LECTURAS
(elo.292)
HISTORIA DEL
CERCO DE LISBOA
José Saramago
Alfaguara, 1989
No
suelo leer las contraportadas de las novelas que caen en mis manos, sobre todo,
porque estoy convencido que poco tienen que ver con el texto que presentan, al
ser su función, su objetivo, la de publicitar un producto, la novela en
cuestión, a la que independientemente de la calidad que pudiera poseer, no tendrán más
remedio que elogiar. Pero en esta ocasión, un poco por curiosidad, y una vez
terminada la lectura, me he asomado a lo escrito por el publicista encargado de
la misma, llamándome poderosamente la atención, que sin pudor afirmara
literalmente, que esta novela de Saramago es “definida por la crítica
internacional como el más acabado ejemplo de posmodernismo literario”. Es la
primera vez que escucho o leo que Saramago, que el viejo Saramago es, o que era
un escritor posmoderno, cuando siempre he creído que fue, tanto por la temática
de sus obras como por la metodología utilizada para desarrollarlas, exactamente
todo lo contario, a saber, un escritor que se situaba en las antípodas de los
autores que abanderan ese tipo de literatura que algunos califican de
posmodernas, y que en la mayoría de los casos no es más que mala literatura. No
obstante, en esta ocasión, parece que la reseña publicitaria consigue, en
cierto sentido, dar en el blanco, pero no porque Saramago hubiera realizado un
intento de acercarse a esa tendencia, a esa forma de entender el arte que tan en boga estuvo hace
unos años, sino por una extraña coincidencia de fondo, pues en esta ocasión el
autor portugués se dedica a jugar con la realidad, algo muy propio de los
posmodernos, que siempre se han negado a aceptar la solidez de la misma, aunque
en ningún momento realiza ninguna concesión en lo referente a su peculiar
estilo. De las novelas leídas, o releídas hasta la fecha de Saramago, “historia
del cerco es Lisboa”, es sin duda, la más débil, incluso la peor de todas, y lo
es precisamente por eso, por la debilidad del tema elegido, fragilidad, que ni
tan siquiera su poderoso estilo puede aportarle el brío suficiente como para
que consiga mantenerse en pie y mantener despierta, por tanto, la atención del
lector.
La
“historia del cerco de Lisboa” es una novela, por tanto, que no se encuentra a
la altura de las cuatro anteriores, y no lo está, como he dicho con
anterioridad, por la debilidad del tema elegido, ni tampoco por la forma en que
está enfocado éste, que poco es lo que puede dar de sí, pero en la que queda
demasiado “tocada” la metodología narrativa del portugués, al demostrarse por
enésima vez, que un recipiente siempre tiene que servir para algo, para
atesorar un contenido, y que éste, por muy artesonado que se presente, si no es
lo suficientemente interesante deja de tener sentido y justificación.
En
esta ocasión, y hay que reconocer que este error es grave, la forma, el estilo
de Saramago, ese estilo que nunca me cansaré de elogiar, se come, eclipsa por
completo al tema planteado, rompiéndose ese equilibrio que con anterioridad
siempre había existido en la obra del portugués, equilibrio que enriquecía los
temas que presentaba, lo que convierte la “historia del cerco de Lisboa” en una
novela descompensada, en la que apenas, para colmo, el lector consigue
interesarse, y que por supuesto, no aporta nada a la obra del autor, lo que la
posiciona posiblemente, junto a “El
evangelio según Jesucristo”, en la novela que cierra una etapa, la del
esplendor de la obra de Saramago, ya que a partir de ellas, en las sucesivas
novelas que escribe, ocurrirá precisamente lo contrario, que los temas serán
más poderosos, y que serán presentados de forma más explícitas, absorbiendo y
debilitando el estilo del autor, lo que significará, que también esas novelas
quedarán descompensadas.
La
novela habla de un corrector que se atreve, gracias a un impulso que siente, a
modificar, gracias a la introducción de una partícula negativa, de un “no”, en
una obra histórica en la que había estado trabajando, de un “no” que
significaba, cambiar el transcurso de la historia real que hasta entonces se
había venido transmitiendo. Según ese “no”, los cruzados no habían ayudado a
conquistar Lisboa para la cristiandad, prefiriendo pasar de largo camino de
Oriente, antes que prestar su apoyo al Rey portugués. Ese “no”, le obliga al
protagonista a reescribir esa misma historia sin cruzados, y de rebote le
aporta un premio inesperado, el amor, algo a lo que ya se había acostumbrado a
no saborear.
La
novela, además de decirnos que es posible reescribir la historia y de
reencontrarse con el amor, incluso cuando ya se ha desistido de poder
saborearlo algún día, como le ocurre al protagonista, deja la sensación, la
extraña sensación de que es una obra, a pesar de la perfección estilística
empleada, sólo esbozada, que no está terminada, a la que le faltarían al menos
otras trescientas o cuatrocientas páginas para desarrollar adecuadamente los
dos grandes vectores sobre los que se asienta, tal como le gusta a Saramago,
que siempre intenta con delicadeza cerrar todas la puertas. Sí, porque uno no
llega a saber la finalidad de reescribir la Historia, a no ser que sólo se
trate de un ejercicio retórico, de un entretenido juego, sobre todo cuando esa
historia es bien conocida por todos, salvo por una circunstancia, la de la
ausencia de cruzados en la conquista de Lisboa, lo que de hecho no supone
ninguna modificación sobre lo acaecido, pues Lisboa, con apoyo o sin apoyo de
tropas extranjeras, al final fue liberada de la morería.
Para
terminar, y en resumen, aparte del deleite que supone sumergirse de nuevo en la
cálida prosa de Saramago, no he encontrado nada interesante en esta novela, al
ser una de esas obras que no deja huella, como de relleno, una de esas obras
intranscendentes que siempre aparecen en la bibliografía de todo autor que se
precie, pero que creo que pudo ser decisiva, para el cambio de rumbo que el portugués
en poco tiempo se atrevió a efectuar.
Sábado, 23 de
noviembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario