LECTURAS
(elo.241)
CONFESIONES
DE UN BURGUÉS
Sándor
Márai
Salamandra,
1934
Como
muchos, quedé deslumbrado cuando hace tiempo, por casualidad, cayó
en mis manos una novela de un desconocido autor húngaro, “El
último encuentro”, novela que hablaba y se desarrollaba desde un
mundo ya desaparecido, el centroeuropeo, que el autor, Sándor Márai,
contraponía, por su mesura, al que proponía el nuevo tiempo
emergente, el de la modernidad, que amenazaba con arrasarlo todo.
Como muchos, decía, quedé maravillado con la lectura de las páginas
de esa novela, en donde encontré un discurso que desde el sosiego,
desde la razón, me hablaba de un mundo, de una civilización, que
con paciencia sólo esperaba desaparecer, posiblemente porque ella
misma sabía, que se encontraba incapacitada para competir con ese
otro, tan fuertemente ideologizado y polarizado en todos los
sentidos, que con urgencia exigía abrirse paso en la historia. De
ese estilo de vida también habló Zweig en “El mundo de ayer”,
pero quien me convenció de que en realidad esa civilización se
había suicidado fue Joseph Roth con su inolvidable novela “La
marcha Radetzky”. Pero a esos autores los leí después, sin duda
alguna alentado por el interés que Márai me dejó por ese decadente
y civilizado estilo de vida que dibujó en sus novelas. De Sándor
Márai he leído todo lo que de él he podido encontrar, que creo que
es bastante, por lo que a estas alturas puedo decir, que desde mi
punto de vista es un autor bastante irregular, y que ninguna de sus
novelas que leí con posterioridad, ninguna, se puede comparar con
“El último encuentro”, aunque en todas ellas pude encontrar,
además de su delicado estilo, la nostalgia que el autor sentía por
ese mundo ya desaparecido.
De
forma independiente al interés meramente literario que me dejaron
alguna de sus novelas, he encontrado en la obra del escritor
húngaro, sobre todo en las autobiográficas, que con toda seguridad
son su mejor legado, aparte de importantes datos para comprender
mejor un periodo histórico del que apenas conocía nada, la huella
de un individuo, la del propio Sándor Márai, que era alguien mucho
más interesante y contradictorio de lo que en principio pude intuir
después de leer su obra de ficción. ¡Tierra, tierra! me
sorprendió, pero estas “Confesiones de un burgués”, me han
hecho comprender su punto de vista, singular como lo tienen que ser
todos, tanto sobre su forma de entender la existencia como su actitud
frente a la literatura.
Estoy
de acuerdo con los que dicen que un texto literario es, y tiene que
ser sólo un texto literario, o lo que es lo mismo, que su
supervivencia sólo puede depender de él, de la calidad que pueda o
no poseer, y que no puede supeditase, como en tantas ocasiones
ocurre, a cuestiones extraliterarias. Efectivamente, pues una mala
obra literaria nunca podrá justificarse por elementos que queden
fuera del ámbito literario, ni tan siquiera por la singularidad, ni
por los avatares que el que la escribió pudiera hacer frente en su
momento, o dicho de otra forma, es necesario, al menos en principio,
desligar la obra, para juzgarla con ecuanimidad, de la personalidad,
del influjo de la personalidad del autor que la ha hizo posible. Una
mala obra, como en muchos casos ha ocurrido, puede tener un momento
gloria, pero el tiempo, ese juez implacable, siempre acabará
depositándola en el lugar que le corresponde.
Pero
a pesar de lo anterior, no cabe duda que conocer las circunstancias
desde la que se ha hecho posible una determinada obra artística, que
conocer la personalidad y el mundo en el que se desenvolvió el
autor de la misma, redundará en un mejor conocimiento de la obra en
cuestión. Sí, porque nunca se puede olvidar, por mucho que se hable
del arte puro, del arte sin contaminar, que siempre detrás de una
creación artística se encuentra o se ha encontrado un individuo a
la intemperie, alguien azotado por todos los vientos de su época y
del singular momento en que vivió.
Lo
primero que me ha llamado la atención de estas memorias, ya que
estoy acostumbrado a que este tipo de obras se realicen al final de
una dilatada vida, es que fueron publicadas cuando Sándor Márai
sólo contaba con treinta y cuatro años, y que a pesar de que había
publicado cientos de artículos periodísticos, en los más
importantes medios europeos de la época, aún no había publicado
ninguna de sus célebres novelas. Márai en sus “Confesiones de un
burgués”, trata de contarnos el itinerario que siguió desde que
en un determinado momento sintió la necesidad de abandonar sus
orígenes, a una edad muy temprana, hasta que se vio obligado a
regresar a los mismos, después de comprender, que la vida
cosmopolita que había llevado hasta entonces, plena en muchos
aspectos, le imposibilitaba para afrontar el diálogo personal que
necesitaba llevar a cabo “con su propio destino”.
En
estas memorias, que se leen como si se tratara de una novela, y que
claramente se dividen en dos partes, abarcando la primera desde la
niñez que el autor vivió en la población en la que nació hasta
que estalló La Gran Guerra, y la segunda, que relata el peregrinaje
que realizó por numerosas ciudades europeas, hasta que comprendió
que si quería dedicarse con seriedad a la literatura, que si quería
decir literariamente algo importante y personal, no tendría más
remedio que regresar a su patria, a sus orígenes. Sí, el texto
puede leerse con la facilidad con que suelen leerse las obras de
ficción, lo que ayuda, y mucho, a que no pueda considerarse una obra
autobiográfica al uso, y eso a pesar, de que se nota que el autor
trata de huir, diría como de la peste, demostrando su inteligencia,
de dedicarse a contar sus peripecias con todo lujo de detalles, pues
a lo último a lo que parece aspirar con ellas, es a convertirse en
un ejemplo a seguir. No, pues Márai escribe estas memorias cuando
comprende que ha llegado a un punto de fricción en su vida, que
coincide a su vez con una ruptura histórica que se palpaba en el
ambiente, que para bien o para mal, iba a acabar con una forma de
vida, con una determinada forma de entender la existencia, la que
para él encarnaba la mentalidad burguesa.
El
espíritu burgués que tanto añora Márai, con el que se identifica
y con el que trata de reencontrarse regresando a su patria, en donde
creía haberlo disfrutado en sus primeros años, era una forma de
vida en el que todo se encontraba en su lugar, y en donde la
tolerancia lo impregnaba todo. Ese era su mundo primigenio, pero
también era un mundo ya pretérito que había desaparecido por
completo, incluso de su idealizada Hungría. El autor se ve superado
por los acontecimientos, por el revolucionario tsunami de la
modernidad, e intenta enrocarse, como lo demuestra las novelas que
escribe a partir de ese momento, en la nostalgia de un mundo que no
sólo ya no existía, sino que no podía volver a existir.
Antes
de leer sus memorias creí que Márai era alguien que siempre había
vivido de espaldas a la realidad, pero ahora comprendo que estaba
equivocado, que después de haber vivido con intensidad, con una
intensidad envidiable y en primera fila de los acontecimientos de su
época, vuelve derrotado a su país para encerrarse en la nostalgia
de un tiempo que ya sólo existía en su memoria.
Jueves,
29 de marzo
de
2012
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