LECTURAS
(elo.243)
TREN
A PAKISTÁN
Khushwant
Singh
Libros
del Asteroide, 1956
Al
final, esta pequeña y correcta novela, posiblemente porque no
esperaba nada de ella, salvo que me hiciera recordar los trágicos y
criminales acontecimientos que ocurrieron en la antigua “joya de la
corona” británica, me ha llegado a impresionar mucho más de lo
que en principio pude imaginar. Digo al final, porque sólo en las
últimas páginas he comprendido lo que la justificaba, que no era
sacar a relucir esos sucesos que conmovieron al mundo, lo que en
principio hubiera sido suficiente, sino el interés del autor por
dejar claro, que en su opinión, el deber está más cerca de los
sentimientos que de una toma de consciencia intelectual o política.
El deber, lo que se está obligado a hacer, en circunstancias
extremas es algo bastante complicado, algo que en demasiadas
ocasiones sólo está al alcance de los héroes, que a veces llegan a
comportarse como auténticos suicidas, de ahí la atracción que
ejercen sobre todos los que, en momentos conflictivos, no somos
capaces de hacer, ni tan siquiera aquello que todos hubieran dado por
sentado que haríamos, incluso nosotros mismos. Todos tenemos, y
presumimos de ello, ideales de conductas que estamos convencidos que
nos definen, códigos éticos con los que tratamos de esclarecer y
hacer más aceptable el mundo que nos rodea, que son instrumentos que
utilizamos cotidianamente, como dejarle el asiento en el autobús a
una persona que lo necesite más que nosotros, o para defender a
alguien que creemos injustamente tratado, pero estamos convencidos,
que no sabemos hasta dónde podríamos llegar en defensa de esos
mismos valores. Se sabe que el héroe es aquel individuo, que es
capaz, en un momento de dificultad, de obrar de “la única manera
que se puede actuar”, lo que los convierte, porque sabemos que
querer casi nunca significa poder, en seres diferentes, hechos de una
pasta especial que merecen todos los elogios, ya que son capaces de
realizar lo que la mayoría, aunque lo deseemos no somos capaces
llevar a cabo. El héroe, por tanto, sólo aparece en momentos
extremos, y siempre de forma inesperada, empujado por motivaciones
que escapan a toda lógica, por lo que un acto heroico, es el que por
definición queda fuera de la norma.
“Tren
a Pakistán”, es una novela cuya historia se centra en una pequeña
aldea india fronteriza con el nuevo Estado de Pakistán, en donde la
vida transcurría con normalidad, pese a que su alrededor todo se
encontraba en ebullición. Pero en esa pequeña aldea, en la que cada
casta y cada comunidad religiosa seguían ejerciendo su función,
existía una estación de ferrocarril por donde pasaban, en un
sentido o en otro, grandes convoyes cargados de refugiados, gracias a
los cuales se sabía que algo grave estaba sucediendo. Poco a poco,
sobre todo por injerencias externas, el ambiente se fue enrareciendo,
lo que motivó, con el dolor de casi todos, que los musulmanes, poco
más o menos que la mitad de los habitantes de la aldea, tuvieron que
abandonar sus casas y sus pertenencias para ser trasladados a un
campo de refugiados antes de ser enviados a Pakistán. Pero para
vengarse de las masacres que los musulmanes estaban llevando a cabo
al otro lado de la frontera, un grupo de hindúes preparó un
atentado contra un tren, en el que viajarían, entre otros, los
antiguos habitantes musulmanes de la aldea, con lo que conseguirían,
con seguridad, llevar a cabo una masacre. Pero ese plan, tan
minuciosamente preparado, se viene abajo por la sola acción de una
persona.
Singh,
el autor de esta novela, dibuja en la aldea una microsociedad
perfecta, según al menos la idea de lo que la nueva india
postcolonial tenía que ser, en donde las diferentes comunidades
desarrollaban sus respectivas existencias en orden e interactuando
sin conflictos entre sí. Pero por mucha voluntad que se ponga, el
multiculturalismo, sobre todo cuando se basa en un reparto injusto
de los papeles, difícilmente puede permanecer en el tiempo, como
sucedió en aquel apartado lugar, y como a gran escala pasó en el
subcontinente indio. El menor incidente entre las diferentes
comunidades puede abrir, como ocurrió, la caja de los truenos, caja
que sólo con mucha dificultad podrá volverse a cerrar con
posterioridad. La creación del Estado de Pakistán, el país de los
musulmanes indios, con todo lo que ello significó, con la cantidad
de muertos que acarreó, no fue más que el resultado del fracaso de
ese multiculturalismo basado en la injusticia.
Sí,
porque cuando se abre la caja de los truenos poco se puede hacer,
pues es entonces cuando el odio y las infamias acumuladas, cuando las
injusticias arraigadas y no subsanadas se hacen cargo de la escena,
no dejando huecos ni espacios para otras formas de actuar que no sean
unirse a la vorágine, o esperar con paciencia a que todo pase. La
actitud más cuerda, que no la más aceptable, es la de ocultarse
hasta que la tormenta pase, hasta que las aguas vuelvan al cauce del
que nunca debieron de salir, aunque la vergüenza que con
posterioridad puede acarrear esa actitud, se es posible que se
encuentre a la misma altura de la que padecen los que se entregaron a
sus pasiones ocultas. Pero ambas actitudes son lógicas, demasiado
humanas para ser criticadas, sobre todo, cuando esa crítica se
realiza desde fuera del fragor de los acontecimientos, desde un lugar
seguro y cómodo, pero sobre todo después de comprenderse, que la
otra actitud, la que falta, la del héroe, la que trata de
interponerse ante la inevitabilidad de los acontecimientos, aún en
el supuesto de que consiga su objetivo, es suicida y por supuesto
inhumana.
Cuando
el autor prende la mecha de los acontecimientos, todas las esperanzas
recaen sobre dos personajes, que paradójicamente estaban en la
cárcel y que son puestos en libertad, sobre las espaldas de un
delincuente cuya novia musulmana iba a ser trasladada en ese tren, y
sobre las de un joven activista universitario. Este último,
perfectamente informado de lo todo lo ocurrido, y también de todo lo
que iba a ocurrir, después de calibrar todas las circunstancias,
decide, con más alcohol de la cuenta en su cuerpo, quedarse dormido
hasta que todo acabase, mientras que el delincuente, con arrojo, sin
pensárselo dos veces, consigue desbaratar la acción aunque ello le
cuesta la vida.
Leído
lo leído, no cabe duda que el héroe para Khushwant Singh no es
aquel que después de una profunda reflexión sabe qué es lo que
debe hacer, sino ese otro, que empujado por cuestiones emocionales,
como puede ser el amor por una mujer, está convencido qué es lo
que inevitablemente tiene que hacer.
“Tren
a Pakistán” es una novela bien elaborada, que se lee con rapidez,
sin que el lector encuentre en ella nada que le dificulte la lectura,
una novela que si bien no puede ser considerada muy literaria, ya que
lo que busca el autor es que ante todo sea accesible, tengo que
reconocer que es un texto muy recomendable.
Jueves,
12 de abril de 2012
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