LECTURAS
(elo.258)
BLUES
DE TRAFALGAR
José
Luis Rodríguez del Corral
Siruela,
2012
He
leído esta novela por curiosidad, ya que sobre ella me habían
llegado diferentes opiniones, unas que me la recomendaban y otras,
que por el contrario, sólo me subrayaban los múltiples defectos de
la misma. Ni que decir tiene “que sobre gustos no hay nada
escrito”, lo que quiere decir, que cada cual puede opinar sobre lo
que lee lo que le apetezca, pero también hay que reconocer, aunque
le pese a algunos, que sólo se quedan con lo anterior, que existen
elementos objetivos, incluso en un mundo tan subjetivo como el
literario, que subrayan la excelencia de un texto y las deficiencias
de otros, hecho que sólo el tiempo y las muchas lecturas consiguen
evidenciar. Toda novela posee dos vertientes, la historia en sí, y
el método utilizado para narrar dicha historia, variables ambas, que
tienen que conjugarse, para que tanto la una como la otra,
potenciándose mutuamente, creen un todo homogéneo difícil de
delimitar. La mayoría de las novelas, para desgracia de los
lectores que en más ocasiones de las necesarias tenemos que soportar
auténticos infumables, se presentan descompensadas, lo que quiere
decir, que esa conjunción a la que antes he aludido no llega a
fraguarse, a veces porque la historia que se trata de contar no está
bien construida, y otras, porque el estilo narrativo utilizado no se
encuentra a la altura de la misma, lo que consigue dejar
embarrancadas a la mayoría de las novelas que se publican. Lo
anterior no quiere decir, ni mucho menos, que todo lo que se escriba
tenga que ser perfecto, que todas las novelas que llegan a nuestras
manos tengan que ser auténticas obras de arte, lo que hasta cierto
punto sería insoportable, pero sí que tienen que tener la
obligación de presentarse con dignidad, con la dignidad suficiente
como para respetar la inteligencia de los lectores que se acerquen a
ellas.
Desde
hace tiempo esta es la condición mínima que le impongo a las
novelas que leo, que me respeten como lector, dejando para un segundo
plano el hecho circunstancial de que me gusten o me dejen de gustar,
lo que quiere decir, que lo que deseo es encontrarme con obras
inteligentes, bien construidas, que precisamente por eso, se
enmarquen en el registro que se enmarquen, consigan hacerme disfrutar
y que me obliguen, en el mejor de los casos, a reflexionar sobre lo
que se dice en ellas, lo que evidentemente tal y como están las
cosas no es poco.
“Blues
de Trafalgar” es una novela descompensada, cuya historia está
repleta de circunstancias poco creíbles, de personajes
estereotipados y dibujados de forma esquemática, que abusa de
demasiados lugares comunes que pretenden sintonizar con el lector
tipo al que va dirigida, pero que por el contrario, o en
contrapartida, se puede leer bien, pues no se encuentran escollos que
dificulten dicha lectura. Sí, es una historia descompensada, que
para colmo, aspira a que el lector, al final de la misma, se plantee
una reflexión ética sobre los acontecimientos sucedidos en ella.
Dicho
lo anterior, que deja claro que es una novela fallida, al menos desde
mi punto de vista, tengo también que decir, lo que puede empeorar
aún más la visión de la obra en cuestión, que el tema de la misma
es muy interesante, tema al que el autor no le ha sacado el partido
que el mismo le exigía, dando la sensación que se ha preocupado más
por el estilo que de la historia que tenía que narrar, como si ésta
tuviera menos importancia que la forma en como se contara,
presentándose en todo momento, la historia, como “cogida por
alfileres”, como si se tratara de un boceto pendiente de
desarrollar, lo que no es de recibo.
La
historia habla de un golpe de fortuna con el que se encontraron
cuatro amigos cuando se hallaban de vacaciones y que provocó unas
consecuencias colaterales que pudieron evitar si la avaricia no se
hubiera apoderado de ellos, pero que prefirieron obviar, por lo que
tuvieron que cargar con ese suceso durante el resto de sus vidas. La
novela habla de tal hecho, y de la forma con que los diferentes
afectados lo afrontaron, que con los años, cuando todos creían
haberlo podido olvidar, reaparece ante ellos de forma amenazante y
desestabilizadora.
Creo
que Rodríguez del Corral, y espero equivocarme, no es que haya
dejado por desidia o por desinterés de esculpir lo suficientemente a
sus personajes, sino que por el contrario así es como los ve, con
ese desprecio de los que se encuentran por encima de los
acontecimientos, por encima de la realidad en la que viven y que
singulariza, para mal, a ciertos sectores ilustrados de la izquierda
sevillana, lo que lo sitúa, a pesar de sus cualidades para la misma,
en un lugar poco adecuado para dedicarse a la literatura. Ciertamente
esos personajes de los que habla existen, pero el autor, ni tan
siquiera por su novela, hace el esfuerzo adecuado para acercarse a
ellos, para acercarse a esa imagen demasiado evidente, pero falsa por
incompleta, con la que aparecen en escena. Estimo que el anterior es
el grave problema de la novela, que hubiera podido ser mejor si el
autor se hubiera volcado y hubiera profundizado más en esos
personajes, para presentarnos además de una reflexión ética, que
es lo que queda como justificación última de la novela, un paisaje
mucho más complejo y contradictorio, y por supuesto mucho más
creíble, lo que sólo hubiera sido posible realizando un esfuerzo
por aderezar, aunque ello le costara cien páginas más, una historia
y una novela, que al final se ha quedado encallada, como otras
muchas, a mitad de camino entre lo que pudo ser y lo que en realidad
es.
Como
dije antes, no creo que se trate de un problema de capacidad
literaria, pues Rodríguez del Corral demuestra en algunos pasajes,
sobre todo en los párrafos iniciales de cada capítulo y muy
especialmente en la primera página de la novela, que está
especialmente dotado para la narrativa, por lo que creo que la
cuestión radica en la escasa empatía que demuestra, en la cerrazón
y en la confianza que manifiesta para describir un mundo que cree
conocer bien, en los prejuicios y en el desprecio que muestra ante
él, olvidando que el buen novelista tiene que saber dormir con sus
protagonistas, sobre todo con aquellos con los que mantiene mayores
diferencias.
Martes,
4 de agosto de 2012
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