domingo, 21 de septiembre de 2008

La buena letra



LECTURAS
(elo.132)

LA BUENA LETRA
Rafael Chirbes
Anagrama, 1.992


Sí, desde siempre hemos echado en falta el plano, el que nos hubiera facilitado llegar a ese lugar tan ansiado, en donde con seguridad, si no la felicidad, hubiéramos podido encontrar ese sosiego que tanto necesitamos, y por eso, al menos así de vez en cuando lo creemos, nos vemos dando vueltas y vueltas, sin comprender que ni avanzamos ni nos encontramos paralizados, y que nuestra existencia se reduce a eso, a tener que tropezar siempre, una y otra vez contra los mismos obstáculos. Pese a ello, por mero voluntarismo, o cabezonería, nos empeñamos en negar de forma constante aquello de que “somos andarines de órbitas”, como un día nos definió el neurótico de Juan Ramón. La cuestión posiblemente radique, en que ese mapa no existe, de que nunca ha existido, al ser sólo un invento de los idealistas, de ese ejército que en todo momento, con sus religiones y sus ideologías, han conseguido llenar nuestras existencias de fantasías y de consuelo, sí de mucho consuelo, al haber aceptado de ellos la droga dura y mágica que nos hace ver, como si de un espejismo se tratara, todo lo que podríamos haber sido, lo que sin dudas hubiéramos podido haber sido, si las circunstancias hubieran sido otras. Pero si el famoso mapa es sólo un invento de unos cuantos iluminados, y de la multitud de palmeros que en todo momento les han acompañado, de lo que no hay dudas, al menos yo no las tengo, es de la existencia del destino, pero no entendido éste como una imposición de los dioses, que tampoco nunca han existido, al ser también un invención de los de siempre, sino como el resultado de la estructura mental que cada uno de nosotros posee. Todos repetimos de forma constante nuestros esquemas, algunos para bien, avanzando, resolviendo problemas, mientras que otros para mal, atorándose, cayendo en negativos círculos viciosos que sólo consiguen envolverle en el sufrimiento y en la desesperación. Ni tan siquiera en esto somos iguales, mientras que algunos avanzan de forma sorprendente por la selva que les ha tocado en suerte, desenmarañando con su machete de punta afilada los problemas que se les presentan, los más, no tienen más remedio que buscar un claro en el bosque, e instalarse, en la mayoría de las ocasiones en el primero que encuentran, con la esperanza, con la pobre esperanza, de que ese sea el lugar adecuado para esperar, con paciencia y resignación, todo lo que con seguridad se le vendrá encima. Para nadie hay esperanza, para nadie, pero menos para estos últimos, que saben por experiencia, que a la tormenta de la que han salido mal parados, le sucederá otra y otra, hasta que por fin, todo acabe de forma definitiva cuando menos se espere. Contra la esperanza hay que escupir, a no ser, que se postule como el cobijo en donde hay que refugiarse para no pensar en el presente, en lo que nos ocurre, pero siempre y cuando, de que en todo momento se tenga consciencia de que sólo es eso, un lugar imaginario en donde poder resguardarse, en virtud del cual, poder dejar de observar por unos instantes tantos sufrimientos y tantas derrotas.
Chirbes, en esta deliciosa y meritoria narración, parece que nos habla de esto, de que quien ha nacido para sufrir, lo que tiene que hacer, porque todo es circular, es asumir tal hecho, y prepararse para el aguacero de la mejor forma posible, con la certeza, de que esa es desgraciadamente la vida que le ha tocado en suerte y no otra. Hacer lo contrario, es luchar contra los elementos, contra unos elementos que, siempre tendrán la virtud de superarlo en todo momento.
Una mujer le cuenta a su hijo ausente, y a sí misma su vida, apoyándose en la capacidad que posee la palabra para ordenarlo todo, dejando constancia, de que en ella, todo había sido una concatenación de sucesos negativos que en ningún momento le habían dejado margen para ser feliz, pues cuando creyó que se aclaraba tanto su presente como su futuro, en el momento en que su marido salió de la cárcel, otros acontecimientos, con rapidez, oscurecieron de nuevo su horizonte.
La metodología empleada para desarrollar la narración, evidentemente no es innovadora, pues recuerda a la literatura epistolar tan e boga en el pasado, pero resulta muy útil para exponer las ideas que el autor desea transmitir, aunque cae en la trampa de no profundizar en demasía en los diferentes personajes que rodean a la narradora, sobre todo en su cuñado, el personaje más interesante con diferencia de la historia, aunque, y esto es menos perdonable, tampoco la deja ver a ella por entero. En el lector, no obstante, queda una imagen bastante completa del cuadro que se desea mostrar, de suerte que ninguno de los diferentes elementos que lo integran, y hubieran podido hacerlo, consiguen eclipsar el conjunto de la narración, lo que sin duda es un éxito, pero estimo, que la obra hubiera tenido más calado, siendo por tanto más completa y compleja, si se hubiera profundizado más en los personajes. No quiero ni siquiera creer, por ejemplo, que la deriva del cuñado de la protagonista, la que provocó el derrumbe de su marido, y por extensión de su matrimonio, se debiera sólo a que éste estuviera enamorado de ella como en buena medida se deja entrever. Sin embargo, y pese a estos pequeños detalles, que en ningún momento pueden empañar el resultado final de la obra, tengo que subrayar que “La buena letra”, aunque en gran medida sea una novela menor, resulta una obra muy recomendable cuya realización no se encuentra al alcance de cualquiera.
Es la segunda novela que leo de Chirbes, y a pesar de que entre ambas apenas existen semejanzas, salvo que en las dos el tema central es la derrota, algo me ha quedado claro, el hecho incuestionable, de que el valenciano es uno de los pocos autores interesantes que pueblan el panorama literario, lo que me va a obligar, con mucho gusto por supuesto, a profundizar en su obra.

Martes, 9 de Septiembre de 2.008

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