lunes, 15 de octubre de 2012

Blues de Trafalgar

LECTURAS
(elo.258)

BLUES DE TRAFALGAR
José Luis Rodríguez del Corral
Siruela, 2012

He leído esta novela por curiosidad, ya que sobre ella me habían llegado diferentes opiniones, unas que me la recomendaban y otras, que por el contrario, sólo me subrayaban los múltiples defectos de la misma. Ni que decir tiene “que sobre gustos no hay nada escrito”, lo que quiere decir, que cada cual puede opinar sobre lo que lee lo que le apetezca, pero también hay que reconocer, aunque le pese a algunos, que sólo se quedan con lo anterior, que existen elementos objetivos, incluso en un mundo tan subjetivo como el literario, que subrayan la excelencia de un texto y las deficiencias de otros, hecho que sólo el tiempo y las muchas lecturas consiguen evidenciar. Toda novela posee dos vertientes, la historia en sí, y el método utilizado para narrar dicha historia, variables ambas, que tienen que conjugarse, para que tanto la una como la otra, potenciándose mutuamente, creen un todo homogéneo difícil de delimitar. La mayoría de las novelas, para desgracia de los lectores que en más ocasiones de las necesarias tenemos que soportar auténticos infumables, se presentan descompensadas, lo que quiere decir, que esa conjunción a la que antes he aludido no llega a fraguarse, a veces porque la historia que se trata de contar no está bien construida, y otras, porque el estilo narrativo utilizado no se encuentra a la altura de la misma, lo que consigue dejar embarrancadas a la mayoría de las novelas que se publican. Lo anterior no quiere decir, ni mucho menos, que todo lo que se escriba tenga que ser perfecto, que todas las novelas que llegan a nuestras manos tengan que ser auténticas obras de arte, lo que hasta cierto punto sería insoportable, pero sí que tienen que tener la obligación de presentarse con dignidad, con la dignidad suficiente como para respetar la inteligencia de los lectores que se acerquen a ellas.
Desde hace tiempo esta es la condición mínima que le impongo a las novelas que leo, que me respeten como lector, dejando para un segundo plano el hecho circunstancial de que me gusten o me dejen de gustar, lo que quiere decir, que lo que deseo es encontrarme con obras inteligentes, bien construidas, que precisamente por eso, se enmarquen en el registro que se enmarquen, consigan hacerme disfrutar y que me obliguen, en el mejor de los casos, a reflexionar sobre lo que se dice en ellas, lo que evidentemente tal y como están las cosas no es poco.
“Blues de Trafalgar” es una novela descompensada, cuya historia está repleta de circunstancias poco creíbles, de personajes estereotipados y dibujados de forma esquemática, que abusa de demasiados lugares comunes que pretenden sintonizar con el lector tipo al que va dirigida, pero que por el contrario, o en contrapartida, se puede leer bien, pues no se encuentran escollos que dificulten dicha lectura. Sí, es una historia descompensada, que para colmo, aspira a que el lector, al final de la misma, se plantee una reflexión ética sobre los acontecimientos sucedidos en ella.
Dicho lo anterior, que deja claro que es una novela fallida, al menos desde mi punto de vista, tengo también que decir, lo que puede empeorar aún más la visión de la obra en cuestión, que el tema de la misma es muy interesante, tema al que el autor no le ha sacado el partido que el mismo le exigía, dando la sensación que se ha preocupado más por el estilo que de la historia que tenía que narrar, como si ésta tuviera menos importancia que la forma en como se contara, presentándose en todo momento, la historia, como “cogida por alfileres”, como si se tratara de un boceto pendiente de desarrollar, lo que no es de recibo.
La historia habla de un golpe de fortuna con el que se encontraron cuatro amigos cuando se hallaban de vacaciones y que provocó unas consecuencias colaterales que pudieron evitar si la avaricia no se hubiera apoderado de ellos, pero que prefirieron obviar, por lo que tuvieron que cargar con ese suceso durante el resto de sus vidas. La novela habla de tal hecho, y de la forma con que los diferentes afectados lo afrontaron, que con los años, cuando todos creían haberlo podido olvidar, reaparece ante ellos de forma amenazante y desestabilizadora.
Creo que Rodríguez del Corral, y espero equivocarme, no es que haya dejado por desidia o por desinterés de esculpir lo suficientemente a sus personajes, sino que por el contrario así es como los ve, con ese desprecio de los que se encuentran por encima de los acontecimientos, por encima de la realidad en la que viven y que singulariza, para mal, a ciertos sectores ilustrados de la izquierda sevillana, lo que lo sitúa, a pesar de sus cualidades para la misma, en un lugar poco adecuado para dedicarse a la literatura. Ciertamente esos personajes de los que habla existen, pero el autor, ni tan siquiera por su novela, hace el esfuerzo adecuado para acercarse a ellos, para acercarse a esa imagen demasiado evidente, pero falsa por incompleta, con la que aparecen en escena. Estimo que el anterior es el grave problema de la novela, que hubiera podido ser mejor si el autor se hubiera volcado y hubiera profundizado más en esos personajes, para presentarnos además de una reflexión ética, que es lo que queda como justificación última de la novela, un paisaje mucho más complejo y contradictorio, y por supuesto mucho más creíble, lo que sólo hubiera sido posible realizando un esfuerzo por aderezar, aunque ello le costara cien páginas más, una historia y una novela, que al final se ha quedado encallada, como otras muchas, a mitad de camino entre lo que pudo ser y lo que en realidad es.
Como dije antes, no creo que se trate de un problema de capacidad literaria, pues Rodríguez del Corral demuestra en algunos pasajes, sobre todo en los párrafos iniciales de cada capítulo y muy especialmente en la primera página de la novela, que está especialmente dotado para la narrativa, por lo que creo que la cuestión radica en la escasa empatía que demuestra, en la cerrazón y en la confianza que manifiesta para describir un mundo que cree conocer bien, en los prejuicios y en el desprecio que muestra ante él, olvidando que el buen novelista tiene que saber dormir con sus protagonistas, sobre todo con aquellos con los que mantiene mayores diferencias.

Martes, 4 de agosto de 2012


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