lunes, 10 de diciembre de 2012

Los enamoramientos

LECTURAS
(elo.265)

LOS ENAMORAMIENTOS
Javier Marías
Alfaguara, 2011

Hace unos días escuché en la radio, y no sé a razón de qué, a un filólogo norteamericano especializado en la literatura española actual, decir algo que me llamó la atención, a saber, que era un apasionado lector de las novelas de Javier Marías y de las de Arturo Pérez-Reverte, lo que a mi modo de ver, tiene que ser algo parecido a ser hincha de los dos equipos de una misma ciudad, un enorme contrasentido, ya que ambos novelistas, que al parecer son muy amigos, si literariamente coinciden en algo, es en estar enrolados, y de forma militante, en concepciones no ya diferentes, sino radicalmente opuestas de lo que debe ser la actividad que desarrollan. Marías, a diferencia del cartagenero, apuesta por una narrativa introspectiva, que se asienta en las reflexiones y en las digresiones que llevan a cabo los diferentes personajes que intervienen en sus novelas, pero sobre todo en una extrema elaboración del lenguaje, en donde cada frase parece estar concienzudamente medida y trabajada, lo que obliga al lector a paladear cada una de sus páginas, pues en ellas encuentra un equilibrio y una riqueza, que en muy pocas obras de otros autores puede encontrar. Marías va a contracorriente, pues la literatura actual, la que se vende y la que se lee, parece que sin dudarlo mucho ha optado por otro camino, por el de su colega, en donde las historias que se cuentan son siempre demasiado explícitas, pues en ellas todo se centra en las piruetas o en los acontecimientos, contra más extraordinarios mejor, que tienen que realizar o ante los que se tienen que enfrentar sus protagonistas, que casi siempre viven hacia fuera, y de los que se muestran sólo algunos rasgos significativos, los suficientes para justificar sus actuaciones. Sí, en estas obras lo importante es la singularidad, tratando los diferentes autores de dejar constancia, tal como dictan los tiempos, de que todo es reversible gracias a la voluntad, aportando en la mayoría de las ocasiones personajes de “cartón piedra” que poco o nada tienen que ver con la complejidad que hoy singulariza a la condición humana, y que la novela, al menos la novela de calidad, tiene la obligación de afrontar.
No cabe duda que el protagonista, el auténtico protagonista de las obras del autor madrileño es el estilo, su peculiar forma de narrar, que para muchos puede resultar anacrónica, a veces aburrida, insoportable incluso, ya que se tiene la sensación, debido a sus constantes digresiones, de que nunca se avanza lo suficiente en la lectura de las historias que nos trata de narrar, y que éstas casi siempre quedan difuminadas, eclipsadas, según algunos por su debilidad, por la fortaleza de ese estilo que tanto le distingue, por lo que, cuando se termina de leer algunas de sus novelas, que siempre se desarrollan “a fuego lento”, lo que de verdad apetece a éstos, a los que opinan así, es zambullirse en cualquier historia de dicharacheros espadachines, al echar de menos, de forma insufrible, el poder terapéutico de la acción. Es posible, es posible que su gran virtud sea para muchos su gran defecto, pues ya se sabe aquello de que “para gustos, colores”, pero no cabe duda que para otros, entre los que me encuentro, cualquier obra de Marías es ante todo una fiesta, una fiesta precisamente de colores, en donde difícilmente se puede encontrar una afirmación contundente, o un personaje inocente, ya que aquello que se cuenta siempre está repleto de sutilezas y de dobleces, de posibilidades inadvertidas, al igual, no se puede olvidar, que la mayoría de los que pululamos por nuestras calles y plazas, que si algo no padecemos es de la simplicidad que casi siempre define a los personajes de las novelas y de las series televisivas de éxito.
En “Los enamoramientos”, sin olvidar ni dejar a un lado su circular estilo narrativo, Marías se centra, cosa no ocurrida de forma tan explícita con anterioridad, en un tema concreto, en el amor, o mejor dicho en el estado de enamoramiento, dos conceptos que él distingue y que trata de delimitar, pues según dice, “el amor se puede suplantar, pero no el enamoramiento”. Parece que para el autor de esta novela, el amor es un concepto, una idea que mientras que no se activa nos puede dejar indemne, pero que por el contrario, el enamoramiento, el estar enamorado, es la implementación de esa idea, que no significa otra cosa que estar enamorado de alguien, de alguien que nos hace débiles y vulnerables. Por tanto, con el amor se puede convivir, pero ante el enamoramiento casi siempre se pierden los papeles, ya que gracias a él, podemos vernos obligados a actuar de forma insospechada y no deseada.
En la novela, una novela narrada por una mujer, algo también insólito en el autor, el protagonista, aquejado por el mal del amor, por el enamoramiento, comprende que si no hacía algo, algo que necesariamente tenía que ser drástico, no podría conseguir su objetivo, la mujer a la que amaba, por lo que ejecuta un arriesgado movimiento que a la larga le proporciona lo que tanto deseaba.
En esta ocasión, a pesar de introducirse por todos los vericuetos que va encontrando, algo consustancial en él, la historia sí parece quedar más diáfana que en otras ocasiones, lo que le ha proporcionado dos consideraciones en principio contrapuestas, por un lado los aplausos de aquellos que por primera vez, por la relativa accesibilidad del texto, han podido disfrutar con una novela de Marías, y conozco a muchos, y por otra, la de los que definen “Los enamoramientos”, por este motivo, como una obra menor del autor, lo que desde mi punto de vista resulta excesivo. Ante lo anterior tengo que decir, que es bueno que una novela de Marías, y todas las novelas de Marías poseen una calidad incuestionable, tengan un número considerables de lectores, de lectores reales, pues es algo evidente que muchos de los que compran sus obras nunca consiguen leerlas, por la dificultad de las mismas, pues estoy convencido que el madrileño es uno de esos autores que venden más de lo que se le lee, y por otro, que es positivo que Marías haya tomado tierra, pues corría el peligro, el peligro real, como presagiaba su trilogía “Tu rostro mañana” que se convirtiera en un novelista “metafísico”, apto sólo para un reducido número de lectores.

Miércoles, 21 de noviembre de 2012

lunes, 3 de diciembre de 2012

Plataforma

LECTURAS
(elo.264)

PLATAFORMA
Michel Houellebecq
Anagrama, 2001

Observando las listas de ventas, y también los escaparates de las más importantes librerías, se puede comprender los temas que interesan y lo que realmente se lee hoy en día, lo que certifica una vez más que la literatura no va por buen camino, aunque para contrarrestar lo anterior, siempre queda aquello de “que siempre ha pasado lo mismo”, algo que en las actuales circunstancias no resulta nada edificante, pues no están las cosas para ocultar la cabeza en novelas absurdas de contenido gaseoso, o quizás sí, o quizás sea el momento para que la literatura ejerza ese poder que posee para narcotizar a sus usuarios, con objeto de que no tengan que seguir viviendo y viendo lo que ven, sirviendo de refugio para los que cansados, sólo encuentran el sosiego que necesitan escondiéndose en ellas. No lo sé. Lo que sí sé, es que mientras la mayoría de los escritores se dedican a crear mundos ficticios para que sus lectores pasen de puntilla sobre la realidad que les ha tocado en suerte, para que puedan huir de ella aunque sólo sea por unas horas, otros tratan de hacer lo contrario, intentando dejar al descubierto los problemas, las heridas por las que se desangran, con objeto de hacerles comprender de que así no se puede seguir, que este “tirar siempre, de forma inconsciente hacia delante”, no es, no puede ser la estrategia más adecuada.
Houellebecq es uno de estos últimos, un extraño espécimen, que de vez en cuando nos habla en sus novelas de la desolación en que vive Occidente, “que ya sólo puede ofrecer productos de marca”, en donde el denominado capitalismo avanzado nos ha conducido a un individualismo, y consecuentemente a un narcisismo, que nos impide buscar lo que realmente necesitamos, que no es aumentar nuestro nivel de vida, sino satisfacer lo que por dentro nos corroe, la necesidad de amar y de que nos amen. Occidente ha dejado de ser la vanguardia, para convertirse sólo en un escaparate, al no tener ya nada válido, de auténtico valor que aportar, sólo un alto nivel de vida envidiado por todos, que oculta sus cada vez más profundos déficits, hecho que lo convierte en un lujoso y majestuoso transatlántico a la deriva, que sin apenas maniobrabilidad, ya no tiene, ni tan siquiera, un puerto seguro en donde poder atracar.
“Plataforma”, la más polémica novela de Houellebecq, hace lo que toda buena novela tiene que hacer, hablar de algo para afrontar otras cuestiones, pues en ella es imposible quedarse sólo con lo aparente, con el escandaloso tema del turismo sexual, y no ahondar en lo realmente importante de la misma, en la insatisfacción que está hundiendo al hombre contemporáneo, siempre pendiente de lo accesorio, de sus niveles de productividad y de rentabilidad, del consumo compulsivo que lo mantiene en permanente jaque, en suma, de las dificultades que encuentra, en una sociedad tan competitiva, para mantenerse a flote en lugar de encarar lo que ineludiblemente tiene que afrontar, que no es otra cosa que intentar buscar esa felicidad que tanto necesita y que observa que siempre se le escapa de las manos. En “Plataforma”, el francés, habla también de la imposibilidad de buscar salidas, aunque sean momentáneas a la actual situación, ya que ese intento sólo puede acarrear el fracaso, y en el mejor de los casos, el alejamiento desencantado de esa sociedad.
Pese a la polémica que desató en su momento, no creo que esta sea la mejor novela de Houellebecq, aunque estoy convencido que será la que todos recuerden de él, por lo rompedora y arriesgada que resulta, al tratar un tema que todos en buena medida estigmatizamos, pero a pesar de ello, he sentido que en determinados momentos se me ha hecho pesada, no habiéndome impactado tanto como me impactó la primera vez que la leí. Lo anterior se puede deber al propio estilo utilizado por el autor, y al hecho, de que parte de la fuerza de la novela se base en la forma en que el autor trata la historia, y que una vez conocida ya no llama tanto la atención, de suerte, que esas imágenes tan explícitas que jalonan toda la narración, a veces llegan a cansar bastante. El estilo de Houellebecq es el de siempre, directo, en principio poco literario, repleto de afirmaciones incendiarias y arbitrarias que consiguen en todo momento sorprender al lector, obligándole a subrayarlas, lo que hace posible que una literatura tan árida y a veces tan prosaica, recobre en determinados instantes, la vida y la brillantez que toda buena narración necesita.
La novela habla de alguien, de un oscuro funcionario, que conoce a una mujer que le devuelve las ganas de vivir, en cuya relación tiene un papel destacado el sexo, que representa ese entregarse y ese darse, que para el autor es lo que tanto necesitan los “desarrollados” occidentales. Ambos, junto a un alto ejecutivo de una importante empresa turística, idean unos centros de ocio, todos e países tercermundistas, que ofertaban sencillamente eso, sexo, establecimientos que en poco tiempo consiguen un éxito escandaloso, lo que dejaba al descubierto que el sexo en sí, constituye una de las grandes carencias de nuestras sociedades. Pero todo se vino abajo a causa de un brutal atentado terrorista, que acabó con la vida de muchos de los turistas, y también con la de Valérie, la mujer con la que el protagonista encontró lo que nunca creyó que podría llegar a encontrar, circunstancia que empujó a éste, a dejarlo todo para autoexiliarse en Tailandia, desde donde acabado, se dedica a escribir esta novela.
Como dije antes, la historia contada en la novela es una escusa para hablar de lo que realmente le interesa al autor, que no es otra cosa que de la decadencia, de la apatía y del callejón sin salida en el que se encuentran atrapadas nuestras sociedades, que parecen que definitivamente han abandonado la posibilidad de encontrar algún día la felicidad, conformándose sólo con sucedáneos que nunca podrán llega a satisfacerlas.
“Plataforma” ya es un clásico de la literatura contemporánea, una de esas novelas imprescindibles para comprender que existe una literatura, que desde la calidad, aspire a algo más que a adormecer y a conformar a los lectores, al igual que Houellebecq, es uno de esos escasos autores que van más allá, de lo que en los tiempos que vivimos, se espera de un novelista.

Lunes, 29 de octubre de 2012

viernes, 23 de noviembre de 2012

Con el agua al cuello

LECTURAS
(elo.263)

CON EL AGUA AL CUELLO
Petros Márkaris
Tusquets, 2012

De vez en cuando, sin que se llegue nunca a abusar de ellas, es recomendable encerrarse con una buena novela policiaca, pues este tipo de novelas, repito que cuando son buenas, consiguen desintoxicar y oxigenar al lector habitual, que en demasiadas ocasiones se observa acorralado, “entre la espada y la pared”, por novelas, que a pesar de poseer cierta calidad, no consiguen ni tan siquiera llegar a interesarlo. El género negro tiene la singularidad de “enganchar” con sus tramas al lector, lo que en muchas ocasiones sirve, lo que no es poco, para reactivar a aquellos que han olvidado que en primer lugar la lectura tiene que ser un divertimento, una fiesta, y que en el momento en que se convierta sólo en un esfuerzo, es conveniente dejarla a un lado en busca de cualquier otra actividad, que sí consiga captar por completo el interés de quien se refugie en ella. Por supuesto que el objetivo de una novela no puede ser sólo el de divertir o el de entretener, de suerte que si fuera así no tendría ningún interés, al menos ningún interés literario, pero lo que sí está claro es que toda buena novela, a pesar de tener necesariamente todo lo que tiene que poseer, en primer lugar, como paso previo, tiene que resultar atractiva para el tipo de lector al que va dirigida.
La novela negra, aunque muchos traten de extender sus límites, al comprender el enorme potencial que posee, es ante todo una novela de género, sabiendo los que se dedican a ella, a la perfección, el terreno en el que tienen que jugar, y también, los cuatro pilares sobre los que tienen que apoyarse, además de conocer su función, su función primaria, que no es otra que la de proporcionar al lector que se acerque a ellas, mediante una escritura rápida y en principio no muy elaborada, unas tramas que consigan entretenerlo durante varias horas. Sólo eso, lo que no es poco, ni fácil por supuesto.
Uno de los grandes atractivos de este tipo de novelas es precisamente ese, su aparente sencillez, en donde sólo hace falta zambullirse en cualquiera de ellas para siguiendo las pautas estipuladas, con sus diferentes variantes, llegar al esclarecimiento de un extraño suceso. Por ello, porque la trama casi siempre es la misma, lo que toma importancia en muchas ocasiones, sobre todo cuando el autor es de nivel, es el entramado que se elabora, y sobre todo la singularidad del protagonista de la obra, que siempre, y este hecho es básico, tiene que poseer una personalidad lo suficientemente acusada como para llevar de la mano al lector, por las diferentes pesquisas que realiza para aclarar el hecho al que se enfrenta.
Como dije antes, el potencial de estas novelas es tan amplio, que muchos autores, de esos que suelen ser definidos como totales, utilizan el género negro para afrontar temáticas que le vienen como “anillo al dedo” a este tipo de novelas, sobre todo para analizar y dejar al descubierto problemas y desajustes sociales, que utilizando otras metodologías resultarían mucho más difíciles de afrontar, lo que no siempre consigue dejar obras redondas, precisamente por el hecho de haberse recargado en exceso unas tramas que no están ideadas para ello. La buena novela negra tiene que ser ligera, lo que no quiere decir que tengan que ser banales ni que necesariamente tengan que pasar de puntillas sobre la realidad que enfocan, no, pero tampoco puede cargar las tintas en ello, sólo subrayarlas para que al lector no se le pase desapercibida. En este hecho, y en la forma en que el autor desarrolla el caso, es donde se puede calibrar la calidad de este tipo de novelas, en las que siempre hay que tener presente que lo primero siempre debe supeditarse a lo segundo, por lo que el entramado que se cree, por muy elaborado que sea, nunca debe ocultar el objetivo último de este tipo de obras.
Hace unos meses me enteré que había un novelista griego que desarrollaba sus novelas, de temática policiaca, bajo el escenario de la crisis que vive su país, lo que me obligó a apuntar su nombre, para a las primeras de cambio, cuando necesitara leer una novela de esas características, perderme en alguna de ellas, pues para colmo me habían informado que estaban teniendo bastante éxito.
“Con el agua al cuello” es una novela que se desarrolla en Atenas, en donde la crisis que devasta a aquel país se observa a las claras en la ambientación en la que el autor encuadra el caso que el inspector Kosta Jaritos tiene que esclarecer, una serie de asesinatos que se estaban produciendo y que tenían unas peculiaridades especiales, a saber, que los afectados pertenecían al mundo financiero, y que todos aparecieron decapitados por un sable o por una espada. Me gusta el personaje principal de la novela, pues creo que es creíble, que es alguien normal, sin demasiadas aristas, que encaja bien, sin rechinar demasiado en el cargo de funcionario que ocupa, y también el ritmo de la novela, que empuja a una lectura rápida, lo que en este tipo de obras es esencial. Sin embargo, esa ambientación de la crisis creo que es demasiado forzada, limitándose el autor a subrayar el colapso circulatorio que padece la capital griega por las múltiples manifestaciones que en ella se producen, y a alguna que otra conversación entre policías en donde se hacía referencia a los recortes que estaban padeciendo sus sueldos, y poco más, lo que me ha sorprendido, pues esperaba que el tema fuera tratado con más sutileza pero al mismo tiempo con mucha más contundencia.
También me ha parecido demasiado forzado el caso en sí, que no resulta muy verosímil, pues que un antiguo deportista de élite, que en su momento fue defenestrado de su actividad por dopaje, realice su particular venganza sobre miembros de los poderes financieros, al encontrar en la actividad de estos cierta similitud con la acusación que le había destrozado su vida como deportista, me parece excesivo.
No obstante, para calibrar con más conocimiento de causa a este autor, creo necesario leer alguna novela más de él, pues estimo que tiene suficientes cualidades para este tipo de literatura, pues como he dicho, su personaje estrella, el inspector Jaritos, posiblemente por su normalidad, me ha resultado bastante atractivo. Veremos.

Viernes, 19 de octubre de 2012

sábado, 17 de noviembre de 2012

Las leyes de la frontera


LECTURAS

(elo.262)

 

LAS LEYES DE LA FRONTERA

Javier Cercas

Mondadori, 2012

 

                        Posiblemente tenga razón Rodríguez Rivero cuando dice que Cercas es un peso pesado medio, pero de lo que estoy convencido es que es un escritor, por los temas que elige, pero sobre todo por la metodología que utiliza para desarrollarlos, que no suele dejar indiferente a nadie, de  suerte, que esa metodología empleada, que casi siempre está por encima de las historias que cuenta, consigue subrayarlas, aportándoles un valor añadido que difícilmente podría obtener de otra forma, lo que hace que sus obras siempre resulten interesantes, a lo que hay que añadir, el poderoso estilo narrativo que utiliza, que obliga al lector, envolviéndole y empujándole, a no parar de leer, pues si hay algo que caracteriza a la literatura de Cercas, es que nunca cansa ni aburre. Cierto, las narraciones de Javier Cercas poseen un atractivo especial, un atractivo que en principio parece que lo enlajan de lo meramente literario, pues el lector es convencido de lo que está leyendo no es literatura, sino otra cosa, aunque después comprende que estaba equivocado, que el autor le había engañado, y que lo que está leyendo es pura literatura, una literatura diferente, no convencional, pero pura literatura.

                        En unos momentos en que el desprestigio de la ficción es evidente, la gente cada día está más cansada de que le cuenten tantas historias, Cercas aparece haciendo una literatura partiendo de hechos sucedidos realmente y conocidos por todos, al estimar, como pone en boca de uno de sus personajes, que aunque la ficción siempre supera a la realidad, “la realidad siempre es más rica que la ficción”, encontrando en esa “riqueza” un yacimiento literario de considerable magnitud, que consigue enriquecer con su particular mirada. Sí, porque Javier Cercas no se conforma con fotografiar lo que pasó, con amplificar lo que sucedió, sino que, como hizo en “Anatomía de un instante”, se empeña no sólo en aportar su propia visión de los hechos, sino los motivos que hicieron posible tales hechos, lo que personaliza sus obras al tiempo que consigue crear cierta polémica, pues en lugar de matar definitivamente lo acaecido, aportando una visión cerrada, tal como hizo Truman Capote en su más célebre novela, lo que hace es activar los hechos y subrayar la actualidad del los mismos.

                        En esta obra Cercas se sumerge en un mundo inesperado, en el mundo de la delincuencia que afloró en los difíciles años de La transición, y más concretamente en uno de sus héroes, el Zarco (¿el Vaquilla?), realizando una completa disección del personaje que consigue dejarlo al descubierto, pero no se limita sólo a él, posiblemente porque comprende que el Zarco en sí no era  nadie, que fue una construcción del momento histórico en que vivió, y que lo importante y lo interesante de él, se encontraba fuera de él.

                        El autor, posiblemente para dar más verosimilitud y también para no caer en lo meramente literario, de lo que al parecer huye como de la peste, aborda la figura del protagonista de la obra de forma indirecta, gracias a una serie de entrevista que realiza alguien que había sido contratado para narrar la vida del Zarco. El entrevistado, sobre el que recae el mayor peso de la obra, de suerte que se  puede decir que es el protagonista real de la misma, es un antiguo miembro de la banda de el Zarco, alguien que a pesar de  pertenecer a una extracción social distinta a la del delincuente, en un momento dado, y por una serie de circunstancias, colabora en la misma, y que en la fecha en que se produce la entrevista, ya completamente reinsertado, se había convertido en un afamado abogado de la ciudad en donde transcurrieron los hechos. También aparecen otros entrevistados, como el policía que detuvo por primera vez al delincuente, o el director de la prisión de Gerona, pero éstos, parece que sólo tienen cabida en la obra para dar fe y credibilidad, a los testimonios que aportaba el abogado y antiguo miembro de la banda del Zarco.

                        Pero Cercas es inteligente y no aspira sólo a narrar la vida de un delincuente, por muy famoso y mediático que llegara a ser, no, pues deja al descubierto o desea dejar al descubierto varias cuestiones de profunda actualidad, y que con la escusa de el Zarco deposita sobre la mesa, la necesidad que tienen nuestras mediocres sociedades de héroes, sean de las características que sean, el poder que poseen los medios de comunicación para crear a esos héroes casi de la nada, y la instrumentalización que hace la clase política de todo lo que cae en sus manos, además de la capacidad que todos tenemos, debido a nuestra debilidad, de creernos las historias que de nosotros se cuentan, sobre todo cuando las mismas nos dejan bien parados de cara a los demás.

                        Es posible que lo que me haya llamado más la atención de esta obra, de esta novela, pues en el fondo y aunque no lo parezca es una novela, es la fuerza, la fortaleza de la misma, que a diferencia de otras muchas, consigue atrapar al lector desde la primera página, obligándole a leer, algo nada fácil de conseguir y que subraya la capacidad narrativa del autor. Lo normal es lo contrario, que el que se acerque a una novela tenga que realizar un esfuerzo para adentrarse en ella, que tenga que echar mano de esa fuerza misteriosa que se llama voluntad, lo que en última instancia está alejando a muchos, sobre todo a los más jóvenes, de la lectura, al encontrar siempre otras alternativas que les resultan mucha más atractivas, pero sobre todo menos trabajosas. Pero Cercas parece que tiene algo claro, que en primer lugar hay que interesar al lector, aportándole productos interesantes y bien construidos, incluso arriesgados, tanto en la forma como en el contenido, productos que siempre aporten  algo más que lo que aporta una bella o tormentosa historia de las muchas que sin justificación alguna se cuentan, pues sus obras están ideadas para un público que ya está cansado de leer novelas inanes, para un público diré que posliterario, pero que al mismo tiempo desea seguir leyendo.

 

Sábado, 13 de octubre 2012

viernes, 9 de noviembre de 2012

La historia del amor

LECTURAS
(elo.261)

LA HISTORIA DEL AMOR
Nicole Krauss
Salamandra, 2005

No tenía noticias de la existencia de esta autora, pero a raíz de la publicación de su última novela, que los suplementos literarios habían subrayado hace unos días como uno de los acontecimientos literarios del año, me he encontrado, por una serie de circunstancias, con su anterior novela, que venía acompañada, también, de todos los elogios imaginables. Como es lógico, tal como me ocurre cuando me sucede algo así, me encontraba deseoso de terminar lo que estaba leyendo, para perderme en las páginas de ese texto que tanto prometía y que con impaciencia me esperaba sobre mi mesa de trabajo, pero como también me suele ocurrir, y en más ocasiones de las que me gustaría, esa novela “prometida”, a pesar de que literariamente me ha resultado magnífica, me ha dejado bastantes dudas e interrogantes, lo que tampoco es mal asunto, pues tal hecho quiere decir, que tal obra se sale de los previsibles cauces por donde, de forma asfixiante, se ahoga la novela en la actualidad.
Hace unos días, un amigo me recordó una frase que siempre he repetido más de la cuenta, y que de un tiempo a esta parte parece que he olvidado, de repetir por supuesto, posiblemente porque ya la tenga tan asumida que no me hace falta enunciarla cada dos por tres. La cita es de Cortázar, del bueno de Cortázar, y decía que él hacía crítica para mantener sus estándares, es decir, por el mismo motivo que yo trato de comentar lo que leo, pues no todas las ideas que existen sobre la literatura coinciden con la que poseo, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que la literatura que parta de concepciones diferentes a las que mantengo, necesariamente tenga que ser mala. No, en absoluto, prueba de ello es esta novela que acabo de leer, que es un prodigio arquitectónico, en donde para colmo la delicadeza con que se trata el tema sobre la que se sustenta, y el fino humor que se puede encontrar en algunas de sus páginas, me hacen comprender que la literatura no se acaba, afortunadamente, en la idea o en la concepción que tengo sobre la misma. “La historia del amor” es una gran novela, y su autora una magnífica novelista, que sin duda, con el tiempo, aportara importantes obras que asombrarán y llenarán de entusiasmo a los que disfrutan con este tipo de novelas, novelas que, al menos desde mi punto de vista no dicen nada, aportando sólo belleza y estructuras perfectamente elaboradas, en donde las historias que se cuentan, a pesar de ser intrincadas y muy trabajadas, dejarán indemnes, a los lectores que de forma entusiasta la aplaudan.
He comentado en muchas ocasiones, que la gran literatura debe, tiene que ser algo más que un texto brillante o entretenido, al tiempo que el novelista no puede quedarse en ser alguien que domina a la perfección los instrumentos que tiene a su disposición, que tiene que ser algo más que un técnico, al necesitar de ese plus añadido que va más allá de saber plasmar la belleza o de saber articular de forma airosa un tema complejo. La gran novela se sitúa más allá de todo ello, pues la novela, aunque cada día más teóricos de la misma se empeñan en lo contrario, tiene que ser mucho más que un texto en donde se cuente bien una determinada historia. Sí, es algo más, o en mi opinión tiene que ser algo más, lo que no quiere decir, como he repetido ya en varias ocasiones, que la que acabo de leer no sea una buena novela, sólo que pertenece a un tipo de literatura que no me interesa.
Posiblemente por mi edad, ya que no pertenezco a las nuevas generaciones que necesariamente se ven en la obligación de imponer sus paradigmas, sigo manteniendo que la novela es un instrumento que aspira a comprender la realidad, un instrumento artístico que trata de desnudar y de dar vida, con paciencia, a los conceptos y a las ideas sobre las que nos asentamos, que intenta ahondar en las contradicciones que nos envuelven, en aquellas cuestiones que aún, a pesar de creerlas asumidas y perfectamente catalogadas, siguen desestabilizándonos.
Y tal labor intenta llevarla a cabo desde parámetros artísticos, pues sin voluntad de estilo la novela deja de ser novela para convertirse en otra cosa, pues la sociología, por ejemplo, debe asentarse en otras metodologías, pero sin huir de lo que ciertamente significa la realidad, en busca de lugares en donde todo parece más diáfano y en donde la existencia se dibuja con colores puros; afrontando interrogantes, aportando respuestas y dejando otros sin responder, gracias a lo cual el lector, además de disfrutar con la lectura, algo esencial, pueda quedarse con algunos temas sobre los que poder, con posterioridad, reflexionar.
“La historia del amor” trata precisamente de eso, de una historia de amor, y de un texto inspirado por aquella historia; de una historia que se truncó por los acontecimientos que se produjeron en la última gran contienda mundial, y por la distancia que ésta impuso entre dos amantes, y también de un libro que desapareció en aquella vorágine. Pero sobre todo habla de la importancia del recuerdo, que a veces es lo único que queda después de todo naufragio, y de lo que puede conseguir la letra impresa, que logra fijar para la eternidad, los sentimientos y las emociones que en un momento dado se llegaron a tener. La novela se desarrolla de forma magistral en tres planos diferentes, que llegan a interrelacionarse entre sí, hasta el punto, que el manuscrito que todos creían perdido llega a las manos de quien tenía que tenerlo, y que gracias al él, pudo conocer la historia de la que provenía.
Novela interesante que desgraciadamente no ha llegado a arraigar en mí como me hubiera gustado, pero que estoy seguro que arrancará elogios de la mayoría de los lectores que conozco, pues tengo que reconocer, que además de con dulzura, está escrita con inteligencia. Posiblemente con demasiada inteligencia, lo que me lleva a pensar, y no digo que sea el caso, de que es una novela típica de esos talleres de escritura creativa avanzada que tanto éxito y tantos resultados están teniendo, que ponen más el acento en las formas, en el objeto artístico en sí, que es visto como algo cerrado, que en el objetivo que debe perseguir toda obra artística, que evidentemente no es sólo el gozo ni el deslumbramiento de los que se acerquen a ella.

Jueves, 4 de octubre de 2012

viernes, 2 de noviembre de 2012

El temblor del héroe

LECTURAS
(elo.260)

EL TEMBLOR DEL HÉROE
Álvaro Pombo
Destino, 2012

Hace algunos meses me encontré con alguien que se dedica a la crítica literaria, que creo que sin haber leído a Pombo, o al menos sin haberlo leído en profundidad, me dijo que el santanderino estaba acabado, a lo que le respondí que posiblemente, pues sus dos últimas novelas de importancia, entre las que se encontraba un Premio Planeta, me habían parecido, a mi pesar, que representaban un estancamiento, por no decir un paso atrás, en su carrera literaria. Antes de esa charla Álvaro Pombo había conseguido el Premio Nadal con su novela “El temblor del héroe”, novela que aunque sabía que tarde o temprano leería, no tenía mucho interés con hacerme con ella, pues tenía pendiente la anterior, “La previa muerte del lugarteniente Aloof”, que a pesar de haber intentado “hincarle el diente” en varias ocasiones, mantenía aparcada entre los textos que con seguridad jamás sería capaz de leer. He seguido a Pombo desde el principio, habiendo disfrutado mucho con algunas de sus novelas, como con “El metro de platino iridiado” o con “La cuadratura del círculo”, que en mi opinión son de una calidad indiscutibles, y que por supuesto son sus mejores novelas, al tiempo que he observado atentamente su notable evolución estilística, y también temática, pues poco tiene que ver, por ejemplo, “El héroe de las mansardas de Mansard” con “Contra natura”, obras que no parecen escritas por el mismo autor. No obstante esa interesante evolución se paró en seco con dos novelas, que en buena medida parecían que le devolvían al mundo originario de sus primeras creaciones, pero que al mismo tiempo deban la sensación, de que estaban escritas más de cara a la galería que empujadas por una necesidad creativa real del propio novelista, y me refiero a “La fortuna de Matilda Turpin” y a “Virginia o el mundo interior”, novelas que se apartaban en mi opinión, de forma demasiado forzada y evidente, de la evolución o de la trayectoria que con naturalidad estaba llevando a cabo Pombo.
No soy nadie, por supuesto, para decir lo que cada cual debe escribir, pero como lector, aún sé apreciar cuando una determinada novela se asienta en algo, y toda buena novela debe apoyarse en una necesidad, en la necesidad precisamente de tener que decir algo, y cuando otras, por muy bien escritas que se presenten, se alzan sobre la insustancialidad del hecho de tener que escribir necesariamente, por las causas que sean, una novela. Las dos obras citadas anteriormente me dieron, o ahora me dan, esa última sensación, las de ser, aunque me puedo equivocar, novelas de encargo, novelas que a pesar de contener el mundo Pombo, el mundo que siempre se ha empeñado en rememorar Pombo, ya no reflejaban los intereses del Pombo actual, que estoy seguro que están más cerca de “Contra natura” que de esas dos novelas, diré que ahistóricas y casi impostadas, y como introducidas con calzador en la trayectoria creativa del autor. Por lo anterior, y creo que de forma justificada, tenía cierto temor a enfrentarme a su nueva y premiada novela, entre otras razones porque me temía encontrar otra novela prefabricada y de ese mismo estilo, pero, con “El temblor del héroe” el bueno de Don Álvaro parece que retoma la senda que perdió un día, zambulléndose de nuevo en otras temáticas, en temáticas que parecen que en estos momentos le obsesionan más, como es la cuestión del compromiso, del compromiso con los demás.
“El temblor del héroe” habla de cómo se deja que alguien se hunda, cuando se saben los problemas por los que ese alguien atraviesa sin que se haga nada por evitarlo, partiendo del supuesto, del supuesto axiomático imperante en nuestro tiempo, de “que si todos nos comportáramos con un Estado providente, se iría el mundo al carajo”, como bien dijo uno de los protagonistas de la historia. El protagonista absoluto de la novela, un profesor retirado, que siempre se había dedicado a teorizar sobre problemas ontológicos, y que gracias a esa actividad había logrado justificar su existencia, comprende en un momento dado que se encuentra solo y suspendido en el vacío, sin nada ni nadie que llene de sentido su existencia. Cuando por una serie de circunstancias alguien aparece en su mundo, el joven Héctor, y le acerca “la vertiginosa existencia sin significado” que fuera de su vida acontecía y que tanto necesitaba, prefiere, tapándose los ojos, seguir teorizando desde su narcisista y a todas luces anémica existencia, que enfrentarse a apoyar a ese joven que tanto le requería, y que después de varias peripecias, acaba suicidándose.
A pesar de tratar un tema actual, de esos que a todos nos debería de preocupar, el del egoísmo y el de la falta de empatía que todos cotidianamente mostramos ante los demás, tengo que reconocer que la novela no me ha gustado, y lo que es más, que no me ha interesado, no tanto por el tema en sí, sino por la forma en que el autor lo desarrolla. Pombo en esta ocasión, cosa extraña en él, intenta con el estilo empleado en la narración alejarse del lector, como conscientemente hace el protagonista por mantenerse distanciado del mundo, al utilizar un lenguaje filosófico, o para ser más preciso excesivamente intelectualizado, de una frialdad a veces excesiva, que obliga al que lee las páginas de su novela a tener que realizar un esfuerzo para conseguir terminarla, no ya porque sea compleja la lectura, que no lo es, sino porque hay momentos en que resulta aburrida, al carecer en muchas ocasiones de sustancia y sentido. En la novela no se puede encontrar una pizca de sentimentalismo, de calor humano, al moverse todos los personajes, excepto Héctor, con una frialdad difícil de comprender que llega a caer incluso en la artificialidad, lo que es posible que haya sido la intención del autor, con objeto de subrayar lo que deseaba exponer, pero pese a ello, creo que es una novela poco literaria, en la que todo queda demasiado explícito, lo que fuerza al lector que pase por ella, a hacer lo mismo que uno de los personajes, a deslizarse patinando sobre la novela, sin arraigar nunca en ella. Es una novela que no agarra, lo que tampoco invita a la reflexión sobre el tema que se expone, es como si estuviera escrita con prisas, lo que la convierte en una novela más de Álvaro Pombo, en una novela que no aporta literariamente nada, nada nuevo al menos, a la obra del autor.

Viernes, 28 de septiembre de 2012


miércoles, 24 de octubre de 2012

El jinete polaco

LECTURAS
(elo.259)

EL JINETE POLACO
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2001

Leí esta novela hace algo más de veinte años, y desde entonces, con todo lo que ha llovido, siempre la he recordado y recomendado con un cariño especial, siendo una de esas pocas novelas que tienen un lugar destacado en mi antología literaria particular, ya que el impacto que recibí con la lectura de sus páginas fue tan brutal, que me obligó a modificar la idea que hasta entonces tenía de lo que tenía que ser una buena novela. Pese a ello, posiblemente por miedo, hasta ahora no la he vuelto a leer, y lo he hecho con precaución, pues no quería que la imagen que de ella guardaba quedara destrozada por una nueva lectura, que con seguridad, como casi siempre ocurre, me dejaría al descubierto problemas estructurales que no había sabido descubrir cuando cayó por primera vez en mis manos. Pero no ha sido así, pues si cabe, en esta segunda lectura, “El jinete polaco” me ha parecido incluso mejor de lo que recordaba, sorprendiéndome el gigantesco paso hacia delante que supone esta novela en la obra del autor, ya que con ella sale sin dificultad del callejón sin salida al que en principio había llegado con “Beltenebros”, y me refiero a la cuestión temática, y no por supuesto a su capacidad narrativa, que en aquella novela había dejado sobradamente de manifiesto.
Sí, en esta novela lo que en principio sorprende, sobre todo a los que hemos seguido su obra desde sus inicios, es el radical cambio de rumbo que lleva a cabo en lo referente a las temáticas que despliega, lo que ante todo se comprende como una necesidad. En sus obra anteriores se observaban dos cuestiones que llamaban poderosamente la atención, lo ficticias y cinematográfica que resultaban sus historias, en lo que todo parecía impostado, sin vida real, y lo muy por encima que se encontraba el estilo empleado por el autor para contarlas. Se trataban de historias que siempre quedaban empequeñecidas, eclipsadas, por la soberbia prosa y por la cantidad de recursos narrativos que empleaba el autor para desarrollarlas, lo que daba lugar a una descompensación, que se notaba demasiado y que tarde o temprano tenía que estallar por algún lado, pues quedaba claro que ese camino ya no le podía conducir a ninguna parte, sólo a una repetición constante y sin sentido.
En “El jinete polaco”, Antonio Muñoz Molina realiza un giro radical, y en lugar de seguir mirando hacia mundos ficticios y nunca vividos, vuelve la mirada hacia el interior, hacia su propia vida y hacia su mundo, pues en lugar de seguir alejándose sin sentido de sí mismo, curiosamente al igual que hace el protagonista de su novela, realiza una búsqueda de sus raíces, de sus anclajes, encontrando un vasto territorio, de una riqueza descomunal, que se encontraba ahí, al alcance de su mano, esperando ser explorado y explotado narrativamente, un territorio que encajaba, para colmo, como “anillo al dedo”, con su desmesurado pero siempre controlado caudal narrativo. Se aleja de la perfección de las historias que siempre cuadraban, de las historias inventadas para que todo parezca más sofisticado y razonable, de esas narraciones que precisaban de una prosa concisa y eficaz, para zambullirse en unas temáticas radicalmente diferentes, en las que la vida real trata de asomarse dejando al descubierto multitud de aristas incomprensibles, y de recovecos difíciles de descifrar, en donde se necesita un estilo dubitativo, complejo, en el que todas las afirmaciones queden sujetas por múltiples interrogantes.
La novela habla de un joven que se refugia en los estudios para escapar del medio en que vivía, de su pueblo, del trabajo familiar en el campo, de la opresión que sentía al vivir en un mundo tan cerrado, y que con esfuerzo consigue su sueño, lo que en lugar de aportarle la felicidad con la que siempre había soñado, encuentra una extraña insatisfacción, la insatisfacción de vivir en el vacío, sin encontrar nada ni a nadie que pudiera justificar su existencia. Pero Manuel, el protagonista, por una serie de circunstancias, encuentra lejos de su país el legado del fotógrafo de su pueblo, observando en esas fotografías la historia del mismo, la historia de su familia y su propia historia, lo que le obliga a comprender la imposibilidad de renegar del pasado, ya que todos, aunque no queramos, somos hijos de ese pasado, y tenemos la obligación de tenerlo siempre presente si en verdad no deseamos vivir a merced de todos los vientos.
La novela enfoca la vida del protagonista, de la relación amorosa que mantiene, pero también, y al unísono, las sensaciones y los recuerdos que ese mismo protagonista encuentra mientras observa las fotografías que van pasando por sus manos, lo que ofrece al lector dos historias separadas pero complementarias, la del presente y la del pasado, perfectamente conjugadas entre sí en pequeñas estampas, que como si se trataran de fotografías, van componiendo un amplio retablo que apunta hacia un futuro distinto en donde la esperanza se encuentra perfectamente arraigada. Pero lo que asombra de la novela es la fuerza narrativa del autor, su sobrio pero poético estilo, la seriedad y la humanidad del mismo, la veracidad que encuentra el lector en cada palabra que lee, lo que queda perfectamente condimentado con multitud de digresiones, de saltos en el tiempo, que configuran también una visión de la historia de este país, de este país que en poco tiempo ha dado un salto espectacular hacia la modernidad, lo que ha posibilitado que olvidase el lugar del que provenía, lo que hace comprensible la lamentable situación que padece en la actualidad.
Lo que también me ha extrañado de la novela es la modernidad de la misma, lo actual que es, lo que demuestra una vez más que todo lo que se realiza por necesidad, y no como mera labor profesional, que aquello que se realiza con los sentidos, como estoy convencido que se ha llevado a cabo esta novela, nunca estará sujeto a los vientos del olvido.
“El jinete polaco”, en mi opinión, es sencillamente una de las mejores novelas que se han escrito en los últimos tiempos en nuestro país.

Lunes, 17 de septiembre de 2012

lunes, 15 de octubre de 2012

Blues de Trafalgar

LECTURAS
(elo.258)

BLUES DE TRAFALGAR
José Luis Rodríguez del Corral
Siruela, 2012

He leído esta novela por curiosidad, ya que sobre ella me habían llegado diferentes opiniones, unas que me la recomendaban y otras, que por el contrario, sólo me subrayaban los múltiples defectos de la misma. Ni que decir tiene “que sobre gustos no hay nada escrito”, lo que quiere decir, que cada cual puede opinar sobre lo que lee lo que le apetezca, pero también hay que reconocer, aunque le pese a algunos, que sólo se quedan con lo anterior, que existen elementos objetivos, incluso en un mundo tan subjetivo como el literario, que subrayan la excelencia de un texto y las deficiencias de otros, hecho que sólo el tiempo y las muchas lecturas consiguen evidenciar. Toda novela posee dos vertientes, la historia en sí, y el método utilizado para narrar dicha historia, variables ambas, que tienen que conjugarse, para que tanto la una como la otra, potenciándose mutuamente, creen un todo homogéneo difícil de delimitar. La mayoría de las novelas, para desgracia de los lectores que en más ocasiones de las necesarias tenemos que soportar auténticos infumables, se presentan descompensadas, lo que quiere decir, que esa conjunción a la que antes he aludido no llega a fraguarse, a veces porque la historia que se trata de contar no está bien construida, y otras, porque el estilo narrativo utilizado no se encuentra a la altura de la misma, lo que consigue dejar embarrancadas a la mayoría de las novelas que se publican. Lo anterior no quiere decir, ni mucho menos, que todo lo que se escriba tenga que ser perfecto, que todas las novelas que llegan a nuestras manos tengan que ser auténticas obras de arte, lo que hasta cierto punto sería insoportable, pero sí que tienen que tener la obligación de presentarse con dignidad, con la dignidad suficiente como para respetar la inteligencia de los lectores que se acerquen a ellas.
Desde hace tiempo esta es la condición mínima que le impongo a las novelas que leo, que me respeten como lector, dejando para un segundo plano el hecho circunstancial de que me gusten o me dejen de gustar, lo que quiere decir, que lo que deseo es encontrarme con obras inteligentes, bien construidas, que precisamente por eso, se enmarquen en el registro que se enmarquen, consigan hacerme disfrutar y que me obliguen, en el mejor de los casos, a reflexionar sobre lo que se dice en ellas, lo que evidentemente tal y como están las cosas no es poco.
“Blues de Trafalgar” es una novela descompensada, cuya historia está repleta de circunstancias poco creíbles, de personajes estereotipados y dibujados de forma esquemática, que abusa de demasiados lugares comunes que pretenden sintonizar con el lector tipo al que va dirigida, pero que por el contrario, o en contrapartida, se puede leer bien, pues no se encuentran escollos que dificulten dicha lectura. Sí, es una historia descompensada, que para colmo, aspira a que el lector, al final de la misma, se plantee una reflexión ética sobre los acontecimientos sucedidos en ella.
Dicho lo anterior, que deja claro que es una novela fallida, al menos desde mi punto de vista, tengo también que decir, lo que puede empeorar aún más la visión de la obra en cuestión, que el tema de la misma es muy interesante, tema al que el autor no le ha sacado el partido que el mismo le exigía, dando la sensación que se ha preocupado más por el estilo que de la historia que tenía que narrar, como si ésta tuviera menos importancia que la forma en como se contara, presentándose en todo momento, la historia, como “cogida por alfileres”, como si se tratara de un boceto pendiente de desarrollar, lo que no es de recibo.
La historia habla de un golpe de fortuna con el que se encontraron cuatro amigos cuando se hallaban de vacaciones y que provocó unas consecuencias colaterales que pudieron evitar si la avaricia no se hubiera apoderado de ellos, pero que prefirieron obviar, por lo que tuvieron que cargar con ese suceso durante el resto de sus vidas. La novela habla de tal hecho, y de la forma con que los diferentes afectados lo afrontaron, que con los años, cuando todos creían haberlo podido olvidar, reaparece ante ellos de forma amenazante y desestabilizadora.
Creo que Rodríguez del Corral, y espero equivocarme, no es que haya dejado por desidia o por desinterés de esculpir lo suficientemente a sus personajes, sino que por el contrario así es como los ve, con ese desprecio de los que se encuentran por encima de los acontecimientos, por encima de la realidad en la que viven y que singulariza, para mal, a ciertos sectores ilustrados de la izquierda sevillana, lo que lo sitúa, a pesar de sus cualidades para la misma, en un lugar poco adecuado para dedicarse a la literatura. Ciertamente esos personajes de los que habla existen, pero el autor, ni tan siquiera por su novela, hace el esfuerzo adecuado para acercarse a ellos, para acercarse a esa imagen demasiado evidente, pero falsa por incompleta, con la que aparecen en escena. Estimo que el anterior es el grave problema de la novela, que hubiera podido ser mejor si el autor se hubiera volcado y hubiera profundizado más en esos personajes, para presentarnos además de una reflexión ética, que es lo que queda como justificación última de la novela, un paisaje mucho más complejo y contradictorio, y por supuesto mucho más creíble, lo que sólo hubiera sido posible realizando un esfuerzo por aderezar, aunque ello le costara cien páginas más, una historia y una novela, que al final se ha quedado encallada, como otras muchas, a mitad de camino entre lo que pudo ser y lo que en realidad es.
Como dije antes, no creo que se trate de un problema de capacidad literaria, pues Rodríguez del Corral demuestra en algunos pasajes, sobre todo en los párrafos iniciales de cada capítulo y muy especialmente en la primera página de la novela, que está especialmente dotado para la narrativa, por lo que creo que la cuestión radica en la escasa empatía que demuestra, en la cerrazón y en la confianza que manifiesta para describir un mundo que cree conocer bien, en los prejuicios y en el desprecio que muestra ante él, olvidando que el buen novelista tiene que saber dormir con sus protagonistas, sobre todo con aquellos con los que mantiene mayores diferencias.

Martes, 4 de agosto de 2012


miércoles, 3 de octubre de 2012

Beltenebros

LECTURAS
(elo.257)

BELTENEBROS
Antonio Muñoz Molina
Ave Fénix, 1989

Hasta que he terminado de releerla, “Beltenebros” era para mí la peor novela, y con diferencia, de Antonio Muñoz Molina. La leí hace mucho tiempo, y además de haber sido una mala lectura, como he comprendido ahora, estoy convencido que el juico que tenía sobre ella se debía al influjo que aún me sobrevolaba de “El invierno en Lisboa”, novela cuya lectura tanto me había impresionado, y que hace unos días cuando volví a leerla se me cayó literalmente de las manos, haciéndome pensar, que esa sí era la peor novela del autor.
Ahora, después de tantos años, me sorprende la atracción que ejerció aquella novela, la segunda del autor jiennense, sobre todos los que la leímos por aquel entonces, una novela repleta de escenas en donde el jazz se encargaba de la música de fondo, en donde una mujer fatal, algo esencial en toda buena novela policiaca, mantenía en jaque al protagonista y en donde los malos eran realmente malos, novela contra la poco podía hacer una obra en principio tan oscura como “Beltenebros”. Para muchos, esta novela representó un paso atrás en la carrera del joven y prometedor Muñoz Molina, pues todos, o casi todos esperábamos de él otra obra que nos hablara de mundos añorados e imposibles, en donde el jazz y el humo del tabaco nos acercara a vidas que estuvieran más allá de la mediocridad en la que, por aquel entonces, la mayoría de nosotros nos hundíamos, por no hablar ya de la literatura que por aquellos años se hacía en nuestro país, que lo único que conseguía era sepultarnos aún más en el mundo que soportábamos y que tanto detestábamos. Por aquella época, y este hecho puede que sea sintomático, ya habíamos retirado, al menos algunos, el poster del aguerrido y dogmático “Che” por el del contradictorio y cada día más cercano Bogart.
En este acercamiento que estoy comenzando a realizar sobre la obra de Muñoz Molina, un acercamiento que desde hace mucho creía necesario pero que siempre dejaba para más adelante, le llegó el turno a “Beltenebros”, novela que no me apetecía mucho volver a leer, como dije antes por la idea que tenía de ella, pero que sin embargo me ha sorprendido, pues a pesar de la temática, ha habido momentos en que la prosa del autor, en que el estilo empleado, me ha recordado al mejor Muñoz Molina. Y digo a pesar de la temática, porque ésta, por la que tan fuerte apostó el autor en sus primeras obras, muere con esta novela, no sé si porque con esta historia llegó a un punto en el que no encontraba más recorrido, que es lo que creo, o porque los mundo policiacos dejaron de interesarle.
A pesar de todo, de lo poco recordada y valorada, al menos entre sus lectores habituales, estimo que “Beltenebros” es una novela esencial en la obra del autor, pues a pesar de la indiscutible calidad que posee, representa un punto de inflexión en la misma. En esta novela la narrativa de Muñoz Molina se presenta, y creo que por primera vez con los rasgos que la acompañarán siempre, con esa solidez y con esa veracidad, que en todo momento identifican y subrayan su obra, de suerte, que el tema desarrollado se hace pequeño, por eso hablé antes de que lo policiaco en su obra deja de tener recorrido, en comparación con la magnitud de su estilo narrativo, que evidentemente esperaba y necesitaba nuevas empresas que fueran más allá de contar historias que acabaran en ellas mismas sin dejar en el lector ningún otro valor añadido.
La historia en sí carece de trascendencia, por lo que es fácil con el tiempo llegar a olvidarla, la de alguien que a pesar de vivir en el exterior es encargado de matar a un traidor, a un traidor que estaba dejando al descubierto, en los años de plomo del franquismo, a destacados miembros de la resistencia al régimen. Lo que ocurre es que la trama se complica, al tener bastantes similitudes, tantas que provenían del mismo núcleo, con otro encargo que el protagonista tuvo que realizar años atrás. La historia, por tanto, a pesar de lo enrevesada que a veces puede resultar, de lo poco creíble que en determinados momento llegar a ser, se sostiene en pie gracias al imponente estilo narrativo que desarrolla el autor, que utilizando una gran multitud de recursos, consigue que el lector llegue al final interesado y disfrutando con lo que lee.
Lo que sí queda claro en esta obra, al comprobarse el desfase existente entre el estilo del autor, entre la forma que posee de entender la literatura y la historia que cuenta, es que Antonio Muñoz Molina aún no había encontrado su discurso literario, pues no sólo el estilo puede, como bien se sabe, sostener la obra de un autor a largo plazo. Cada autor tiene que encontrar su cauce, pues no basta sólo con saber y querer escribir, es necesario invertir toda esa voluntad y toda esa sabiduría que se posee sobre temas concretos, gracias a los cuales, la capacidad que se posea pueda potenciarlos, de suerte, que esa conjunción pueda aportar más, mucho más de lo esperado.
Pero hay que reconocer que no es tan fácil, que encontrar la senda correcta, que no puede ser otra que la propia, no es algo que se encuentre y nada más, al ser el resultado de una búsqueda constante, que sólo después de descartar otras muchas, en el mejor de los casos se consigue hallar, y que cuando se encuentra, en lugar de olvidar, porque siempre hay otras rutas más fáciles, hay que volcar sobre ella todo lo que se posee, pues en caso contrario, jamás se podrá profundizar realmente sobre la misma. Estoy convencido que Muñoz Molina a partir de esta novela, que es una buena novela, encuentra lo que posiblemente llevaba buscando desde hacía algún tiempo, pero sobre este tema ya intentaré hablar cuando vuelva a leer y me atreva a comentar “El jinete polaco”

Jueves, 30 de agosto de 2012

lunes, 24 de septiembre de 2012

Las partículas elementales

LECTURAS
(elo.256)

LAS PARTICULAS ELEMENTALES
Michel Houellebecq
Anagrama, 1998

Hay libros, y más concretamente novelas, que consiguen explotar en las manos del lector, que dejan a este aturdido, deseoso de recapacitar sobre lo leído, al estar escritos con la intención de tocar ese lugar al que difícilmente se puede llegar y que todos tratamos de ocultar, consiguiendo el mismo efecto que una piedra tirada con fuerzas sobre un estanque de aguas quietas. Suelen ser textos impetuosos, incluso irreverentes con lo ya edificado y solidificado, textos que consigan o no su objetivo, aspiran a no dejar indiferentes a quienes los leen. En un tiempo como el que vivimos, en el que el arte mayoritario tiene casi como única intención calmar y entretener, en obligar a quien se acerquen a él a mirar hacia otro lado, hacia el lugar contrario al que se encuentran sus preocupaciones, sorprende que alguien apueste aún, en lugar de por ocultar los problemas, que al parecer es lo más fácil y lo más rentable, a levantar la manta bajo la cual, inocente que se sigue siendo, se tratan de ocultar dichos problemas. Frente a la novela hegemónica “de sofá”, de vez en cuando aparece Houellebecq, que además de hacer comprender que la novela aún sirve para algo, para algo más que para pasar un rato agradable, consigue dejar aturdido a todos los que se acercan, con los ojos abiertos a sus creaciones, que en el fondo no son más que proyectiles dirigidos, con toda la mala fe del mundo, contra la línea de flotación de sus lectores.
Sí, Houellebecq es un terrorista de la literatura, al ser uno de los pocos escritores que aún escriben de espaldas a los vientos dominantes, dejando un discurso, en este mundo de dirección única, que invita a bajarnos en la siguiente parada, ya que la desolación y la soledad anegan todas y cada una de las páginas que escribe, al dibujar a un ser humano que ha fracasado como proyecto, a alguien que en las alturas históricas en la que se encuentra sabe perfectamente, aunque aún trate de engañarse, de que a pesar de que su objetivo siga siendo la felicidad, en esta vida sólo podrá encontrar desencanto y frustración.
El problema para el francés, es que la deriva actual del ser humano es errónea, al alejarse cada día más de su núcleo originario, del lugar donde un día pudo ser feliz, en una alocada carrera que sin duda lo conducirá a la destrucción, carrera que sólo podrá detener, en el mejor de los casos, la implantación de un nuevo paradigma. Desde un principio la modernidad implantó el individualismo, al estimar que sólo desde el mismo se podría alcanzar la felicidad. Desde entonces libertad y felicidad se convirtieron en el binomio irrenunciable, pues sin libertad, seguimos diciendo, resulta imposible la felicidad, mientras que sin ésta, aquella carece de sentido. El individualismo, que cada día es más acusado, es el eje sobre el que giran nuestras sociedades, apoyándose sobre él toda la cultura hegemónica actual.
Para Houellebecq el cáncer que padecemos es el propio individualismo, que provoca una sed que nunca se consigue saciar, que para colmo es utilizado por el propio sistema, para en lugar de liberarnos, encadenarnos en dinámicas que lo único que consiguen es encajonar al ser humano en su propia soledad, y en una multitud de deseos, la mayoría de los cuales impostados y a todas luces accesorios, imposibles de satisfacer, al menos eso es lo que deja entender en esta novela, y que tal dinámica difícilmente se podrá detener, por lo que, si de algo carece el hombre es de futuro.
La novela se desarrolla enfocando paralelamente a dos hermanos, a dos hermanos de madre, que pese a ello, mantienen una actitud diferente ante la existencia, y que a lo largo de sus vidas habían tenido escaso contacto entre sí. Uno de ellos, estaba obsesionado con el sexo, consiguiendo encontrar sólo al final lo que siempre había añorado, una compañera que lo liberara de la soledad y del vacío en el que siempre había vivido, pero que a la muerte de ésta acaba internado en un hospital psiquiátrico. El otro por el contrario, un afamado investigador de biología molecular, tenía un problema, que carecía de ganas de vivir, y que después de haber conseguido lo que buscaba, hacer posible la modificación genética en el ser humano, desaparece misteriosamente. El avance científico que sus investigaciones propicia, que con el tiempo se implementaron generalizadamente, hacen posible la creación de un hombre nuevo, de un hombre del que desaparece su ansia individual, lo que consigue transformarlo en un ser dócil, comunitario y feliz.
Está claro que para Houellebecq, la deriva en la que nos encontramos, que sólo nos depara satisfacciones momentáneas y depresiones continuadas, no puede acabar bien, pues ese tirar siempre para adelante, corriendo en todo momento detrás de la zanahoria que se nos muestra, que esta vida sin sosiego que se nos publicita y que llegamos incluso a creer como la única posible, sólo puede terminar en el mejor de los casos, como la de uno de los protagonistas de la novela, en un pabellón psiquiátrico. Para él, ya no existe un camino de vuelta, pues ningún nuevo paradigma, tal y como están las cosas, podrá parar en seco esta carrera dislocada y demencial, pues el problema del ser humano es el propio ser humano.
El estilo literario de Houellebecq es directo y descarnado, sin que se ofrezca al lector ningún artificio narrativo, duro a veces, pero dotado en otras ocasiones de una ternura que llega a embargar a quien se interna en las páginas de sus novelas. Los paisajes que dibuja su narrativa son desoladores, en donde la esperanza sencillamente no existe, de suerte que, cuando en momentos determinados aflora, él mismo se encarga de erradicar de forma radical.
Tanto la forma literaria como el contenido de las obras del autor francés son distintas, diferentes a casi todo lo que se puede leer en la actualidad, consiguiendo dejar un pozo de amargura que obliga al lector, una vez que consigue recuperarse del impacto recibido, a reflexionar pausadamente sobre el desolado panorama al que ha tenido que enfrentarse.
Además de todo lo anterior, tengo que decir, a pesar del pesimismo que inunda todas las novelas de Houellebecq, y del cierto antiprogresismo de algunos de sus postulados, que el francés posiblemente sea, al menos así me lo parece, el novelista más contemporáneo del panorama literario actual, el más comprometido y el más crítico con la realidad a la que tiene que enfrentarse el hombre de nuestro tiempo.

Domingo, 26 de agosto de 2012

lunes, 17 de septiembre de 2012

Las correcciones

LECTURAS
(elo.255)

LAS CORRECCIONES
Jonathan Franzen
Salamandra, 2001

“Las correcciones”, esta monumental novela de Franzen, habla de las radicales transformaciones que ha sufrido en las últimas décadas la sociedad norteamericana, basándose en la evolución de una familia de clase media, en donde la simplicidad de las relaciones que en un principio existían entre sus miembros, y las de éstos con el mundo, desembocaron en la complejidad del mundo actual, en la cual, parece que todas las pautas escritas cuando todo era más apacible, han sido dinamitadas, para dar paso a unas formas de vida más diversas, gracias al hecho evidente de que ya no existe un solo camino, un único camino, sino una multitud de senderos, que tratan de llegar al mismo lugar, al éxito, al triunfo siempre propagado e idolatrado por la cultura americana. Lo que ocurre, es que el antiguo discurso dominante, ese que hablaba de la importancia del trabajo duro y de la honradez, el que se implantaba desde el ámbito familiar, que ante todo aportaba seguridad y fe en el futuro, fue subvertido por una realidad en la que dichas proclamas ya no tenían sentido. Esas familias autoritarias y centralizadas, de las que tanto nos han hablado Roth y otros autores, dominadas por un padre de comportamiento estricto, por un padre con las ideas demasiado claras, con el paso del tiempo quedaron desfasadas por las formas de vida que desarrollaron sus hijos, que eran los que hubieran tenido que coger el testigo de esa forma de entender la existencia, pero que chocaron, para su desgracia, con una realidad diferente, ya que el mundo para el que fueron educados había cambiado, y no sólo de fisonomía. Los restos de ese tipo de familias, es decir los padres ya mayores, que en la mayoría de los casos no podían entender la vida de sus vástagos, se habían convertido en meros monumentos a la nostalgia, cuando no en pesadas lozas que cuanto antes desaparecieran mejor, pues se habían transformado en la voz de la consciencia, en la luz del faro que un día se dejó atrás, con la esperanza de encontrar otros espacios, otras rutas, en principio más aceptables, que no siempre resultaron adecuadas.
Franzen habla de una familia normal aunque desgajada, cuyo núcleo principal u originario se había quedado en el pasado, en el lugar en donde siempre había habitado, en la misma casa de una localidad del Medio Oeste, mientras que los hijos, se habían trasladado a ciudades del Este para afrontar sus respectivas existencias. Desde esta realidad, al parecer muy normal por aquellas tierras, el autor trata de hablar, enfocando la vida de cada uno de sus miembros, de lo que en realidad le interesa, que no es otra cosa que la de ofrecer una visión de la realidad estadounidense actual, en la que la debilidad que muestra su ciudadanía, que parece que ha perdido los anclajes, contracta con la solidez de la que habían disfrutado las generaciones anteriores. La insatisfacción que se observa en cada uno de los hijos, pues la que padecían los padres era otra historia, podía deberse según el autor, al menos eso es lo que he llegado a entender, a que vivían instalados en el vacío, incluso el que se encontraba “felizmente” casado, sin un discurso creíble sobre el que apoyarse, pues ni el dinero, ni el consumo ni el éxito, poseían la solidez suficiente para apórtale a cada uno de ellos la estabilidad que tanto necesitaban, estabilidad, que a pesar de los pesares, sí habían conseguido sus padres.
En el fondo, de lo que escribe Franzen es de la muerte de la modernidad, de la desaparición de los soportes sobre los que siempre se había apoyado la cultura contemporánea, de una forma de existencia que sabía, sin dudas de ningún tipo, hacia dónde tenía que dirigirse, y del advenimiento de la sociedad líquida de la que habla Bauman, de la llegada de la posmodernidad, en donde el sálvese quien pueda, en donde el triunfo del individualismo, de la competitividad radical, está logrando transformar todas las relaciones sociales hasta ahora existentes, convirtiendo a los seres humanos, aunque evidentemente más libres, en individuos lastrados por una debilidad vital que al menos debería resulta preocupante, siempre al albur de circunstancias externas que en cualquier momento pueden dejarlo a uno fuera de combate.
Pero aunque la tesis y el desarrollo de la misma es interesante, tengo que reconocer que la lectura de la novela, como en su día me ocurrió con “Libertad” en buena medida me ha sobrepasado, ya que en muchos momentos me ha resultado incluso insoportable. Leer cerca de setecientas páginas de gran intensidad, a estas alturas, sin encontrar en ellas esos momentos de “magia” que toda buena novela necesita para oxigenar y llenar de vida su lectura, es algo que difícilmente se puede sobrellevar, aunque al parecer este es el tipo de novelas, en donde todo queda perfectamente detallado, posiblemente con la intención de que nadie llegue a perderse en ellas, que últimamente está consiguiendo arrasar en los mercados. A lo largo de la misma, Franzen, va enfocando a cada uno de los miembros de la familia, contando detalladamente sus vidas, pero creo que no hace falta tanto detallismo, la descripción pormenorizada de tantos momentos, que llegan a cansar al lector además de lograr despistarlo sobre las directrices básicas de la novela (lo de Lituania por ejemplo carece de sentido, y no sólo por la imagen excesivamente estereotipada que ofrece).
Es una novela, por tanto, que resulta difícil de leer, y eso a pesar de que puede contar con un número potencial de lectores muy elevado, ya que es completamente accesible, salvo por su grosor, y es dificultosa, porque casi desde el principio, se siente el impulso de dejarla a un lado, pues en ningún momento se anima al lector, con esas pequeñas trampas que los buenos autores van poniendo para obligar a que no se interrumpa la lectura, para que el que lee se muestre interesado en todo momento lo que se cuenta. Es una novela en la que apenas pasa nada de auténtico interés, y no quiero decir que necesariamente toda novela tenga que decir algo interesante, pero en la que se intuye, y esto sí es grave, desde el principio que no va a ocurrir nada. No creo que a nadie le importe la vida de los miembros de esa familia, marcada por la cotidianidad de sus vidas anónimas, que es donde el autor pone toda la carne en el asador, aunque sí, y mucho, el paisaje que muestran esas vidas conectadas e interrelacionadas entre sí, por lo que me ha sorprendido, el exceso de material, a veces sólo narrativo, volcado sin necesidad sobre esos personajes. En fin, creo que es una obra aceptable, interesante, aunque queda literariamente herida de muerte por las doscientas páginas que le sobran.

Martes, 21 de agosto de 2012