martes, 8 de enero de 2013

Desgracia

LECTURAS
(elo.266)

DESGRACIA
J.M. Coetzee
Debolsillo, 1999

¿Qué decir de esta novela? Debería limitarme a decir que es espléndida, y que es una de esas contadas novelas que siempre hay que recomendar y poner como ejemplo, para acto seguido, abandonar todo intento de pretender comentarla, pues difícilmente, y esto lo sé, podré comprimir de forma adecuada todo lo que puedo escribir sobre ella, sin que se me lleguen a escapar cuestiones esenciales de la misma. Tal vez, debería limitarme sólo a decir, que Coetzee, a pesar de que posee una obra muy irregular, por esta novela, merece todos los elogios posibles, y por supuesto, el lugar que ocupa, el de ser sin duda alguna uno de los pesos pesados de la literatura actual. “Desgracia” la leí hace mucho tiempo, quedándome una visión de ella, que aunque siga creyendo que es la acertada, la del peaje que un blanco, después de tantas ignominias acumuladas, tiene que pagar por vivir en la actual Sudáfrica, hoy, después de una segunda lectura, estoy convencido que tal intento por acotar el tema se queda corto, al dejar cuestiones fuera que enriquecen y complementan el objetivo que se impuso el autor, tal como ocurre con toda buena novela, o con la vida misma, que siempre es imposible conceptualizar, de explicitar “con cuatro certeras” palabras.
Para todo novelista, el problema consiste en encontrar la forma adecuada de afrontar el tema que tiene en mente, de hallar la historia y el procedimiento idóneo que subraye lo que desea dejar al descubierto, siendo esta la cuestión en donde literariamente se lo juega todo, ya que la novela, aunque estemos acostumbrado a lo contrario, es el reino de lo implícito. Encontrar y trabajar una buena historia que además de sostenerse en pie, por su argumento, por sus personajes, por la credibilidad que pueda obtener ante los lectores, desde luego no es una tarea fácil, pero si además de todo lo anterior consigue atrapar y conmover, perturbar y obligar a reflexionar, no cabe duda de que lo que se consigue es algo más que una buena novela. Por ello, pues estoy convencido que en esta obra se conjuga todo lo anteriormente enumerado y algunas cuestiones más, “Desgracia” es una de las grandes obras literarias, al menos en mi opinión, que se han escrito en los últimos tiempos.
“Desgracia” perturba, teniendo la cualidad de no dejar a nadie indiferente, pues el tema que aborda, o los temas que desarrolla, están tratados con una claridad estilística que llama la atención, sobre todo cuando se compara esa aparente sencillez narrativa con la dureza de la historia que cuenta, una dureza que sorprende y que sobre todo desconcierta.
El personaje central de la novela, un profesor universitario de mediana edad, después de haber vivido dentro de su equilibrada burbuja vital, cae por una serie de circunstancias en desgracia, teniendo que enfrentarse a la realidad a la que siempre le había dado la espalda, encontrando un mundo áspero, cruel, en movimiento constante hacia nuevas estructuras sociales más acordes con las difíciles condiciones por las que atravesaba su país, es decir, ante un mundo que ya no era el suyo, condiciones que tiene que aceptar, aunque ello le supusiera tener que humillarse, porque allí se encontraba todo lo que tenía.
Coetzee juega con varios personajes y con varias situaciones no sólo para fijar la historia, sino también, para dar muestra de esa nueva realidad ante la que el protagonista se ve en la obligación de abrir los ojos, como la violación que padece su única hija y la aceptación de la misma por parte de ésta, que la ve como algo natural, como el precio que tenía que pagar por permanecer en aquellas tierras; la figura de Petrus, el laborioso africano que era vecino de su hija, que representa a la nueva Sudáfrica que poco a poco, de forma callada, se iba imponiendo; el terrateniente, que ya sin hijos, pero aún fuertemente armado, simboliza un tiempo ya pasado y que no tendría retorno, o los amigos veterinarios, que a pesar de que querían ayudar, en su impotencia, sólo se podían dedicar a matar, para que no sufrieran, a los perros que le llegaban.
El tema de la novela, al menos desde esta perspectiva aparece claro, el de la aceptación por parte del protagonista de la realidad ante la que se hallaba, de una realidad que hasta entonces se le escapaba, que no veía, al estar encerrado en su mundo, del que no quería salir, prueba de ello, es que hasta el final estuvo empeñado en escribir una extraña ópera, él que apenas sabía de música, sobre los amores italianos de Lord Byron, proyecto que no podía estar más alejado de la nueva existencia que tenía que afrontar. Pero lo que veía y lo que sentía, y que no tuvo más remedio que aceptar, no significaba otra cosa que tener que humillarse, pero en esa humillación comprendió que se encontraba el inicio de la nueva vida, que quisiera o no, era lo que tenía que sobrellevar.
Como dije anteriormente, lo que sorprende de esta novela, es la limpieza estilística de la mima, el realismo y la sencillez del lenguaje utilizado, pero también la dureza de lo que cuenta, la facilidad que demuestra el autor para hablar de un mundo que estaba tocando a su fin, sin hacer “leña del árbol caído”, y de ese otro mundo, que repleto de contradicciones, de odios contenidos, se estaba abriendo paso definitivamente para crear un nuevo orden, que con seguridad, con el tiempo, acabaría transformándolo todo. En fin, una obra maestra que quedará en el tiempo, y que es un ejemplo, sin espasmos y sin fuegos artificiales, que para lo único que se utilizan es para ocultar las carencias, de lo que es y de lo que tiene que ser la buena literatura.

Miércoles, 28 de noviembre de 2012


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