura de nuestros días debe adaptarse a las necesidades del hombre contemporáneo, sin comprenderse, que todo lo anterior, está conduciendo a la literatura a un callejón sin salida. Pérez-Reverte, la semana pasada, en una entrevista concedida a un importante periódico, dijo que él, incluso cuando escribía se consideraba un lector, no pareciéndose en nada a su amigo Marías, que ante todo y sobre todo era un escritor. Posiblemente nuestro polémico amigo Corso, sin proponérselo, ha logrado dar con la tecla exacta de uno de los males que afecta a la literatura en estos momentos, el hecho de tenerse que escribir necesariamente para que se lea con facilidad, o lo que es lo mismo, de tener que escribir para agradar a ese lector que espera, con impaciencia, nuevas historias que devorar. El tipo de literatura que realiza el cartagenero, puede ser considerada en este aspecto como paradigmática, al ser la literatura que en la actualidad interesa, tanto a las editoriales como a la comunidad de lectores, pues en ella, con todas sus deficiencias, se pueden encontrar, todo lo que desea hallar en una novela, el prototipo de lector de nuestros días, al ser obras que ante todo buscan el entretenimiento sobre unos esquemas, casi siempre demasiados diáfanos. Todo el mundo lee, y se lee evidentemente más que nunca, pero sin embargo, el nivel de las aguas literarias están más bajo que nunca, lo que se debe, a ese interés por presentar y potenciar obras que ante todo sean masticables y de fácil digestión, pues de lo que se trata, no es de aumentar la calidad literaria, sino de buscar, donde sea, nuevos lectores. Pero la buena literatura, la de altura, por el contrario, casi siempre es aquella que no resulta fácil de afrontar, y por supuesto, la que requiere una lenta asimilación, aquella que exige un lector atento que se detenga no sólo en la trama, sino en todo aquello que la hacen posible. A este tipo de literatura, se le podría denominar literatura literaria, siendo con diferencia Javier Marías, el máximo exponente en nuestro país de esta tendencia, pues en sus novelas, el lector comprende (el lector interesado en leer no el que sólo desea que le cuenten lisa y llanamente una historia), que en muchas ocasiones, es bastante más importante el cómo se dice que el qué, o lo que es lo mismo, el disfrute con la lectura, que el placer que pudiera producir una determinada historia.
La aparición del último volumen de la trilogía “Tu rostro mañana”, a pesar de no ser su mejor obra, como él se empeña en afirma, es una novela que sí se encuentra dentro de todos los parámetros, que hasta el momento han singularizado la producción literaria del escritor madrileño. Es ante todo una obra de Marías, perfectamente identificable, y que sólo, posiblemente, puedan disfrutar en todo su esplendor sus lectores habituales, aquellos que siempre están esperando algo suyo, pues su forma de escribir tiene una capacidad de enganche incuestionable. En esta tercera entrega, Javier Deza, el protagonista de la obra, prosigue sus andanzas en una misteriosa oficina del servicio secreto británico, intentando conocer, o descifrar los secretos ocultos, de todos los que son tildados de sospechosos por los responsables de dicho departamento. Pero la singularidad de su trabajo, consiste, en tener que descubrir la personalidad real de dichos individuos, no por lo que dicen, sino precisamente por aquello que callan y que sólo consiguen delatar sus gestos. El tema es el mismo que el de sus anteriores obras, el secreto, la necesidad del secreto, y la necesidad que todos tenemos de desentrañar dichos secretos. La mayor parte de la novela se sustenta sobre conversaciones, sobre largos diálogos en todo momento sazonados por sus incisivas opiniones y por sus deslumbrantes matices. En ella también asoman, mucho más desarrollados algunos personajes que ya aparecieron en otras novelas suyas, como el desconcertante y siempre enigmático copista Custardoy, aunque de todas forma, lo que siempre quedará de esta novela, como de todas las anteriores suyas, es el recuerdo del placer encontrado en su lectura y algunas imágenes que difícilmente podrán olvidarse, que es todo lo contrario, de lo que uno encuentra en esas habituales y cotidianas novelas que parecen copar todo el panorama literario actual, de esas mismas que a los pocos días, ni tan siquiera, se consiguen recordar sus argumentos.
Domingo,7 de octubre de 2007
viernes, 30 de noviembre de 2007
Sin respiro
LECTURAS
(elo.095)
SIN RESPIRO
William Boyd
Alfaguara, 2.006
Sigo pensando, que la literatura, la buena literatura es, tiene que ser, algo más que un mero entretenimiento, una actividad artística, en donde el autor lleve de la mano al lector por senderos desconocidos por ambos, con la esperanza, de que a la vuelta de cualquier recodo, pueda aparecer lo inesperado. Para los que buscan entretenerse, algo muy lícito por otra parte, existen otros productos, incluso determinado tipo de literatura, aunque ésta, poco tiene que ver con la otra, con la que aquí se califica de artística. El problema, o uno de los problemas, es que la literatura cada día se concibe más como una mercancía que como una actividad artística, lo que está conduciendo a la misma, a una extraña situación, que está logrando desvirtuarla, convirtiéndola en algo cada día menos necesario. La necesidad del arte, es algo cuanto menos que problemático, al no ser una prioridad para el ser humano como lo puede ser, por ejemplo, luchar a brazo partido contra el aburrimiento, algo insoportable en el tipo de sociedad en la que vivimos. El arte es un lujo, un lujo al que sólo pueden aspirar, desgraciadamente, y esto aunque duela hay que decirlo, un reducido número de individuos, entre otras razones porque es producto de un aprendizaje previo. Por ello, al ser algo minoritario, hay que comprender que la industria editorial, cada día, en aras de su rentabilidad, se preocupe menos de esa franja de mercado que espera obras singulares, y más, evidentemente, por llenar los anaqueles de las librerías, con textos que sí puedan satisfacer los gustos de ese sector mayoritario, que sólo busca entretenerse con lo que lee. Este es el motivo, y no otro, por el que la literatura que se publica cada día resulte más banal, no porque no existan creadores de altura, que aunque pocos los hay, sino por el hecho, de que las obras de estos, no tienen acogida en esa industria, que sólo aspira a lograr un número determinado de ejemplares vendidos, sin preocuparse en ningún momento, de la calidad de los mismos. Se dirá que lo anterior es lógico, y claro, en un mundo dominado por la lógica de los mercados, en donde todo hay que venderlo, y en donde el gran fracaso radica en carecer de la competitividad necesaria, hay que reconocer, que la política llevada a cabo por las editoriales es la única posible, la única sostenible, pues el problema, es la inexistencia de una demanda diferente, que sí podría cambiar, si existiera, esa inflexible lógica que en la actualidad existe. Comenté un poco más arriba, que el arte es un aprendizaje, lo que significa que nadie nace, absolutamente nadie, ni tan siquiera los más exquisitos, sabiendo apreciar una determinada manifestación artística, y que éstas sólo se llegan a saborear, después de un largo periodo, después de un largo deambular por el desierto.
En momentos como los actuales, en donde el hombre ha llegado a unos estadios de desarrollo impensables hace sólo algunas décadas, gracias al cual, por fin, se ha conseguido un nivel económico medio aceptable, y sobre todo, a un porcentaje de tiempo libre disponible del que tendríamos que sentirnos orgullosos, se constata, que ese mismo hombre, no se encuentra capacitado para disfrutar de las conquistas conseguidas. Siempre he pensado, que el aumento del tiempo libre, es lo que liberaría al ser humano de todas sus cadenas, de todas sus taras, pero ahora comprendo, con bastante desanimo, que no se encuentra preparado para enfrentarse a su nueva realidad, lo que está siendo utilizado por los poderes dominantes, para embotarlo y desorientarlo aún más. Se tiene tiempo libre, como nunca se ha tenido, pero no se sabe qué hacer con él, de suerte que, a lo único que se aspira, es a intentar llenarlo de la forma más rápida posible, pues en caso contrario, ese tiempo de ocio, que debería ser creativo, la contrapartida necesaria al tiempo de trabajo, se convertiría en algo insoportable. Ese nuevo hombre, por tanto, tiene la obligación de aprender a enfrentarse a la nueva situación ante la que se encuentra, lo que podrá realizar gracias a dos vías, la primera de las cuales, no sería más que una prolongación de sus actuales comportamientos, es decir, entendiendo el tiempo libre como algo que hay que soportar, como sea, o por el contrario, comprenderlo como un estadio de crecimiento, en donde día a día, se tenga la oportunidad de poder mejorar vital y culturalmente. Este aprendizaje, que tendrá que ser lento pero continuado, puede tener la facultad, de modificar la fisonomía del hombre medio realmente imperante, al tiempo que el de nuestras sociedades, al modificar el eje sobre el que todo se articula.
El tiempo libre del que hablo, puede suponer un florecimiento de la literatura, de la literatura de calidad, pues habrá tiempo para leer con calma, y para leer mucho, siendo esto último fundamental, para con el tiempo, poder disfrutar de la literatura. Nadie comienza leyendo a Proust, todos los que han llegado a coronar esa cima, lo han logrado después de una larga escalada, después de múltiples intentos fallidos y de múltiples esfuerzos, esfuerzos que uno mismo, por necesidad, día a día se ha ido imponiendo. De aquí surge la importancia de la literatura popular, que no es otra que la incita a la lectura, la que obliga, a que cuando se termina una determinada novela, se busque lo antes posible otra, la que aporta placer en la lectura, la que engancha, siendo sin más, aquella por la que todo buen lector ha tenido necesariamente que pasar. Lo que ocurre, es que existe una literatura popular buena y otra mala, siendo esta última, para simplificar, la que embota, la que en lugar de abrir se dedica a taponar los caminos, la que desanima y aburre, mientras que la otra, la buena, es todo lo contrario, siendo su función dentro de la literatura, la de entretener y crear nuevos lectores. Dentro de la literatura popular, hay que subrayar el importante papel que en todo momento ha tenido la novela negra y los triller policíacos, pues ambas modalidades literarias, han tenido siempre la facultad de crear lectores ávidos, que con posterioridad, gracias a las semillas que lograron plantar, pasaron a otro tipo de literatura, a una literatura más compleja y enriquecedora. Por ello, estimo, que en la labor de aprendizaje que hay que realizar, es fundamental, que se potencie ese tipo de obras, pues ellas suponen un peldaño esencial para el desarrollo de todo lector.
De tarde en tarde, llega a mi poder alguna novela de estas características, y tengo que reconocer, que de vez en cuando, necesito perderme en alguna de ellas, aunque reconozco, que lo que más me atraen de las mismas, no es precisamente su calidad literaria, sino su capacidad para embrujarme, para seducirme durante unas cuantas horas. No se puede estar siempre, utilizando el símil anterior, escalando cimas emblemáticas, pues a veces, lo que realmente apetece, es pasear por armónicas colinas y disfrutar del paisaje, disfrutar con el hecho de leer. En esta ocasión ha caído en mis manos un triller británico, “Sin respiro” de William Boyd, en donde de forma paralela, intercalando capítulos, se cuentan dos historias entrelazadas entre sí, la de una antigua espía británica, que ya jubilada, le cuenta a su hija, gracias a unos manuscritos que le va entregando paulatinamente, todos los avatares que forjaron su vida, y la de esa hija, que atónita, va descubriendo la vida secreta de su madre. Una novela, que como diría un amigo mío, podría ser calificada de digna, una obra aceptable para eso, para esconderse en ella sin pensar en nada más, pero que puede constituir un ejercicio saludable, para todos aquellos, que están intentando introducirse en eso que se llama literatura.
(elo.095)
SIN RESPIRO
William Boyd
Alfaguara, 2.006
Sigo pensando, que la literatura, la buena literatura es, tiene que ser, algo más que un mero entretenimiento, una actividad artística, en donde el autor lleve de la mano al lector por senderos desconocidos por ambos, con la esperanza, de que a la vuelta de cualquier recodo, pueda aparecer lo inesperado. Para los que buscan entretenerse, algo muy lícito por otra parte, existen otros productos, incluso determinado tipo de literatura, aunque ésta, poco tiene que ver con la otra, con la que aquí se califica de artística. El problema, o uno de los problemas, es que la literatura cada día se concibe más como una mercancía que como una actividad artística, lo que está conduciendo a la misma, a una extraña situación, que está logrando desvirtuarla, convirtiéndola en algo cada día menos necesario. La necesidad del arte, es algo cuanto menos que problemático, al no ser una prioridad para el ser humano como lo puede ser, por ejemplo, luchar a brazo partido contra el aburrimiento, algo insoportable en el tipo de sociedad en la que vivimos. El arte es un lujo, un lujo al que sólo pueden aspirar, desgraciadamente, y esto aunque duela hay que decirlo, un reducido número de individuos, entre otras razones porque es producto de un aprendizaje previo. Por ello, al ser algo minoritario, hay que comprender que la industria editorial, cada día, en aras de su rentabilidad, se preocupe menos de esa franja de mercado que espera obras singulares, y más, evidentemente, por llenar los anaqueles de las librerías, con textos que sí puedan satisfacer los gustos de ese sector mayoritario, que sólo busca entretenerse con lo que lee. Este es el motivo, y no otro, por el que la literatura que se publica cada día resulte más banal, no porque no existan creadores de altura, que aunque pocos los hay, sino por el hecho, de que las obras de estos, no tienen acogida en esa industria, que sólo aspira a lograr un número determinado de ejemplares vendidos, sin preocuparse en ningún momento, de la calidad de los mismos. Se dirá que lo anterior es lógico, y claro, en un mundo dominado por la lógica de los mercados, en donde todo hay que venderlo, y en donde el gran fracaso radica en carecer de la competitividad necesaria, hay que reconocer, que la política llevada a cabo por las editoriales es la única posible, la única sostenible, pues el problema, es la inexistencia de una demanda diferente, que sí podría cambiar, si existiera, esa inflexible lógica que en la actualidad existe. Comenté un poco más arriba, que el arte es un aprendizaje, lo que significa que nadie nace, absolutamente nadie, ni tan siquiera los más exquisitos, sabiendo apreciar una determinada manifestación artística, y que éstas sólo se llegan a saborear, después de un largo periodo, después de un largo deambular por el desierto.
En momentos como los actuales, en donde el hombre ha llegado a unos estadios de desarrollo impensables hace sólo algunas décadas, gracias al cual, por fin, se ha conseguido un nivel económico medio aceptable, y sobre todo, a un porcentaje de tiempo libre disponible del que tendríamos que sentirnos orgullosos, se constata, que ese mismo hombre, no se encuentra capacitado para disfrutar de las conquistas conseguidas. Siempre he pensado, que el aumento del tiempo libre, es lo que liberaría al ser humano de todas sus cadenas, de todas sus taras, pero ahora comprendo, con bastante desanimo, que no se encuentra preparado para enfrentarse a su nueva realidad, lo que está siendo utilizado por los poderes dominantes, para embotarlo y desorientarlo aún más. Se tiene tiempo libre, como nunca se ha tenido, pero no se sabe qué hacer con él, de suerte que, a lo único que se aspira, es a intentar llenarlo de la forma más rápida posible, pues en caso contrario, ese tiempo de ocio, que debería ser creativo, la contrapartida necesaria al tiempo de trabajo, se convertiría en algo insoportable. Ese nuevo hombre, por tanto, tiene la obligación de aprender a enfrentarse a la nueva situación ante la que se encuentra, lo que podrá realizar gracias a dos vías, la primera de las cuales, no sería más que una prolongación de sus actuales comportamientos, es decir, entendiendo el tiempo libre como algo que hay que soportar, como sea, o por el contrario, comprenderlo como un estadio de crecimiento, en donde día a día, se tenga la oportunidad de poder mejorar vital y culturalmente. Este aprendizaje, que tendrá que ser lento pero continuado, puede tener la facultad, de modificar la fisonomía del hombre medio realmente imperante, al tiempo que el de nuestras sociedades, al modificar el eje sobre el que todo se articula.
El tiempo libre del que hablo, puede suponer un florecimiento de la literatura, de la literatura de calidad, pues habrá tiempo para leer con calma, y para leer mucho, siendo esto último fundamental, para con el tiempo, poder disfrutar de la literatura. Nadie comienza leyendo a Proust, todos los que han llegado a coronar esa cima, lo han logrado después de una larga escalada, después de múltiples intentos fallidos y de múltiples esfuerzos, esfuerzos que uno mismo, por necesidad, día a día se ha ido imponiendo. De aquí surge la importancia de la literatura popular, que no es otra que la incita a la lectura, la que obliga, a que cuando se termina una determinada novela, se busque lo antes posible otra, la que aporta placer en la lectura, la que engancha, siendo sin más, aquella por la que todo buen lector ha tenido necesariamente que pasar. Lo que ocurre, es que existe una literatura popular buena y otra mala, siendo esta última, para simplificar, la que embota, la que en lugar de abrir se dedica a taponar los caminos, la que desanima y aburre, mientras que la otra, la buena, es todo lo contrario, siendo su función dentro de la literatura, la de entretener y crear nuevos lectores. Dentro de la literatura popular, hay que subrayar el importante papel que en todo momento ha tenido la novela negra y los triller policíacos, pues ambas modalidades literarias, han tenido siempre la facultad de crear lectores ávidos, que con posterioridad, gracias a las semillas que lograron plantar, pasaron a otro tipo de literatura, a una literatura más compleja y enriquecedora. Por ello, estimo, que en la labor de aprendizaje que hay que realizar, es fundamental, que se potencie ese tipo de obras, pues ellas suponen un peldaño esencial para el desarrollo de todo lector.
De tarde en tarde, llega a mi poder alguna novela de estas características, y tengo que reconocer, que de vez en cuando, necesito perderme en alguna de ellas, aunque reconozco, que lo que más me atraen de las mismas, no es precisamente su calidad literaria, sino su capacidad para embrujarme, para seducirme durante unas cuantas horas. No se puede estar siempre, utilizando el símil anterior, escalando cimas emblemáticas, pues a veces, lo que realmente apetece, es pasear por armónicas colinas y disfrutar del paisaje, disfrutar con el hecho de leer. En esta ocasión ha caído en mis manos un triller británico, “Sin respiro” de William Boyd, en donde de forma paralela, intercalando capítulos, se cuentan dos historias entrelazadas entre sí, la de una antigua espía británica, que ya jubilada, le cuenta a su hija, gracias a unos manuscritos que le va entregando paulatinamente, todos los avatares que forjaron su vida, y la de esa hija, que atónita, va descubriendo la vida secreta de su madre. Una novela, que como diría un amigo mío, podría ser calificada de digna, una obra aceptable para eso, para esconderse en ella sin pensar en nada más, pero que puede constituir un ejercicio saludable, para todos aquellos, que están intentando introducirse en eso que se llama literatura.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Ideas y creencias
LECTURAS
(elo.094)
IDEAS Y CREENCIAS
José Ortega y Gasset
Obras completas, vol.V 1.940
Hay personas que evolucionan, que de forma permanente se encuentran en movimiento, mientras que otras, no sé si a su pesar, se mantienen estancadas, sin modificar sus puntos de vista pese al paso del tiempo. No hay nada más extraño, que encontrar después de mucho tiempo a algún conocido, y comprobar, que sigue manteniendo las mismas opiniones que cuando se le conoció; que a pesar del tiempo transcurrido, se empeña en apostar, no ya por los mismos temas (estos difícilmente cambian), sino por los mismos argumentos que hace diez o quince años antes. A tal actitud, algunos la llaman coherencia, pero creo que en el fondo, de lo que se trata es de desidia y de pereza mental, pues resulta imposible, o incomprensible, que alguien permanezca inalterable, pese a las modificaciones que constantemente se llevan a acabo en su entorno. La realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano, cambia y se modifica, a veces a una velocidad vertiginosa, siendo absurdo que ese ser humano, reivindicando eso que llaman coherencia, se mantenga enrocado en sus posiciones de siempre, entre otras razones, porque esa es la mejor forma de quedar superado y sepultado por la realidad, a la que siempre, como mínimo, hay que presentar resistencia. Quedarse parado en la primera trinchera que se encuentra, tiene el riesgo, muy desagradable por cierto, de despertar un día y comprobar que la batalla se encuentra a miles y miles de kilómetros de distancia, lo que en lugar de suponer un alivio, puede acarrear un fuerte sentimiento de frustración, pues el hombre, lejos del campo de batalla, sencillamente no es nada. El ser humano se va perfilando gracias a su contacto directo con la realidad, es ésta, la que lo engrandece o la que consigue hundirlo de forma definitiva, por eso, aunque lo desee, ese individuo no puede evitar relacionarse con ella. El problema, posiblemente pueda consistir, en que algunos, muchos, en un momento determinado, llegan a suponer que han conseguido atrapar la fórmula mágica, gracias a la cual, poder hacer frente a la existencia sin que sobresalto alguno consiga importunarlo, al estimar que tienen en su poder la llave que abre todas las puertas.
Si el objetivo de todo ser humano, es poder atracar en eso que llaman felicidad, y si se admite algo tan problemático como que la felicidad es la ausencia de conflictos, entonces, habría que reconocer, que esos individuos que poseen la llave, que mantienen en su poder el pequeño manojo de fórmulas magistrales, gracias las cuales van encendiendo todas las luces que encuentran a su alrededor, habría que admitir, repito, que esos individuos se encuentran en posesión de la felicidad, ese resguardado y recóndito puerto al que todos deseamos llegar. Pero a pesar de que puedo llegar a admitir que ellos pueden disfrutar más de la vida que el resto de los mortales, de una determinada vida por supuesto, creo que la felicidad, la felicidad con mayúsculas, no se puede alcanzar dándole la espalda de forma sistemática a la realidad, sino todo lo contrario, afrontándola y tratando de pactar con ella, aunque ello suponga, tener que soportar, en el tiempo, una inestabilidad casi crónica. Partiendo de la base, y de esto cada día estoy más seguro, que nadie elige su destino, sino que existen fuerzas que a uno lo empujan hacia una determinada dirección, sin que voluntarismo alguno pueda impedirlo, sería conveniente poder analizar los mecanismos ocultos que obligan a un determinado ser humano a enfrentarse de forma encarnizada contra la realidad, y las que operan, para que otro, que se instala incluso en el mismo ámbito que el anterior, prefiera darle la espalda a la misma. En el hombre se conjuga lo genético con lo cultural, siendo lo primero esa mano oculta que a uno lo posiciona en un determinado lugar y no en otro, y lo segundo, los mecanismos gracias a los cuales logra sobrevivir. Evidentemente, aquí lo que interesa son las herramientas culturales que empleamos para hacer frente a la existencia, pues ellas nos podrán aportar unos esquemas de comportamiento, que puedan llegar a ilustrarnos sobre nuestra vertebración psíquica, algo sobre lo que de forma constante hay que trabajar.
En un principio se admitió, que existen individuos que aceptan la realidad sin más, e incluso que la entienden de forma inamovible, de suerte que, les basta con unos planteamientos bastante primarios para desenvolverse en ella, mientras que existen otros, que la entienden en perpetuo movimiento, motivo el cual, buscan sin parar nuevas estrategias para afrontar las nuevas situaciones ante las que tienen que enfrentarse. Ambos modelos, simplificados al máximo, representan dos fisonomías psíquicas contradictorias, la del que se ha parado, la del que no necesita seguir en movimiento, al creer que ya se encuentra en posesión de todo lo que necesita, y la del que, disconforme e insatisfecho con lo que posee, sigue intentando día a día, buscar una respuesta, o unas respuestas factibles y creíbles a los múltiples interrogantes que se le plantean. Es la eterna diferencia entre el teólogo y el filósofo, entre el que sabe y el que aún no.
Ortega, al que siempre hay que volver, en su obra “Ideas y creencias”, aporta una respuesta plausible a tal hecho, viendo en dicha dinámica, en las originadas entre las ideas y las creencias, la causa de tales diferencias. Para él, el hombre no nace desnudo (“el ser humano ante todo es un heredero”), sino que llega acompañado de unas series de creencias, de concepciones motrices, que le sirven para sobrevivir en un mundo que encuentra ya amueblado. Las ideas carecen de sentido mientras que las creencias resultan suficientes, lo que significa que sólo, cuando éstas comienzan a flaquear, carcomidas por las contradicciones que impone la realidad, el ser humano tiene la necesidad, gracias al intelecto, de desarrollar ideas que puedan taponar los agujeros originados en sus creencias originarias. Cuando las creencias fallan, se produce un enorme seísmo en el interior del individuo, un fuerte movimiento de tierra (de la tierra que lo sostiene), que le obliga a buscar soluciones alternativas, surgiendo entonces las ideas, pero hay que tener en cuenta, que tales respuestas, nunca se hubiera producido sin la caída de dichas creencias. En la propuesta de Ortega, que hay que insertar dentro de su universo ideológico (en donde las ideas y el intelecto no son más que herramientas a disposición del individuo para hacerle la vida más soportable), se puede encontrar la respuesta que estábamos buscando. El hombre estancado, el mal llamado individuo coherente, es aquél, que sobrevive sin problemas con las creencias que posee, mientras que el otro, el que de forma constante evoluciona, es el que en todo momento necesita nuevas ideas, nuevas hipótesis que vengan a paliar las insuficiencias de sus concepciones originarias. De lo anterior se substrae, que contra más deteriorado se encuentre el suelo firme de las creencias, mayor será número de ideas que tendrán que venir en ayuda de ese individuo, mientras que en el caso contrario, apenas se necesitarán nuevas hipótesis, que vengan a salvaguardar el mundo del que se encuentra aún seguro con su equipaje ideológico.
Todo parece indicar, que el quebranto de las creencias de las que hablaba Ortega, y de la hipotética inestabilidad de un determinado individuo, tiene mucho que ver con la amplitud de la existencia del mismo, pues contra más cerrado sea el espacio vital de alguien, mayores posibilidades existirán, de que ese suelo firme ideológico se mantenga estable. Por eso, las personas abiertas a todos los vientos, son las más contradictorias y complejas, pues han tenido que modificar en múltiples ocasiones su herencia ideológica, buscando acomodarse, siempre de forma crítica, a esa realidad que en todo momento comprenden variable y también amenazante.
(elo.094)
IDEAS Y CREENCIAS
José Ortega y Gasset
Obras completas, vol.V 1.940
Hay personas que evolucionan, que de forma permanente se encuentran en movimiento, mientras que otras, no sé si a su pesar, se mantienen estancadas, sin modificar sus puntos de vista pese al paso del tiempo. No hay nada más extraño, que encontrar después de mucho tiempo a algún conocido, y comprobar, que sigue manteniendo las mismas opiniones que cuando se le conoció; que a pesar del tiempo transcurrido, se empeña en apostar, no ya por los mismos temas (estos difícilmente cambian), sino por los mismos argumentos que hace diez o quince años antes. A tal actitud, algunos la llaman coherencia, pero creo que en el fondo, de lo que se trata es de desidia y de pereza mental, pues resulta imposible, o incomprensible, que alguien permanezca inalterable, pese a las modificaciones que constantemente se llevan a acabo en su entorno. La realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano, cambia y se modifica, a veces a una velocidad vertiginosa, siendo absurdo que ese ser humano, reivindicando eso que llaman coherencia, se mantenga enrocado en sus posiciones de siempre, entre otras razones, porque esa es la mejor forma de quedar superado y sepultado por la realidad, a la que siempre, como mínimo, hay que presentar resistencia. Quedarse parado en la primera trinchera que se encuentra, tiene el riesgo, muy desagradable por cierto, de despertar un día y comprobar que la batalla se encuentra a miles y miles de kilómetros de distancia, lo que en lugar de suponer un alivio, puede acarrear un fuerte sentimiento de frustración, pues el hombre, lejos del campo de batalla, sencillamente no es nada. El ser humano se va perfilando gracias a su contacto directo con la realidad, es ésta, la que lo engrandece o la que consigue hundirlo de forma definitiva, por eso, aunque lo desee, ese individuo no puede evitar relacionarse con ella. El problema, posiblemente pueda consistir, en que algunos, muchos, en un momento determinado, llegan a suponer que han conseguido atrapar la fórmula mágica, gracias a la cual, poder hacer frente a la existencia sin que sobresalto alguno consiga importunarlo, al estimar que tienen en su poder la llave que abre todas las puertas.
Si el objetivo de todo ser humano, es poder atracar en eso que llaman felicidad, y si se admite algo tan problemático como que la felicidad es la ausencia de conflictos, entonces, habría que reconocer, que esos individuos que poseen la llave, que mantienen en su poder el pequeño manojo de fórmulas magistrales, gracias las cuales van encendiendo todas las luces que encuentran a su alrededor, habría que admitir, repito, que esos individuos se encuentran en posesión de la felicidad, ese resguardado y recóndito puerto al que todos deseamos llegar. Pero a pesar de que puedo llegar a admitir que ellos pueden disfrutar más de la vida que el resto de los mortales, de una determinada vida por supuesto, creo que la felicidad, la felicidad con mayúsculas, no se puede alcanzar dándole la espalda de forma sistemática a la realidad, sino todo lo contrario, afrontándola y tratando de pactar con ella, aunque ello suponga, tener que soportar, en el tiempo, una inestabilidad casi crónica. Partiendo de la base, y de esto cada día estoy más seguro, que nadie elige su destino, sino que existen fuerzas que a uno lo empujan hacia una determinada dirección, sin que voluntarismo alguno pueda impedirlo, sería conveniente poder analizar los mecanismos ocultos que obligan a un determinado ser humano a enfrentarse de forma encarnizada contra la realidad, y las que operan, para que otro, que se instala incluso en el mismo ámbito que el anterior, prefiera darle la espalda a la misma. En el hombre se conjuga lo genético con lo cultural, siendo lo primero esa mano oculta que a uno lo posiciona en un determinado lugar y no en otro, y lo segundo, los mecanismos gracias a los cuales logra sobrevivir. Evidentemente, aquí lo que interesa son las herramientas culturales que empleamos para hacer frente a la existencia, pues ellas nos podrán aportar unos esquemas de comportamiento, que puedan llegar a ilustrarnos sobre nuestra vertebración psíquica, algo sobre lo que de forma constante hay que trabajar.
En un principio se admitió, que existen individuos que aceptan la realidad sin más, e incluso que la entienden de forma inamovible, de suerte que, les basta con unos planteamientos bastante primarios para desenvolverse en ella, mientras que existen otros, que la entienden en perpetuo movimiento, motivo el cual, buscan sin parar nuevas estrategias para afrontar las nuevas situaciones ante las que tienen que enfrentarse. Ambos modelos, simplificados al máximo, representan dos fisonomías psíquicas contradictorias, la del que se ha parado, la del que no necesita seguir en movimiento, al creer que ya se encuentra en posesión de todo lo que necesita, y la del que, disconforme e insatisfecho con lo que posee, sigue intentando día a día, buscar una respuesta, o unas respuestas factibles y creíbles a los múltiples interrogantes que se le plantean. Es la eterna diferencia entre el teólogo y el filósofo, entre el que sabe y el que aún no.
Ortega, al que siempre hay que volver, en su obra “Ideas y creencias”, aporta una respuesta plausible a tal hecho, viendo en dicha dinámica, en las originadas entre las ideas y las creencias, la causa de tales diferencias. Para él, el hombre no nace desnudo (“el ser humano ante todo es un heredero”), sino que llega acompañado de unas series de creencias, de concepciones motrices, que le sirven para sobrevivir en un mundo que encuentra ya amueblado. Las ideas carecen de sentido mientras que las creencias resultan suficientes, lo que significa que sólo, cuando éstas comienzan a flaquear, carcomidas por las contradicciones que impone la realidad, el ser humano tiene la necesidad, gracias al intelecto, de desarrollar ideas que puedan taponar los agujeros originados en sus creencias originarias. Cuando las creencias fallan, se produce un enorme seísmo en el interior del individuo, un fuerte movimiento de tierra (de la tierra que lo sostiene), que le obliga a buscar soluciones alternativas, surgiendo entonces las ideas, pero hay que tener en cuenta, que tales respuestas, nunca se hubiera producido sin la caída de dichas creencias. En la propuesta de Ortega, que hay que insertar dentro de su universo ideológico (en donde las ideas y el intelecto no son más que herramientas a disposición del individuo para hacerle la vida más soportable), se puede encontrar la respuesta que estábamos buscando. El hombre estancado, el mal llamado individuo coherente, es aquél, que sobrevive sin problemas con las creencias que posee, mientras que el otro, el que de forma constante evoluciona, es el que en todo momento necesita nuevas ideas, nuevas hipótesis que vengan a paliar las insuficiencias de sus concepciones originarias. De lo anterior se substrae, que contra más deteriorado se encuentre el suelo firme de las creencias, mayor será número de ideas que tendrán que venir en ayuda de ese individuo, mientras que en el caso contrario, apenas se necesitarán nuevas hipótesis, que vengan a salvaguardar el mundo del que se encuentra aún seguro con su equipaje ideológico.
Todo parece indicar, que el quebranto de las creencias de las que hablaba Ortega, y de la hipotética inestabilidad de un determinado individuo, tiene mucho que ver con la amplitud de la existencia del mismo, pues contra más cerrado sea el espacio vital de alguien, mayores posibilidades existirán, de que ese suelo firme ideológico se mantenga estable. Por eso, las personas abiertas a todos los vientos, son las más contradictorias y complejas, pues han tenido que modificar en múltiples ocasiones su herencia ideológica, buscando acomodarse, siempre de forma crítica, a esa realidad que en todo momento comprenden variable y también amenazante.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Modernizar la izquierda
LECTURAS
(elo.093)
MODERNIZAR LA IZQUIERDA
Anthony Giddens
El País, 9.09.07
¿Tiene razón Giddens al estimar, que dadas las circunstancias actuales, sólo se puede llevar a cabo una política de izquierdas desde el centro izquierda? En principio, lo que parece claro, es que tal presupuesto es apoyado mayoritariamente por todos los partidos de la izquierda con posibilidades reales de tomar el poder, es decir, por la socialdemocracia, lo que no significa, o no puede significar, que tal hecho avale la teoría del inglés. Para Giddens, la izquierda debe intentar en la medida de lo posible, adaptarse a los tiempos que corren, y no ensimismarse, como suele hacer, en antiguos postulados que poco tienen que ver, con la realidad ante la que el ciudadano medio tiene que enfrentarse cotidianamente, siendo éste y no otro, según él, la principal causa que mantiene a la izquierda en jaque. No creo que nadie, al menos en su sano juicio, estime que la izquierda no tenga que evolucionar y adaptarse a las características del presente, es más, creo que todos los componentes de la izquierda, subrayarían tal necesidad, pero otra cosa sería, que dicha izquierda, con la intención de hacerse con el poder, aunque se esté convencido que sólo desde el poder se pueda modificar y transformar la realidad, tenga que abandonar sus postulados más básicos.
Me sorprende la sintonía de los planteamientos de Giddens con las ideas que el otro día recogí de un artículo de Savater, en donde éste último, intentaba justificar la creación de su nuevo partido. En él, el autor de “Ética para Amador”, comentaba, que la gran diferencia de la izquierda frente a la derecha, era su idea de progreso, estimando que la gran dinámica actual no se encuentra ya en el binomio derecha-izquierda, sino en el de progresismo y conservadurismo, en donde los primeros, tendrían que tomar el relevo de los antiguos izquierdistas, para intentar superar las ideas preconcebidas que sostienen los conservadores. Para ambos autores, los miembros de la izquierda o de la antigua izquierda, poseen una misión esencial, al tener que luchar contra las ideas encallecidas, que no sólo se encuentran en poder de la derecha, sino también en el seno de la izquierda más clásica, esa que se resiste a comprender que la realidad es cambiante y que necesita ideas nuevas para poder afrontarla. Parece ser, según lo visto, que lo que diferencia a la izquierda ya no es su reivindicación de la igualdad, sino su concepción del progreso, lo que en principio me deja fuera de juego, pues al menos desde mi punto de vista, una izquierda, por muy moderna que sea, que pase de puntillas sobre tal problema, el de la igualdad en el más amplio sentido del término, dejaría de tener sentido. Modernizar la izquierda significa para Giddens, intentar adaptar la izquierda a la realidad, lo que en principio no sería ningún desafuero, mientras que para Savater, la izquierda tiene la obligación de luchar para eliminar los cuellos de botella que la mantienen paralizada, lo que tampoco resultaría ningún desatino. Sí, la izquierda, no sólo debe, sino que tiene la obligación de trabajar de forma constante desde su seno, por no perder de vista la fisonomía de la realidad, al tiempo que, tiene que obligarse a pulir, y si es necesario modificar de forma radical sus planteamientos, cuanto éstos impliquen una influencia nociva sobre sus actuaciones, pero este hecho no tiene nada que ver, al menos así lo creo, con la propuesta que la invita a posicionarse en el centro izquierda, que es lo que en realidad nos quieren decir tanto Giddens como Savater, entre otras razones, porque la perspectiva que se observa desde dicha posición, en buena medida desautoriza muchos de sus planteamientos esenciales.
Para empezar, y esto creo que es importante, la izquierda debe de dejar de pensar en tomar el poder, aunque ello implique una marginalización de la misma, pues su misión no puede ser otra, al menos en un principio, que la de convertirse en una especie de “pepito grillo”, que de forma constante, señale hacia las fallas del sistema, aportando alternativas razonables y elaboradas a las mismas. Los que estiman que la izquierda debe centrarse, en el fondo a lo que aspiran, es a pulir sus aristas más sobresalientes para posicionarse como alternativa edulcorada, con objeto de agenciarse de una mayoría suficiente para auparse al poder, para desde allí, intentar gestionar de la mejor forma posible la realidad, lo que es una estrategia válida, correcta y razonable, pero que no puede ser la política que deba llevar a cabo la izquierda, al menos la izquierda real. Creo que este es el problema, que existen dos izquierdas, aunque una de ellas se intente desautorizar de forma constante en beneficio de la otra, aquella que suele calificarse de realista. El problema es que la izquierda realista, que no es otra que la socialdemócrata, de tanto comulgar con eso tan de moda que llaman pragmatismo, ha dejado aparcado en su trayectoria, aunque aún pueda presumir de una sensibilidad social aceptable, de buena parte de los objetivos que siempre han vertebrado y singularizado a la propia izquierda. Lo anterior no significa que la socialdemocracia, que cada día, y en esto como en otras muchas cosas tiene razón Giddens, no tenga que centrarse, pues sus aliados naturales en la actualidad son las denominadas clases medias, pues así y todo tiene un papel importante que jugar, sino que junto a esa izquierda moderada y digamos que “colaboracionista”, tiene que seguir existiendo la otra izquierda. Esa otra izquierda, la que sabe que su auténtico lugar se encuentra en la oposición, tiene también una labor importante que realizar, una labor, que en ningún momento puede verse mediatizada por las hipotecas que impone las responsabilidades de tener que gobernar. Evidentemente, esa otra izquierda padece también de importantes lastres, entre otras razones, como diría Giddens, porque no ha comprendido que la realidad se ha modificado de forma radical en los últimos veinticinco años, siguiendo buena parte de ella, viviendo de los réditos teóricos de la izquierda del siglo pasado. Pero esta izquierda, como lo hace la socialdemocracia, también tiene la obligación de modernizarse, pero a diferencia aquélla, para seguir estando en el lugar que le corresponde, que es el de la crítica constante a las desigualdades existentes, al tiempo que, y esta es una nueva misión que debe desempeñar, la de vigilar y la de publicitar los atentados que de forma constante se están llevando a cabo contra el medio ambiente.
Lo que hay que tener claro, es que cuando alguien hable de izquierda, es necesario saber de qué izquierda se está hablando, pues no existe una sólo izquierda, sino en principio dos, una la que de forma constante analiza Giddens, y otra, la que se encuentra a la izquierda de esa izquierda, que pese a ser minoritaria (siempre será minoritaria), resulta esencial para el mantenimiento de los equilibrios políticos de nuestras sociedades.
Martes, 11 de septiembre de 2007
(elo.093)
MODERNIZAR LA IZQUIERDA
Anthony Giddens
El País, 9.09.07
¿Tiene razón Giddens al estimar, que dadas las circunstancias actuales, sólo se puede llevar a cabo una política de izquierdas desde el centro izquierda? En principio, lo que parece claro, es que tal presupuesto es apoyado mayoritariamente por todos los partidos de la izquierda con posibilidades reales de tomar el poder, es decir, por la socialdemocracia, lo que no significa, o no puede significar, que tal hecho avale la teoría del inglés. Para Giddens, la izquierda debe intentar en la medida de lo posible, adaptarse a los tiempos que corren, y no ensimismarse, como suele hacer, en antiguos postulados que poco tienen que ver, con la realidad ante la que el ciudadano medio tiene que enfrentarse cotidianamente, siendo éste y no otro, según él, la principal causa que mantiene a la izquierda en jaque. No creo que nadie, al menos en su sano juicio, estime que la izquierda no tenga que evolucionar y adaptarse a las características del presente, es más, creo que todos los componentes de la izquierda, subrayarían tal necesidad, pero otra cosa sería, que dicha izquierda, con la intención de hacerse con el poder, aunque se esté convencido que sólo desde el poder se pueda modificar y transformar la realidad, tenga que abandonar sus postulados más básicos.
Me sorprende la sintonía de los planteamientos de Giddens con las ideas que el otro día recogí de un artículo de Savater, en donde éste último, intentaba justificar la creación de su nuevo partido. En él, el autor de “Ética para Amador”, comentaba, que la gran diferencia de la izquierda frente a la derecha, era su idea de progreso, estimando que la gran dinámica actual no se encuentra ya en el binomio derecha-izquierda, sino en el de progresismo y conservadurismo, en donde los primeros, tendrían que tomar el relevo de los antiguos izquierdistas, para intentar superar las ideas preconcebidas que sostienen los conservadores. Para ambos autores, los miembros de la izquierda o de la antigua izquierda, poseen una misión esencial, al tener que luchar contra las ideas encallecidas, que no sólo se encuentran en poder de la derecha, sino también en el seno de la izquierda más clásica, esa que se resiste a comprender que la realidad es cambiante y que necesita ideas nuevas para poder afrontarla. Parece ser, según lo visto, que lo que diferencia a la izquierda ya no es su reivindicación de la igualdad, sino su concepción del progreso, lo que en principio me deja fuera de juego, pues al menos desde mi punto de vista, una izquierda, por muy moderna que sea, que pase de puntillas sobre tal problema, el de la igualdad en el más amplio sentido del término, dejaría de tener sentido. Modernizar la izquierda significa para Giddens, intentar adaptar la izquierda a la realidad, lo que en principio no sería ningún desafuero, mientras que para Savater, la izquierda tiene la obligación de luchar para eliminar los cuellos de botella que la mantienen paralizada, lo que tampoco resultaría ningún desatino. Sí, la izquierda, no sólo debe, sino que tiene la obligación de trabajar de forma constante desde su seno, por no perder de vista la fisonomía de la realidad, al tiempo que, tiene que obligarse a pulir, y si es necesario modificar de forma radical sus planteamientos, cuanto éstos impliquen una influencia nociva sobre sus actuaciones, pero este hecho no tiene nada que ver, al menos así lo creo, con la propuesta que la invita a posicionarse en el centro izquierda, que es lo que en realidad nos quieren decir tanto Giddens como Savater, entre otras razones, porque la perspectiva que se observa desde dicha posición, en buena medida desautoriza muchos de sus planteamientos esenciales.
Para empezar, y esto creo que es importante, la izquierda debe de dejar de pensar en tomar el poder, aunque ello implique una marginalización de la misma, pues su misión no puede ser otra, al menos en un principio, que la de convertirse en una especie de “pepito grillo”, que de forma constante, señale hacia las fallas del sistema, aportando alternativas razonables y elaboradas a las mismas. Los que estiman que la izquierda debe centrarse, en el fondo a lo que aspiran, es a pulir sus aristas más sobresalientes para posicionarse como alternativa edulcorada, con objeto de agenciarse de una mayoría suficiente para auparse al poder, para desde allí, intentar gestionar de la mejor forma posible la realidad, lo que es una estrategia válida, correcta y razonable, pero que no puede ser la política que deba llevar a cabo la izquierda, al menos la izquierda real. Creo que este es el problema, que existen dos izquierdas, aunque una de ellas se intente desautorizar de forma constante en beneficio de la otra, aquella que suele calificarse de realista. El problema es que la izquierda realista, que no es otra que la socialdemócrata, de tanto comulgar con eso tan de moda que llaman pragmatismo, ha dejado aparcado en su trayectoria, aunque aún pueda presumir de una sensibilidad social aceptable, de buena parte de los objetivos que siempre han vertebrado y singularizado a la propia izquierda. Lo anterior no significa que la socialdemocracia, que cada día, y en esto como en otras muchas cosas tiene razón Giddens, no tenga que centrarse, pues sus aliados naturales en la actualidad son las denominadas clases medias, pues así y todo tiene un papel importante que jugar, sino que junto a esa izquierda moderada y digamos que “colaboracionista”, tiene que seguir existiendo la otra izquierda. Esa otra izquierda, la que sabe que su auténtico lugar se encuentra en la oposición, tiene también una labor importante que realizar, una labor, que en ningún momento puede verse mediatizada por las hipotecas que impone las responsabilidades de tener que gobernar. Evidentemente, esa otra izquierda padece también de importantes lastres, entre otras razones, como diría Giddens, porque no ha comprendido que la realidad se ha modificado de forma radical en los últimos veinticinco años, siguiendo buena parte de ella, viviendo de los réditos teóricos de la izquierda del siglo pasado. Pero esta izquierda, como lo hace la socialdemocracia, también tiene la obligación de modernizarse, pero a diferencia aquélla, para seguir estando en el lugar que le corresponde, que es el de la crítica constante a las desigualdades existentes, al tiempo que, y esta es una nueva misión que debe desempeñar, la de vigilar y la de publicitar los atentados que de forma constante se están llevando a cabo contra el medio ambiente.
Lo que hay que tener claro, es que cuando alguien hable de izquierda, es necesario saber de qué izquierda se está hablando, pues no existe una sólo izquierda, sino en principio dos, una la que de forma constante analiza Giddens, y otra, la que se encuentra a la izquierda de esa izquierda, que pese a ser minoritaria (siempre será minoritaria), resulta esencial para el mantenimiento de los equilibrios políticos de nuestras sociedades.
Martes, 11 de septiembre de 2007
miércoles, 31 de octubre de 2007
La ficción de la dignidad
LECTURAS
(elo.092)
LA FICCIÓN DE LA DIGNIDAD
Enrique Vila-Matas
El País, 05.08.07
A veces uno se encuentra con artículos esclarecedores, en donde alguien, como en este caso el bueno de Vila-Matas, al hablar de otra cosa, deja perfectamente claro la perspectiva sobre la que gravita. El autor de “El mal de Montano”, en este interesante artículo, al comentar un libro de su admirado Coetzee, como quien no quiere la cosa, nos arroja sobre la mesa su concepción de la literatura, lo que siempre hay que agradecer, sobre todo en estos tiempos tan confusos que vivimos. El tema sobre el que se apoya, es el de la dignidad y la censura, engarzando la obra que comenta, “Contra la censura”, con un hecho sorprendente que hace unas semanas conmocionó a casi todos, la retirada de los quioscos de una revista humorística, por el simple hecho de satirizar a un miembro de la Familia Real. Subrayando al sudafricano, Vila-Matas afirma, que todo agravio que pueda conducir a un acto de censura (o a una actitud beligerante o incluso a un dolor extremo) se debe a un malentendido, consistente éste, en creer que el ataque o los ataques que uno recibe van contra su ser esencial, contra lo que uno en realidad es, sin comprenderse, que lo anterior nada tiene que ver con las construcciones y ficciones sobre las que nos asentamos, que son hacia donde van dirigidos los dardos envenenados que de forma constante recibimos. Para el autor del artículo, ambas cosas van por separado, no teniendo que ver demasiado, cosa curiosa, lo que somos con lo que aparentamos, pues lo primero es connatural, viene con la persona, mientras que lo segundo es mera creación. Para el barcelonés, sólo los espíritus simples, o los anclados en una concepción de la existencia arcaica, propia de siglos anteriores, pueden creer aún en eso de la unidad del ser, pues para él, vivimos en un escenario, en el que cada cual representa su papel sin más, dejando al lado, en el camerino, sus esencias fundamentales. De esta forma, los ataques y críticas que se puedan recibir, en ningún momento podrán dar en el blanco, ya que irán dirigidas a las estructuras que hemos creado de forma artificiosa, y no hacia lo esencial de lo que somos, que siempre quedará a resguardo, en ese cajón que todos tenemos cerrado con siete llaves. De esta forma, el agravio deja de existir, ya que sólo se puede sentir agraviado, aquel que se crea descubierto y atacado en su intimidad, pues mientras el daño lo reciba el personaje que hemos creado y que paseamos como si fuera nuestra propia realidad, nada en el fondo nos afectará, pues sabremos en todo momento, que seguimos esquivado y resguardando lo que en el fondo tanto nos interesa, al tiempo que comprendemos, que los demás siguen cayendo en la celada que le hemos preparado. La ofensa, por tanto, gracias a esta sutil estrategia que todos empleamos, deja de existir, dando paso a eso tan de moda que llamamos tolerancia, lo que sin duda, está posibilitando un mundo mucho más soportable. Pero la anterior estrategia, de la que tan satisfecho se encuentra el autor del artículo, hay que extenderla a todos los ámbitos de la existencia, y también, como no, al de la literatura, entendiendo ésta como un juego, como una actividad, que poco o nada puede tener que ver con la realidad íntima del que escribe. La separación radical entre el creador y la obra creada, para Vila-Matas, debe ser algo natural, de suerte que, nunca se deben buscar paralelismos entre uno y otra, pues la buena obra artística de nuestro tiempo, ante todo debe ser autónoma. De ahí, que la crítica literaria, la buena crítica literaria, nunca, aunque sea negativa, debe afectar al escritor de forma personal, sino a su faceta profesional, pues esa crítica sólo puede atender al texto analizado. Creo que con todo lo anterior, se puede comprender, a la perfección, la forma que tiene Vila-Matas de entender la literatura, lo que, sin duda, se llegue a estar de acuerdo con ella o no, puede ayudar a comprender sus composiciones.
Lo que resulta claro, visto lo visto, es que Vila-Matas se sitúa en la vertiente posmoderna de la literatura, en aquella que apuesta por el juego, por el guiño, por el mundo de lo anfibio, por una literatura, en fin, que aspira al entretenimiento inteligente, pero que no se plantea nada más. Es el autor posmoderno por antonomasia de nuestro país, nuestro Paul Auster particular, al que todos leemos, a pesar, de estar convencidos que derrocha su energía literaria en temas demasiado banales. No tengo nada que decir sobre su forma de entender la literatura, es la suya y por eso es sagrada, aunque evidentemente, prefiero posicionarme con los que se sitúan en la otra vertiente, con aquellos que se juegan la vida con lo que escriben, con los que entienden la literatura como un descubrirse por entero, sin miedo a dejar sus flancos más sensibles al descubierto. Quiero seguir creyendo que la unidad es posible, que el creador y la obra que éste crea, es y tiene que ser una misma cosa, que es imposible una dicotomía entre ambas, de suerte que, cuando se ataca una determinada obra, se ataca directamente al que la firma. Recuerdo a Cernuda, que cuando escuchó las críticas a su primer libro de poemas, comprendió que éstas no iban contra lo que había escrito, sino contra su persona, y creo que así tiene que ser, pues siempre se escribe, se crea, desde una determinada perspectiva, desde aquella en la que uno se encuentra.
Existe una opinión cada día más generalizada dentro de la crítica, que afirma lo mismo que Vila-Matas, es decir, que hay que diferenciar entre la obra y el autor de la misma, como si eso fuera posible, como si un determinado creador, a la hora de ponerse a trabajar, pudiera dejar a un lado todo lo que es, para hablar de cosas asépticas, de cuestiones que no tienen nada que ver con sus convicciones y con su visión del mundo. Vila-Matas, el autor que se puede escoge aquí como referencia, parece que en principio lo consigue, aunque hay que comprender, que dichos ejercicios tienen gracia una vez, pero que cuando se repiten, como le ha ocurrido a nuestro posmoderno escritor, aparece el cansancio en el lector, que en el fondo lo que busca son visiones del mundo diferentes a la suya, miradas sinceras, que tengan la virtud de complementar la que posee, pues cuando se juega demasiado, el aburrimiento acaba anegándolo todo. Cierto es, que cuando uno no se posiciona, difícilmente puede aparecer el conflicto, pero eludir el conflicto de forma sistemática, es una táctica tan poco conveniente como la que utiliza el avestruz para eludir los peligros a los que se enfrenta. Los conflictos son ineludibles, y hay que afrontarlos a cara descubierta, evitando el enfrentamiento mediante el diálogo y eso que ahora llaman empatía.
Lunes, 13 de agosto de 2007
(elo.092)
LA FICCIÓN DE LA DIGNIDAD
Enrique Vila-Matas
El País, 05.08.07
A veces uno se encuentra con artículos esclarecedores, en donde alguien, como en este caso el bueno de Vila-Matas, al hablar de otra cosa, deja perfectamente claro la perspectiva sobre la que gravita. El autor de “El mal de Montano”, en este interesante artículo, al comentar un libro de su admirado Coetzee, como quien no quiere la cosa, nos arroja sobre la mesa su concepción de la literatura, lo que siempre hay que agradecer, sobre todo en estos tiempos tan confusos que vivimos. El tema sobre el que se apoya, es el de la dignidad y la censura, engarzando la obra que comenta, “Contra la censura”, con un hecho sorprendente que hace unas semanas conmocionó a casi todos, la retirada de los quioscos de una revista humorística, por el simple hecho de satirizar a un miembro de la Familia Real. Subrayando al sudafricano, Vila-Matas afirma, que todo agravio que pueda conducir a un acto de censura (o a una actitud beligerante o incluso a un dolor extremo) se debe a un malentendido, consistente éste, en creer que el ataque o los ataques que uno recibe van contra su ser esencial, contra lo que uno en realidad es, sin comprenderse, que lo anterior nada tiene que ver con las construcciones y ficciones sobre las que nos asentamos, que son hacia donde van dirigidos los dardos envenenados que de forma constante recibimos. Para el autor del artículo, ambas cosas van por separado, no teniendo que ver demasiado, cosa curiosa, lo que somos con lo que aparentamos, pues lo primero es connatural, viene con la persona, mientras que lo segundo es mera creación. Para el barcelonés, sólo los espíritus simples, o los anclados en una concepción de la existencia arcaica, propia de siglos anteriores, pueden creer aún en eso de la unidad del ser, pues para él, vivimos en un escenario, en el que cada cual representa su papel sin más, dejando al lado, en el camerino, sus esencias fundamentales. De esta forma, los ataques y críticas que se puedan recibir, en ningún momento podrán dar en el blanco, ya que irán dirigidas a las estructuras que hemos creado de forma artificiosa, y no hacia lo esencial de lo que somos, que siempre quedará a resguardo, en ese cajón que todos tenemos cerrado con siete llaves. De esta forma, el agravio deja de existir, ya que sólo se puede sentir agraviado, aquel que se crea descubierto y atacado en su intimidad, pues mientras el daño lo reciba el personaje que hemos creado y que paseamos como si fuera nuestra propia realidad, nada en el fondo nos afectará, pues sabremos en todo momento, que seguimos esquivado y resguardando lo que en el fondo tanto nos interesa, al tiempo que comprendemos, que los demás siguen cayendo en la celada que le hemos preparado. La ofensa, por tanto, gracias a esta sutil estrategia que todos empleamos, deja de existir, dando paso a eso tan de moda que llamamos tolerancia, lo que sin duda, está posibilitando un mundo mucho más soportable. Pero la anterior estrategia, de la que tan satisfecho se encuentra el autor del artículo, hay que extenderla a todos los ámbitos de la existencia, y también, como no, al de la literatura, entendiendo ésta como un juego, como una actividad, que poco o nada puede tener que ver con la realidad íntima del que escribe. La separación radical entre el creador y la obra creada, para Vila-Matas, debe ser algo natural, de suerte que, nunca se deben buscar paralelismos entre uno y otra, pues la buena obra artística de nuestro tiempo, ante todo debe ser autónoma. De ahí, que la crítica literaria, la buena crítica literaria, nunca, aunque sea negativa, debe afectar al escritor de forma personal, sino a su faceta profesional, pues esa crítica sólo puede atender al texto analizado. Creo que con todo lo anterior, se puede comprender, a la perfección, la forma que tiene Vila-Matas de entender la literatura, lo que, sin duda, se llegue a estar de acuerdo con ella o no, puede ayudar a comprender sus composiciones.
Lo que resulta claro, visto lo visto, es que Vila-Matas se sitúa en la vertiente posmoderna de la literatura, en aquella que apuesta por el juego, por el guiño, por el mundo de lo anfibio, por una literatura, en fin, que aspira al entretenimiento inteligente, pero que no se plantea nada más. Es el autor posmoderno por antonomasia de nuestro país, nuestro Paul Auster particular, al que todos leemos, a pesar, de estar convencidos que derrocha su energía literaria en temas demasiado banales. No tengo nada que decir sobre su forma de entender la literatura, es la suya y por eso es sagrada, aunque evidentemente, prefiero posicionarme con los que se sitúan en la otra vertiente, con aquellos que se juegan la vida con lo que escriben, con los que entienden la literatura como un descubrirse por entero, sin miedo a dejar sus flancos más sensibles al descubierto. Quiero seguir creyendo que la unidad es posible, que el creador y la obra que éste crea, es y tiene que ser una misma cosa, que es imposible una dicotomía entre ambas, de suerte que, cuando se ataca una determinada obra, se ataca directamente al que la firma. Recuerdo a Cernuda, que cuando escuchó las críticas a su primer libro de poemas, comprendió que éstas no iban contra lo que había escrito, sino contra su persona, y creo que así tiene que ser, pues siempre se escribe, se crea, desde una determinada perspectiva, desde aquella en la que uno se encuentra.
Existe una opinión cada día más generalizada dentro de la crítica, que afirma lo mismo que Vila-Matas, es decir, que hay que diferenciar entre la obra y el autor de la misma, como si eso fuera posible, como si un determinado creador, a la hora de ponerse a trabajar, pudiera dejar a un lado todo lo que es, para hablar de cosas asépticas, de cuestiones que no tienen nada que ver con sus convicciones y con su visión del mundo. Vila-Matas, el autor que se puede escoge aquí como referencia, parece que en principio lo consigue, aunque hay que comprender, que dichos ejercicios tienen gracia una vez, pero que cuando se repiten, como le ha ocurrido a nuestro posmoderno escritor, aparece el cansancio en el lector, que en el fondo lo que busca son visiones del mundo diferentes a la suya, miradas sinceras, que tengan la virtud de complementar la que posee, pues cuando se juega demasiado, el aburrimiento acaba anegándolo todo. Cierto es, que cuando uno no se posiciona, difícilmente puede aparecer el conflicto, pero eludir el conflicto de forma sistemática, es una táctica tan poco conveniente como la que utiliza el avestruz para eludir los peligros a los que se enfrenta. Los conflictos son ineludibles, y hay que afrontarlos a cara descubierta, evitando el enfrentamiento mediante el diálogo y eso que ahora llaman empatía.
Lunes, 13 de agosto de 2007
martes, 30 de octubre de 2007
Esos cielos
LECTURAS
(elo.091)
ESOS CIELOS
Bernardo Atxaga
Alfaguara, 2.007
No todos los que escriben historias, y este hecho es conveniente subrayarlo, realizan literatura. La literatura es algo más que contar una historia interesante, pues ante todo, para hacer literatura hay que tener un mínimo de afán literario, requisito que no se encuentra a disposición de la mayoría de los que se dedican a escribir en nuestros días. Cada día que pasa hay más escritores, pero sin embargo, el nivel literario se encuentra por los suelos. Escribir una novela, por no hablar ya de un relato, se ha convertido en algo habitual, todos conocemos a algún amigo que en sus ratos de ocio ha escrito una novela, entre otras razones, porque la novelística, lamentablemente, se ha convertido en un oficio para algunos y un entretenimiento para la mayoría, lo que la separa, cada día más del arte con mayúsculas. Me llama la atención, la escasa preocupación, que incluso novelistas afamados, mantienen ante sus teóricas creaciones artísticas, ejecutando obras, que nada aportan, y que sólo logran sostenerse, justificarse, al convertirse en meros objetos de consumo. Comprendo que hay que vivir de algo, que escribir, sobre todo cuando se ha salido del anonimato, puede resultar una importante fuente de ingresos (aunque siempre se podrá ganar más en cualquier otra actividad), que los lectores que trabajosamente alguien ha podido recolectar, esperan cada cierto tiempo, con sorprendente interés, una nueva entrega de ese escritor que en su día tanto le interesó, y que éste se ve en la obligación de aportar nuevas obras, sea cual sea la calidad de las mismas, si en realidad no desea volver al inmundo anonimato del que partió. Evidentemente no se puede criticar ni a los que escriben para ganarse la vida, pues todo el mundo tiene ese derecho, ni tampoco, por supuesto, a los que lo hacen para intentar esquivar el aburrimiento, pues el tema es otro, el problema es que no existe voluntad de hacer literatura. El otro día leí una novela de Magris, creo que se trataba de la última obra del escritor italiano, una novela mala, muy mala, pero que sin embargo, era literatura pura. El autor no dio con la tecla de la novela, pero su intención, su voluntad, evidentemente era la de hacer literatura, y eso, en literatura, como en cualquier otra manifestación artística, es lo importante. En los momentos en que vivimos, cualquier hijo de vecino, es capaz de aportar a los estantes de las librerías una novela bien escrita, con la armonía necesaria para que pueda leerse, para que pueda convertirse incluso en un éxito de ventas, pero casi ninguno posee eso que le sobra a Magris, la voluntad de estilo, lo que en el fondo, es la madre del cordero. El arte, aunque siempre lo ha sido, es una rara avis en nuestras sociedades, en donde lo que se potencia son otras cosas, otro tipo de productos, entre otras razones, porque éstos, son mucho más rentables. Toda manifestación artística es dificultosa, a la que, en el fondo, sólo pueden acceder determinados individuos, lo que convierte al arte, en unas sociedades como las nuestras, en donde lo importante es el consumo compulsivo, en una actividad marginal que hay, al menos eso piensan mucho, de ahí la existencia y la justificación de los Ministerios de Cultura, que subvencionar en todo momento. Lo anterior significa, que la mayoría (siempre será una mayoría minoritaria) de los que se dedican a la actividad artística, a la de verdad, a la que discurre por los recónditos desfiladeros de lo que aún no se ha descubierto ni catalogado, difícilmente podrán acceder a los beneficios de la gran religión de nuestra época, lo que retrae a los pocos, que aún desean internarse en el mundo artístico.
Después de lo anterior, no debería extrañarme, que la mayoría de las novelas que llegan a mis manos, resulten de una banalidad absoluta, en donde lo prosaico, en donde la historia que se cuenta, consiga hipotecar por entero la obra, lo que convierte a dichas novelas en imperfectas, en inacabadas, y lo malo no es eso, lo malo, es que me estoy, nos estamos acostumbrando a ello. Una buena novela, como he repetido en incontables ocasiones, y no debería cansarme de seguir repitiendo, es aquella que mantiene los equilibrios entre el tema y forma, entre la historia que se desea transmitir, y el estilo gracias al cual, dicha historia consigue llegar al lector. Hoy, la novela dominante, es aquella en la que no se identifican dichas variables, es decir, la que utiliza un lenguaje lo más plano posible, en donde la consigna seguida y aclamada por todos, es la que dice, que lo conveniente, es que el estilo no se note, es decir, la que sacraliza el hecho, de que el autor en todo momento debe pasar desapercibido, y que ese anonimato, debería ser la gran virtud que posea todo buen creador. Esto es lo que se elogia, lo que valoran tanto el público como las editoriales en nuestros días, lo que significa, se diga como se diga, que se intenta prescindir del autor, de la singularidad del autor, y por extensión del arte. De seguir así las cosas, en pocos años, todo será manufactura, lo que conducirá a lo que aún se denomina literatura, a un callejón sin salida, en donde sin duda vivirá sus últimos momentos, sostenida por unos lectores, que en ningún momento han podido saborear, o no han querido, la auténtica literatura de altura.
Después de haber leído la controvertida anterior novela de Atxaga, “El hijo del acordeonista”, obra que a pesar de la polémica que en su momento suscitó me resultó atractiva, tenía bastante interés, en que apareciera alguna nueva obra suya en los anaqueles de las librerías. El otro día, por casualidad, me encontré con “Esos cielos”, una pequeña novela del escritor vasco, que sin pensarlo dos veces, me llevé a casa. El tema de la misma es el de siempre, el mismo que se encuentra de una forma o de otra en toda la obra de Atxaga, la ascendencia del grupo, de la comunidad sobre el individuo, y la relación de éste, con dicha comunidad y grupo. Para el novelista de Asteuse, el grupo, en determinadas ocasiones, ejerce tal influencia sobre sus miembros, que eliminando la actitud crítica de éstos, les obliga a realizar determinados actos, que sin dicho influjo resultarían impensable, pero al mismo tiempo, reconoce, que la vida fuera del grupo, o en contra del grupo, conduce a una soledad difícil de soportar, sobre todo, en sociedades tan endogámicas como la vasca. El tema lo afronta, presentando una historia, en donde una arrepentida militante de ETA, abandona la cárcel de Barcelona, en donde ha pasado cerca de cuatro años, y que después de certificar que nadie ha venido a esperarla, decide trasladarse a Bilbao en autobús. En ese viaje, la protagonista, afronta todos los miedos que su nueva situación le provoca, pues comprende, que el paso que ha dado y que le ha conducido a la liberación, le ha cerrado las puertas de lo que fue su mundo, por lo que a partir de ese momento, tendría que empezar desde cero. La mayor parte de la novela transcurre dentro del autobús, en un autobús que recorre a gran velocidad la ruta Barcelona-Bilbao, es decir, en un recinto cerrado, en donde la antigua militante de la organización terrorista, contabiliza sus miedos e intenta pensar a qué se dedicará, cuando pise cuando de nuevo su ciudad.
En esta ocasión, creo que Atxaga fracasa en su proyecto, pues la novela en cuestión, resulta demasiado prosaica e incluso previsible, pudiendo haber profundizado más en las cuestiones esenciales de la historia, que aunque al final remata bien, atando todos los cabos, hubiera podido sacarle más partido, lo que unido al escaso nivel literario, en todo momento bastante ajustado, hace que “Esos cielos”, deje en el lector cierta sensación de obra correcta pero fallida, de esas que no se mantendrán mucho tiempo en la memoria del lector. En fin, seguiré esperando alguna otra obra del escritor vasco, que consiga enjuagar el mal sabor de boca que me ha provocado por ésta.
Miércoles, 18 de julio de 2007
(elo.091)
ESOS CIELOS
Bernardo Atxaga
Alfaguara, 2.007
No todos los que escriben historias, y este hecho es conveniente subrayarlo, realizan literatura. La literatura es algo más que contar una historia interesante, pues ante todo, para hacer literatura hay que tener un mínimo de afán literario, requisito que no se encuentra a disposición de la mayoría de los que se dedican a escribir en nuestros días. Cada día que pasa hay más escritores, pero sin embargo, el nivel literario se encuentra por los suelos. Escribir una novela, por no hablar ya de un relato, se ha convertido en algo habitual, todos conocemos a algún amigo que en sus ratos de ocio ha escrito una novela, entre otras razones, porque la novelística, lamentablemente, se ha convertido en un oficio para algunos y un entretenimiento para la mayoría, lo que la separa, cada día más del arte con mayúsculas. Me llama la atención, la escasa preocupación, que incluso novelistas afamados, mantienen ante sus teóricas creaciones artísticas, ejecutando obras, que nada aportan, y que sólo logran sostenerse, justificarse, al convertirse en meros objetos de consumo. Comprendo que hay que vivir de algo, que escribir, sobre todo cuando se ha salido del anonimato, puede resultar una importante fuente de ingresos (aunque siempre se podrá ganar más en cualquier otra actividad), que los lectores que trabajosamente alguien ha podido recolectar, esperan cada cierto tiempo, con sorprendente interés, una nueva entrega de ese escritor que en su día tanto le interesó, y que éste se ve en la obligación de aportar nuevas obras, sea cual sea la calidad de las mismas, si en realidad no desea volver al inmundo anonimato del que partió. Evidentemente no se puede criticar ni a los que escriben para ganarse la vida, pues todo el mundo tiene ese derecho, ni tampoco, por supuesto, a los que lo hacen para intentar esquivar el aburrimiento, pues el tema es otro, el problema es que no existe voluntad de hacer literatura. El otro día leí una novela de Magris, creo que se trataba de la última obra del escritor italiano, una novela mala, muy mala, pero que sin embargo, era literatura pura. El autor no dio con la tecla de la novela, pero su intención, su voluntad, evidentemente era la de hacer literatura, y eso, en literatura, como en cualquier otra manifestación artística, es lo importante. En los momentos en que vivimos, cualquier hijo de vecino, es capaz de aportar a los estantes de las librerías una novela bien escrita, con la armonía necesaria para que pueda leerse, para que pueda convertirse incluso en un éxito de ventas, pero casi ninguno posee eso que le sobra a Magris, la voluntad de estilo, lo que en el fondo, es la madre del cordero. El arte, aunque siempre lo ha sido, es una rara avis en nuestras sociedades, en donde lo que se potencia son otras cosas, otro tipo de productos, entre otras razones, porque éstos, son mucho más rentables. Toda manifestación artística es dificultosa, a la que, en el fondo, sólo pueden acceder determinados individuos, lo que convierte al arte, en unas sociedades como las nuestras, en donde lo importante es el consumo compulsivo, en una actividad marginal que hay, al menos eso piensan mucho, de ahí la existencia y la justificación de los Ministerios de Cultura, que subvencionar en todo momento. Lo anterior significa, que la mayoría (siempre será una mayoría minoritaria) de los que se dedican a la actividad artística, a la de verdad, a la que discurre por los recónditos desfiladeros de lo que aún no se ha descubierto ni catalogado, difícilmente podrán acceder a los beneficios de la gran religión de nuestra época, lo que retrae a los pocos, que aún desean internarse en el mundo artístico.
Después de lo anterior, no debería extrañarme, que la mayoría de las novelas que llegan a mis manos, resulten de una banalidad absoluta, en donde lo prosaico, en donde la historia que se cuenta, consiga hipotecar por entero la obra, lo que convierte a dichas novelas en imperfectas, en inacabadas, y lo malo no es eso, lo malo, es que me estoy, nos estamos acostumbrando a ello. Una buena novela, como he repetido en incontables ocasiones, y no debería cansarme de seguir repitiendo, es aquella que mantiene los equilibrios entre el tema y forma, entre la historia que se desea transmitir, y el estilo gracias al cual, dicha historia consigue llegar al lector. Hoy, la novela dominante, es aquella en la que no se identifican dichas variables, es decir, la que utiliza un lenguaje lo más plano posible, en donde la consigna seguida y aclamada por todos, es la que dice, que lo conveniente, es que el estilo no se note, es decir, la que sacraliza el hecho, de que el autor en todo momento debe pasar desapercibido, y que ese anonimato, debería ser la gran virtud que posea todo buen creador. Esto es lo que se elogia, lo que valoran tanto el público como las editoriales en nuestros días, lo que significa, se diga como se diga, que se intenta prescindir del autor, de la singularidad del autor, y por extensión del arte. De seguir así las cosas, en pocos años, todo será manufactura, lo que conducirá a lo que aún se denomina literatura, a un callejón sin salida, en donde sin duda vivirá sus últimos momentos, sostenida por unos lectores, que en ningún momento han podido saborear, o no han querido, la auténtica literatura de altura.
Después de haber leído la controvertida anterior novela de Atxaga, “El hijo del acordeonista”, obra que a pesar de la polémica que en su momento suscitó me resultó atractiva, tenía bastante interés, en que apareciera alguna nueva obra suya en los anaqueles de las librerías. El otro día, por casualidad, me encontré con “Esos cielos”, una pequeña novela del escritor vasco, que sin pensarlo dos veces, me llevé a casa. El tema de la misma es el de siempre, el mismo que se encuentra de una forma o de otra en toda la obra de Atxaga, la ascendencia del grupo, de la comunidad sobre el individuo, y la relación de éste, con dicha comunidad y grupo. Para el novelista de Asteuse, el grupo, en determinadas ocasiones, ejerce tal influencia sobre sus miembros, que eliminando la actitud crítica de éstos, les obliga a realizar determinados actos, que sin dicho influjo resultarían impensable, pero al mismo tiempo, reconoce, que la vida fuera del grupo, o en contra del grupo, conduce a una soledad difícil de soportar, sobre todo, en sociedades tan endogámicas como la vasca. El tema lo afronta, presentando una historia, en donde una arrepentida militante de ETA, abandona la cárcel de Barcelona, en donde ha pasado cerca de cuatro años, y que después de certificar que nadie ha venido a esperarla, decide trasladarse a Bilbao en autobús. En ese viaje, la protagonista, afronta todos los miedos que su nueva situación le provoca, pues comprende, que el paso que ha dado y que le ha conducido a la liberación, le ha cerrado las puertas de lo que fue su mundo, por lo que a partir de ese momento, tendría que empezar desde cero. La mayor parte de la novela transcurre dentro del autobús, en un autobús que recorre a gran velocidad la ruta Barcelona-Bilbao, es decir, en un recinto cerrado, en donde la antigua militante de la organización terrorista, contabiliza sus miedos e intenta pensar a qué se dedicará, cuando pise cuando de nuevo su ciudad.
En esta ocasión, creo que Atxaga fracasa en su proyecto, pues la novela en cuestión, resulta demasiado prosaica e incluso previsible, pudiendo haber profundizado más en las cuestiones esenciales de la historia, que aunque al final remata bien, atando todos los cabos, hubiera podido sacarle más partido, lo que unido al escaso nivel literario, en todo momento bastante ajustado, hace que “Esos cielos”, deje en el lector cierta sensación de obra correcta pero fallida, de esas que no se mantendrán mucho tiempo en la memoria del lector. En fin, seguiré esperando alguna otra obra del escritor vasco, que consiga enjuagar el mal sabor de boca que me ha provocado por ésta.
Miércoles, 18 de julio de 2007
martes, 23 de octubre de 2007
Bienvenido Bob
LECTURAS
(elo.090)
Bienvenido Bob
Juan Carlos Onetti
Internet
Ahora que voy a entrar en los últimos años de mi cuarta década (algo en lo que es mejor no pensar), en una edad en la que veía a mi padre como a una persona mayor, después de volver a leer “Bienvenido Bob”, me veo en la obligación de interrogarme sobre si soy un viejo, “un hombre desecho”, o si por el contrario, contra todo pronostico, y sin ser alguien extraordinario, sigo aún en ruta. Sería absurdo decir que soy joven, que sigo siendo joven, pues aquella deplorable y desdichada etapa de mi vida, afortunadamente ya pasó, pero tampoco deseo calificarme como viejo, y no por coquetería, sino porque ese término, puede dar a entender, que uno se encuentra acabado, asentado en una etapa, en la que sólo se desea que el tiempo pase sin prisas, pero al mismo tiempo sin sobresaltos. No, creo que ni una cosa ni otra, que ni joven ni viejo, ni alguien que de forma insensata aún cree que todo puede ser posible, ni por el contrario, quien por experiencia, por haber vivido demasiado, estima que todo resultará imposible. La juventud es un desastre y la vejez, imagino que también, por lo que tiene que existir un estadio intermedio, equidistante entre uno y otro, en donde la existencia resulte aceptable, en donde se pueda vivir sin estar muerto, pero en donde resulte posible, para evitar vivir en las nubes, pisar con determinación la tierra en la que hay necesariamente que vivir. Evidentemente no todo el mundo está vivo, al existir más muertos (de los que andan) de los que imaginamos, individuos sin más aspiraciones, que aquellas tendentes a satisfacer sus necesidades cotidianas, personas que desde un principio, sin ningún problema, se conforman con la existencia, sea la que sea, que les ha tocado en suerte, que no se plantean, en ningún momento, la posibilidad de modificar la vida que llevan a cabo, y que sin embargo, consiguen acercarse, bastante, a eso que se denomina felicidad. Sí, porque estar vivo no significa, ni mucho menos, que uno sea feliz, pues suele acaecer todo lo contrario, ya que estar vivo acarrea una desazón que posibilita todos los desequilibrios. La estabilidad es un plato que sólo está al alcance de los muertos (vivientes), de los que se conforman con lo que tienen a su alrededor, de los que no se interrogan, de los que aceptan, en suma, sin aspirar a nada más, lo que un día encontraron y vieron como definitivo.
La juventud, es un periodo de la existencia que se caracteriza por la inexperiencia, por el desconocimiento de la fuerza que posee el mundo, pero sobre todo, por la confianza en uno mismo. Se confía tanto en las propias potencialidades, que todas las resistencias parecen salvables, de suerte que, los proyectos que se poseen, los sueños que se elaboran, por muy descabellados que sean, resultan creíbles y fácilmente ejecutables. Ortega decía que los proyectos revolucionarios sólo son posibles en pueblos jóvenes, en pueblos y en individuos, que están convencidos, que podrán vencer, sin muchas dificultades, el elevado número de circunstancias, de obstáculos, que lo envuelven todo. Por el contrario, los pueblos viejos, son los que temen a dichas circunstancias, los que están convencidos, que por mucho que se haga, por mucho empeño que se ponga, en ningún momento se podrán vencer las resistencias, que con terquedad, dificultan el deambular de los seres humanos. Los hombres viejos, por tanto, que no necesariamente tienen que tener una edad avanzada, son los que aceptan de antemano la imposibilidad de su voluntad, los que acatan el hecho, de que tienen que vivir en un mundo acotado por las circunstancias. Ni que decir tiene, que ambos individuos, ni el joven ni el viejo, llegan a comprenderse entre sí, pues sus mundos giran en diferentes órbitas, en diferentes espacios, que sólo convergen, cuando el joven tropieza de forma definitiva con la realidad, entrando entonces, por la puerta trasera, en eso que tanto odiaba, en el mundo de los adultos. No obstante, pues el maniqueísmo tampoco es el terreno, se diga lo que se diga, en donde se desenvuelve la realidad, existe, o tiene que existir una zona intermedia, en donde debe ser posible una existencia razonable, y que en contra de lo que afirma el personaje de Onetti, no tiene que ser sólo un lugar acto para los espíritus o los individuos extraordinarios. Allí tienen cabida, los que no aceptan las imposiciones de la realidad y los que están convencidos, que los ideales, que los sueños, no pueden volar libremente, ya que para que sean efectivos, hay que atarlos a la realidad, es decir, que tienen que adaptarse a la realidad, que necesitan conocer la fisonomía de ésta, para en un momento dado, intentar dinamitarla. En este espacio, se encuentran los que tienen esperanzas en un mundo y en una vida, tanto social como individual, completamente diferente, en donde la plenitud, es algo que en ningún momento hay que descartar. Por tanto, por un lado se encuentran los jóvenes y los viejos, con características contradictorias pero muy próximos entre sí, pero por otro, se hallan los que aquí se podrían denominar como los que aún permanecen vivos, los que con inteligencia, intentan conjugar los ideales de una vida mejor, con el conocimiento de las limitaciones que impone la realidad, y todo ello para intentar hacer posible en un futuro próximo, un mundo más aceptable. Para afinar un poco más, estos últimos, podrían ser calificados, para contraponerlos a las otras dos edades, como los individuos maduros, los que se dan cuenta que nada acaba cuando desaparece la juventud, y que sin embargo, intentan dilatar lo más posible, entrar en esa edad en donde la vejez, que es el momento en donde se piensa que todo está acabado, lo anega todo. La madurez debería de ser, el periodo más dilatado de la vida de un individuo, pero de forma curiosa, se encuentra acoquinada y arrugada entre la juventud y la vejez, medio oculta, pues lo normal, es que se pase, sin pasos previos, de cabeza, de la juventud a la vejez, de la vida a la muerte, sin que se comprenda que existen otras posibilidades, todas ellas más ricas y satisfactorias.
“Bienvenido Bob”, representa una magnífica reflexión sobre el tema, al ser un relato sobre la insolencia de la juventud, y sobre el fracaso de ésta, de una juventud, que no es consciente de sus propias limitaciones.
Onetti, desarrolla una historia, en donde un joven, Bob, dificulta la relación que mantiene el narrador con su hermana, al creer, que era demasiado viejo para ella. Con el paso de los años, el narrador se encuentra a ese joven, ya sin sueños y acabado, siendo su venganza, observarlo como se hundía día tras día en su propio fracaso.
El relato se desarrolla en tres partes perfectamente delimitadas, en la primera, el autor presenta a Bob, con toda su insolente juventud, en la segunda, se especifica como consigue romper la relación que mantenía su hermana con un pretendiente mayor que ella, que es el narrador del relato, al que veía como un hombre acabado, y en la tercera, la más interesante, la venganza que realiza ese antiguo pretendiente, contra el joven que le destrozó la vida, cuando se lo encuentra hundido en la misma realidad que tanto le criticaba diez años atrás.
El relato está escrito por Onetti, y por tanto, en ningún momento se puede esperar de él un lenguaje poético y diáfano, sino más bien todo lo contrario, pues parece que el uruguayo, conscientemente huye, y no sólo aquí, sino en toda su obra, de cualquier concesión a la galería, exponiendo sus obras en un lenguaje opaco e indirecto, que en lugar de favorecer la lectura, parece ideado, en todo momento, para dificultarla. A pesar de todo, al menos eso creo, aunque en cuestiones de gustos no hay nada escrito, el uruguayo lleva a cabo un relato perfecto, en donde el lector, el lector atento se entiende, comprende, que un relato puede ser más, mucho más que un mero entretenimiento estilístico, ese paso intermedio para algunos hacia la novela, sino también, cuando se realiza con honestidad y profesionalidad, puede convertirse en una pequeña obra de arte de autonomía plena. Sobre el relato de calidad, puede bascular en un futuro próximo el futuro de la literatura, por lo que hay que evitar, por todos los medios, que el relato banal que se está imponiendo, el que se lleva a cabo por mero entretenimiento, sea el predominante.
Lunes, 09 de julio de 2007
(elo.090)
Bienvenido Bob
Juan Carlos Onetti
Internet
Ahora que voy a entrar en los últimos años de mi cuarta década (algo en lo que es mejor no pensar), en una edad en la que veía a mi padre como a una persona mayor, después de volver a leer “Bienvenido Bob”, me veo en la obligación de interrogarme sobre si soy un viejo, “un hombre desecho”, o si por el contrario, contra todo pronostico, y sin ser alguien extraordinario, sigo aún en ruta. Sería absurdo decir que soy joven, que sigo siendo joven, pues aquella deplorable y desdichada etapa de mi vida, afortunadamente ya pasó, pero tampoco deseo calificarme como viejo, y no por coquetería, sino porque ese término, puede dar a entender, que uno se encuentra acabado, asentado en una etapa, en la que sólo se desea que el tiempo pase sin prisas, pero al mismo tiempo sin sobresaltos. No, creo que ni una cosa ni otra, que ni joven ni viejo, ni alguien que de forma insensata aún cree que todo puede ser posible, ni por el contrario, quien por experiencia, por haber vivido demasiado, estima que todo resultará imposible. La juventud es un desastre y la vejez, imagino que también, por lo que tiene que existir un estadio intermedio, equidistante entre uno y otro, en donde la existencia resulte aceptable, en donde se pueda vivir sin estar muerto, pero en donde resulte posible, para evitar vivir en las nubes, pisar con determinación la tierra en la que hay necesariamente que vivir. Evidentemente no todo el mundo está vivo, al existir más muertos (de los que andan) de los que imaginamos, individuos sin más aspiraciones, que aquellas tendentes a satisfacer sus necesidades cotidianas, personas que desde un principio, sin ningún problema, se conforman con la existencia, sea la que sea, que les ha tocado en suerte, que no se plantean, en ningún momento, la posibilidad de modificar la vida que llevan a cabo, y que sin embargo, consiguen acercarse, bastante, a eso que se denomina felicidad. Sí, porque estar vivo no significa, ni mucho menos, que uno sea feliz, pues suele acaecer todo lo contrario, ya que estar vivo acarrea una desazón que posibilita todos los desequilibrios. La estabilidad es un plato que sólo está al alcance de los muertos (vivientes), de los que se conforman con lo que tienen a su alrededor, de los que no se interrogan, de los que aceptan, en suma, sin aspirar a nada más, lo que un día encontraron y vieron como definitivo.
La juventud, es un periodo de la existencia que se caracteriza por la inexperiencia, por el desconocimiento de la fuerza que posee el mundo, pero sobre todo, por la confianza en uno mismo. Se confía tanto en las propias potencialidades, que todas las resistencias parecen salvables, de suerte que, los proyectos que se poseen, los sueños que se elaboran, por muy descabellados que sean, resultan creíbles y fácilmente ejecutables. Ortega decía que los proyectos revolucionarios sólo son posibles en pueblos jóvenes, en pueblos y en individuos, que están convencidos, que podrán vencer, sin muchas dificultades, el elevado número de circunstancias, de obstáculos, que lo envuelven todo. Por el contrario, los pueblos viejos, son los que temen a dichas circunstancias, los que están convencidos, que por mucho que se haga, por mucho empeño que se ponga, en ningún momento se podrán vencer las resistencias, que con terquedad, dificultan el deambular de los seres humanos. Los hombres viejos, por tanto, que no necesariamente tienen que tener una edad avanzada, son los que aceptan de antemano la imposibilidad de su voluntad, los que acatan el hecho, de que tienen que vivir en un mundo acotado por las circunstancias. Ni que decir tiene, que ambos individuos, ni el joven ni el viejo, llegan a comprenderse entre sí, pues sus mundos giran en diferentes órbitas, en diferentes espacios, que sólo convergen, cuando el joven tropieza de forma definitiva con la realidad, entrando entonces, por la puerta trasera, en eso que tanto odiaba, en el mundo de los adultos. No obstante, pues el maniqueísmo tampoco es el terreno, se diga lo que se diga, en donde se desenvuelve la realidad, existe, o tiene que existir una zona intermedia, en donde debe ser posible una existencia razonable, y que en contra de lo que afirma el personaje de Onetti, no tiene que ser sólo un lugar acto para los espíritus o los individuos extraordinarios. Allí tienen cabida, los que no aceptan las imposiciones de la realidad y los que están convencidos, que los ideales, que los sueños, no pueden volar libremente, ya que para que sean efectivos, hay que atarlos a la realidad, es decir, que tienen que adaptarse a la realidad, que necesitan conocer la fisonomía de ésta, para en un momento dado, intentar dinamitarla. En este espacio, se encuentran los que tienen esperanzas en un mundo y en una vida, tanto social como individual, completamente diferente, en donde la plenitud, es algo que en ningún momento hay que descartar. Por tanto, por un lado se encuentran los jóvenes y los viejos, con características contradictorias pero muy próximos entre sí, pero por otro, se hallan los que aquí se podrían denominar como los que aún permanecen vivos, los que con inteligencia, intentan conjugar los ideales de una vida mejor, con el conocimiento de las limitaciones que impone la realidad, y todo ello para intentar hacer posible en un futuro próximo, un mundo más aceptable. Para afinar un poco más, estos últimos, podrían ser calificados, para contraponerlos a las otras dos edades, como los individuos maduros, los que se dan cuenta que nada acaba cuando desaparece la juventud, y que sin embargo, intentan dilatar lo más posible, entrar en esa edad en donde la vejez, que es el momento en donde se piensa que todo está acabado, lo anega todo. La madurez debería de ser, el periodo más dilatado de la vida de un individuo, pero de forma curiosa, se encuentra acoquinada y arrugada entre la juventud y la vejez, medio oculta, pues lo normal, es que se pase, sin pasos previos, de cabeza, de la juventud a la vejez, de la vida a la muerte, sin que se comprenda que existen otras posibilidades, todas ellas más ricas y satisfactorias.
“Bienvenido Bob”, representa una magnífica reflexión sobre el tema, al ser un relato sobre la insolencia de la juventud, y sobre el fracaso de ésta, de una juventud, que no es consciente de sus propias limitaciones.
Onetti, desarrolla una historia, en donde un joven, Bob, dificulta la relación que mantiene el narrador con su hermana, al creer, que era demasiado viejo para ella. Con el paso de los años, el narrador se encuentra a ese joven, ya sin sueños y acabado, siendo su venganza, observarlo como se hundía día tras día en su propio fracaso.
El relato se desarrolla en tres partes perfectamente delimitadas, en la primera, el autor presenta a Bob, con toda su insolente juventud, en la segunda, se especifica como consigue romper la relación que mantenía su hermana con un pretendiente mayor que ella, que es el narrador del relato, al que veía como un hombre acabado, y en la tercera, la más interesante, la venganza que realiza ese antiguo pretendiente, contra el joven que le destrozó la vida, cuando se lo encuentra hundido en la misma realidad que tanto le criticaba diez años atrás.
El relato está escrito por Onetti, y por tanto, en ningún momento se puede esperar de él un lenguaje poético y diáfano, sino más bien todo lo contrario, pues parece que el uruguayo, conscientemente huye, y no sólo aquí, sino en toda su obra, de cualquier concesión a la galería, exponiendo sus obras en un lenguaje opaco e indirecto, que en lugar de favorecer la lectura, parece ideado, en todo momento, para dificultarla. A pesar de todo, al menos eso creo, aunque en cuestiones de gustos no hay nada escrito, el uruguayo lleva a cabo un relato perfecto, en donde el lector, el lector atento se entiende, comprende, que un relato puede ser más, mucho más que un mero entretenimiento estilístico, ese paso intermedio para algunos hacia la novela, sino también, cuando se realiza con honestidad y profesionalidad, puede convertirse en una pequeña obra de arte de autonomía plena. Sobre el relato de calidad, puede bascular en un futuro próximo el futuro de la literatura, por lo que hay que evitar, por todos los medios, que el relato banal que se está imponiendo, el que se lleva a cabo por mero entretenimiento, sea el predominante.
Lunes, 09 de julio de 2007
La ciudad de la nueva economía
LECTURAS
(elo.089)
La ciudad de la nueva economía
Manuel Castells, 2.000
La Factoría
En esta conferencia, Manuel Castells, intenta situar, o mejor dicho delimitar, el papel que van a desempeñar las ciudades en el nuevo periodo histórico que nos está tocando vivir. Mientras que aún, de forma incomprensible, se sigue gastando tinta y más tinta sobre cuestiones tan desfasada como el nacionalismo; mientras que algunos siguen entonando, una a una, todas las virtudes de la patria, la realidad, siempre tozuda, poco a poco va mostrando facetas de su nueva fisonomía. El catalán, que puede presumir de poseer una visión privilegiada de todo lo que acontece, intenta hacer comprender, que el nuevo mundo que se avecina, traerá aparejado una serie de novedades, que pueden convertir nuestros actuales discursos, en sólo pocos años, en papel mojado. La economía, como no podría ser de otra forma, también ocupa para Castells un papel central en los acontecimientos, casi todos revolucionarios, que se están produciendo, pero lo importante para el, lo innovador, no es la economía clásica, sino lo que denomina la Nueva Economía. La Nueva Economía es un concepto, que desde hace tiempo se encuentra bastante manoseado, de suerte que, difícilmente logra alguien definirla con claridad, aunque todo el mundo confirma, que existir, existe. Para el autor, La Nueva Economía, es aquella que se apoya sobre el conocimiento y la información, lo que al profano en la materia no le dice absolutamente nada, siendo una de esas definiciones, que oscurecen más que aclaran. Para colmo, el propio Castells, afirma poco después, que esa Nueva Economía, es sin duda la que en la actualidad, está obteniendo mayores plusvalías empresariales, lo que acrecienta la necesidad de saber, en qué consiste eso que al parecer se contrapone a que la economía clásica. Lo que hoy denominamos economía clásica, es aquella, que se basa en la producción de bienes y equipos, aquella cuyo logotipo, hoy que tan de moda están, sería la fábrica, y más concretamente la factoría fordista. La aparición en escena de la Nueva Economía, no quiere decir, que la otra economía haya desaparecido, ni siquiera que se encuentre en declive, pues entre otras cosas sigue siendo la hegemónica, la que abastece de los productos básico al conjunto de nuestras sociedades. Pero al parecer este sistema económico, si he entendido bien a Castells, que se podría calificar como demasiado pesado, hoy en día no se encuentra, en modo alguno, en la vanguardia económica, pues existe otro más ligero, más postmoderno, que con menores estructuras consigue mayores beneficios. Para nuestro autor, como más arriba comenté, esta Nueva Economía se basa en el conocimiento y en la información, es decir, en la materia gris de determinados individuos y en la tecnología, en la alta tecnología informacional, que consigue conectar a lo largo de todo el mundo, en tiempo real, interrelacionándolos, a los grandes expertos de cada materia, algo que nunca, y esto hay que subrayarlo, había pasado con anterioridad. Estos expertos, si sigo en la ruta adecuada, consiguen en la red, en la red de redes, la información que necesitan sobre las necesidades concretas a cubrir, para después, gracias a ese mismo instrumento, trabajar en equipo, con la intención de tratar de cubrir y de dar respuestas a dichas necesidades. Según lo anterior, esa nueva economía, puede comprender a la perfección, por las informaciones que le llega, de la necesidad que pueda existir en determinada zona del mundo, por ejemplo, de un vehículo utilitario con determinadas características técnicas, puede también, gracias al trabajo de determinados especialistas, concebir sobre el papel dicho vehículo, pero a partir de ese momento, todo quedaría en manos, de las denostadas factorías fordistas. Lo anterior quiere decir, que la nueva economía es ante todo una economía de dirección, que en un mundo como el que se nos avecina, se asentará, sin ningún género de dudas, en nuestras sociedades desarrolladas, mientras que la pesada y contaminante, la que se desprecia por molesta a pesar de ser imprescindible, tendrán que ubicarse en los polucionados países de lo que siempre será el Tercer Mundo, que se está convirtiendo poco a poco, y esto cada día se ve más claro, en el gran polígono industrial de los países desarrollados. La Nueva economía, por tanto, será la economía del Primer Mundo, de ese mundo de cuello blanco y corbata, que hipócritamente se preocupa por la sostenibilidad del planeta, mientras que la otra, será la de los cuellos azules, la de los que por mucho que trabajen, en ningún momento podrán salir de su pobreza de siempre. Esa Nueva Economía de la que habla Castells, al igual que otros entendidos, no es una economía autónoma y diferenciada, no, pues en realidad es la nueva herramienta económica que utiliza Occidente, para seguir controlando y manipulando a su favor la economía mundial, siendo a su vez, el más claro ejemplo de la división actual del mundo, una división cada día más evidente, entre los que han nacido para disfrutar de los tiempos que corren, y los que saben que sólo tendrán que padecerlos.
En este contexto, en donde la Nueva Economía y la de toda la vida se interrelacionan intimamente entre sí, contribuyendo a edificar un mundo cada día más escindido, Castells, se plantea el nuevo rol que tendrán que jugar las ciudades, papel que para él, con toda seguridad será decisivo. La función de las ciudades en la actualidad, está muy por encima del valor que se les atribuye, al ser ellas, y no los países ni las regiones, al igual que ocurría en la antigua Roma, las grandes dinamizadoras de la vida económica y cultural. Las ciudades ofrecen el marco real, sobre el que tiene que desarrollarse la vida de sus habitantes, dependiendo la calidad de vida de éstos, de la calidad de dicho marco. Las ciudades para Castells, compiten entre sí, para atraer tanto a la inteligencia como al capital, siendo su nivel de vida, su calidad de vida, lo que en último extremo las convierten en atractiva, y por consiguiente, en polos de atracción. Según el catalán, esa calidad de vida, que no sólo, pese a su importancia, se apoya en los servicios públicos que ofrecen, sino sobre todo, en las complejas relaciones que en ellas se desarrollan, que tienen la virtud de elevar el nivel de sus habitantes muy por encima de la media, es la fruta que atrae a las mentes mejor amuebladas hacia ellas, lo que a su vez, obliga al capital, al capital de riesgo evidentemente, pues el otro, siempre preferirá estacionarse en mercados más seguros, a asentarse también en dichas ciudades. La ciudad, de esta forma, es algo más, mucho más, que el paisaje que rodea a las relaciones existentes entre la inteligencia y el capital, es la base que sostiene dicha correspondencia, pero no sólo eso, pues para el autor, la ciudad es lo que humaniza dicha relación, la que la moraliza y la baja al mundo de los mortales, con todo el valor añadido que tal hecho aporta.
En toda la conferencia, Castells, no deja de hablar, con ese entusiasmo que le caracteriza, de las virtudes de la era de la información, pero sin subrayar en exceso sus evidentes deficiencias, como pueden ser las asimetrías evidentes que los procesos actualmente en marcha están generando. Se van a potenciar zonas, en donde el nivel de vida va a estar asegurado, mientras que otras, las más, se van a dejar de la mano de Dios, pues se está apostando por un mundo, con el consentimiento de todos los que pueden hacer algo, repleto de reducidos enclaves estratégicos, con unos niveles de desarrollo nunca antes vistos, pero rodeados por un inmenso mar de subdesarrollo y pobreza. Por ello, en lugar de sentirme contento con el mundo que vaticina Castells, como seguro era su intención, termino el texto, mucho más preocupado que cuando lo comencé. No soy pesimista, creo que nunca lo he sido, pero tengo que reconocer, que no me gusta nada el futuro que se vaticina, pues cuando más sé de él, cuando más me hablan de él sus publicistas, más temor tengo ante ese futuro que se acerca, según dicen, de forma inexorable.
Viernes, 29 de junio de 2007
(elo.089)
La ciudad de la nueva economía
Manuel Castells, 2.000
La Factoría
En esta conferencia, Manuel Castells, intenta situar, o mejor dicho delimitar, el papel que van a desempeñar las ciudades en el nuevo periodo histórico que nos está tocando vivir. Mientras que aún, de forma incomprensible, se sigue gastando tinta y más tinta sobre cuestiones tan desfasada como el nacionalismo; mientras que algunos siguen entonando, una a una, todas las virtudes de la patria, la realidad, siempre tozuda, poco a poco va mostrando facetas de su nueva fisonomía. El catalán, que puede presumir de poseer una visión privilegiada de todo lo que acontece, intenta hacer comprender, que el nuevo mundo que se avecina, traerá aparejado una serie de novedades, que pueden convertir nuestros actuales discursos, en sólo pocos años, en papel mojado. La economía, como no podría ser de otra forma, también ocupa para Castells un papel central en los acontecimientos, casi todos revolucionarios, que se están produciendo, pero lo importante para el, lo innovador, no es la economía clásica, sino lo que denomina la Nueva Economía. La Nueva Economía es un concepto, que desde hace tiempo se encuentra bastante manoseado, de suerte que, difícilmente logra alguien definirla con claridad, aunque todo el mundo confirma, que existir, existe. Para el autor, La Nueva Economía, es aquella que se apoya sobre el conocimiento y la información, lo que al profano en la materia no le dice absolutamente nada, siendo una de esas definiciones, que oscurecen más que aclaran. Para colmo, el propio Castells, afirma poco después, que esa Nueva Economía, es sin duda la que en la actualidad, está obteniendo mayores plusvalías empresariales, lo que acrecienta la necesidad de saber, en qué consiste eso que al parecer se contrapone a que la economía clásica. Lo que hoy denominamos economía clásica, es aquella, que se basa en la producción de bienes y equipos, aquella cuyo logotipo, hoy que tan de moda están, sería la fábrica, y más concretamente la factoría fordista. La aparición en escena de la Nueva Economía, no quiere decir, que la otra economía haya desaparecido, ni siquiera que se encuentre en declive, pues entre otras cosas sigue siendo la hegemónica, la que abastece de los productos básico al conjunto de nuestras sociedades. Pero al parecer este sistema económico, si he entendido bien a Castells, que se podría calificar como demasiado pesado, hoy en día no se encuentra, en modo alguno, en la vanguardia económica, pues existe otro más ligero, más postmoderno, que con menores estructuras consigue mayores beneficios. Para nuestro autor, como más arriba comenté, esta Nueva Economía se basa en el conocimiento y en la información, es decir, en la materia gris de determinados individuos y en la tecnología, en la alta tecnología informacional, que consigue conectar a lo largo de todo el mundo, en tiempo real, interrelacionándolos, a los grandes expertos de cada materia, algo que nunca, y esto hay que subrayarlo, había pasado con anterioridad. Estos expertos, si sigo en la ruta adecuada, consiguen en la red, en la red de redes, la información que necesitan sobre las necesidades concretas a cubrir, para después, gracias a ese mismo instrumento, trabajar en equipo, con la intención de tratar de cubrir y de dar respuestas a dichas necesidades. Según lo anterior, esa nueva economía, puede comprender a la perfección, por las informaciones que le llega, de la necesidad que pueda existir en determinada zona del mundo, por ejemplo, de un vehículo utilitario con determinadas características técnicas, puede también, gracias al trabajo de determinados especialistas, concebir sobre el papel dicho vehículo, pero a partir de ese momento, todo quedaría en manos, de las denostadas factorías fordistas. Lo anterior quiere decir, que la nueva economía es ante todo una economía de dirección, que en un mundo como el que se nos avecina, se asentará, sin ningún género de dudas, en nuestras sociedades desarrolladas, mientras que la pesada y contaminante, la que se desprecia por molesta a pesar de ser imprescindible, tendrán que ubicarse en los polucionados países de lo que siempre será el Tercer Mundo, que se está convirtiendo poco a poco, y esto cada día se ve más claro, en el gran polígono industrial de los países desarrollados. La Nueva economía, por tanto, será la economía del Primer Mundo, de ese mundo de cuello blanco y corbata, que hipócritamente se preocupa por la sostenibilidad del planeta, mientras que la otra, será la de los cuellos azules, la de los que por mucho que trabajen, en ningún momento podrán salir de su pobreza de siempre. Esa Nueva Economía de la que habla Castells, al igual que otros entendidos, no es una economía autónoma y diferenciada, no, pues en realidad es la nueva herramienta económica que utiliza Occidente, para seguir controlando y manipulando a su favor la economía mundial, siendo a su vez, el más claro ejemplo de la división actual del mundo, una división cada día más evidente, entre los que han nacido para disfrutar de los tiempos que corren, y los que saben que sólo tendrán que padecerlos.
En este contexto, en donde la Nueva Economía y la de toda la vida se interrelacionan intimamente entre sí, contribuyendo a edificar un mundo cada día más escindido, Castells, se plantea el nuevo rol que tendrán que jugar las ciudades, papel que para él, con toda seguridad será decisivo. La función de las ciudades en la actualidad, está muy por encima del valor que se les atribuye, al ser ellas, y no los países ni las regiones, al igual que ocurría en la antigua Roma, las grandes dinamizadoras de la vida económica y cultural. Las ciudades ofrecen el marco real, sobre el que tiene que desarrollarse la vida de sus habitantes, dependiendo la calidad de vida de éstos, de la calidad de dicho marco. Las ciudades para Castells, compiten entre sí, para atraer tanto a la inteligencia como al capital, siendo su nivel de vida, su calidad de vida, lo que en último extremo las convierten en atractiva, y por consiguiente, en polos de atracción. Según el catalán, esa calidad de vida, que no sólo, pese a su importancia, se apoya en los servicios públicos que ofrecen, sino sobre todo, en las complejas relaciones que en ellas se desarrollan, que tienen la virtud de elevar el nivel de sus habitantes muy por encima de la media, es la fruta que atrae a las mentes mejor amuebladas hacia ellas, lo que a su vez, obliga al capital, al capital de riesgo evidentemente, pues el otro, siempre preferirá estacionarse en mercados más seguros, a asentarse también en dichas ciudades. La ciudad, de esta forma, es algo más, mucho más, que el paisaje que rodea a las relaciones existentes entre la inteligencia y el capital, es la base que sostiene dicha correspondencia, pero no sólo eso, pues para el autor, la ciudad es lo que humaniza dicha relación, la que la moraliza y la baja al mundo de los mortales, con todo el valor añadido que tal hecho aporta.
En toda la conferencia, Castells, no deja de hablar, con ese entusiasmo que le caracteriza, de las virtudes de la era de la información, pero sin subrayar en exceso sus evidentes deficiencias, como pueden ser las asimetrías evidentes que los procesos actualmente en marcha están generando. Se van a potenciar zonas, en donde el nivel de vida va a estar asegurado, mientras que otras, las más, se van a dejar de la mano de Dios, pues se está apostando por un mundo, con el consentimiento de todos los que pueden hacer algo, repleto de reducidos enclaves estratégicos, con unos niveles de desarrollo nunca antes vistos, pero rodeados por un inmenso mar de subdesarrollo y pobreza. Por ello, en lugar de sentirme contento con el mundo que vaticina Castells, como seguro era su intención, termino el texto, mucho más preocupado que cuando lo comencé. No soy pesimista, creo que nunca lo he sido, pero tengo que reconocer, que no me gusta nada el futuro que se vaticina, pues cuando más sé de él, cuando más me hablan de él sus publicistas, más temor tengo ante ese futuro que se acerca, según dicen, de forma inexorable.
Viernes, 29 de junio de 2007
viernes, 12 de octubre de 2007
Sobre un artículo de Mikel Azurmendi
ACERCAMIENTOS
Sobre un artículo de Mikel Azurmendi
(iti.088)
En primer lugar, te tengo que reconocer, que no suelo seguir los avatares de lo política doméstica, entre otras razones porque me aburre y porque carezco, aunque parezca mentira, del tiempo suficiente para analizarla a fondo, sin quedarme en los simples hechos, que siempre exigen, para comprenderlos en profundidad, una entrega casi absoluta, algo que desgraciadamente no me puedo permitir en estos momentos. La pasión política de la que hablaba Ramoneda me ha abandonado, al igual que lo han hecho otras pasiones, pero no me quejo, pues aún me quedan algunas, que de forma sorprendente aún logran mantenerme con vida. La pasión política, al menos así la observo ahora, es la madre de todos los sectarismos, de todos los fundamentalismos exclusivistas, que siempre tiende a amenazar y a estrangular a la propia actividad política, pues en todo momento acaba criminalizando al contrario, convirtiendo al contrincante en enemigo, en traidor de la causa.
No soy populista, nunca lo he sido, pues me atemorizan los que utilizan al pueblo para justificar lo injustificable. Sólo me interesan los individuos, los individuos con nombres y apellidos, y más aún mis amigos, aquellos, como diría Carlos Cano, a los que desde lejos se les ve el “plumar”. Por eso, cuando te hablé ayer en mi correo de la gente de la calle, esa que según tú nunca hila fino, no me refería a ese colectivo abstracto al que algunos denominan pueblo, no, sino a personas con las que trato cotidianamente, con las que de vez en cuando, mirándonos a los ojos, hablamos entre otras cosas, incluso de política. A todos, absolutamente a todos les interesa la política, pero les interesa de forma moderada, es decir, sin que la política sea el centro de sus vidas, aunque la mayoría de ellos, como yo mismo, han militado con anterioridad en alguna formación política. Pues bien, a esos amigos, y te hablo de un grupo variopinto formado por veinticinco o treinta persona, a ninguno le quita el sueño la situación política por la que atraviesa nuestro país, entre otras razones, porque este país funciona de forma aceptable, aunque tal afirmación, que yo también subrayo, puede que te parezca inaceptable. Sí, la situación que atraviesa esto que todavía se llama España, y que posiblemente mañana se llame de otra forma, es la mejor con diferencia por la que históricamente ha pasado este país, aunque algunos se rasguen las vestiduras por determinados acontecimientos anecdóticos que de vez en cuando se producen. Por ello, cuando ayer leí en el primer párrafo del artículo de Azurmendi, aquello que decía que estamos al borde del colapso, no tuve más remedio que sonreír, para después escribirte esas escasas líneas, a las que tú me contestaste con tanta pasión y convencimiento.
Acabo de leer el artículo completo del autor de “Todos somos nosotros”, y me da la sensación, de que no “hila nada fino”, que se deja llevar por sus demonios particulares, lo que le hace ser, como tú y como yo por supuesto, un esclavo de su propia historia, o mejor dicho, un esclavo voluntario de su propia historia, lo que resulta mucho más complicado y peligroso.
Comienza nuestro reconvertido activista con una frase que me hizo pararme en seco, a saber, “El estado de derecho ha perdido una importante batalla” afirmación que no me cuadra, pues en último extremo, y sin querer afilar demasiado el lápiz, quien ha perdido la batalla ha sido el gobierno encabezado por Rodríguez Zapatero. El Estado que tenemos, puede sin desembocar en el colapso, soportar la amenaza continua de ETA, de lo que no estoy seguro, es de si podrá aguantar otras lacras que se están enquistando en nuestras sociedad, pero claro, a Azurmendi lo único que le preocupa es lo de siempre, lo mismo que a Juaresti, lo mismo que a otros muchos. El problema, es que los que hemos crecido en el leninismo, aunque unos más que otros, confundimos demasiado frecuentemente Estado con gobierno, sin comprender, porque no nos interesa, o porque cuadra mejor con nuestros argumentos, que el fracaso de una determinada estrategia gubernamental, sea la que sea, no tiene por que acarrear, sobre todo cuando se trata de un tema menor, como del que estamos hablando, el desmoronamiento de una estructura estatal tan sólida como la nuestra. A veces es bueno exagerar, porque de esa forma se subraya mejor lo que decimos, pero tampoco es bueno pasarse, sobre todo, porque hay gente muy sensibilizada con determinados temas, a los que se les puede hacer sufrir sin necesidad.
Con posterioridad, el amigo Azurmendi parece descubrir América, la del norte evidentemente, cuando afirma que la estrategia de ETA no ha sido otra que la de tomarse un respiro, para con posterioridad, ya repuesta de sus heridas, volver a la batalla. Lo creía más inteligente. Él, tan conocedor, al parecer, de lo que ocurre en la trastienda de la famosa izquierda abertzale, debería saber, que en un mundo tan complejo como ese, como lo son todos los existentes, se interponen diferentes escenarios, y que alumbrar sólo uno de ellos, significa no decir toda la verdad, lo que no quiere decir que mienta, sólo que no dice toda la verdad, pues ésta, si existe, ante todo tiene que ser poliédrica, y pontificar así, en un medio tan serio como ABC (diario que mejora por momentos), no es de recibo. Es verdad, en parte, lo que dice nuestro antropólogo en lo referente a que ETA se ha tomado un respiro, gracias al cual ha podido coger fuerzas, pero también lo es, uno también tiene sus fuentes, que dentro de la organización se ha producido una encarnizada batalla (esta gente no puede vivir sin pelearse), entre el sector histórico encabezado por Ternera, más proclive a la negociación y a la tregua indefinida (la edad no perdona), y el de los jóvenes cachorros educados en la Kale barroka, capitaneados estos últimos por el gran jefe indio Txeroki, más proclive a la épica que a la política. Como ha ocurrido en otras ocasiones, esta contienda interna, que al parecer han ganado en primera instancia los indios, provocará una nueva escisión en la organización, que sin duda, conseguirá debilitarla aún más, aunque en principio y desgraciadamente, la sangre nos salpique a todos.
Pero Azurmendi sigue, y como es lógico ataca, antes de hablar de su situación personal (en la que no pienso entrar, no te preocupes), en la actitud mantenida por los socialistas, en el según él, detestable proceso negociador. Con un lenguaje belicoso (propio de individuos como él), habla de la traición que han llevado a cabo los socialistas sobre sus compañeros de “trinchera”, a quienes han querido “matar” para salir solos en la foto. Nuestro ya amigo, el mismo que hablaba con tanto lirismo en “Estampas de El Ejido” (en donde le echaba las culpas de todo lo sucedido a los inmigrantes, sin detenerse siquiera en las condiciones de vida que se les imponía), sigue sin comprender desde su estratificado leninismo nada de nada. Mantener una estrategia política diferente no significa que nuestro contrincante sea un enemigo, pues con esa actitud, lo único que se consigue, es abortar todo debate político.
Desde hace mucho tiempo, estoy convencido que la única forma de acabar con ETA, algo que sólo se podrá conseguir a largo plazo, pasa necesariamente por la aplicación de políticas transversales que consigan su aislamiento absoluto, pero nunca mediante la creación de un frentismo que divida a la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas, o lo que es lo mismo, entre constitucionalistas y no constitucionalistas. La única división posible es la democrática, en donde tienen cabida, hoy por hoy, todas las fuerzas políticas vascas, excepto las colonizadas por los abertzales, motivo por el cual, independientemente a tener siempre, y digo siempre, las puertas abiertas de la negociación, habrá que trabajar para que el bloque democrático, junto a las fuerzas policiales y a la magistratura, acorralen cada día un poco más, a todos aquellos que se niegan a cambiar las armas por la política. En una comunidad escindida como la del país vasco, lo último que se puede hacer, es potenciar aún más esa escisión, pues la tarea debe estar dirigida a fortalecer todo lo que una, dejando en estos momentos de crisis lo que separa, que en el fondo resulta intrascendente para más adelante. Lo que está claro, y eso lo debe entender todo el mundo, es que con violencia, en ningún momento se podrá negociar nada importante, sólo la entrega incondicional de las armas, entre otras razones, porque en un sistema democrático, muy pocas son las cosas verdaderamente importantes que se encuentran en las manos de un gobierno. Cuando la normalización sea una realidad, que aunque parezca mentira no tardará en establecerse, se podrá hablar de todo, incluso de independencia, que si es un clamor, secundado mayoritariamente por la sociedad vasca, el Estado español, sin ningún problema, tendrá que hacerla realidad.
He intentado no entrar a valorar los posicionamientos de las fuerzas políticas mayoritarias, pues tanto el PSOE como el PP, me parece que se están equivocando de forma continuada, lo que puede deberse, entre otras razones, a que ninguna de las formaciones, posee en la actualidad una cúpula dirigente que se encuentre a la altura de la situación.
¿Me decías algo de que existe en la actualidad una alternativa? ¿Te refiere (sin coña) a Ciudadanos, o a la cosa que está intentando articular Savater y que no me has querido explicar en qué consiste?
Sábado, 9 de Junio de 2.007
Sobre un artículo de Mikel Azurmendi
(iti.088)
En primer lugar, te tengo que reconocer, que no suelo seguir los avatares de lo política doméstica, entre otras razones porque me aburre y porque carezco, aunque parezca mentira, del tiempo suficiente para analizarla a fondo, sin quedarme en los simples hechos, que siempre exigen, para comprenderlos en profundidad, una entrega casi absoluta, algo que desgraciadamente no me puedo permitir en estos momentos. La pasión política de la que hablaba Ramoneda me ha abandonado, al igual que lo han hecho otras pasiones, pero no me quejo, pues aún me quedan algunas, que de forma sorprendente aún logran mantenerme con vida. La pasión política, al menos así la observo ahora, es la madre de todos los sectarismos, de todos los fundamentalismos exclusivistas, que siempre tiende a amenazar y a estrangular a la propia actividad política, pues en todo momento acaba criminalizando al contrario, convirtiendo al contrincante en enemigo, en traidor de la causa.
No soy populista, nunca lo he sido, pues me atemorizan los que utilizan al pueblo para justificar lo injustificable. Sólo me interesan los individuos, los individuos con nombres y apellidos, y más aún mis amigos, aquellos, como diría Carlos Cano, a los que desde lejos se les ve el “plumar”. Por eso, cuando te hablé ayer en mi correo de la gente de la calle, esa que según tú nunca hila fino, no me refería a ese colectivo abstracto al que algunos denominan pueblo, no, sino a personas con las que trato cotidianamente, con las que de vez en cuando, mirándonos a los ojos, hablamos entre otras cosas, incluso de política. A todos, absolutamente a todos les interesa la política, pero les interesa de forma moderada, es decir, sin que la política sea el centro de sus vidas, aunque la mayoría de ellos, como yo mismo, han militado con anterioridad en alguna formación política. Pues bien, a esos amigos, y te hablo de un grupo variopinto formado por veinticinco o treinta persona, a ninguno le quita el sueño la situación política por la que atraviesa nuestro país, entre otras razones, porque este país funciona de forma aceptable, aunque tal afirmación, que yo también subrayo, puede que te parezca inaceptable. Sí, la situación que atraviesa esto que todavía se llama España, y que posiblemente mañana se llame de otra forma, es la mejor con diferencia por la que históricamente ha pasado este país, aunque algunos se rasguen las vestiduras por determinados acontecimientos anecdóticos que de vez en cuando se producen. Por ello, cuando ayer leí en el primer párrafo del artículo de Azurmendi, aquello que decía que estamos al borde del colapso, no tuve más remedio que sonreír, para después escribirte esas escasas líneas, a las que tú me contestaste con tanta pasión y convencimiento.
Acabo de leer el artículo completo del autor de “Todos somos nosotros”, y me da la sensación, de que no “hila nada fino”, que se deja llevar por sus demonios particulares, lo que le hace ser, como tú y como yo por supuesto, un esclavo de su propia historia, o mejor dicho, un esclavo voluntario de su propia historia, lo que resulta mucho más complicado y peligroso.
Comienza nuestro reconvertido activista con una frase que me hizo pararme en seco, a saber, “El estado de derecho ha perdido una importante batalla” afirmación que no me cuadra, pues en último extremo, y sin querer afilar demasiado el lápiz, quien ha perdido la batalla ha sido el gobierno encabezado por Rodríguez Zapatero. El Estado que tenemos, puede sin desembocar en el colapso, soportar la amenaza continua de ETA, de lo que no estoy seguro, es de si podrá aguantar otras lacras que se están enquistando en nuestras sociedad, pero claro, a Azurmendi lo único que le preocupa es lo de siempre, lo mismo que a Juaresti, lo mismo que a otros muchos. El problema, es que los que hemos crecido en el leninismo, aunque unos más que otros, confundimos demasiado frecuentemente Estado con gobierno, sin comprender, porque no nos interesa, o porque cuadra mejor con nuestros argumentos, que el fracaso de una determinada estrategia gubernamental, sea la que sea, no tiene por que acarrear, sobre todo cuando se trata de un tema menor, como del que estamos hablando, el desmoronamiento de una estructura estatal tan sólida como la nuestra. A veces es bueno exagerar, porque de esa forma se subraya mejor lo que decimos, pero tampoco es bueno pasarse, sobre todo, porque hay gente muy sensibilizada con determinados temas, a los que se les puede hacer sufrir sin necesidad.
Con posterioridad, el amigo Azurmendi parece descubrir América, la del norte evidentemente, cuando afirma que la estrategia de ETA no ha sido otra que la de tomarse un respiro, para con posterioridad, ya repuesta de sus heridas, volver a la batalla. Lo creía más inteligente. Él, tan conocedor, al parecer, de lo que ocurre en la trastienda de la famosa izquierda abertzale, debería saber, que en un mundo tan complejo como ese, como lo son todos los existentes, se interponen diferentes escenarios, y que alumbrar sólo uno de ellos, significa no decir toda la verdad, lo que no quiere decir que mienta, sólo que no dice toda la verdad, pues ésta, si existe, ante todo tiene que ser poliédrica, y pontificar así, en un medio tan serio como ABC (diario que mejora por momentos), no es de recibo. Es verdad, en parte, lo que dice nuestro antropólogo en lo referente a que ETA se ha tomado un respiro, gracias al cual ha podido coger fuerzas, pero también lo es, uno también tiene sus fuentes, que dentro de la organización se ha producido una encarnizada batalla (esta gente no puede vivir sin pelearse), entre el sector histórico encabezado por Ternera, más proclive a la negociación y a la tregua indefinida (la edad no perdona), y el de los jóvenes cachorros educados en la Kale barroka, capitaneados estos últimos por el gran jefe indio Txeroki, más proclive a la épica que a la política. Como ha ocurrido en otras ocasiones, esta contienda interna, que al parecer han ganado en primera instancia los indios, provocará una nueva escisión en la organización, que sin duda, conseguirá debilitarla aún más, aunque en principio y desgraciadamente, la sangre nos salpique a todos.
Pero Azurmendi sigue, y como es lógico ataca, antes de hablar de su situación personal (en la que no pienso entrar, no te preocupes), en la actitud mantenida por los socialistas, en el según él, detestable proceso negociador. Con un lenguaje belicoso (propio de individuos como él), habla de la traición que han llevado a cabo los socialistas sobre sus compañeros de “trinchera”, a quienes han querido “matar” para salir solos en la foto. Nuestro ya amigo, el mismo que hablaba con tanto lirismo en “Estampas de El Ejido” (en donde le echaba las culpas de todo lo sucedido a los inmigrantes, sin detenerse siquiera en las condiciones de vida que se les imponía), sigue sin comprender desde su estratificado leninismo nada de nada. Mantener una estrategia política diferente no significa que nuestro contrincante sea un enemigo, pues con esa actitud, lo único que se consigue, es abortar todo debate político.
Desde hace mucho tiempo, estoy convencido que la única forma de acabar con ETA, algo que sólo se podrá conseguir a largo plazo, pasa necesariamente por la aplicación de políticas transversales que consigan su aislamiento absoluto, pero nunca mediante la creación de un frentismo que divida a la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas, o lo que es lo mismo, entre constitucionalistas y no constitucionalistas. La única división posible es la democrática, en donde tienen cabida, hoy por hoy, todas las fuerzas políticas vascas, excepto las colonizadas por los abertzales, motivo por el cual, independientemente a tener siempre, y digo siempre, las puertas abiertas de la negociación, habrá que trabajar para que el bloque democrático, junto a las fuerzas policiales y a la magistratura, acorralen cada día un poco más, a todos aquellos que se niegan a cambiar las armas por la política. En una comunidad escindida como la del país vasco, lo último que se puede hacer, es potenciar aún más esa escisión, pues la tarea debe estar dirigida a fortalecer todo lo que una, dejando en estos momentos de crisis lo que separa, que en el fondo resulta intrascendente para más adelante. Lo que está claro, y eso lo debe entender todo el mundo, es que con violencia, en ningún momento se podrá negociar nada importante, sólo la entrega incondicional de las armas, entre otras razones, porque en un sistema democrático, muy pocas son las cosas verdaderamente importantes que se encuentran en las manos de un gobierno. Cuando la normalización sea una realidad, que aunque parezca mentira no tardará en establecerse, se podrá hablar de todo, incluso de independencia, que si es un clamor, secundado mayoritariamente por la sociedad vasca, el Estado español, sin ningún problema, tendrá que hacerla realidad.
He intentado no entrar a valorar los posicionamientos de las fuerzas políticas mayoritarias, pues tanto el PSOE como el PP, me parece que se están equivocando de forma continuada, lo que puede deberse, entre otras razones, a que ninguna de las formaciones, posee en la actualidad una cúpula dirigente que se encuentre a la altura de la situación.
¿Me decías algo de que existe en la actualidad una alternativa? ¿Te refiere (sin coña) a Ciudadanos, o a la cosa que está intentando articular Savater y que no me has querido explicar en qué consiste?
Sábado, 9 de Junio de 2.007
Sobre el futuro del ecologismo
LECTURAS
(elo.087)
A partir de dos artículos sobre el futuro del ecologismo
Joaquim Sempere y Ernest García
Mientras tantos, 100
La amenaza que representa el calentamiento global, ha pasado en pocos meses, de ser una preocupación exclusiva de grupos marginales, a convertirse, en un tema central en las agendas de los gobiernos de todos los países desarrollados. Ahora, de pronto, el medio ambiente, debido al interés que despierta en la ciudadanía su imparable deterioro, por fin, se ha convertido en una cuestión central, que es utilizada como gancho electoral por todos los partidos políticos, los mismos que hasta hace poco tiempo, despreciaban y apartaban de sus prioridades tales cuestiones. Pero ¿cómo ha sido posible tal cambio? Todo, y ahora estoy convencido de ello, se ha debido, aunque parezca mentira, a una campaña publicitaria de gran calado, que se ha desarrollado desde diferentes ángulos, cuyo objetivo, ha consistido en intentar mostrar a la opinión pública, los peligros evidentes, a los que tendrá que enfrentarse la humanidad en los próximos años, si no toma medidas eficaces y contundentes contra los quebrantos, a los que de forma sistemática, está siendo sometido el planeta. A partir de esta campaña, que no se sabe por quien ha sido dirigida, todo el mundo con algo que decir sobre el tema, parece que se ha dedicado a mover ficha, dando la sensación, que se ha levantado cierto optimismo, aunque sólo sea por el hecho, de que algo parece que se mueve. Pero no sólo los gobiernos han mostrado su preocupación, sólo ellos como el otro día comentó Beck están capacitados para liderar un proceso de tales características, sino también el capital, que parece que ha encontrado en esta nueva empresa, un nuevo yacimiento económico de rentabilidad asegurada. La sensación que llega a la ciudadanía, por tanto, es que se están dando los primeros pasos para intentar solventar la situación, lo que al parecer, está devolviendo la tranquilidad a esa sufrida opinión pública, siempre manipulable y asediada por intereses que no son los suyos. El tema del medio ambiente, por supuesto que es un tema que debe incumbirle, en todo caso mucho más que otros, con los que parece mostrar mucho más interés; es un tema que le debe de preocupar, sí, pero siempre, no sólo cuando a determinados poderes les intereses, como está ocurriendo en la actualidad. De forma sorprendente, incluso he llegado a leer en algún lugar, que los costes necesarios para resolver el problema, serían muy inferiores a los imaginados en un principio, lo que indudablemente ha tenido que satisfacer a muchos, que una vez escuchado lo anterior, con tranquilidad, han podido regresar aliviados a sus quehaceres y a sus preocupaciones cotidianas, dejándole el desaguisado a unos técnicos, a unos especialistas en la materia, en el convencimiento, de que en poco tiempo, y por una cantidad razonable, lo dejarán todo a pedir de boca. Parece, al menos eso pienso, que esa era la estrategia, preocupar al personal con la desertización del planeta y con el deshielo de los polos, para después comunicarle, que pese a la gravedad, todo se encuentra bajo control, que todas las variables que se encontraban dislocadas, por fin, después de algunos esfuerzos, podrá volverse a controlar, lo que demostrará una vez más, que nos encontramos en buenas manos.
El problema ecológico ya preocupa a todos, incluso a las instituciones y a las empresas, éxito que debe atribuirse al movimiento ecologista, habiéndose logrado un gran consenso, aunque éste resulte más teórico que práctico, gracias al cual, lograr eso tan repetido y tan políticamente correcto como es el desarrollo sostenible. Pero ¿qué es el desarrollo sostenible? En síntesis, es lograr que el desarrollo económico de nuestras sociedades, se acomode a las posibilidades reales que ofrece nuestro planeta, con objeto de que éste, pueda sobrevivir al afán expansionista de los procesos económicos imperantes, lo que no es otra cosa, que introducir medidas intervencionistas y correctoras, en un sistema económico que presume de carecer de ataduras significativas. Los optimistas, que los hay, dirán sobre lo anterior, que se ha conseguido, gracias a la presión de los grupos ecologistas, que el capital comprenda, aunque no le guste, que necesita medidas, que desde el exterior, limite y apacigüe sus inevitables excesos. Pero ese optimismo, como bien comenta Ernest García, hubiera sido comprensible hace cincuenta años, cuando aún era posible evitar que los límites fueran traspasados, pero no ahora, cuando todas las luces de alarma llevan años encendidas. Los movimientos ecologistas han hecho mucho por extender la preocupación y el interés por el medio ambiente, por hacer comprender algo evidente, como que la existencia del ser humano se encuentra emparejada a la salud del planeta, y que éste, desde hace tiempo se halla en una situación crítica, debido a los abusos a los que ha sido sometido de forma sistemática por el propio ser humano.
Pero a pesar de ese optimismo existente, por parte de determinadas organizaciones ecologistas, por el hecho de haber conseguido insertar sus discursos en los discursos hegemónicos (hoy en mayor o menor medida todo el mundo es ecologista al igual que todo el mundo es socialdemócrata), y también por parte de importantes sectores de la opinión pública, que observa con satisfacción, como el problema medioambiental comienza a tomarse en serio, tanto por las instituciones como por los poderes económicos, hay que subrayar, y no precisamente para llevar la contraria, que en la actualidad nos encontramos en una situación límite, en donde no puede haber motivo alguno para el optimismo. El problema es de una gravedad absoluta, pues el imparable deterioro del mundo en que habitamos, no se debe a causas que fácilmente puedan ser erradicadas, ya que es provocado por el desarrollo mismo de nuestras sociedades, de suerte que, para desactivar el problema, habría que modificar los parámetros que la rigen, lo que en ningún caso puede resultar una tarea fácil. La economía, el verdadero corazón del sistema productivita en el que vivimos, que hace tiempo acaparó para sí a los otros puntales del sistema, el público y el social, ejerce una relación de dominio sobre la naturaleza, que mantiene a ésta, subordinada a sus intereses. Modificar la actual situación, sólo podría llevarse a cabo, dinamitando las bases sobre las que se asientan nuestras sociedades, lo que sin duda, en el supuesto caso de que pudiera realizarse, podría acarrear un colapso económico de una envergadura inconcebible, aunque a dicho colapso, que con toda seguridad será caótico, también se llegará a medio plazo, si las pautas desarrollistas impuestas por nuestros sistemas económicos, siguen a toda marcha como en la actualidad. La situación es muy compleja, pues se mire hacia donde se mire, el futuro presenta enormes nubarrones, tanto si se sigue como hasta ahora, como si se intentan detener los procesos económicos existentes, por lo que la tarea del movimiento ecologista en nuestros días, no puede ser otro, que el de buscar salidas aceptables a la actual situación. Ya no basta con eso tan cacareado y asumido por todos del desarrollo sostenible, pues las cotas de desarrollo actual, en ningún caso pueden resultar sostenibles, y mucho menos en un futuro próximo, siendo fundamental encontrar las bases de un nuevo consenso, que posibilite la creación de los cimientos sobre los que tendrá que asentarse la futura sociedad postindustrial a la que estamos abocados, una sociedad en donde la economía, tendrá que liberarse del crecimiento y sumergirse en la redistribución y en la solidaridad, cuestiones que hoy por hoy, ni tan siquiera llegan a barajarse.
El colapso que se avecina debería cogernos preparados, y aquí puede que encuentre su justificación el ecologismo no asimilado, pues el caos que se puede ocasionar, con toda seguridad será de una envergadura tal, que si no existen proyectos teóricos alternativos, será gestionado por regímenes despóticos, que basándose en la fuerza, intentarán sobrellevar la situación, con unos costes que difícilmente podrán hacerse frente. Malos tiempos se avecina y hay que estar preparados.
Jueves, 7 de junio de 2007
(elo.087)
A partir de dos artículos sobre el futuro del ecologismo
Joaquim Sempere y Ernest García
Mientras tantos, 100
La amenaza que representa el calentamiento global, ha pasado en pocos meses, de ser una preocupación exclusiva de grupos marginales, a convertirse, en un tema central en las agendas de los gobiernos de todos los países desarrollados. Ahora, de pronto, el medio ambiente, debido al interés que despierta en la ciudadanía su imparable deterioro, por fin, se ha convertido en una cuestión central, que es utilizada como gancho electoral por todos los partidos políticos, los mismos que hasta hace poco tiempo, despreciaban y apartaban de sus prioridades tales cuestiones. Pero ¿cómo ha sido posible tal cambio? Todo, y ahora estoy convencido de ello, se ha debido, aunque parezca mentira, a una campaña publicitaria de gran calado, que se ha desarrollado desde diferentes ángulos, cuyo objetivo, ha consistido en intentar mostrar a la opinión pública, los peligros evidentes, a los que tendrá que enfrentarse la humanidad en los próximos años, si no toma medidas eficaces y contundentes contra los quebrantos, a los que de forma sistemática, está siendo sometido el planeta. A partir de esta campaña, que no se sabe por quien ha sido dirigida, todo el mundo con algo que decir sobre el tema, parece que se ha dedicado a mover ficha, dando la sensación, que se ha levantado cierto optimismo, aunque sólo sea por el hecho, de que algo parece que se mueve. Pero no sólo los gobiernos han mostrado su preocupación, sólo ellos como el otro día comentó Beck están capacitados para liderar un proceso de tales características, sino también el capital, que parece que ha encontrado en esta nueva empresa, un nuevo yacimiento económico de rentabilidad asegurada. La sensación que llega a la ciudadanía, por tanto, es que se están dando los primeros pasos para intentar solventar la situación, lo que al parecer, está devolviendo la tranquilidad a esa sufrida opinión pública, siempre manipulable y asediada por intereses que no son los suyos. El tema del medio ambiente, por supuesto que es un tema que debe incumbirle, en todo caso mucho más que otros, con los que parece mostrar mucho más interés; es un tema que le debe de preocupar, sí, pero siempre, no sólo cuando a determinados poderes les intereses, como está ocurriendo en la actualidad. De forma sorprendente, incluso he llegado a leer en algún lugar, que los costes necesarios para resolver el problema, serían muy inferiores a los imaginados en un principio, lo que indudablemente ha tenido que satisfacer a muchos, que una vez escuchado lo anterior, con tranquilidad, han podido regresar aliviados a sus quehaceres y a sus preocupaciones cotidianas, dejándole el desaguisado a unos técnicos, a unos especialistas en la materia, en el convencimiento, de que en poco tiempo, y por una cantidad razonable, lo dejarán todo a pedir de boca. Parece, al menos eso pienso, que esa era la estrategia, preocupar al personal con la desertización del planeta y con el deshielo de los polos, para después comunicarle, que pese a la gravedad, todo se encuentra bajo control, que todas las variables que se encontraban dislocadas, por fin, después de algunos esfuerzos, podrá volverse a controlar, lo que demostrará una vez más, que nos encontramos en buenas manos.
El problema ecológico ya preocupa a todos, incluso a las instituciones y a las empresas, éxito que debe atribuirse al movimiento ecologista, habiéndose logrado un gran consenso, aunque éste resulte más teórico que práctico, gracias al cual, lograr eso tan repetido y tan políticamente correcto como es el desarrollo sostenible. Pero ¿qué es el desarrollo sostenible? En síntesis, es lograr que el desarrollo económico de nuestras sociedades, se acomode a las posibilidades reales que ofrece nuestro planeta, con objeto de que éste, pueda sobrevivir al afán expansionista de los procesos económicos imperantes, lo que no es otra cosa, que introducir medidas intervencionistas y correctoras, en un sistema económico que presume de carecer de ataduras significativas. Los optimistas, que los hay, dirán sobre lo anterior, que se ha conseguido, gracias a la presión de los grupos ecologistas, que el capital comprenda, aunque no le guste, que necesita medidas, que desde el exterior, limite y apacigüe sus inevitables excesos. Pero ese optimismo, como bien comenta Ernest García, hubiera sido comprensible hace cincuenta años, cuando aún era posible evitar que los límites fueran traspasados, pero no ahora, cuando todas las luces de alarma llevan años encendidas. Los movimientos ecologistas han hecho mucho por extender la preocupación y el interés por el medio ambiente, por hacer comprender algo evidente, como que la existencia del ser humano se encuentra emparejada a la salud del planeta, y que éste, desde hace tiempo se halla en una situación crítica, debido a los abusos a los que ha sido sometido de forma sistemática por el propio ser humano.
Pero a pesar de ese optimismo existente, por parte de determinadas organizaciones ecologistas, por el hecho de haber conseguido insertar sus discursos en los discursos hegemónicos (hoy en mayor o menor medida todo el mundo es ecologista al igual que todo el mundo es socialdemócrata), y también por parte de importantes sectores de la opinión pública, que observa con satisfacción, como el problema medioambiental comienza a tomarse en serio, tanto por las instituciones como por los poderes económicos, hay que subrayar, y no precisamente para llevar la contraria, que en la actualidad nos encontramos en una situación límite, en donde no puede haber motivo alguno para el optimismo. El problema es de una gravedad absoluta, pues el imparable deterioro del mundo en que habitamos, no se debe a causas que fácilmente puedan ser erradicadas, ya que es provocado por el desarrollo mismo de nuestras sociedades, de suerte que, para desactivar el problema, habría que modificar los parámetros que la rigen, lo que en ningún caso puede resultar una tarea fácil. La economía, el verdadero corazón del sistema productivita en el que vivimos, que hace tiempo acaparó para sí a los otros puntales del sistema, el público y el social, ejerce una relación de dominio sobre la naturaleza, que mantiene a ésta, subordinada a sus intereses. Modificar la actual situación, sólo podría llevarse a cabo, dinamitando las bases sobre las que se asientan nuestras sociedades, lo que sin duda, en el supuesto caso de que pudiera realizarse, podría acarrear un colapso económico de una envergadura inconcebible, aunque a dicho colapso, que con toda seguridad será caótico, también se llegará a medio plazo, si las pautas desarrollistas impuestas por nuestros sistemas económicos, siguen a toda marcha como en la actualidad. La situación es muy compleja, pues se mire hacia donde se mire, el futuro presenta enormes nubarrones, tanto si se sigue como hasta ahora, como si se intentan detener los procesos económicos existentes, por lo que la tarea del movimiento ecologista en nuestros días, no puede ser otro, que el de buscar salidas aceptables a la actual situación. Ya no basta con eso tan cacareado y asumido por todos del desarrollo sostenible, pues las cotas de desarrollo actual, en ningún caso pueden resultar sostenibles, y mucho menos en un futuro próximo, siendo fundamental encontrar las bases de un nuevo consenso, que posibilite la creación de los cimientos sobre los que tendrá que asentarse la futura sociedad postindustrial a la que estamos abocados, una sociedad en donde la economía, tendrá que liberarse del crecimiento y sumergirse en la redistribución y en la solidaridad, cuestiones que hoy por hoy, ni tan siquiera llegan a barajarse.
El colapso que se avecina debería cogernos preparados, y aquí puede que encuentre su justificación el ecologismo no asimilado, pues el caos que se puede ocasionar, con toda seguridad será de una envergadura tal, que si no existen proyectos teóricos alternativos, será gestionado por regímenes despóticos, que basándose en la fuerza, intentarán sobrellevar la situación, con unos costes que difícilmente podrán hacerse frente. Malos tiempos se avecina y hay que estar preparados.
Jueves, 7 de junio de 2007
miércoles, 26 de septiembre de 2007
TIEMPO DE CONTRAREVOLUCIÓN
LECTURAS
(elo.086)
TIEMPO DE CONTRAREVOLUCIÓN
Juan Ramón Capella
Mientras tanto, nº 100
Tenemos un grave problema, nos estamos acostumbrando a interpretar la realidad por lo que vemos, sin preocuparnos siquiera, por todo aquello, que tras las bambalinas, hacen posible lo que acontece a nuestro alrededor. Nos conformamos sólo con lo que emerge a la superficie, sin pararnos a pensar que todo tiene un por qué, una razón, una causa, que en último extremo, configura la forma y el contenido de lo que acontece. Nos estamos banalizando preocupantemente, lo que nos deja sin fundamentos para mantener una actitud vigilante, crítica, con respecto a la realidad contra la que tenemos que enfrentarnos. Nos hemos acostumbrado a coger el rábano por las hojas, a otorgarle significado a lo anecdótico, olvidando que todo gesto, que toda pose, enmascara lo que en realidad debería de importarnos, los mecanismos ocultos, que obligan a que algo sea como es, y no de otra forma completamente diferente.
Lo anterior se pone de manifiesto cuando intentamos analizar la realidad política, pues en lugar de zambullirnos en las causas que hacen posible la actual situación en la que nos encontramos, nos conformamos con lo fácil, con intentar comprender lo que acaece, como si todo lo que observamos, no fuera más que una serie de hechos aislados que ocurren porque sí, como si cayeran del cielo, y no porque necesariamente, debido a una serie de circunstancias previas, tienen que ocurrir.
Cada día me preocupa más el desconocimiento político existente, lo que se pone de manifiesto, sobre todo, en los análisis que se llevan a cabo después de cada jornada electoral, por no hablar de la actitud que se mantiene a la hora de votar, algo que casi nunca llego a comprender. Cualquier observador imparcial, en el supuesto caso que tal espécimen existiera, estarían de acuerdo con Vidal Beneyto, en aquello de que nuestras sociedades, o de lo que queda de ellas, están sufriendo una derechización galopante, pues cada día sonroja más, el hecho de tener que soportar planteamientos, que hasta hace sólo unos años, sólo podían estar en boca de un capitalista confeso, y que ahora esgrimen, con temeraria inconsciencia, muchos de los que tienen que soportar en sus propias carnes las dinámicas capitalistas. Sí, la derechización del mundo es una realidad, y ello no se debe, como muy a menudo se piensa, al hecho de que en Occidente se hayan alcanzado unos niveles de vida inimaginables hace sólo treinta años, sino a una labor lenta pero continuada, que se ha teledirigido desde los centros neurálgicos del capitalismo internacional, al comprender éste, la necesidad que tenía para perpetuarse y legitimarse, de colonizar, también, la mentalidad del hombre medio, el que predomina en nuestras sociedades.
Gracias a su estrategia, el capital ha conseguido, rizando el rizo, que importantes sectores sociales, entre los que se encuentran los segmentos más débiles de la población, es decir los que más padecen sus prácticas, justifiquen sus políticas, lo que sólo puede deberse, y de esto no pueden existir dudas, al resultado de un exitoso proceso, gracias al cual se ha eliminado, eso tan molesto como es la disidencia social. ¿Pero cómo se ha llegado a la actual situación? ¿Cómo es posible que todo haya cambiado tanto en tan pocos años? A estas preguntas, y a otras, son a las que responde Capella en este interesante artículo. Para él, la situación actual, es el resultado de la ofensiva, que en los últimos años del siglo pasado, el capital organizó para aumentar su protagonismo, y por supuesto sus beneficios, a costas del grueso de la sociedad y de las instituciones de ésta. En un determinado momento, el capital, aprovechando el cambio sustancial que el panorama sociopolítico había experimentado debido al desmoronamiento de la Unión Soviética, lleva a cabo un golpe de mano para intentar situarse en el centro del Todo social, desbancando a lo público de tal posición, lo que consigue en gran medida, gracias al neoliberalismo, su brazo político. El neoliberalismo, puesto de moda gracias a una importante campaña mediática, y abanderado por las políticas neoconservadoras de Reagan y de Thacher, junto con el apoyo con el contó, desde un principio, de importantes sectores de la comunidad intelectual, parte de unos pocos principios, todos de una simplicidad extrema, que se podrían resumir en un solo postulado axiomático, a saber, que siempre hay que primar lo privado sobre lo público, lo que significa en último extremo, que lo público, lo de todos, para dejarle la vía libre a la iniciativa privada, debe de reducirse a su mínima expresión. Lo público según lo anterior, sólo podría justificarse y legitimarse, mientras se articule como un instrumento destinado, exclusivamente, a defender los intereses privados. El capitalismo de esta forma, realiza la cuadratura del círculo, logrando hacer realidad su gran sueño, el de convertir lo que antes se llamaba tejido social, en algo muy parecido a la ley de la selva, en donde sólo el más fuerte tiene posibilidades reales de sobrevivir, perdón, de levantar cabeza. Hablar de capitalismo a estas alturas, cuando todos somos tan modernos, puede resultar, a bote pronto, un enorme anacronismo rescatado de la noche de los tiempos, pero estimo, que ya va siendo hora, de que se vuelvan a llamar a las cosas por su auténtico nombre, con objeto de evitar malos entendidos. Pues bien, para Capella, esa ofensiva capitalista que se lleva a cabo desde hace más de un cuarto de siglo, y que está consiguiendo cambiar de forma radical las normas de juego, no es más que un intento por llevar a cabo la Gran Restauración capitalista, cuya intención no es otra, que la de eliminar todo rastro socialdemócrata o intervencionista de lo que aún algunos denominan nuestras sociedades. Este proceso, que aunque no se diga va en contra de los intereses mayoritarios, sólo ha podido ser posible, por el hecho de que se ha producido un gran apagón político, que ha convertido a la ciudadanía, en un mero convidado de piedra, que observa atónita, los cambios que se producen a su alrededor. La fisonomía de la ciudadanía realmente existente, la mayoritaria, podría definirse en primer lugar como apolítica, lo que significa, que sólo se preocupa por sus intereses inmediatos, por todo aquello que le incumbe de manera directa, sin prestar ninguna atención a los problemas sociales, por todo lo que debería afectarle ciertamente. Para Capella, este hecho, que es esencial para el éxito de la Gran Restauración, se debe a una de las aportaciones fundamentales de la tercera revolución industrial, la publicidad, que con el tiempo ha trascendido de su función primaria, la de dar salida a los productos que no tenían una salida clara en unos mercados saturados, para convertirse, en el gran instrumento existente de homogeneización social. La publicidad actual, es la gran responsable, gracias a sus discursos subliminales, de la creación del ciudadano políticamente correcto que puebla nuestras modernas y desarrolladas sociedades, de ese hombre que ha dejado de ser ciudadano para convertirse en individuo, en individuo que sólo aspira a subrayarse de forma constante.
Creo, que para comprender lo que ocurre, lo que acontece a nuestro alrededor, es importante, al menos para encuadrar la situación, tener en todo momento presente el proceso contrarevolucionario que describe Capella, siendo también esencial para comenzar a prepara una estrategia, que desde la izquierda, aspire a lanzar una contraofensiva, con un mínimo de posibilidades de éxito, que aspire a cambiar la actual situación, algo que muchos esperamos desde hace bastante tiempo.
31 de Mayo de 2.007
(elo.086)
TIEMPO DE CONTRAREVOLUCIÓN
Juan Ramón Capella
Mientras tanto, nº 100
Tenemos un grave problema, nos estamos acostumbrando a interpretar la realidad por lo que vemos, sin preocuparnos siquiera, por todo aquello, que tras las bambalinas, hacen posible lo que acontece a nuestro alrededor. Nos conformamos sólo con lo que emerge a la superficie, sin pararnos a pensar que todo tiene un por qué, una razón, una causa, que en último extremo, configura la forma y el contenido de lo que acontece. Nos estamos banalizando preocupantemente, lo que nos deja sin fundamentos para mantener una actitud vigilante, crítica, con respecto a la realidad contra la que tenemos que enfrentarnos. Nos hemos acostumbrado a coger el rábano por las hojas, a otorgarle significado a lo anecdótico, olvidando que todo gesto, que toda pose, enmascara lo que en realidad debería de importarnos, los mecanismos ocultos, que obligan a que algo sea como es, y no de otra forma completamente diferente.
Lo anterior se pone de manifiesto cuando intentamos analizar la realidad política, pues en lugar de zambullirnos en las causas que hacen posible la actual situación en la que nos encontramos, nos conformamos con lo fácil, con intentar comprender lo que acaece, como si todo lo que observamos, no fuera más que una serie de hechos aislados que ocurren porque sí, como si cayeran del cielo, y no porque necesariamente, debido a una serie de circunstancias previas, tienen que ocurrir.
Cada día me preocupa más el desconocimiento político existente, lo que se pone de manifiesto, sobre todo, en los análisis que se llevan a cabo después de cada jornada electoral, por no hablar de la actitud que se mantiene a la hora de votar, algo que casi nunca llego a comprender. Cualquier observador imparcial, en el supuesto caso que tal espécimen existiera, estarían de acuerdo con Vidal Beneyto, en aquello de que nuestras sociedades, o de lo que queda de ellas, están sufriendo una derechización galopante, pues cada día sonroja más, el hecho de tener que soportar planteamientos, que hasta hace sólo unos años, sólo podían estar en boca de un capitalista confeso, y que ahora esgrimen, con temeraria inconsciencia, muchos de los que tienen que soportar en sus propias carnes las dinámicas capitalistas. Sí, la derechización del mundo es una realidad, y ello no se debe, como muy a menudo se piensa, al hecho de que en Occidente se hayan alcanzado unos niveles de vida inimaginables hace sólo treinta años, sino a una labor lenta pero continuada, que se ha teledirigido desde los centros neurálgicos del capitalismo internacional, al comprender éste, la necesidad que tenía para perpetuarse y legitimarse, de colonizar, también, la mentalidad del hombre medio, el que predomina en nuestras sociedades.
Gracias a su estrategia, el capital ha conseguido, rizando el rizo, que importantes sectores sociales, entre los que se encuentran los segmentos más débiles de la población, es decir los que más padecen sus prácticas, justifiquen sus políticas, lo que sólo puede deberse, y de esto no pueden existir dudas, al resultado de un exitoso proceso, gracias al cual se ha eliminado, eso tan molesto como es la disidencia social. ¿Pero cómo se ha llegado a la actual situación? ¿Cómo es posible que todo haya cambiado tanto en tan pocos años? A estas preguntas, y a otras, son a las que responde Capella en este interesante artículo. Para él, la situación actual, es el resultado de la ofensiva, que en los últimos años del siglo pasado, el capital organizó para aumentar su protagonismo, y por supuesto sus beneficios, a costas del grueso de la sociedad y de las instituciones de ésta. En un determinado momento, el capital, aprovechando el cambio sustancial que el panorama sociopolítico había experimentado debido al desmoronamiento de la Unión Soviética, lleva a cabo un golpe de mano para intentar situarse en el centro del Todo social, desbancando a lo público de tal posición, lo que consigue en gran medida, gracias al neoliberalismo, su brazo político. El neoliberalismo, puesto de moda gracias a una importante campaña mediática, y abanderado por las políticas neoconservadoras de Reagan y de Thacher, junto con el apoyo con el contó, desde un principio, de importantes sectores de la comunidad intelectual, parte de unos pocos principios, todos de una simplicidad extrema, que se podrían resumir en un solo postulado axiomático, a saber, que siempre hay que primar lo privado sobre lo público, lo que significa en último extremo, que lo público, lo de todos, para dejarle la vía libre a la iniciativa privada, debe de reducirse a su mínima expresión. Lo público según lo anterior, sólo podría justificarse y legitimarse, mientras se articule como un instrumento destinado, exclusivamente, a defender los intereses privados. El capitalismo de esta forma, realiza la cuadratura del círculo, logrando hacer realidad su gran sueño, el de convertir lo que antes se llamaba tejido social, en algo muy parecido a la ley de la selva, en donde sólo el más fuerte tiene posibilidades reales de sobrevivir, perdón, de levantar cabeza. Hablar de capitalismo a estas alturas, cuando todos somos tan modernos, puede resultar, a bote pronto, un enorme anacronismo rescatado de la noche de los tiempos, pero estimo, que ya va siendo hora, de que se vuelvan a llamar a las cosas por su auténtico nombre, con objeto de evitar malos entendidos. Pues bien, para Capella, esa ofensiva capitalista que se lleva a cabo desde hace más de un cuarto de siglo, y que está consiguiendo cambiar de forma radical las normas de juego, no es más que un intento por llevar a cabo la Gran Restauración capitalista, cuya intención no es otra, que la de eliminar todo rastro socialdemócrata o intervencionista de lo que aún algunos denominan nuestras sociedades. Este proceso, que aunque no se diga va en contra de los intereses mayoritarios, sólo ha podido ser posible, por el hecho de que se ha producido un gran apagón político, que ha convertido a la ciudadanía, en un mero convidado de piedra, que observa atónita, los cambios que se producen a su alrededor. La fisonomía de la ciudadanía realmente existente, la mayoritaria, podría definirse en primer lugar como apolítica, lo que significa, que sólo se preocupa por sus intereses inmediatos, por todo aquello que le incumbe de manera directa, sin prestar ninguna atención a los problemas sociales, por todo lo que debería afectarle ciertamente. Para Capella, este hecho, que es esencial para el éxito de la Gran Restauración, se debe a una de las aportaciones fundamentales de la tercera revolución industrial, la publicidad, que con el tiempo ha trascendido de su función primaria, la de dar salida a los productos que no tenían una salida clara en unos mercados saturados, para convertirse, en el gran instrumento existente de homogeneización social. La publicidad actual, es la gran responsable, gracias a sus discursos subliminales, de la creación del ciudadano políticamente correcto que puebla nuestras modernas y desarrolladas sociedades, de ese hombre que ha dejado de ser ciudadano para convertirse en individuo, en individuo que sólo aspira a subrayarse de forma constante.
Creo, que para comprender lo que ocurre, lo que acontece a nuestro alrededor, es importante, al menos para encuadrar la situación, tener en todo momento presente el proceso contrarevolucionario que describe Capella, siendo también esencial para comenzar a prepara una estrategia, que desde la izquierda, aspire a lanzar una contraofensiva, con un mínimo de posibilidades de éxito, que aspire a cambiar la actual situación, algo que muchos esperamos desde hace bastante tiempo.
31 de Mayo de 2.007
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