miércoles, 2 de mayo de 2012

Inés y la alegría

LECTURAS
(elo.240)

INÉS Y LA ALEGRÍA
Almudena Grandes
Tusquets, 2010

Hasta última hora me había negado a leer esta novela, pues me habían comentado, y desde todos los ángulos, que si algo podía encontrar en ella era la parcialidad con que Almudena Grandes afrontaba el tema de la Guerra Civil. Me había negado, sí, pero al final, un poco por mantener el seguimiento que hasta la fecha había llevado a cabo sobre la autora, y un mucho por no tener nada mejor que leer en un largo y complicado fin de semana, me he visto “obligado” a leerla, lo que me ha provocado contrapuestas consideraciones. Por un lado estoy de acuerdo con todos los que me alertaron sobre el gran problema que padecía, pues no cabe duda, ninguna, que a la autora se le va la mano con los personajes, y por otro, y de esto nadie me había advertido, me he encontrado con que, estructuralmente es la novela más ambiciosa, y con diferencia, de la novelista madrileña. Con “Inés y la alegría”, Almudena Grandes parece que deja atrás el tipo de novela en el que se había especializado, más cercana a la novela decimonónica que a la actual, que tan buenos resultados le había dado hasta el momento, para pasar a un tipo de literatura más arriesgada, al menos en lo referente a la metodología empleada para el desarrollo de la historia.
“Inés y la alegría”, y esto es conveniente tenerlo en cuenta, ante todo es una novela histórica, un género en el que la autora se estrena, que evidentemente le impone unas limitaciones, unas limitaciones que afronta con desigual resultado. Con esta novela intenta contar, y hacer recordar, la invasión que realizaron las tropas antifranquistas, asentadas en el sur de Francia, sobre el Valle de Arán allá por el lejano 1944, invasión, que pese a la importancia que tuvo, o que pudo llegar a tener, muy poco, por no decir nada, se sabe. Pero esa invasión existió, y en un momento crucial, cuando estaba a punto de finalizar la guerra europea, y cuando aún le faltaba bastante al régimen franquista para consolidarse, por lo que pudo provocar un cambio en la situación, un cambio radical en la historia reciente de España. Pero al parecer a nadie le interesó esa arriesgada apuesta, ni a los gobiernos aliados, ni a la dirección oficial del PCE, ni por supuesto al régimen franquista, por lo que el olvido, el ominoso olvido, se encargó de sepultar unos hechos, que tienen la virtud de avergonzar, por unas causas o por otras, a todos los que tuvieron algo que ver en los mismos. A todos, menos a los que participaron jugándose la vida en ellos, en aquella descabellada, o no tan descabellada misión, que con el tiempo comprendieron que habían sido traicionados por todos, en beneficio de unas estrategias a largo plazo, que sólo parecían comprender quienes la desarrollaron o intentaron neutralizarla desde la distancia.
En este aspecto, en el de recordar un hecho histórico desconocido por casi todos, y que de forma incomprensible se ha intentado ocultar, la novela resulta muy interesante, pues la autora utiliza correctamente los instrumentos que el género le proporciona, para amplificarlos y alumbrarlos como merecen, al tiempo que va dejando al descubierto las circunstancias entre las que hay que acomodar esos sucesos, y el papel que cada uno de los interesados en la partida trataron de jugar. En esto acierta la autora, vanagloriando a la novela histórica, a ese género literario tan maltratado y banalizado por sus propios autores, cuyo objetivo no puede ser otro, que desde lo literario, dar a conocer determinados hechos, pero fracasa, y creo que de forma estrepitosa, en lo referente al otro lado de la moneda, el de la vertiente literaria, ya que ha creado a personajes poco creíbles, sin aristas, sin apenas contradicciones vitales, que poco tienen que ver, lo que suspende directamente a la autora, con los seres humanos normales, con aquellos que han habitado siempre en nuestras calles y plazas. Almudena Grandes se equivoca, ya que idealiza a los de un bando y demoniza a los del otro, lo que una vez más demuestra lo perniciosa que es la ideología en todo lo referente a la novelística, que ante todo, y para eso se constituye, debe reflejar en la medida de lo posible la vida real, no la vida con la que sueñan sus autores.
Resulta evidente que nadie se puede substraer a su ideología, a su forma de ver y de entender el mundo, pero eso no significa, no puede significar nunca, y no hablo sólo en literatura, que se caiga en posicionamientos maniqueos de esos que tienen la facultad de simplificarlo todo. Se puede creer, se puede ser católico, comunista o incluso fascista, y comprender que ningún alma humana puede ser plana, que en cada persona, por el mero hecho de estar viva, debe existir una eterna contienda entre diferentes y variados posicionamientos, ya que lo contrario es huir de la evidencia para refugiarse en el eterno y estabilizador dos más dos, cuatro. La literatura, al menos la buena literatura, no se articula para mostrar a esos individuos irreales que creen y no dudan, que invariablemente saben, sean cuales sean las circunstancias, qué es lo que tienen que hacer, sino precisamente para todo lo contrario, para mostrar a aquellos otros, que después de grandes dificultades, consiguen hacer, si pueden, lo “que creen que deben hacer”. La literatura, y más concretamente la novela, tiene que ser como la vida, una ciencia inexacta, en la que nada puede ser demasiado evidente.
Almudena Grandes fracasa en la vertiente literaria de la novela, o al menos en parte, pues la estructura que crea es posiblemente lo más logrado de la obra, ya que partiendo de tres visiones, la de los dos protagonistas, y el de la propia autora, desarrolla toda la historia, en donde no faltan digresiones, ni datos históricos bien introducidos, indispensables para comprender lo que se cuenta, todo perfectamente enjaretado con un estilo adecuado. Pero el problema, el grave problema de la novela son los personajes, que al resultar tan perfectos dejan de ser creíbles, llegando incluso, sobre todo la protagonista, a resultar empalagosa.
De la literatura de Almudena Grandes, siempre me ha interesado la forma que tiene la autora de subrayar las contradicciones en las que viven instalados sus protagonistas, que precisamente es lo que he echado de menos en esta obra, en la que da la sensación, que los personajes, a medida que van creciendo, no son los que van generando la estructura y las diferentes secuencias de la novela, como posiblemente hasta ahora, en mayor o menor medida, ha venido ocurriendo en la obra de la autora, sino que, en esta ocasión, han tenido que ocupar y anegar unas estructuras ya edificadas con antelación y a las que tenían en todo momento que atenerse.
Por todo lo anterior, “Inés y la alegría”, como apunté en un principio, me ha dejado sensaciones contrapuestas, pues me ha servido, lo que no es poco, para conocer unos hechos que desconocía, pero por otro me ha defraudado literariamente, pues el “buenismo” que aplica la autora a la comunidad republicana, y el “malismo” a la franquista, en literatura sencillamente no es de recibo. No obstante, como también he dejado apuntado, hay que reconocer que la novelista “no jugaba en casa”, o lo que es lo mismo, que la novela histórica no es su registro, pese a lo cual, he observado una evolución literaria en ella, que con toda seguridad dará sus frutos en próximas obras. Antes de terminar, creo que es necesario decir, que sea cual sea el resultado, siempre hay que aplaudir, siempre, a los que se embarcan en proyectos que le obligan a dejar a un lado, aunque sólo sea por un tiempo, los registros que dominan, para aventurarse en otros en donde casi todo lo tienen que aprender.

Jueves, 15 de marzo 2012


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