jueves, 16 de octubre de 2008

Ámsterdam


LECTURAS
(elo.136)

ÁMSTERDAM
Ian McEwan
Anagrama, 1.998

Según parece, la venganza es un plato frío que debe elaborarse con paciencia y sin descuidar ningún ingrediente. Este es el tema que aborda McEwan en esta magnífica novela, que sin duda alguna, y no soy precisamente amigo de su forma de entender la literatura, es la mejor, la más lograda, de las que de él he leído hasta ahora. El inglés pone sobre la mesa, en esta ocasión toda su sabiduría narrativa al servicio de una historia potente, y le ha salido bien, pues no creo que ningún lector, después de haberla leído, haya podido quedar indiferente ante el poderío de la misma. Ámsterdam es una gran novela de nuestro tiempo, trepidante y con el tamaño justo, una de esas extrañas novelas, por insólitas, con las que poder pasar un fin de semana sin necesitar nada del mundo, salvo que nos dejen tranquilo con ella. Pero intentaré ir por partes, pues he abandonado una serie de afirmaciones que creo conveniente justificar, pues a estas alturas, si algo no basta y carece de sentido, aunque al parecer es lo normal en los tiempos en que vivimos, es el hecho de opinar sobre todo lo que se mueva, sin que tales manifestaciones queden respaldadas, o sostenidas, por planteamientos minimamente elaborados.
Para comenzar, diré, a pesar de ser consciente de que nado a contracorriente, que no soy precisamente un enamorado de la literatura que realiza McEwan, lo que me suele acarrear la incomprensión, y a veces el enfado de mis amigos, pues hoy en día, el escritor británico, es considerado entre los amantes de la literatura de calidad como el ejemplo a seguir, el paradigma literario por excelencia. Yo sin embargo mantengo mis dudas, basadas aunque pueda parecer contradictorio, en el alto concepto que tengo de sus dotes narrativas, que a mi juicio, al igual que hacen otros miembros de su generación, despilfarra en obras que no suelen estar al mismo nivel de su talento. Es decir, lo que critico de McEwan, aunque parezca mentira, es todo lo contrario de lo que habitualmente suelo criticar, entre otras razones porque pertenece a otra galaxia literaria, estando su nivel medio, muy por encima de la mayoría de los autores de éxito que pululan, tropezando entre sí, por la saturada república de las letras. Con lo anterior, lo único que deseo decir, es que las obras que de él me llegan, siempre me resultan insatisfactorias, no estando nunca a la altura que esperaba, de lo que sin dudas el británico podría aportar. ¿Pero qué es realmente lo que le exijo? Lo que injustamente le exijo, y lo comprendo, es que se enfrente definitivamente a la literatura de calidad, a lo que algunos llaman alta literatura, y que de una vez por todas, abandone la literatura de entretenimiento; que afronte la literatura como una búsqueda, que tenga el valor, él que puede, de situarse en el límite, en donde convive lo que es y lo que aún no es literatura, en otras palabras, lo que me gustaría es que dejara atrás el cómodo territorio en donde se encuentra, pues los aplausos ya tienen que aburrirle, y que se arriesgue, que apueste, si es posible todo a un mismo número, por obras que puedan situar la cota literaria un poco más allá. Lo anterior evidentemente no suelo decírselo a cualquiera, sólo a los que considero que pueden y no quieren, como es el caso de McEwan.
No obstante, ciñéndome a la novela en sí, y no a lo que me gustaría que fuera, tengo que reconocer, que es una obra con la que se puede disfrutar, ya que el ritmo impuesto por el autor es arrollador, dotada de una apertura insuperable y de un final de esos a los que nos tiene acostumbrado McEwan, en donde nadie espera lo que va a suceder. La novela, trata de la historia de un individuo, que después de quedar viudo, trama una estrategia para vengarse de los tres amantes que había tenido su mujer, con objeto de quedarse como único depositario de su recuerdo. Es una obra, que en el fondo, no aspira a más, aunque desarrollada con innegable inteligencia, que a eso tan importante y a la vez tan difícil, de que el lector pase un buen rato, lo que indudablemente le quita valor, pues en contra de lo que suele ocurrir con las grandes novelas, que crecen y crecen cuando la lectura finaliza, ésta, como otras suyas, se difumina hasta desaparecer, o casi, a partir de ese preciso instante. Es una de esas novelas, cuya historia no va más allá de la propia historia, desarrollada e ideada, para captar la atención desde el primer momento, posiblemente, porque la concepción que el autor posee de la literatura es esa, lo que en el fondo es una lástima.
Pero Ámsterdam, y ahí posiblemente se encuentra las claves de su éxito, ante todo es una obra de nuestro tiempo, reflejándose en ella a la perfección el momento en el que vive la literatura, y por extensión el resto de las manifestaciones artísticas. Hoy en día, cuando todo lo calibra el mercado, siendo éste el que valora todo lo que entra por sus puertas, carece de sentido, al menos eso es lo que se piensa, vivir de espaldas a él. Lo anterior significa, que hay que crear obras que puedan ante todo venderse, cuidando que la calidad de las mismas, en el mejor de los casos, no impida su competitividad, lo que quiere decir, que la calidad debe supeditarse en todo momento a las necesidades de dicho mercado. El mercado lo que exige, o mejor dicho, el público lo que pide, son obras de calidad, que tengan como objetivo, no el de perturbarle ni el de mostrarle nuevas perspectivas, no, pues el consumidor mayoritario, el que compra libros o el que va al cine, lo único que desea es encontrar obras que tengan la virtud de hacerle pasar un rato agradable, para con posterioridad, volver a sus quehaceres habituales como si nada hubiera pasado, lo que significa, que lo que realmente se necesita no son obras de artes, sino productos realizados por buenos profesionales. McEwan es uno de los mejores profesionales que posee en estos momentos la literatura, de ahí su multitudinario reconocimiento.

Viernes, 26 de septiembre de 2.008

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