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LECTURAS
(elo.142)
LA HISTORIA QUE ME ESCRIBE
Fernando Trías de Bes
Alfaguara, 2.008
Sí, puede que tenga razón el autor de esta novela, cuando dice, o deja entrever, que la realidad y la ficción no son las dos caras de una misma moneda, como de forma habitual se entiende, sino las dos partes de la misma cara de esa moneda, o lo que es lo mismo, dos vertientes estrechamente relacionadas, que en muchas ocasiones, en más de las habituales, se solapan entre sí. El ser humano no tiene más remedio que enfrentarse cotidianamente, le guste o no le guste, a lo que se denomina realidad, es decir, a lo que hay, al mundo exterior y a la relación que mantiene con ese mundo. Dependiendo del desenlace de ese enfrentamiento, de las consecuencias del mismo, un determinado sujeto se sentirá satisfecho, o no, con la existencia que lleva a cabo, lo que le obligará, dependiendo del caso, a aceptar dicha realidad, o por el contrario, a intentar transformarla, que en principio sería lo sano, o en un tercer caso, más preocupante y patológico, a imaginarse realidades realmente inexistentes. Esas realidades inexistentes o imaginadas, tienen más conexiones con la realidad misma, de lo que en principio, digamos, que se podría imaginar, pues casi siempre poseen los mismos componentes que los sueños, al menos según Freud (son la realización de deseos ocultos), al ser hijas ilegítimas de quien las imagina. Un sueño, una creación imaginaria, sólo se puede entender, comprendiendo los deseos ocultos de quien lo sueña o imagina, de suerte que, cada sueño o cada creación de ficción, se encuentra estrechamente relacionada con quien la lleva a cabo, lo que significa, que en ningún caso son algo aparte, diferenciado, de lo que somos. Por lo anterior, y aunque en principio cueste trabajo aceptarlo, se puede aprender más de la personalidad de alguien por sus sueños, siempre que se muestren sin censuras previas, que de sus actividades cotidianas, que en todo momento se encuentran sometidas a inhibiciones en muchos casos no controladas. Esto resulta aún mucho más evidente en todo lo concerniente a las creaciones artísticas de ficción, por ejemplo en la novela, lo que quiere decir, que una novela escrita por un determinado novelista, siempre dirá mucho más de él, aunque se asiente sobre su imaginación, sobre lo que no es real, que una obra de pensamiento que dicho autor en otro momento pudiera llevar a cabo. La imaginación es un nítido espejo, en donde se refleja sin claroscuros, lo que alguien en el fondo hubiera deseado ser, aquello que, si las circunstancias hubieran sido otras, el que imagina hubiera podido y querido ser. Es algo muy parecido al tema de las citas, ya que todos repetimos aquellas con las que nos sentimos identificados, “quien cita se cita” decía Cortazar, dejando a un lado, porque no nos interesa, todas aquellas, que pese a su belleza o a su inteligencia, no han llegado ni tan siquiera a interesarnos. En resumidas cuentas, todo producto de ficción, dice más de quien lo crea, aunque se dedique a decir que todo es mentira, que cualquier exigente tratado de filosofía, o lo que es lo mismo, que madame “Bobary”, dice más de Flaubert, que “La crítica de la razón pura” de Kant.
Tengo que reconocer, que lo que más me ha interesado de la novela de Trías de Bes, que en principio es bastante mejorable, o por decirlo de otra forma, deficiente, son las dos imágenes que crea, la de las dos torres paralelas, y la de la pequeña e inaccesible cala en donde se desarrolla la parte esencial de la novela. Las dos torres gemelas representan indudablemente a la realidad y a la imaginación, estando unidas por dos conductos, uno evidente, una especie de puente o pasarela, que se encuentra destruida, y el otro oculto, por debajo de tierra, al que sólo se podía acceder en determinadas épocas del año. ¿Así observa Trías de Bes las relaciones entre la realidad y la ficción? Posiblemente, pues según lo leído, para el novelista barcelonés, esas relaciones, cada día más complejas, se han convertido en casi clandestinas, ya que en un mundo como el actual, en donde sólo tiene sentido la realidad otorgada, la que se quiera o no siempre es impuesta, y en donde el grado de insatisfacción con ella ha alcanzado unos índices nunca antes alcanzados, toda posible alternativa que ante ella se materialice, aunque sea mediante la ficción, debe proscribirse de forma inmediata. Como bien parece apuntar el autor, las relaciones entre realidad e imaginación, sólo pueden llevarse a cabo, en un mundo como el nuestro en contadas ocasiones y de la forma más soterrada posible. Al mismo tiempo, todo parece indicar, que la sola posibilidad de que exista un espacio en donde la imaginación y la realidad pudieran libremente existir, sin trabas, sin nadie que denuncie escandalizado tal antinatural maridaje, debe ser erradicado de forma expeditiva, posiblemente mediante el ostracismo, tal como fue abandonada al olvido esa extraña cala en donde transcurre la acción de la novela.
Mediante la creación de un autor de novelas policíacas de éxito, de alguien que se dedica a escribir novelas sin alma, el autor crea una trama, en donde al final, el lector no llega a saber dónde se encuentra la realidad y dónde la ficción, si en el relato mismo o en la obra que está escribiendo el protagonista, que llega a un punto, en que pierde el control de sus personajes.
Es la primera novela que leo de este autor, y aunque se lee bien, es decir, sin que el lector encuentre contratiempos de ningún tipo, y que el tema es muy interesante, estimo que en el fondo se trata de una obra fallida, y lo creo así por dos cuestiones, en primer lugar porque en ningún momento la novela consigue llegar al corazón de los lectores, al menos al mío no ha llegado, y en segundo lugar, porque a pesar de poner sobre la mesa elementos importantes para la reflexión, para desarrollar un debate interesante, no consigue llegar a ese mínimo que siempre hay que exigirle a toda novela, la de que llegue a interesar, como novela, como producto artístico al que lee. El problema de fondo, es que la novela en ningún momento llega a entusiasmar, a levantar vuelo, ni tan siquiera a obligar al lector a proseguir con la lectura, y no lo consigue, porque la obra es afrontada de un modo un tanto ligero, de forma sobrada, tal y como muchos autores actuales, después de calibrar sus magníficas cualidades, dilapidan debido a su suficiencia dicho capital.
Miércoles, 19 de noviembre de 2.008
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