LECTURAS
(elo.256)
LAS
PARTICULAS ELEMENTALES
Michel
Houellebecq
Anagrama,
1998
Hay
libros, y más concretamente novelas, que consiguen explotar en las
manos del lector, que dejan a este aturdido, deseoso de recapacitar
sobre lo leído, al estar escritos con la intención de tocar ese
lugar al que difícilmente se puede llegar y que todos tratamos de
ocultar, consiguiendo el mismo efecto que una piedra tirada con
fuerzas sobre un estanque de aguas quietas. Suelen ser textos
impetuosos, incluso irreverentes con lo ya edificado y solidificado,
textos que consigan o no su objetivo, aspiran a no dejar indiferentes
a quienes los leen. En un tiempo como el que vivimos, en el que el
arte mayoritario tiene casi como única intención calmar y
entretener, en obligar a quien se acerquen a él a mirar hacia otro
lado, hacia el lugar contrario al que se encuentran sus
preocupaciones, sorprende que alguien apueste aún, en lugar de por
ocultar los problemas, que al parecer es lo más fácil y lo más
rentable, a levantar la manta bajo la cual, inocente que se sigue
siendo, se tratan de ocultar dichos problemas. Frente a la novela
hegemónica “de sofá”, de vez en cuando aparece Houellebecq, que
además de hacer comprender que la novela aún sirve para algo, para
algo más que para pasar un rato agradable, consigue dejar aturdido a
todos los que se acercan, con los ojos abiertos a sus creaciones, que
en el fondo no son más que proyectiles dirigidos, con toda la mala
fe del mundo, contra la línea de flotación de sus lectores.
Sí,
Houellebecq es un terrorista de la literatura, al ser uno de los
pocos escritores que aún escriben de espaldas a los vientos
dominantes, dejando un discurso, en este mundo de dirección única,
que invita a bajarnos en la siguiente parada, ya que la desolación y
la soledad anegan todas y cada una de las páginas que escribe, al
dibujar a un ser humano que ha fracasado como proyecto, a alguien que
en las alturas históricas en la que se encuentra sabe perfectamente,
aunque aún trate de engañarse, de que a pesar de que su objetivo
siga siendo la felicidad, en esta vida sólo podrá encontrar
desencanto y frustración.
El
problema para el francés, es que la deriva actual del ser humano es
errónea, al alejarse cada día más de su núcleo originario, del
lugar donde un día pudo ser feliz, en una alocada carrera que sin
duda lo conducirá a la destrucción, carrera que sólo podrá
detener, en el mejor de los casos, la implantación de un nuevo
paradigma. Desde un principio la modernidad implantó el
individualismo, al estimar que sólo desde el mismo se podría
alcanzar la felicidad. Desde entonces libertad y felicidad se
convirtieron en el binomio irrenunciable, pues sin libertad, seguimos
diciendo, resulta imposible la felicidad, mientras que sin ésta,
aquella carece de sentido. El individualismo, que cada día es más
acusado, es el eje sobre el que giran nuestras sociedades, apoyándose
sobre él toda la cultura hegemónica actual.
Para
Houellebecq el cáncer que padecemos es el propio individualismo,
que provoca una sed que nunca se consigue saciar, que para colmo es
utilizado por el propio sistema, para en lugar de liberarnos,
encadenarnos en dinámicas que lo único que consiguen es encajonar
al ser humano en su propia soledad, y en una multitud de deseos, la
mayoría de los cuales impostados y a todas luces accesorios,
imposibles de satisfacer, al menos eso es lo que deja entender en
esta novela, y que tal dinámica difícilmente se podrá detener, por
lo que, si de algo carece el hombre es de futuro.
La
novela se desarrolla enfocando paralelamente a dos hermanos, a dos
hermanos de madre, que pese a ello, mantienen una actitud diferente
ante la existencia, y que a lo largo de sus vidas habían tenido
escaso contacto entre sí. Uno de ellos, estaba obsesionado con el
sexo, consiguiendo encontrar sólo al final lo que siempre había
añorado, una compañera que lo liberara de la soledad y del vacío
en el que siempre había vivido, pero que a la muerte de ésta acaba
internado en un hospital psiquiátrico. El otro por el contrario, un
afamado investigador de biología molecular, tenía un problema, que
carecía de ganas de vivir, y que después de haber conseguido lo que
buscaba, hacer posible la modificación genética en el ser humano,
desaparece misteriosamente. El avance científico que sus
investigaciones propicia, que con el tiempo se implementaron
generalizadamente, hacen posible la creación de un hombre nuevo, de
un hombre del que desaparece su ansia individual, lo que consigue
transformarlo en un ser dócil, comunitario y feliz.
Está
claro que para Houellebecq, la deriva en la que nos encontramos, que
sólo nos depara satisfacciones momentáneas y depresiones
continuadas, no puede acabar bien, pues ese tirar siempre para
adelante, corriendo en todo momento detrás de la zanahoria que se
nos muestra, que esta vida sin sosiego que se nos publicita y que
llegamos incluso a creer como la única posible, sólo puede terminar
en el mejor de los casos, como la de uno de los protagonistas de la
novela, en un pabellón psiquiátrico. Para él, ya no existe un
camino de vuelta, pues ningún nuevo paradigma, tal y como están
las cosas, podrá parar en seco esta carrera dislocada y demencial,
pues el problema del ser humano es el propio ser humano.
El
estilo literario de Houellebecq es directo y descarnado, sin que se
ofrezca al lector ningún artificio narrativo, duro a veces, pero
dotado en otras ocasiones de una ternura que llega a embargar a quien
se interna en las páginas de sus novelas. Los paisajes que dibuja su
narrativa son desoladores, en donde la esperanza sencillamente no
existe, de suerte que, cuando en momentos determinados aflora, él
mismo se encarga de erradicar de forma radical.
Tanto
la forma literaria como el contenido de las obras del autor francés
son distintas, diferentes a casi todo lo que se puede leer en la
actualidad, consiguiendo dejar un pozo de amargura que obliga al
lector, una vez que consigue recuperarse del impacto recibido, a
reflexionar pausadamente sobre el desolado panorama al que ha tenido
que enfrentarse.
Además
de todo lo anterior, tengo que decir, a pesar del pesimismo que
inunda todas las novelas de Houellebecq, y del cierto antiprogresismo
de algunos de sus postulados, que el francés posiblemente sea, al
menos así me lo parece, el novelista más contemporáneo del
panorama literario actual, el más comprometido y el más crítico
con la realidad a la que tiene que enfrentarse el hombre de nuestro
tiempo.
Domingo,
26 de agosto de 2012
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