LECTURAS
(elo.294)
HERMANA MÍA, MI
AMOR
Joyce Carol
Oates
Alfaguara, 2009
Hace
unos días comentaba, que estaba padeciendo cierto hartazgo ante las novelas que
encontraba, ante las novedades que me llegaban, pues no hallaba en las mismas
el poder seductor necesario para poder disfrutar con intensidad de ellas. Las
novelas que caían en mis manos casi todas eran inanes, bien articuladas y
elaboradas, pero sin la fuerza que genera y que atesora lo que tiene alma, lo
que me llevaba a comprender que el problema radicaba en que carecían de la
justificación necesaria, al ser productos, casi todas ellas, de la urgencia
profesional, que poco o nada podían ofrecer a los que a ellas se acercaban. No
llegaba, como hacen otros, a echarle la culpa a la novela como género, a esa
extraña crisis que secularmente ha padecido y que siempre, cuando menos se
esperaba, lograba revitalizarla, no, pues mi acusación se dirigía a los que se
dedican a escribir novelas porque es lo único que creen saber hacer, y que como
rosquillas se ven en la obligación de realizar, al depender de ello su sustento
cotidiano. No tengo nada contra los novelistas profesionales, lo que ocurre, es
que a veces, la profesionalidad poco tiene que ver con la tarea artística, que
es donde hay que inscribir, se quiera o no, sobre todo en estos tiempos en
donde predomina lo manufacturado, a la novela de calidad. Por tanto no estaba
alarmado, sólo fastidiado y aburrido, pues nunca me ha bastado la novela como
mero entretenimiento, tal como hoy se considera, pero sí lo suficientemente
preocupado como para obligarme a seleccionar bien lo que tenía que leer.
Resulta evidente que esta preocupación no es sólo mía, siendo muchos los lectores
habituales que no saben qué hacer con la novela que se escribe en la
actualidad, si dejarla a un lado temporalmente para sumergirse en otros
géneros, como el ensayo, la poesía, la historia o la crónica periodística de
calidad, o por el contrario, seguir abundando con voluntarismo en la misma, buscando
refugio en las novelas clásicas. García Monteo, hace unos días en un artículo
comentaba, “que la mejor forma de mantenerse al día literariamente, es leer
tres clásicos por cada novedad”, lo que en principio no parece mala idea,
siempre y cuando entre los clásicos se incluyan a aquellos novelistas actuales,
que difícilmente consiguen defraudar, por su calidad y por su nivel de
exigencia, con lo que publican. No obstante, estoy convencido, que también es
necesario, para apreciarla convenientemente, que esos géneros literarios a los
que antes me refería, se configuren al mismo tiempo como lecturas habituales,
ya que si hay algo seguro, es que en estos momentos en que vivimos, todo
complementa a todo.
En
éstas estaba cuando, siguiendo la recomendación de una amiga, comencé a leer
“Hermana mía, mi amor”, de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates,
autora de la que sólo, con anterioridad, había leído algún que otro relato, sin
que me hubieran llamado, todo hay que decirlo, demasiado la atención. Después
de leer las primeras página de esta novela, como siempre en estos casos me suele
ocurrir, comprendí que me encontraba ante una obra interesante, ante una novela
potente, de esas que por sí misma tiran del lector, lo que consiguió en el acto
reconciliarme una vez más con la novela, pudiendo certificar aquello de que la sempiterna crisis de la novela radicaba
en el escaso número de novelistas de talla que existen en la actualidad. Aunque
algunos tratan de olvidarlo, toda buena novela tiene que sustentarse sobre dos
pilares fundamentales, sobre una historia potente, al menos lo suficientemente
potente como para atraer la atención del lector, y de una mirada adecuada sobre
dicha historia, de suerte, ¡qué fácil es decirlo!, que si se consiguen conjugar
ambas variables, con toda seguridad aparecerá una novela de aceptable calidad.
Evidentemente
la historia es fundamental, pues es lo que en último extremo justifica a toda
novela, pero lo que consigue que una determinada novela sea especial, es la
forma en que el tema es tratado, la firme determinación que se tenga para
afrontar la historia de forma literaria, o dicho de otra forma, con voluntad de
estilo. Toda historia puede ser tratada desde diferentes ángulos, siendo el
novelista el que debe elegir el adecuado, no sólo para su lucimiento personal,
sino para sacarle a esa historia todo “el zumo” que pudiera aportar.
Carol
Oates, en esta novela, no cabe duda que escoge un tema potente, el asesinato de
una joven promesa de patinaje artístico sobre hielo, basándose en un caso real
que sacudió a la sociedad norteamericana y que alimentó a la prensa
sensacionalista durante demasiado tiempo. Pero lo importante de esta novela, lo
que la hace grande, es la forma en que la autora se embarca en el tema, forma con
la que consigue desnudar cruelmente a la familia de la niña asesinada y al tipo
de sociedad que hemos construido. Parece, que la novelista norteamericana
comparte lo que Iris Murdoch opinaba de todo matrimonio, que son lugares
secretos y de aguas profundas, por lo que disecciona sin prisas a la familia de
la protagonista, los Rampike, para encuadrar, con objeto de que nada quedara
distorsionado, lo que realmente sucedió. Para ello, elige al hijo, al hermano
de la fallecida, un atormentado adolescente, que después de diez años, de forma
un tanto caótica, se decide a escribir sus recuerdos sobre lo acaecido,
aportando la verdad de lo sucedido, verdad que al final a nadie llega a
extrañar.
La
autora, a través de sus personajes, dibuja a unos individuos complejos, siempre
empujados hacia afuera, dotados de un egoísmo que destrozaba todo lo que
encontraban a su alrededor, no importándole nada salvo aquello, que costara lo
que costara, les condujera hacia sus fines. “Hermana mía, mi amor” es una
novela devastadora, que desgarra al que la lee, pero completamente creíble, y
lo es, porque deja al descubierto el alma de sus protagonistas, que en todo
momento se encuentran más cerca de nosotros de lo que nos atreveríamos a
aceptar.
Ni
que decir tiene que la novela me ha sorprendido, descubriéndome a una autora
con la que espero disfrutar, y mucho, en los próximos meses, certificándome una
vez más, la fortaleza de la literatura norteamericana de calidad.
Domingo, 5 de
enero de 2014
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