viernes, 1 de junio de 2012

Tren a Pakistán


LECTURAS
(elo.243)

TREN A PAKISTÁN
Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 1956

Al final, esta pequeña y correcta novela, posiblemente porque no esperaba nada de ella, salvo que me hiciera recordar los trágicos y criminales acontecimientos que ocurrieron en la antigua “joya de la corona” británica, me ha llegado a impresionar mucho más de lo que en principio pude imaginar. Digo al final, porque sólo en las últimas páginas he comprendido lo que la justificaba, que no era sacar a relucir esos sucesos que conmovieron al mundo, lo que en principio hubiera sido suficiente, sino el interés del autor por dejar claro, que en su opinión, el deber está más cerca de los sentimientos que de una toma de consciencia intelectual o política. El deber, lo que se está obligado a hacer, en circunstancias extremas es algo bastante complicado, algo que en demasiadas ocasiones sólo está al alcance de los héroes, que a veces llegan a comportarse como auténticos suicidas, de ahí la atracción que ejercen sobre todos los que, en momentos conflictivos, no somos capaces de hacer, ni tan siquiera aquello que todos hubieran dado por sentado que haríamos, incluso nosotros mismos. Todos tenemos, y presumimos de ello, ideales de conductas que estamos convencidos que nos definen, códigos éticos con los que tratamos de esclarecer y hacer más aceptable el mundo que nos rodea, que son instrumentos que utilizamos cotidianamente, como dejarle el asiento en el autobús a una persona que lo necesite más que nosotros, o para defender a alguien que creemos injustamente tratado, pero estamos convencidos, que no sabemos hasta dónde podríamos llegar en defensa de esos mismos valores. Se sabe que el héroe es aquel individuo, que es capaz, en un momento de dificultad, de obrar de “la única manera que se puede actuar”, lo que los convierte, porque sabemos que querer casi nunca significa poder, en seres diferentes, hechos de una pasta especial que merecen todos los elogios, ya que son capaces de realizar lo que la mayoría, aunque lo deseemos no somos capaces llevar a cabo. El héroe, por tanto, sólo aparece en momentos extremos, y siempre de forma inesperada, empujado por motivaciones que escapan a toda lógica, por lo que un acto heroico, es el que por definición queda fuera de la norma.
“Tren a Pakistán”, es una novela cuya historia se centra en una pequeña aldea india fronteriza con el nuevo Estado de Pakistán, en donde la vida transcurría con normalidad, pese a que su alrededor todo se encontraba en ebullición. Pero en esa pequeña aldea, en la que cada casta y cada comunidad religiosa seguían ejerciendo su función, existía una estación de ferrocarril por donde pasaban, en un sentido o en otro, grandes convoyes cargados de refugiados, gracias a los cuales se sabía que algo grave estaba sucediendo. Poco a poco, sobre todo por injerencias externas, el ambiente se fue enrareciendo, lo que motivó, con el dolor de casi todos, que los musulmanes, poco más o menos que la mitad de los habitantes de la aldea, tuvieron que abandonar sus casas y sus pertenencias para ser trasladados a un campo de refugiados antes de ser enviados a Pakistán. Pero para vengarse de las masacres que los musulmanes estaban llevando a cabo al otro lado de la frontera, un grupo de hindúes preparó un atentado contra un tren, en el que viajarían, entre otros, los antiguos habitantes musulmanes de la aldea, con lo que conseguirían, con seguridad, llevar a cabo una masacre. Pero ese plan, tan minuciosamente preparado, se viene abajo por la sola acción de una persona.
Singh, el autor de esta novela, dibuja en la aldea una microsociedad perfecta, según al menos la idea de lo que la nueva india postcolonial tenía que ser, en donde las diferentes comunidades desarrollaban sus respectivas existencias en orden e interactuando sin conflictos entre sí. Pero por mucha voluntad que se ponga, el multiculturalismo, sobre todo cuando se basa en un reparto injusto de los papeles, difícilmente puede permanecer en el tiempo, como sucedió en aquel apartado lugar, y como a gran escala pasó en el subcontinente indio. El menor incidente entre las diferentes comunidades puede abrir, como ocurrió, la caja de los truenos, caja que sólo con mucha dificultad podrá volverse a cerrar con posterioridad. La creación del Estado de Pakistán, el país de los musulmanes indios, con todo lo que ello significó, con la cantidad de muertos que acarreó, no fue más que el resultado del fracaso de ese multiculturalismo basado en la injusticia.
Sí, porque cuando se abre la caja de los truenos poco se puede hacer, pues es entonces cuando el odio y las infamias acumuladas, cuando las injusticias arraigadas y no subsanadas se hacen cargo de la escena, no dejando huecos ni espacios para otras formas de actuar que no sean unirse a la vorágine, o esperar con paciencia a que todo pase. La actitud más cuerda, que no la más aceptable, es la de ocultarse hasta que la tormenta pase, hasta que las aguas vuelvan al cauce del que nunca debieron de salir, aunque la vergüenza que con posterioridad puede acarrear esa actitud, se es posible que se encuentre a la misma altura de la que padecen los que se entregaron a sus pasiones ocultas. Pero ambas actitudes son lógicas, demasiado humanas para ser criticadas, sobre todo, cuando esa crítica se realiza desde fuera del fragor de los acontecimientos, desde un lugar seguro y cómodo, pero sobre todo después de comprenderse, que la otra actitud, la que falta, la del héroe, la que trata de interponerse ante la inevitabilidad de los acontecimientos, aún en el supuesto de que consiga su objetivo, es suicida y por supuesto inhumana.
Cuando el autor prende la mecha de los acontecimientos, todas las esperanzas recaen sobre dos personajes, que paradójicamente estaban en la cárcel y que son puestos en libertad, sobre las espaldas de un delincuente cuya novia musulmana iba a ser trasladada en ese tren, y sobre las de un joven activista universitario. Este último, perfectamente informado de lo todo lo ocurrido, y también de todo lo que iba a ocurrir, después de calibrar todas las circunstancias, decide, con más alcohol de la cuenta en su cuerpo, quedarse dormido hasta que todo acabase, mientras que el delincuente, con arrojo, sin pensárselo dos veces, consigue desbaratar la acción aunque ello le cuesta la vida.
Leído lo leído, no cabe duda que el héroe para Khushwant Singh no es aquel que después de una profunda reflexión sabe qué es lo que debe hacer, sino ese otro, que empujado por cuestiones emocionales, como puede ser el amor por una mujer, está convencido qué es lo que inevitablemente tiene que hacer.
“Tren a Pakistán” es una novela bien elaborada, que se lee con rapidez, sin que el lector encuentre en ella nada que le dificulte la lectura, una novela que si bien no puede ser considerada muy literaria, ya que lo que busca el autor es que ante todo sea accesible, tengo que reconocer que es un texto muy recomendable.

Jueves, 12 de abril de 2012



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