miércoles, 23 de enero de 2013

Ardor guerrero

LECTURAS
(elo. 268)

ARDOR GUERRERO
Antonio Muñoz Molina
Alfaguara, 1995

Me ha costado encontrar este libro, que en su momento leí y que recordaba como una obra menor de Muñoz Molina, eclipsado sin duda por el poderío literario de su anterior obra, posiblemente su mejor novela, “El jinete polaco”, pero ahora, mucho tiempo después, casi doce años después, no sólo me ha parecido digna, sino incluso necesaria para comprender, en un tiempo en que casi todo se olvida con demasiada facilidad, nuestra propia historia reciente. Recordaba a “Ardor guerrero” como un mero ejercicio narrativo del autor, que trataba, mediante la escritura, de rememorar su servicio militar en el País Vasco, un trabajo sin apenas importancia en su obra, que trataba de profundizar, tal como hizo con su anterior novela, en su propia memoria, haciendo de ésta, de su vida, su particular yacimiento literario.
Hoy que tanto se habla de lo mal que estamos, cuando incluso se pone en duda al propio sistema democrático, por ineficaz, es conveniente echar una mirada hacia atrás para recordar dónde nos encontrábamos hace treinta años, pues en caso contrario se corre el riesgo, de no valorar el enorme salto cualitativo que ha dado este país gracias en parte a ese sistema político, que desde ciertos sectores hoy se trata de poner en cuarentena, al creerse que gran parte de los problemas que hoy nos mantienen empantanados provienen precisamente de sus disfunciones. Hace unas semanas, cuando estaba tratando de encontrar este libro de forma desesperada, una bibliotecaria amiga me comentó, ya que lo había leído recientemente, que le había recordado unos tiempos tenebrosos, unos tiempos en blanco y negro en los que sencillamente no había futuro, unos tiempos en los que estábamos en suspenso, como a la espera, en los que nadie sabía que nos depararía el futuro, pues las esperanzas que poco a poco se abrían camino, los sueños de muchos, estaban amenazadas por todos los peligros. Eran tiempos de atentados terroristas, de prensa golpista, de desempleo y de inflación, de absoluta inseguridad, de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, de utilitarios y de libretas de ahorros a plazo fijo, pero sobre todo de inestabilidad. Por ello, cuando ahora nos aprieta la realidad, cuando parece que hemos dejado de viajar hacia el futuro a lomos de un tren de alta velocidad, es necesario recordar de donde, de qué país provenimos, para comparar esa realidad anémica y ensombrecida que algunos padecimos, con la que ahora, a pesar de todo, nos ha tocado en suerte, lo que ni mucho menos quiere decir, que tengamos que conformarnos de forma acrítica con lo que en estos momentos disfrutamos o padecemos, sino que tenemos la obligación de mirar al mundo, a nuestro mundo con perspectiva, pues si algo parece que ya no tenemos es memoria histórica.
Al leer las páginas de estas memorias he tenido la sensación de caer, según narraba el autor, en otro mundo, en un mundo ya casi olvidado pero que ha configurado casi por entero a mi generación, pero curiosamente, aunque no hace tanto de todo aquello, también he tenido la sensación, de que Muñoz Molina me hablaba de mi prehistoria, de un periodo oscuro del que trato de salvaguardarme mediante el olvido.
Después de “el jinete polaco”, una novela que marcó un antes y un después en la obra del autor jiennense, un novela que tuvo que dejarlo agotado creativamente, por su intensidad y por su trabajosa arquitectura, pocos podíamos pensar que nos sorprendería con otra obra de tales características, aunque casi todos estábamos convencidos de que no volvería a dar un paso hacia atrás, regresando a las novelas detectivescas de corte cinematográfico que en lugar de sostenerse en la realidad, en su realidad, lo hacían sobre su imaginario cultural. No, no podía ser. El salto que había dado resultaba ya irreversible, pues para colmo su potencial narrativo se adaptaba bastante mejor a esos territorios descubiertos en “el jinete polaco” que sus las dos extrañas, aunque exitosas novelas anteriores. Pero tampoco esperábamos encontrarnos con unas memorias, y menos con unas memorias que versaran sobre su servicio militar, sobre su “mili”, sobre todo porque todos estábamos un poco hartos, de que nos hablaran nuestros amigos y nuestros familiares de sus “inigualables” y “enriquecedoras” experiencias en la misma.
Sí, en “Ardor guerrero” Antonio Muñoz Molina habla de “la mili”, de su experiencia en el servicio militar, ya afortunadamente extinto, que realizó en las lejanas tierras de el País Vasco, pero en lugar de relatarnos las comunes “batallitas” que sobre la misma siempre hemos tenido que soportar, nos habla de las sensaciones de humillación y de envilecimiento que padeció, pero sobre todo, de su justificación última, del castigo que se le imponía a los jóvenes en ese momento tan crucial de sus vidas, como si se quisiera certificar con ello, aquello que tanto se decía por aquél entonces, de “que hasta que no hicieras la mili no te convertirías en un hombre”.
Según nos deja entrever en este texto el autor, “la mili” no era más que un intento por someter a unos jóvenes llenos de vida, a un régimen disciplinario y cuasi carcelario, que no iba a tener nada que ver con su existencia futura, en donde la humillación, los castigos y la subordinación a unas normativas pretéritas y abusivas, eran su única justificación, aunque todo se embadurnara torpemente con aquello tan socorrido de que estaban preparándolos para “servir a la patria” por si ésta en algún momento los necesitaba, en fin, algo parecido al tercio de banderillas en el toreo, con el que se intenta quitarle vitalidad a los astados antes de que comience lo más importante de la lidia.
Pero lo que más me ha llamado la atención de este texto, que yo recordaba de bajo nivel, es la fortaleza narrativa, la capacidad del autor para, en un tema de tales características, y repito que sin echar mano de ninguna “batallita” que pudiera tener la virtud de amenizar la lectura, atrapar al lector desde la primera página hasta la última. Creo, para continuar con el símil taurino que empleé más arriba, que los buenos diestros son aquellos que ante toros mediocres, son capaces de realizar buenas faenas, que es lo que hace Muñoz Molina en esta obra, crecerse y demostrar su solvencia narrativa con un tema, que poco o nada, en manos de otros, hubiera podido dar de sí.

Martes, 18 de diciembre de 2012


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