miércoles, 3 de octubre de 2012

Beltenebros

LECTURAS
(elo.257)

BELTENEBROS
Antonio Muñoz Molina
Ave Fénix, 1989

Hasta que he terminado de releerla, “Beltenebros” era para mí la peor novela, y con diferencia, de Antonio Muñoz Molina. La leí hace mucho tiempo, y además de haber sido una mala lectura, como he comprendido ahora, estoy convencido que el juico que tenía sobre ella se debía al influjo que aún me sobrevolaba de “El invierno en Lisboa”, novela cuya lectura tanto me había impresionado, y que hace unos días cuando volví a leerla se me cayó literalmente de las manos, haciéndome pensar, que esa sí era la peor novela del autor.
Ahora, después de tantos años, me sorprende la atracción que ejerció aquella novela, la segunda del autor jiennense, sobre todos los que la leímos por aquel entonces, una novela repleta de escenas en donde el jazz se encargaba de la música de fondo, en donde una mujer fatal, algo esencial en toda buena novela policiaca, mantenía en jaque al protagonista y en donde los malos eran realmente malos, novela contra la poco podía hacer una obra en principio tan oscura como “Beltenebros”. Para muchos, esta novela representó un paso atrás en la carrera del joven y prometedor Muñoz Molina, pues todos, o casi todos esperábamos de él otra obra que nos hablara de mundos añorados e imposibles, en donde el jazz y el humo del tabaco nos acercara a vidas que estuvieran más allá de la mediocridad en la que, por aquel entonces, la mayoría de nosotros nos hundíamos, por no hablar ya de la literatura que por aquellos años se hacía en nuestro país, que lo único que conseguía era sepultarnos aún más en el mundo que soportábamos y que tanto detestábamos. Por aquella época, y este hecho puede que sea sintomático, ya habíamos retirado, al menos algunos, el poster del aguerrido y dogmático “Che” por el del contradictorio y cada día más cercano Bogart.
En este acercamiento que estoy comenzando a realizar sobre la obra de Muñoz Molina, un acercamiento que desde hace mucho creía necesario pero que siempre dejaba para más adelante, le llegó el turno a “Beltenebros”, novela que no me apetecía mucho volver a leer, como dije antes por la idea que tenía de ella, pero que sin embargo me ha sorprendido, pues a pesar de la temática, ha habido momentos en que la prosa del autor, en que el estilo empleado, me ha recordado al mejor Muñoz Molina. Y digo a pesar de la temática, porque ésta, por la que tan fuerte apostó el autor en sus primeras obras, muere con esta novela, no sé si porque con esta historia llegó a un punto en el que no encontraba más recorrido, que es lo que creo, o porque los mundo policiacos dejaron de interesarle.
A pesar de todo, de lo poco recordada y valorada, al menos entre sus lectores habituales, estimo que “Beltenebros” es una novela esencial en la obra del autor, pues a pesar de la indiscutible calidad que posee, representa un punto de inflexión en la misma. En esta novela la narrativa de Muñoz Molina se presenta, y creo que por primera vez con los rasgos que la acompañarán siempre, con esa solidez y con esa veracidad, que en todo momento identifican y subrayan su obra, de suerte, que el tema desarrollado se hace pequeño, por eso hablé antes de que lo policiaco en su obra deja de tener recorrido, en comparación con la magnitud de su estilo narrativo, que evidentemente esperaba y necesitaba nuevas empresas que fueran más allá de contar historias que acabaran en ellas mismas sin dejar en el lector ningún otro valor añadido.
La historia en sí carece de trascendencia, por lo que es fácil con el tiempo llegar a olvidarla, la de alguien que a pesar de vivir en el exterior es encargado de matar a un traidor, a un traidor que estaba dejando al descubierto, en los años de plomo del franquismo, a destacados miembros de la resistencia al régimen. Lo que ocurre es que la trama se complica, al tener bastantes similitudes, tantas que provenían del mismo núcleo, con otro encargo que el protagonista tuvo que realizar años atrás. La historia, por tanto, a pesar de lo enrevesada que a veces puede resultar, de lo poco creíble que en determinados momento llegar a ser, se sostiene en pie gracias al imponente estilo narrativo que desarrolla el autor, que utilizando una gran multitud de recursos, consigue que el lector llegue al final interesado y disfrutando con lo que lee.
Lo que sí queda claro en esta obra, al comprobarse el desfase existente entre el estilo del autor, entre la forma que posee de entender la literatura y la historia que cuenta, es que Antonio Muñoz Molina aún no había encontrado su discurso literario, pues no sólo el estilo puede, como bien se sabe, sostener la obra de un autor a largo plazo. Cada autor tiene que encontrar su cauce, pues no basta sólo con saber y querer escribir, es necesario invertir toda esa voluntad y toda esa sabiduría que se posee sobre temas concretos, gracias a los cuales, la capacidad que se posea pueda potenciarlos, de suerte, que esa conjunción pueda aportar más, mucho más de lo esperado.
Pero hay que reconocer que no es tan fácil, que encontrar la senda correcta, que no puede ser otra que la propia, no es algo que se encuentre y nada más, al ser el resultado de una búsqueda constante, que sólo después de descartar otras muchas, en el mejor de los casos se consigue hallar, y que cuando se encuentra, en lugar de olvidar, porque siempre hay otras rutas más fáciles, hay que volcar sobre ella todo lo que se posee, pues en caso contrario, jamás se podrá profundizar realmente sobre la misma. Estoy convencido que Muñoz Molina a partir de esta novela, que es una buena novela, encuentra lo que posiblemente llevaba buscando desde hacía algún tiempo, pero sobre este tema ya intentaré hablar cuando vuelva a leer y me atreva a comentar “El jinete polaco”

Jueves, 30 de agosto de 2012

No hay comentarios: