domingo, 27 de enero de 2008

Trópico de cáncer

LECTURAS
(elo.107)

TRÓPICO DE CÁNCER
Henry Miller
Castalia, 1.934

“Trópico de cáncer” siempre ha sido una de mis novelas míticas, la leí en plena adolescencia, y tengo que reconocer, que estalló entre mis manos. Desde entonces, la he recomendado en infinidad de ocasiones, pero de forma curiosa, nunca pude realizar, a pesar de haberlo intentado en varias ocasiones, una relectura de la misma. No me ocurrió lo mismo ni con “Madame Bovary” ni con “Crimen y castigo”, obras que he visitado con cierta frecuencia, sin tener que abandonarlas en la página cincuenta, como invariablemente me ocurría con la de Miller. Ahora, aprovechando una ocasión propicia, y después de vencer ciertas reticencias, he conseguido volverla a leer y los resultados han sido contradictorios, pues en esta ocasión, la novela, y ésto creo que es importante, ni tan siquiera ha logrado perturbarme, y eso después de comprender, que su calidad literaria sigue estando muy por encima de la media.
En principio, después de los resultados de la lectura, podría afirmar, lo que siempre es una excusa socorrida, que el tiempo no perdona y que la obra del norteamericano ha envejecido, o lo que es más seguro, que el lector que fui ya no existe, al igual que tampoco existe la forma que tenía de entender el mundo a los diecisiete años. Pero estoy convencido, a pesar de que las dos proposiciones anteriores son ciertas, que el problema es otro, a saber, que pese a la seriedad con la que se presenta, “Trópico de cáncer” es una obra para adolescentes, de la misma forma que lo pueden ser “Siddhartha” o “El lobo estepario” de Herman Hesse. Esta afirmación, que puede resultar chocante o incluso gratuita, la baso en el hecho, de que los discursos de Miller, que abundan a lo largo de toda la narración, y que con diferencia son lo peor de la misma, resultan inasumibles, por su ingenuidad, para cualquiera que haya pasado de los cuarenta. Apestan a Whitman y al más accesible de los diferentes Nietzsche existentes (el peor), a esos dos autores que tanto se leían, en esos lejanos tiempos, en que aún se creía en la cuadratura del círculo, en que todo podía cuadrar a la perfección.
La obra nace, según parece, de su experiencia en París, ciudad a la que llega huyendo de la Gran Depresión, y en donde tiene que soportar una miseria casi absoluta, durmiendo bajo los puentes y comiendo gracias a lo poco que sus amigos le podían aportar. Por tanto, es una narración casi biográfica, en donde desde esa pobreza extrema, se canta a la pureza, a la pureza del hombre libre de servidumbres, a la del arte con mayúsculas, ese que rompe con las imposiciones impuestas por las modas y por los gustos culturales de las clases acomodadas, en donde se intenta dar un golpe sobre la mesa, para reivindicar que otra vida puede resultar posible. Pero la pureza no existe, es sólo un sueño de la razón, o de la desesperación, una pesadilla, que ha conseguido hacerle la vida imposible a muchos.
“Trópico de cáncer”, en muchos momentos puede resultar una narración deslavazada, pues en un principio, cuesta trabajo encontrar el hilo al que se van agarrando todas las partes de la misma, pues ante todo es un compendio de episodios, ninguno interesantes en sí, que van reflejando la vida del protagonista, o mejor dicho, la vida de los amigos del protagonista, pues la existencia de éste, casi en ningún momento llega a mostrarse de forma diáfana. La fuerza de la obra de Miller, que a pesar de lo anterior la tiene, se encuentra, que duda cabe, en su método narrativo, en su estilo rupturita y revolucionario, mucho más que en las ideas que intenta propagar, que ya se encontraban ahí, antes que él se apropiase de ellas. Esa forma de narrar, directa y casi siempre abrupta, en donde de vez en cuando aparece, cuando menos se espera, un lirismo casi sobrecogedor, es lo que hace del primer Trópico una obra singular, una obra que sin duda, merece estar, a pesar de sus defectos, en un lugar destacado de la historia de la literatura. Pero ese lugar lo consigue, en parte, por la cantidad de puertas que logró abrir, por los caminos hacia los que señaló y que otros siguieron con mayor o menor fortuna, pues lo que nadie le puede discutir al norteamericano, es su valentía por adentrarse en unos territorios hasta entonces ignotos, y vedados por los dictados de la literatura y de la moral dominante.
Me ha resultado curioso, que en estos momentos, tantos años después de que Miller creara su obra emblemática, algunos, sin nombrarlo, quieran reivindicar lo esencial de su método narrativo, con objeto de liberar definitivamente a la novela, de la sempiterna crisis que la mantiene en buena medida colapsada. Se habla de que lo importante, más que las tramas o las historias, es el estilo, de que hay que buscar un estilo que no se subordine a los argumentos, ya que estos, han dejado de ser interesantes en la literatura, al existir en la actualidad, otros instrumentos más apropiados para poder desarrollarlos. Todo me parece bien, pero lo que no se puede a estas alturas, es caer en los mismos errores de Miller, pues tan deficiente es una novela que potencia la historia eclipsando el estilo empleado como lo contrario, pues lo importante, es conseguir ese punto intermedio, en donde tanto el argumento como el método empleado para exponerlo, consigan potenciarse entre sí, para intentar avanzar hacia nuevas formas narrativas, más acordes con la realidad a la que tiene que enfrentarse el ser humano actual.

Jueves, 24 de enero de 2008

viernes, 25 de enero de 2008

Anotaciones sobre un texto de Raffaele Simone

ACERCAMIENTOS
(elo.106)

Anotaciones sobre un texto de Raffaele Simone


A la pregunta que plantea el autor del trabajo, con toda seguridad hay que responder afirmativamente, y decir, sin dudar en ningún momento, que el mundo, o mejor dicho el ser humano con relación a la realidad que le envuelve, es y siempre ha sido de derechas, pero que gracias a ese hecho incuestionable, la izquierda en todo momento ha sido necesaria. La realidad es lo más parecido que existe a una selva primigenia, en donde los más fuertes, o los mejor dotados tienen todas las de ganar, lo que obliga a una racionalización de la misma, que sólo lo que conocemos por izquierda puede llevar a cabo. La izquierda puede ser definida como un proyecto que aspira a la racionalización de la convivencia, con la intención de hacer frente a la tiranía de lo natural, que envenena y desnaturaliza dicha convivencia. Lo curioso del caso, y a pesar de la necesidad de la misma, que la izquierda atraviesa en nuestros días una importante crisis, que para algunos, para muchos, representa el principio de su fin. Lo grave, lo que realmente debería preocupar, es que esa crisis no afecta sólo a la izquierda política, sino también a la izquierda social, a lo que Simone denomina el pueblo de la izquierda.
Partiendo de la base de que mientras exista un mínimo interés por la justicia la izquierda nunca desaparecerá, es conveniente analizar las causas que han propiciado y están potenciando dicha crisis, pues con toda seguridad, si tal ejercicio se lleva a acabo con un mínimo de honestidad, la visión que sobre el tema se tenía, mejorará de forma considerable. No hay duda de que la izquierda política, al menos en Occidente, atraviesa una importante crisis, una crisis que se origina, digan lo que digan, con antelación al desmoronamiento del Imperio Soviético. Con una simplicidad extrema, insultante, desde hace tiempo se quiere asociar la idea de izquierda con la del comunismo, obviándose que dentro de la misma, siempre han convivido diferentes familias cuya coexistencia casi nunca ha sido pacífica. Al adherir zafiamente izquierda con comunismo, se quiere hacer llegar a la opinión pública, de forma sibilina, la idea de que el fracaso del comunismo representa al mismo tiempo el fracaso de la izquierda, descalificándose a ésta por entero. Esta estrategia, a pesar de que ha dado sus frutos, parte de un presupuesto erróneo y que es necesario desmantelar, a saber, que la izquierda es enemiga de la libertad, ya que ésta, sólo puede ser defendida por la derecha. La libertad es el gran dogma de la derecha, lo que según ella, en todo momento hay que defender pues es lo que al hombre hace hombre, lo que le aporta la dignidad que lo convierte en ser humano.
El gran acierto del neoliberalismo y de la nueva derecha ha sido imponer como eje central de la existencia humana el término libertad, y en autocalificarse como abanderados de la misma, dejando de esta forma a la izquierda fuera de juego, extraviada en sus cuitas, al no haber sabido responder ésta, posiblemente porque no ha tenido fuerzas para ello, a un movimiento tan malintencionado. La perversidad del argumento es tan evidente que se cae por su propio peso, pues la libertad sin más, que es la que se adora en estos tiempos, no es más que una entelequia, un ídolo de barro que sólo sirve para que defequen sobre él las palomas. La libertad que se esgrime y que se defiende, es una libertad intangible, de superestructuras, que se disuelve como un azucarillo cuando toma tierra, en el preciso momento en que el ciudadano corriente quiere hacer uso de ella. Es una libertad de vitrina, para enseñar a las visitas pero a la que no se puede acceder, siendo para la gran mayoría, sólo la posibilidad de poder elegir entre una multitud informe de productos de consumo, que imaginamos, dependiendo de la elección que hagamos, nos harán diferentes. La nueva derecha, por tanto, alardea de ser la garante de esa libertad y se le llena la boca vocalizando sus sílabas, mientras observa con satisfacción, como se demuelen las estructuras que aspiraban a detener el avance de la naturaleza, mientras que una parte la izquierda, cae en la trampa que se le tenía preparada, alzando también la bandera de esa libertad sin adjetivos, de esa libertad hueca y estéril.
Sí, cierta izquierda, la que en un comentario anterior califiqué de colaboracionista, se ata al carro de esa nueva derecha, convencida que la mayoría de sus planteamientos anteriores carecían de sentido, y que la única lógica posible, consiste en la aceptación de las reglas de juego impuestas por los ideólogos del neoliberalismo, que no son otras, que la desregularización de todos los mecanismo de intermediación existentes, con objeto, dicen, de que la libertad no encuentre obstáculos en su correcto deambular. Esa izquierda desde hace ya bastante tiempo, sólo aspira a gestionar los asuntos públicos, sirviendo de coartada a la derecha, ya que su existencia le permite una cierta oxigenación, singularizándose sólo por apostar por determinadas medidas estéticas sobre todo en asuntos sociales, pero absteniéndose siempre de meter la mano en lo importante. Esta izquierda o pseudoizquierda, que alguien denominó hace poco como izquierda de peluquería, tiene una función esencial en el actual sistema político, la de justificar y legitimar al mismo ante una opinión pública cada día más desorientada, que llega a comprender, que da igual apoyar a una opción que a otra, pues en el fondo todo seguirá igual, lo que consigue, matando dos pájaros de un tiro, alejar a la ciudadanía de la política.
La izquierda, tiene razón Simone, frente a una derecha reluciente y satisfecha, presenta un aspecto polvoriento, lo que no le beneficia en nada, pues siempre, en sus momentos de esplendor, se ha caracterizado por estar en primera línea, aportando soluciones, pero sobre todo, llevando la esperanza a los que siempre han carecido de ella. Esa izquierda temblorosa, polvorienta y desorientada poco tiene que hacer si sigue como hasta ahora, a no ser que su estrategia cambie de forma radical, y que de nuevo, con nuevos bríos y con nuevos planeamientos, se coloque en la vanguardia de la sociedad. Su primer objetivo no puede ser otro, que el de desmontar el mito de la libertad, haciendo comprender que la libertad sin justicia sólo es una fantasía de los que aún creen, de forma malintencionada o no, en la innata bondad de los seres humanos. La libertad no puede seguir siendo el eje sobre el que se articulen y graviten nuestras sociedades, pues los costes sociales y medioambientales que se están produciendo, pueden desembocar en una situación de no retorno.
Puede que los planteamientos de la derecha sean más naturales que los de la izquierda, ni lo niego ni deseo entrar en el asunto, pero sí estoy convencido, que la convivencia, que una convivencia pacífica y armónica es lo menos natural que puede existir, por ello, las cuestiones sociales nunca pueden estar en manos de la derecha, al necesitarse siempre medidas que restrinjan y articulen dichas dinámicas, de forma que, el reparto de las plusvalías sociales sea equitativo. Lo fácil, por tanto, es ser de derechas y dejarse llevar por las exigencias de los propios instintos, mientras que ser de izquierdas, en primer lugar significa hacer frente a esos instintos innatos que exigen la desaparición de todas las restricciones, para canalizarlos a través de unas serie de normas, de mandamientos éticos, todos ellos estructurados bajo la consigna, de que lo importante es el bien de la comunidad.

Jueves, 17 de enero de 2008

jueves, 24 de enero de 2008

La carretera

LECTURAS
(elo,105)

LA CARRETERA
Cormac McCarthy
Mondadori, 2.006


En primer lugar, para desde el inicio dejar las cosas claras, tengo que admitir, que “La carretera”, es una de las mejores novelas que he leído en los últimos meses, y lo es por varias razones, entre las que destacan la voluntad de estilo que hay en ella, y el acierto en el tono empleado por el autor, para transmitir la sensación de desolación que anega toda la obra. A lo anterior, se añade un contenido moral, que aunque discutible, aporta a la novela de McCarthy, la justificación que necesita para ser algo más que un mero producto comercial al uso, lo que para empezar no es poco. Se podría decir (esta vergonzosa manía de reducirlo todo a dos variables siempre resulta recurrente), que existen dos tipos de novelas, la burguesa, que es aquella que en todo momento va tirando del lector, que encuentra a su más claro exponente en la literatura contemporánea norteamericana en Philip Roth, (sobre todo en sus obras más sobresalientes), y la poética, que por el contrario, es la que exige al lector un esfuerzo adicional para que éste, pueda sacarle a dichas creaciones, el jugo que atesoran y que casi siempre esconden. Son dos formas diferentes de afrontar la literatura, la que sin problemas se muestra y la que hay que descubrir, siendo ambas, sobre todo cuando se realizan desde el compromiso con la literatura, con la literatura de calidad, igualmente válidas, aunque poseen una accesibilidad diferente. “La carretera” pertenece al segundo grupo, siendo éste posiblemente el motivo, por el que el lector, sienta cierta reticencia a enfrentarse con ella, pues siempre es más fácil leer otro tipo de novelas, por ejemplo una de esas, que pese a su calidad, uno pueda abandonar sobre la mesita de noche, para recomenzarla a la semana siguiente, sin que por ello olvide nada importante de la misma. Para colmo, ese mismo lector, si realmente le interesa, puede reencontrarse gracias a esta novela, con la rama disidente de la cultura norteamericana, la que a pesar de vivir eclipsada y casi aplastada por el magnetismo y la vitalidad de la mayoritaria, de vez en cuando, con dificultad, logra transmitir alguna señal que nos hace comprender, que aún, en contra de lo que pudiera pensarse, sigue palpitando y señalando hacia una realidad diferente, siempre alejada de la publicitada desde todos los ángulos.
“La carretera”, en fin, es una novela poética que se centra en la desolación de un mundo destruido, posiblemente a causa de un cataclismo natural (en ningún momento se habla de lo acaecido), en donde los pocos seres humanos que a duras penas han logrado sobrevivir, tratan por todos los medios de seguir con vida, aunque para ello tengan que recurrir a las mayores atrocidades. La obra se centra en dos personajes, en un padre y su hijo, que caminan sin descanso en busca de la costa, rodeados y acompañados por la destrucción, con la esperanza, de que allí al menos, pudiera ser posible la vida. Después de innumerables penalidades consiguen llegar al mar, en donde observan, “que también el mar es un inmenso sepulcro de sal”. A consecuencia de un altercado, aunque también por el cansancio acumulado, el padre muere, pero el niño, de forma sorprendente, es recogido por una familia que le ofrece protección. El método narrativo empleado por el autor sin duda es singular, pues la novela está compuesta por innumerables pequeños capítulos (difícilmente alguno llega a ocupar una página), gracias a los cuales se va formando una atmósfera en donde todo parece vacilante, lo que cuadra a la perfección con la estabilidad desaparecida y en todo momento añorada.
Pero ¿De qué nos quiere hablar McCarthy? ¿Qué desea transmitir con su extraña obra? Ésta posiblemente sea la pregunta clave, pues esta novela no puede cerrarse sin más, pues todo el que se haya asomada a ella, comprende que algo se oculta agazapado detrás de su desolada prosa, sobre todo después de leer su sorprendente final. Tras un primer acercamiento, se podría decir, que se trata de una peregrinación, de una peregrinación sin duda religiosa, pues aunque no se diga en ningún momento, los dos personajes caminan hacia la esperanza portando la luz (esto si se dice, al menos el niño es lo que cree) de un mundo desaparecido. Y caminan hacia la costa, hacia el mar, hacia el lugar en donde la tierra termina, lo que puede significar, que desean asomarse a la inmensidad, en donde sin duda, si es que realmente existe, habita Dios. La salvación del niño, aporta a la novela un cariz diferente, un tufillo religioso ciertamente irrespirable e incomprensible para todos aquellos, que no comprendan la base ideológica sobre la que se asienta toda la cultura norteamericana (todas las culturas de ese inmenso país). Para McCarthy la salvación y el futuro de la humanidad se encuentra en la niñez, y como un buen redentorista, parece que apuesta (es un decir) por una destrucción casi absoluta y tonificante (había fuego por todas partes), que consiguiera liberar definitivamente al hombre de sus miserias, abriéndole la posibilidad de un futuro diferente.
Curiosa novela que hace comprender que existen otras formas de entender la literatura, que convierten a ésta, o pueden hacer de ésta, en algo que en determinadas ocasiones, vaya más allá del mero entretenimiento.

Miércoles, 16 de enero de 2008

sábado, 19 de enero de 2008

Esperando a los bárbaros

LECTURAS
(elo.104)

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS
J.M. Coetzee
Mondadori, 1.980

El objetivo de todo sistema político, da igual la fisonomía ideológica que posea, y se diga lo que se diga, es perpetuarse en el poder, para lo que utiliza todas las estrategias a su alcance, sean éstas, moralmente aceptables o no. En ocasiones, el respeto a la norma, a una serie de códigos bendecidos por todos, puede ser lo habitual, sobre todo cuando los vientos son favorables, pero en otras, cuando aparecen nubarrones sobre el horizonte, el estado de excepción, con todo lo que ello implica, se convierte en la única herramienta a su alcance. Pero lo que nunca hay que olvidar, y se olvida con demasiada frecuencia, es que ambas estrategias son las dos caras de una misma moneda, que aspiran, a que todo quede bajo control, a que nada, absolutamente nada, se mantenga al margen de las directrices diseñadas. Coetzee lo sabe, y también sabe, que lo que más fortalece a un determinado régimen, es la existencia de un enemigo exterior, de un otro, que pueda tener la virtud, sea cierto o no, de poner en peligro con su sola presencia, los valores esgrimidos y acariciados por aquél.
Después de leer esta magnífica novela, escrita bajo una tonalidad grisácea, que consigue dejar en el paladar del lector el amargo y polvoriento aroma de los paisajes que describe, comprendo que el autor de la misma, nunca pudiera ser considerado por el régimen segregacionista sudafricano como uno de los suyos, pues la parábola que desarrolla, es una feroz crítica a dicho sistema. Al grito de “nosotros somos la civilización” se han cometido innumerables atentados contra la humanidad, multitud de genocidios, mayores y pequeños, que siempre han escondido detrás de sus incendiarias proclamas, el miedo a la propia desaparición. Exterminar al contrario, expulsarlo o reducirlo a su mínima expresión, siempre ha sido lo fácil, ya que lo otro, apostar por la convivencia, por una interrelación gratificante y enriquecedora, además de trabajoso, suele traer consigo, la posibilidad de que los pilares básicos sobre los que uno se asienta, lleguen a tambalearse. Aunque se afirme con demasiada frecuencia que la libertad es la máxima aspiración del ser humano, la historia demuestra, aunque también los tratados de psicología y psicopatología, que es la seguridad lo que en el fondo más se necesita, aquello por lo que más se lucha, pues ella es lo que hace posible esa mínima armonía, que tanto se requiere para desarrollar una existencia aceptable. Los regímenes políticos son conscientes de ello, pero también, los individuos que bajo los mismos se protegen, lo que inevitablemente conduce, cuando la situación lo propicia, a un hermético enroque, que dibuja fronteras inaccesibles, pero de una claridad meridiana, que separan lo propio de lo ajeno. Pero vivir encerrados en uno mismo no conduce a ningún sitio, sólo al miedo permanente, y a esa intranquilidad insoportable de tener que estar subrayando constantemente lo propio, pues en el fondo se sabe, que la fortaleza en que se habita, en donde con toda seguridad se asienta la civilización, no podrá resistir de forma permanente las arremetidas de los otros.
Coetzee describe en la novela una fortaleza fronteriza, en donde la existencia siempre resultó apacible, entre otras razones, porque sus puertas se encontraban abiertas, lo que posibilitaba la relación entre los que se encontraban dentro de la misma y los que vivían en el exterior. Pero al cerrarse las puertas todo se enturbia y se enquista, surgiendo el miedo y las penurias, y todo, por intentar encontrar la seguridad en el aislamiento, en darle la espalda al diferente, que como en una novela anterior dejó claro el propio Coetzee, siempre llega a necesitarse. Frente a la cerrazón y al dogmatismo de los que están convencidos que la realidad sólo puede observarse desde un solo prima, el propio, el autor dibuja a un personaje que se enfrenta a ese discurso, el viejo magistrado de la fortaleza, y esa actitud le conduce a ser vejado y calumniado por casi todos.
“Esperando a los bárbaros” no puede circunscribirse sólo a la realidad sudafricana, pues en los tiempos que padecemos, en donde Occidente trata de blindarse al exterior, la novela toma fuerza e invita a la reflexión, lo que siempre debe ser el objetivo último de toda creación artística. Me quedo con una frase del magistrado que creo sintomática, y no sólo de su actitud a lo largo del desarrollo de la obra, pues creo, que es, o que debería ser, el planteamiento que hay que mantener en estos tiempos revueltos, en donde el multiculturalismo (ese nuevo racismo que se nos quiere vender) se presenta como la panacea a todos los males sociales, a saber, “el Imperio no exige que las personas que viven en él se amen mutuamente, sólo que cada cual cumpla con su obligación”, auténtico republicanismo. Sí, porque el republicanismo, o el jacobinismo, tan denostado en la actualidad y que la izquierda debería reivindicar ahora más que nunca, lo único que exige a la ciudadanía es el respeto a las normas de juego, es decir, a las leyes, ya que todo lo demás, el color de la piel, la cultura o la religión que se procese, nada tiene que ver con la convivencia cotidiana.
Posiblemente, y para terminar, lo más interesante de la novela de Coetzee, sea su calidad sostenida, lo que resulta muy difícil de conseguir, pues aunque carece de momentos estelares, éstos, en ningún momento se echan en falta.

Viernes, 11 de enero de 2008

jueves, 17 de enero de 2008

Vida y época de Michael K.

LECTURAS
(elo.103)

VIDA Y ÉPOCA DE MICHAEL K.
J.M.Coetzee
Alfaguara, 1.983

Extraña novela ésta de Coetzee, que podría definirse como oscura y esotérica, de difícil acceso, en donde su significado último, no se encuentra al alcance de cualquiera, en el supuesto caso, de que éste sea, captar lo que el autor haya querido comunicar, el objetivo de cualquier lectura. Parece evidente que se trata de una parábola, pero el trasfondo de la misma, parece esconderse en los meandros de la propia narración, en la aridez de los paisajes y de los personajes. ¿Qué nos quiere decir Coetzee? Esta es la pregunta que de forma constante se realiza el lector mientras acompaña al protagonista en sus desventuras, sin poder señalar con claridad hacia ningún lugar concreto. La desolación impregna toda la obra, y también la desesperanza, no apareciendo otra salida, que la vuelta a los orígenes, que se encuentra en la unión del hombre con la naturaleza. Una Sudáfrica en llamas, en eterna guerra, en donde un individuo marginal, insignificante, intenta encontrar un lugar apartado de todo en donde poder vivir. Ese lugar lo encuentra en pleno desierto, en una finca abandonada en donde vive como un animal, de lo que la propia naturaleza le va proporcionando. ¿Esta es la solución que el autor aporta al conflicto sudafricano? ¿Ante los abusos, ante la decadencia de una sociedad cerrada y xenófoba, la vuelta a los orígenes? Creo que sí, que Coetzee, ante la desesperación con la que observa la realidad de su país, opta, al verse impotente ante la misma, precisamente por eso, por una vuelta a los orígenes, en donde el hombre y la naturaleza vuelvan a vivir en perfecta simbiosis, lejos de las mentiras que ese mismo hombre ha ido creando con el tiempo, mentiras y creencias, que hacen inviable la existencia, al menos una existencia dotada de la dignidad suficiente, como para poder ser afrontada.
La novela está escrita en tercera persona, mostrando el narrador a alguien que busca encontrar esa dignidad en las pequeñas cosas, a un perdedor, que trata de hallar un hueco en el mundo en donde poder sobrevivir, aunque éste se encuentre apartado de todo y de todos. Ese alguien, el protagonista, K., parece que ha llegado a la conclusión, de que la sociedad no le puede aportar nada, salvo exclusión, por lo que trata de localizar ese lugar en donde poder ser minimamente feliz. La obra está dividida en tres capítulos, siendo el segundo una especie de paréntesis, pues está escrito en primera persona, siendo la voz que narra, no la del protagonista, sino la de un médico que trata a K., cuando éste se encuentra internado en una especie de campamento. Éste, desde un primer momento observa que K. es un individuo singular, diferente a todos, y diferente porque parecía vivir en otro mundo, apartado de la feroz vorágine que atenazaba a la sociedad sudafricana. Cuando el protagonista escapa, y se cierra el paréntesis del segundo capítulo, éste comprende, que en la ciudad en donde había habitado durante toda su vida no tiene futuro, soñando con volver al desolado desierto en donde al menos había creído encontrar algo diferente.
Novela desasosegante, extraña como dije en un principio, pero novela que se deja leer, y que hace comprender al lector, que Coetzee es un escritor diferente, de esos que en lugar de apostar por lo cómodo, por el aplauso fácil, prefiere encaminarse con su sobria prosa, que siempre se encuentra al servicio de las historias que presenta, por los senderos intrincados de sus preocupaciones y obsesiones, lo que siempre es de agradecer, aunque ello implique, que muchas de sus obras, no lleguen a ser tan redondas como sin duda merecería su calidad literaria.

Viernes, 21 de diciembre de 2.007

miércoles, 16 de enero de 2008

En medio de ninguna parte

LECTURAS
(elo.102)


EN MEDIO DE NINGUNA PARTE
J.M. Coetzee
Mondadori, 1.976

Lo primero que tengo que decir, después de terminar esta sorprendente novela, es que Coetzee no es un escritor más, pues sin duda alguna, es uno de los grandes de la literatura actual, y eso a pesar, de la valoración que se llegue a realizar de la presente obra. Y digo esto, porque en muchas ocasiones, hay que fijarse más en la ambición que se pone en un determinado proyecto, que en el resultado final del mismo, ya que sólo los diferentes, los individuos singulares, trabajen donde trabajen, se suelen fijan metas difíciles de alcanzar, lo que llama la atención en un mundo, en donde en la mayoría de las ocasiones, a lo único que se aspira, es a atajar, de la mejor manera posible, lo que va saliendo al paso. El sudafricano, como en esta ocasión demuestra, intenta por el camino más difícil, a sabiendas de que no todos podrán seguirlo, presentar una historia que de otro modo, con toda seguridad, no llegaría a llamar tanto la atención.
Tengo que reconocer, que cuando terminé la novela, me encontré desorientado, pues estaba seguro que había algo en la historia que no cuadraba, a saber, el doble asesinato del padre, lo que en principio atribuí, a que algo fundamental se me había escapado de la lectura, pero no, ese aparente error, como después comprendí, era precisamente lo que le daba fuerza a la misma. Coetzee pinta un escenario desolado, una pequeña hacienda en medio de una zona semidesértica de la Sudáfrica profunda, en donde vivían un padre y una hija, cuya relación era similar al paisaje que les rodeaba. Ella, la hija, por celos y rabia, con un hacha, mata a su padre y a la mujer con el que éste se había casado recientemente, comprendiendo en ese mismo instante, que para deshacerse de los cadáveres iba a necesitar ayuda. A partir de ese instante, sin ningún tipo de explicación ni interrupción, aparece de nuevo el padre en escena para encapricharse de la mujer de su aparcero. Magda, también por celos y rabia, mata de un disparo a su padre con la escopeta familiar, necesitando también la ayuda de otra persona para solventar la situación. El problema, es que esa ayuda sólo se la podía prestar alguien que no perteneciera de su mundo, su aparcero, un negro que llega a violarla repetidamente y al que se entrega. Como no podía ser de otra forma es abandonada con posterioridad, quedando en la soledad más absoluta, llegando con el tiempo a la locura.
La soledad, el desarraigo, la desubicación, son sensaciones que el lector, va masticando en cada una de las frases de la novela, lo que va creando una desasosegante congoja, que lo mantiene en tensión durante todo el relato. A esto ayuda, que duda cabe, la estructura impuesta por el autor, que en lugar de articular un texto lineal, elige para mostrar lo que desea contar, las entradas del diario de la protagonista, lo que quiere decir, que toda la historia está focalizada desde Magda. Este es, en mi opinión, el aspecto más endeble de la obra, aunque estoy convencido que para otros, será el más destacado. Soy de los que estiman, aunque constantemente se hable de ese pacto tácito que todo buen autor tiene que establecer con sus lectores, que la voz de los protagonistas, debe adaptarse a las circunstancias personales que lo envuelven, lo que significa, o debe significar, como en el caso presente, que una mujer que nunca ha cogido un libro (Magda en la obra ni lo coge ni habla de ellos en ningún momento) y que carece de una instrucción suficiente, no puede hablar, ni escribir en sus diarios, como si se tratara de una intelectual consagrada, utilizando conceptos que sólo están al alcance de unos pocos. Para colmo, en las últimas páginas del texto, cuando ya había sucumbido a la locura, sus anotaciones en el diario se mantienen inalterables, alejadas de la existencia real de su protagonista.
No obstante, como se puede comprobar en todos sus textos, Coetzee no es un escritor que se conforme con sólo contar una historia sin más, ya que sus obras poseen una altura y una pretensión moral, que en muchas ocasiones, incluso, trasciende y supera la calidad literaria de sus novelas. Sudáfrica, su país, es el objetivo de todas sus críticas, motivo por el cual, no es precisamente un profeta en su tierra. El segregacionismo y la xenofobia, o para no utilizar palabras que sólo sirven para ocultar o suavizar la realidad, el racismo sobre el que su país se ha construido a lo largo de su historia, se ha convertido en el tema de sus mejores novelas.
En ésta, que a pesar de lo que escribí más arriba es una novela absolutamente recomendable, habla de la soledad en la que vive el hombre blanco en Sudáfrica, soledad a la que ha llegado, gracias al enroque que se ha autoimpuesto en el tiempo, y que con toda seguridad, le conducirá a la locura y a la degeneración individual. Me ha llamado la atención, que en repetidas ocasiones, la protagonista de la obra reclame ayuda, ayuda que sólo puede recibirla de los otros, es decir, de la población negra, proponiendo Coetzee, quiero creer, que la única forma de salir de la situación que en ese momento se encontraba su país (hablamos de 1.976), y en la que en buena medida aún se encuentra, pasaba necesariamente por la cooperación absoluta y solidaria entre todos los ciudadanos que conviven, o intentan convivir en dicho país.

Miércoles, 5 de diciembre de 2.007

viernes, 11 de enero de 2008

La amante de Bolzano

LECTURAS
(elo.101)


LA AMATE DE BOLZANO
Sándor Márai
Salamandra, 1.941

Todas la obras de Márai tienen la facultad de invitar a la reflexión, pues el húngaro posee la virtud, de apostar siempre, en contra de lo que hoy se hace, por ese tipo de cuestiones, que en ningún momento han dejado de preocupar al ser humano. Sus temáticas son atemporales, lo que en el fondo significa, que hablan de lo que a todos nos interesa, siendo ésta, posiblemente, la causa última de su enorme éxito. El amor, la amistad, o como en esta ocasión, la necesidad de ser coherente con el destino que a cada cual le ha tocado en suerte, son asuntos que a nadie puede dejar indiferente, y si lo anterior se adoba con un estilo premoderno, siempre sugestivo, en todo momento elegante, hacen que sus obras sean pequeñas joyas literarias con las que poder disfrutar. El prestigio que posee en estos momentos Márai, posiblemente se deba, a que sus obras, son extraños aerolitos que han caído sobre el panorama literario actual, pues su singularidad, contrasta de forma radical, con todo lo que estamos acostumbrados a leer, en donde lo que predominan son los temas insustanciales, presentados, en casi todas las ocasiones, mediante un lenguaje estandarizado, sólo en contadas ocasiones consigue entusiasmar al lector.
Pero Márai, sobre todo cuando se han leído varios texto suyos, también presenta indudables limitaciones, y es que resulta bastante repetitivo, pues su estructura narrativa, trate el tema que trate, siempre es la misma, en donde la quietud de sus personajes trata de contrarrestarse con diálogos que toman la forma de monólogos, de monólogos a veces interminables, en donde el autor olvida, lo que desde mi punto de vista es imperdonable, que cada uno de sus personajes tiene que tener, para que sean creíbles, su propia voz. Sí, el húngaro filosofa a través de sus personajes, pero el lector atento puede observar, con el paso de las páginas, que al final todos acaban hablando igual, ya se trate de un civilizado aristócrata o de una semianalfabeta doncella, hecho que hay que anotar, frente a sus grandes aciertos, en el debe del autor.
No obstante, de vez en cuando, resulta interesante recalar en alguna obra suya, pues en ellas, se pueden observar virtudes a las que estamos desacostumbrados en nuestros días, como por ejemplo, la forma que tiene de mimar el lenguaje, y sobre todo, la voluntad que posee de afrontar, lo que de manera despectiva se denomina la novela de tesis. Sí, parece que se ha generalizado la opinión, de que las novelas deben tratar de contar historias sin más, contra más banales mejor, en donde el único objetivo que tenga que plantearse el autor, es el de intentar entretener y hacer disfrutar a sus lectores, lo que está conduciendo a la novela, como en numerosas ocasiones he repetido, a un callejón sin salida. La novela de tesis (horrible nombre), es la novela en sí, pues la novela, aunque se diga lo contrario, también es (yo diría que sobre todo), un instrumento de conocimiento, imprescindible para conocer tanto al ser humano como a la realidad que lo envuelve. Richard Ford lo dijo de forma magistral, “la novela observa lo inconmensurable, las cosas que no pueden observarse de otra manera”, ya que en muchas ocasiones, la razón, lo meramente conceptual, se estrella contra la vida, que suele superarla y desbordarla. Márai no tiene prejuicios al respecto, y una tras otra, articula sus novelas en torno a un tema, al que se va acercando poco a poco, siempre sirviéndose de los diálogos de sus personajes, hasta aportar su conclusión final, lo que siempre es de agradecer.
En esta ocasión, como apunté más arriba, el tema que aborda, es la necesidad de respetar el destino que a cada cual le ha correspondido, pues de tal hecho, depende en gran parte el grado de felicidad que se pueda alcanzar. Para afrontar el tema, de forma insospechada, pues sus novelas siempre se han desarrollado en su Hungría natal, Márai recurre a un personaje histórico, a Giacomo Casanova, que después de huir de la prisión en donde se encontraba recluido, en su Venecia natal, recala en Bolzano, en donde halla a la única mujer que cree haber amado en su vida. Después de interminables diálogos, Casanova renuncia a la “mujer de su vida”, “a la mujer verdadera” porque comprende que la felicidad radica en intentar ser fiel al destino que cada cual tiene impuesto, y que ese destino que le había tocado, sólo podía aportarle sufrimientos a la mujer que amaba.
“El amante de Bolzano” es una novela, como todas las de Márai que se deja leer con sosiego y gratitud, aunque peca de los errores característicos del autor. En esta ocasión, creo que la obra se viene abajo al final, pues la primera parte de la misma, posee una fortaleza indudable. Sólo con la aparición de Francesca, la Duquesa de Parma, la amada de Casanova, la novela comienza a desquebrajarse, pues independientemente a su forma de expresarse, inconcebible en una persona que acaba de aprender a escribir, no queda bien definida la pasión amorosa existente entre los dos protagonistas de la obra, dando la sensación, que la cuestión no ha sido trabajada con suficiencia por el autor.

Miércoles, 28 de noviembre de 2.007

viernes, 4 de enero de 2008

El hombre de los círculos azules

LECTURAS
(elo.100)

EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES
Fred Vargas
Punto de lectura, 1.996

Sí, como escribí hace algunos días, hay que saber en todo momento lo que se está leyendo, pues no es lo mismo, leer una novela de Pérez-Reverte, que otra de Bellow. Para intentar no errar demasiado con el disparo, hay que saber lo que se lee, ya que se pueden cometer injusticias, con respecto a las críticas que se lleven a cabo sobre determinadas obras, si no se comprende, que existen muchas formas de entender la literatura, pues la unidad tampoco existe en ella. Para simplificar, existe una literatura seria, que es la que se suele denominar de altura, y otra de entretenimiento, que sólo aspira a que el lector pase con ella un buen rato. Ni que decir tiene, que tanto en uno como en otro caso, existe buena y mala literatura, pues no basta con aspirar a crear obras serias para que éstas sean necesariamente buenas, al tiempo que, no todas las de evasión tienen que ser malas. En todos los géneros hay maestros y principiantes, magníficos artistas y artesanos, pero también, pésimos aspirantes a novelistas.
Por tanto, lo primero que hay que hacer cuando se abre una novela, es identificar el género al que pertenece, para poder, de esta forma, situarnos ante ella con la libertad que exige toda lectura. Cuando se habla de literatura de género, se apunta normalmente hacia la literatura de entretenimiento, lo que convierte a ésta, a diferencia de la otra, en una literatura menor, olvidándose, que para realizar, por ejemplo, una buena novela negra, hacen falta una serie de cualidades que no se encuentran al alcance del último recién llegado. Chandler o Hammett son cumbres demasiado altas, para que cualquiera que aspire escribir una novela de tales características pueda escalarlas. Existe una corriente de opinión bastante extendida, que estima, que para realizar una novela negra, sólo hay que seguir las pautas dejadas por los grandes maestros, y que lo demás, es coser y cantar, que basta sólo con crear un personaje duro, pero tierno al mismo tiempo, y presentar una historia lo suficientemente enrevesada y entretenida, que tenga la virtud de mantener en vilo al lector, olvidándose que todo lo anterior, a pesar de ser cierto, no resulta nada fácil de articular. A estas alturas, creo, que lo más importante para que una novela negra funcione, ante todo es la credibilidad que puedan tener la trama y los personajes de la misma, pues la mayoría de las que he leído últimamente, me saben a cartón piedra, no siendo más, por tanto, que ensayos fallidos, como si los autores, en lugar de crear novelas de entretenimiento, lo que quisieran es entretenerse ellos mismos con lo que escriben. En resumen, que incluso para la denominada novela menor hace falta tener talento, y que éste, como se sabe, tanto en literatura como en cualquier otra faceta humana, es un bien demasiado escaso, que sólo unos pocos pueden disfrutar.
Acompañada de excelentes críticas, lo que siempre se agradece, ha caído en mis manos “El hombre de los círculos azules”, obra de una novelista francesa, que al parece, tiene un considerable éxito en su exquisito país. La trama de la novela, una novela policíaca a la antigua usanza, se desarrolla en Paris, consistiendo la misma, en la complicada estrategia que un viejo profesor de historia pone en práctica para asesinar a su mujer, que después de haberse separado de él, amenazaba con publicitar su secreto, el de que sus libros, que poseían un relativo éxito entre los eruditos de la materia, en realidad eran escritos por ella. Ni que decir tiene, que en la obra aparece un singular policía que con dificultad, esclarece lo ocurrido, cuando todos creían que el asesino era otra persona.
La novela de Fred Vargas (extraño nombre para una francesa), ante todo es irregular, aunque hay que reconocer, que levanta un poco el vuelo al final, pero desde mi punto de vista, por diferentes cuestiones, no logra si tan siquiera un aprobado raso. En primer lugar diría, sobre todo en la primera parte de la novela, que el ritmo que impone la autora es tan vertiginoso, que impide al lector, por muy atento que esté, estar pendiente de la trama. Se afirma con demasiada frecuencia, que este tipo de novelas, necesariamente tienen que ser de lectura rápida, con lo que estoy de acuerdo, pero siempre y cuando, esa fluidez narrativa no oculte o dificulte el desarrollo de la historia, como ocurre en esta ocasión. En segundo lugar, y esto creo que es más grave, creo que todo el diseño desarrollado es demasiado enrevesado para ser creíble, que a pesar de que el asesino tenía motivos sobrados para deshacerse de su mujer, la estrategia empleada, bajo ningún concepto resulta verosímil. Se ha llegado a un extremo, en que parece, que quien realice la estructura argumental más compleja, es el que tiene más posibilidades de llevarse el gato al agua, olvidándose, que la vida, que la vida real, casi siempre ofrece más posibilidades que ese manierismo en el que determinados autores creen encontrar su árbol de la inspiración. Ese alejamiento de la vida, al que voluntariamente someten algunos creadores a la novela negra (como en su día apuntó Trapiello), es lo que está dejando sin interés a ésta, pues en un principio, aparte de buscar el entretenimiento de sus lectores, este género literario, también, lo que le aportaba vigor, era utilizado para analizar la sociedad en donde se desenvolvían sus protagonistas.
En fin, como se comprueba, la novela negra tiene que luchar contra el mismo enemigo que la literatura de altura, enemigo que no es otro, que la falta de ingenio de sus creadores. Tenía razón Javier Cercas cuando decía, que la crisis de la novela, de todo tipo de novela, no se debía al agotamiento de ésta, sino a la escasa capacidad creativa de los que, a pesar de todo, se denominan novelistas.

Viernes, 23 de noviembre de 2007

miércoles, 2 de enero de 2008

El mundo de ayer

LECTURAS
(elo.099)


El mundo de ayer
Stefan Zweig
Acantilado, 1.941

Una buena autobiografía, es aquella, que con precisión, logra delimitar la perspectiva vital del autor de la misma, la que rechazando la hojarasca, intenta sumergirse en lo esencial, con la intención de dejar al descubierto, la viga maestra sobre la que se sustenta el individuo que la firma. Una buena autobiografía, por tanto, no puede ser aquella, cuyo interés se centre, sólo en narrar de forma puntillosa, los diferentes avatares que acaecieron sobre su protagonista, sino la que en todo momento, intenta dejar al descubierto aquellas constantes que condicionaron su vida. Sí, todo ser humano posee una visión irrepetible e insustituible de la existencia, y ésta es la que interesa, la que puede aportar o enseñar algo a los demás, por tanto, toda autobiografía, y toda biografía, a lo que tiene que aspirar, sea cual sea el método que se utilice para ello, es a intentar mostrar eso que hace insustituible a cada uno de nosotros.
Stefan Zweig, en sus memorias, hace precisamente lo que hay que hacer, dejar a un lado todo lo accesorio, para exponer sus preocupaciones y anhelos, lo que en todo momento le interesó y le atormentó. Pero estas memorias tienen un importante valor añadido, pues la vida del escritor austriaco, se desarrolló durante un periodo histórico, en el que se desquebrajó el viejo mundo europeo (o para ser más precisos, centroeuropeo), asentado siempre en el orden y el equilibrio, para dar paso a un nuevo tiempo en donde todo se transforma de forma estrepitosa. Pero independientemente a lo anterior, el lector encuentra en este texto una magnífica obra literaria, pues la prosa de Zweig, posee tal calidad, que convierte todo lo que toca en literatura, en literatura de calidad. No suelo leer biografías, es un género que nunca me ha interesado, pero desde que leí las primeras páginas de “El mundo de ayer”, quedé seducido por la capacidad narrativa del autor, que con sumo cuidado, sin alzar la voz en ningún momento, ha conseguido que devore las quinientas páginas de sus memorias, dejándome una extraña sensación, la de haber disfrutado con una forma de escribir ya finiquitada, que se hace tiempo que no se practica, en donde un extraño equilibrio lo impregna todo, en fin, algo difícil de encontrar en la actualidad.
Una vez terminado el texto, delicioso en todo momento, lo primero que se me viene a la cabeza, pues tampoco puedo permitir que “el bosque me impida ver los árboles”, es el amor por la libertad individual que tuvo el autor, y el anhelo, de que Europa recuperase, por así decirlo, su perdido espíritu europeo, cuestiones ambas, estrechamente emparentadas entre sí. ¿Cuál sería para el austriaco el espíritu europeo, ese que nuestro continente, dejó en determinado momento que se le escapara de las manos? Sin duda alguna, para Zweig, la esencia del espíritu europeo, lo que en todo momento lo sostuvo, fue la libertad individual, una singularidad que voló por los aires, en el mismo momento en que estalló la Primera Guerra Mundial. Esa libertad individual, era la que aportaba la armonía y el mesura que disfrutaba, según él, la Europa de aquellos momentos prebélicos, y que fue barrida del mapa con la aparición de las ideologías y por el papel, cada día más omnímodo de los estados nacionales. Que duda cabe, que cada cual cuenta la historia desde el lugar en que le tocó vivirla, por lo que hay que comprender, para intentar ser objetivo, que existen muchas visiones de la misma, que a pesar de ser todas verdaderas, ninguna coincide fielmente con la siempre terca y poliédrica realidad. Zweig pertenecía a una acomodada familia judía, que pudo disfrutar en todo momento de los placeres de la época, por lo que no tuvo más remedio que cantarle a la misma, ya que su mundo, un mundo completamente artificial, repleto de contradicciones, se desplomó definitivamente con aquella contienda. Él fue feliz en ese mundo y no dejó de lamentar su pérdida, pero hay que reconocer, que aquellos felices años, que tanto se han elogiado y se siguen elogiando, no fue más que un sueño insertado en una burbuja de jabón que no podía tardar en estallar, pues la armonía de la que tanto hablaba y se conglatulaba el autor, se encontraba aislada de la propia realidad.
Hoy, el espíritu europeo se encuentra en lo que los economistas denominan El Estado del Bienestar, es decir, en un lugar bastante apartado de donde creía verlo Zweig, aunque hay que subrayar, que también se halla bastante amenazado, precisamente por todos aquellos que coinciden con el austriaco, en aquello, de que lo importante es la libertad individual. Ese espíritu europeo con el que tanto disfruto el autor de estas memorias, hoy en día, como llegó a adivinar en sus últimos momentos, se encuentra en Norteamérica, y ante todo representa una amenaza contra el nuevo espíritu europeo, ese mismo que lleva bastantes décadas singularizando a Europa Occidental.
Otra de las grandes preocupaciones de Zweig era el pacifismo. Vivió una época muy agitada, en donde la modernidad, con todo lo que ello implicaba, asomaba por la ventana, y eso evidentemente le disgustaba sobremanera, pues no podía comprender, cómo los individuos eran utilizados por el poder. Él hablaba de un mundo premoderno que se encontraba herido de muerte, de un mundo en donde lo colectivo aún no significaba lo que llegó a significar después, en donde aún existía eso que se denominaba humanismo y libertad individual, algo que la modernidad erradicó por completo de la faz de la tierra. Pero la modernidad, con todas las catástrofes que trajo, también ha significado progreso, pues gracias a ella, la humanidad ha dado un paso adelante de indudables proporciones, lo que ocurre, es que a esa modernidad no se la puede criticar desde la nostalgia de un tiempo perdido, sino desde la misma modernidad, señalando en todo momento sus contradicciones, sus fisuras, intentando corregir, con todos los medios a nuestro alcance, los atentados que perpetúa contra la ciudadanía, con la intención de humanizarla. Las dos guerras mundiales acabaron con el mundo de Zweig, trayendo un nuevo periodo histórico que se puede criticar, entre otras razones porque hay muchos aspectos de él que hay que rechazar, pero como nada resulta gratuito, ni tan siquiera la historia, es necesario intentar comprender las causas que motivaron tales cambios, aunque a estas alturas sólo sirva, para intentar saber dónde se encuentra instalado el hombre de nuestra época.

Miércoles, 21 de noviembre de 2.007