viernes, 18 de diciembre de 2015

Extinción

LECTURAS
(elo.325)

EXTINCIÓN
Thomas Bernhard
Alfagura, 1986

                        No cabe duda que hay literaturas y literatura. Existe una literatura de consumo con más o menos calidad, que casi siempre, o al menos de un tiempo a esta parte, me está dejando indiferente, que no me dice nada, que me aburre. Podría hablar de la sempiterna crisis de la novela, pero desde hace tiempo sé, que no es una crisis de género como habitualmente se nos quiere hacer creer, sino de creadores. El problema es que el nivel medio de los que se dedican a escribir novelas es muy bajo, tanto si se hacen pasar por novelistas populares, al caer casi siempre en la más vulgar de las linealidades, o si por el contrario se disfrazan de exquisitos, de esos que están convencidos que cuanto más anémica e ilegible sea una novela mejor será ésta. Lo que ocurre, lo que me ocurre, es que cuando más descontento me encuentro, en el momento en que decido dejar la novela a un lado, al menos por un tiempo, para pasar a otros géneros, como el ensayo, por arte de magia cae en mis manos alguna obra de alguien que consigue de nuevo convencerme del potencial que posee la novela, obligándome una vez más a subrayar que el problema es la escasa calidad, la escasa altura de los que se dedican a ella, de los llamados novelistas. Resulta evidente que el nivel de los lectores tampoco es alto, pudiéndose decir incluso que cada día es más bajo, pero también hay que decir que esto siempre ha pasado, por lo que ni de lejos lo anterior puede ser una escusa para justificar lo que está ocurriendo, y lo que está ocurriendo es que no se están realizando novelas no ya de calidad, pues cada día los novelistas están más capacitados para alcanzar los mínimos exigibles, sino novelas de excelencia, que es algo completamente diferente. La novela de excelencia, o al menos así la entiendo, es aquella que no se conforma con ser una novela más, la que no aspira a asentarse en lo ya existente, en lo que desde hace tiempo está pautado, sino aquella, que por decirlo de alguna forma, aspira a pautar lo que aún no se encuentra pautado, la que arriesga, la que en definitiva abre nuevos caminos. Lo anterior viene a cuento porque acabo de terminar de leer  “Extinción” de Thomas Bernhard, novela que me ha estallado entre las manos.
                        Bernhard tiene fama de ser un escritor oscuro, casi inaccesible, venerado por la crítica más exigente, pero al que pocos han leído a pesar de su fama, ya que ciertamente su literatura no es para disfrutarla apaciblemente, por ejemplo debajo de  una sombrilla en verano en cualquiera de nuestras abarrotadas playas. Lo peor que se puede decir de un escritor, y de Bernhard se dice como si fuera un elogio, es que sea un escritor para escritores, lo que es partir del supuesto, un poco optimista por cierto, no ya de que los escritores lean, sino que se dediquen a leer algo de tales características, lo que de ser cierto, con toda seguridad sería muy otra la literatura que hoy llegaría a nuestras manos.
                        Lo cierto es que leer a Bernhard es no es fácil, y no lo es, porque con él, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los autores, difícilmente se puede poner en funcionamiento el muy utilizado piloto de lectura automático, pues  su literatura es de una exigencia tal, que obliga a estar pendiente, con toda la atención que se pueda poseer, de cada una de sus frases, de sus múltiples digresiones, de sus rotunda afirmaciones, ya que una de sus características, es que constantemente le saca punta al lenguaje, tensionándolo, para hacer de él alta literatura.
                        “Extinción” es una novela potente, una novela que plantea un tema duro, el odio que el protagonista siente por la clase social a la que pertenece, y por extensión a Austria, su país; llevada a cabo con un estilo singular, que pese a ser muy trabajado, e incluso muy trabajoso, en lugar de eclipsar el tema, como suele ocurrir con demasiada frecuencia, lo encuadra y lo potencia a la perfección.
                        Por una serie de circunstancias, el protagonista de la novela tiene la posibilidad de destruir su mundo, en el que se había criado y siempre lo había condicionado, y lo destruye con el poder que cae en sus manos, haciéndolo desaparecer de su vida. Para él, pensar y escribir, en lugar de servir para fijar y comprender, sirve para fijar, comprender y destruir, aportando una visión demoledora tanto de su familia como de su país, cuya alma define como nacionalsocialista y como católica, algo que va siempre en contra de toda sensibilidad creativa y emancipada. El estilo indirecto empleado, sin duda lo mejor del texto, deja abierta gran cantidad de variables, de reflexiones sobre múltiples cuestiones, que en ningún momento dejan de iluminar al tema, sirviendo más bien para observarlo y diseccionarlo desde diferentes ángulos, para desde la complejidad de la metodología empleada, dejarlo a la intemperie.
                        Es la primera novela que leo de Bernhard, que curiosamente es la última que escribió, y es la primera porque tengo que reconocer que tenía cierto temor a enfrentarme a sus obras, pero he quedado fascinado con ella, dejándome claro que la buena literatura nunca puede ser ni complaciente ni cómoda, sino exigente y poliédrica, y también, que sólo este tipo de literatura es la que puede tirar del carro de la literatura misma, que si tiene algún futuro, que si puede tener algún futuro no va a tener más remedio que abandonar las tediosas y soleadas costas donde desde hace tiempo se encuentra atracada.
            Bernhard es un punto de referencia.

Lunes, 27 de julio de 2015





Un órgano independiente

LECTURAS
(elo.324)

UN ÓRGANO INDEPENDIENTE
Haruki Murakami
Tusquets, 2015

                        Ayer estuve leyendo un trabajo sobre Camus en el que se decía que, para el autor francés, en la literatura y en el arte en general, la filosofía, lo que se desea decir, siempre debe ser mostrado, nunca explicitado. Precisamente por ello, a pesar de que los temas que nutren la literatura son siempre los mismos, por el hecho de que lo importante es cómo se expongan, por mucho que se repitan nunca llegan a cansarnos.  ¿Cuántas novelas se habrán escrito, cuantas habremos leídos, en las que el amor es el eje central sobre las que se vertebran? No cabe duda de que el amor es uno de los temas esenciales de la literatura de todos los tiempos, pero lo es, porque también lo es para el ser humano, ya que es una de las escasas cuestiones que si no se solventan adecuadamente, pueden conseguir mantenernos en jaque de forma indefinida. Se puede vivir sin amor, por supuesto, pero siempre y cuando seamos capaces de neutralizar esa descontrolada variable a la que, de vez en cuando, se enfrenta nuestra existencia, lo que difícilmente se puede conseguir, ya que la voluntad se ve impotente ante los efectos que provoca, pues “ante el amor, la voluntad no vale”.
                        A pesar de la fama que posee, el amor es un elemento estabilizador, motivo por el cual, todos aspiramos de una forma o de otra a convalidar esa asignatura para poder, libre de cargas, dedicarnos a otras cuestiones, ya que el verdadero amor, posee la lamentable virtud de lograr paralizarnos al absorbernos por completo. Por ello, también existen sucedáneos del amor, como el cariño hacia otra persona, o el volcarnos sobre una actividad concreta de forma frenética, para intentar quedar inmunizados, o salvaguardados, ante la posibilidad de ser arrastrados inesperadamente por el devastador tsunami que siempre representa el amor, el amor verdadero, que se quiera o no, hasta que no consiga ser domesticado,  siempre será desestabilizador.
                        Sí, al principio, porque después, si se tiene suerte, las aguas suelen volver a su cauce. Y eso es lo preocupante, que es una cuestión de suerte, pues no siempre la persona por la que sentimos desvelos es la adecuada, la adecuada para acompañarnos de forma armónica en nuestra vida cotidiana. En este relato, Murakami deja una imagen que refleja fielmente lo que puede ser el amor, “es como dos barcas atadas a una cuerda, de suerte que cuando su corazón se mueve tira del mío, de una cuerda que no se puede cortar porque no existe cuchillo que pueda cortarla”. Es posible que así sea el amor verdadero, el que bascula armónicamente, pero eso sólo es posible si la otra barca a la que estamos atados es la correcta, pues en caso contrario todo será conflictivo. El amor, por tanto, es un elemento estabilizador, pero sólo cuando se consigue acertar con la persona adecuada, pero devastador, cuando la suerte nos ata de forma irremediable con aquella otra que sólo nos puede, en el mejor de los casos, proporcionar desasosiego. En el fondo, como sabemos, todo es cuestión de suerte.
                         En “Un órgano independiente”, Murakami nos cuenta la historia de alguien, de un exitoso profesional, que conscientemente había preferido vivir de espaldas al amor, encerrado en su trabajo y manteniendo múltiples y circunstanciales relaciones con mujeres. Era alguien que llevaba una vida envidiable, hasta que un día, el tsunami del amor acabó con él, pues a pesar de que siempre lo había evitado, cayó irremediablemente en su trampa.
                        La historia la cuenta un escritor que lo conoció al protagonista y con quien se sinceró, por lo que es una mirada desde afuera, desde la extrañeza de alguien que no comprendía lo sucedido, por lo que sólo cuenta lo que sabía. En esta ocasión Murakami se muestra, lo que es de agradecer, como un narrador que se dedica a contar lo que desea contar sin caer ni en lo onírico ni tampoco en lo alegórico, demostrando sus cualidades sin tener que esconderse en lo exótico, como en muchas otras ocasiones ha hecho, lo que paradójicamente tantos lectores le ha proporcionado.
                        Es posible que para sus lectores habituales, que son muchos, este relato no consiga llamarles la atención, al ser poco murakamiano, ya que en él no existe ninguna salida extraña, diré que exótica, que es lo que ha caracterizado siempre a su obra. Podría decirse también, que es un relato occidentalizado, normalizado, y que tal hecho, le quita singularidad al mismo. Es posible. Pero creo que es de los mejores relatos que he leído del japonés.

Sábado, 13 de junio de 2015






Los pájaros de Auschwitz

LECTURAS
(elo.323)

LOS PÁJAROS DE AUSCHWITZ
Arno Surminski
Salamandra, 2008

                        Se ha escrito mucho sobre el Holocausto, sobre Auschwitz, quizás demasiado, por lo que existe cierta tendencia inconsciente a rechazar todo lo que sobre el tema nos llega, al estar convencidos de que ya lo sabemos todo sobre él. Pero Auschwitz como concepto, como concepto del mal, del mal realizado por el hombre contra el hombre, siempre debe estar en el centro de nuestro pensamiento político, para que nunca podamos olvidar hasta dónde puede llegar una ideología, y lo que es aún peor, hasta dónde puede llegar el ser humano cegado por una ideología. Se ha escrito mucho sobre Auschwitz, cierto, por lo que difícilmente nos puede extrañar ya algo de lo  que ocurrió en aquellas lejanas tierras polacas, pero no obstante, a veces, nos llega una nueva visión que nos obliga a plantearnos una vez más qué es lo que sucedió para que la moral, la moral con mayúsculas, se doblegara ante los imperativos de unos pocos. Sí, porque a pesar de que lo importante es el sufrimiento de los que padecieron los horrores del Holocausto, no deja de ser esencial interrogarnos, volver a interrogarnos, por la estructura mental de los que ejecutaron las órdenes recibidas, a sabiendas, dijeran con posterioridad lo que dijeran, de ser consciente de lo que realmente estaban haciendo. Lo que está claro es que no todos los alemanes fueron unos asesinos, ya que la mayoría con seguridad eran ciudadanos ejemplares que trabajaban lo mejor que podían, cuidaban de sus familias y se deleitaban con sus entretenimientos favoritos cuando tenía tiempo para ello, y lo eran a pesar de que apoyaron, hasta casi al final, a un régimen que llevó a cabo uno de los genocidios más brutales que jamás se han perpetrado, y que en la implementación del mismo participaron directamente miles y miles de esos ciudadanos ejemplares, que necesariamente tuvieron que difundir lo que estaba ocurriendo, por lo que, a pesar de que repitieron y repitieron en su defensa que sólo se limitaron a cumplir las órdenes que recibieron, eran moralmente colaboradores directos del régimen y culpables de las actuaciones que llevaron a cabo.
                        El problema no es, como en cierto momento dijera el protagonista de esta novela, “de que los alemanes dejaran de creer en Dios”, no, el problema es que llegaron a creer en otros dioses que les empujaron a actuar de la manera en que lo hicieron, de suerte que estaban convencido que realizaban el bien, es decir, lo que tenían que hacer. El problema, el núcleo central del problema, es que creían que pertenecían a una raza elegida con una tarea histórica que cumplir, y que por ello, no sólo era legítimo, sino también una obligación moral eliminar a todas aquellas razas inferiores y parasitarias que convivían con ellos. Este hecho pone sobre el tapete la importancia que ejercen las religiones y de las ideologías sobre el ser humano, a las  que siempre hay que temer y observar con cautela, al obligar a éste a agarrarse a unos códigos de conductas, que a veces, pueden poner en jaque los conceptos tanto del Bien como del Mal.
                        El hecho de cómo consiguió el nacionalsocialismo tergiversar la moral preexistente e imponerse socialmente es algo largo de explicar, aunque puede justificarse por la necesidad de empoderamiento que tenía el grueso de la población alemana, pero lo cierto, es que el nuevo código moral que se consiguió imponer, hizo posible un cataclismo histórico difícil de olvidar.
                        “Los pájaros de Auschwitz” es una pequeña novela, escrita en breves capítulos, en donde el autor de forma sintética, sin apenas alharacas narrativas, narra la historia de un preso en un campo de concentración, que después de haber estudiado arte en Cracovia, y sin saber los motivos reales de su detención, tiene la fortuna de ser elegido por uno de sus carceleros, que también era  ornitólogo, para que le dibujara los pájaros del entorno de Auschwitz que ilustrarían el trabajo que estaba realizando. Es una novela en donde se deja constancia de la pasión del ornitólogo por las aves de aquel lugar, pero al mismo tiempo, del desdén que sentía por lo que ocurría en los campos de concentración donde prestaba sus servicios. El autor, Arno Surminski, en su obra quiere dejar constancia, del escaso interés que los nazis sentían por lo que sucedía a su alrededor, no porque fueran inhumanos, sino porque la nueva  moral sobre la que se habían asentado veía esas actuaciones como normales y necesarias. Lo más interesante de la novela, es la sensibilidad que sentía el coprotagonista, el ornitólogo, hacia las aves y hacia su familia, y cómo sin apenas darle importancia, aceptaba el inhumano trato que padecían los presos como inevitables, al tiempo que sólo en último extremo justificaba su actitud como la de un soldado que se limitaba a cumplir con aquello que le ordenaban.
                        “Los pájaros de Auschwitz” es una novela que se lee bien, y en poco tiempo, que consigue dejar en cuarentena al ser humano.


Lunes, 8 de junio de 2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

Sumisión

LECTURAS
(elo.322)

SUMISIÓN
Michel Houellebecq
Anagrama, 2015

                        Estaba convencido, después de leer “El mapa y el territorio”, que difícilmente Houellebecq se embarcaría en una nueva novela, al creer que había llegado a un callejón sin salida, pero hace unos meses, a raíz de un atentado yihadista en París, atentado que conmocionó a todo Occidente y que logró poner de nuevo sobre la mesa la cuestión islamista, me enteré que el francés había escrito una nueva novela sobre la cada día más inquietante influencia del Islam en su país, novela que ni decir tiene, se había convertido en un éxito de ventas en Francia. Las noticias que llegaban eran que Houellebecq había desarrollado una ficción en donde los islamista habían tomado el poder en su país, lo que significaba que había metido los dedos en una cuestión que arañaba e irritaba profundamente a los franceses, la del aumento de la influencia musulmana en el Hexágono, cuestión que se alejaba de los temas que siempre habían interesado literariamente a Houellebecq. Me extrañó, primero porque no esperaba, como dije, una nueva obra de ficción suya, ya que creía que se iba a dedicar a la poesía, y en segundo lugar, porque no lo creía interesado en profundizar en esa herida que desde hace tiempo corroe al alma de la sociedad francesa, la de la pérdida de su identidad cultural. No obstante, no salí corriendo a comprar el libro cuando apareció editado en las librerías de nuestro país, ya que preferí esperar hasta que cayera en mis manos, lo que no quería decir que no tuviera interés en leerlo, sino que pensaba que era mejor que pasara un tiempo hasta que los efectos que tanto habían publicitado el texto se difuminaran, para así poder disfrutar de  una lectura más sosegada del mismo.
                        Aunque el tema es el que es, la novela no tiene nada que ver con lo que se ha dicho y repetido sobre ella, pues a pesar de plantear un escenario de ficción en donde un movimiento islamista moderado, apoyado por los partidos más importantes de la Francia republicana, llega democráticamente al poder al ganarle las elecciones al Frente Nacional, no habla de una guerra civil entre franceses ni de la toma del gobierno a la fuerza por parte de los islamistas radicales. No, la novela como no podía ser de otra forma, habla de lo que siempre le ha obsesionado a Houellebecq, que ni de lejos es la problemática islamista en Francia. La trama no es más que una excusa para afrontar sus temas de siempre, su horror hacia los efectos que ha provocado la modernidad, y el pánico que siente hacia la soledad que se ha apoderado del hombre contemporáneo. Para él, la modernidad ha creado un individuo aislado, pendiente sólo de sus intereses inmediatos, satisfecho materialmente e independiente, pero que sin embargo, difícilmente puede soportar el peso de su existencia, pues ha conseguido cortar los lazos que lo ataban a lo comunitario, y lo que es aún peor, a todo aquello que pudiera justificar su existencia de forma aceptable.
                        Aunque se trate de ocultar, la soledad, precisamente cuando parece que todos estamos más intercomunicados, es el gran tema con diferencia de nuestro tiempo, y de ello es consciente como nadie Houellebecq, que en todo momento apostando fuerte, por historias descarnadas, siempre se ha caracterizado por situar a la soledad en el centro de su narrativa.
                        Pero “Sumisión” posiblemente sea una novela fallida, al menos es la peor que he leído del francés, y lo es, por el hecho de haber tenido que mostrar un escenario que le ha obligado a ser demasiado explícito, al tener que justificar un sin número de acontecimientos externos para  que su protagonista se paseara por ellos sin provocar excesivas estridencias. Houellebecq dibuja a alguien cansado de su existencia, en la que no encontraba alicientes, ya que de hecho estaba convencido que sus mejores momentos, tanto profesionales y sentimentales, habían quedado atrás, y que a las alturas en la que se hallaba, poco  podía ya esperar de la vida, salvo dejarse llevar monótonamente por ella.
                        El hombre sin ideología, sin religión, el ateo occidental, el que sin otro objetivo que el de encontrar algún que otro placer coyuntural o una sólida posición profesional pulula por nuestras sociedades, es un hombre acabado, un hombre que se ha suicidado, al menos eso es lo que desde siempre nos viene diciendo Houellebecq, y lo es, porque le hace falta algo más, algo que realmente lo justifique ante su propia consciencia. Vivimos en sociedades de individuos solitarios, vivan o no en parejas, que difícilmente saben qué hacer. En esta novela, el autor, aboga porque parte de la solución a nuestras desdichas pasan por tener que abdicar de esa extraña soberanía sobre la que nos encontramos asentados, de esa ridícula independencia de la que, pero sólo de puertas hacia fuera, tanto nos enorgullecemos, para dejarnos atrapar, dando un paso hacia atrás, en uno de esos cuerpos teóricos, como pueden ser las ideologías, o espirituales, como las religiones, en donde todo se encuentra perfectamente estructurado, y en donde siempre sabemos dónde nos encontramos , pero sobre todo, hacia dónde tenemos que encaminarnos.
                        “Sumisión” es una novela que se lee bien, de hecho si se cuenta con tiempo suficiente puede leerse de un tirón, que posiblemente no se encuentre literariamente a la altura de las últimas novelas de Houellebecq, pero que deja en el lector una serie de cuestiones de gran interés, que sin duda la convierten en una novela muy recomendable.


Sábado, 6 de junio de 2015

Victoria

LECTURAS
(elo.321)

VICTORIA
Joseph Conrad
Alfaguara, 1.915

                        Hace unos días le comenté a un conocido que lamentaba no haber leído a Conrad en su momento, es decir en la adolescencia, pero ahora estoy convencido, a pesar de que con seguridad  hubiera disfrutado de lo lindo con sus novelas, que no le hubiera encontrado el sentido que en estos momentos encuentro en ellas, lo que sin duda se debe a que existen dos Conrad, uno accesible, del que queda su espíritu aventurero, y otro más profundo, en el que se observa una visión de la existencia que sin duda es el más interesante. A pesar de las apariencias, en las novelas de Conrad, al menos en sus mejores obras, siempre se encuentra a un individuo vapuleado por las circunstancias, alguien que tiene que enfrentarse a vicisitudes no esperadas que consiguen poner en jaque su existencia.
                        Leí “Victoria” hace algunos años, y aparte de la maestría literaria del autor, no enconaré en ella nada especial, pero ahora, cuando la he vuelto a leer con interés después de haber leído otras obras suyas, me he encontrado con una novela asombrosa, que a pesar de no ser la mejor de él, la mejor que de él he leído, es una novela redonda en la que en mi opinión se pueden apreciar todos los elementos que hacen de Conrad uno de los grandes autores de todos los tiempos.   El lector, en “Victoria”, encuentra una historia atractiva, bien estructurada y contada, en la que sólo tiene que leer y leer, en la que en ningún momento llega a perderse, y mucho menos perder el interés por la trama. Es una novela clásica ambientada en el sudeste asiático, en la que no falta ninguno de los elementos  que siempre han acompañado a este tipo de novelas, pero en la que nada se da por sabido con antelación. Este  es el primer obstáculo que tiene que salvar toda buena novela, la de resultar atractiva para el lector, que ni decir tiene que “Victoria” solventa sin dificultad, ya que el que se sumerge en ella difícilmente podrá abandonarla. Pero Conrad no es uno de esos autores que se contentan sólo con ofrecer una historia interesante y para colmo bien contada, no, pues a pesar del mérito que ello comporta, que evidentemente no se encuentra al alcance de cualquiera, ofrece algo más, un valor añadido, que le aparta de todas aquellas obras inanes pero bien confeccionadas que sólo aspiran a poder entretener al lector durante  unas horas.
                        Una de las grandes virtudes de Conrad, virtud que en literatura siempre hay que agradecer, es que nunca nos ofrece personajes de cartón piedra, personajes estereotipados, de esos que parecen que nunca llegan a inmutarse aunque el más fuerte de los temporales arremeta contra ellos, ya que sus protagonistas, a pesar de poseer fuertes convicciones, siempre llegan, por una causa o por otra, a tambalearse cuando la realidad se ceba contra ellos. El protagonista de la novela, Axel Heyst, era alguien que aspiraba a mantenerse apartado, a “mirar… y a no hacer ruido”, a ser posible en un lugar apartado, pero al que “la vida, lo cogió por el cuello”.
                        Para colmo, y en esta novela queda patente, como también en “El corazón de las tinieblas” y en “Lord Jim”, que Conrad es un autor dotado de una gran sensibilidad, por lo que trata de dibujar a sus personajes de forma indirecta, es decir, por mediación de otros personajes, lo que crea alrededor de ellos cierta aureola que los subraya y los potencia de cara al lector. Parece como si el autor confiara más en los actos, en lo que van dejando detrás de sí sus protagonistas y que quedaban grabadas en la memoria de otros, que en la descripción que él, de forma omnisciente pudiera narrar, lo que sin duda aporta mucha más riqueza literaria que la que hubiera conseguido obrando de forma directa.
                        “Victoria” es una de esas novelas en las que uno observa que la madurez del autor consigue construir obras de una calidad extrema, en la que todos los ángulos quedan perfectamente pulidos, pero en donde uno echa en falta esas imperfecciones que dotan a las obras artísticas de un inestable equilibrio que las convierte en singulares. Posiblemente la única crítica, la única crítica negativa, que uno le pueda realizar a esta novela, sea su excesiva perfección, lo que ya es un decir. Parece que determinados autores, a partir de cierto momento, cuando ya han conseguido superar las múltiples dificultades del oficio, le salen las obras más de forma artesanal que de forma artística, lo que quiere decir, que son más perfectas, pero al mismo tiempo menos atractivas estéticamente, ya que lo estético, y esto podría constituir materia para otro debate, en buena medida se nutre de ciertos desequilibrios que son los que singularizan a toda obra artística. Es curioso, pero en teoría, las creaciones que realice un autor en su madurez, deberían ser mejores que las que realizó en otras épocas anteriores, pero tal hecho apenas se da, como queda demostrado en el caso de Conrad, pues a pesar de la calidad literaria que posee “Victoria”, hay que reconocer que “El corazón de las tinieblas”, realizada quince años antes, es una obra superior.
                        No obstante “Victoria” es una magnífica novela que por sí  sola certifica la calidad, la extremada calidad literaria de Joseph Conrad.


Sábado, 9 de mayo de 2015

El poder y la gloria

LECTURAS
(elo.320)

EL PODER Y LA GLORIA
Graham Greene
El País, 1940
                       
                        No esperaba esta novela. En ningún caso esperaba una novela de tales características cuando comencé a leerla por indicación de un amigo. Hace años había leído otras obras de Graham Greene que recuerdo radicalmente diferentes, por lo que, en principio, no sé qué decir sobre “El poder y la gloria”, salvo precisamente eso, que me ha sorprendido. Podría comenzar diciendo que se trata de una novela sobre la desolación, sobre el abrumador peso de la existencia, que es donde sólo puede encontrar sentido la religión. Es posible que sea una novela sobre la religión y de la justificación que ésta encuentra entre los más desesperados, entre los que no tienen nada salvo la obligación de seguir viviendo, novela que podría encuadrarse, por las reminiscencias que me llegan de otras lecturas, en cierta tradición literaria, en la de la desolación, desde la que con luz propia emergen autores como Rulfo, Onetti, McCarthy e incluso Jesús Carrasco para citar a alguien cercano que ha obtenido cierto éxito con una reciente novela, “Intemperie”.
                        “El poder y la gloria” es una de esas novelas en las que el lector no puede agarrarse a casi nada, sólo al deambular del protagonista, a su incesante huida para evitar ser detenido, juzgado y ejecutado, en donde en un escenario de una aridez extrema, la del semidesértico México más estereotipado, en donde la barbarie revolucionaria, que siempre por comodidad suele subrayar lo accesorio, se había impuesto desmantelar a la Iglesia Católica, por lo que era fundamental acabar con sus funcionarios, los sacerdotes. El autor pone en el centro de su interés a un cura, a un “pater whisky”, en uno de esos curas que a pesar de ser miserable pecador, no había aceptado las imposiciones del poder revolucionario, la de casarse para vivir de una miserable pensión estatal  para así quedar desacreditados ante la población.
                        Pero a través de ese cura que desesperadamente, en principio, trataba de salvar su vida sin claudicar, se observa la miseria en la que vivían los más pobres, así como la violencia extrema existente, y cómo los más miserables, a pesar del mandato de las  autoridades, no habían abandonado una fe que no buscaba la felicidad ni la justicia en la tierra, sino precisamente en un lugar que se encontraba más allá de la muerte, en donde hallaban el consuelo que necesitaban para poder seguir soportando la mezquina existencia que padecían. Este creo que es el objetivo de la novela, que queda subrayado al final cuando un nuevo cura llega al lugar después de haber sido ejecutado el protagonista, que el ser humano necesita ese consuelo, la certeza de que existe una vida diferente, más plena, después de la muerte, y que la  necesita para seguir aguantando lo inaguantable. Y también, que entre la revolución que de forma fallida buscaba la felicidad en la tierra y la fe, los más humildes no dudaban.
                        A pesar de lo anterior, lo más importante de esta novela no es el mensaje que de forma implícita el autor desea aportar, no, ya que el valor de la misma se encuentra en el desarrollo, en la forma narrativa que emplea, en donde todo queda difuso, como si una tenue capa de polvo, de polvo del desierto, lo cubriera todo, dejando sólo lo necesario para que la historia se mantenga en pie, quedando en el lector una sensación extraña en donde la aridez y la desolación le hacen comprender que en esas tierras lo único importante era sobrevivir, pero sobrevivir sin esa alegría que en el mejor de los casos puede justificar la existencia. Sí, lo más importante es la desolación que lo empapa todo, lo que el autor consigue gracias a un distanciamiento que en todo momento evita la complicidad, ni con sus personajes ni con sus lectores, y también en la escenografía, en donde la dureza, la aspereza, hacen creer que se habla de otro mundo, de un mundo inexistente en donde nada es grato y sí trabajoso.
                        En contra de lo que temí cuando leía las primeras páginas, posiblemente por el recuerdo que aún mantengo de “Intemperie” de Jesús Carrasco, “El poder y la gloria” ni de lejos es sólo un ejercicio de estilo, ya que todos los elementos estructurales y estilísticos están pergeñados para dejar una opinión clara sobre la mesa, la de que para muchos es imprescindible creer, pues en el fondo esas creencias es lo único que poseen, algo que nadie les podrá quitar.
                        Ni que decir tiene, por lo expuesto anteriormente, que se trata de una novela incomoda, poco agradable, ya que en ningún momento trata de satisfacer al lector, pero tengo que reconocer, lo que no esperaba, que posee una calidad extrema, en la que tanto el fondo como la forma se adecuan a la perfección, sin dejar aristas y cabos sueltos sin haber sido trabajados, lo que demuestra que todo en ella ha sido cocido y elaborado a fuego lento, en donde la improvisación ha tenido poca cabida.
                        Un fin, una gran novela.

Viernes, 24 de abril de 2014

                        

viernes, 23 de octubre de 2015

Lord Jim

LECTURAS
(elo.319)

LORD JIM
Josep Conrad
El Mundo, 1900

                        Después de haber leído “El corazón de las tinieblas”, novela que como comenté hace poco me estalló en las manos cuando volví a leerla, no he tenido más remedio que seguir abundando en Conrad, por lo que acabo de leer su siguiente novela, “Lord Jim”, que a pesar de ser menos “redonda”, me ha servido para certificar que el autor es uno de los grandes. Conrad no es de los autores que se limitan sólo a contar una historia, de esos que se conforman con manejar a sus personajes de forma magistral, no, pues aspira a dejar a sus lectores algo más, su forma de entender el mundo, y dejar constancia de los peligros que acechan a los que de forma adecuada desean deambular por él. Conrad era un hombre de su tiempo, alguien que estaba convencido, ya que eso para él cohesionaba y daba sentido a la humanidad, que había que obrar correctamente, cumplir con el deber que cada cual tenía impuesto, pero también era consciente de la dificultad de tal empeño, pues ni la justicia ni el mero voluntarismo resultaban esenciales, pues siempre había que contar con “el accidente, la azarosa Fortuna”. El obrar correctamente bajo unos códigos determinados era lo que hacía que alguien “fuera de los nuestros” o no, siendo esos códigos los que en última instancia jerarquizaban la sociedad, lo que hacía posible que en la constante lucha contra la contingencia, siempre se supiera el camino correcto que había que seguir. Para “los nuestros”, por tanto, el deber era no salirse del exigente camino marcado, mientras que la culpa, la siempre desestabilizadora culpa, era comprender que se había o que se estaba fracasado.
                        La cuestión del deber, la de obrar adecuadamente respetando las normas, es posiblemente el rasgo más característico de las sociedades protestantes del norte de Europa, lo que ha posibilitado el predominio de esas comunidades sobre las católicas meridionales, que siempre han mantenido una actitud mucho más laxa con respecto a la moral. Pero también, y esta es su contrapartida, ha sumido a sus miembros en una férrea cerrazón que en muchas ocasiones dificultaba su propia existencia, ya que la vida tenía necesariamente que adaptarse a unos parámetros impuestos, y no éstos a la propia existencia. En esta grieta, en la del fracaso que en determinadas ocasiones ocasionaba esa actitud ante la existencia, es en donde se asienta la literatura de Conrad, en la de los caídos en desgracia, como se observa en “El corazón de la tinieblas” y en Lord Jim”, en donde muestra su comprensión hacia los que no pudieron estar a la altura de lo que de ellos se exigía
                        En “Lord Jim” se cuenta la vida de un joven, y la cuenta precisamente Marlow el mismo que nos narró la historia de Kurtz, de un joven que proveniente de una familia religiosa, su padre era pastor de una parroquia de la profunda Inglaterra, que elige realizar la carrera de marino pero con tan mala fortuna, que en una de sus primeras singladuras comete un terrible error que lo hunde en la vergüenza y en la culpa, de suerte que su vida queda a la deriva sin fuerza siquiera para rehacer su existencia. Pero es el propio Marlow, que sabedor de su valía, el que le aporta una segunda oportunidad, convenciéndole para que se instalara en una lejana región, Patusan, en dónde el joven da muestra de su integridad y de su buen hacer hasta que comete un segundo error fatal, error que esta vez no duda en pagar ofreciendo su propia vida.
                        Para Conrad sólo aquellos que se enfrentan a la realidad, a la contradictoria y caótica realidad, pueden dejar constancia de su valía, pero también son ellos los que más fácilmente pueden errar, ya que es imposible controlar todas las variables que se pueden cruzar en su camino. Pero como ocurre en “Lord Jim”, para él el error es humano, y es preciso ofrecer al que yerra, al que se equivoca una segunda oportunidad, para que en el mejor de los casos pueda dejar constancia de que sigue siendo “uno de los nuestros”. Pero Conrad en ningún momento pone en cuestión la norma, el código ético por el que tienen que conducirse los mejores, ya que sin duda para él la norma es civilización, aquello que nos hace estar por encima de los acontecimientos, dejando constancia de que es preciso, sólo en algunos casos, ofrecer la posibilidad de que el caído pueda redimirse.
                        “Lord Jim” es una de esas novelas de peso, de gran solidez, de las que hay que leer sin prisas, masticando y digiriendo cada una de sus frases, ya que en éstas, en la construcción de las mismas, el lector puede encontrar el placer de la lectura, algo que cada día cuesta más trabajo poder degustar. Cuenta con tres partes claramente delimitadas, en la primera se narran los motivos que provocaron la caída en desgracia del protagonista, en la segunda cómo consigue rehacer su vida en la lejana Patusan, y en la tercera, lo que le indujo a ofrecer su vida al haber defraudado a los que confiaron en él. A pesar de que puede parecer una novela fácil, propia para lectores adolescentes, posiblemente por su temática, hay que reconocer que nada más lejos de la realidad, pues debajo de la historia, se encuentra y se plantea una problemática moral que difícilmente podrán captar, con la amplitud necesaria, aquellos que sólo busquen en ella una novela de mero entretenimiento.


Sábado, 18 de abril de 2015

Qué bonita estampa

LECTURAS
(elo.318)

QUÉ BONITA ESTAMPA
Dorothy Parker
Debolsillo, 1922

                        Frente a la literatura que se mira el ombligo, se encuentra la que trata de mirar más allá de sí misma con la intención de dejar constancia de algo y aportar al lector cierto valor añadido en lo que lee. Esta última forma de entender la literatura no tiene buena crítica por parte de los entendidos, en muchas ocasiones con razón, ya que sus autores suelen olvidar con demasiada frecuencia que están haciendo literatura y no simples panfletos de leer y tirar. Este es el grave problema de la literatura denominada comprometida, que presta escasa atención a las formas, despreciándolas incluso, y también, aunque ésta es otra cuestión, a que a veces se fija en cuestiones demasiado coyunturales. Por ello trato de darle la espalda a este tipo de narrativa, que para colmo suele pecar de  ampulosa y de resultar casi siempre excesivamente explícita, algo que en principio se contrapone a lo que debe ser la buena literatura.
                        Pero a veces la misma literatura me da sorpresas, y no siempre negativas, y pongo como ejemplo lo que me ha ocurrido con Dorothy Parker, autora a la que desconocía (cuando más se lee más se comprende lo que aún falta por leer) y de la que ciertamente esperaba poco. Ya desde su primer relato de la recopilación que ha caído en mis manos, precisamente éste que se titula “Qué bonita estampa”, comprendí que se trataba de una autora diferente, de una autora perteneciente a esa tradición crítica de la literatura norteamericana, que con sutileza, se dedica a hurgar en las costuras de la clase media de su país, y en donde sin muchas dificultades, encontraban todo lo que ésta trataba de ocultar, que no era otra cosa que la insatisfacción instalada de forma crónica, en unas existencias, que aunque se asentaban en el confort material, para muchos carecía de sentido.
                        Lo que llama la atención de Dorothy Parker, es la forma en que su delicada pero fácil pluma consigue deslizarse en la intrahistoria de cada uno de sus personajes, dibujando escenarios y situaciones que consiguen desnudarlos hasta mostrarlos tal y como se sentían en la intimidad, dejando una devastadora visión de la tan publicitada clase media norteamericana. Dorothy Parker, de esta forma, se convierte en una sutil activista, sutil pero de una radicalidad extrema, que consigue en sus relatos, poner patas arriba a un estilo de vida que para muchos era, y sigue siendo, el modelo a seguir.
                        En “Qué bonita estampa”, dibuja a una familia tipo, a un matrimonio que vive en una casa que está a punto de terminar de pagar, en donde el marido, a pesar de ser consciente de poseer todo lo que necesitaba, un trabajo pasable, una mujer fiel que al mismo tiempo era una madre entregada y a una hija pequeña que no le daba problemas, sólo encontraba satisfacción en una ensoñación que desde hacía tiempo lo dominaba, la de tener el suficiente valor para poder desaparecer algún día sin dejar rastro, como había leído u oído que alguien había hecho.
                        Como dije más arriba, el cuidado de las formas, o el escaso cuidado que de ella se tiene, es uno de los problemas que lastran a este tipo de literatura, pero no es el caso de la autora, pues a pesar del realismo de sus narraciones y de su linealidad expositiva, al no complicarse la vida con experimentos de ningún tipo, es un placer leer sus relatos, como ocurre con los mejores autores norteamericanos de la tradición a la que pertenece, en donde “el garbancerismo”, tan propio del realismo, brilla por su ausencia. Leer a Dorothy Parker es incluso estimulante, al comprenderse, que no siempre hacen falta realizar juegos malabares con las estructuras para presentar textos frescos e interesantes. El otro problema del que hablé es el de la cuestión temática, la de la excesiva coyunturalidad en la que muchos autores caen a la hora de elegir sus temas, lo que hace que los textos envejezcan y dejen de tener interés al poco tiempo de ser escritos. No, esto no ocurre con Dorothy Parker, que siempre rastrea y araña en lo imperecedero, en esas cuestiones que en todo momento nos acompañan, como en esta ocasión el de la insatisfacción de tener que vivir una vida sin sentido, en el que el único objetivo era aparentar que todo marchaba a la perfección. Una insatisfacción que se sustenta en el convencimiento de que no basta con tener todo lo que en principio se necesita, ni en vivir de forma ejemplar ante los demás, ya que a veces falta lo esencial, aquello que alimenta el alma.
                        A pesar de estar escrito cuando fue escrito, en los lejanos años veinte del siglo pasado, “Qué bonita estampa” es un relato actual que para colmo está bien ejecutado, de esos que demuestran, sin proponérselo, como quien no quiere la cosa, el poder y la fuerza que puede tener este género literario.
                        Una agradable sorpresa Dorothy Parker.

Viernes, 20 de marzo de 2015


Bajo el signo de la esvástica

LECTURAS
(elo.317)

BAJO EL SIGNO DE LA ESVÁSTICA
Manuel Chaves Nogales
Almuzara, 1933
           
                        Resulta curioso observar el interés, que de un tiempo a esta parte, existe por rescatar la figura de Chaves Nogales, tanto en su faceta literaria como en la periodística. Ese interés posiblemente pueda provenir del hecho de que era una figura atípica en el panorama intelectual de la época, al no encuadrarse en ninguna de las dos corrientes mayoritarias, ya que se definía como “un burgués liberal”, algo muy difícil de sostener en aquellos turbulentos tiempos. Chaves Nogales pertenecía al reducido grupo de republicanos liberales que trataron de llevar a buen puerto un régimen, que desde el primer momento fue embestido por todos los vientos imaginables, siendo uno de los máximos representantes, al menos desde que se le conoce, de la tan manoseada “tercera España”. La figura del periodista sevillano, hoy en día, cuenta con un enorme predicamento tanto entre la izquierda como en la derecha, siendo calificado por casi todos como una figura ecuánime, cuya honradez intelectual resulta imprescindible para comprender el panorama intelectual durante el régimen republicano, lo que el ofuscamiento partidario, el de unos y el de otros, siempre se ha empeñado en ocultar.
                        Desde que comenzaron a publicarse sus textos, he intentado leer todo o casi todo de lo que de él y sobre él ha ido cayendo en mis manos, llegando a la conclusión de que era  un aceptable escritor de relatos, al igual que un buen periodista, aunque ni  de lejos pueda considerarse como una figura emblemática ni de nuestras letra, ni tampoco de nuestro periodismo. Con diferencia, y digo con diferencia, es en la colección de relatos que se reúnen bajo el título de “A sangre y fuego”, en donde de forma más evidente se puede comprender la posición que ocupaba entre los dos bandos que colisionaron en nuestra guerra civil, relatos en los que refleja la barbarie en la que tanto unos, como los otros, llegaron a precipitarse. Como periodista, sin embargo tengo mis dudas, sobre todo después de haber leído “La agonía francesa” y “Bajo el signo de la esvástica”, en el que he observado la gran influencia que sobre el autor tuvo el pensamiento de Ortega y Gasset, en concreto su obra “La rebelión de las masas”, de suerte que sus observaciones parecen, en ambos texto, adaptarse fielmente a los postulados dictados por el pensador madrileño. Esto no es bueno ni malo, aunque le resta originalidad a su obra, al aparecer demasiado encorsetado a unos parámetros que evidentemente no eran los suyos.
                        En “Bajo el signo de la esvástica” trata el autor, con sus impresiones, “de que el pueblo español comprenda lo que está ocurriendo en Alemania y del peligro que Hitler representa”. Estas impresiones las lleva a cabo gracias a un viaje que como periodista realizó a aquél país con la intención de saber de primera mano lo que allí estaba sucediendo, en donde comprende que el alma, que el alma profunda alemana, debido a la necesidad que tenía de superar la situación de postración y de desorientación que desde hacía tiempo padecía, en buena medida debido a la derrota militar que había sufrido en La Gran Guerra, había encontrado un proyecto, unos ideales, los que le prestaba el nacionalsocialismo, con los que poder de nuevo tensionarse como pueblo, ideales que se basaban en salvaguardar al pueblo ario, un pueblo evidentemente superior según ellos, y por extensión a la civilización occidental. Para Chaves Nogales el pueblo alemán había encontrado en la disciplina militar, en la obediencia , en las proclamas y mandatos de sus nuevos líderes, pero sobre todo en los proyectos que éstos representaban, la oportunidad que tanto esperaban para poder de nuevo alzarse con objeto de demostrar su supremacía y de hacerse cargo del papel histórico que se le había encomendado. La idea clave que el periodista sevillano se trajo bajo el brazo de su viaje, no fue otra que Alemania se estaba preparando para la guerra, “que toda su política interior basculaba  sobre ese proyecto, y que por tanto, tratar de protegernos de ese empeño,  debería de ser el eje de nuestra política exterior”.
                        A pesar de las dificultades, España de la mano de la Segunda República había comenzado un proyecto democrático, proyecto que no estaba en sintonía con la oleada autoritaria que desde hacía algún tiempo estaba barriendo Europa. Chaves Nogales era consciente de ello y se preocupó de estudiar lo que ocurría fuera de nuestras fronteras, tanto en Rusia como en esta ocasión en Alemania. Sabía de la fuerza de seducción de esas dictaduras autoritarias, se disfrazaran de fascistas, bolcheviques o nacionalsocialistas, del poder de esos discursos que aspiraban “al encumbramiento de las medianías, la de los seres discretos con gabardinas” y del peligro que representaban esos movimientos para las democracias occidentales y en concreto para España.
                        Llama la atención ese interés por lo que ocurría más allá de nuestras fronteras, sobre todo, cuando los acontecimientos que estaban sucediendo en nuestro país, todos de gran importancia, invitaban a concentrarse en ellos, en prestarles toda la atención necesaria, pero estaba claro, y Chaves Nogales era consciente de  ello, que la vertiente autoritaria por la que se deslizaban determinados actores políticos de nuestro país bebía directamente de los discursos y de determinadas praxis que se desarrollaban en Europa, por lo que era necesario estudiarlas y darlas a conocer, ya que debajo de las cuales se escondía una forma de entender el contrato social muy alejada de las normativas democráticas por las que, a contracorriente,  había apostado España.
                        En este aspecto, el de interesarse por lo que ocurría fuera de nuestras fronteras para comprender mejor lo que aquí acontecía, hay que reconocerle a Chaves Nogales una inquietud intelectual que lo engrandece, siendo un ejemplo, mucho tiempo después, en unos momentos en que la profesión periodística se encuentra atravesando una profunda crisis, para todos aquellos, que encerrados en la dictadura de lo inmediato, practican esa actividad hoy por hoy tan  devaluada.

Lunes, 9 de marzo de 2015

                       


El impostor

LECTURAS
(elo.316)

EL IMPOSTOR
Javier Cercas
Random House, 2014

                        Me resulta difícil substraerme a nueva obra de Cercas, pero a pesar de ello he retardado la lectura de ésta, lo que en principio puede resultar inexplicable pues en todas las suyas siempre he encontrado la polémica servida. Tenía ganas, no lo voy a negar, de leer “El impostor”, pero al mismo tiempo temía leerla, aunque tengo que reconocer que he leído todas sus obras anteriores. La literatura de Cercas me resulta trabajosa, agotadora, no porque su narrativa sea compleja, no, en absoluto, sino por la forma que tiene de afrontar sus temas, por su narrativa circular, por sus apuestas, por el lugar en el que se sitúa ante lo que cuenta, por su cercanía, y también, por sus categóricas afirmaciones. Después de “Héroes de la frontera”, una novela teóricamente de ficción, en la que se recreaba en las aventuras y desventuras de uno de esos jóvenes delincuentes que tanto se publicitaron en el último tercio del siglo pasado, y cuyo protagonista a muchos nos hizo recordar al “Vaquilla”, y que posiblemente ha sido su peor obra, ya que en ella no aportó nada nuevo, no sabía por dónde podría salir Cercas, si por otra novela-novela, o si por el contrario iba a reaparecer por ese territorio que tan bien domina que podría denominarse como “metaliterario”, que es dónde sin duda ha dado sus mejores frutos. ¿Pero qué es la metaliteratura? La metaliteratura es un engendro, un extraño y repleto cajón de sastre en el que todo cabe, un engendro que sin duda también es literatura.
                        En esta ocasión, en “El impostor”, Javier Cercas afronta la compleja vida de Enric Marco, un extraño individuo que a sus ochenta y cuatro años fue desenmascarado, lo que provocó un enorme revuelo mediático, al descubrirse que a pesar de ser el Presidente de una de las asociaciones más activas de supervivientes del Holocausto, la “Amical de Mauthausen”, nunca había estado internado en ningún campo de concentración nazi por haber luchado en la resistencia.
                        La primera pregunta que hay que hacerse una vez terminado el texto, la primera y fundamental, es saber si el autor ha sabido aportar una imagen aceptable de tal personaje, a lo que hay que responder afirmativamente, pero la que aporta no es una imagen lineal del mismo, una imagen de cartón piedra que lo denigre o que lo absuelva definitivamente, sino que de él nos deja una imagen poliédrica, que es posible que sea la que mejor se adecue a ese poliédrico personaje. Lo fácil hubiera sido lo contrario, el pisotearlo o el elevarlo a los altares mediante una novela tradicional, pero el autor desde muy pronto comprende, lo que habla bien de él, a pesar de los prejuicios con  los que se acercó en un principio al personaje, que Enric Marco, que la vida de Enric Marco desbordaría los marcos de una narración novelada, por lo que apuesta por una metodología diferente, que es en la que él se encuentra más a gusto, en donde el ensayo, la biografía, la autobiografía y el periodismo le aportan los instrumentos que necesita para abordar a un personaje de tales características.
                        No cabe duda que Enric Marco, con su impostura, es el gran protagonista de la narración, pero el autor tropieza, en el intento que realiza con objeto de acercarse al personaje de la forma más adecuada posible, con una serie de cuestiones, gracias a las cuales la obra toma envergadura, como la del eterno tema de las relaciones entre la realidad y la ficción, el de la ética y el de la impostura, o el también sempiterno de los límites de la novela. Marco se convierte de esta forma, aunque el autor nunca lo pierda de vista, en una excusa para hablar y reflexionar sobre otras cuestiones, ya que Cercas, a la hora de embarcarse en el proyecto, de embarcarse definitivamente en el proyecto, lo hace con el único objetivo de entender, que no de justificar a Marco, y ante una actitud como esa, de forma inevitables surgen escollos, dudas y complicaciones que hace comprender que nada, que nada es tan simple como en un principio pudiera parecer.
                        Lo singular del texto es la forma en que el tema es tratado, en donde el autor es un protagonista activo de la narración, contando en primera persona las dudas y las complicaciones que iba encontrando para elaborar el trabajo que deseaba desarrollar. De suerte que el libro se compone de dos planos que se van exponiendo en capítulos alternos, en unos se cuenta el trabajo de investigación o de recopilación de datos que lleva a cabo el autor, y en los otros la propia historia de Marco, quedando la sensación, una vez terminada la lectura, que la imagen que se aporta de Enric Marco, si no completa, es la más completa de las posibles, ya que Cercas ha trabajado y se ha enfrentado a todas las múltiples aristas del personaje que ha encontrado, en donde Marco queda como un ser humano  complejo, muy complejo, como alguien que luchó por no quedar atrapado en la medianía ambiental imperante, aunque ello, en ningún caso, pudiera justificar su actitud.
                        “El impostor” es un texto curioso, interesante, posiblemente no acto para los que busquen sólo una novela al uso, pero muy recomendable para los que están interesados en las nuevas formas de entender la literatura que están surguiendo, aquellas que no se conforman con seguir contando historias como hasta ahora se han venido contado. La novela clásica está en crisis, en una crisis que es diferente a las anteriores, y en la que la literatura de  mero entretenimiento tiene los días contados, por lo que es  imprescindible apostar por unas formas de entender la literatura, más abiertas y más innovadoras, en las que, en todo caso, el lector tiene que ser tratado como un individuo inteligente al que se le tienen que aportar textos inteligentes. Éste de Cercas lo es.


Sábado, 7 de marzo de 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

El corazón de las tinieblas

LECTURAS
(elo.315)

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
Joseph Conrad
El País, 1899

                        Hace algunos años, empujado por la fama de la novela y del prestigio del autor, leí por primera vez “El corazón de las tinieblas”, y tengo que decir, aunque me avergüence, que no me pareció nada del otro mundo, lo que no habla nada bien del lector que fui. Por ello, cuando ahora, bastante tiempo después, me he visto en la obligación de tener que volver a leerla, he observado como iba relegándola con la esperanza de poder despacharla, en el mejor de los casos, con una lectura superficial.  Pero claro, olvidaba que ninguna obra que haya resistido el paso del tiempo puede ser intrascendente, tal como le ocurre a la mayoría de las que hoy se publican, que por mucho predicamento que lleguen a tener, por mucho apoyo publicitario que consigan, difícilmente lograrán resistir en nuestra memoria ni tan siquiera unos cuantos meses, por lo que evidentemente, como no podía  ser de otra forma, en esta ocasión la novela de Conrad me ha estallado en las manos. Pero, ¿Cuáles son las novelas que perduran? ¿Cuáles las que consiguen esquivar “el viento del olvido”? Está claro que no son, como en principio se podría imaginar, aquellas que sólo están magníficamente escritas, ya que los cementerios de la literatura están repletos de este tipo de novelas, sino aquellas que además de estar bien escritas consiguen tocar, arañar, todo aquello que nos atañe como seres humanos. Lo humano, la vida en toda su extensión es el alma de la novela, de la novela de todos los tiempos, pero para acercarse a ella de forma adecuada no basta con poseer un dominio de la narrativa, es fundamental poseer también un sensibilidad especial, una inteligencia que en literatura sólo está al alcance de unos pocos, precisamente de los más grandes.
                        El alma humana, o lo humano, es el gran misterio al que nos enfrentamos, al ser un enorme agujero negro del que apenas sabemos nada, un descomunal vacío que a pesar de acompañarnos a donde quiera que vayamos, o posiblemente por eso, tratamos en todo momento de puentear de mil formas diferentes con tal de no tener que asomarnos a él. Las religiones, la moral, las ideologías…, en el fondo no son más que instrumentos que utilizamos para mantenernos erguidos, con objeto de evitar los efectos desestabilizadores que nos provoca ese vacío que siempre se encuentra a nuestro lado, proporcionándonos modelos de comportamiento que nos faciliten ese inestable equilibrio que tanto se necesita. Sabemos, aunque tratemos de neutralizar esa certeza con las estructuras que hemos logrado desarrollar, que en todo momento nos encontramos a un paso de la indigencia, de la indigencia moral, que vivir bajo un código, sea el que sea, es un triunfo de la voluntad, y que la naturaleza, a la que tanto amamos, siempre y cuando logremos mantenerla  controlada, en todo momento se encuentra atenta, vigilante, por si un día desfallecemos. Da igual en qué consiga el ser humano creer, en la razón, en un Dios extraño y mitológico o en unas cuantas ideas más o menos elaboradas, porque lo importante es tener a mano un manual de conducta sobre el que poder echar mano en momentos de necesidad.                   
                        Conrad en esta sorprendente novela habla precisamente de ello, de la fragilidad del ser humano, de la que se manifiesta, de  la que sale a relucir cuando todos esos soportes que hemos fabricados, o heredados, caen hecho pedazos a nuestro alrededor; cuando la naturaleza consigue que dejemos de ser lo que creemos que somos para convertirnos en aquello que como hombres hemos tratado históricamente de dejar atrás. Habla del horror que significar para alguien comprender que ha obrado aculturalmente, de forma animal, al haber entrado en las dinámicas, siempre salvajes y crueles que impone la propia naturaleza. De alguien que ha caído en el vacío de la inhumanidad, después de haber sido un ejemplo de moralidad para todos los que lo habían conocido.
                        “El corazón de las tinieblas” es una novela sin aristas estructurales, en la que,  en una reunión de amigos, alguien cuenta una historia que le sucedió cuando estuvo en África trabajando como patrón de un pequeño vapor fluvial al servicio de una compañía colonial, cuya tarea consistía en conseguir marfil. Allí, en la selva, escucha hablar de alguien excepcional, de un tal Kurtz, de una persona admirada por todos, y que era con diferencia, quien más marfil conseguía. Pero algo había ocurrido y había que ir obligatoriamente a buscarlo, pues al parecer se había convertido en una amenaza para la propia Compañía.
                        En ningún momento se habla de lo que había ocurrido, de suerte que a pesar de ser el eje de la novela, casi todo lo que se sabe de él, de Kurtz, es por otras personas, o de lo poco que consiguió ver con sus propios ojos el narrador de la historia en el asentamiento colonial donde lo encontraron. No cabe duda que el protagonista de la novela es Kurtz, pero también la selva, la amenazante y abrumadora naturaleza que lo envolvía todo y que todo lo condicionaba. Éste es sin duda el gran logro de la novela, la forma implícita en la que Conrad consigue articular la narración, el drama que se produce, sin tener el autor que entrar en los detalles, en los escabrosos y siempre vulgares acontecimientos, pues todo se da a entender con meridiana claridad al lector.
                        Sí, “El corazón de las tinieblas” es una novela asombrosa, una de esas novelas que tienen que estar, por derecho propio, en toda biblioteca que se precie, pues además del tema, que obliga necesariamente a que se tenga que reflexionar sobre él, está perfectamente elaborada, ya que la técnica empleada, en la que el autor demuestra su categoría como novelista, consigue, tal y como tiene que ser, potenciar y enriquecer la temática.


Domingo, 22 de febrero de 2015