LECTURAS
(elo.267)
EL
MAPA Y LOS TERRITORIOS
Michel
Houellebecq
Anagrama,
2011
Leí
esta novela al poco tiempo de aparecer en las librerías y quedé
deslumbrado con ella, y precisamente por ello, porque la perspectiva
que tenía sobre la misma no creía que fuera la adecuada, preferí
dejar para más adelante, y tras una nueva lectura, el comentario que
sin duda se merecía. Ahora, meses después, “El mapa y el
territorio” me ha seguido pareciendo una buena novela, pero no una
novela redonda, más ideológica que literaria, no tan bien
estructurada como sus obras más conocidas, posiblemente demasiado
explícita, pero provista de una fuerza arrolladora; una obra que
puede echar hacia atrás a los lectores habituales de novelas, que la
pueden observar como incorrecta, al no encontrar en ella “lo que
tiene que tener toda buena novela”, pero que sin duda entusiasmará
a todos los houllebecquianos, entre los que me encuentro.
Cuando
la terminé de leer por primera vez, la pregunta que me hice, fue la
de si Houellebecq podría volver a escribir otra novela, si desde el
lugar al que había llegado, literariamente hablando, sería capaz de
aportar una nueva novela, que como ésta, ahondara aún más en sus
obsesiones. Desde entonces ha publicado un nuevo texto, pero de
poemas, curiosamente el tipo de creaciones que la policía encontró
en su ordenador cuando se “autoasesinó” en la narración sobre
la estoy escribiendo, lo que puede dejar de manifiesto, la dificultad
que puede encontrar para dar un nuevo paso hacia adelante. Asesinó
Sí,
“El mapa y el territorio” me ha parecido una buena novela, con la
que he disfrutado, pero como dije antes no creo que sea una novela
redonda, posiblemente porque en una segunda lectura se vean demasiado
“sus costuras”, porque el escalonamiento de la narración sea
poco natural y hasta cierto punto previsible, y porque la segunda
parte, la extraña novela negra que se saca Houellebecq de la
chistera, me ha parecido una opción demasiado fácil que no aporta
absolutamente nada, que lo único que consigue es distorsionar aún
más la narración, a lo que se une un tratamiento demasiado
previsible del funcionamiento de los diferentes personajes.
Houellebecq tiene la virtud de entusiasmar a sus lectores, lo que en
muchas ocasiones consigue ocultar sus carencias literarias, hecho que
queda contrarrestado con creces por su singular visión de la
existencia, que siempre logra dejar al descubierto escenarios poco
explorados, que a pesar de todo, todos llegamos a sentir como
nuestros.
Pero lo que sí queda claro es que Houellebecq es un tipo curioso,
hecho que demuestra en el contenido de sus novelas, pues todas, en
mayor o menor medida representan una carga de profundidad contra el
tipo de sociedad posindustrial que padecemos, en donde el consumo
compulsivo, la especulación o el poder del dinero, está
consiguiendo que la vida, que sobrellevar una vida mínimamente
aceptable resulte imposible, y que la única alternativa, no puede
ser otra que la de escapar de esas dinámicas asfixiantes que nos
envuelven. Lo curioso del francés, es la singularidad de su
apuesta, pues a él no le basta con huir a un lugar apartado, sino
que a lo que aspira, al menos en esta novela, es a una vida en la que
se pueda recobrar los valores esenciales perdidos, la vida del
trabajo y de la cooperación, la del reencuentro con las tradiciones
olvidadas, a esa existencia que lograba mantener a cada cual en su
sitio, sin que la angustia contemporánea que a todos nos ahoga,
logre impedir que se pueda llevar una existencia digna y no
alienada. Este planteamiento, alejado de la modernidad y de la
posmodernidad, puede hacer que Houellebecq sea visto por muchos, como
un adelantado de los nuevos enfoques conservadores, por no decir
reaccionarios, de los que levantando la bandera, cualquier bandera,
sostienen sus discursos sobre eso tan extraño como es la vuelta a la
tradición, pero en el francés, esa aspiración de volver a los
orígenes, en donde todo puede resultar más fácil, más humano y
más concreto, no es más que una estrategia de defensa propia ante
la descontrolada vorágine que a todos nos está devorando.
En
la novela el propio Houellebecq aparece exiliado de su mundo, en un
lugar apartado y solitario de Irlanda, alejado de las dinámicas
sociales que tanto le angustiaban, pero comprende que allí no se
encontraba en su lugar, por lo que se traslada a donde nació, a un
pequeño pueblo en donde se le veía feliz, pero allí fue
brutalmente asesinado por la avaricia de las sociedades en las que
vivimos, lo que puede revelar, al menos según él, la imposibilidad
de tal huída, ya que los tentáculos de los valores dominantes, los
del dinero y los de la acumulación de riqueza, siempre acabarán con
los que quieran escapar de ellos. Pero esto no le ocurre al
protagonista, un artista que gracias al dinero que consiguió con su
obra, opta por bunkerizarse en el pueblo en que vivió su abuela, sin
mantener contactos con nadie, pero que con el tiempo descubre que
todo había cambiado, que el pueblo al que le había dado la espalda
durante años había sufrido una transformación radical, en donde
sus habitantes, casi todos venidos de la gran ciudad, habían
recobrado las labores tradiciones que parecían perdidas, encontrando
un nuevo hábitat y en un nuevo equilibrio en el que sí merecía la
pena vivir.
Parece
que Houellebecq en esta novela, nos quiere decir que para él no
puede haber futuro, ni para él ni para los de su generación, pero
que la puerta de la esperanza no está cerrada del todo, ya que poco
a poco, el ser humano comprenderá que la felicidad, una felicidad
moderada, no se encuentra, no se puede encontrar al final de la ruta
marcada y publicitada por los grandes carteles luminosos que nos
incitan a ir siempre con las orejeras puestas hacia adelante, sino
que hasta ella sólo se podrá llegar, por pequeños senderos que
parten para alejarse, de esos itinerarios perfectamente rotulados
ideados para que por ellos discurramos todos.
“El
mapa y el territorio” es una novela muy aconsejable, en donde
además de encontrar el lector al Houellebecq de siempre, con su
habitual angustia vital y con su crónica desgana, también podrá
entrever un tenue rayo de esperanza, cosa nada normal en el escritor
francés, cuyas novelas siempre acaban con todas las puertas y las
contraventanas cerradas.
Martes,
4 de diciembre de 2012
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