lunes, 24 de septiembre de 2012

Las partículas elementales

LECTURAS
(elo.256)

LAS PARTICULAS ELEMENTALES
Michel Houellebecq
Anagrama, 1998

Hay libros, y más concretamente novelas, que consiguen explotar en las manos del lector, que dejan a este aturdido, deseoso de recapacitar sobre lo leído, al estar escritos con la intención de tocar ese lugar al que difícilmente se puede llegar y que todos tratamos de ocultar, consiguiendo el mismo efecto que una piedra tirada con fuerzas sobre un estanque de aguas quietas. Suelen ser textos impetuosos, incluso irreverentes con lo ya edificado y solidificado, textos que consigan o no su objetivo, aspiran a no dejar indiferentes a quienes los leen. En un tiempo como el que vivimos, en el que el arte mayoritario tiene casi como única intención calmar y entretener, en obligar a quien se acerquen a él a mirar hacia otro lado, hacia el lugar contrario al que se encuentran sus preocupaciones, sorprende que alguien apueste aún, en lugar de por ocultar los problemas, que al parecer es lo más fácil y lo más rentable, a levantar la manta bajo la cual, inocente que se sigue siendo, se tratan de ocultar dichos problemas. Frente a la novela hegemónica “de sofá”, de vez en cuando aparece Houellebecq, que además de hacer comprender que la novela aún sirve para algo, para algo más que para pasar un rato agradable, consigue dejar aturdido a todos los que se acercan, con los ojos abiertos a sus creaciones, que en el fondo no son más que proyectiles dirigidos, con toda la mala fe del mundo, contra la línea de flotación de sus lectores.
Sí, Houellebecq es un terrorista de la literatura, al ser uno de los pocos escritores que aún escriben de espaldas a los vientos dominantes, dejando un discurso, en este mundo de dirección única, que invita a bajarnos en la siguiente parada, ya que la desolación y la soledad anegan todas y cada una de las páginas que escribe, al dibujar a un ser humano que ha fracasado como proyecto, a alguien que en las alturas históricas en la que se encuentra sabe perfectamente, aunque aún trate de engañarse, de que a pesar de que su objetivo siga siendo la felicidad, en esta vida sólo podrá encontrar desencanto y frustración.
El problema para el francés, es que la deriva actual del ser humano es errónea, al alejarse cada día más de su núcleo originario, del lugar donde un día pudo ser feliz, en una alocada carrera que sin duda lo conducirá a la destrucción, carrera que sólo podrá detener, en el mejor de los casos, la implantación de un nuevo paradigma. Desde un principio la modernidad implantó el individualismo, al estimar que sólo desde el mismo se podría alcanzar la felicidad. Desde entonces libertad y felicidad se convirtieron en el binomio irrenunciable, pues sin libertad, seguimos diciendo, resulta imposible la felicidad, mientras que sin ésta, aquella carece de sentido. El individualismo, que cada día es más acusado, es el eje sobre el que giran nuestras sociedades, apoyándose sobre él toda la cultura hegemónica actual.
Para Houellebecq el cáncer que padecemos es el propio individualismo, que provoca una sed que nunca se consigue saciar, que para colmo es utilizado por el propio sistema, para en lugar de liberarnos, encadenarnos en dinámicas que lo único que consiguen es encajonar al ser humano en su propia soledad, y en una multitud de deseos, la mayoría de los cuales impostados y a todas luces accesorios, imposibles de satisfacer, al menos eso es lo que deja entender en esta novela, y que tal dinámica difícilmente se podrá detener, por lo que, si de algo carece el hombre es de futuro.
La novela se desarrolla enfocando paralelamente a dos hermanos, a dos hermanos de madre, que pese a ello, mantienen una actitud diferente ante la existencia, y que a lo largo de sus vidas habían tenido escaso contacto entre sí. Uno de ellos, estaba obsesionado con el sexo, consiguiendo encontrar sólo al final lo que siempre había añorado, una compañera que lo liberara de la soledad y del vacío en el que siempre había vivido, pero que a la muerte de ésta acaba internado en un hospital psiquiátrico. El otro por el contrario, un afamado investigador de biología molecular, tenía un problema, que carecía de ganas de vivir, y que después de haber conseguido lo que buscaba, hacer posible la modificación genética en el ser humano, desaparece misteriosamente. El avance científico que sus investigaciones propicia, que con el tiempo se implementaron generalizadamente, hacen posible la creación de un hombre nuevo, de un hombre del que desaparece su ansia individual, lo que consigue transformarlo en un ser dócil, comunitario y feliz.
Está claro que para Houellebecq, la deriva en la que nos encontramos, que sólo nos depara satisfacciones momentáneas y depresiones continuadas, no puede acabar bien, pues ese tirar siempre para adelante, corriendo en todo momento detrás de la zanahoria que se nos muestra, que esta vida sin sosiego que se nos publicita y que llegamos incluso a creer como la única posible, sólo puede terminar en el mejor de los casos, como la de uno de los protagonistas de la novela, en un pabellón psiquiátrico. Para él, ya no existe un camino de vuelta, pues ningún nuevo paradigma, tal y como están las cosas, podrá parar en seco esta carrera dislocada y demencial, pues el problema del ser humano es el propio ser humano.
El estilo literario de Houellebecq es directo y descarnado, sin que se ofrezca al lector ningún artificio narrativo, duro a veces, pero dotado en otras ocasiones de una ternura que llega a embargar a quien se interna en las páginas de sus novelas. Los paisajes que dibuja su narrativa son desoladores, en donde la esperanza sencillamente no existe, de suerte que, cuando en momentos determinados aflora, él mismo se encarga de erradicar de forma radical.
Tanto la forma literaria como el contenido de las obras del autor francés son distintas, diferentes a casi todo lo que se puede leer en la actualidad, consiguiendo dejar un pozo de amargura que obliga al lector, una vez que consigue recuperarse del impacto recibido, a reflexionar pausadamente sobre el desolado panorama al que ha tenido que enfrentarse.
Además de todo lo anterior, tengo que decir, a pesar del pesimismo que inunda todas las novelas de Houellebecq, y del cierto antiprogresismo de algunos de sus postulados, que el francés posiblemente sea, al menos así me lo parece, el novelista más contemporáneo del panorama literario actual, el más comprometido y el más crítico con la realidad a la que tiene que enfrentarse el hombre de nuestro tiempo.

Domingo, 26 de agosto de 2012

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