viernes, 13 de noviembre de 2015

El poder y la gloria

LECTURAS
(elo.320)

EL PODER Y LA GLORIA
Graham Greene
El País, 1940
                       
                        No esperaba esta novela. En ningún caso esperaba una novela de tales características cuando comencé a leerla por indicación de un amigo. Hace años había leído otras obras de Graham Greene que recuerdo radicalmente diferentes, por lo que, en principio, no sé qué decir sobre “El poder y la gloria”, salvo precisamente eso, que me ha sorprendido. Podría comenzar diciendo que se trata de una novela sobre la desolación, sobre el abrumador peso de la existencia, que es donde sólo puede encontrar sentido la religión. Es posible que sea una novela sobre la religión y de la justificación que ésta encuentra entre los más desesperados, entre los que no tienen nada salvo la obligación de seguir viviendo, novela que podría encuadrarse, por las reminiscencias que me llegan de otras lecturas, en cierta tradición literaria, en la de la desolación, desde la que con luz propia emergen autores como Rulfo, Onetti, McCarthy e incluso Jesús Carrasco para citar a alguien cercano que ha obtenido cierto éxito con una reciente novela, “Intemperie”.
                        “El poder y la gloria” es una de esas novelas en las que el lector no puede agarrarse a casi nada, sólo al deambular del protagonista, a su incesante huida para evitar ser detenido, juzgado y ejecutado, en donde en un escenario de una aridez extrema, la del semidesértico México más estereotipado, en donde la barbarie revolucionaria, que siempre por comodidad suele subrayar lo accesorio, se había impuesto desmantelar a la Iglesia Católica, por lo que era fundamental acabar con sus funcionarios, los sacerdotes. El autor pone en el centro de su interés a un cura, a un “pater whisky”, en uno de esos curas que a pesar de ser miserable pecador, no había aceptado las imposiciones del poder revolucionario, la de casarse para vivir de una miserable pensión estatal  para así quedar desacreditados ante la población.
                        Pero a través de ese cura que desesperadamente, en principio, trataba de salvar su vida sin claudicar, se observa la miseria en la que vivían los más pobres, así como la violencia extrema existente, y cómo los más miserables, a pesar del mandato de las  autoridades, no habían abandonado una fe que no buscaba la felicidad ni la justicia en la tierra, sino precisamente en un lugar que se encontraba más allá de la muerte, en donde hallaban el consuelo que necesitaban para poder seguir soportando la mezquina existencia que padecían. Este creo que es el objetivo de la novela, que queda subrayado al final cuando un nuevo cura llega al lugar después de haber sido ejecutado el protagonista, que el ser humano necesita ese consuelo, la certeza de que existe una vida diferente, más plena, después de la muerte, y que la  necesita para seguir aguantando lo inaguantable. Y también, que entre la revolución que de forma fallida buscaba la felicidad en la tierra y la fe, los más humildes no dudaban.
                        A pesar de lo anterior, lo más importante de esta novela no es el mensaje que de forma implícita el autor desea aportar, no, ya que el valor de la misma se encuentra en el desarrollo, en la forma narrativa que emplea, en donde todo queda difuso, como si una tenue capa de polvo, de polvo del desierto, lo cubriera todo, dejando sólo lo necesario para que la historia se mantenga en pie, quedando en el lector una sensación extraña en donde la aridez y la desolación le hacen comprender que en esas tierras lo único importante era sobrevivir, pero sobrevivir sin esa alegría que en el mejor de los casos puede justificar la existencia. Sí, lo más importante es la desolación que lo empapa todo, lo que el autor consigue gracias a un distanciamiento que en todo momento evita la complicidad, ni con sus personajes ni con sus lectores, y también en la escenografía, en donde la dureza, la aspereza, hacen creer que se habla de otro mundo, de un mundo inexistente en donde nada es grato y sí trabajoso.
                        En contra de lo que temí cuando leía las primeras páginas, posiblemente por el recuerdo que aún mantengo de “Intemperie” de Jesús Carrasco, “El poder y la gloria” ni de lejos es sólo un ejercicio de estilo, ya que todos los elementos estructurales y estilísticos están pergeñados para dejar una opinión clara sobre la mesa, la de que para muchos es imprescindible creer, pues en el fondo esas creencias es lo único que poseen, algo que nadie les podrá quitar.
                        Ni que decir tiene, por lo expuesto anteriormente, que se trata de una novela incomoda, poco agradable, ya que en ningún momento trata de satisfacer al lector, pero tengo que reconocer, lo que no esperaba, que posee una calidad extrema, en la que tanto el fondo como la forma se adecuan a la perfección, sin dejar aristas y cabos sueltos sin haber sido trabajados, lo que demuestra que todo en ella ha sido cocido y elaborado a fuego lento, en donde la improvisación ha tenido poca cabida.
                        Un fin, una gran novela.

Viernes, 24 de abril de 2014

                        

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