LECTURAS
(elo.092)
LA FICCIÓN DE LA DIGNIDAD
Enrique Vila-Matas
El País, 05.08.07
A veces uno se encuentra con artículos esclarecedores, en donde alguien, como en este caso el bueno de Vila-Matas, al hablar de otra cosa, deja perfectamente claro la perspectiva sobre la que gravita. El autor de “El mal de Montano”, en este interesante artículo, al comentar un libro de su admirado Coetzee, como quien no quiere la cosa, nos arroja sobre la mesa su concepción de la literatura, lo que siempre hay que agradecer, sobre todo en estos tiempos tan confusos que vivimos. El tema sobre el que se apoya, es el de la dignidad y la censura, engarzando la obra que comenta, “Contra la censura”, con un hecho sorprendente que hace unas semanas conmocionó a casi todos, la retirada de los quioscos de una revista humorística, por el simple hecho de satirizar a un miembro de la Familia Real. Subrayando al sudafricano, Vila-Matas afirma, que todo agravio que pueda conducir a un acto de censura (o a una actitud beligerante o incluso a un dolor extremo) se debe a un malentendido, consistente éste, en creer que el ataque o los ataques que uno recibe van contra su ser esencial, contra lo que uno en realidad es, sin comprenderse, que lo anterior nada tiene que ver con las construcciones y ficciones sobre las que nos asentamos, que son hacia donde van dirigidos los dardos envenenados que de forma constante recibimos. Para el autor del artículo, ambas cosas van por separado, no teniendo que ver demasiado, cosa curiosa, lo que somos con lo que aparentamos, pues lo primero es connatural, viene con la persona, mientras que lo segundo es mera creación. Para el barcelonés, sólo los espíritus simples, o los anclados en una concepción de la existencia arcaica, propia de siglos anteriores, pueden creer aún en eso de la unidad del ser, pues para él, vivimos en un escenario, en el que cada cual representa su papel sin más, dejando al lado, en el camerino, sus esencias fundamentales. De esta forma, los ataques y críticas que se puedan recibir, en ningún momento podrán dar en el blanco, ya que irán dirigidas a las estructuras que hemos creado de forma artificiosa, y no hacia lo esencial de lo que somos, que siempre quedará a resguardo, en ese cajón que todos tenemos cerrado con siete llaves. De esta forma, el agravio deja de existir, ya que sólo se puede sentir agraviado, aquel que se crea descubierto y atacado en su intimidad, pues mientras el daño lo reciba el personaje que hemos creado y que paseamos como si fuera nuestra propia realidad, nada en el fondo nos afectará, pues sabremos en todo momento, que seguimos esquivado y resguardando lo que en el fondo tanto nos interesa, al tiempo que comprendemos, que los demás siguen cayendo en la celada que le hemos preparado. La ofensa, por tanto, gracias a esta sutil estrategia que todos empleamos, deja de existir, dando paso a eso tan de moda que llamamos tolerancia, lo que sin duda, está posibilitando un mundo mucho más soportable. Pero la anterior estrategia, de la que tan satisfecho se encuentra el autor del artículo, hay que extenderla a todos los ámbitos de la existencia, y también, como no, al de la literatura, entendiendo ésta como un juego, como una actividad, que poco o nada puede tener que ver con la realidad íntima del que escribe. La separación radical entre el creador y la obra creada, para Vila-Matas, debe ser algo natural, de suerte que, nunca se deben buscar paralelismos entre uno y otra, pues la buena obra artística de nuestro tiempo, ante todo debe ser autónoma. De ahí, que la crítica literaria, la buena crítica literaria, nunca, aunque sea negativa, debe afectar al escritor de forma personal, sino a su faceta profesional, pues esa crítica sólo puede atender al texto analizado. Creo que con todo lo anterior, se puede comprender, a la perfección, la forma que tiene Vila-Matas de entender la literatura, lo que, sin duda, se llegue a estar de acuerdo con ella o no, puede ayudar a comprender sus composiciones.
Lo que resulta claro, visto lo visto, es que Vila-Matas se sitúa en la vertiente posmoderna de la literatura, en aquella que apuesta por el juego, por el guiño, por el mundo de lo anfibio, por una literatura, en fin, que aspira al entretenimiento inteligente, pero que no se plantea nada más. Es el autor posmoderno por antonomasia de nuestro país, nuestro Paul Auster particular, al que todos leemos, a pesar, de estar convencidos que derrocha su energía literaria en temas demasiado banales. No tengo nada que decir sobre su forma de entender la literatura, es la suya y por eso es sagrada, aunque evidentemente, prefiero posicionarme con los que se sitúan en la otra vertiente, con aquellos que se juegan la vida con lo que escriben, con los que entienden la literatura como un descubrirse por entero, sin miedo a dejar sus flancos más sensibles al descubierto. Quiero seguir creyendo que la unidad es posible, que el creador y la obra que éste crea, es y tiene que ser una misma cosa, que es imposible una dicotomía entre ambas, de suerte que, cuando se ataca una determinada obra, se ataca directamente al que la firma. Recuerdo a Cernuda, que cuando escuchó las críticas a su primer libro de poemas, comprendió que éstas no iban contra lo que había escrito, sino contra su persona, y creo que así tiene que ser, pues siempre se escribe, se crea, desde una determinada perspectiva, desde aquella en la que uno se encuentra.
Existe una opinión cada día más generalizada dentro de la crítica, que afirma lo mismo que Vila-Matas, es decir, que hay que diferenciar entre la obra y el autor de la misma, como si eso fuera posible, como si un determinado creador, a la hora de ponerse a trabajar, pudiera dejar a un lado todo lo que es, para hablar de cosas asépticas, de cuestiones que no tienen nada que ver con sus convicciones y con su visión del mundo. Vila-Matas, el autor que se puede escoge aquí como referencia, parece que en principio lo consigue, aunque hay que comprender, que dichos ejercicios tienen gracia una vez, pero que cuando se repiten, como le ha ocurrido a nuestro posmoderno escritor, aparece el cansancio en el lector, que en el fondo lo que busca son visiones del mundo diferentes a la suya, miradas sinceras, que tengan la virtud de complementar la que posee, pues cuando se juega demasiado, el aburrimiento acaba anegándolo todo. Cierto es, que cuando uno no se posiciona, difícilmente puede aparecer el conflicto, pero eludir el conflicto de forma sistemática, es una táctica tan poco conveniente como la que utiliza el avestruz para eludir los peligros a los que se enfrenta. Los conflictos son ineludibles, y hay que afrontarlos a cara descubierta, evitando el enfrentamiento mediante el diálogo y eso que ahora llaman empatía.
Lunes, 13 de agosto de 2007
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