LECTURAS
(elo.091)
ESOS CIELOS
Bernardo Atxaga
Alfaguara, 2.007
No todos los que escriben historias, y este hecho es conveniente subrayarlo, realizan literatura. La literatura es algo más que contar una historia interesante, pues ante todo, para hacer literatura hay que tener un mínimo de afán literario, requisito que no se encuentra a disposición de la mayoría de los que se dedican a escribir en nuestros días. Cada día que pasa hay más escritores, pero sin embargo, el nivel literario se encuentra por los suelos. Escribir una novela, por no hablar ya de un relato, se ha convertido en algo habitual, todos conocemos a algún amigo que en sus ratos de ocio ha escrito una novela, entre otras razones, porque la novelística, lamentablemente, se ha convertido en un oficio para algunos y un entretenimiento para la mayoría, lo que la separa, cada día más del arte con mayúsculas. Me llama la atención, la escasa preocupación, que incluso novelistas afamados, mantienen ante sus teóricas creaciones artísticas, ejecutando obras, que nada aportan, y que sólo logran sostenerse, justificarse, al convertirse en meros objetos de consumo. Comprendo que hay que vivir de algo, que escribir, sobre todo cuando se ha salido del anonimato, puede resultar una importante fuente de ingresos (aunque siempre se podrá ganar más en cualquier otra actividad), que los lectores que trabajosamente alguien ha podido recolectar, esperan cada cierto tiempo, con sorprendente interés, una nueva entrega de ese escritor que en su día tanto le interesó, y que éste se ve en la obligación de aportar nuevas obras, sea cual sea la calidad de las mismas, si en realidad no desea volver al inmundo anonimato del que partió. Evidentemente no se puede criticar ni a los que escriben para ganarse la vida, pues todo el mundo tiene ese derecho, ni tampoco, por supuesto, a los que lo hacen para intentar esquivar el aburrimiento, pues el tema es otro, el problema es que no existe voluntad de hacer literatura. El otro día leí una novela de Magris, creo que se trataba de la última obra del escritor italiano, una novela mala, muy mala, pero que sin embargo, era literatura pura. El autor no dio con la tecla de la novela, pero su intención, su voluntad, evidentemente era la de hacer literatura, y eso, en literatura, como en cualquier otra manifestación artística, es lo importante. En los momentos en que vivimos, cualquier hijo de vecino, es capaz de aportar a los estantes de las librerías una novela bien escrita, con la armonía necesaria para que pueda leerse, para que pueda convertirse incluso en un éxito de ventas, pero casi ninguno posee eso que le sobra a Magris, la voluntad de estilo, lo que en el fondo, es la madre del cordero. El arte, aunque siempre lo ha sido, es una rara avis en nuestras sociedades, en donde lo que se potencia son otras cosas, otro tipo de productos, entre otras razones, porque éstos, son mucho más rentables. Toda manifestación artística es dificultosa, a la que, en el fondo, sólo pueden acceder determinados individuos, lo que convierte al arte, en unas sociedades como las nuestras, en donde lo importante es el consumo compulsivo, en una actividad marginal que hay, al menos eso piensan mucho, de ahí la existencia y la justificación de los Ministerios de Cultura, que subvencionar en todo momento. Lo anterior significa, que la mayoría (siempre será una mayoría minoritaria) de los que se dedican a la actividad artística, a la de verdad, a la que discurre por los recónditos desfiladeros de lo que aún no se ha descubierto ni catalogado, difícilmente podrán acceder a los beneficios de la gran religión de nuestra época, lo que retrae a los pocos, que aún desean internarse en el mundo artístico.
Después de lo anterior, no debería extrañarme, que la mayoría de las novelas que llegan a mis manos, resulten de una banalidad absoluta, en donde lo prosaico, en donde la historia que se cuenta, consiga hipotecar por entero la obra, lo que convierte a dichas novelas en imperfectas, en inacabadas, y lo malo no es eso, lo malo, es que me estoy, nos estamos acostumbrando a ello. Una buena novela, como he repetido en incontables ocasiones, y no debería cansarme de seguir repitiendo, es aquella que mantiene los equilibrios entre el tema y forma, entre la historia que se desea transmitir, y el estilo gracias al cual, dicha historia consigue llegar al lector. Hoy, la novela dominante, es aquella en la que no se identifican dichas variables, es decir, la que utiliza un lenguaje lo más plano posible, en donde la consigna seguida y aclamada por todos, es la que dice, que lo conveniente, es que el estilo no se note, es decir, la que sacraliza el hecho, de que el autor en todo momento debe pasar desapercibido, y que ese anonimato, debería ser la gran virtud que posea todo buen creador. Esto es lo que se elogia, lo que valoran tanto el público como las editoriales en nuestros días, lo que significa, se diga como se diga, que se intenta prescindir del autor, de la singularidad del autor, y por extensión del arte. De seguir así las cosas, en pocos años, todo será manufactura, lo que conducirá a lo que aún se denomina literatura, a un callejón sin salida, en donde sin duda vivirá sus últimos momentos, sostenida por unos lectores, que en ningún momento han podido saborear, o no han querido, la auténtica literatura de altura.
Después de haber leído la controvertida anterior novela de Atxaga, “El hijo del acordeonista”, obra que a pesar de la polémica que en su momento suscitó me resultó atractiva, tenía bastante interés, en que apareciera alguna nueva obra suya en los anaqueles de las librerías. El otro día, por casualidad, me encontré con “Esos cielos”, una pequeña novela del escritor vasco, que sin pensarlo dos veces, me llevé a casa. El tema de la misma es el de siempre, el mismo que se encuentra de una forma o de otra en toda la obra de Atxaga, la ascendencia del grupo, de la comunidad sobre el individuo, y la relación de éste, con dicha comunidad y grupo. Para el novelista de Asteuse, el grupo, en determinadas ocasiones, ejerce tal influencia sobre sus miembros, que eliminando la actitud crítica de éstos, les obliga a realizar determinados actos, que sin dicho influjo resultarían impensable, pero al mismo tiempo, reconoce, que la vida fuera del grupo, o en contra del grupo, conduce a una soledad difícil de soportar, sobre todo, en sociedades tan endogámicas como la vasca. El tema lo afronta, presentando una historia, en donde una arrepentida militante de ETA, abandona la cárcel de Barcelona, en donde ha pasado cerca de cuatro años, y que después de certificar que nadie ha venido a esperarla, decide trasladarse a Bilbao en autobús. En ese viaje, la protagonista, afronta todos los miedos que su nueva situación le provoca, pues comprende, que el paso que ha dado y que le ha conducido a la liberación, le ha cerrado las puertas de lo que fue su mundo, por lo que a partir de ese momento, tendría que empezar desde cero. La mayor parte de la novela transcurre dentro del autobús, en un autobús que recorre a gran velocidad la ruta Barcelona-Bilbao, es decir, en un recinto cerrado, en donde la antigua militante de la organización terrorista, contabiliza sus miedos e intenta pensar a qué se dedicará, cuando pise cuando de nuevo su ciudad.
En esta ocasión, creo que Atxaga fracasa en su proyecto, pues la novela en cuestión, resulta demasiado prosaica e incluso previsible, pudiendo haber profundizado más en las cuestiones esenciales de la historia, que aunque al final remata bien, atando todos los cabos, hubiera podido sacarle más partido, lo que unido al escaso nivel literario, en todo momento bastante ajustado, hace que “Esos cielos”, deje en el lector cierta sensación de obra correcta pero fallida, de esas que no se mantendrán mucho tiempo en la memoria del lector. En fin, seguiré esperando alguna otra obra del escritor vasco, que consiga enjuagar el mal sabor de boca que me ha provocado por ésta.
Miércoles, 18 de julio de 2007
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