jueves, 17 de mayo de 2012

El mar de las Sirtes

LECTURAS
(elo.242)

EL MAR DE LAS SIRTES
Julien Gracq
Debolsillo, 1951

Para comenzar, diré, que al poco de comenzar a leer esta novela, observé dos circunstancias que me llamaron la atención, que era de una poética desbordante, y de que estaba convencido, extrañamente convencido, a pesar de que se trataba de la primera obra que de Gracq caía en mis manos, que ya la había leído con anterioridad. Cada párrafo de esta novela está repleto de innumerables imágenes dibujadas con un lenguaje de una riqueza y de una elegancia que obliga al lector a aminorar la marcha, a masticar y a saborear cada una de ellas, pues la luminosidad de las mismas, las puertas que cada una de ellas conseguían abrir, no podían quedar atrás, así porque sí, en aras de una lectura rápida y apresurada. No, esta novela es de las que hay que disfrutar con deleite, pues lo importante en ella, no es tanto su tema, a pesar de lo interesante del mismo, como la forma en que se desarrolla, más propia de un poeta, de un orfebre de las palabras, que de un novelista al uso. Paralelamente a lo anterior, “El mar de las Sirtes”, me obligó a recordar dos novelas que leí hace años, “El desierto de los tártaros” de Buzzati, y “Esperando a los bárbaros” del sudafricano Coetzee, que curiosamente hablaban y desarrollaban el mismo tema sobre un escenario muy parecido, aunque tratando de alejarme de las coincidencias y de las posibles influencias, tengo que reconocer que he disfrutado más con esta obra de Gracq que con las anteriores.
De Julien Gracq no sabía nada, sólo que se trataba de un novelista francés, muy admirado por determinados autores, todos ellos muy exquisitos, que estaba convencido que algún día tendría que leer, pero del que me alejaban precisamente aquellos que de forma constante lo citaban, ya que la literatura que éstos proponían no era, ni de lejos, la que más me interesaba. Sin conocerla, asociaba la literatura que pudiera hacer Gracq con la que realizaban los que la erigían como modelo a venerar, hecho que me apartaba y que me impedía acercarme a la obra del autor francés. Nunca me ha interesado la literatura que se deleita con enrocarse en sí misma, la que sólo se preocupa por ser literaria, aquella que tiene como único objetivo la belleza de sus formas, y por este motivo, por lo que creía que representaba, no mostraba ningún interés en aproximarme a Gracq. Pero como siempre ocurre cuando uno está seguro de algo, cuando la certeza acampa sin miedo, la realidad se encarga, con la terquedad que la singulariza, de dejarlo todo, imponiendo el orden necesario, en el lugar que le corresponde. Por ello, ahora tengo que decir, al menos por lo poco que de él he leído, que Gracq posee un peso literario que muy pocos novelistas pueden igualar, pues al esplendor de su literatura, que es una fiesta, hay que unir el interés del tema que propone, ya que conjuga a la perfección las dos vertientes que hacen que la literatura sea lo que es, algo más que estética y algo más que ideología, un extraño y dificultoso conglomerado en donde el pensamiento recobra la vida gracias a la forma.
No cabe duda que el tema que se desarrolla en la novela no es nuevo, como casi ninguno de los que se presentan lo son, aunque hay que admitir que el escenario elegido por el autor muestra demasiadas similitudes, al menos con la novela de Buzzati, que fue publicada y traducida al francés antes de que diera a luz la de Gracq, por lo que se pueden crear dudas e interpretaciones, que aunque justificadas, estoy convencido no deben minusvalorar en nada a “El mar de las Sirtes”, que es un texto que desde su principio hasta su final, como todas las grandes novelas, se justifica por la forma en que afronta el tema, un tema que para colmo siempre estará de actualidad.
La llegada de los bárbaros, la necesidad de que lleguen los bárbaros, los de fuera, para que sacudan la apatía, el amaneramiento, el exceso de civilización que padecemos, que han padecido los que siempre se encontraban, los que nos encontramos en el final de una etapa, además de un tema recurrente, es un tema magnífico y de un actualidad rabiosa digna de desarrollar. Gracq sitúa al protagonista en una zona fronteriza y semidesértica de un país imaginario, con la misión de observar y vigilar al destacamento allí asentado, que era el encargado de controlar a unas tropas enemigas que con el tiempo, se habían convertido en la única esperanza para acabar con el sopor, con el inmovilismo de una sociedad que se pudría, poco a poco en la ciénaga, en la putrefacta ciénaga de una cotidianidad sin futuro.
Pero el interés de esta novela, de esta magnífica novela no apta para todos los públicos, es la sensibilidad y la poética empleada por el autor, que se mueve en un territorio siempre implícito, en donde nada resulta nunca evidente, y en el que se crea una atmósfera, que más que las acciones de los personajes, refleja el fin de ciclo al que había llegado la sociedad de la que se habla, que calladamente exigía que ocurriera algo, algo diferente que hiciera posible el milagro de que de nuevo la sangre volviera a correr por sus venas.
Sí, el ambiente creado por el autor, un ambiente con olor a cerrado, es lo que más llama la atención en este texto, mucho más que los diferentes personajes, que en todo momento se subordinan, pues no es una novela de personajes, al peso, a la densidad atmosférica que se ven obligados a soportar. Por lo anterior, por la escenografía dibujada, por la escasa autonomía de los protagonistas, que nunca son dueños de sus actos, así como por el lenguaje utilizado, en el que cada palabra es cuidadosamente engarzada con la anterior de forma armónica, es por lo que digo que esta novela sólo puede tener un público muy determinado, que no puede ser, por supuesto, el lector mayoritario actual. Y no puede ser, porque “El mar de las Sirtes” no cumple con ninguno de los requisitos que se exigen en la actualidad para una novela de éxito, pues no hay acción que pueda llevar tal nombre, ni tampoco una historia que agarre con fuerza, al menos en principio, a ese anémico lector de nuestros días. No obstante, es una de esas novelas “especiales”, con las que de vez en cuando uno se encuentra, gracias a las cuales, se puede comprender que la literatura de calidad sigue teniendo un sitio, aunque cada día más restringido, al margen de las corrientes mayoritarias, desde donde se puede observar las diferencias existentes, cada vez más notables, entre las dos formas mayoritarias de entender la literatura.

Domingo, 08 de abril de 2012


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