LECTURAS
(elo.315)
EL CORAZÓN DE
LAS TINIEBLAS
Joseph Conrad
El País, 1899
Hace
algunos años, empujado por la fama de la novela y del prestigio del autor, leí
por primera vez “El corazón de las tinieblas”, y tengo que decir, aunque me
avergüence, que no me pareció nada del otro mundo, lo que no habla nada bien
del lector que fui. Por ello, cuando ahora, bastante tiempo después, me he
visto en la obligación de tener que volver a leerla, he observado como iba
relegándola con la esperanza de poder despacharla, en el mejor de los casos,
con una lectura superficial. Pero claro,
olvidaba que ninguna obra que haya resistido el paso del tiempo puede ser
intrascendente, tal como le ocurre a la mayoría de las que hoy se publican, que
por mucho predicamento que lleguen a tener, por mucho apoyo publicitario que
consigan, difícilmente lograrán resistir en nuestra memoria ni tan siquiera
unos cuantos meses, por lo que evidentemente, como no podía ser de otra forma, en esta ocasión la novela
de Conrad me ha estallado en las manos. Pero, ¿Cuáles son las novelas que
perduran? ¿Cuáles las que consiguen esquivar “el viento del olvido”? Está claro
que no son, como en principio se podría imaginar, aquellas que sólo están
magníficamente escritas, ya que los cementerios de la literatura están repletos
de este tipo de novelas, sino aquellas que además de estar bien escritas
consiguen tocar, arañar, todo aquello que nos atañe como seres humanos. Lo
humano, la vida en toda su extensión es el alma de la novela, de la novela de
todos los tiempos, pero para acercarse a ella de forma adecuada no basta con
poseer un dominio de la narrativa, es fundamental poseer también un
sensibilidad especial, una inteligencia que en literatura sólo está al alcance
de unos pocos, precisamente de los más grandes.
El
alma humana, o lo humano, es el gran misterio al que nos enfrentamos, al ser un
enorme agujero negro del que apenas sabemos nada, un descomunal vacío que a
pesar de acompañarnos a donde quiera que vayamos, o posiblemente por eso,
tratamos en todo momento de puentear de mil formas diferentes con tal de no
tener que asomarnos a él. Las religiones, la moral, las ideologías…, en el
fondo no son más que instrumentos que utilizamos para mantenernos erguidos, con
objeto de evitar los efectos desestabilizadores que nos provoca ese vacío que
siempre se encuentra a nuestro lado, proporcionándonos modelos de
comportamiento que nos faciliten ese inestable equilibrio que tanto se
necesita. Sabemos, aunque tratemos de neutralizar esa certeza con las
estructuras que hemos logrado desarrollar, que en todo momento nos encontramos
a un paso de la indigencia, de la indigencia moral, que vivir bajo un código,
sea el que sea, es un triunfo de la voluntad, y que la naturaleza, a la que
tanto amamos, siempre y cuando logremos mantenerla controlada, en todo momento se encuentra
atenta, vigilante, por si un día desfallecemos. Da igual en qué consiga el ser
humano creer, en la razón, en un Dios extraño y mitológico o en unas cuantas
ideas más o menos elaboradas, porque lo importante es tener a mano un manual de
conducta sobre el que poder echar mano en momentos de necesidad.
Conrad en esta sorprendente novela
habla precisamente de ello, de la fragilidad del ser humano, de la que se
manifiesta, de la que sale a relucir
cuando todos esos soportes que hemos fabricados, o heredados, caen hecho
pedazos a nuestro alrededor; cuando la naturaleza consigue que dejemos de ser
lo que creemos que somos para convertirnos en aquello que como hombres hemos
tratado históricamente de dejar atrás. Habla del horror que significar para
alguien comprender que ha obrado aculturalmente, de forma animal, al haber
entrado en las dinámicas, siempre salvajes y crueles que impone la propia naturaleza.
De alguien que ha caído en el vacío de la inhumanidad, después de haber sido un
ejemplo de moralidad para todos los que lo habían conocido.
“El
corazón de las tinieblas” es una novela sin aristas estructurales, en la
que, en una reunión de amigos, alguien
cuenta una historia que le sucedió cuando estuvo en África trabajando como
patrón de un pequeño vapor fluvial al servicio de una compañía colonial, cuya
tarea consistía en conseguir marfil. Allí, en la selva, escucha hablar de
alguien excepcional, de un tal Kurtz, de una persona admirada por todos, y que
era con diferencia, quien más marfil conseguía. Pero algo había ocurrido y
había que ir obligatoriamente a buscarlo, pues al parecer se había convertido
en una amenaza para la propia Compañía.
En
ningún momento se habla de lo que había ocurrido, de suerte que a pesar de ser
el eje de la novela, casi todo lo que se sabe de él, de Kurtz, es por otras
personas, o de lo poco que consiguió ver con sus propios ojos el narrador de la
historia en el asentamiento colonial donde lo encontraron. No cabe duda que el
protagonista de la novela es Kurtz, pero también la selva, la amenazante y
abrumadora naturaleza que lo envolvía todo y que todo lo condicionaba. Éste es
sin duda el gran logro de la novela, la forma implícita en la que Conrad consigue
articular la narración, el drama que se produce, sin tener el autor que entrar
en los detalles, en los escabrosos y siempre vulgares acontecimientos, pues
todo se da a entender con meridiana claridad al lector.
Sí,
“El corazón de las tinieblas” es una novela asombrosa, una de esas novelas que
tienen que estar, por derecho propio, en toda biblioteca que se precie, pues
además del tema, que obliga necesariamente a que se tenga que reflexionar sobre
él, está perfectamente elaborada, ya que la técnica empleada, en la que el
autor demuestra su categoría como novelista, consigue, tal y como tiene que
ser, potenciar y enriquecer la temática.
Domingo, 22 de
febrero de 2015
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