LECTURAS
(elo.101)
LA AMATE DE BOLZANO
Sándor Márai
Salamandra, 1.941
Todas la obras de Márai tienen la facultad de invitar a la reflexión, pues el húngaro posee la virtud, de apostar siempre, en contra de lo que hoy se hace, por ese tipo de cuestiones, que en ningún momento han dejado de preocupar al ser humano. Sus temáticas son atemporales, lo que en el fondo significa, que hablan de lo que a todos nos interesa, siendo ésta, posiblemente, la causa última de su enorme éxito. El amor, la amistad, o como en esta ocasión, la necesidad de ser coherente con el destino que a cada cual le ha tocado en suerte, son asuntos que a nadie puede dejar indiferente, y si lo anterior se adoba con un estilo premoderno, siempre sugestivo, en todo momento elegante, hacen que sus obras sean pequeñas joyas literarias con las que poder disfrutar. El prestigio que posee en estos momentos Márai, posiblemente se deba, a que sus obras, son extraños aerolitos que han caído sobre el panorama literario actual, pues su singularidad, contrasta de forma radical, con todo lo que estamos acostumbrados a leer, en donde lo que predominan son los temas insustanciales, presentados, en casi todas las ocasiones, mediante un lenguaje estandarizado, sólo en contadas ocasiones consigue entusiasmar al lector.
Pero Márai, sobre todo cuando se han leído varios texto suyos, también presenta indudables limitaciones, y es que resulta bastante repetitivo, pues su estructura narrativa, trate el tema que trate, siempre es la misma, en donde la quietud de sus personajes trata de contrarrestarse con diálogos que toman la forma de monólogos, de monólogos a veces interminables, en donde el autor olvida, lo que desde mi punto de vista es imperdonable, que cada uno de sus personajes tiene que tener, para que sean creíbles, su propia voz. Sí, el húngaro filosofa a través de sus personajes, pero el lector atento puede observar, con el paso de las páginas, que al final todos acaban hablando igual, ya se trate de un civilizado aristócrata o de una semianalfabeta doncella, hecho que hay que anotar, frente a sus grandes aciertos, en el debe del autor.
No obstante, de vez en cuando, resulta interesante recalar en alguna obra suya, pues en ellas, se pueden observar virtudes a las que estamos desacostumbrados en nuestros días, como por ejemplo, la forma que tiene de mimar el lenguaje, y sobre todo, la voluntad que posee de afrontar, lo que de manera despectiva se denomina la novela de tesis. Sí, parece que se ha generalizado la opinión, de que las novelas deben tratar de contar historias sin más, contra más banales mejor, en donde el único objetivo que tenga que plantearse el autor, es el de intentar entretener y hacer disfrutar a sus lectores, lo que está conduciendo a la novela, como en numerosas ocasiones he repetido, a un callejón sin salida. La novela de tesis (horrible nombre), es la novela en sí, pues la novela, aunque se diga lo contrario, también es (yo diría que sobre todo), un instrumento de conocimiento, imprescindible para conocer tanto al ser humano como a la realidad que lo envuelve. Richard Ford lo dijo de forma magistral, “la novela observa lo inconmensurable, las cosas que no pueden observarse de otra manera”, ya que en muchas ocasiones, la razón, lo meramente conceptual, se estrella contra la vida, que suele superarla y desbordarla. Márai no tiene prejuicios al respecto, y una tras otra, articula sus novelas en torno a un tema, al que se va acercando poco a poco, siempre sirviéndose de los diálogos de sus personajes, hasta aportar su conclusión final, lo que siempre es de agradecer.
En esta ocasión, como apunté más arriba, el tema que aborda, es la necesidad de respetar el destino que a cada cual le ha correspondido, pues de tal hecho, depende en gran parte el grado de felicidad que se pueda alcanzar. Para afrontar el tema, de forma insospechada, pues sus novelas siempre se han desarrollado en su Hungría natal, Márai recurre a un personaje histórico, a Giacomo Casanova, que después de huir de la prisión en donde se encontraba recluido, en su Venecia natal, recala en Bolzano, en donde halla a la única mujer que cree haber amado en su vida. Después de interminables diálogos, Casanova renuncia a la “mujer de su vida”, “a la mujer verdadera” porque comprende que la felicidad radica en intentar ser fiel al destino que cada cual tiene impuesto, y que ese destino que le había tocado, sólo podía aportarle sufrimientos a la mujer que amaba.
“El amante de Bolzano” es una novela, como todas las de Márai que se deja leer con sosiego y gratitud, aunque peca de los errores característicos del autor. En esta ocasión, creo que la obra se viene abajo al final, pues la primera parte de la misma, posee una fortaleza indudable. Sólo con la aparición de Francesca, la Duquesa de Parma, la amada de Casanova, la novela comienza a desquebrajarse, pues independientemente a su forma de expresarse, inconcebible en una persona que acaba de aprender a escribir, no queda bien definida la pasión amorosa existente entre los dos protagonistas de la obra, dando la sensación, que la cuestión no ha sido trabajada con suficiencia por el autor.
Miércoles, 28 de noviembre de 2.007
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