lunes, 7 de mayo de 2012

Confesiones de un Burgués

LECTURAS
(elo.241)

CONFESIONES DE UN BURGUÉS
Sándor Márai
Salamandra, 1934

Como muchos, quedé deslumbrado cuando hace tiempo, por casualidad, cayó en mis manos una novela de un desconocido autor húngaro, “El último encuentro”, novela que hablaba y se desarrollaba desde un mundo ya desaparecido, el centroeuropeo, que el autor, Sándor Márai, contraponía, por su mesura, al que proponía el nuevo tiempo emergente, el de la modernidad, que amenazaba con arrasarlo todo. Como muchos, decía, quedé maravillado con la lectura de las páginas de esa novela, en donde encontré un discurso que desde el sosiego, desde la razón, me hablaba de un mundo, de una civilización, que con paciencia sólo esperaba desaparecer, posiblemente porque ella misma sabía, que se encontraba incapacitada para competir con ese otro, tan fuertemente ideologizado y polarizado en todos los sentidos, que con urgencia exigía abrirse paso en la historia. De ese estilo de vida también habló Zweig en “El mundo de ayer”, pero quien me convenció de que en realidad esa civilización se había suicidado fue Joseph Roth con su inolvidable novela “La marcha Radetzky”. Pero a esos autores los leí después, sin duda alguna alentado por el interés que Márai me dejó por ese decadente y civilizado estilo de vida que dibujó en sus novelas. De Sándor Márai he leído todo lo que de él he podido encontrar, que creo que es bastante, por lo que a estas alturas puedo decir, que desde mi punto de vista es un autor bastante irregular, y que ninguna de sus novelas que leí con posterioridad, ninguna, se puede comparar con “El último encuentro”, aunque en todas ellas pude encontrar, además de su delicado estilo, la nostalgia que el autor sentía por ese mundo ya desaparecido.
De forma independiente al interés meramente literario que me dejaron alguna de sus novelas, he encontrado en la obra del escritor húngaro, sobre todo en las autobiográficas, que con toda seguridad son su mejor legado, aparte de importantes datos para comprender mejor un periodo histórico del que apenas conocía nada, la huella de un individuo, la del propio Sándor Márai, que era alguien mucho más interesante y contradictorio de lo que en principio pude intuir después de leer su obra de ficción. ¡Tierra, tierra! me sorprendió, pero estas “Confesiones de un burgués”, me han hecho comprender su punto de vista, singular como lo tienen que ser todos, tanto sobre su forma de entender la existencia como su actitud frente a la literatura.
Estoy de acuerdo con los que dicen que un texto literario es, y tiene que ser sólo un texto literario, o lo que es lo mismo, que su supervivencia sólo puede depender de él, de la calidad que pueda o no poseer, y que no puede supeditase, como en tantas ocasiones ocurre, a cuestiones extraliterarias. Efectivamente, pues una mala obra literaria nunca podrá justificarse por elementos que queden fuera del ámbito literario, ni tan siquiera por la singularidad, ni por los avatares que el que la escribió pudiera hacer frente en su momento, o dicho de otra forma, es necesario, al menos en principio, desligar la obra, para juzgarla con ecuanimidad, de la personalidad, del influjo de la personalidad del autor que la ha hizo posible. Una mala obra, como en muchos casos ha ocurrido, puede tener un momento gloria, pero el tiempo, ese juez implacable, siempre acabará depositándola en el lugar que le corresponde.
Pero a pesar de lo anterior, no cabe duda que conocer las circunstancias desde la que se ha hecho posible una determinada obra artística, que conocer la personalidad y el mundo en el que se desenvolvió el autor de la misma, redundará en un mejor conocimiento de la obra en cuestión. Sí, porque nunca se puede olvidar, por mucho que se hable del arte puro, del arte sin contaminar, que siempre detrás de una creación artística se encuentra o se ha encontrado un individuo a la intemperie, alguien azotado por todos los vientos de su época y del singular momento en que vivió.
Lo primero que me ha llamado la atención de estas memorias, ya que estoy acostumbrado a que este tipo de obras se realicen al final de una dilatada vida, es que fueron publicadas cuando Sándor Márai sólo contaba con treinta y cuatro años, y que a pesar de que había publicado cientos de artículos periodísticos, en los más importantes medios europeos de la época, aún no había publicado ninguna de sus célebres novelas. Márai en sus “Confesiones de un burgués”, trata de contarnos el itinerario que siguió desde que en un determinado momento sintió la necesidad de abandonar sus orígenes, a una edad muy temprana, hasta que se vio obligado a regresar a los mismos, después de comprender, que la vida cosmopolita que había llevado hasta entonces, plena en muchos aspectos, le imposibilitaba para afrontar el diálogo personal que necesitaba llevar a cabo “con su propio destino”.
En estas memorias, que se leen como si se tratara de una novela, y que claramente se dividen en dos partes, abarcando la primera desde la niñez que el autor vivió en la población en la que nació hasta que estalló La Gran Guerra, y la segunda, que relata el peregrinaje que realizó por numerosas ciudades europeas, hasta que comprendió que si quería dedicarse con seriedad a la literatura, que si quería decir literariamente algo importante y personal, no tendría más remedio que regresar a su patria, a sus orígenes. Sí, el texto puede leerse con la facilidad con que suelen leerse las obras de ficción, lo que ayuda, y mucho, a que no pueda considerarse una obra autobiográfica al uso, y eso a pesar, de que se nota que el autor trata de huir, diría como de la peste, demostrando su inteligencia, de dedicarse a contar sus peripecias con todo lujo de detalles, pues a lo último a lo que parece aspirar con ellas, es a convertirse en un ejemplo a seguir. No, pues Márai escribe estas memorias cuando comprende que ha llegado a un punto de fricción en su vida, que coincide a su vez con una ruptura histórica que se palpaba en el ambiente, que para bien o para mal, iba a acabar con una forma de vida, con una determinada forma de entender la existencia, la que para él encarnaba la mentalidad burguesa.
El espíritu burgués que tanto añora Márai, con el que se identifica y con el que trata de reencontrarse regresando a su patria, en donde creía haberlo disfrutado en sus primeros años, era una forma de vida en el que todo se encontraba en su lugar, y en donde la tolerancia lo impregnaba todo. Ese era su mundo primigenio, pero también era un mundo ya pretérito que había desaparecido por completo, incluso de su idealizada Hungría. El autor se ve superado por los acontecimientos, por el revolucionario tsunami de la modernidad, e intenta enrocarse, como lo demuestra las novelas que escribe a partir de ese momento, en la nostalgia de un mundo que no sólo ya no existía, sino que no podía volver a existir.
Antes de leer sus memorias creí que Márai era alguien que siempre había vivido de espaldas a la realidad, pero ahora comprendo que estaba equivocado, que después de haber vivido con intensidad, con una intensidad envidiable y en primera fila de los acontecimientos de su época, vuelve derrotado a su país para encerrarse en la nostalgia de un tiempo que ya sólo existía en su memoria.

Jueves, 29 de marzo de 2012





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