LECTURAS
(elo.295)
HEREJES
Leonardo
Padura
Tusquets,
2013
Después
de haber leído, hace algunos años, “El hombre que amaba a los
perros”, estaba deseoso de leer una nueva novela de Leonardo
Padura, por lo que, cuando me enteré que había publicado “Herejes”,
decidí que a las primeras de cambio me haría con ella. No puedo
decir que la biografía novelada de Trotski, y la de Ramón Mercader,
su asesino, me llamara la atención literariamente, pero sí que me
resultó interesante, sobre todo por la mirada que el protagonista,
un joven cubano aplastado por la realidad de su país, realizó sobre
los que hacen la Historia y sobre los que no tienen más remedio que
padecerla. “Herejes”, por el contrario, aunque no me ha
defraudado ya que sabía lo que me iba a encontrar, me ha parecido
una novela inferior comparada con la anterior del autor, pues además
de caer en los mismos errores, la de ser demasiado pesada y
detallista, carece del interés que, a pesar de todo tiene “El
hombre que amaba a los perros”. Leonardo Padura es uno de esos
autores que trabajan con mapa, de los que antes de comenzar una obra,
estudia detalladamente el tema que tiene que desarrollar, con objeto
de insertar a sus personajes de ficción, con la intención de
hacerlos creíbles, en la trama histórica que plantea. No cabe duda
que este hecho le quita dinamismo, agilidad a sus novelas, pues todo
lo que ocurre en las mismas se encuentra excesivamente encorsetado,
cuadrando al final cada una de las piezas de la novela con demasiada
facilidad.
Conocedor
del problema, en esta ocasión Padura, intenta conjugar la novela
histórica con la de corte policiaca, sacando para ello a escena a su
personaje favorito, al detective privado y ex policía Mario Conde,
presentado una obra extraña, asimétrica, en donde la agilidad de la
novela negra, contrasta, creo que en demasía, con el rigor y el
ritmo lento, en donde todo tiene que estar en sus sitio, de la novela
histórica, y todo ello para contar una historia, o unas historias de
personajes, que por una causa o por otra se salieron del grupo, de
las directrices que emanaban de éste, en fin, de esos que siempre
han sido denominados herejes.
El
hilo conductor de la novela, el hecho sobre el que gravita toda la
trama, es un cuadro de Rembrandt, un cuadro sobre la imagen de Cristo
para el que se prestó de modelo, lo que en sí era ya una herejía,
un joven judío.
Los herejes,
aquellos que se atreven a transgredir la norma de la comunidad a la
que pertenecen, siempre han sido, como no podía por su singularidad
ser de otra forma, bien tratados por la literatura, pues las
numerosas dificultades a las que tienen que hacer frente, además de
la fuerte personalidad, a veces poliédrica, que suelen poseer, les
aporta un atractivo especial, que para colmo, siempre es bien
recibido desde la confortable distancia por los lectores que se
acercan a ellos, que buscan por lo general en lo que leen, algo
diferente que les aleje, aunque sólo sea por unas horas, de la
monótona cotidianidad en la que habitan. La novela de Padura trata
de rizar el rizo, pues nos habla de un disidente judío, de un
hereje dentro del pueblo disidente por antonomasia, que después de
incumplir las normas tiene que huir para comprobar lo que estaba
padeciendo su pueblo allí a donde llega, pero también, la de una
joven cubana, que por odio y por venganza, se sitúa en los márgenes
de su propia sociedad, atentando con su imagen y con su forma de
vida, contra la ortodoxia existente en ese país también “disidente”
como lo es Cuba. La herejía del joven judío se alza contra las
imposiciones que la ley de su comunidad le impone, como la de no
poder pintar imágenes, algo que iba en contra de su vocación
artística, mientras que la de la joven, se materializa para
sublevarse contra la corrupta doble moral, moneda habitual en la
isla, que para ella personificaba su padre.
La
novela, no obstante, pese a ser irregular, resulta interesante al
proporcionar información sobre la vida de los judíos en Ámsterdam,
“la nueva Jerusalén”, en el siglo XVII, y cómo la
intransigencia también fue utilizada, como instrumento de cohesión
interna, por ese pueblo “elegido” que siempre ha denunciado la
intolerancia que históricamente ha padecido, lo que deja al
descubierto, entre otras cuestiones, que nadie, que ningún individuo
o ningún pueblo puede presumir ni hacer bandera de nada. “Herejes”
es en el fondo una novela histórica trufada, que cumple a la
perfección el objetivo para la que fue creada, contar un hecho
histórico que constantemente se repite y que hoy a menudo se olvida,
a saber, que la libertad siempre es y tiene que ser una aspiración
individual, pero por encima de ello, la dificultad que entraña no ya
el hecho de poder alcanzarla, sino al mero hecho de sólo aspirar a
ella.
No
cabe duda que “Herejes” es una obra artesanal, una novela
trabajada hasta su última frase, pero no es una novela redonda,
aunque hay que reconocer que no a todos los autores hay que exigirles
ese nivel de excelencia que les obligue a que las novelas que
elaboren se convierta en algo más que en meras novela. “Herejes”
es una novela recomendable, nada superflua, lo que la aparta de los
vientos dominantes, de un autor que se empeña en abrir nuevas e
interesantes perspectivas para entender el pasado y también el
presente, lo que convierte a Padura en un autor al que no se le
puede perder de vista.
Miércoles,
15 de enero de 2014
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