LECTURAS
(elo.314)
EL DILEMA DE
ESPAÑA
Luis Garicano
Península, 2014
A
pesar de los escasos “brotes verdes” que de nuevo, según el gobierno y las
instituciones económicas internacionales están comenzando a germinar, en los
jardines de algunos más que en las macetas de la mayoría, resulta evidente que
este país se encuentra en coma, y que a pesar del delicado momento que padece,
no se están tomando las medidas, muchas de ellas radicales, que podrían tener
la virtud de ponerlo de nuevo en movimiento. Creo que nadie duda, por muy
traumáticas que puedan resultar esas medidas, de la necesidad de las mismas, y
que es el miedo, el miedo de unos y de otros, el que impide, ahora que es el
momento, que se lleven a cabo. La crisis ha sido, y sigue siendo devastadora,
deteniendo y haciendo retroceder al país, dejando en los márgenes a importantes
sectores sociales, a la mayoría de los jóvenes que desean incorporarse al
mercado laboral para iniciar una vida aceptable y a un sin fin de trabajadores
experimentados que difícilmente, por su edad, y por su formación, podrán volver
a encontrar un nuevo puesto de trabajo. Pero la crisis también ha dejado al
descubierto las costuras, las débiles costuras de nuestro entramado productivo,
sustentado más en la especulación que en
la productividad, y que a las primeras de cambio, en el momento en que los
vientos dejaron de ser favorables, se desmoronó de forma aparatosa dejando un
panorama desolador. Para colmo, y al mismo tiempo, ha conseguido arrojar contra
las cuerdas, y muy tocada, a la clase política, que estrechamente emparentada a
ese tejido productivo, ésta es una singularidad patria, ha perdido la mayor
parte de su credibilidad ante la
ciudadanía. Esa misma clase política que ahora con dificultad apenas se atreve,
por vergüenza, a levantar la cabeza, además de depositar su credibilidad y su prestigio a “los pies de
los caballos”, ha dejado a las instituciones que durante tanto tiempo habían
mantenido colonizadas completamente deterioradas, incapaces de cumplir con sus
funciones, lo que ha conseguido que el sistema del que tanto nos enorgullecíamos
hasta hace poco, al desconocer su articulación interna, se encuentre en una
situación de quiebra técnica.
Ante
el desolador paisaje ante el que nos encontramos, arrasado por los vientos de
una crisis descomunal, con una clases política en la que nadie con “dos dedos
de luces” confía y con unas instituciones en quiebra, difícilmente este país
podrá levantar el vuelo, por lo que es fundamental llevar a cabo acciones
quirúrgicas de calado que tengan la virtud de cerrar las puertas a un periodo
de nuestra historia, el conocido por el de la Transición, para por obligación,
abrir otro que parta de supuestos diferentes.
Desde
hace tiempo vienen apareciendo textos, estudios, que suponen un acercamiento a
este tema, muchos de ellos provenientes de lo que se podría denominar la
inteligencia cosmopolita o globalizada, como éste del economista Luis Garicano,
en el que sintetizando viene a decir, que a pesar de lo que parece, todos los
actores significativos coinciden en el diagnóstico y también en lo que hay que
hacer, pero que el temor, el temor a perder los privilegios, obliga a esos
mismos actores a “tirar los balones fuera” con la esperanza de que un día, más
temprano que tarde, llegue a escampar.
Sí,
es posible que un día escampe, pero seguro que estaremos tan empapados que
difícilmente tendremos fuerzas más que para escapar de los efectos de la
neumonía que nos habrá provocado el estar tantos días a la intemperie bajo la
lluvia. Para Garicano hace falta un nuevo contrato social que consiga cambiarlo
todo de arriba abajo, que aspire, cuanto menos, a posicionar este país en la
estela de las sociedades que mejor
funcionan, que son la de los países del norte de Europa, para lo que es
fundamental potenciar dos pilares básicos, una educación de calidad que se
adapte a los tiempos que realmente vivimos, y la imprescindible
reestructuración del aparato estatal, con la intención de que el Estado sirva a
la ciudadanía y no a la clase política y a todos los que de forma espúrea la
sostienen.
No
cabe duda, con independencia de la opción ideológica que se posea, que este
país necesita profundas transformaciones, al menos para que vuelva a ser
mínimamente sostenible, para que abandone la Unidad de Cuidados Intensivos en la
que desde hace tiempo se encuentra instalado con objeto de que encuentre el
lugar que le corresponde, ya que no puede seguir siendo un país subsidiado sin
aspiraciones de futuro. Para ello, y en esto tiene razón Garicano, es
fundamental modificar las bases del actual sistema educativo con la intención,
con la loable intención de que sirva para preparar futuros ciudadanos
capacitados para afrontar la movediza y compleja realidad en la que vivimos,
todo lo contrario de los objetivos del actual. No menos razón tiene con
respecto al Estado, un Estado mastodóntico e intervencionista que apenas deja
espacio para lo que se viene denominando la sociedad civil, una sociedad civil,
que en el caso de que exista, algunos dudamos de ello, desde tiempo inmemorial
se ha conformado, por comodidad, por apatía, a vivir bajo su sombra. Para colmo
ese Estado que “disfrutamos” está colonizado por la clase política, de suerte
que sus órganos de control o directamente no funcional, o no están al servicio
de la ciudadanía, al mirar sólo por los oscuros intereses de aquellos que lo
controlan, lo que logra neutralizar toda iniciativa ciudadana que se atreva a
salir de su área de influencia.
Como
apunté antes, las recetas de Garicano, al menos las básicas, son válidas para
todas las opciones políticas que en realidad aspiren a mejorar la salud de
nuestra sociedad, que aspiren a hacer de España un país rico y solidario (hay
que señalar, o que recordar, que sin riqueza la solidaridad se convierte sólo
en reparto de la miseria), y que la única opción que en estos momentos aparece
ante nosotros, es la de apostar entre modernidad o populismo (o peronismo, como
diría el autor).
Sábado, 31 de
enero de 2014
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