LECTURAS
(elo.265)
LOS
ENAMORAMIENTOS
Javier
Marías
Alfaguara,
2011
Hace
unos días escuché en la radio, y no sé a razón de qué, a un
filólogo norteamericano especializado en la literatura española
actual, decir algo que me llamó la atención, a saber, que era un
apasionado lector de las novelas de Javier Marías y de las de Arturo
Pérez-Reverte, lo que a mi modo de ver, tiene que ser algo parecido
a ser hincha de los dos equipos de una misma ciudad, un enorme
contrasentido, ya que ambos novelistas, que al parecer son muy
amigos, si literariamente coinciden en algo, es en estar enrolados, y
de forma militante, en concepciones no ya diferentes, sino
radicalmente opuestas de lo que debe ser la actividad que
desarrollan. Marías, a diferencia del cartagenero, apuesta por una
narrativa introspectiva, que se asienta en las reflexiones y en las
digresiones que llevan a cabo los diferentes personajes que
intervienen en sus novelas, pero sobre todo en una extrema
elaboración del lenguaje, en donde cada frase parece estar
concienzudamente medida y trabajada, lo que obliga al lector a
paladear cada una de sus páginas, pues en ellas encuentra un
equilibrio y una riqueza, que en muy pocas obras de otros autores
puede encontrar. Marías va a contracorriente, pues la literatura
actual, la que se vende y la que se lee, parece que sin dudarlo mucho
ha optado por otro camino, por el de su colega, en donde las
historias que se cuentan son siempre demasiado explícitas, pues en
ellas todo se centra en las piruetas o en los acontecimientos, contra
más extraordinarios mejor, que tienen que realizar o ante los que se
tienen que enfrentar sus protagonistas, que casi siempre viven hacia
fuera, y de los que se muestran sólo algunos rasgos significativos,
los suficientes para justificar sus actuaciones. Sí, en estas obras
lo importante es la singularidad, tratando los diferentes autores de
dejar constancia, tal como dictan los tiempos, de que todo es
reversible gracias a la voluntad, aportando en la mayoría de las
ocasiones personajes de “cartón piedra” que poco o nada tienen
que ver con la complejidad que hoy singulariza a la condición
humana, y que la novela, al menos la novela de calidad, tiene la
obligación de afrontar.
No
cabe duda que el protagonista, el auténtico protagonista de las
obras del autor madrileño es el estilo, su peculiar forma de narrar,
que para muchos puede resultar anacrónica, a veces aburrida,
insoportable incluso, ya que se tiene la sensación, debido a sus
constantes digresiones, de que nunca se avanza lo suficiente en la
lectura de las historias que nos trata de narrar, y que éstas casi
siempre quedan difuminadas, eclipsadas, según algunos por su
debilidad, por la fortaleza de ese estilo que tanto le distingue, por
lo que, cuando se termina de leer algunas de sus novelas, que siempre
se desarrollan “a fuego lento”, lo que de verdad apetece a éstos,
a los que opinan así, es zambullirse en cualquier historia de
dicharacheros espadachines, al echar de menos, de forma insufrible,
el poder terapéutico de la acción. Es posible, es posible que su
gran virtud sea para muchos su gran defecto, pues ya se sabe aquello
de que “para gustos, colores”, pero no cabe duda que para otros,
entre los que me encuentro, cualquier obra de Marías es ante todo
una fiesta, una fiesta precisamente de colores, en donde difícilmente
se puede encontrar una afirmación contundente, o un personaje
inocente, ya que aquello que se cuenta siempre está repleto de
sutilezas y de dobleces, de posibilidades inadvertidas, al igual, no
se puede olvidar, que la mayoría de los que pululamos por nuestras
calles y plazas, que si algo no padecemos es de la simplicidad que
casi siempre define a los personajes de las novelas y de las series
televisivas de éxito.
En
“Los enamoramientos”, sin olvidar ni dejar a un lado su circular
estilo narrativo, Marías se centra, cosa no ocurrida de forma tan
explícita con anterioridad, en un tema concreto, en el amor, o mejor
dicho en el estado de enamoramiento, dos conceptos que él distingue
y que trata de delimitar, pues según dice, “el amor se puede
suplantar, pero no el enamoramiento”. Parece que para el autor de
esta novela, el amor es un concepto, una idea que mientras que no se
activa nos puede dejar indemne, pero que por el contrario, el
enamoramiento, el estar enamorado, es la implementación de esa idea,
que no significa otra cosa que estar enamorado de alguien, de alguien
que nos hace débiles y vulnerables. Por tanto, con el amor se puede
convivir, pero ante el enamoramiento casi siempre se pierden los
papeles, ya que gracias a él, podemos vernos obligados a actuar de
forma insospechada y no deseada.
En
la novela, una novela narrada por una mujer, algo también insólito
en el autor, el protagonista, aquejado por el mal del amor, por el
enamoramiento, comprende que si no hacía algo, algo que
necesariamente tenía que ser drástico, no podría conseguir su
objetivo, la mujer a la que amaba, por lo que ejecuta un arriesgado
movimiento que a la larga le proporciona lo que tanto deseaba.
En
esta ocasión, a pesar de introducirse por todos los vericuetos que
va encontrando, algo consustancial en él, la historia sí parece
quedar más diáfana que en otras ocasiones, lo que le ha
proporcionado dos consideraciones en principio contrapuestas, por un
lado los aplausos de aquellos que por primera vez, por la relativa
accesibilidad del texto, han podido disfrutar con una novela de
Marías, y conozco a muchos, y por otra, la de los que definen “Los
enamoramientos”, por este motivo, como una obra menor del autor, lo
que desde mi punto de vista resulta excesivo. Ante lo anterior tengo
que decir, que es bueno que una novela de Marías, y todas las
novelas de Marías poseen una calidad incuestionable, tengan un
número considerables de lectores, de lectores reales, pues es algo
evidente que muchos de los que compran sus obras nunca consiguen
leerlas, por la dificultad de las mismas, pues estoy convencido que
el madrileño es uno de esos autores que venden más de lo que se le
lee, y por otro, que es positivo que Marías haya tomado tierra, pues
corría el peligro, el peligro real, como presagiaba su trilogía “Tu
rostro mañana” que se convirtiera en un novelista “metafísico”,
apto sólo para un reducido número de lectores.
Miércoles,
21 de noviembre de 2012
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