LECTURAS
(elo.293)
EL MAR, EL MAR
Iris Murdoch
Debolsillo, 1978
Cuando
me acerco a un escritor, o a una escritora como en este caso, que no conozco,
soy consciente que voy a asomarme a un universo creativo en el que en principio
no voy a encontrar los agarres que necesito, en el que me puedo perder con
facilidad, y en el que posiblemente, sobre todo cuando la obra de ese autor es
más compleja de lo habitual, puedo cometer errores de bulto, señalando
cuestiones que no son las esenciales y dejando escapar las que realmente la
sostienen y la justifican en realidad. Este es el peligro que corro al intentar
comentar “El mar, el mar”, de la novelista irlandesa Iris Murdoch, pues tengo
la sensación de que he salido de un tupido bosque, en el que aún no estoy
seguro de si los árboles que he identificado como de madera noble, lo son
realidad, o si por el contario, sólo son de relleno. Sí, porque para mi
sorpresa, la novela que acabo de terminar es tan compleja, con tantas
ramificaciones y tantos senderos que se pierden en la espesura, que ciertamente
en estos momentos, no sé, no estoy convencido, sobre cuál de ellos tengo de internarme para comprender,
para encontrar la luz que necesito con objeto de vislumbrar lo que ha querido
subrayar, sobre todo lo demás, la autora. Por lo anterior, es conveniente ir
“con pasos de plomo”, intentando dejar a un lado la hojarasca y tratando, de la
mano del protagonista, de quedarme con lo fundamental, lo que no va a resultar
fácil, pues todo aparece en la novela íntimamente relacionado, al hablar
de un ser humano, de un ser humano
complejo, con múltiples aristas, en donde nada, sobre todo cuando el trabajo es
correcto, puede quedar perfectamente cerrado y explicitado.
Una
de las grandes virtudes de la literatura, indudablemente de la literatura de
calidad, es la de dar cumplida cuenta de la complejidad, a lo que le ayuda su
formato, de suerte que las grandes obras, que son las que siempre quedan, son
aquellas que si algo demuestran, es que en la vida humana nunca dos y dos
pueden sumar cuatro, y ello pese al intento, pese a la voluntad existente de
tratar de reducirlo todo, ya sea mostrando y exaltando a personajes
unidimensionales, que sólo tienen cabida en la denominada literatura popular, o
desarrollando estilos narrativos en los que no cabe la exuberancia de la vida,
las contradicciones que en todo momento definen a ésta. Pues bien, esta novela
ante todo es compleja, y no precisamente por el estilo enmarañado que impone la
autora, que pese a su accesibilidad, se adapta a la perfección a los caóticos
momentos que padece el protagonista, un protagonista que cuando creía que todo
lo tenía bajo control, pierde, al entrar inesperadamente en erupción, por
completo los papeles.
Sí,
la grandeza de la literatura, se materializa en el hecho de intentar mostrar
que todo es más complejo de lo que parece, dejando de manifiesto que cada cual
tiene que enfrentarse al caos en el que se encuentra, o que ha creado, con la
intención de salir de él, o de mantenerse en él, de la mejor forma que pueda.
Iris Murdoch, en esta novela, habla de alguien, de un afamado director teatral
londinense, que a los sesenta y pocos años, después de haber creído padecer “un
cambio moral”, decide dejar atrás su mundo para retirarse a una apartada casa
frente al mar, en donde esperaba encontrar la tranquilidad de espíritu
necesaria para dedicarse a escribir, y a reflexionar, sobre lo que hasta ese momento había sido su
vida. Y crea a ese personaje para hablar de eso tan extraño y desconocido como
es el ser humano, que a pesar de ser el gran tema, el tema siempre abordado,
parece no agotarse nunca, y lo hace desde el ángulo de las relaciones amorosas,
en donde el poder que se ejerce sobre la otra persona, y los celos, aparecen
como algo consustancial a la propia naturaleza del amor, además de subrayar la
necesidad que tenemos de engañarnos sobre lo que realmente es o ha sido
importante en nuestras vidas, posiblemente para no hundirnos por completo, con
objeto de resaltar cuestiones que nada, o muy poco nos han aportado.
Tengo
que reconocer que no esperaba una novela de tales características, lo que me ha
llegado a sorprender, pues estaba convencido que me encontraría con una novela
británica en donde lo apolíneo en todo momento quedara de manifiesto, con una
de esas novelas compensadas, excesivamente compensadas, en donde al final, todo
quedara completamente atado y bien atado. Pero no, pues creo que
magistralmente, la autora ha sabido adecuar el estilo y la estructura de la
obra, a la caótica situación por la que
atravesaba el protagonista, aunque estoy convencido que en determinados
momentos, en la trama, llega a “pasarse de vueltas”, al narrar escenas
difícilmente creíbles.
Para
colmo es una novela larga, demasiado
larga, que logra mantenerse en pie gracias al estilo directo que impone el protagonista,
que dejando sus múltiples contradicciones en la narración, como siempre sucede
en los diarios, o en las memorias noveladas, que es lo que se pretende que sea
esta novela, que en lugar de lo que en principio se deseaba, una narración
reposada y aseada en donde poder reflexionar sobre lo que había sido su
existencia, se convierte en una extraña obra en la que suficiente tiene el
protagonista con narrar lo que, de forma inesperada, ya que estaba convencido
que nada más podría ocurrirle interesante, le iba aconteciendo. Es una obra
disparatada, a lo largo de la cual, todo lo que creía seguro el protagonista,
se le viene irreversiblemente abajo, dejando de manifiesto, que en lo esencial
su vida había sido poco menos que un fracaso.
No
obstante, pese al considerable grosor que posee, y a lo exuberante de la trama,
me ha parecido una novela agradable de
leer, interesante, de esas que difícilmente hoy se realizan, con la que poder
disfrutar mientras se reflexiona sobre las cuestiones que plantea.
Martes, 10 de
diciembre de 2013
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