LECTURAS
(elo.107)
TRÓPICO DE CÁNCER
Henry Miller
Castalia, 1.934
“Trópico de cáncer” siempre ha sido una de mis novelas míticas, la leí en plena adolescencia, y tengo que reconocer, que estalló entre mis manos. Desde entonces, la he recomendado en infinidad de ocasiones, pero de forma curiosa, nunca pude realizar, a pesar de haberlo intentado en varias ocasiones, una relectura de la misma. No me ocurrió lo mismo ni con “Madame Bovary” ni con “Crimen y castigo”, obras que he visitado con cierta frecuencia, sin tener que abandonarlas en la página cincuenta, como invariablemente me ocurría con la de Miller. Ahora, aprovechando una ocasión propicia, y después de vencer ciertas reticencias, he conseguido volverla a leer y los resultados han sido contradictorios, pues en esta ocasión, la novela, y ésto creo que es importante, ni tan siquiera ha logrado perturbarme, y eso después de comprender, que su calidad literaria sigue estando muy por encima de la media.
En principio, después de los resultados de la lectura, podría afirmar, lo que siempre es una excusa socorrida, que el tiempo no perdona y que la obra del norteamericano ha envejecido, o lo que es más seguro, que el lector que fui ya no existe, al igual que tampoco existe la forma que tenía de entender el mundo a los diecisiete años. Pero estoy convencido, a pesar de que las dos proposiciones anteriores son ciertas, que el problema es otro, a saber, que pese a la seriedad con la que se presenta, “Trópico de cáncer” es una obra para adolescentes, de la misma forma que lo pueden ser “Siddhartha” o “El lobo estepario” de Herman Hesse. Esta afirmación, que puede resultar chocante o incluso gratuita, la baso en el hecho, de que los discursos de Miller, que abundan a lo largo de toda la narración, y que con diferencia son lo peor de la misma, resultan inasumibles, por su ingenuidad, para cualquiera que haya pasado de los cuarenta. Apestan a Whitman y al más accesible de los diferentes Nietzsche existentes (el peor), a esos dos autores que tanto se leían, en esos lejanos tiempos, en que aún se creía en la cuadratura del círculo, en que todo podía cuadrar a la perfección.
La obra nace, según parece, de su experiencia en París, ciudad a la que llega huyendo de la Gran Depresión, y en donde tiene que soportar una miseria casi absoluta, durmiendo bajo los puentes y comiendo gracias a lo poco que sus amigos le podían aportar. Por tanto, es una narración casi biográfica, en donde desde esa pobreza extrema, se canta a la pureza, a la pureza del hombre libre de servidumbres, a la del arte con mayúsculas, ese que rompe con las imposiciones impuestas por las modas y por los gustos culturales de las clases acomodadas, en donde se intenta dar un golpe sobre la mesa, para reivindicar que otra vida puede resultar posible. Pero la pureza no existe, es sólo un sueño de la razón, o de la desesperación, una pesadilla, que ha conseguido hacerle la vida imposible a muchos.
“Trópico de cáncer”, en muchos momentos puede resultar una narración deslavazada, pues en un principio, cuesta trabajo encontrar el hilo al que se van agarrando todas las partes de la misma, pues ante todo es un compendio de episodios, ninguno interesantes en sí, que van reflejando la vida del protagonista, o mejor dicho, la vida de los amigos del protagonista, pues la existencia de éste, casi en ningún momento llega a mostrarse de forma diáfana. La fuerza de la obra de Miller, que a pesar de lo anterior la tiene, se encuentra, que duda cabe, en su método narrativo, en su estilo rupturita y revolucionario, mucho más que en las ideas que intenta propagar, que ya se encontraban ahí, antes que él se apropiase de ellas. Esa forma de narrar, directa y casi siempre abrupta, en donde de vez en cuando aparece, cuando menos se espera, un lirismo casi sobrecogedor, es lo que hace del primer Trópico una obra singular, una obra que sin duda, merece estar, a pesar de sus defectos, en un lugar destacado de la historia de la literatura. Pero ese lugar lo consigue, en parte, por la cantidad de puertas que logró abrir, por los caminos hacia los que señaló y que otros siguieron con mayor o menor fortuna, pues lo que nadie le puede discutir al norteamericano, es su valentía por adentrarse en unos territorios hasta entonces ignotos, y vedados por los dictados de la literatura y de la moral dominante.
Me ha resultado curioso, que en estos momentos, tantos años después de que Miller creara su obra emblemática, algunos, sin nombrarlo, quieran reivindicar lo esencial de su método narrativo, con objeto de liberar definitivamente a la novela, de la sempiterna crisis que la mantiene en buena medida colapsada. Se habla de que lo importante, más que las tramas o las historias, es el estilo, de que hay que buscar un estilo que no se subordine a los argumentos, ya que estos, han dejado de ser interesantes en la literatura, al existir en la actualidad, otros instrumentos más apropiados para poder desarrollarlos. Todo me parece bien, pero lo que no se puede a estas alturas, es caer en los mismos errores de Miller, pues tan deficiente es una novela que potencia la historia eclipsando el estilo empleado como lo contrario, pues lo importante, es conseguir ese punto intermedio, en donde tanto el argumento como el método empleado para exponerlo, consigan potenciarse entre sí, para intentar avanzar hacia nuevas formas narrativas, más acordes con la realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano actual.
Jueves, 24 de enero de 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario