miércoles, 5 de diciembre de 2007

Veneno y sombra y adiós

LECTURAS
(elo.096)
TU ROSTRO MAÑANA, 3
Veneno y sombra y adiós
Javier Marías

Siempre es motivo de satisfacción, e incluso de alegría, enterarse que ha aparecido en las librerías una nueva novela Javier Marías, pues el novelista madrileño ante todo asegura, y eso creo que nadie puede reprochárselo, ni tan siquiera sus críticos más hostiles, una calidad literaria muy por encima de la media existente en nuestro país. Alguien dijo en cierta ocasión, que es nuestro mejor escritor británico, sobre todo, creo, porque su prosa nada tiene que ver, con la que se realiza, se vende y se premia por estos lares, pues la riqueza que uno encuentra en todas sus obras, lo convierten en un espécimen raro, al que sin duda hay que proteger, muy parecida a la su maestro Benet, pero a diferencia de la de éste, cuya literatura cada día se encuentra más muerta, resulta de una luminosidad extrema. Marías, en una reciente entrevista, con razón, afirmaba que el tipo de literatura que él realiza, está condenada a vender, sólo, en el mejor de los casos, quince mil ejemplares, y eso con suerte y gracias a un despliegue publicitario mayúsculo (esto último lo digo yo), lo que en realidad no ocurre con sus novelas, que obtienen unos niveles de ventas, muy por encima de lo que en principio se podría esperar. El autor de “Corazón tan blanco”, tiene una acogida entre el público difícil de explicar, pues a pesar de que sus obras, podrían definirse ante todo como no comerciales, consiguen no obstante, posicionarse en las primeras semanas, en los primeros puestos de todas las listas de ventas, algo sorprendente, si se ha leído al madrileño. Tengo la sensación, al hilo de lo anterior, que es uno de esos autores que consiguen vender más, de lo que en realidad llega a leerse, de esos cuya fama, empuja al público a comprar sus obras, que en la mayoría de las ocasiones, son abandonas al poco de haberse comenzado a leer, pues la literatura de Marías no se encuentra precisamente al alcance de todos. Su obra no encaja entre aquellas que Mendoza califico en su día como literatura de sofá, que es la que en realidad se vende y se lee, aunque tampoco, por supuesto, entre la que algunos denominarían literatura de combate o comprometida, estando su fuerza, su atractivo, no tanto en las historias que cuenta, como en la forma en que cuenta sus historias, y en la gran cantidad de imágenes, muchas de ellas inolvidables, que es capaz de regalar al lector.
Estimo que a estas alturas, en esa literatura que en realidad se vende, se está sobrevalorando el papel de la historia que se cuenta, sobre los restantes elementos que en todo momento deben hacer posible una obra de arte literaria, de suerte que, nos estamos acostumbrando, a dejarnos llevar por las desdichas y por las venturas de un determinado protagonista, detrás del cual corremos sin prestar demasiada atención, por ejemplo, al lenguaje empleado para narrar dichas aventuras. Se habla de transparencia y de lenguaje directo, de que lo narrativo, a estas alturas, carece de importancia y que sólo es una rémora del pasado, que la literatura de nuestros días debe adaptarse a las necesidades del hombre contemporáneo, sin comprenderse, que todo lo anterior, está conduciendo a la literatura a un callejón sin salida. Pérez-Reverte, la semana pasada, en una entrevista concedida a un importante periódico, dijo que él, incluso cuando escribía se consideraba un lector, no pareciéndose en nada a su amigo Marías, que ante todo y sobre todo era un escritor. Posiblemente nuestro polémico amigo Corso, sin proponérselo, ha logrado dar con la tecla exacta de uno de los males que afecta a la literatura en estos momentos, el hecho de tenerse que escribir necesariamente para que se lea con facilidad, o lo que es lo mismo, de tener que escribir para agradar a ese lector que espera, con impaciencia, nuevas historias que devorar. El tipo de literatura que realiza el cartagenero, puede ser considerada en este aspecto como paradigmática, al ser la literatura que en la actualidad interesa, tanto a las editoriales como a la comunidad de lectores, pues en ella, con todas sus deficiencias, se pueden encontrar, todo lo que desea hallar en una novela, el prototipo de lector de nuestros días, al ser obras que ante todo buscan el entretenimiento sobre unos esquemas, casi siempre demasiados diáfanos. Todo el mundo lee, y se lee evidentemente más que nunca, pero sin embargo, el nivel de las aguas literarias están más bajo que nunca, lo que se debe, a ese interés por presentar y potenciar obras que ante todo sean masticables y de fácil digestión, pues de lo que se trata, no es de aumentar la calidad literaria, sino de buscar, donde sea, nuevos lectores. Pero la buena literatura, la de altura, por el contrario, casi siempre es aquella que no resulta fácil de afrontar, y por supuesto, la que requiere una lenta asimilación, aquella que exige un lector atento que se detenga no sólo en la trama, sino en todo aquello que la hacen posible. A este tipo de literatura, se le podría denominar literatura literaria, siendo con diferencia Javier Marías, el máximo exponente en nuestro país de esta tendencia, pues en sus novelas, el lector comprende (el lector interesado en leer no el que sólo desea que le cuenten lisa y llanamente una historia), que en muchas ocasiones, es bastante más importante el cómo se dice que el qué, o lo que es lo mismo, el disfrute con la lectura, que el placer que pudiera producir una determinada historia.
La aparición del último volumen de la trilogía “Tu rostro mañana”, a pesar de no ser su mejor obra, como él se empeña en afirma, es una novela que sí se encuentra dentro de todos los parámetros, que hasta el momento han singularizado la producción literaria del escritor madrileño. Es ante todo una obra de Marías, perfectamente identificable, y que sólo, posiblemente, puedan disfrutar en todo su esplendor sus lectores habituales, aquellos que siempre están esperando algo suyo, pues su forma de escribir tiene una capacidad de enganche incuestionable. En esta tercera entrega, Javier Deza, el protagonista de la obra, prosigue sus andanzas en una misteriosa oficina del servicio secreto británico, intentando conocer, o descifrar los secretos ocultos, de todos los que son tildados de sospechosos por los responsables de dicho departamento. Pero la singularidad de su trabajo, consiste, en tener que descubrir la personalidad real de dichos individuos, no por lo que dicen, sino precisamente por aquello que callan y que sólo consiguen delatar sus gestos. El tema es el mismo que el de sus anteriores obras, el secreto, la necesidad del secreto, y la necesidad que todos tenemos de desentrañar dichos secretos. La mayor parte de la novela se sustenta sobre conversaciones, sobre largos diálogos en todo momento sazonados por sus incisivas opiniones y por sus deslumbrantes matices. En ella también asoman, mucho más desarrollados algunos personajes que ya aparecieron en otras novelas suyas, como el desconcertante y siempre enigmático copista Custardoy, aunque de todas forma, lo que siempre quedará de esta novela, como de todas las anteriores suyas, es el recuerdo del placer encontrado en su lectura y algunas imágenes que difícilmente podrán olvidarse, que es todo lo contrario, de lo que uno encuentra en esas habituales y cotidianas novelas que parecen copar todo el panorama literario actual, de esas mismas que a los pocos días, ni tan siquiera, se consiguen recordar sus argumentos.

Domingo,7 de octubre de 2007

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