LECTURAS
(elo.257)
BELTENEBROS
Antonio
Muñoz Molina
Ave
Fénix, 1989
Hasta
que he terminado de releerla, “Beltenebros” era para mí la peor
novela, y con diferencia, de Antonio Muñoz Molina. La leí hace
mucho tiempo, y además de haber sido una mala lectura, como he
comprendido ahora, estoy convencido que el juico que tenía sobre
ella se debía al influjo que aún me sobrevolaba de “El invierno
en Lisboa”, novela cuya lectura tanto me había impresionado, y que
hace unos días cuando volví a leerla se me cayó literalmente de
las manos, haciéndome pensar, que esa sí era la peor novela del
autor.
Ahora,
después de tantos años, me sorprende la atracción que ejerció
aquella novela, la segunda del autor jiennense, sobre todos los que
la leímos por aquel entonces, una novela repleta de escenas en donde
el jazz se encargaba de la música de fondo, en donde una mujer
fatal, algo esencial en toda buena novela policiaca, mantenía en
jaque al protagonista y en donde los malos eran realmente malos,
novela contra la poco podía hacer una obra en principio tan oscura
como “Beltenebros”. Para muchos, esta novela representó un paso
atrás en la carrera del joven y prometedor Muñoz Molina, pues
todos, o casi todos esperábamos de él otra obra que nos hablara de
mundos añorados e imposibles, en donde el jazz y el humo del tabaco
nos acercara a vidas que estuvieran más allá de la mediocridad en
la que, por aquel entonces, la mayoría de nosotros nos hundíamos,
por no hablar ya de la literatura que por aquellos años se hacía en
nuestro país, que lo único que conseguía era sepultarnos aún más
en el mundo que soportábamos y que tanto detestábamos. Por aquella
época, y este hecho puede que sea sintomático, ya habíamos
retirado, al menos algunos, el poster del aguerrido y dogmático
“Che” por el del contradictorio y cada día más cercano Bogart.
En
este acercamiento que estoy comenzando a realizar sobre la obra de
Muñoz Molina, un acercamiento que desde hace mucho creía necesario
pero que siempre dejaba para más adelante, le llegó el turno a
“Beltenebros”, novela que no me apetecía mucho volver a leer,
como dije antes por la idea que tenía de ella, pero que sin embargo
me ha sorprendido, pues a pesar de la temática, ha habido momentos
en que la prosa del autor, en que el estilo empleado, me ha recordado
al mejor Muñoz Molina. Y digo a pesar de la temática, porque ésta,
por la que tan fuerte apostó el autor en sus primeras obras, muere
con esta novela, no sé si porque con esta historia llegó a un punto
en el que no encontraba más recorrido, que es lo que creo, o porque
los mundo policiacos dejaron de interesarle.
A
pesar de todo, de lo poco recordada y valorada, al menos entre sus
lectores habituales, estimo que “Beltenebros” es una novela
esencial en la obra del autor, pues a pesar de la indiscutible
calidad que posee, representa un punto de inflexión en la misma. En
esta novela la narrativa de Muñoz Molina se presenta, y creo que por
primera vez con los rasgos que la acompañarán siempre, con esa
solidez y con esa veracidad, que en todo momento identifican y
subrayan su obra, de suerte, que el tema desarrollado se hace
pequeño, por eso hablé antes de que lo policiaco en su obra deja de
tener recorrido, en comparación con la magnitud de su estilo
narrativo, que evidentemente esperaba y necesitaba nuevas empresas
que fueran más allá de contar historias que acabaran en ellas
mismas sin dejar en el lector ningún otro valor añadido.
La
historia en sí carece de trascendencia, por lo que es fácil con el
tiempo llegar a olvidarla, la de alguien que a pesar de vivir en el
exterior es encargado de matar a un traidor, a un traidor que estaba
dejando al descubierto, en los años de plomo del franquismo, a
destacados miembros de la resistencia al régimen. Lo que ocurre es
que la trama se complica, al tener bastantes similitudes, tantas que
provenían del mismo núcleo, con otro encargo que el protagonista
tuvo que realizar años atrás. La historia, por tanto, a pesar de lo
enrevesada que a veces puede resultar, de lo poco creíble que en
determinados momento llegar a ser, se sostiene en pie gracias al
imponente estilo narrativo que desarrolla el autor, que utilizando
una gran multitud de recursos, consigue que el lector llegue al final
interesado y disfrutando con lo que lee.
Lo
que sí queda claro en esta obra, al comprobarse el desfase existente
entre el estilo del autor, entre la forma que posee de entender la
literatura y la historia que cuenta, es que Antonio Muñoz Molina aún
no había encontrado su discurso literario, pues no sólo el estilo
puede, como bien se sabe, sostener la obra de un autor a largo
plazo. Cada autor tiene que encontrar su cauce, pues no basta sólo
con saber y querer escribir, es necesario invertir toda esa voluntad
y toda esa sabiduría que se posee sobre temas concretos, gracias a
los cuales, la capacidad que se posea pueda potenciarlos, de suerte,
que esa conjunción pueda aportar más, mucho más de lo esperado.
Pero
hay que reconocer que no es tan fácil, que encontrar la senda
correcta, que no puede ser otra que la propia, no es algo que se
encuentre y nada más, al ser el resultado de una búsqueda
constante, que sólo después de descartar otras muchas, en el mejor
de los casos se consigue hallar, y que cuando se encuentra, en lugar
de olvidar, porque siempre hay otras rutas más fáciles, hay que
volcar sobre ella todo lo que se posee, pues en caso contrario, jamás
se podrá profundizar realmente sobre la misma. Estoy convencido que
Muñoz Molina a partir de esta novela, que es una buena novela,
encuentra lo que posiblemente llevaba buscando desde hacía algún
tiempo, pero sobre este tema ya intentaré hablar cuando vuelva a
leer y me atreva a comentar “El jinete polaco”
Jueves,
30 de agosto de 2012
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