miércoles, 24 de diciembre de 2008

Nunca me abandones


LECTURAS

(elo.143)

 

NUNCA ME ABANDONES

Kazuo Ishiguro

Anagrama, 2.005

 

Después de terminar “Cuando fuimos huérfanos”, se me quitaron las ganas de seguir leyendo a Ishiguro, pero como no escarmiento nunca, cuando cayó en mis manos “Nunca me abandones”, decidí, con el voluntarismo que sólo en estos temas me acompaña, darle  una nueva oportunidad al autor de origen japonés, aunque para ser sincero, tengo que reconocer que sin muchas esperanzas. Cada día soporto menos a los autores  que dilapidan su capacidad literaria en obras menores, a aquellos que en lugar de apuntar hacia lo dificultoso, hacia los desfiladeros de lo que aún no existe, prefieren apostar por los territorios ya conocidos, por historias que no pueden, al estar demasiado trilladas, aportar nada a sus posibles lectores, lo que se traduce, en que sus obras, en casi todas las ocasiones, no suponen más que una perdida de  tiempo para los que deciden enfrentarse a ellas. La cuestión, no obstante, radica en la magnífica consideración que en los tiempos actuales, posee eso que llaman “perder el tiempo”, pues el ocio, para muchos, en lugar de entenderse como un espacio básico, esencial para el enriquecimiento personal, con todo lo que ello significa, sólo es visto como un paréntesis vacío, que en todo momento es conveniente llenar con productos diversos. De ahí la importancia que en la actualidad posee la denominada industria del ocio, que es la que se desarrolla a partir de esa necesidad, tan humana sin embargo, de evitar estar sólo y tener que enfrentarse a eso tan terrible como es el aburrimiento. A nadie le gusta tener que lidiar con ese toro, por ello, todos, nos guste o no, acudimos a productos que tengan la capacidad de sortear ese aburrimiento, aunque muchos prefieren por comodidad, elegir determinados caminos, y algunos, pocos, otros más trabajosos y ariscados. Sí, la mayoría, como es lógico, prefiere lo banal, instrumentos comunes que sólo proporcionen entretenimiento, entretenimiento pasivo, ese  que sólo sirve pare recargar las baterías, para afrontar con nuevas fuerzas, una nueva y agotadora jornada laboral, y eso lo sabe la industria y el propio sistema, que en todo momento prefiere el adocenamiento mayoritario, con toda seguridad porque ese estado  le facilita el trabajo que deben realizar. Ante tal situación, determinados autores, después de escuchar los cantos de sirena de la industria del entretenimiento, que cada día es más poderosa, no dudan en optar por los magníficos dividendos que ésta les puede proporcionar, dejando a un lado, para otro momento, todo lo que en un principio creyeron que podrían aportar. Pues bien, estaba convencido que Ishiguro, como muchos otros, había decidido ya  el camino que tenía que seguir, pero cual ha sido mi sorpresa, al encontrarme con una novela suya, creo que la  última editada en España, que no tiene nada que ver, nada, con todo lo anterior que había  leído de él. “Nunca me abandones” es una gran novela, que ha tenido la virtud de mostrarme a un singular novelista, a un Kazuo Ishiguro que no conocía, y al que tendré que seguir con detenimiento, a pesar, de que ya lo tenía casi defenestrado.

                        Comencé la novela con cautela, sorprendiéndome el tema de la misma, lo que estuvo a punto de obligarme a abandonar la lectura, pero poco a poco, la calidad narrativa ante la que me encontraba, me forzaba a seguir y a seguir leyendo, pues tengo que reconocer, que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una novela. Sí, porque en “Nunca  me abandones”, al menos en mi opinión, lo importante no es la historia en sí, que apenas me ha interesado, sino la forma en que es mostrada dicha historia, su estilo comedido, controlado, muy trabajado, pero en ningún momento trabajoso, gracias  al cual se  puede disfrutar con la lectura sin prisas, sin la premura que imponen los acontecimientos arguméntales. La historia en esta novela, por tanto, es  algo secundario, que apenas tiene importancia, pues lo que queda en la memoria del autor una vez finalizada, es el placer que ha sentido leyendo, el disfrute con la lectura, que es precisamente, todo lo contrario de lo que en estos momentos tienen importancia en la literatura que triunfa. La novela que se busca, la que se compra y se lee, es la novela de argumento, de argumento fuerte, de suerte que éste, tenga la capacidad de eclipsar al estilo, entendiéndose generalmente, que la buena novela, es aquella en que el estilo pasa desapercibido, pues lo importante, no puede ser otra cosa que el argumento, que la historia que se cuenta y se desea transmitir. Pero en esta novela, Ishiguro ha demostrado, a la gran mayoría de lectores que aún no han caído en ello, que en literatura, lo importante es la palabra escrita, teniendo que ser ella necesariamente la protagonista, quedando la historia, porque así tiene que ser, en un importante segundo plano.

                        La narración está centrada en una comunidad de individuos clónicos, que había sido creada con la única intención de proporcionar los órganos sanos que la sociedad demandaba, no siendo otra cosa, que una especie de granero, de banco de órganos en perfecto estado, al que en caso de necesidad poder recurrir. El autor focaliza la historia a través de una de las integrantes de  tal comunidad, que ya siendo cuidadora de donantes, va recordando toda su historia personal, desde el primer centro en el que estuvo, que fue modélico,  hasta que asistió al deterioro y a la posterior muerte de muchos de los que fueron sus compañeros, después de haber tenido que realizar donaciones, a veces en cuatro o cinco ocasiones diferentes.

                        Pese a la temática, la novela no aspira a ser alegórica, ni tan siquiera se detiene en realizar planteamientos éticos o morales, lo que es de agradecer, pues sólo es  una historia en donde  pululan una serie de personajes, que pese a estar condenados a muerte, viven, padecen y aman como los restantes seres humanos, no observándose en ellos, en ningún momento, siendo esto posiblemente lo único que los singularizaba, ningún atisbo de rebelión contra el destino que tan cruelmente se les había impuesto.

                        En suma, una novela sorprendente que sin duda hay que leer, que descubre, a pesar de alguna de sus obras anteriores, a un autor de innegable calidad, del que hay que esperar logros mayores.

 

Martes, 2 de Diciembre de 2.008

domingo, 21 de diciembre de 2008

La historia que me escribe


LECTURAS

(elo.142)

 

LA HISTORIA QUE ME ESCRIBE

Fernando Trías de Bes

Alfaguara, 2.008

 

 

Sí, puede que tenga razón el autor de esta novela, cuando dice, o deja entrever, que la realidad y la ficción no son las  dos caras de una misma moneda, como de  forma habitual se entiende, sino las dos partes de la misma cara de esa moneda, o lo que es lo mismo, dos vertientes estrechamente relacionadas, que en muchas ocasiones, en más de las habituales, se solapan entre sí. El ser humano no tiene más  remedio que enfrentarse cotidianamente, le  guste o no le guste, a lo que se denomina realidad, es decir, a lo que hay, al mundo exterior y a la relación que mantiene con ese mundo. Dependiendo del desenlace de ese enfrentamiento, de las consecuencias del mismo, un determinado sujeto se sentirá satisfecho, o no, con la existencia que lleva a cabo, lo que le obligará, dependiendo del caso, a aceptar dicha realidad, o por el contrario, a intentar transformarla, que en principio sería lo sano, o en un tercer caso, más preocupante y patológico, a imaginarse realidades realmente inexistentes. Esas realidades inexistentes o imaginadas, tienen más  conexiones con la realidad misma, de lo que en principio, digamos, que se podría imaginar, pues casi siempre poseen los mismos componentes que los sueños, al menos según Freud (son la realización de deseos ocultos), al ser hijas ilegítimas de quien las imagina. Un sueño, una creación imaginaria, sólo se puede entender, comprendiendo los deseos ocultos de quien lo sueña o imagina, de suerte que, cada sueño o cada creación de ficción, se encuentra estrechamente relacionada con quien la lleva a cabo, lo que significa, que en ningún caso son algo aparte, diferenciado, de lo que somos. Por lo anterior, y aunque en principio cueste trabajo aceptarlo, se puede aprender más de la personalidad de alguien por sus sueños, siempre que se muestren sin censuras previas, que de sus actividades cotidianas, que en todo momento se encuentran sometidas a inhibiciones en muchos casos no controladas. Esto resulta aún mucho más evidente en todo lo concerniente a las creaciones artísticas de ficción, por ejemplo en la novela, lo que quiere decir, que una novela escrita por un determinado novelista, siempre dirá mucho más de él, aunque se asiente sobre su imaginación, sobre lo que no es real, que una obra de pensamiento que dicho autor en otro momento pudiera llevar a cabo. La imaginación es un nítido espejo, en donde se refleja sin claroscuros, lo que alguien en el fondo hubiera deseado ser, aquello que, si las circunstancias hubieran sido otras, el que imagina hubiera podido y querido ser. Es algo muy parecido al tema de las citas, ya que todos repetimos aquellas con las que nos sentimos identificados, “quien cita se cita” decía Cortazar, dejando a un lado, porque no nos interesa, todas aquellas, que pese a su belleza o a su inteligencia, no han llegado ni tan siquiera a interesarnos. En resumidas cuentas, todo producto de ficción, dice más de  quien lo crea, aunque se dedique a decir que todo es mentira, que cualquier exigente tratado de filosofía, o lo que es lo mismo, que madame “Bobary”, dice más de Flaubert, que “La crítica de la razón pura” de Kant.

                        Tengo que reconocer, que lo que más me ha interesado de la novela de Trías de Bes, que en principio es bastante mejorable, o por decirlo de otra forma, deficiente, son las dos imágenes que crea, la de las dos torres paralelas, y la  de la pequeña e inaccesible cala en donde se desarrolla la parte esencial de la novela. Las dos torres gemelas representan indudablemente a la realidad y a la imaginación, estando unidas por dos conductos, uno evidente, una especie de puente o pasarela, que se encuentra destruida,  y el otro oculto, por debajo de  tierra, al que sólo se podía acceder en determinadas épocas del año. ¿Así observa Trías de Bes las relaciones entre la realidad y la ficción? Posiblemente, pues según lo leído, para el novelista barcelonés, esas relaciones, cada día más complejas, se han convertido en casi clandestinas, ya que en un mundo como el actual, en donde sólo tiene sentido la realidad otorgada, la que se quiera o no siempre es impuesta, y en donde el grado de insatisfacción con ella ha alcanzado unos índices nunca antes alcanzados, toda posible alternativa que ante ella se materialice, aunque sea mediante la ficción, debe proscribirse de  forma inmediata. Como bien parece apuntar el autor, las relaciones entre realidad e imaginación, sólo pueden llevarse a cabo, en un mundo como el nuestro en contadas ocasiones y de la forma más soterrada posible. Al mismo tiempo, todo parece indicar, que la sola posibilidad de que exista un espacio en donde la imaginación y la realidad pudieran libremente existir, sin trabas, sin nadie que denuncie escandalizado tal antinatural maridaje, debe ser erradicado de forma expeditiva, posiblemente mediante el ostracismo, tal como fue abandonada al olvido esa extraña cala en donde transcurre la  acción de la novela.

                        Mediante la creación de un autor de novelas policíacas de éxito, de alguien que se dedica a escribir novelas sin alma, el autor crea una trama, en donde al final, el lector no llega a saber dónde se encuentra la realidad y dónde la ficción, si en el relato mismo o en la obra que está escribiendo el protagonista, que llega a un punto, en que pierde el control de sus personajes.

                        Es la primera novela  que leo de este autor, y aunque se lee bien, es decir, sin que el lector encuentre contratiempos de ningún tipo, y que el tema es muy interesante, estimo que en el fondo se trata de una obra fallida, y lo creo así por dos cuestiones, en primer lugar porque en ningún momento la novela consigue llegar al corazón de los lectores, al menos al mío no ha llegado, y en segundo lugar, porque a pesar de  poner sobre la mesa elementos importantes para la reflexión, para desarrollar un debate interesante, no consigue llegar a ese mínimo que siempre hay que exigirle a toda novela, la de que llegue a interesar, como novela, como producto artístico al que lee. El problema de fondo, es  que la novela en ningún momento llega a entusiasmar, a levantar vuelo, ni tan siquiera a obligar al lector a proseguir con la lectura, y no lo consigue, porque la obra es afrontada de un modo un tanto ligero, de forma sobrada, tal y como muchos autores actuales, después de calibrar sus magníficas cualidades, dilapidan debido a su suficiencia dicho capital.

 

Miércoles, 19 de noviembre de 2.008

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Los viejos amigos


LECTURAS
(elo.141)

LOS VIEJOS AMIGOS
Rafael Chirbes
Anagrama, 2.003

El otro día, dejé apuntado en un comentario sobre otra novela de Chirbes, que una de las más desagradables características de la literatura española, es que constantemente bascula entre lo garbancero y el experimentalismo excesivo, mostrando dos frentes en constante conflicto, que en lugar de enriquecerse entre sí, tratando de complementarse, tratan por todos los medios de destruirse. También subrayé, que observaba a Chirbes, como uno de los escasos autores, que con su obra trataba de romper dicha dicotomía. Sí, lo normal, es que se entienda la novela como un método, como otro cualquiera, gracias al cual poder contar historias, olvidándose, que lo esencial en ella, no es tanto la historia en sí, como la forma en que dicha historia es tratada. El lector, el lector mayoritario, lo que desea encontrar son historias diáfanas, en donde al dos le siga el tres, y al tres el cuatro, y a ser posible, que el narrador sea invisible, que no se note demasiado, que no interrumpa con su presencia, casi siempre inoportuna, el correcto discurrir de la lectura que lleva a cabo. Hace algunos meses, el prestigioso autor de best sellers John Grisham, comentó en una entrevista, que tenía claro que la gran diferencia entre la literatura de calidad, y la otra, la de entretenimiento, la que a él le interesaba, al igual que a la mayoría de lectores, era que en esta última lo que predomina, lo que necesariamente tiene que predominar es el argumento, la trama, pues todo lo demás, lo único que consigue hacer, es interferir, enturbiar la relación entre el autor y el lector, que siempre debe ser cercana y diáfana. Es decir, la literatura de entretenimiento, y nadie mejor que el autor norteamericano para decirlo, es la que debe aspirar sobre todo, a que no se levante un muro entre el que escribe y el que lee, la que en definitiva facilita, en lugar de entorpecer, la lectura de los casi siempre sufridos lectores. Pues bien, con mayor o menor calidad, gran parte de los autores de este país, en todo momento han tenido asumido lo que hace poco dijo Grisham, creando obras, basadas sobre todo, en las historias más o menos interesantes que lograban sacarse de sus chisteras, creyendo que el método directo, no es sólo un método más entre todos los existentes, sino el único válido que se puede aplicar a la novela. Como reacción a esta forma de entender la creación literaria, que no sólo afecta a la novela, surge la corriente contraria, la que estima que lo importante no es el argumento, sino la estructura en donde se inserta dicha historia, de suerte que, la estructura, contra más compleja mejor, es lo único que en última instancia justifica toda buena novela. Mientras los primeros detestan la experimentación, que observan como un recurso fácil de los que carecen del oficio necesario, y que utilizan para ocultar sus carencias, los segundos están convencidos, que los garbanceros, los que sólo se dedican a contar sin más sus historias, son los auténticos causantes de la desesperada situación en la que se encuentra la novela en la actualidad. Entre uno y otro grupo se extiende el vacío, aunque de vez en cuando, uno logra vislumbrar a autores, que con voluntarismo, al margen de los flujos de las corrientes mayoritarias, intentan instalarse en ese extraño territorio que a casi nadie parece interesar. Los que hasta allí llegan, creen que es posible una novela diferente, una novela que sepa conjugar tanto una historia decente con un método expositivo, digamos que literario. Evidentemente son los menos, ya que el viento les sopla en contra, pues no sólo cuentan con el desprecio de la mayoría de los lectores, que prefieren artículos de consumo en lugar de literatura, sino también, lo que es más grave, por aquello de que teóricamente son expertos, con el menosprecio de las editoriales y de los funcionarios de la crítica que giran y giran, gravitando alrededor de ellas. Ente estos intrépidos aventureros, en nuestro país, junto a Marías, destaca Rafael Chirbes.
En “Los viejos amigos”, Chirbes vuelve a uno de sus temas claves, el del fracaso, intentando de nuevo, como “En la lucha final” o “Crematorio”, afrontar un acercamiento a esa obsesión literaria que parece embargarle, la del sentimiento o la sensación de derrota de los que llegados a cierta edad, comprenden, que a pesar de los esfuerzos realizados, muy poco de lo que estaban convencido de poder conseguir en su juventud, en aquellos tiempos en los que creían poder tocar el cielo con la punta de sus dedos, pudieron en alcanzar en realidad. Para afrontar el tema, que a pesar de lo repetitivo en su obra nunca deja de ser interesante, crea a un grupo de amigos, que habían sido compañeros de militancia política en los oscuros tiempos del franquismo, que deciden quedar para cenar y así poder recordar juntos aquellos años en donde todos fueron, pese a las dificultades, mucho más felices, y eso a pesar de que la mayoría de ellos habían perdido, no sólo el contacto, sino incluso la amistad. Cada uno de ellos, por separado, monologa sobre su vida y sobre la de los que habían sido sus amigos, quedando demostrado al final de la obra, que ninguno había alcanzado sus objetivos, y por supuesto, que ese frágil pájaro que llaman felicidad no había conseguido anidar en ninguno de ellos. Chirbes, sin realizar en ningún momento concesiones a la galería, lo que siempre hay que agradecer, realiza su novela utilizando el método, que él mismo llega a definir, como el de diferentes miradas sobre un mismo paisaje, que con el tiempo se ha convertido en su forma de afrontar la literatura, que deja al lector un panorama complejo, repleto de fallas, pero de una riqueza que muy pocos autores son capaces de aportar.
Otra novela de Chirbes que demuestra, que deja sentado, lo que hoy en día representa su obra en la novelística de este país, sin duda alguna, una de las más sólidas e interesantes, y abanderada de los que se podría denominar la novela de calidad, esa que para desgracia de todos, sigue siendo minoritaria, a pesar, del innegable aumento del número de lectores, que de forma lastimosa, se siguen conformando, posiblemente por falta de formación, con una literatura, digamos que menor.

Jueves, 13 de noviembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

Un asesinato compasivo


LECTURAS
(elo.140)

UN ASESINATO COMPASIVO
José María Guelbenzu
Alfaguara, 2.008


Aunque resulte difícil de creer, pues últimamente sólo escribo sobre lo que leo, no suele interesarme la crítica literaria, ya que estoy convencido que cada lector, y por extensión cada crítico, lo único que puede aportar es su visión de lo que acaba de leer, lo que no me asegura nada sobre la bondad de un determinado texto. No obstante, por lo anterior, por el hecho de que hay miradas que me interesan, y porque me interesa la opinión que poseen sobre lo que leen, de vez en cuando, aunque poco, me sumerjo en algunas críticas, pero más por la firma de la misma, o por lo que se esconde detrás de ella, que por el texto que trata de comentar. Eso me pasa con Guelbenzu, que si tal figura existiera, desde hace años sería mi crítico literario de cabecera. Hace tiempo, leí una novela suya, “Un peso en el mundo”, a la que me asomé con cierto temor, pues la crítica y la creación literaria, creo que son materias contrapuestas, actividades que difícilmente logran conjugarse de forma adecuada, pero me quedé asombrado, ya que me encontré con una obra digna, es decir de un nivel medio alto, que en ningún momento esperaba. Con el tiempo, me enteré de que se estaba dedicando a la novela negra, y que había creado un personaje, una juez, sobre la que giraban todas sus historias. Como no soy un lector habitual de novela negra, sólo acudo a ellas para desintoxicarme, no presté importancia a tal hecho, pensando que ya me toparía con alguna de ellas. Pues bien, acabo de leer la última entrega, por ahora, de la juez Mariana de Marco, y a pesar de no ser una obra deslumbrante, tengo que reconocer, que es una novela que mantiene una altitud media bastante interesante, cosa nada habitual en este género, que por norma general, suele presentar en lo literario bastantes altibajos. Sí, la novela negra no se define precisamente por su cuidada elaboración, siendo en demasiadas ocasiones obras precipitadas, no trabajadas en exceso, como si se tuviera consciencia, que es un género que sólo tangencialmente tiene relación con la literatura, presentándose, por decirlo de alguna manera, como la hermana menor de la literatura de entretenimiento, no siendo más, en el fondo, para la mayoría los autores que se dedican a ella, que meros productos alimenticios.
“Un asesinato compasivo”, es una novela de entretenimiento, de serie negra, que no aspira a grandes logros, pero es una obra bien realizada, con la que se puede pasar un par de días, aunque evidentemente nadie debe esperar de ella más que eso, pues sólo es una lectura placentera, para aquellos días en que uno no tiene nada mejor que hacer, ni por supuesto, nada mejor que leer.
No hace mucho, escuché no sé donde, que la denominada novela negra o policíaca, estaba perdiendo su razón de ser, pues se estaba deslizando, peligrosamente, por la vertiente de la literatura banal, en lugar de afianzarse, o consolidarse, en lo que tradicionalmente ha sido su territorio, el de la crítica social. Yo no sé si ese es su ámbito, más bien creo que no, pero sí puedo decir, que las novelas de este género que más me han interesado, han sido las que han afrontado tal tarea, entre otras razones, porque esa crítica social las justificaba, las hacía necesarias. Si algo no comprendo es el hecho de escribir por escribir, el que alguien se dedique a contar historias sin más, pues aunque estén bien escritas, siempre exijo que las historias que leo, sean mucho más que la simple narración de determinados acontecimientos, lo que evidentemente es un prejuicio generacional con el que cargo. No me siento nada orgulloso de estar buscando constantemente debajo de las líneas de lo que voy leyendo, pues estoy convencido que lo natural, lo que hay que hacer, es disfrutar sin más con lo que se lee, apreciar las destrezas estructurales y formales, y por supuesto recrearme con la historia presentada, pero paralelamente estoy persuadido, que la buena literatura tiene que aspirar a mucho más, y no puede sólo conformarse con conseguir el deleite del lector. Por eso, a pesar de la dignidad con la que presenta sus novelas de serie negra, no comprendo como Guelbenzu pierde el tiempo con este tipo de literatura, en lugar de embarcarse, él que puede, en obras de más calado, pero en fin, imagino que sabrá sus razones, que espero no sean exclusivamente económicas.
Como no podía ser de otra forma, la novela gira alrededor de un crimen que se produce en una pequeña ciudad del norte de España, al que tiene que enfrentarse la juez de Marco, la cual, utilizando un método nada ortodoxo, más científico que detectivesco, consistente en crear una hipótesis, para partiendo de la misma buscar las pruebas para justificarla, descubre al asesino, y lo más importante, las causas que le empujaron a realizar tal acto. Como dije más arriba, la novela está bien realizada, pero en ningún momento llega a entusiasmar al lector, que lee y lee, sin dificultad, una obra cuya única virtud precisamente es la de dejarse leer.
No creo, aunque nunca se sabe, que vuelva a acercarme a la juez de Guelbenzu, pues hay tantas otras cosas que leer, incluso novela negra, que estimo una perdida de tiempo gastar energías, que a estas edades hay que dosificar, en obras que aportan tan poco. Estoy convencido, no obstante, que dentro de algunos años, Mariana de Marco, alcanzará el estrellato gracias a alguna serie televisiva, o al ser galardonada con el laurel del Planeta, pero nunca, en ningún caso, porque carece del atractivo y del carácter necesario, podrá parecerse a ese otro detective patrio, éste sí profesional, que tanto me gustaba, que se dedicaba a quemar libros, aunque sólo los que tenía ya asimilados, para calentar su espacioso salón, mientras cocinaba algún rico manjar, de su casa de la Valvidriera.

Martes, 4 de noviembre de 2.008

jueves, 6 de noviembre de 2008

En la lucha final


LECTURAS
(elo.139)

EN LA LUCHA FINAL
Rafael Chirbes
Anagrama, 1.991

Estoy leyendo de forma caótica a Chirbes, lo que me puede estar creando una visión distorsionada y contradictoria de su obra. Lo ideal, lo que sólo de tarde en tarde se puede hacer, es seguir la obra de cada autor desde sus entregas más antiguas a las más recientes, para intentar, mientras se disfruta con ellas, descubrir y dejar al descubierto las claves internas que las unen. Pero no, con el escritor valenciano, que hasta hace muy poco era un auténtico desconocido para mí, comencé por su última novela, que me dejó conmocionado, y poco a poco, de forma aleatoria, porque así me están llegando, trato de leer, para comprenderlo mejor, toda su obra anterior. En esta ocasión, acabo de terminar su segunda novela, que pese a sus similitudes con “Crematorio”, tengo que reconocer que no me ha dejado un buen sabor de boca. Posiblemente lo anterior se deba, lo que es un error por mi parte, a que espero mucho de Chirbes, hecho que me obliga a mantener ante sus novelas un nivel de exigencia demasiado alto. “En la lucha final”, es una obra, que peca de un excesivo esteticismo, hay en ella demasiadas frases, que en boca de los personajes, uno no sabe por dónde coger, ni cómo leer, y de una falta de contenido, de finalidad, de justificación de la novela en sí que resulta sorprendente, lo que se une, a una estructura demasiado elaborada, que sin duda es lo mejor de la novela, pero que queda hueca ante la debilidad de la historia que se cuenta. En suma, pese a la calidad de la misma, se nota que es una novela primeriza, o mejor dicho, de una de esas obras que se realizan después de haber obtenido un éxito con la primera novela que se ha llegado a publicar, con la que se desea dejar constancia, que la suerte sólo ha tenido un papel lateral e insignificante. Este tipo de novelas, las segundas, tienen una fisonomía clara, y casi todas ellas pecan de lo mismo, de un exceso de suficiencia, pues con ellas se desea demostrar, siendo casi siempre precipitadas, ya que hay que publicarlas antes de que el público se olvide de la primera, que uno ha llegado hasta aquí para quedarse, para seguir en el oficio. A pesar de ser precipitadas, todo autor tiene la obligación en ellas de certificar su valía, lo que les obliga a realizar cabriolas sin sentido, saltos mortales en los momentos más inoportunos, pero sobre todo, demostrar que se sabe caminar sobre el alambre. En fin, en esas segundas novelas, todo novelista tiene que dejar sentado que no está de paso, lo que casi siempre le conduce a fracasos más o menos estrepitosos, y creo que no vale la pena dejar anotados ejemplos que están en la mente de todos. Estimo, a pesar que se puede observar en ella notas de indiscutible calidad, que esta segunda novela de Chirbes es un ejemplo de lo anterior, aunque hay que reconocer, que la novela, aunque no buena, logra a duras penas sostenerse, sobre todo por la calidad media, demasiado baja, de la literatura española de la época.
El apresuramiento del que hablé antes, queda demostrado por la debilidad de la historia, que tiene como base un asesinato equivocado y demasiado absurdo (lo de llevar el cuchillo carece de sentido), y las relaciones entre el grupo de amigos en el seno del cual se produce el hecho. Mientras leía la novela, en todo momento he estado pensando en “Crematorio”, en donde la historia es la misma, o parecida, a saber, las relaciones entre una serie de amigos que lentamente mastican el fracaso de las vidas que habían llevado, aunque evidentemente desarrollada con una madurez literaria diferente. Me ha llamado la atención, pues creo que en cierta medida, aunque no tengo datos para tal afirmación, que podría ser tildada de descabellada, que “Crematorio”, en el fondo, no es más que una reescritura de “En la lucha final”, una nueva versión, actualizada, de una obra, que pudo ser vista por el propio autor como desafortunada. Bien, dejando esto a un lado, pues no tiene mucha importancia, sobre todo cuando se sabe que siempre se está trabajando sobre la misma obra, tengo que decir centrándome en el tema, que el autor no dibuja bien las relaciones entre los distintos protagonistas, lo que en sí es el centro de la obra, dejando más una imagen de celos entre ellos, de diferencias sentimentales, que no creo que haya sido su intención, en lugar de subrayar la evidencia del fracaso personal de los mismos. Para colmo, la historia está narrada en un lenguaje excesivamente preciosista, sobre todo, lo que resulta injustificable, no en la narración en sí, sino en los diálogos entre los diferentes personajes, lo que deja un regusto a falsedad en el lector difícil de soportar. Pero la obra se salva del naufragio total por la estructura empleada, por la ambición que el autor pone en la misma, lo que la convierte en interesante, haciendo que Chirbes, o el incipiente prestigio que consiguió en su primera novela, quedara hasta cierto punto salvaguardado.
La historia es narrada por alguien cercano al grupo, aunque no perteneciera propiamente al mismo, un joven novelista que también, tenía o había tenido relaciones con Amalia, el personaje central del mismo, elaborando la historia a partir de los testimonios que le van llegando de lo ocurrido. Con esos testimonios, en muchas ocasiones contradictorios, va completando un puzzle, con unas piezas de aquí y otras de allá, que al final, con cierta dificultad, consigue ensamblar.
Pero a una novela no la puede salvar una estructura aceptable, ya que toda novela, para que sea buena, tiene necesariamente que conjugar una serie de elementos de forma armónica, que en esta ocasión no se lleva a cabo. Pero teniendo en cuenta que la novelística española es como es, en donde parece que sólo existe lo garbancero y lo experimental, “En la lucha final” es una obra interesante, en el sentido, de que pese a sus deficiencias, en ella se observa a un autor, o los inicios de un autor, que intenta romper con esa dicotomía.

Viernes, 24 de octubre de 2.008

jueves, 30 de octubre de 2008

La vida nueva


LECTURAS
(elo.138)

LA VIDA NUEVA
Orhan Pamuk
Alfaguara, 1.994

Desde un principio quedé sorprendido con la novela, pues comprendí, ya en las primeras páginas, que se trataba de una obra diferente a las dos anteriores que había leído del autor turco. Uno siempre espera cierta linealidad en la producción artística, al menos en lo formal, sobre todo en aquellos autores sobre los que desea profundizar, entre otras razones porque así todo resulta más fácil. Las primeras noticias sobre la existencia de Pamuk, las tuve gracias a una magnífica entrevista que le realizó Rosa Montero días antes de que le concedieran el Nóbel de literatura, con motivo de la presentación en España de su libro autobiográfico “Estambul”. Me pareció, por las respuestas que daba, que podía ser un autor interesante y conseguí el libro a los pocos días, dejándome hasta cierto punto desconcertado, pues se trataba de un texto, bien escrito por supuesto, en donde el autor dejaba constancia de su nostálgica visión de la ciudad que tanto amaba y en la que siempre había vivido, siendo Estambul, sin discusión alguna, la auténtica protagonista de la obra, en lugar, como esperaba, de que todo en ella girara en torno al propio Pamuk. En fin, leí un libro teóricamente autobiográfico, en el que apenas, porque el autor intentó evitarlo en todo momento, pude hacerme una idea de su perspectiva vital, aunque sí, sobre el ámbito en donde creció y se hizo escritor. Pero como lo que realmente deseaba era conocer su mundo literario, que evidentemente no se encontraba en “Estambul”, me hice, en opinión de algunos, con su obra más lograda, “Me llamo rojo”, que aunque también bien escrita, no era más que un triller otomano, que se puede leer, pero que no aporta nada nuevo a eso que llaman la historia de la literatura. Así las cosas, quedé escarmentado con el turco, aparcándolo y dejándolo para otra ocasión, en donde esperaba, aunque sin muchas esperanzas, encontrar lo que en mi primera incursión en su obra no pude hallar.
“La vida nueva” ha llegado a mis manos por casualidad, y me ha resultado sobre todo desconcertante y difícil de leer, pues carece de las agarraderas que todo lector agradece, y porque el enfoque del tema me resulta innovador. Es una novela sin asideros, en donde, en contra de los que prefiguran los cánones novelísticos, todo aparece implícito, como difuminado, lo que no hace fácil su lectura.
El tema de la novela, es la necesidad que todos tenemos de abandonar la realidad que nos envuelve, sin intentar disfrutarla, para lanzarnos de forma lamentable e inconsciente, a la búsqueda de otra, que según afirman es más grata y plena, pero que aún, y ese es el problema, nadie ha podido disfrutar. Nuestras sociedades, siempre han estado eclipsadas por la influencia de los libros sagrados, esos que en todo momento nos han dicho lo que debemos hacer para entrar en ese otro mundo, que curiosamente siempre se encuentra un poco más allá, en donde con toda seguridad, al menos eso dicen, se encuentra anclada la felicidad. La Biblia, el Corán, El manifiesto comunista, han tenido la virtud, de dibujarnos un mundo idílico, aunque también el de mostrarnos los caminos que hay que seguir, si realmente se desea llegar a él. El problema, es que el primer paso que hay que dar, y de forma ineludible, es negar la realidad en la que vivimos, que siempre es vista como “un valle de lágrimas” y como un estadio que por nuestro bien hay que superar. Pero para nuestra desgracia, esa búsqueda constante, guiada en todo momento por lo que han escrito algunos iluminados, a pesar de haber sido en cierta medida el motor de nuestra historia, a lo único a lo que nos ha conducido es a la infelicidad, pues ese esfuerzo constante, desgarrador, que con el tiempo consigue erosionarnos de forma irreversible, impide que disfrutemos con las pequeñas cosas que pueblan esa realidad tan denostada. Nuestro mundo siempre ha sido un mundo de creyentes, que ha tenido su aspecto positivo, el de mantener al ser humano en perpetuo movimiento, lo que ha posibilitado que sea en la actualidad lo que es, pero en contrapartida, lo ha mantenido siempre en jaque, sumido en la ansiedad y en todo momento a la espera de que se produzca el milagro definitivo.
De esa perpetua lucha por alcanzar la vida nueva habla esta novela, dibujando Pamuk a un adolescente que se ha encontrado con un libro que consigue hipnotizarlo por entero, transformando de forma radical su vida. La novela narra desde que ese joven tropieza con el libro, con esa luz que consigue iluminarlo, que lo empuja a una vida diferente, hasta que el protagonista comprende, poco antes de morir en un accidente de circulación, que la felicidad (la felicidad con minúscula que es la única que en realidad existe), se encuentra en el mundo que ha dejado atrás, en su trabajo cotidiano, junto a su mujer y su hijo. Parece que Pamuk desea dejar constancia de que la vida se encuentra a nuestro lado, y que no debemos desperdiciarla buscando una vida inexistente que sólo habita en nuestra imaginación, y que la nueva vida, no es ni tan siquiera nueva, pues siempre ha existido en la cabeza de los que no han sabido o podido hacer frente a su propia realidad.
Una novela interesante, que habla por sí sola del poderío literario del turco, que como todos los grandes escritores, a veces, prefieren para contar sus historias, o mejor dicho, para comunicar lo que desean decir, aventurarse por el camino más difícil, aunque ello le suponga, que esas obras tengan una menor cogida popular.

Jueves, 16 de octubre de 2.008

domingo, 26 de octubre de 2008

Elegía


LECTURAS
(elo.137)

ELEGÍA
Philip Roth
Mondadori, 2.006



Desde hace tiempo, con toda seguridad, Roth es mi escritor favorito, pero a pesar de ello, debido posiblemente al regusto amargo que me dejaron sus últimas obras, no corrí en su momento a la librería más cercana a comprar “Elegía, su más reciente novela. Ahora, tiempo después, he podido con satisfacción enfrentarme a ella, comprendiendo, que a pesar de su edad y de su dilatada producción, el norteamericano sigue siendo, al menos desde mi punto de vista, uno de los mejores y más poderosos escritores vivos que pueblan en la actualidad la cada día más anémica república de las letras. Con referencia a la obra en sí, en primer lugar tengo que decir, que la novela puede leerse en una tarde, pues tiene la virtud de atrapar al lector desde el primer instante, haciendo que éste, difícilmente, si cuenta con el tiempo suficiente, pueda abandonar la lectura. Lo anterior, que no está al alcance de cualquiera, sobre todo cuando se trata de un tema como el presentado, habla por sí sólo, de la maestría a la que ha llegado Roth. En esta ocasión, como en anteriores novelas suyas, habla de la muerte y de la vejez, o mejor dicho, de la lucha contra la muerte y de la posibilidad, siempre difícil, de poder convivir con la vejez, apareciendo la vida vivida, los recuerdos, como algo que se encuentran ahí, y que no siempre resulta grato rememorar. La vida desde la vejez, parece decirnos el novelista, siempre tiene dos miradas, una que se dirige hacia lo inevitable, hacia lo que tiene que llegar, y otra, que intenta abarcar todo lo vivido, dos visiones nada reconfortantes. En demasiadas ocasiones, se habla de la vejez como si se tratara de un merecido periodo de descanso, en donde uno deja atrás la necesidad de enfrentarse a la realidad, con la intención de esperar de forma apacible, dedicándose a aquello que siempre ha deseado, el momento definitivo en que todo acabe. Pero no parece que esa sea la opinión de Roth, que ve la vejez, no ya como una batalla perdida de antemano, sino como una masacre de individuos incompletos, que en ningún caso pueden, acercarse o asomarse a la vida, sólo a la muerte y a los recuerdos. Se podría decir, que a esas edades esperar la muerte es lo lógico y también lo natural, pero cuando se comprende que la muerte lo único que significa es el fin, que lo único que se está realizando en la vejez es dar los últimos pasos, casi siempre bajo la amenaza paralizante de los achaques, y cuando se tiene consciencia de que la vida vivida no ha sido todo lo satisfactoria que se hubiera deseado, entonces, hay que reconocer que no es ese estado idílico que a veces se dibuja, ese lugar en donde teóricamente se recogen todas las recompensas y todos los frutos que en su día se sembraron. Y no lo es, entre otras cuestiones, porque la vida no es lineal, ya que en ningún caso es ese camino recto al que a un paso le sigue otro, no, la vida no es sencillamente sembrar y recoger, poner ladrillos sobre ladrillos, sino más bien, enfrentarse a una multitud de posibilidades con las que casi nunca se acierta. Por ello, mirar desde el último recodo hacia atrás, no puede resultar en ningún caso gratificante, pues desde esa perspectiva, se tienen que observar todos los muertos que uno ha dejado en la cuneta, todos los incendios que ha provocado, y sobre todo, la imagen real que se ha dejado abandonada en la memoria de los demás.
La novela de Roth comienza nada más y nada menos, con la escena del entierro del protagonista, en donde todos los que estuvieron más o menos cercanos a él, le realizan un pequeño homenaje, para a partir de ahí, en tercera persona, pasar a narrar a grandes rasgos su vida, agarrándose al hilo conductor de sus enfermedades y sus problemas con la salud, hasta que un día, sólo, como realmente hay que morir, no despierta de la última operación a la que es sometido
“Elegía” es una novela desgarradora, en donde alguien realmente preocupado por la muerte y la vejez, como sin duda lo es Roth, reflexiona y llega a una sombría conclusión, que es un periodo vital al que nunca se debería llegar.

Martes, 7 de octubre de 2.008

jueves, 16 de octubre de 2008

Ámsterdam


LECTURAS
(elo.136)

ÁMSTERDAM
Ian McEwan
Anagrama, 1.998

Según parece, la venganza es un plato frío que debe elaborarse con paciencia y sin descuidar ningún ingrediente. Este es el tema que aborda McEwan en esta magnífica novela, que sin duda alguna, y no soy precisamente amigo de su forma de entender la literatura, es la mejor, la más lograda, de las que de él he leído hasta ahora. El inglés pone sobre la mesa, en esta ocasión toda su sabiduría narrativa al servicio de una historia potente, y le ha salido bien, pues no creo que ningún lector, después de haberla leído, haya podido quedar indiferente ante el poderío de la misma. Ámsterdam es una gran novela de nuestro tiempo, trepidante y con el tamaño justo, una de esas extrañas novelas, por insólitas, con las que poder pasar un fin de semana sin necesitar nada del mundo, salvo que nos dejen tranquilo con ella. Pero intentaré ir por partes, pues he abandonado una serie de afirmaciones que creo conveniente justificar, pues a estas alturas, si algo no basta y carece de sentido, aunque al parecer es lo normal en los tiempos en que vivimos, es el hecho de opinar sobre todo lo que se mueva, sin que tales manifestaciones queden respaldadas, o sostenidas, por planteamientos minimamente elaborados.
Para comenzar, diré, a pesar de ser consciente de que nado a contracorriente, que no soy precisamente un enamorado de la literatura que realiza McEwan, lo que me suele acarrear la incomprensión, y a veces el enfado de mis amigos, pues hoy en día, el escritor británico, es considerado entre los amantes de la literatura de calidad como el ejemplo a seguir, el paradigma literario por excelencia. Yo sin embargo mantengo mis dudas, basadas aunque pueda parecer contradictorio, en el alto concepto que tengo de sus dotes narrativas, que a mi juicio, al igual que hacen otros miembros de su generación, despilfarra en obras que no suelen estar al mismo nivel de su talento. Es decir, lo que critico de McEwan, aunque parezca mentira, es todo lo contrario de lo que habitualmente suelo criticar, entre otras razones porque pertenece a otra galaxia literaria, estando su nivel medio, muy por encima de la mayoría de los autores de éxito que pululan, tropezando entre sí, por la saturada república de las letras. Con lo anterior, lo único que deseo decir, es que las obras que de él me llegan, siempre me resultan insatisfactorias, no estando nunca a la altura que esperaba, de lo que sin dudas el británico podría aportar. ¿Pero qué es realmente lo que le exijo? Lo que injustamente le exijo, y lo comprendo, es que se enfrente definitivamente a la literatura de calidad, a lo que algunos llaman alta literatura, y que de una vez por todas, abandone la literatura de entretenimiento; que afronte la literatura como una búsqueda, que tenga el valor, él que puede, de situarse en el límite, en donde convive lo que es y lo que aún no es literatura, en otras palabras, lo que me gustaría es que dejara atrás el cómodo territorio en donde se encuentra, pues los aplausos ya tienen que aburrirle, y que se arriesgue, que apueste, si es posible todo a un mismo número, por obras que puedan situar la cota literaria un poco más allá. Lo anterior evidentemente no suelo decírselo a cualquiera, sólo a los que considero que pueden y no quieren, como es el caso de McEwan.
No obstante, ciñéndome a la novela en sí, y no a lo que me gustaría que fuera, tengo que reconocer, que es una obra con la que se puede disfrutar, ya que el ritmo impuesto por el autor es arrollador, dotada de una apertura insuperable y de un final de esos a los que nos tiene acostumbrado McEwan, en donde nadie espera lo que va a suceder. La novela, trata de la historia de un individuo, que después de quedar viudo, trama una estrategia para vengarse de los tres amantes que había tenido su mujer, con objeto de quedarse como único depositario de su recuerdo. Es una obra, que en el fondo, no aspira a más, aunque desarrollada con innegable inteligencia, que a eso tan importante y a la vez tan difícil, de que el lector pase un buen rato, lo que indudablemente le quita valor, pues en contra de lo que suele ocurrir con las grandes novelas, que crecen y crecen cuando la lectura finaliza, ésta, como otras suyas, se difumina hasta desaparecer, o casi, a partir de ese preciso instante. Es una de esas novelas, cuya historia no va más allá de la propia historia, desarrollada e ideada, para captar la atención desde el primer momento, posiblemente, porque la concepción que el autor posee de la literatura es esa, lo que en el fondo es una lástima.
Pero Ámsterdam, y ahí posiblemente se encuentra las claves de su éxito, ante todo es una obra de nuestro tiempo, reflejándose en ella a la perfección el momento en el que vive la literatura, y por extensión el resto de las manifestaciones artísticas. Hoy en día, cuando todo lo calibra el mercado, siendo éste el que valora todo lo que entra por sus puertas, carece de sentido, al menos eso es lo que se piensa, vivir de espaldas a él. Lo anterior significa, que hay que crear obras que puedan ante todo venderse, cuidando que la calidad de las mismas, en el mejor de los casos, no impida su competitividad, lo que quiere decir, que la calidad debe supeditarse en todo momento a las necesidades de dicho mercado. El mercado lo que exige, o mejor dicho, el público lo que pide, son obras de calidad, que tengan como objetivo, no el de perturbarle ni el de mostrarle nuevas perspectivas, no, pues el consumidor mayoritario, el que compra libros o el que va al cine, lo único que desea es encontrar obras que tengan la virtud de hacerle pasar un rato agradable, para con posterioridad, volver a sus quehaceres habituales como si nada hubiera pasado, lo que significa, que lo que realmente se necesita no son obras de artes, sino productos realizados por buenos profesionales. McEwan es uno de los mejores profesionales que posee en estos momentos la literatura, de ahí su multitudinario reconocimiento.

Viernes, 26 de septiembre de 2.008

martes, 7 de octubre de 2008

Para Ana


ACERCAMIENTOS
(elo.135)


Querida Ana:

Recuerdo, que cuando era un adolescente, un adolescente raro pues todo el día me lo pasaba leyendo, mi abuela, una mujer sufrida que lo único que había hecho era trabajar durante toda su vida, se acercaba preocupada y me preguntaba por lo que estaba leyendo, siendo su única intención (ya que era analfabeta y no podía comprender cómo me podía pasar tantas horas tirado en el sofá con un libro entre las manos), la de saber si estaba enfrascado en una novela, o por el contrario, en algo que en realidad sirviera, que me sirviera para algo. Evidentemente mi abuela entendía o imaginaba, como muchos, que las novelas sólo servían como entretenimiento, al creer, que se trataban de unos extraños artilugios, inaccesibles para ella, en donde uno se refugiaba para pasar un rato agradable en lugar de ver un partido de fútbol o salir con los amigos. Como comprenderás, siempre le respondía lo mismo, que eran libros que me habían recomendado en la facultad y que tenía obligatoriamente que leer. La novela, y el ejemplo anterior puede servir para demostrarlo, en el fondo siempre ha tenido mala fama, pues su función parece que siempre ha sido superflua y accesoria, sirviendo sólo para disfrutar gracias a ella, con los avatares de este o de aquel personaje, sin que el lector, en ningún caso, pudiera encontrar nada interesante ni productivo en ellas. Mentía a mi abuela, y así me ha ido, ya que por aquella época si algo no hacía era estudiar, deseando sólo tener el dinero suficiente para poder comprarme las obras de mis autores favoritos, que por aquellos lejanos tiempos, recuerdo, eran casi todos sudamericanos. No leía para aprender, ni mucho menos para comprender el mundo, sólo para disfrutar, por ejemplo, con el jazz de Johnny Carter y para solidarizarme con Bruno en “El perseguidor”, o para ponerme en el lugar del coronel Aureliano Buendía, cuando delante del pelotón de fusilamiento, recordó el día en que su padre le llevó a ver el hielo. En fin, en lugar de estudiar me dediqué a enamorarme como un loco de la Maga y a conocer a fondo, de forma pormenorizada a ese viejo amigo (que nunca me ha abandonado) que se llama Raskolnikov. Sí, la literatura, como no pudo ser de otra forma, en un principio, para mí también significó sólo eso, entretenimiento, pero ahora comprendo, que casi todo lo que sé se lo debo a ella, que en todo momento me ha acompañado haciéndome la vida más soportable y comprensible.
Hace unos días, hablando con un amigo, entre cerveza y cerveza y sin darnos cuenta, nos vimos despotricando de la filosofía, del estéril callejón sin salida en que se encuentra, y por supuesto, de la poca vida que le queda. Sí, los dos convinimos en que la actual situación de la filosofía, gracias sobre todo al voluntarioso esfuerzo de los profesionales del ramo, más tarde o más temprano la conducirá a la muerte por inanición, pues desde hace muchos años, debido a que se encuentra enclaustrada en los departamentos universitarios, ni le da el sol ni se alimenta adecuadamente. De lo que también estábamos seguros, es que ninguno de los dos asistiríamos a su entierro, al que sin duda acudirán las autoridades civiles y eclesiásticas. La filosofía está muerta, y si aún por algún extraño motivo no lo está, seguro que se encuentra agonizando, quedando lejos los días en que Savater, y otros, proclamaba que era “el anhelo de la revolución”, la disciplina que nos haría libres, pues su función en la actualidad, o su justificación, no es otra que la de alimentar con dinero público, y sálvese quien pueda, a un puñado de ratas de bibliotecas, a los que aún les pone masturbarse con cualquier cita de Spinoza o Leibniz.
Acto seguido, posiblemente porque nos gusta demasiado hablar parapetados tras la barra de un bar, comenzamos también sin darnos cuenta a elogiar la literatura, pero no por sus historias, sino por su función última, la de ser objeto de conocimiento. Efectivamente, los dos habíamos llegado después de tantos años, al convencimiento de que la literatura, y más concretamente la novela, la buena novela, es ante todo un instrumento de conocimiento inagotable, precisamente por el hecho, de ser la disciplina artística más cercana a la vida. La filosofía, y en menor medida el ensayo, se apoya en los conceptos, aspirando a introducir en ellos toda la vitalidad existente, engañándose aún en creer, y lo que es peor, en intentar hacernos creer, que dos y dos siempre son cuatro. Pero no, los conceptos, esos cuencos fabricados para hacernos la vida más fácil, gracias a los cuales poder clasificarlo todo, de forma constante se ven impotentes ante la eterna vitalidad de la vida, que no soporta que nada ni nadie intente canalizarla. Por eso, cuando nos acercamos a una buena novela, en donde nunca los personajes pueden aparecer acartonados (para eso tenemos los best-sellers), observamos que la vida fluye, bastando prestar sólo un poco de atención, para comprender las diferentes perspectivas que nos ofrecen y las enseñanzas que nos pueden aportar.
A estas alturas ya no basta con que nos digan que esto es bueno o malo, que el camino correcto y adecuado es el que corre paralelo al río, y no ese otro que se adentra en la espesura del bosque, lo que nos interesa es llegar por nuestros propios medios a ese convencimiento, y eso sólo lo podremos conseguir mediante la experiencia. ¿Hay mejor experiencia, querida Ana, que las cientos de novelas con las que hemos disfrutado a lo largo de nuestras vidas?

Un beso.

Martes, 23 de septiembre de 2.008

viernes, 26 de septiembre de 2008

Cuando fuimos huérfanos


LECTURAS
(elo.134)

CUANDO FUIMOS HUÉRFANOS
Kazuo Ishiguro
Anagrama, 2.000

Comenté en algún lugar hace unas semanas que el destino existe, pero en ningún caso como una arbitraria imposición de los dioses tal como algunos aún quieren entenderlo, sino como el efecto o la consecuencia de la estructura mental que cada cual posee, que está constituida, no sólo por la acumulación de incontrolados factores genéticos, pues en ella también tiene una importancia radical las obsesiones y las insatisfacciones, los deseos y las aspiraciones que cada uno atesora. Sí, el destino existe, siendo la meta que cada cual, lo quiera o no, sabe que tiene que alcanzar, de suerte que, si ésta no se consigue, si el esfuerzo por alcanzarla no se lleva a cabo, uno puede llegar a sentir, que el verdadero sentido de su existencia ha quedado en suspenso. El destino, por tanto, son una serie de objetivos que cada uno tiene que conseguir, siendo tan vitalmente importantes los mismos, que si de forma consciente o inconsciente se dejan a un lado, la trayectoria que cada uno desarrolla queda sin justificar. Cumplir esa tarea que todos sabemos que tenemos la obligación de llevar a cabo, por tanto, es lo único que puede justificar nuestra existencia, a pesar de que uno se embarque en otras cuestiones teóricamente más importantes, pues todos sabemos en nuestro fuero interno, qué es lo verdaderamente esencial y qué lo accesorio. Enfrascarse en intentar afrontar dicha tarea, en contra de lo que en principio pudiera parecer, no siempre es el camino más fácil, pues en muchas ocasiones, el mero hecho de intentar materializarla, puede poner en peligro la estabilidad y la felicidad del que aspira a hacer realidad su cometido. De esto trata la novela de Ishiguro, de la necesidad de hacer los que hay que hacer, aunque ello suponga dejar de disfrutar los placeres de una vida plena.
“Cuando fuimos huérfanos” es ante todo una buena novela, una novela escrita por alguien, que conoce los fundamentos sobre los que debe edificarse la novela de calidad, y que desde los cuales, realiza una novela de entretenimiento, una especie de novela negra, en la que destaca la maestría del autor, para sin caer en una estructura narrativa plana, como sería de rigor, conseguir captar la atención del lector desde el primer momento. Es una novela, con la que podrán disfrutar todos los que hasta ella se acerquen, aunque creo, que Ishiguro, como la mayoría de los componentes de su generación, posiblemente al ser consciente de su poderío narrativo, caen en una trampa difícil de sortear, la de crear obras interesantes, que suelen conseguir un éxito apreciable, pero que se encuentran muy por debajo de su capacidad literaria. Es sorprendente la solvencia de Ishiguro, como la de Amis o Barnes, pero también resulta sorprendente, que un autor como él, se embarque en una novela como la presente, en una obra de trama, en donde los diferentes personajes, incluso el protagonista, quedan eclipsados, o mejor dicho difuminados por una historia que les supera. “Cuando fuimos huérfanos” es una novela popular de calidad, escrita por alguien que puede aspirar a mucho más, pues el tema de la obra, hubiera podido dar más de sí en el caso de que la historia que lo ampara hubiera sido otra, pero sobre todo, si la ambición del autor hubiera sido diferente.
Pero no quiero parecer contradictorio. Dije que se trata de una buena novela porque creo que su nivel es muy aceptable, teniendo páginas memorables, como cuando el protagonista, siendo aún un niño, se enfrenta a la desaparición de su padre mientras su pensamiento se centra en la traición que acababa de infringirle a su mejor amigo, pero sobre todo, porque la astucia del autor, consigue que la novela, pese a sus dimensiones, exija la dedicación plena del lector, al que obliga a leer y a leer sin descanso. Pero a pesar de lo anterior, que es mucho, hay que decir en contra de la novela, aparte de que es poco ambiciosa, pues sin dudas hubiera dado más de sí en el caso de que el autor se hubiera empeñado en ello, que el acartonamiento del personaje principal de la misma, del que el lector apenas llega a conocer nada cuando acaba la novela, salvo sus rasgos más relevantes, deja mucho que desear, pues en el fondo, y creo que esto si puede resultar grave, vista desde fuera, tiene grandes similitudes con esas mediocres películas norteamericanas, que se rodaron en la España de la posguerra, cuya acción se desarrollaba en Pekín, en donde las tropas de las diferentes potencias coloniales tenían que proteger a su población, al tiempo que hacer frente al imparable avance de las tropas invasoras japonesas. Y digo desde fuera, pues mientras que uno lee y lee, sumergido en una especie de hechizo, no se da cuenta de la falsedad de la historia, del acartonamiento de la misma, hecho que sin duda es causado por el poco cuidado que el autor presta a sus personajes, que carecen de algo fundamental, de vida, de vida propia, hecho que les aporta poca credibilidad a la obra. Pese a lo anterior, sigo pensando que es una buena novela, una buena novela para pasar un buen rato, pero que carece de la calidad necesaria para ser una novela de nivel superior, lo que no quiere decir que no sea recomendable, aunque sólo sea para aquellos que disfrutan con una literatura amena sin más pretenciones, pero siempre y cuando no sean demasiado exigentes.

Viernes, 19 de septiembre de 2.008

martes, 23 de septiembre de 2008

Sobre la nueva izquierda


ACERCAMIENTOS
(elo.133)

Sobre la nueva izquierda

Hablar de la izquierda o intentar reconstruir la izquierda como si nos encontráramos en los años sesenta o setenta, como muchos aún, desde cierta modernidad siguen haciendo, es ante todo un despropósito. Escribir en tribunas de cierto prestigio, que Izquierda Unida carece ya de recorrido y que es fundamental, para el bien de todos, recuperar y fortalecer al Partido Comunista, como si éste no hubiera tenido nada que ver en la actual situación de la coalición, es no haber entendido nada de la deriva que padece la izquierda española desde hace demasiados años. Estoy un poco cansado, o un mucho, de escribir y de hablar de lo mismo, de la necesidad de recuperar el pensamiento de izquierdas, pero también de escuchar mamarrachadas, sobre las que para colmo se desea reedificar esa nueva izquierda.
Lo último que he leído sobre el tema, es una propuesta de relanzamiento, que se basaría en la creación de un nuevo Frente Popular, sí como el del treinta y seis, en donde los diferentes partidos y organizaciones que aún se califiquen de izquierdas, trabajen contra el capitalismo realmente existente bajo la sombra de un mismo programa. Bien, pero esto se dice después de afirmar que Izquierda Unida ha muerto, que a estas alturas carece ya de sentido y que su fórmula ha caducado. Tengo que reconocer que a veces no comprendo nada, pues parece, que la memoria de algunos, hace agua sobre determinadas cuestiones pero se mantiene inalterable en otras. Izquierda Unida nació, y lo sé porque participé modesta pero activamente en su creación, precisamente como eso, como una coalición de partidos y organizaciones políticas, que bajo un mismo paraguas programático, presentara una propuesta netamente de izquierdas a la sociedad española, en donde incluso, se reconocía la figura de los denominados independientes, personas que sin estar afiliadas a ninguna organización o partido, desearan desde su independencia, trabajar en la medida de sus posibilidades en la organización. Posiblemente sea verdad que Izquierda Unida, veinte años después de su constitución se encuentre agotada y con poca vida por delante, pero creo que tal hecho se debe, no a que la idea sobre la que se articuló fuera errónea, no, sino a la utilización que muchos de sus componentes han hecho de la misma, y muy especialmente, a la instrumentalización que el grupo mayoritario, el Partido Comunista, ha llevado a cabo de forma sistemática, mirando en todo momento sólo por sus intereses. Los dirigentes del Partido Comunista, pues su fiel militancia siempre ha sido otra cosa, han visto a Izquierda Unida como una máscara detrás de la que poder esconderse, gracias a la cual poder salir airosos de la indudable crisis, en todos los sentidos, que atravesaba y sigue atravesando, intentando paralelamente con todos los recursos de los que disponía, de controlar de forma directa e incluso indirecta la organización. Sí, posiblemente, y esto cualquiera que haya vivido la dinámica interna de la misma lo podría afirmar, el Partido Comunista ha sido el gran culpable del fracaso tanto institucional como social de Izquierda Unida, ya que nunca, en el fondo, ha creído en su proyecto, esperando desde un principio que amainara el temporal que lo hipotecaba, para salir de nuevo, en solitario a la arena pública.
Pero a pesar de estas guerras internas por el control de la izquierda, en las que algunos ya se han profesionalizado e incluso doctorado, hay que reconocer, como bien se sabe, que no corren buenos tiempos para ella. No corren buenos tiempos, pero sin embargo nadie duda de su necesidad, de la importancia para el conjunto de la sociedad de que exista una izquierda cohesionada y bien articulada. La izquierda, y creo que éste es su grave problema, después de sus últimos y estrepitosos fracasos, se ha quedado desnuda, sin programas ni ideas que poner sobre la mesa, sin capacidad para ilusionar de nuevo a la sociedad, y sin argumentos para poder convencerse ni tan siquiera a sí misma. Sólo en el mejor de los casos, le quedan varios conceptos, como el de igualdad y el de democracia, que en todo caso se tendrían de nuevo que definir, que sin ningún género de dudas le siguen aún perteneciendo. Sí, pero desde tan reducido equipaje, si realmente se desea que siga existiendo, tendrá la izquierda que reconstruirse, y no como algunos desean, desde los antiguos discursos que a nadie en estos momentos difusos interesan. Seguir hablando de la clase trabajadora, de partidos fuertes y compactos que abanderen la causa común de los más desprotegidos, del sistema capitalista que hay que derribar sin analizar con anterioridad los soportes sobre los que se apoya, es seguir añorando una izquierda que fue y que no volverá, y no hacer nada por intentar refundarla. Como decía antes, es necesario buscar lo que aún no se ha volatilizado ni corrompido, para después de quitarle el polvo, comenzar a preparar, a partir de lo que quede, los discursos y las estrategias que sean necesario, pero no basándonos en los que nos gustaría que fueran las cosas, que siempre ha sido lo habitual, sino en la realidad misma, esa que nunca nos ha gustado ni interesado. Lo anterior significa que hay que ser modestos, y comprender en primer lugar, que la izquierda real siempre tendrá que ser minoritaria, pues sus postulados, nos gusten o no, son ante todo antinaturales, muy difíciles de aceptar, y mucho más de llevar a la práctica. Hablar de igualdad en un momento como el presente, en donde cada cual se siente singular, en donde tener más que el vecino de arriba es la única tarea que nos pone en movimiento, no resulta nada fácil. Tampoco lo es hablar de democracia, sobre todo cuando este concepto, o idea, por la que tanto se ha luchado, gracias sobre todo a los políticos profesionales que con nuestro voto nos representan, se ha convertido en la gran entelequia de nuestro tiempo. No obstante, la nueva izquierda, la izquierda del futuro, si algún día llega a materializarse, tendrá que sustentarse sobre estas dos ideas fuertes, que son las únicas, que con paciencia y trabajo, podrán poner a la izquierda en movimiento, y no sobre las que de vez en cuando, uno se ve obligado con cierta vergüenza a escuchar.

Viernes, 12 de septiembre de 2.008

domingo, 21 de septiembre de 2008

La buena letra



LECTURAS
(elo.132)

LA BUENA LETRA
Rafael Chirbes
Anagrama, 1.992


Sí, desde siempre hemos echado en falta el plano, el que nos hubiera facilitado llegar a ese lugar tan ansiado, en donde con seguridad, si no la felicidad, hubiéramos podido encontrar ese sosiego que tanto necesitamos, y por eso, al menos así de vez en cuando lo creemos, nos vemos dando vueltas y vueltas, sin comprender que ni avanzamos ni nos encontramos paralizados, y que nuestra existencia se reduce a eso, a tener que tropezar siempre, una y otra vez contra los mismos obstáculos. Pese a ello, por mero voluntarismo, o cabezonería, nos empeñamos en negar de forma constante aquello de que “somos andarines de órbitas”, como un día nos definió el neurótico de Juan Ramón. La cuestión posiblemente radique, en que ese mapa no existe, de que nunca ha existido, al ser sólo un invento de los idealistas, de ese ejército que en todo momento, con sus religiones y sus ideologías, han conseguido llenar nuestras existencias de fantasías y de consuelo, sí de mucho consuelo, al haber aceptado de ellos la droga dura y mágica que nos hace ver, como si de un espejismo se tratara, todo lo que podríamos haber sido, lo que sin dudas hubiéramos podido haber sido, si las circunstancias hubieran sido otras. Pero si el famoso mapa es sólo un invento de unos cuantos iluminados, y de la multitud de palmeros que en todo momento les han acompañado, de lo que no hay dudas, al menos yo no las tengo, es de la existencia del destino, pero no entendido éste como una imposición de los dioses, que tampoco nunca han existido, al ser también un invención de los de siempre, sino como el resultado de la estructura mental que cada uno de nosotros posee. Todos repetimos de forma constante nuestros esquemas, algunos para bien, avanzando, resolviendo problemas, mientras que otros para mal, atorándose, cayendo en negativos círculos viciosos que sólo consiguen envolverle en el sufrimiento y en la desesperación. Ni tan siquiera en esto somos iguales, mientras que algunos avanzan de forma sorprendente por la selva que les ha tocado en suerte, desenmarañando con su machete de punta afilada los problemas que se les presentan, los más, no tienen más remedio que buscar un claro en el bosque, e instalarse, en la mayoría de las ocasiones en el primero que encuentran, con la esperanza, con la pobre esperanza, de que ese sea el lugar adecuado para esperar, con paciencia y resignación, todo lo que con seguridad se le vendrá encima. Para nadie hay esperanza, para nadie, pero menos para estos últimos, que saben por experiencia, que a la tormenta de la que han salido mal parados, le sucederá otra y otra, hasta que por fin, todo acabe de forma definitiva cuando menos se espere. Contra la esperanza hay que escupir, a no ser, que se postule como el cobijo en donde hay que refugiarse para no pensar en el presente, en lo que nos ocurre, pero siempre y cuando, de que en todo momento se tenga consciencia de que sólo es eso, un lugar imaginario en donde poder resguardarse, en virtud del cual, poder dejar de observar por unos instantes tantos sufrimientos y tantas derrotas.
Chirbes, en esta deliciosa y meritoria narración, parece que nos habla de esto, de que quien ha nacido para sufrir, lo que tiene que hacer, porque todo es circular, es asumir tal hecho, y prepararse para el aguacero de la mejor forma posible, con la certeza, de que esa es desgraciadamente la vida que le ha tocado en suerte y no otra. Hacer lo contrario, es luchar contra los elementos, contra unos elementos que, siempre tendrán la virtud de superarlo en todo momento.
Una mujer le cuenta a su hijo ausente, y a sí misma su vida, apoyándose en la capacidad que posee la palabra para ordenarlo todo, dejando constancia, de que en ella, todo había sido una concatenación de sucesos negativos que en ningún momento le habían dejado margen para ser feliz, pues cuando creyó que se aclaraba tanto su presente como su futuro, en el momento en que su marido salió de la cárcel, otros acontecimientos, con rapidez, oscurecieron de nuevo su horizonte.
La metodología empleada para desarrollar la narración, evidentemente no es innovadora, pues recuerda a la literatura epistolar tan e boga en el pasado, pero resulta muy útil para exponer las ideas que el autor desea transmitir, aunque cae en la trampa de no profundizar en demasía en los diferentes personajes que rodean a la narradora, sobre todo en su cuñado, el personaje más interesante con diferencia de la historia, aunque, y esto es menos perdonable, tampoco la deja ver a ella por entero. En el lector, no obstante, queda una imagen bastante completa del cuadro que se desea mostrar, de suerte que ninguno de los diferentes elementos que lo integran, y hubieran podido hacerlo, consiguen eclipsar el conjunto de la narración, lo que sin duda es un éxito, pero estimo, que la obra hubiera tenido más calado, siendo por tanto más completa y compleja, si se hubiera profundizado más en los personajes. No quiero ni siquiera creer, por ejemplo, que la deriva del cuñado de la protagonista, la que provocó el derrumbe de su marido, y por extensión de su matrimonio, se debiera sólo a que éste estuviera enamorado de ella como en buena medida se deja entrever. Sin embargo, y pese a estos pequeños detalles, que en ningún momento pueden empañar el resultado final de la obra, tengo que subrayar que “La buena letra”, aunque en gran medida sea una novela menor, resulta una obra muy recomendable cuya realización no se encuentra al alcance de cualquiera.
Es la segunda novela que leo de Chirbes, y a pesar de que entre ambas apenas existen semejanzas, salvo que en las dos el tema central es la derrota, algo me ha quedado claro, el hecho incuestionable, de que el valenciano es uno de los pocos autores interesantes que pueblan el panorama literario, lo que me va a obligar, con mucho gusto por supuesto, a profundizar en su obra.

Martes, 9 de Septiembre de 2.008

viernes, 19 de septiembre de 2008

Más sobre la literatura de calidad y la popular


ACERCAMIENTOS
(elo.0131)

Más sobre la literatura de calidad y la popular

Las diferencias entre las denominadas literatura popular o de entretenimiento y la alta literatura no resultan fáciles de delimitar, al existir amplias zonas en donde ambas se solapan entre sí, estableciéndose entre ellas una interrelación fronteriza, que dificulta una visión minimamente objetiva de las mismas. Evidentemente en los extremos todo resulta más diáfano, ya que nadie después de leer, por ejemplo, a Bellow o Marías, calificaría a estos autores, por muy pocas lecturas que se tengan sobre las espaldas, como novelistas populares que sólo buscan el entretenimiento de sus lectores. Lo mismo ocurre pero en la otra vertiente, con escritores como Stephen King o Dan Brown.
Partiendo de la base indiscutible, al menos desde mi punto de vista, que toda buena novela, en primer lugar tiene que entretener al lector a la que va dirigida, resulta necesario buscar otro punto de referencia, que no sea el entretenimiento, para distinguir a una y a otra Se podría decir, por supuesto, que existe un entretenimiento banal y otro enriquecedor, pero en el fondo, si se piensa bien, tan enriquecedor puede resultar disfrutar con una novela banal debajo de una sombrilla, que con otra que para adentrarse en ella necesariamente haga falta un lápiz y un papel, ya que todo depende de las necesidades de cada lector.
Todo esto viene a colación por dos cuestiones, por la recomendación que he realizado de una novela, y por la lectura de una entrevista a John Grisham, uno de los grandes autores de best sellers del momento, que me ha resultado extremadamente esclarecedora. La novela en cuestión es “Una mujer difícil” de John Irving, de la que guardaba un buen recuerdo desde que la leí, y que sin pensarlo dos veces, se la aconsejé a una persona muy cercana, con la certeza, conociéndola, de que iba a disfrutar con ella, como así ha sido. La novela podría ser definida por algunos como un best seller, lo que se sostendría por dos hechos, por el gran número de copias vendidas de la misma, y por ser una novela accesible, de esas que se leen con una facilidad endiablada. Pero el problema es que también es algo más, lo que no significa que se trate de una novela de primera línea, al ser una narración de personajes complejos, lo que quiere decir reales, muy alejados del acartonamiento y de la unilateralidad de los que pueblan las páginas de los superventas. A donde quiero llegar, es que “Una mujer difícil” es una de esas obra, de las muchas, que con dignidad (no todas lo son) pueblan esa amplia zona fronteriza de la que hablé con antelación, que no pueden se definidas sin más como obras de evasión, pero que tampoco, para qué engañarnos, con lo que algunos denominan literatura de calidad, de esas que necesariamente hay que ir vestidos, mientras se lee, como si se estuviera en la oficina. Es el tipo de literatura que gusta a los que ven la lectura, no como una profesión, sino como una agradable y civilizada forma de pasar el tiempo, que es el concepto que de la literatura poseen la mayoría de los lectores; una novela bien realizada que potencia el gusto por la lectura, lo que es más que suficiente para poder catalogarla como interesante y recomendable. Pues bien, hablaba yo sobre el tema el otro día, y sólo me quedé en lo anterior, en la importancia de que se publiquen historias potentes y entretenidas, que tengan la virtud de enganchar al lector desde la primera página, sin necesidad de caer en las banalidades al uso, pero sabía que en el fondo no estaba dando en la tecla adecuada para establecer las diferencias entre la alta y la baja literatura. Esta mañana, de forma inesperada, me he encontrado con una entrevista esclarecedora, en donde uno de los más afamados autores de literatura de evasión, me lo ha dejado todo claro. El suplemento dominical que compro y que sólo de vez en cuando leo, ofrecía una entrevista a John Grisham, autor de entre otras afamadas novelas, en parte por haber sido llevadas con éxito a la gran pantalla, como “Informe pelícano” o “La tapadera”, en donde sin dudar en ningún momento, dejaba claro las diferencias, las para él abismales diferencias entre ambas literaturas. Entre otras cuestiones, decía que la mayor diferencia radicaba en la importancia que para el tipo de novela que él escribe tiene el argumento o trama, que tiene que ser contundente, y presentarse perfectamente estructurado, mientras que el otro tipo de literatura, presta mucha más atención a los personajes, es decir a la estructura mental de los mismos. Creo que el norteamericano acierta plenamente, pues la literatura de entretenimiento, ante todo, debe dejarle todo claro al lector, con la intención de que no se pierda, aportándole señales en cada recodo para que siga la ruta adecuada. Este tipo de obras, se presentan ante el autor como grandes autovía, o autopistas, que puede recorrerse a gran velocidad, sin que exista el temor de que el lector se extravíe en el trayecto que tiene que seguir, mientras que las otras, se presentan como un ramillete de caminos vecinales, que hacen posible precisamente lo contrario, pues mientras que las primeras siempre tienen presente la meta, el fin del viaje, las segundas ponen más interés en el paisaje por la que transcurren, en los recodos del camino, que en el lugar exacto en donde debe finalizar el itinerario.
Creo que lo anterior es suficiente para detectar y calificar ambos tipos de literatura, lo que no quiere decir, que quede claro, que toda literatura popular necesariamente tenga que ser mala, ni toda la teóricamente de calidad buena, pues afortunadamente hay de todo en la viña del señor.

Domingo, 31 de Agosto de 2.008