LECTURAS
(elo.242)
EL
MAR DE LAS SIRTES
Julien
Gracq
Debolsillo,
1951
Para
comenzar, diré, que al poco de comenzar a leer esta novela, observé
dos circunstancias que me llamaron la atención, que era de una
poética desbordante, y de que estaba convencido, extrañamente
convencido, a pesar de que se trataba de la primera obra que de Gracq
caía en mis manos, que ya la había leído con anterioridad. Cada
párrafo de esta novela está repleto de innumerables imágenes
dibujadas con un lenguaje de una riqueza y de una elegancia que
obliga al lector a aminorar la marcha, a masticar y a saborear cada
una de ellas, pues la luminosidad de las mismas, las puertas que cada
una de ellas conseguían abrir, no podían quedar atrás, así porque
sí, en aras de una lectura rápida y apresurada. No, esta novela es
de las que hay que disfrutar con deleite, pues lo importante en ella,
no es tanto su tema, a pesar de lo interesante del mismo, como la
forma en que se desarrolla, más propia de un poeta, de un orfebre de
las palabras, que de un novelista al uso. Paralelamente a lo
anterior, “El mar de las Sirtes”, me obligó a recordar dos
novelas que leí hace años, “El desierto de los tártaros” de
Buzzati, y “Esperando a los bárbaros” del sudafricano Coetzee,
que curiosamente hablaban y desarrollaban el mismo tema sobre un
escenario muy parecido, aunque tratando de alejarme de las
coincidencias y de las posibles influencias, tengo que reconocer que
he disfrutado más con esta obra de Gracq que con las anteriores.
De
Julien Gracq no sabía nada, sólo que se trataba de un novelista
francés, muy admirado por determinados autores, todos ellos muy
exquisitos, que estaba convencido que algún día tendría que leer,
pero del que me alejaban precisamente aquellos que de forma constante
lo citaban, ya que la literatura que éstos proponían no era, ni de
lejos, la que más me interesaba. Sin conocerla, asociaba la
literatura que pudiera hacer Gracq con la que realizaban los que la
erigían como modelo a venerar, hecho que me apartaba y que me
impedía acercarme a la obra del autor francés. Nunca me ha
interesado la literatura que se deleita con enrocarse en sí misma,
la que sólo se preocupa por ser literaria, aquella que tiene como
único objetivo la belleza de sus formas, y por este motivo, por lo
que creía que representaba, no mostraba ningún interés en
aproximarme a Gracq. Pero como siempre ocurre cuando uno está seguro
de algo, cuando la certeza acampa sin miedo, la realidad se encarga,
con la terquedad que la singulariza, de dejarlo todo, imponiendo el
orden necesario, en el lugar que le corresponde. Por ello, ahora
tengo que decir, al menos por lo poco que de él he leído, que Gracq
posee un peso literario que muy pocos novelistas pueden igualar, pues
al esplendor de su literatura, que es una fiesta, hay que unir el
interés del tema que propone, ya que conjuga a la perfección las
dos vertientes que hacen que la literatura sea lo que es, algo más
que estética y algo más que ideología, un extraño y dificultoso
conglomerado en donde el pensamiento recobra la vida gracias a la
forma.
No
cabe duda que el tema que se desarrolla en la novela no es nuevo,
como casi ninguno de los que se presentan lo son, aunque hay que
admitir que el escenario elegido por el autor muestra demasiadas
similitudes, al menos con la novela de Buzzati, que fue publicada y
traducida al francés antes de que diera a luz la de Gracq, por lo
que se pueden crear dudas e interpretaciones, que aunque
justificadas, estoy convencido no deben minusvalorar en nada a “El
mar de las Sirtes”, que es un texto que desde su principio hasta su
final, como todas las grandes novelas, se justifica por la forma en
que afronta el tema, un tema que para colmo siempre estará de
actualidad.
La
llegada de los bárbaros, la necesidad de que lleguen los bárbaros,
los de fuera, para que sacudan la apatía, el amaneramiento, el
exceso de civilización que padecemos, que han padecido los que
siempre se encontraban, los que nos encontramos en el final de una
etapa, además de un tema recurrente, es un tema magnífico y de un
actualidad rabiosa digna de desarrollar. Gracq sitúa al
protagonista en una zona fronteriza y semidesértica de un país
imaginario, con la misión de observar y vigilar al destacamento allí
asentado, que era el encargado de controlar a unas tropas enemigas
que con el tiempo, se habían convertido en la única esperanza para
acabar con el sopor, con el inmovilismo de una sociedad que se
pudría, poco a poco en la ciénaga, en la putrefacta ciénaga de una
cotidianidad sin futuro.
Pero
el interés de esta novela, de esta magnífica novela no apta para
todos los públicos, es la sensibilidad y la poética empleada por el
autor, que se mueve en un territorio siempre implícito, en donde
nada resulta nunca evidente, y en el que se crea una atmósfera, que
más que las acciones de los personajes, refleja el fin de ciclo al
que había llegado la sociedad de la que se habla, que calladamente
exigía que ocurriera algo, algo diferente que hiciera posible el
milagro de que de nuevo la sangre volviera a correr por sus venas.
Sí,
el ambiente creado por el autor, un ambiente con olor a cerrado, es
lo que más llama la atención en este texto, mucho más que los
diferentes personajes, que en todo momento se subordinan, pues no es
una novela de personajes, al peso, a la densidad atmosférica que se
ven obligados a soportar. Por lo anterior, por la escenografía
dibujada, por la escasa autonomía de los protagonistas, que nunca
son dueños de sus actos, así como por el lenguaje utilizado, en el
que cada palabra es cuidadosamente engarzada con la anterior de forma
armónica, es por lo que digo que esta novela sólo puede tener un
público muy determinado, que no puede ser, por supuesto, el lector
mayoritario actual. Y no puede ser, porque “El mar de las Sirtes”
no cumple con ninguno de los requisitos que se exigen en la
actualidad para una novela de éxito, pues no hay acción que pueda
llevar tal nombre, ni tampoco una historia que agarre con fuerza, al
menos en principio, a ese anémico lector de nuestros días. No
obstante, es una de esas novelas “especiales”, con las que de vez
en cuando uno se encuentra, gracias a las cuales, se puede comprender
que la literatura de calidad sigue teniendo un sitio, aunque cada día
más restringido, al margen de las corrientes mayoritarias, desde
donde se puede observar las diferencias existentes, cada vez más
notables, entre las dos formas mayoritarias de entender la
literatura.
Domingo,
08 de abril de 2012
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