LECTURAS
(elo.240)
INÉS
Y LA ALEGRÍA
Almudena
Grandes
Tusquets,
2010
Hasta
última hora me había negado a leer esta novela, pues me habían
comentado, y desde todos los ángulos, que si algo podía encontrar
en ella era la parcialidad con que Almudena Grandes afrontaba el tema
de la Guerra Civil. Me había negado, sí, pero al final, un poco por
mantener el seguimiento que hasta la fecha había llevado a cabo
sobre la autora, y un mucho por no tener nada mejor que leer en un
largo y complicado fin de semana, me he visto “obligado” a
leerla, lo que me ha provocado contrapuestas consideraciones. Por un
lado estoy de acuerdo con todos los que me alertaron sobre el gran
problema que padecía, pues no cabe duda, ninguna, que a la autora se
le va la mano con los personajes, y por otro, y de esto nadie me
había advertido, me he encontrado con que, estructuralmente es la
novela más ambiciosa, y con diferencia, de la novelista madrileña.
Con “Inés y la alegría”, Almudena Grandes parece que deja atrás
el tipo de novela en el que se había especializado, más cercana a
la novela decimonónica que a la actual, que tan buenos resultados le
había dado hasta el momento, para pasar a un tipo de literatura más
arriesgada, al menos en lo referente a la metodología empleada para
el desarrollo de la historia.
“Inés
y la alegría”, y esto es conveniente tenerlo en cuenta, ante todo
es una novela histórica, un género en el que la autora se estrena,
que evidentemente le impone unas limitaciones, unas limitaciones que
afronta con desigual resultado. Con esta novela intenta contar, y
hacer recordar, la invasión que realizaron las tropas
antifranquistas, asentadas en el sur de Francia, sobre el Valle de
Arán allá por el lejano 1944, invasión, que pese a la importancia
que tuvo, o que pudo llegar a tener, muy poco, por no decir nada, se
sabe. Pero esa invasión existió, y en un momento crucial, cuando
estaba a punto de finalizar la guerra europea, y cuando aún le
faltaba bastante al régimen franquista para consolidarse, por lo que
pudo provocar un cambio en la situación, un cambio radical en la
historia reciente de España. Pero al parecer a nadie le interesó
esa arriesgada apuesta, ni a los gobiernos aliados, ni a la dirección
oficial del PCE, ni por supuesto al régimen franquista, por lo que
el olvido, el ominoso olvido, se encargó de sepultar unos hechos,
que tienen la virtud de avergonzar, por unas causas o por otras, a
todos los que tuvieron algo que ver en los mismos. A todos, menos a
los que participaron jugándose la vida en ellos, en aquella
descabellada, o no tan descabellada misión, que con el tiempo
comprendieron que habían sido traicionados por todos, en beneficio
de unas estrategias a largo plazo, que sólo parecían comprender
quienes la desarrollaron o intentaron neutralizarla desde la
distancia.
En
este aspecto, en el de recordar un hecho histórico desconocido por
casi todos, y que de forma incomprensible se ha intentado ocultar, la
novela resulta muy interesante, pues la autora utiliza correctamente
los instrumentos que el género le proporciona, para amplificarlos y
alumbrarlos como merecen, al tiempo que va dejando al descubierto las
circunstancias entre las que hay que acomodar esos sucesos, y el
papel que cada uno de los interesados en la partida trataron de
jugar. En esto acierta la autora, vanagloriando a la novela
histórica, a ese género literario tan maltratado y banalizado por
sus propios autores, cuyo objetivo no puede ser otro, que desde lo
literario, dar a conocer determinados hechos, pero fracasa, y creo
que de forma estrepitosa, en lo referente al otro lado de la moneda,
el de la vertiente literaria, ya que ha creado a personajes poco
creíbles, sin aristas, sin apenas contradicciones vitales, que poco
tienen que ver, lo que suspende directamente a la autora, con los
seres humanos normales, con aquellos que han habitado siempre en
nuestras calles y plazas. Almudena Grandes se equivoca, ya que
idealiza a los de un bando y demoniza a los del otro, lo que una vez
más demuestra lo perniciosa que es la ideología en todo lo
referente a la novelística, que ante todo, y para eso se constituye,
debe reflejar en la medida de lo posible la vida real, no la vida con
la que sueñan sus autores.
Resulta
evidente que nadie se puede substraer a su ideología, a su forma de
ver y de entender el mundo, pero eso no significa, no puede
significar nunca, y no hablo sólo en literatura, que se caiga en
posicionamientos maniqueos de esos que tienen la facultad de
simplificarlo todo. Se puede creer, se puede ser católico, comunista
o incluso fascista, y comprender que ningún alma humana puede ser
plana, que en cada persona, por el mero hecho de estar viva, debe
existir una eterna contienda entre diferentes y variados
posicionamientos, ya que lo contrario es huir de la evidencia para
refugiarse en el eterno y estabilizador dos más dos, cuatro. La
literatura, al menos la buena literatura, no se articula para mostrar
a esos individuos irreales que creen y no dudan, que invariablemente
saben, sean cuales sean las circunstancias, qué es lo que tienen que
hacer, sino precisamente para todo lo contrario, para mostrar a
aquellos otros, que después de grandes dificultades, consiguen
hacer, si pueden, lo “que creen que deben hacer”. La
literatura, y más concretamente la novela, tiene que ser como la
vida, una ciencia inexacta, en la que nada puede ser demasiado
evidente.
Almudena
Grandes fracasa en la vertiente literaria de la novela, o al menos en
parte, pues la estructura que crea es posiblemente lo más logrado de
la obra, ya que partiendo de tres visiones, la de los dos
protagonistas, y el de la propia autora, desarrolla toda la historia,
en donde no faltan digresiones, ni datos históricos bien
introducidos, indispensables para comprender lo que se cuenta, todo
perfectamente enjaretado con un estilo adecuado. Pero el problema, el
grave problema de la novela son los personajes, que al resultar tan
perfectos dejan de ser creíbles, llegando incluso, sobre todo la
protagonista, a resultar empalagosa.
De
la literatura de Almudena Grandes, siempre me ha interesado la forma
que tiene la autora de subrayar las contradicciones en las que viven
instalados sus protagonistas, que precisamente es lo que he echado de
menos en esta obra, en la que da la sensación, que los personajes, a
medida que van creciendo, no son los que van generando la estructura
y las diferentes secuencias de la novela, como posiblemente hasta
ahora, en mayor o menor medida, ha venido ocurriendo en la obra de la
autora, sino que, en esta ocasión, han tenido que ocupar y anegar
unas estructuras ya edificadas con antelación y a las que tenían en
todo momento que atenerse.
Por
todo lo anterior, “Inés y la alegría”, como apunté en un
principio, me ha dejado sensaciones contrapuestas, pues me ha
servido, lo que no es poco, para conocer unos hechos que desconocía,
pero por otro me ha defraudado literariamente, pues el “buenismo”
que aplica la autora a la comunidad republicana, y el “malismo” a
la franquista, en literatura sencillamente no es de recibo. No
obstante, como también he dejado apuntado, hay que reconocer que la
novelista “no jugaba en casa”, o lo que es lo mismo, que la
novela histórica no es su registro, pese a lo cual, he observado una
evolución literaria en ella, que con toda seguridad dará sus frutos
en próximas obras. Antes de terminar, creo que es necesario decir,
que sea cual sea el resultado, siempre hay que aplaudir, siempre, a
los que se embarcan en proyectos que le obligan a dejar a un lado,
aunque sólo sea por un tiempo, los registros que dominan, para
aventurarse en otros en donde casi todo lo tienen que aprender.
Jueves,
15 de marzo 2012
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