LECTURAS
(elo.266)
DESGRACIA
J.M.
Coetzee
Debolsillo,
1999
¿Qué
decir de esta novela? Debería limitarme a decir que es espléndida,
y que es una de esas contadas novelas que siempre hay que recomendar
y poner como ejemplo, para acto seguido, abandonar todo intento de
pretender comentarla, pues difícilmente, y esto lo sé, podré
comprimir de forma adecuada todo lo que puedo escribir sobre ella,
sin que se me lleguen a escapar cuestiones esenciales de la misma.
Tal vez, debería limitarme sólo a decir, que Coetzee, a pesar de
que posee una obra muy irregular, por esta novela, merece todos los
elogios posibles, y por supuesto, el lugar que ocupa, el de ser sin
duda alguna uno de los pesos pesados de la literatura actual.
“Desgracia” la leí hace mucho tiempo, quedándome una visión de
ella, que aunque siga creyendo que es la acertada, la del peaje que
un blanco, después de tantas ignominias acumuladas, tiene que pagar
por vivir en la actual Sudáfrica, hoy, después de una segunda
lectura, estoy convencido que tal intento por acotar el tema se queda
corto, al dejar cuestiones fuera que enriquecen y complementan el
objetivo que se impuso el autor, tal como ocurre con toda buena
novela, o con la vida misma, que siempre es imposible conceptualizar,
de explicitar “con cuatro certeras” palabras.
Para
todo novelista, el problema consiste en encontrar la forma adecuada
de afrontar el tema que tiene en mente, de hallar la historia y el
procedimiento idóneo que subraye lo que desea dejar al descubierto,
siendo esta la cuestión en donde literariamente se lo juega todo, ya
que la novela, aunque estemos acostumbrado a lo contrario, es el
reino de lo implícito. Encontrar y trabajar una buena historia que
además de sostenerse en pie, por su argumento, por sus personajes,
por la credibilidad que pueda obtener ante los lectores, desde luego
no es una tarea fácil, pero si además de todo lo anterior consigue
atrapar y conmover, perturbar y obligar a reflexionar, no cabe duda
de que lo que se consigue es algo más que una buena novela. Por
ello, pues estoy convencido que en esta obra se conjuga todo lo
anteriormente enumerado y algunas cuestiones más, “Desgracia” es
una de las grandes obras literarias, al menos en mi opinión, que se
han escrito en los últimos tiempos.
“Desgracia”
perturba, teniendo la cualidad de no dejar a nadie indiferente, pues
el tema que aborda, o los temas que desarrolla, están tratados con
una claridad estilística que llama la atención, sobre todo cuando
se compara esa aparente sencillez narrativa con la dureza de la
historia que cuenta, una dureza que sorprende y que sobre todo
desconcierta.
El
personaje central de la novela, un profesor universitario de mediana
edad, después de haber vivido dentro de su equilibrada burbuja
vital, cae por una serie de circunstancias en desgracia, teniendo que
enfrentarse a la realidad a la que siempre le había dado la espalda,
encontrando un mundo áspero, cruel, en movimiento constante hacia
nuevas estructuras sociales más acordes con las difíciles
condiciones por las que atravesaba su país, es decir, ante un mundo
que ya no era el suyo, condiciones que tiene que aceptar, aunque ello
le supusiera tener que humillarse, porque allí se encontraba todo lo
que tenía.
Coetzee
juega con varios personajes y con varias situaciones no sólo para
fijar la historia, sino también, para dar muestra de esa nueva
realidad ante la que el protagonista se ve en la obligación de abrir
los ojos, como la violación que padece su única hija y la
aceptación de la misma por parte de ésta, que la ve como algo
natural, como el precio que tenía que pagar por permanecer en
aquellas tierras; la figura de Petrus, el laborioso africano que era
vecino de su hija, que representa a la nueva Sudáfrica que poco a
poco, de forma callada, se iba imponiendo; el terrateniente, que ya
sin hijos, pero aún fuertemente armado, simboliza un tiempo ya
pasado y que no tendría retorno, o los amigos veterinarios, que a
pesar de que querían ayudar, en su impotencia, sólo se podían
dedicar a matar, para que no sufrieran, a los perros que le
llegaban.
El
tema de la novela, al menos desde esta perspectiva aparece claro, el
de la aceptación por parte del protagonista de la realidad ante la
que se hallaba, de una realidad que hasta entonces se le escapaba,
que no veía, al estar encerrado en su mundo, del que no quería
salir, prueba de ello, es que hasta el final estuvo empeñado en
escribir una extraña ópera, él que apenas sabía de música, sobre
los amores italianos de Lord Byron, proyecto que no podía estar más
alejado de la nueva existencia que tenía que afrontar. Pero lo que
veía y lo que sentía, y que no tuvo más remedio que aceptar, no
significaba otra cosa que tener que humillarse, pero en esa
humillación comprendió que se encontraba el inicio de la nueva
vida, que quisiera o no, era lo que tenía que sobrellevar.
Como
dije anteriormente, lo que sorprende de esta novela, es la limpieza
estilística de la mima, el realismo y la sencillez del lenguaje
utilizado, pero también la dureza de lo que cuenta, la facilidad que
demuestra el autor para hablar de un mundo que estaba tocando a su
fin, sin hacer “leña del árbol caído”, y de ese otro mundo,
que repleto de contradicciones, de odios contenidos, se estaba
abriendo paso definitivamente para crear un nuevo orden, que con
seguridad, con el tiempo, acabaría transformándolo todo. En fin,
una obra maestra que quedará en el tiempo, y que es un ejemplo, sin
espasmos y sin fuegos artificiales, que para lo único que se
utilizan es para ocultar las carencias, de lo que es y de lo que
tiene que ser la buena literatura.
Miércoles,
28 de noviembre de 2012
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