viernes, 7 de marzo de 2014

Hermana mía, mi amor

LECTURAS
(elo.294)

HERMANA MÍA, MI AMOR
Joyce Carol Oates
Alfaguara, 2009

                        Hace unos días comentaba, que estaba padeciendo cierto hartazgo ante las novelas que encontraba, ante las novedades que me llegaban, pues no hallaba en las mismas el poder seductor necesario para poder disfrutar con intensidad de ellas. Las novelas que caían en mis manos casi todas eran inanes, bien articuladas y elaboradas, pero sin la fuerza que genera y que atesora lo que tiene alma, lo que me llevaba a comprender que el problema radicaba en que carecían de la justificación necesaria, al ser productos, casi todas ellas, de la urgencia profesional, que poco o nada podían ofrecer a los que a ellas se acercaban. No llegaba, como hacen otros, a echarle la culpa a la novela como género, a esa extraña crisis que secularmente ha padecido y que siempre, cuando menos se esperaba, lograba revitalizarla, no, pues mi acusación se dirigía a los que se dedican a escribir novelas porque es lo único que creen saber hacer, y que como rosquillas se ven en la obligación de realizar, al depender de ello su sustento cotidiano. No tengo nada contra los novelistas profesionales, lo que ocurre, es que a veces, la profesionalidad poco tiene que ver con la tarea artística, que es donde hay que inscribir, se quiera o no, sobre todo en estos tiempos en donde predomina lo manufacturado, a la novela de calidad. Por tanto no estaba alarmado, sólo fastidiado y aburrido, pues nunca me ha bastado la novela como mero entretenimiento, tal como hoy se considera, pero sí lo suficientemente preocupado como para obligarme a seleccionar bien lo que tenía que leer. Resulta evidente que esta preocupación no es sólo mía, siendo muchos los lectores habituales que no saben qué hacer con la novela que se escribe en la actualidad, si dejarla a un lado temporalmente para sumergirse en otros géneros, como el ensayo, la poesía, la historia o la crónica periodística de calidad, o por el contrario, seguir abundando con voluntarismo en la misma, buscando refugio en las novelas clásicas. García Monteo, hace unos días en un artículo comentaba, “que la mejor forma de mantenerse al día literariamente, es leer tres clásicos por cada novedad”, lo que en principio no parece mala idea, siempre y cuando entre los clásicos se incluyan a aquellos novelistas actuales, que difícilmente consiguen defraudar, por su calidad y por su nivel de exigencia, con lo que publican. No obstante, estoy convencido, que también es necesario, para apreciarla convenientemente, que esos géneros literarios a los que antes me refería, se configuren al mismo tiempo como lecturas habituales, ya que si hay algo seguro, es que en estos momentos en que vivimos, todo complementa a todo.
                        En éstas estaba cuando, siguiendo la recomendación de una amiga, comencé a leer “Hermana mía, mi amor”, de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, autora de la que sólo, con anterioridad, había leído algún que otro relato, sin que me hubieran llamado, todo hay que decirlo, demasiado la atención. Después de leer las primeras página de esta novela, como siempre en estos casos me suele ocurrir, comprendí que me encontraba ante una obra interesante, ante una novela potente, de esas que por sí misma tiran del lector, lo que consiguió en el acto reconciliarme una vez más con la novela, pudiendo certificar aquello de  que la sempiterna crisis de la novela radicaba en el escaso número de novelistas de talla que existen en la actualidad. Aunque algunos tratan de olvidarlo, toda buena novela tiene que sustentarse sobre dos pilares fundamentales, sobre una historia potente, al menos lo suficientemente potente como para atraer la atención del lector, y de una mirada adecuada sobre dicha historia, de suerte, ¡qué fácil es decirlo!, que si se consiguen conjugar ambas variables, con toda seguridad aparecerá una novela de aceptable calidad.
                        Evidentemente la historia es fundamental, pues es lo que en último extremo justifica a toda novela, pero lo que consigue que una determinada novela sea especial, es la forma en que el tema es tratado, la firme determinación que se tenga para afrontar la historia de forma literaria, o dicho de otra forma, con voluntad de estilo. Toda historia puede ser tratada desde diferentes ángulos, siendo el novelista el que debe elegir el adecuado, no sólo para su lucimiento personal, sino para sacarle a esa historia todo “el zumo” que pudiera aportar.
                        Carol Oates, en esta novela, no cabe duda que escoge un tema potente, el asesinato de una joven promesa de patinaje artístico sobre hielo, basándose en un caso real que sacudió a la sociedad norteamericana y que alimentó a la prensa sensacionalista durante demasiado tiempo. Pero lo importante de esta novela, lo que la hace grande, es la forma en que la autora se embarca en el tema, forma con la que consigue desnudar cruelmente a la familia de la niña asesinada y al tipo de sociedad que hemos construido. Parece, que la novelista norteamericana comparte lo que Iris Murdoch opinaba de todo matrimonio, que son lugares secretos y de aguas profundas, por lo que disecciona sin prisas a la familia de la protagonista, los Rampike, para encuadrar, con objeto de que nada quedara distorsionado, lo que realmente sucedió. Para ello, elige al hijo, al hermano de la fallecida, un atormentado adolescente, que después de diez años, de forma un tanto caótica, se decide a escribir sus recuerdos sobre lo acaecido, aportando la verdad de lo sucedido, verdad que al final a nadie llega a extrañar.
                        La autora, a través de sus personajes, dibuja a unos individuos complejos, siempre empujados hacia afuera, dotados de un egoísmo que destrozaba todo lo que encontraban a su alrededor, no importándole nada salvo aquello, que costara lo que costara, les condujera hacia sus fines. “Hermana mía, mi amor” es una novela devastadora, que desgarra al que la lee, pero completamente creíble, y lo es, porque deja al descubierto el alma de sus protagonistas, que en todo momento se encuentran más cerca de nosotros de lo que nos atreveríamos a aceptar.
                        Ni que decir tiene que la novela me ha sorprendido, descubriéndome a una autora con la que espero disfrutar, y mucho, en los próximos meses, certificándome una vez más, la fortaleza de la literatura norteamericana de calidad.

Domingo, 5 de enero de 2014


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