LECTURAS
(elo.094)
IDEAS Y CREENCIAS
José Ortega y Gasset
Obras completas, vol.V 1.940
Hay personas que evolucionan, que de forma permanente se encuentran en movimiento, mientras que otras, no sé si a su pesar, se mantienen estancadas, sin modificar sus puntos de vista pese al paso del tiempo. No hay nada más extraño, que encontrar después de mucho tiempo a algún conocido, y comprobar, que sigue manteniendo las mismas opiniones que cuando se le conoció; que a pesar del tiempo transcurrido, se empeña en apostar, no ya por los mismos temas (estos difícilmente cambian), sino por los mismos argumentos que hace diez o quince años antes. A tal actitud, algunos la llaman coherencia, pero creo que en el fondo, de lo que se trata es de desidia y de pereza mental, pues resulta imposible, o incomprensible, que alguien permanezca inalterable, pese a las modificaciones que constantemente se llevan a acabo en su entorno. La realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano, cambia y se modifica, a veces a una velocidad vertiginosa, siendo absurdo que ese ser humano, reivindicando eso que llaman coherencia, se mantenga enrocado en sus posiciones de siempre, entre otras razones, porque esa es la mejor forma de quedar superado y sepultado por la realidad, a la que siempre, como mínimo, hay que presentar resistencia. Quedarse parado en la primera trinchera que se encuentra, tiene el riesgo, muy desagradable por cierto, de despertar un día y comprobar que la batalla se encuentra a miles y miles de kilómetros de distancia, lo que en lugar de suponer un alivio, puede acarrear un fuerte sentimiento de frustración, pues el hombre, lejos del campo de batalla, sencillamente no es nada. El ser humano se va perfilando gracias a su contacto directo con la realidad, es ésta, la que lo engrandece o la que consigue hundirlo de forma definitiva, por eso, aunque lo desee, ese individuo no puede evitar relacionarse con ella. El problema, posiblemente pueda consistir, en que algunos, muchos, en un momento determinado, llegan a suponer que han conseguido atrapar la fórmula mágica, gracias a la cual, poder hacer frente a la existencia sin que sobresalto alguno consiga importunarlo, al estimar que tienen en su poder la llave que abre todas las puertas.
Si el objetivo de todo ser humano, es poder atracar en eso que llaman felicidad, y si se admite algo tan problemático como que la felicidad es la ausencia de conflictos, entonces, habría que reconocer, que esos individuos que poseen la llave, que mantienen en su poder el pequeño manojo de fórmulas magistrales, gracias las cuales van encendiendo todas las luces que encuentran a su alrededor, habría que admitir, repito, que esos individuos se encuentran en posesión de la felicidad, ese resguardado y recóndito puerto al que todos deseamos llegar. Pero a pesar de que puedo llegar a admitir que ellos pueden disfrutar más de la vida que el resto de los mortales, de una determinada vida por supuesto, creo que la felicidad, la felicidad con mayúsculas, no se puede alcanzar dándole la espalda de forma sistemática a la realidad, sino todo lo contrario, afrontándola y tratando de pactar con ella, aunque ello suponga, tener que soportar, en el tiempo, una inestabilidad casi crónica. Partiendo de la base, y de esto cada día estoy más seguro, que nadie elige su destino, sino que existen fuerzas que a uno lo empujan hacia una determinada dirección, sin que voluntarismo alguno pueda impedirlo, sería conveniente poder analizar los mecanismos ocultos que obligan a un determinado ser humano a enfrentarse de forma encarnizada contra la realidad, y las que operan, para que otro, que se instala incluso en el mismo ámbito que el anterior, prefiera darle la espalda a la misma. En el hombre se conjuga lo genético con lo cultural, siendo lo primero esa mano oculta que a uno lo posiciona en un determinado lugar y no en otro, y lo segundo, los mecanismos gracias a los cuales logra sobrevivir. Evidentemente, aquí lo que interesa son las herramientas culturales que empleamos para hacer frente a la existencia, pues ellas nos podrán aportar unos esquemas de comportamiento, que puedan llegar a ilustrarnos sobre nuestra vertebración psíquica, algo sobre lo que de forma constante hay que trabajar.
En un principio se admitió, que existen individuos que aceptan la realidad sin más, e incluso que la entienden de forma inamovible, de suerte que, les basta con unos planteamientos bastante primarios para desenvolverse en ella, mientras que existen otros, que la entienden en perpetuo movimiento, motivo el cual, buscan sin parar nuevas estrategias para afrontar las nuevas situaciones ante las que tienen que enfrentarse. Ambos modelos, simplificados al máximo, representan dos fisonomías psíquicas contradictorias, la del que se ha parado, la del que no necesita seguir en movimiento, al creer que ya se encuentra en posesión de todo lo que necesita, y la del que, disconforme e insatisfecho con lo que posee, sigue intentando día a día, buscar una respuesta, o unas respuestas factibles y creíbles a los múltiples interrogantes que se le plantean. Es la eterna diferencia entre el teólogo y el filósofo, entre el que sabe y el que aún no.
Ortega, al que siempre hay que volver, en su obra “Ideas y creencias”, aporta una respuesta plausible a tal hecho, viendo en dicha dinámica, en las originadas entre las ideas y las creencias, la causa de tales diferencias. Para él, el hombre no nace desnudo (“el ser humano ante todo es un heredero”), sino que llega acompañado de unas series de creencias, de concepciones motrices, que le sirven para sobrevivir en un mundo que encuentra ya amueblado. Las ideas carecen de sentido mientras que las creencias resultan suficientes, lo que significa que sólo, cuando éstas comienzan a flaquear, carcomidas por las contradicciones que impone la realidad, el ser humano tiene la necesidad, gracias al intelecto, de desarrollar ideas que puedan taponar los agujeros originados en sus creencias originarias. Cuando las creencias fallan, se produce un enorme seísmo en el interior del individuo, un fuerte movimiento de tierra (de la tierra que lo sostiene), que le obliga a buscar soluciones alternativas, surgiendo entonces las ideas, pero hay que tener en cuenta, que tales respuestas, nunca se hubiera producido sin la caída de dichas creencias. En la propuesta de Ortega, que hay que insertar dentro de su universo ideológico (en donde las ideas y el intelecto no son más que herramientas a disposición del individuo para hacerle la vida más soportable), se puede encontrar la respuesta que estábamos buscando. El hombre estancado, el mal llamado individuo coherente, es aquél, que sobrevive sin problemas con las creencias que posee, mientras que el otro, el que de forma constante evoluciona, es el que en todo momento necesita nuevas ideas, nuevas hipótesis que vengan a paliar las insuficiencias de sus concepciones originarias. De lo anterior se substrae, que contra más deteriorado se encuentre el suelo firme de las creencias, mayor será número de ideas que tendrán que venir en ayuda de ese individuo, mientras que en el caso contrario, apenas se necesitarán nuevas hipótesis, que vengan a salvaguardar el mundo del que se encuentra aún seguro con su equipaje ideológico.
Todo parece indicar, que el quebranto de las creencias de las que hablaba Ortega, y de la hipotética inestabilidad de un determinado individuo, tiene mucho que ver con la amplitud de la existencia del mismo, pues contra más cerrado sea el espacio vital de alguien, mayores posibilidades existirán, de que ese suelo firme ideológico se mantenga estable. Por eso, las personas abiertas a todos los vientos, son las más contradictorias y complejas, pues han tenido que modificar en múltiples ocasiones su herencia ideológica, buscando acomodarse, siempre de forma crítica, a esa realidad que en todo momento comprenden variable y también amenazante.
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