
(elo.228)
EL FIN DE UNA ÉPOCA
Iñaki Gabilondo
Barril y Barral, 2011
Me preocupa, y mucho, el omnímodo poder que hoy poseen los medios de comunicación para banalizar y simplificar todo lo que tocan con sus manos. Si a ello se une, el hecho cada día más evidente de que nada de lo que dicen es gratuito, que todos, y contra más proyección tengan más, intentan intoxicar ideológicamente a sus usuarios, la cuestión toma un cariz diferente, pues entonces ya no se puede hablar que padecen estulticia, sino que trabajan con mala fe, al mandar mensajes implícitos, y a veces demasiado evidentes a una ciudadanía que da la sensación de tragarse todo lo que dichos medios le ofrecen. Sí, porque a estas alturas lo que parece evidente, por mucho que se siga hablando de objetividad informativa, es que no existe ningún medio imparcial, que todos beben de diferentes fuentes, y que intentan dejar un discurso ideológico determinado a su concurrencia. Este hecho ya no parece preocupar, pues todos pensamos que esa es una realidad con la que tenemos que convivir, a pesar de que gracias a esa actitud, se esté creando un relato falso, o claramente tergiversado de la propia realidad, que condiciona con fuerza la percepción que se tiene de esa misma realidad.
Todos salimos cada mañana de casa mínimamente informados, con el convencimiento al menos de que controlamos las diferentes variables que se hayan podido producir, aunque sólo sea para estar a la altura ante nuestros compañeros de trabajo mientras desayunamos. Estar informado de lo que ocurre, aunque sólo sea de forma escueta, a estas alturas es un requisito básico de socialización, algo que entendemos como natural y que de forma automática llevamos a cabo cada día. El problema es que mientras la realidad es objetiva, aunque más compleja y con más matices de lo que somos capaces de aceptar, el relato que nos llega de la misma suele ser subjetivo y parcial, de una simplicidad casi absoluta, de suerte, aunque tal hecho pueda resultar paradójico, que dependiendo del medio que se elija, nos llegará una imagen diferente de lo acaecido, pues dependiendo como se envuelva una noticia, de los calificativos y del tono que se utilice, todo aquello que nos llega cada mañana recién levantados, tendrá un significado u otro.
Los medios, por tanto, y este hecho resulta más evidente cuando se consultan habitualmente varios, en lugar de esclarecer parecen que se dedican a embarrarlo todo, no sabiendo uno a qué atenerse, ya que la información que llega es de una parcialidad vergonzosa. Ante tal hecho, y debido a la necesidad de la información, hay que echar manos de periodistas de referencia, de aquellos que, a pesar de todas las aristas que pudieran poseer, tienen algo tan importante como es credibilidad. En España, si ha existido un periodista con credibilidad, un periodista “de cabecera”, con fundamentos y con un pesado bagaje a sus espaldas, ese, sin duda es Iñaki Gabilondo.
Cuando se dice que un periodista tiene credibilidad, eso no quiere decir que sea objetivo, que haya abandonado su singular perspectiva de ver lo que ocurre para asentarse junto a los dioses, no, en absoluto, lo que sencillamente quiere decir, es que es fiel a su visión del mundo, que es coherente y que siempre hablará con su propia voz, y no por ejemplo, por aquella del medio que le paga. La credibilidad es ante todo un compromiso con uno mismo, con los valores que se posean, y eso es precisamente lo que muchos buscamos cuando nos acercamos a una noticia, que nos la cuente alguien de referencia, con nombre y apellidos, para agarrarnos a ella con seguridad, para con posterioridad, con más tiempo, poder analizarla desde lo que somos. Por ello, Iñaki Gabilondo, para algunos ha sido, y aún lo sigue siendo, a pesar de que desgraciadamente ha pasado a un segundo plano mediático, el referente con mayúsculas. Por lo anterior, aquellos que estamos interesados y también preocupados por la peligrosa deriva que está padeciendo el periodismo en nuestros días, que se está convirtiendo en una profesión cada día más desprestigiada, resulta interesante saber qué opina Gabilondo sobre la misma. Él siempre ha apostado por el periodismo de referencia y de calidad, por el periodismo de peso, sorprendiéndome, que a pesar de lo que está lloviendo, de los graves problemas que padece su oficio, y que detalla, está convencido que esa forma de ejercer la profesión, aunque sólo tenga acogida en un sector minoritario de la población, que será el de siempre, el que tiene un mayor nivel de exigencia, aún tiene futuro, al ser el único que deja las puertas abiertas para que la información pueda convertirse en conocimiento. Sí, porque para Gabilondo, el objetivo del periodismo, del periodismo de calidad, no es sólo el de aportar los datos necesarios para que la ciudadanía se encuentre informada, sino el de intentar que esa información que se ofrece, sirva para que cada cual, después de haberla destilado y metabolizado, sepa dónde se encuentra, es decir, para que todo el que tenga interés, después de procesarla la convierta en conocimiento. Y sigue pensando lo anterior, a pesar de estar convencido que todo, en la actualidad, apunta hacia otros derroteros, hacia otros objetivos que aspiran más a confundir y a ocultar, que a aclarar lo que acontece.
“El fin de una época” es un pequeño libro en donde el autor habla de los problemas del periodismo actual, que observa, como también lo están nuestras sociedades, al borde de un nuevo periodo repleto de interrogantes y del que apenas se sabe nada, no sirviendo ya los instrumentos que hasta no hace mucho nos sirvieron para orientarnos. El periodismo, parece decir Gabilondo, está aquejado de los mismos males que padecen las sociedades en las que opera, con la diferencia de que es utilizado, gracias a su poder, por aquéllos que tratan de instrumentalizarlas en cada momento.
Miércoles, 28 de septiembre de 2011