lunes, 17 de marzo de 2014

Herejes

LECTURAS
(elo.295)
HEREJES
Leonardo Padura
Tusquets, 2013
 
Después de haber leído, hace algunos años, “El hombre que amaba a los perros”, estaba deseoso de leer una nueva novela de Leonardo Padura, por lo que, cuando me enteré que había publicado “Herejes”, decidí que a las primeras de cambio me haría con ella. No puedo decir que la biografía novelada de Trotski, y la de Ramón Mercader, su asesino, me llamara la atención literariamente, pero sí que me resultó interesante, sobre todo por la mirada que el protagonista, un joven cubano aplastado por la realidad de su país, realizó sobre los que hacen la Historia y sobre los que no tienen más remedio que padecerla. “Herejes”, por el contrario, aunque no me ha defraudado ya que sabía lo que me iba a encontrar, me ha parecido una novela inferior comparada con la anterior del autor, pues además de caer en los mismos errores, la de ser demasiado pesada y detallista, carece del interés que, a pesar de todo tiene “El hombre que amaba a los perros”. Leonardo Padura es uno de esos autores que trabajan con mapa, de los que antes de comenzar una obra, estudia detalladamente el tema que tiene que desarrollar, con objeto de insertar a sus personajes de ficción, con la intención de hacerlos creíbles, en la trama histórica que plantea. No cabe duda que este hecho le quita dinamismo, agilidad a sus novelas, pues todo lo que ocurre en las mismas se encuentra excesivamente encorsetado, cuadrando al final cada una de las piezas de la novela con demasiada facilidad.
Conocedor del problema, en esta ocasión Padura, intenta conjugar la novela histórica con la de corte policiaca, sacando para ello a escena a su personaje favorito, al detective privado y ex policía Mario Conde, presentado una obra extraña, asimétrica, en donde la agilidad de la novela negra, contrasta, creo que en demasía, con el rigor y el ritmo lento, en donde todo tiene que estar en sus sitio, de la novela histórica, y todo ello para contar una historia, o unas historias de personajes, que por una causa o por otra se salieron del grupo, de las directrices que emanaban de éste, en fin, de esos que siempre han sido denominados herejes.
El hilo conductor de la novela, el hecho sobre el que gravita toda la trama, es un cuadro de Rembrandt, un cuadro sobre la imagen de Cristo para el que se prestó de modelo, lo que en sí era ya una herejía, un joven judío.
Los herejes, aquellos que se atreven a transgredir la norma de la comunidad a la que pertenecen, siempre han sido, como no podía por su singularidad ser de otra forma, bien tratados por la literatura, pues las numerosas dificultades a las que tienen que hacer frente, además de la fuerte personalidad, a veces poliédrica, que suelen poseer, les aporta un atractivo especial, que para colmo, siempre es bien recibido desde la confortable distancia por los lectores que se acercan a ellos, que buscan por lo general en lo que leen, algo diferente que les aleje, aunque sólo sea por unas horas, de la monótona cotidianidad en la que habitan. La novela de Padura trata de rizar el rizo, pues nos habla de un disidente judío, de un hereje dentro del pueblo disidente por antonomasia, que después de incumplir las normas tiene que huir para comprobar lo que estaba padeciendo su pueblo allí a donde llega, pero también, la de una joven cubana, que por odio y por venganza, se sitúa en los márgenes de su propia sociedad, atentando con su imagen y con su forma de vida, contra la ortodoxia existente en ese país también “disidente” como lo es Cuba. La herejía del joven judío se alza contra las imposiciones que la ley de su comunidad le impone, como la de no poder pintar imágenes, algo que iba en contra de su vocación artística, mientras que la de la joven, se materializa para sublevarse contra la corrupta doble moral, moneda habitual en la isla, que para ella personificaba su padre.
La novela, no obstante, pese a ser irregular, resulta interesante al proporcionar información sobre la vida de los judíos en Ámsterdam, “la nueva Jerusalén”, en el siglo XVII, y cómo la intransigencia también fue utilizada, como instrumento de cohesión interna, por ese pueblo “elegido” que siempre ha denunciado la intolerancia que históricamente ha padecido, lo que deja al descubierto, entre otras cuestiones, que nadie, que ningún individuo o ningún pueblo puede presumir ni hacer bandera de nada. “Herejes” es en el fondo una novela histórica trufada, que cumple a la perfección el objetivo para la que fue creada, contar un hecho histórico que constantemente se repite y que hoy a menudo se olvida, a saber, que la libertad siempre es y tiene que ser una aspiración individual, pero por encima de ello, la dificultad que entraña no ya el hecho de poder alcanzarla, sino al mero hecho de sólo aspirar a ella.
No cabe duda que “Herejes” es una obra artesanal, una novela trabajada hasta su última frase, pero no es una novela redonda, aunque hay que reconocer que no a todos los autores hay que exigirles ese nivel de excelencia que les obligue a que las novelas que elaboren se convierta en algo más que en meras novela. “Herejes” es una novela recomendable, nada superflua, lo que la aparta de los vientos dominantes, de un autor que se empeña en abrir nuevas e interesantes perspectivas para entender el pasado y también el presente, lo que convierte a Padura en un autor al que no se le puede perder de vista.

Miércoles, 15 de enero de 2014


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