lunes, 12 de diciembre de 2011

El fin de una época




LECTURAS
(elo.228)

EL FIN DE UNA ÉPOCA
Iñaki Gabilondo
Barril y Barral, 2011


Me preocupa, y mucho, el omnímodo poder que hoy poseen los medios de comunicación para banalizar y simplificar todo lo que tocan con sus manos. Si a ello se une, el hecho cada día más evidente de que nada de lo que dicen es gratuito, que todos, y contra más proyección tengan más, intentan intoxicar ideológicamente a sus usuarios, la cuestión toma un cariz diferente, pues entonces ya no se puede hablar que padecen estulticia, sino que trabajan con mala fe, al mandar mensajes implícitos, y a veces demasiado evidentes a una ciudadanía que da la sensación de tragarse todo lo que dichos medios le ofrecen. Sí, porque a estas alturas lo que parece evidente, por mucho que se siga hablando de objetividad informativa, es que no existe ningún medio imparcial, que todos beben de diferentes fuentes, y que intentan dejar un discurso ideológico determinado a su concurrencia. Este hecho ya no parece preocupar, pues todos pensamos que esa es una realidad con la que tenemos que convivir, a pesar de que gracias a esa actitud, se esté creando un relato falso, o claramente tergiversado de la propia realidad, que condiciona con fuerza la percepción que se tiene de esa misma realidad.
Todos salimos cada mañana de casa mínimamente informados, con el convencimiento al menos de que controlamos las diferentes variables que se hayan podido producir, aunque sólo sea para estar a la altura ante nuestros compañeros de trabajo mientras desayunamos. Estar informado de lo que ocurre, aunque sólo sea de forma escueta, a estas alturas es un requisito básico de socialización, algo que entendemos como natural y que de forma automática llevamos a cabo cada día. El problema es que mientras la realidad es objetiva, aunque más compleja y con más matices de lo que somos capaces de aceptar, el relato que nos llega de la misma suele ser subjetivo y parcial, de una simplicidad casi absoluta, de suerte, aunque tal hecho pueda resultar paradójico, que dependiendo del medio que se elija, nos llegará una imagen diferente de lo acaecido, pues dependiendo como se envuelva una noticia, de los calificativos y del tono que se utilice, todo aquello que nos llega cada mañana recién levantados, tendrá un significado u otro.
Los medios, por tanto, y este hecho resulta más evidente cuando se consultan habitualmente varios, en lugar de esclarecer parecen que se dedican a embarrarlo todo, no sabiendo uno a qué atenerse, ya que la información que llega es de una parcialidad vergonzosa. Ante tal hecho, y debido a la necesidad de la información, hay que echar manos de periodistas de referencia, de aquellos que, a pesar de todas las aristas que pudieran poseer, tienen algo tan importante como es credibilidad. En España, si ha existido un periodista con credibilidad, un periodista “de cabecera”, con fundamentos y con un pesado bagaje a sus espaldas, ese, sin duda es Iñaki Gabilondo.
Cuando se dice que un periodista tiene credibilidad, eso no quiere decir que sea objetivo, que haya abandonado su singular perspectiva de ver lo que ocurre para asentarse junto a los dioses, no, en absoluto, lo que sencillamente quiere decir, es que es fiel a su visión del mundo, que es coherente y que siempre hablará con su propia voz, y no por ejemplo, por aquella del medio que le paga. La credibilidad es ante todo un compromiso con uno mismo, con los valores que se posean, y eso es precisamente lo que muchos buscamos cuando nos acercamos a una noticia, que nos la cuente alguien de referencia, con nombre y apellidos, para agarrarnos a ella con seguridad, para con posterioridad, con más tiempo, poder analizarla desde lo que somos. Por ello, Iñaki Gabilondo, para algunos ha sido, y aún lo sigue siendo, a pesar de que desgraciadamente ha pasado a un segundo plano mediático, el referente con mayúsculas. Por lo anterior, aquellos que estamos interesados y también preocupados por la peligrosa deriva que está padeciendo el periodismo en nuestros días, que se está convirtiendo en una profesión cada día más desprestigiada, resulta interesante saber qué opina Gabilondo sobre la misma. Él siempre ha apostado por el periodismo de referencia y de calidad, por el periodismo de peso, sorprendiéndome, que a pesar de lo que está lloviendo, de los graves problemas que padece su oficio, y que detalla, está convencido que esa forma de ejercer la profesión, aunque sólo tenga acogida en un sector minoritario de la población, que será el de siempre, el que tiene un mayor nivel de exigencia, aún tiene futuro, al ser el único que deja las puertas abiertas para que la información pueda convertirse en conocimiento. Sí, porque para Gabilondo, el objetivo del periodismo, del periodismo de calidad, no es sólo el de aportar los datos necesarios para que la ciudadanía se encuentre informada, sino el de intentar que esa información que se ofrece, sirva para que cada cual, después de haberla destilado y metabolizado, sepa dónde se encuentra, es decir, para que todo el que tenga interés, después de procesarla la convierta en conocimiento. Y sigue pensando lo anterior, a pesar de estar convencido que todo, en la actualidad, apunta hacia otros derroteros, hacia otros objetivos que aspiran más a confundir y a ocultar, que a aclarar lo que acontece.
“El fin de una época” es un pequeño libro en donde el autor habla de los problemas del periodismo actual, que observa, como también lo están nuestras sociedades, al borde de un nuevo periodo repleto de interrogantes y del que apenas se sabe nada, no sirviendo ya los instrumentos que hasta no hace mucho nos sirvieron para orientarnos. El periodismo, parece decir Gabilondo, está aquejado de los mismos males que padecen las sociedades en las que opera, con la diferencia de que es utilizado, gracias a su poder, por aquéllos que tratan de instrumentalizarlas en cada momento.

Miércoles, 28 de septiembre de 2011

viernes, 4 de noviembre de 2011

Un matrimonio feliz


LECTURAS

(elo.227)

UN MATRIMONIO FELIZ

Rafael Yglesias

Libros del Asteroide, 2009

Siempre que me llevo, de golpe, varias novelas a casa, elijo al menos una por mera intuición. De todas las que se presentan ante mí, escojo de forma invariable una de la que no tenga noticias, ateniéndome al título, al atractivo que pudiera tener la cubierta, o al prestigio de la editorial que la presente, estrategia que ha conseguido darme con el tiempo grandes satisfacciones. Evidentemente lo anterior no quiere decir que siempre acierte, ya que lo normal es que me encuentre con auténticos e infumables bodrios, pero siempre queda la posibilidad de dejar a esas novelas a un lado, sobre todo desde que comprendí que abandonar una novela por la mitad, o a falta de cinco páginas, debe ser algo normal, e incluso saludable en la actividad cotidiana de cualquier lector, algo que a estas alturas a nadie debería de alarmar. Pero en determinadas ocasiones, más de las que tendría que reconocer, esa novela “tapada”, se me ha revelado como una auténtica sorpresa, llegando de esta forma a disfrutar y a conocer a autores, que si no hubiera actuado así, hubieran pasado desapercibidos. En la última ocasión que he obrado de esta forma me he encontrado con una sorpresa más que agradable, pues la lectura de “Un matrimonio feliz”, del para mí desconocido novelista norteamericano Rafael Yglesias, me ha parecido una de esas novelas que de verdad merecen la pena leer. Lo que me indujo a elegir esta novela fue la firma que la editaba, “Libros del Asteroide”, editorial que si por algo se caracteriza es por la calidad de su fondo, compuesto de gran número de autores, casi todos desconocidos para el gran público, pero de un nivel medio muy por encima de la media que suelen ofrecer otras editoriales con más difusión.

“Un matrimonio feliz” cuenta, como su nombre indica, la historia de un matrimonio, la historia de una pareja durante veintinueve años de convivencia, desde el primer día que se conocieron, hasta que un cáncer se llevó al componente femenino del mismo. El título puede dar a entender, que la novela no es más que la narración de una idílica historia de amor que se dilata en el tiempo, pero nada más erróneo, pues lo que más llama la atención de ella, son las dudas, las contradicciones y el desconocimiento que ambos miembros mantenían entre sí, a pesar de haber convivido juntos durante tantos años.

El mundo que se esconde detrás de cada pareja, a menudo oculta algo evidente, la existencia de las personas que la conforman, y que siempre son algo más que la propia pareja. Parece evidente, aunque a veces por terquedad se piense o se proclame lo contrario, que lo ideal es vivir en compañía, en compañía de alguien con el que, o con la que poder compartir esa parte de la existencia que queda oculta a los focos de los demás, y a ser posible con la que afrontar una realidad que casi siempre es más complicada de lo que se es capaz de aceptar. Y digo una parte, porque el influjo de una pareja no puede dominar la totalidad de la vida de un individuo, pero sí, en el caso de que se haya acertado en la elección, debe aportar la estabilidad esencial para que esa parte de la existencia que se lleva a cabo de forma individual, la pública, sea lo más plena posible. En tal caso, cuando todo encaja y funciona de forma adecuada, como he afirmado en múltiples ocasiones y nunca se me ha comprendido, la pareja tiene que ser ese reposo del guerrero, o de la guerrera, en donde cada uno de los miembros encuentre el sosiego, pero también la fuerza necesaria, para salir a enfrentarse contra la realidad a la mañana siguiente. Pero lo anterior no significa, no tiene que significar necesariamente, que se tenga que conocer a la perfección a la persona que se encuentre al lado, por muy amplio que sea el conocimiento que sobre ella se posea, pues lo único que en realidad hace falta, lo esencial, es que se posea la sensación, además de la convicción, de que con la otra persona con la que se comparte la vida “uno se siente como en casa”.

En contra de lo que podría pensar, por aquello de que las cosas no están para excesivas piruetas, la historia que se cuenta en “un matrimonio feliz” no se desarrolla de forma lineal, sino combinando de forma adecuada el inicio de la relación con los últimos días de la misma, lo que le aporta agilidad a la novela, quitándole dramatismo y haciéndola mucho más atractiva.

La novela tiene la peculiaridad de que va creciendo cuando más se avanza en ella, haciendo que crezca el interés del lector por lo que va encontrando, hasta que se llega a un momento en que la lectura se hace dificultosa debido al nudo que poco a poco se le va haciendo en la garganta al que se adentra en la historia.

Siempre resulta interesante descubrir a nuevos autores, sobre todo ahora cuando tengo la sensación que el panorama de la novela literaria cada día es más angosto, y sobre todo me llaman la atención, aquellos que aportan calidad desde la amenidad, con historias potentes que no aspiran a que sólo sean leídas por unos cuantos. Sí, porque uno de los grandes problemas de la buena literatura, posiblemente su mayor problema, es que cada día se encuentra más enrocada en sí misma, lo que la convierte en inaccesible para todos aquellos que además de calidad, desean encontrar obras que puedan ser leídas son relativa facilidad, y en esto, los norteamericanos son unos maestros.

Lunes, 19 de septiembre de 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

La escritura o la vida


LECTURAS

(elo.226)


LA ESCRITURA O LA VIDA

Jorge Semprún

Tusquets, 1995



Cuando hace unos meses me enteré que Jorge Semprún acababa de morir, lo primero que pensé, es que parte de la historia de Europa había desaparecido con él, pues en el fondo siempre fue un superviviente de los acontecimientos que atormentaron la historia del viejo continente durante el siglo pasado. No sólo fue un superviviente del horror y del terror de los campos de concentración, pues también estuvo en la resistencia francesa luchando contra el invasor alemán, abrazando con posterioridad el estalinismo, llegando con el tiempo a ser uno de los máximos responsables de Partido Comunista de España durante su época gloriosa, siendo expulsado más adelante del mismo por disidente, además de llegar a ser ministro de cultura en un gobierno de Felipe González. Pero Jorge Semprún, para mí, a pesar de lo anterior, siempre ha sido ante todo un gran escritor, de suerte, como he repetido en multitud de ocasiones, y mis amigos lo saben, que si la escritura hubiera sido mi pasión, y hubiera servido para ello, él hubiera sido mi referente literario, ya que su obra, si por algo se singulariza es por su gravedad, por el peso que posee, lo que a estas alturas, tal y como están las cosas, además de llamar poderosamente la atención, es la forma de entender la escritura que me interesa.

Leí “La escritura o la vida” hace ya muchos años, posiblemente cuando se publicó en nuestro país, pero deseaba volverla a leer, y no sólo para homenajear a Semprún con esa relectura, sino porque tenía ganas de enfrentarme a un texto que me reconciliara con la literatura, que consiguiera hacerme de nuevo comprender, que la función de la literatura, de la literatura de calidad, no es sólo, no puede ser sólo la de entretener a los lectores, sino también la de obligarles reflexionar sobre los temas que en ella se subrayan. Semprún, basándose siempre en sus vivencias, parece que se empeña en dejar claro que la literatura nunca puede ser neutral, y sobre todo, que debe partir de la necesidad que tiene el que escribe de contar algo, y que por supuesto no se la puede dejar en las manos de los profesionales, esos que sólo se dedican a escribir por escribir.

En momentos como en los que vivimos, en donde la banalidad parece que lo envuelve y lo anega todo, desde las propias relaciones humanas hasta el arte, hay dos vías perfectamente delimitadas, la que tiende a emparejarse con los dictados de la cultura dominante, a aceptar y a complacerse con lo que ocurre, echando más carbón a la caldera para que nada se pare y todo siga igual, y otra, que por el contrario, sin aspirar necesariamente a la ruptura, al menos se dedique a reflexionar sobre lo que acontece. Sí, porque la reflexión parece algo del pasado, una actividad que carece de sentido en la actualidad, hecho al que puede deberse la escasa credibilidad que posee hoy la novela, ya que los novelistas, al menos los de éxito, parece que en bloque han optado por el primer camino, subiéndose al carro de los imperativos que imponen los mercados, que son los que a la postre dictan las necesidades literarias de los que aún se dedican a leer. La literatura de esta forma, como bien parece decir Semprún, ha desactivado su gran arsenal, su potencial más importante para convertirse en un producto de entretenimiento y de consumo más, en algo intrascendente que para muchos ya ha dejado de tener interés.

En este texto, el que durante un tiempo fue conocido como Federico Sánchez, habla de su conflictiva relación con la escritura, de la que durante un tiempo huyó para dedicarse a vivir. Sí, porque para el autor la escritura no le resultaba una actividad placentera, ya que le acercaba a su pasado, a aquel tiempo en que había sido “atravesado por la muerte”. La escritura para Semprún “agudizaba el pesar de la memoria, la ahondaba, la reavivaba. La volvía insoportable”. Por ello decidió en un principio alejarse de ella, y de todo lo que le hiciera recordar su estancia en Buchenwald, ya que se veía incapacitado para escribir de otra cosa que no fuera el tema que le obsesionaba y del que trataba de escapar. Para él, “hubiera sido irrisorio, quizás incluso innoble escribir cualquier cosa eludiendo esta experiencia”. Pero a pesar de que en un principio lo vio claro, con el tiempo no tuvo más remedio que acercarse a ella, a la tardía edad de cuarenta años, posiblemente porque era la única forma que tenía a su alcance para poder convivir civilizadamente con ese pasado que le carcomía.

Semprún escribe y recuerda, comentando su narración el día de la liberación del campo en que se encontraba internado, cuando se vio observado por tres oficiales del ejército aliado. Pero esos recuerdos no los desarrolla linealmente, ya que como si se tratara de un sueño, el relato está construido a base de digresiones que acaban conformando un todo homogéneo. La literatura de Semprún es culta, brillante y directa, siendo de una veracidad aplastante, pues el lector sabe, que la materia prima de su obra proviene del dolor y del horror que provocaron otros seres humanos.

Esta credibilidad, independientemente a la temática que afronta, que siempre debe ser recordada y debatida, es lo que más me llama la atención de la obra en cuestión, y es así, porque la gravedad que aporta, se opone de forma radical a la levedad de la mayoría de los textos que salen al mercado en nuestros días, cuando dadas las circunstancias, se precisan nuevos discursos fuertes, de obras con peso que sirvan al menos, para contrarrestar, o para hacer frente a los vientos dominantes, esos que aspiran a que nadie se plantee más problemas de los necesarios, que son los mismos que afirman que lo importante es vivir lo mejor posible, y que todo lo demás carece de sentido.

Leer a Semprún, al menos, me hace comprender cuál es la literatura que me interesa.


Sábado, 10 de agosto de 2011


viernes, 14 de octubre de 2011

Gomorra


LECTURAS

(elo.223)


GOMORRA

Roberto Saviano

Debolsillo, 2006

Incluso después de leer este texto, Italia me sigue pareciendo una incógnita, pues sigo sin comprender lo que se esconde debajo de ese país, sin entender su estructura oculta, que tiene que ser de una solidez extrema, o por el contrario de una flexibilidad asombrosa, para a pesar de todo lo que sucede en él, aún no haya estallado en mil pedazos. Hace años, Italia era el paraíso de la izquierda, en donde un partido comunista, el PCI, que se proclamaba leal al sistema democrático, siempre parecía estar a punto de tomar el poder gracias a los votos de la ciudadanía. Por otra parte, el mundo de la moda, del diseño en todos sus campos, parecía tener su epicentro en el país transalpino, con empresas de vanguardia, que hacían que la marca “Hecho en Italia”, poseyera un valor añadido difícil de igualar. Pero en contrapartida la vida política italiana, en los últimos años ha degenerado hacia un populismo vergonzoso, dando incluso la sensación de que el país se encuentra a punto de su disgregación, de partirse en dos, ya que parece que poco tiene que ver el norte rico y vigoroso con ese sur abandonado a las subvenciones y a la mano de Dios. Aunque parece difícil de comprender, la chabacana derecha que desde hace tiempo ocupa el poder, una derecha populista y demagógica, parece contar con un apoyo electoral suficientemente amplio como para permanecer gobernando los hilos de ese país, al tiempo que la izquierda, hasta hace no tanto tiempo modélica, da la sensación de que ha perdido definitivamente el norte. Y frente a todo ello, o revuelto a todo ello, la mafia, y todas las organizaciones que la conforman.

Creí que el libro de Saviano, que el famoso libro de Saviano, me iba a ayudar a comprender mejor el fenómeno de la mafia, pero al parecer ese no era el objetivo del autor, sino el de mostrar, en lugar de las causas que la hicieron y la siguen haciendo posible, los efectos reales que su existencia provoca en la sociedad italiana. Saviano, pone frente a los lectores, un documentado trabajo, gracias al cual intenta demostrar, que las organizaciones mafiosas italianas poco tienen que ver con la imagen que de ellas se tiene, al ser, al constituirse en consolidados complejos empresariales y financieros, en muchos casos globalizados, y siempre muy rentables, que se han adaptado a la perfección a las nuevas dinámicas del neoliberalismo financiero. Para Saviano, el origen de los capitales con los que trabaja la mafia, es producto de su actividad delictiva, pero esos capitales que generan, que a veces son muy abultados, entran en poco tiempo, una vez lavados, con absoluta facilidad en los canales de la economía legal. Para el periodista italiano, la gran singularidad de la mafia consiste, en que en lugar de acabar con la economía delictiva criminal cuando ésta le ha aportado el suficiente capital, sigue utilizándola como si se tratara de un afluente caudaloso, para aumentar sus inversiones legales, que a su vez van multiplicando y sosteniendo sus diferentes actividades económicas en todo el mundo. Según Saviano, las organizaciones mafiosas en la actualidad, ya no son el sistema de protección y de lealtad que pudieron ser en un principio, sino que se conforman como un holding económico y financiero, y no solamente como organizaciones criminales.

Sí, el origen de las organizaciones mafiosas parece que son evidentes, sociedades secretas, que nacen en el sur de Italia, y que tienen por objeto la protección de sus afiliados, los cuales, a cambio de dicha protección ofrecían lealtad. Esas sociedades, que en sus inicios poseían unas estructuras casi familiares, tuvieron su sentido y su justificación a causa de la debilidad del Estado Italiano, que en muchas ocasiones delegaban en estas organizaciones parte de sus competencias, como la seguridad y la cohesión social, a cambio evidentemente, de cerrar los ojos hacia determinadas actividades con las que se financiaban, y que a la postre, siempre resultaban poco ortodoxas. Esas organizaciones, en cierta medida, representaban el estado del bienestar de los sin estado, de los más humildes, de ahí, como hoy ocurre con determinadas organizaciones islamistas del norte de África, su gran arraigo social. Pero hasta no hace mucho tiempo, estas organizaciones estaban asentadas en unos ámbitos muy determinados, en donde ejercían sus actividades, pero de un tiempo a esta parte, como bien apunta Saviano, gracias a las enormes remesas de capitales que consiguen de sus actividades ilícitas, han apostado por la economía globalizada, adaptándose a la perfección a las actuales y hegemónicas prácticas financieras, gracias a las cuales, han conseguido multiplicar los rendimientos de sus capitales.

El problema de estas organizaciones en la actualidad, no son sus inversiones legales, ya que a determinados niveles, a nadie le interesa de dónde provienen dichos capitales, sino la actividad delictiva y criminal que siguen ejerciendo, que están consiguiendo poner en jaque, tanto al Estado como a la sociedad italiana.

Cuando el único objetivo de estas organizaciones, como se ha demostrado, ya no es otro que el rendimiento económico, los efectos negativos que producen en las sociedades en las que se asientan resultan demoledores, ya sea en el plano de la salud pública, a causa del tema de la drogadicción, del ecológico, pues están consiguiendo que el sur de Italia se esté configure como un enorme vertedero, o en el pedagógico, al interiorizarse en la población que sólo delinquiendo es posible elevar significativamente el nivel económico en el que se vive, etc., convirtiéndose de esta forma en un enorme y contagioso cáncer que necesariamente hay que extirpar. Sí, porque este es el grave problema, la putrefacción social que provocan las actuaciones mafiosas, que no sólo absorben toda la energía vital de la población, sino que, consiguen que ésta piense, que se tratan de actividades normales y perfectamente homologadas.

Para colmo, Saviano, señala hacia un tema que me parece bastante interesante, la semejanza que en determinadas cuestiones existen entre el sistema económico neoliberal y “la economía criminal” de la mafia. Ambas, de forma independiente a lo que pueda ocurrir a su alrededor, sueñan con un beneficio rápido, al estimar que éste, el beneficio, y contra más abultado mejor, es el único objetivo de toda actividad económica.

El texto no es fácil de leer, no porque su prosa sea compleja, no, ya que es demasiado diáfana, sino por el hecho, de que divididos por temas, el autor no deja de aportar datos tras datos sobre la forma de actuar de estas organizaciones, lo que provoca en el lector cierto cansancio. Se echa de menos, al menos yo lo he echado, una mirada de más altura, que conjugada con la que se realiza, proporcione una visión más teórica (sociológica) de la cuestión, pues los datos pedestres, a veces, sólo pueden comprenderse desde una visión global.


Domingo, 15 de mayo 2011


martes, 4 de octubre de 2011

Némesis



LECTURAS
(elo.222)

NÉMESIS
Philip Roth
Mondadori, 2010



Tenía ganas de leer esta novela, de que se publicara en España, pues hacía tiempo que tenía noticias de ella, aunque tengo que reconocer, que me ha impactado más de lo que esperaba, mucho más de lo que podía imaginar. No es una novela fácil, aunque está escrita con la maestría y con la aparente sencillez habitual de Roth, y no lo es, porque la dureza del tema, que no es la epidemia de polio en la que se basa la obra, ni siquiera el sentimiento de culpa como un afamado crítico ha subrayado, sino la criminalidad del azar, me ha obligado en diferentes ocasiones a cerrar la novela con un nudo en el corazón. Roth es un maestro, hecho que nadie puede poner en dudas a estas alturas, cuya mayor virtud posiblemente sea, la de tocar el alma del lector con sus novelas, lo que lo convierte, unido a sus dotes para la narrativa, con diferencia, en uno de los autores más importantes que existen en la actualidad, pese a las irregularidades que presenta su inmensa obra, lo que se debe sobre todo, a que siempre está enfrascado en alguna nueva aventura literaria. Roth es demasiado prolífico, cierto, y esto obviamente se nota en su producción, pero hay que decir, que incluso la novela más mediocre del norteamericano posee una calidad muy por encima de la media. En esta ocasión, como lo hizo en “Sale el espectro”, que sin duda alguna es la mejor de sus últimas novelas, Roth se viste de luces y nos deja una magnífica obra, obra que aparte de estar perfectamente elaborada, invita a reflexionar sobre un tema que siempre sobrevuela sobre toda persona que ha llegado a comprender, que de forma inexorable estamos instalados en la contingencia.
En la época en la que se desarrolla la historia la polio era una cruel enfermedad, que en periódicas epidemias, asolaba a la población de todo el mundo, con la peculiaridad, de que muy poco se sabía de ella; una enfermedad que se cebaba con especial intensidad sobre los niños, paralizando sus tejidos, dejándoles secuelas para el resto de sus vidas, en el caso de que no acabara con la existencia de los que por casualidad la contraían. “Némesis” se basa en una de estas epidemias, la que asoló a Newark, y más concretamente al barrio judío de esta ciudad en 1944, en plena guerra mundial. Roth crea a un personaje, el señor Cantor, un joven de veintitrés años, que pese a su magnífico estado de forma, y de ser el responsable de las instalaciones deportivas municipales, debido a un problema de visión, no pudo alistarse, como era su deseo, tal lo hicieron todos sus amigos en el ejército. Pero en esa retaguardia, en donde avergonzado se encontraba, tuvo la desdicha de luchar en otra guerra, tan cruel o más que aquella en la que no había podido participar, la epidemia de polio que se propagó y asoló a su ciudad. Era una guerra en la que no se podía combatir, sobre todo porque no se sabía dónde se encontraba el enemigo, ni tampoco, ya que no se había descubierto aún la vacuna que años después neutralizó la enfermedad, las herramientas o el armamento que había que utilizar contra ella. Se trataba de una contienda terrorífica, en la que cada día la población se encontraba con un parte de baja ante el cual se veía y se sentía impotente. El señor Cantor vio como murieron o enfermaron muchos alumnos suyos de la escuela de verano que dirigía, y no podía comprender, bajo ningún concepto, como el Dios en el que creía podía ser tan cruel al permitir lo que estaba sucediendo, siendo éste el tema, o el corazón de la novela. Y lo es, a pesar de la importancia que tiene en ella el sentimiento de culpa que sintió el protagonista, al creer, al estar convencido que él había sido uno de los portadores del virus que transmitió la enfermedad.
A pesar de los componentes genéticos y culturales que cada cual pueda poseer, está fuera de toda duda, que el caprichoso dedo de la fortuna es esencial en la existencia de cualquier ser humano, por ello, en demasiadas ocasiones deseamos que esa diosa se olvide de nosotros, pues se sabe, que si bien nos puede aportar todo aquello con lo que soñamos, todo aquello que nos catapulte a la felicidad, también nos puede hundir, dependiendo del estado de ánimo en el que se encuentre en ese momento en la más absoluta de las desgracias. Por ello, a veces pedimos que nos quedemos como estamos, al comprenderse, que todos nos encontramos indefensos ante ella. En un abrir y cerrar de ojos, cualquiera puede quedar estigmatizado para el resto de su vida, por ejemplo, como les pasó a tantas y a tantas personas con la polio, por culpa de haber contraído un extraño virus que no se sabía ni tan siquiera de dónde provenía, sin que la voluntad y el trabajo constante, o creer en Dios o en la Virgen Santísima, pudiera hacer nada contra tal hecho. Sí, porque en el fondo, todo depende de la suerte que se tenga, en algo tan aleatorio como eso, como el hecho de haber nacido en un suburbio de Calcuta o en una zona residencial de cualquier país desarrollado. La suerte que se tenga es esencial, y ella, condicionará la existencia que al final cada cual llevará a cabo, con el agravante de que siempre será la que ella decida.
La novela es narrada, cosa que no se descubre hasta el final, por un antiguo alumno del señor Cantor, uno de los alumnos que tuvo la mala fortuna de contraer también la enfermedad, que muchos años después, se encontró al que fue su admirado profesor, en silla de ruedas, comprendiendo como éste, aún no había podido asimilar, no ya que también hubiera contraído la polio, lo que le cambió la vida por completo, sino el sentimiento de culpa por haber sido uno de los portadores y transmisores del virus. El narrador cuenta la historia del señor Cantor con los datos que éste le proporcionó en los encuentros que mantuvieron muchos años después, en los que tuvo que aceptar, que ese joven y perfecto norteamericano, que era el orgullo del barrio y al que todos preveían un futuro repleto de satisfacciones, quedó destrozado cuando recibió en su costado la flecha, la acerada y terrorífica flecha de la mala suerte.
“Némesis” es otra gran novela de Roth, en la que el autor deja claro, una vez más, que la buena literatura nunca puede ser sólo un lujo ideado para apaciguar los corazones, sino todo lo contrario, un arma afilada y diseñada para hacerlos latir con más fuerza.

Miércoles, 30 de marzo 2011


El hombre que amaba a los perros



LECTURAS
(elo.221)

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS
Leonardo Padura
Tusquets, 2009

A veces, con demasiada facilidad, acuso al fenómeno de la muerte de las ideologías de ser el causante de la desorientación que padece el hombre actual, al carecer por ello, éste, de esos mínimos referentes que necesita para orientarse en la caótica realidad que se le presenta, sin querer plantearme, al cerrar los ojos ante la vertiente positiva de tal hecho, el terror que siempre consiguieron imponer las ideologías a los que cayeron en sus redes. Por ello, leer una novela escrita por alguien que vive en Cuba, o lo que es lo mismo desde el fracaso de la experiencia cubana sobre el fracaso del socialismo real, personalizado por el despotismo que el estalinismo ejerció sobre los creyentes y los militantes de esa ideología teóricamente liberalizadora, no puede, por supuesto, dejar de llamarme la atención, al ser ese, uno de los grandes agujeros negros de la historia de la humanidad. Sí, después de haber leído lo que he leído, es lógico que pueda llegar a pensar, que el derrumbe y el descrédito en el que han caído las grandes ideologías totalizadoras, han servido para liberar al hombre, de unas estructuras que lo simplificaban y lo empujaban hasta convertirlos en meros objetos utilizables y sustituibles en aras de un objetivo superior, en simples herramientas en manos de unos planificadores, que según decían, ideaban con los llantos del presente la sociedad plena del mañana.
Hace poco traté de releer “Koba el terrible”, esa extraña obra de Martin Amis, que por segunda vez tuve que abandonar antes de lograr finalizarla, en la que, dato tras dato, anécdota tras anécdota, hablaba de las maldades de esa figura, que no sólo consiguió marcar a fuego la historia del socialismo y de Europa, sino que también, ha quedado como uno de los ejemplos más singulares del terror del autoritarismo, de hasta dónde puede llegar el poder absoluto y el culto a la personalidad. Lo que le critiqué y le sigo criticando a la obra de Amis, es precisamente el enfoque con que afrontó el tema, que literariamente, al menos desde mi punto de vista resultaba insostenible, ya que la literatura debe aspirar sobre todo, a que lo que se presenta pueda ser leído con relativa facilidad, humanizando y acercando los conceptos y las ideas que un determinado autor pueda tener a la vida. Ahora, sin esperarlo, me he encontrado con una ambiciosa novela sobre el mismo tema, que a pesar de ser algo más que una novela, ya que también podría entenderse como una biografía, o como dos biografías que convergen en un momento dado entre sí, que afrontan no sólo el fenómeno del estalinismo y de todo lo que significó, sino también la de dos personajes poliédricos y paradigmáticos de la época, León Trotski y la de su asesino Ramón Mercader, que, cada uno intentando cumplir con su papel, esperaban modificar la historia, junto a alguien, el protagonista que escribe la novela, que representa a los que han padecido la labor de los que siempre se han empeñado en empujar dicha historia.
La novela, por tanto, se narra en tres planos, el que cuenta la vida de León Trotski desde que fue expulsado de la Unión Soviética hasta que cayó asesinado en México, que se desarrolla de forma paralela a la de quien acabó con él, Ramón Mercader, el cual fue elegido en plana Guerra Civil, para llevar a cabo la acción que marcó su vida. Entre ambas historias, el autor también cuenta la de la persona que escribió la novela, un cubano, que en su tiempo quiso ser escritor, y que por casualidad, mucho después de que las estrecheces y las calamidades que anegaban la isla le hicieron desistir de sus ilusiones, se encontró cara a cara con “la novela que tenía que escribir”.
“El hombre que amaba a los perros” es una novela de gran dignidad, una novela ambiciosa como dije con anterioridad, que se empeña en reflejar un mundo ya pasado, el mundo de las ideologías, que consiguió ensangrentar todo un siglo. Aunque creo que no se trata de una gran novela, lo que no significa que no sea una buena novela, su interés radica en que puede servir para hacer comprender, sobre todo a los más jóvenes, a aquellos que desconocen casi por completo aquel periodo, un tiempo en el que muchos aspiraban a modificar la realidad, aunque para ello tuvieran que sacrificar su felicidad o incluso su propia existencia. Pero también para calibrar la deformación de unos regímenes que bajo la justificación de unos ideales, no dudaron en ningún momento en traicionar a los mismos, con objeto, costara lo que costara, de alcanzar unos objetivos superiores que consiguieron a la postre, envilecer su propia práctica cotidiana y su propia justificación de cara a los que en teoría debían de defender. El problema del comunismo, de lo que después despectivamente se denominó el socialismo realmente existente, fue que perdió, por lo anterior, su propia legitimidad, lo que se debió en gran medida a que dejó atrás sus puntos de referencia, el de conseguir el bienestar de aquellos a los que representaba, a los trabajadores y a las clases humildes, en beneficio de unas metas macropolíticas y de una megalomanía que le condujo a un callejón sin salida. El comunismo, que hoy desde la postmodernidad se observa como algo obsoleto, perdió definitivamente su batalla en el momento en que jugó a un juego que no era el suyo, pagando las consecuencias las sociedades en donde se había implantado, que en lugar de encontrar la liberación bajo el mismo, se encontraron sojuzgadas bajo unos estados que en lugar de velar por ellas, se dedicaron a idear estrategias políticas y económicas demenciales bajo las sombras de unos sistemas propagandísticos que se dedicaron a dibujar y a imponer una imagen de la realidad diferente a la real.
El problema de esta novela es el peso de la misma, pues las dos biografías que desarrolla, al ser demasiado detallistas, llegan a cansar en determinado momento al lector, sobre todo al que busca literatura en lo que lee y no pormenores de la vida de personas que han vivido realmente.
No obstante, para los todoterrenos que cuando tenemos que leer literatura leemos literatura y cuando no leemos otra cosa, sobre todo porque comprendemos que la novela es algo abierto en donde casi todo cabe, “El hombre que amaba a los perros” es un texto interesante por varias razones, en primer lugar porque está bien escrito, pero también por el hecho, de que cuando uno acaba la lectura, se encuentra con una idea mucho más formada de esos dos personajes que pasarán unidos a la historia del pasado siglo, aunque uno de ellos no lo merezca, y por, para mí lo más importante de la novela, la imagen que queda del personaje que la escribe, que representa a todos los que han, hemos soportado las consecuencias de los que se han creído protagonistas de la propia historia con mayúsculas.

Jueves, 17 de marzo 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

Correr


LECTURAS

(elo.220)


CORRER

Jean Echenoz

Anagrama, 2008


Cada vez que leo una novela de estas características, a pesar de la precisión formal que encuentro en ellas, algo me dice que no, que la buena literatura es otra cosa, otra cosa muy distinta. Últimamente me estoy encontrando obras, que siempre se presentan avaladas por una crítica favorable, que al parecer apuntan, gracias a un estilo narrativo conciso, casi diáfano, en el caso que señalen hacia algún objetivo concreto, a cuestiones que por su evidencia carecen de la capacidad necesaria para poder justificarlas, por lo que me inclino, que la única justificación que poseen, la única, aunque siempre hay alguien que se dedica a sacarle a un tema más punta de la necesaria, es el estilo utilizado, lo que se acomoda con excesiva facilidad a la debilidad intelectual que caracteriza a nuestra época. Siempre me ha llamado la atención, aquellos que dicen, cuando escuchan que una determinada novela que les ha gustado carece de sustancia, “que sí, que es cierto, pero que está muy bien escrita”. Y me llama la atención, como he repetido en demasiadas ocasiones, porque no llego a comprender que una teórica buena novela se pueda basar sólo en su belleza narrativa, sin aspirar a nada más que precisamente a eso, a que el lector acabe diciendo, que ha disfrutado con la maestría estilística que ha encontrado en sus páginas. Por supuesto que a estas alturas, entre otras muchas cosas he llegado a comprender que existen muchas formas de entender la literatura, y que no todas, ni deben ni tienen que coincidir con la que a mí me interesa, pero una cosa es lo anterior, y otra, que no pueda entender la buena acogida que se le dispensa a novelas que no consiguen aportarle absolutamente nada al lector, nada que vaya más allá de cierta calidad narrativa. Y no lo puedo comprender, porque me niego, lo que a todas luces resulta absurdo, a querer entender que la literatura es ante todo un producto social, y que en cada periodo histórico, se lleva a cabo, y la verdad es que no deseo ser pedante, la literatura que emana, por no decir que dicta la cultura o la forma cultural dominante. Como tantas veces se ha dicho, no se vive precisamente un momento histórico en donde la épica tenga sentido, pues las grandes gestas, por ejemplo las literarias, parece que pertenecen a un tiempo periclitado, dando la sensación de que todos nos conformamos con unas formas culturales de bajo nivel, en donde lo importante, lo que algunos se dedican a subrayar de forma constante, es “el cómo se dice lo que se quiere decir” en lugar de “aquello que se dice”, lo que da lugar a unas manifestaciones artísticas que parecen conformarse más con la forma en que se presentan, que por el contenido de las mismas, lo que se sustenta evidentemente, en una preocupante falta de fundamentos por parte del público, que ante todo y sobre todo debería de llamar la atención. Sí, porque esta falta de fundamentos provoca una demanda de productos de una determinada calidad, que la denominada industria cultural trata por todos los medios de ofertar, en detrimento de aquellos otros productos culturales, que por sus contenidos, vayan en contra de lo que sus potenciales clientes desean encontrar. Cierto, porque lo que se desea son obras de contenido liviano, sin peso o con una densidad llevadera y poco conflictiva, productos que en ningún caso su aprehensión pueda suponer un esfuerzo, ya que sin que se sepa muy bien por qué, se ha impuesto la idea de que la cultura es y debe de ser ante todo un divertimento, algo que está ahí para que se pueda disfrutar con facilidad, y no un instrumento gracias al cual, el ser humano pueda interrogarse, para avanzar, sobre las cuestiones que siguen perturbándole y que le obligan a ser como es. Y es así, porque parece, que la consigna que se ha extendido es la de evitar que nadie se mire al espejo, lo que provoca que se soslaye y que se rechace cierta forma de entender la cultura, al tiempo que se potencia la denominada “cultura del espectáculo”, que es la que sólo aspira a contar historias, sin que éstas intente ni siquiera, acercarse a las cuestiones, que aunque se oculten, no dejan de supurar, ni de platear dudas sobre la existencia que se lleva a cabo.

En la literatura, en la literatura de calidad, ya que la otra, la de consumo, siempre ha tenido claro cuál es su objetivo, también, posiblemente por el hecho de que es la manifestación cultural que más se acerca a la vida, se aprecia con una claridad evidente la evolución de la que he intentado hablar, apareciendo textos, obras de indudable calidad estilística, que o bien olvidan que tienen que contar algo mínimamente interesante, o las historias que presentan son de una simplicidad desalentadora.

“Correr” es una de estas obras, una novela muy aplaudida por la crítica, bien escrita, que no le aporta al lector absolutamente nada, dejándole ese regusto amargo de lo que carece de justificación y de sentido. Que a estas alturas, desde cierta frialdad, se nos quiera hacer saber que los regímenes socialistas instrumentalizaban propagandísticamente a sus ciudadanos de más valía, por ejemplo a los deportistas de elite, es una información que a nadie, por sobradamente conocida, puede llamarle la atención. Pero si esto es lo único que el lector puede conseguir de esta lectura, a pesar de que se presente muy bien estructurada, con un ritmo acorde con la actividad profesional del protagonista, poco valor añadido se puede encontrar en ella, pues ni tan siquiera, al enfocarse el tema desde cierta distancia, se llega a profundizar sobre la personalidad del personaje sobre el que gira toda la novela. La deliberada frialdad del narrador con respecto al protagonista, impide un acercamiento a éste por parte del lector, escapándosele “la humanidad” del mismo, pues esa cuestión al parecer no le interesa al autor, al tratar más al protagonista como un objeto de análisis, de forma parecida a la que el régimen socialista trataba al corredor, que como una copia más o menos acertada de un ser humano real. Este alejamiento, que consigue dibujar a un personaje demasiado esquemático, sin aristas, supone una huída consciente de la vitalidad que envuelve a cualquier individuo real, posiblemente, con la intención de que la anémica tesis que expone, aparezca diáfana ante sus lectores.

“Correr” es una novela que sólo puede sustentarse por su limpieza estilística, faltándole casi todos los restantes elementos, aquellos que consiguen hacer de una novela una buena novela.


Jueves, 3 de marzo de 2011




jueves, 26 de mayo de 2011

Aguirre el magnífico




LECTURAS
(elo.219)

AGUIRRE EL MAGNÍFICO
Manuel Vicent
Alfaguara, 2011

La primera vez que escuché hablar de Jesús Aguirre, fue cuando le nombraron Director General de Música, allá por los lejanos tiempos de la UCD, apareciendo detrás de ese nombre, como era de rigor para el cargo para el que había sido elegido, un individuo exquisito y de cultura refinada que siempre conseguía llamarme la atención cuando comparecía en público. Después me enteré, creo que en algún prologo de Fernando Savater, que había sido con anterioridad director de Taurus, cuando en los tiempos heroicos de esa editorial, entre otros, publicó a Benjamin, a Adorno, o apostando fuerte al propio Savater, alguien al que casi nadie conocía por aquellos tiempos, o a ese filósofo rumano tan extraño que atendía por nombre de Cioran, lo que no hizo más que engrandecer ante mis ojos la figura de tan elegante personaje. Pasado el tiempo, supe que antes que todo fue cura, uno de esos curas que tanto exaltaba la progresía de la época, con toda seguridad, porque era lo más alejado que consiguieron encontrar del estereotipo que esos personajes representaban por aquel entonces. Tiempo después, cuando se convirtió, para sorpresa de todos en el decimoctavo duque de Alba, alguien me comentó con cierta envidia, que le gustaría vivir en Madrid, sólo para poder asistir a las tertulias que con toda seguridad, el nuevo y flamante duque, llevaría a cabo con sus amigos en los historiados salones del Palacio de Liria. La idea que tenía de Jesús Aguirre, por tanto, era la de alguien que parecía que no era de su tiempo, la de alguien que ejerció de aristócrata, mucho antes de que en realidad lo fuera, pero por encima de todo, la de un intelectual, que si por algo se distinguía, era por su singularidad.
De Manuel Vicent poco puedo decir, salvo que vengo leyendo sus artículos desde tiempo inmemorial en el diario “El País”, unos artículos en los que siempre he creído ver conjugados la luminosidad del Mediterráneo, la mala leche y una ironía al alcance de muy pocos, en donde sus rotundas afirmaciones, junto a las desconcertantes y casi siempre poéticas imágenes que iba dejando sobre los personajes que encuadraba con su objetivo, conseguía dejarme, una vez sí y otra también, una amarga sonrisa en la boca. Sin duda alguna es el articulista de pequeño formato que más me interesa, el más caustico, pero también el más literario de los que pueblan la cada día más abundante fauna de individuos, a pesar de que muy pocos tienen dotes para ello, que se dedican a tal menester. No obstante, nunca he podido disfrutar con sus novelas, que desde mi punto de vista no alcanzan, ni de lejos, el nivel que consigue alcanzar con sus artículos, lo que atribuyo al hecho, de que ese no es su formato natural, pues en la novela, no encajan bien sus regates cortos ni sus tajantes y arbitrarias afirmaciones.
Por lo anterior, cuando me enteré que el valenciano acababa de publicar una obra basada en la figura de Jesús Aguirre, gracias a la cual hacía efectivo la tarea que el propio duque de Alba, delante del Rey de España le atribuyó, la de ser su biógrafo oficial, no dudé ni un solo instante de que tenía que hacerme con ella, pues la pluma de Vicent, con toda seguridad, posiblemente por tratarse de su especialidad, la de dibujar y caricaturizar con palabras, desde su peculiar visión, a los personajes que le interesaban, podría hacer encajes de bolillos con ese extraño personaje que tantos focos y tanta incredulidad atrajeron hace sólo algo más de una década.
Como pensaba, tal extraña asociación no me ha defraudado, ya que Vicent, como en sus mejores columnas, sin tener que preocuparse por desarrollar una historia, hace lo que mejor sabe, describir situaciones y personajes que uno no acierta a situar, si están más cerca del esperpento o del mejor Berlanga, al contar anécdotas tras anécdotas, perfectamente entrelazadas entre sí, junto a algunos acontecimientos que tienen la virtud de hacer comprender mejor, como los que hablan de sus orígenes, la vida de ese ser sin par, que fue Jesús Aguirre. Evidentemente “Aguirre el magnífico” no es una biografía al uso, ya que nadie podría esperarlo del autor, pero es un peculiar acercamiento a la vida del que llegó a ser duque de Alba, que difícilmente podría conseguir la biografía más sistemática y concienzuda realizada por cualquier especialista en la materia.
Con unos orígenes oscuros, al menos para aquellos tiempos, Jesús Aguirre, al parecer, desde que tuvo uso de razón, puso sus objetivos bastante altos, agarrándose a lo único que tenía, a su inteligencia, pues como dice el propio Vicent, “sabía que tenía que afirmar su personalidad en la inteligencia”, que le sirvió, aparte de para perfilar una imagen determinada de cara a los demás, para llegar hasta donde llegó. La imagen que de él se transmite en la obra, es la un arribista, alguien que hizo lo que pudo, sin importarle nunca los medios, como no dudar en darle la espalda a sus amigos cuando éstos ya no le interesaban, para llegar a ese estrellato que siempre tanto deseó. Consiguió crearse una atractiva imagen pública, en un primer momento, siendo aún cura, el cura de la progresía ilustrada de la época, propiciando el diálogo entre católicos y marxistas, y con posterioridad, presentándose como un especialista en la obra de los miembros más destacados de la “Escuela de Frankfurt”, a los que publicó. Esa fama le valió, para que un amigo le aupara a un puesto de gestión política, nada complicado por cierto, y desde ahí, al paraíso del ducado de Alba, dejando de lado todo lo que ya no le hacía falta, pues a Aguirre, como deja claro Vicent, lo que le interesaba era lo que le interesaba.
No queda bien parado el que fuera decimoctavo duque de Alba en esta obra, pues la visión que de él se aporta, en buena medida desmiente la imagen que muchos teníamos de él, lo que no resulta habitual en este tipo de obras, que suelen dedicarse a elogiar, a veces con demasiado ardor, al personaje estudiado. Este hecho puede obligar a que el lector se plantee, más allá de su nombramiento como biógrafo, por las causas reales que han obligado al autor a desenmascarar a Jesús Aguirre, que es alguien que a estas alturas carece de relevancia, aunque creo, que el atractivo de esa extraña personalidad, ha tenido que atraerle en exceso, aunque ello le haya obligado a hacer leña de un árbol hace tiempo caído.
El libro es un festín, que uno tiene que abandonar de vez en cuando para soltar una carcajada, en donde el lector tiene la oportunidad de saborear y de disfrutar al mejor Vicent.

Domingo, 27 de febrero de 2011

jueves, 31 de marzo de 2011

Lo que sé de los hombrecillos


LECTURAS (elo.218)


LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS

Juan José Millás Seix barral, 2010


Nunca me ha gustado la literatura alegórica, pues siempre la he visto demasiado explícita, lo que a mi entender va en contra de la buena literatura, que debe ser más recatada con objeto de esconder lo que desea transmitir al lector, si es posible debajo de siete velos, para que éste, con paciencia, después de disfrutar con la lectura, descubra “ese algo más” que siempre debe tener toda novela que se precie. No me gusta saber desde la primera página, que la novela que estoy leyendo tiene doble fondo, al estar convencido que lo que debe ocurrir es todo lo contrario, evitar por todos los medios que el lector descubra con facilidad la intención del novelista, con objeto, de que cuando encuentre el tesoro oculto, observe el sentido y la justificación de lo que ha leído. No me gusta, no lo puedo remediar, la literatura entendida como un juego, lo que posiblemente sea una de mis múltiples deficiencias como lector, pues estoy seguro que debería de comprender, que existen muchas literaturas diferentes, que no por ser distintas a las que me interesan, dejan, o pueden dejar de ser interesantes. Por todo lo anterior, comencé a leer con precaución esta obra de Millás, a quien admiro como articulista de ingenio, y por lo que, debido a ese ingenio que posee, apenas he frecuentado como novelista, faceta gracias a la cual atesora un gran número de seguidores. Sí, reconozco que comencé con precaución la lectura, y ya desde la primera página, en la que con naturalidad aparecen los hombrecillos, tuve que realizar un esfuerzo para no abandonar la novela, lo que afortunadamente no llevé a cabo. Digo afortunadamente porque la novela me ha entretenido, dejando para colmo sobre la mesa un tema importante, al que, por desgracia, estoy convencido de que desde otra perspectiva se le hubiera podido sacar más partido, que es algo en lo que nunca me debo meter, pues cada cual hace las cosas como quiere, o como me gusta decir, como puede. Quizás debido a la importancia del tema que aborda, el despiadado control que ejerce la personalidad que se posee sobre las otras posibles personalidades que se podrían tener, un tema que como todos, ya se ha abordado en múltiples ocasiones por otros autores, me hubiera gustado, por egoísmo por supuesto, verlo desarrollado de forma distinta. No obstante, cada autor, calibrando sus posibilidades, sabe la mejor forma de sacarle partido a los temas que va encontrando, no teniendo dudas por tanto, que para él, la utilizada es la más conveniente. Millás tiene una facilidad endiablada para la narrativa, ya que al menos en esta novela, no soy un entendido de su obra, a base de capítulos cortos, y amenos, hace que la historia sea asumida, a pesar de su argumento, con facilidad por sus lectores. En este tipo de obras, en las que se parte de algo absurdo o sencillamente increíble, lo esencial es la credibilidad, es decir, que el que la lea, en un pacto con el autor, acepte lo que va sucediendo ante sus ojos, lo que Millás consigue en buena medida presentado una novela ligera que se puede leer en pocas horas. El autor dibuja a un personaje con la vida ya hecha, un catedrático jubilado, que se mantenía en activo escribiendo artículos y dando alguna que otra clase en la universidad como profesor emérito; alguien con la vida ya ordenada, que a lo único que aspiraba, era a vivir de forma apacible, alejado de todo lo que ya no le interesaba. A un hombre con una personalidad definida, de esos que saben en cada momento lo que tienen que hacer, a pesar de que ese individuo tenía una particularidad, pues desde pequeño había estado rodeado de pequeños hombrecillos con vida propia, algo que había mantenido en secreto. De forma inexplicable, en cierta ocasión, mientras dormía, esos pequeños seres elaboraron, con sus tejidos, a un nuevo hombrecillo a imagen y semejanza del catedrático jubilado, con lo que cambia de forma radical la existencia de éste. Pero esa nueva y pequeña criatura, parece poseer todos los apetitos que el protagonista tenía reprimidos, instándolo en cada momento, a que se deslizara sin miedo por ellos. Aquí Millás, como otros autores ya han dibujado, parece que desea poner, o contraponer a la consolidada personalidad del catedrático, que era alguien que ya había podado todas sus aristas y que había conseguido domesticar todos sus instintos en aras de la sólida imagen que con el tiempo se había creado, a un pequeño y casi insignificante hombrecillo, que representaba todas los apetitos que el protagonista había conseguido reprimir a lo largo de su existencia, en beneficio, por supuesto, de esa personalidad que había elegido. Está claro, o al menos yo estoy convencido de ello, que toda personalidad dominante se erige, reprimiendo con mano de hierro, todas las personalidades que pudieran ir surgiendo que pudieran tener la facultad de posicionarse como su alternativa, de suerte, que se es lo que se es, porque se ha eliminado consciente o inconscientemente todo aquello, que por una causa o por otra no se desea ser, o lo que es lo mismo, porque se han eliminado a todos aquellos yo, que pudieran poner en tela de juicio al yo dominante por el que se ha optado. Partiendo de lo anterior, se podría decir, por el contrario, que las personalidades “titubeantes”, serían aquellas que no han logrado cumplir tal cometido, por lo que, en ellas se produce de forma constante un intenso debate para decidir qué es lo que hay que hacer en cada momento. Pero lejos de estas diatribas, que en realidad no conducen a nada, sólo a enturbiar este comentario, lo que quiero decir, es que Millás, reduciendo el tema a los deseos y a los distintos reprimidos, trata de pintar un cuadro, en donde alguien que se creía a salvo, cae en ellos en un momento de debilidad, cuando siente desde lejos, las voces de todo aquello que durante tanto tiempo había logrado reprimir con éxito. Sí, porque esos deseos y esos instintos se pueden reprimir, pero no matar, estando en todo momento ahí, agazapados, siempre llamándonos y esperando a que un día, por los motivos que sean, se recurran a ellos. Como dije antes, la novela me ha entretenido, pero me he quedado con el mal sabor de boca de que se encuentra muy por debajo del nivel que el tema exigía, de lo que tampoco hay que acusar a Millás, pues el valenciano ha realizado lo que creía que tenía que hacer, ya que desde un principio, se sabía hasta donde podía llegar esta narración tal y como estaba planteada. No creo que se haya tratado de un simple divertimento, pero estoy convencido, por lo que conozco del autor, que con el ingenio que le caracteriza, le ha intentado sacar demasiado punta a un tema, que posiblemente requería un tratamiento diferente. No obstante, ahí queda esta obra suya que sin bien puede llegar a entretener, seguro que dentro de poco nadie conseguirá acordarse de ella. Miércoles, 23 de febrero de 2011

viernes, 18 de marzo de 2011

Bilbao-Nueva York-Bilbao


LECTURAS
(elo.217)

BILBAO-NUEVA YORK-BILBAO
Kirmen Uribe
Seix barral, 2008

El propio Kirmen Uribe, subraya en algún lugar de su novela una frase del escritor Foster Wallace en la que éste dice, “que desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en el estómago. Lo demás no sirve para nada”. Bien, la pregunta entonces resulta obvia, ¿consigue emocionar esta novela?, y la respuesta, mi respuesta es no, por la sencilla razón de que la estructura que impone el autor lo impide. En un principio el objetivo de la novela, su justificación, puede parecer que no es otro que el de recordar y recuperar la historia de la familia del propio autor, pero también la de una parte de su país, la de la Euskadi marítima y pesquera, que desde hacía tiempo se encontraba amenazada por el olvido, a pesar de la importancia que en otros tiempos no muy lejanos había tenido. Esos recuerdos que poco a poco va desgranando el autor de forma fragmentaria, incitan como es lógico al sentimentalismo, pero en todo momento intenta evitar esa deriva al no desarrollar la narración de forma lineal, dosificando, a cuenta gotas, todo lo que va hallando de la vida de su familia. Es una narración medida, en donde la estructura elegida adquiere un protagonismo esencial, de suerte que esa forma de contar lo que desea contar, ejerce de dique de contención, contra ese sentimentalismo que desde un primer momento amenazaba con anegarlo todo. Pero a pesar que en algún momento de forma explícita lo diga el propio autor, poco a poco uno va comprendiendo que la novela no aspira sólo a eso, a recuperar determinados recuerdos con la intención de comprender la vida, y la actitud ante la vida de los antepasados del propio Uribe, sino a algo más, a bastante más que a colocar todas las piezas en el lugar que le corresponden. Parece que Uribe tiene claro que ese sólo puede ser el paso previo e inevitable, porque sabe que ninguna historia personal, ni por supuesto la de ningún pueblo puede ser nunca inmaculada, y que siempre es conveniente, en un momento dado, detenerse para hacer las cuentas, con objeto de comprobar lo que uno posee, con lo que se cuenta, para afrontar sin demasiados lastres el futuro. En este sentido esta obra también podría ser entendida como una novela más sobre “la memoria histórica”, pero no para quedarse y deleitarse con ella como muchas otras, sino para superar de una vez por todas el pasado y poder desafiar, sin mirar constantemente hacia atrás, tanto el presente como todo aquello que aún tiene que llegar. Así entendida, la novela puede servir, no ya para sostener ciertas actitudes nacionalistas, sino para consolidar y vertebrar, pero sobre todo para enraizar ese paso adelante, en el caso de que no se desee quedar estancado en tierra de nadie, que necesariamente hay que dar en un mundo cada vez más globalizado, en el que es fundamental, no sólo saber, sino tener consciencia de que se pertenece a una determinada tradición cultural con objeto de no vivir en el vacío y permanecer a merced de todos los vientos. Estoy tratando de decir, que no se trata de una novela que sólo aspira a recuperar ciertas tradiciones pretéritas, con objeto de alzarlas como banderas después de haberlas analizado antropológicamente con lupa, en absoluto, sino de que es una obra que en esencia parece decirnos que hay que apostar decididamente por el futuro, con todo lo que este trae consigo, pero sin olvidar nunca, para no deambular indefensos en la vacuidad más absoluta, las raíces que se poseen, que bien como en este caso pueden ser vascas, como en otros andaluzas o bretonas. O dicho de otra forma, la nueva era de la globalización, en la que no existen, porque han quedado obsoletas, ni las fronteras ni las banderas, sólo se puede afrontar cuando se es consciente que se pertenece a una tradición cultural concreta, al ser lo único que nos puede obligar a mantener los pies sobre la tierra. En la novela, y esto creo que puede subrayar lo anterior, alguien dice que “el barco debe estar bien anclado, firme. Por eso importa que tenga peso. Lo mismo pasa con las personas”. Sí, lo importante es mantener y cuidar las raíces que uno posee, para no perder el norte en el mundo globalizado en el que necesariamente en estos tiempos hay que moverse. Eso es tener peso, al menos el suficiente para no ser arrastrado por el vendaval de los acontecimientos.
Uribe, de forma implícita, habla de una forma diferente de ser nacionalista, que se encuentra muy alejada del nacionalismo de campanario en los que algunos, aún, sin comprender la auténtica naturaleza de los tiempos que corren, siguen empeñados en reivindicar. El mundo cada día es más pequeño, la información va de un sitio para otro a una velocidad de vértigo, al tiempo que los estereotipos culturales se estandarizan, amenazando, ya no sólo las diferentes formas culturales existentes, o preexistentes, que en el fondo sería lo de menos, sino con la creación de una cultura global, de una forma homogénea de entender la existencia, a imagen y semejanza de los postulados de la ideología que en estos momentos gobierna dicha globalización, con la intención de utilizarla en beneficio propio. A esa fuerza arrolladora sólo se le puede hacer frente, si la ciudanía a la que van dirigida sus postulados se “encuentra bien anclada”, si posee el peso y los fundamentos suficientes como para soportar la gruesa marejada que amenaza con neutralizarla, si cuenta con la entereza necesaria para anteponer los discursos propios, a los que en oleadas llegan, para en lugar de aceptarlos sin más, de forma acrítica, articular un diálogo con ellos, con objeto no sólo de prestar resistencia a ese empeño colonizador, sino con la intención de enriquecer estos nuevos tiempos con unos contenidos diferentes a los que continuamente se publicitan.
“Bilbao-Nueva York-Bilbao” es una novela que se desarrolla desde el presente, donde el narrador, a bordo de un vuelo transoceánico con destino a Nueva York, va recordando las indagaciones que había llevado a cabo sobre las últimas tres generaciones de su familia, ya que debido a una serie de circunstancias, existían agujeros negros en la misma que desconocía. La novela en principio, al menos eso es lo que el autor desea aparentar, no aspira más que a eso, a profundizar en un pasado familiar, desde un presente, digamos que cosmopolita.
Como dije al principio, no se trata de una novela, como se podría esperar, cargada de sentimentalismo, ni de esas que emocionan profundamente al lector, pero a pesar de ello, llevándole la contraria a Foster Wallace, no todas las buenas novelas tienen que provocar dichos sentimientos, ya que existen otras, que sin aparentemente proponérselo, provocan otro tipo de reacción, como por ejemplo, que es lo que ocurre en ésta, la de obligar al lector a que reflexione una vez terminada la lectura, sobre las ideas que solapadamente se ofrecen en la misma.

Sábado, 19 de febrero de 2011