viernes, 18 de diciembre de 2015

Extinción

LECTURAS
(elo.325)

EXTINCIÓN
Thomas Bernhard
Alfagura, 1986

                        No cabe duda que hay literaturas y literatura. Existe una literatura de consumo con más o menos calidad, que casi siempre, o al menos de un tiempo a esta parte, me está dejando indiferente, que no me dice nada, que me aburre. Podría hablar de la sempiterna crisis de la novela, pero desde hace tiempo sé, que no es una crisis de género como habitualmente se nos quiere hacer creer, sino de creadores. El problema es que el nivel medio de los que se dedican a escribir novelas es muy bajo, tanto si se hacen pasar por novelistas populares, al caer casi siempre en la más vulgar de las linealidades, o si por el contrario se disfrazan de exquisitos, de esos que están convencidos que cuanto más anémica e ilegible sea una novela mejor será ésta. Lo que ocurre, lo que me ocurre, es que cuando más descontento me encuentro, en el momento en que decido dejar la novela a un lado, al menos por un tiempo, para pasar a otros géneros, como el ensayo, por arte de magia cae en mis manos alguna obra de alguien que consigue de nuevo convencerme del potencial que posee la novela, obligándome una vez más a subrayar que el problema es la escasa calidad, la escasa altura de los que se dedican a ella, de los llamados novelistas. Resulta evidente que el nivel de los lectores tampoco es alto, pudiéndose decir incluso que cada día es más bajo, pero también hay que decir que esto siempre ha pasado, por lo que ni de lejos lo anterior puede ser una escusa para justificar lo que está ocurriendo, y lo que está ocurriendo es que no se están realizando novelas no ya de calidad, pues cada día los novelistas están más capacitados para alcanzar los mínimos exigibles, sino novelas de excelencia, que es algo completamente diferente. La novela de excelencia, o al menos así la entiendo, es aquella que no se conforma con ser una novela más, la que no aspira a asentarse en lo ya existente, en lo que desde hace tiempo está pautado, sino aquella, que por decirlo de alguna forma, aspira a pautar lo que aún no se encuentra pautado, la que arriesga, la que en definitiva abre nuevos caminos. Lo anterior viene a cuento porque acabo de terminar de leer  “Extinción” de Thomas Bernhard, novela que me ha estallado entre las manos.
                        Bernhard tiene fama de ser un escritor oscuro, casi inaccesible, venerado por la crítica más exigente, pero al que pocos han leído a pesar de su fama, ya que ciertamente su literatura no es para disfrutarla apaciblemente, por ejemplo debajo de  una sombrilla en verano en cualquiera de nuestras abarrotadas playas. Lo peor que se puede decir de un escritor, y de Bernhard se dice como si fuera un elogio, es que sea un escritor para escritores, lo que es partir del supuesto, un poco optimista por cierto, no ya de que los escritores lean, sino que se dediquen a leer algo de tales características, lo que de ser cierto, con toda seguridad sería muy otra la literatura que hoy llegaría a nuestras manos.
                        Lo cierto es que leer a Bernhard es no es fácil, y no lo es, porque con él, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los autores, difícilmente se puede poner en funcionamiento el muy utilizado piloto de lectura automático, pues  su literatura es de una exigencia tal, que obliga a estar pendiente, con toda la atención que se pueda poseer, de cada una de sus frases, de sus múltiples digresiones, de sus rotunda afirmaciones, ya que una de sus características, es que constantemente le saca punta al lenguaje, tensionándolo, para hacer de él alta literatura.
                        “Extinción” es una novela potente, una novela que plantea un tema duro, el odio que el protagonista siente por la clase social a la que pertenece, y por extensión a Austria, su país; llevada a cabo con un estilo singular, que pese a ser muy trabajado, e incluso muy trabajoso, en lugar de eclipsar el tema, como suele ocurrir con demasiada frecuencia, lo encuadra y lo potencia a la perfección.
                        Por una serie de circunstancias, el protagonista de la novela tiene la posibilidad de destruir su mundo, en el que se había criado y siempre lo había condicionado, y lo destruye con el poder que cae en sus manos, haciéndolo desaparecer de su vida. Para él, pensar y escribir, en lugar de servir para fijar y comprender, sirve para fijar, comprender y destruir, aportando una visión demoledora tanto de su familia como de su país, cuya alma define como nacionalsocialista y como católica, algo que va siempre en contra de toda sensibilidad creativa y emancipada. El estilo indirecto empleado, sin duda lo mejor del texto, deja abierta gran cantidad de variables, de reflexiones sobre múltiples cuestiones, que en ningún momento dejan de iluminar al tema, sirviendo más bien para observarlo y diseccionarlo desde diferentes ángulos, para desde la complejidad de la metodología empleada, dejarlo a la intemperie.
                        Es la primera novela que leo de Bernhard, que curiosamente es la última que escribió, y es la primera porque tengo que reconocer que tenía cierto temor a enfrentarme a sus obras, pero he quedado fascinado con ella, dejándome claro que la buena literatura nunca puede ser ni complaciente ni cómoda, sino exigente y poliédrica, y también, que sólo este tipo de literatura es la que puede tirar del carro de la literatura misma, que si tiene algún futuro, que si puede tener algún futuro no va a tener más remedio que abandonar las tediosas y soleadas costas donde desde hace tiempo se encuentra atracada.
            Bernhard es un punto de referencia.

Lunes, 27 de julio de 2015





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