LECTURAS
(elo.244)
TODO
FLUYE
Vasili
Grossman
Galaxia
Gutenberg, 1963
Por
razones difíciles de explicar, los crímenes y el terror provocado
en el proceso de consolidación del régimen soviético en los años
posteriores, y no tan posteriores a la revolución, se han
publicitado bastante menos, y no por falta de interés, que los
perpetrados por los nacionalsocialistas alemanes, de suerte que,
cando hoy se habla de los campos de concentración, automáticamente
se piensa, sólo, en los lugares en donde los nazis gasearon a los
judíos. Con toda seguridad, fue cuando apareció en las librerías
“Archipiélago Gulag” del escritor ruso Alexander Solzhenitsin,
cuando incluso dentro de la izquierda, se comenzó a hablar con
preocupación de lo que había ocurrido y de lo que al parecer seguía
ocurriendo en la denominada “patria del socialismo”. La
publicación de ese texto y determinadas actuaciones del ejército
soviético sobre algunos países que pertenecían a su zona de
influencia, en concreto en Hungría y en Checoslovaquia, rompieron,
al menos en parte, la unidad que en determinados sectores aún seguía
existiendo entre socialismo y libertad, lo que trajo como
consecuencia, incluso la reorientación estratégica de algunas de
las organizaciones comunistas de Europa Occidental.
Aunque
no haga falta decir que los resultados, o que los efectos fueron casi
idénticos, pues tanto en la Alemania hitleriana como en la Rusia
posrevolucionaria, los teóricos enemigos del régimen fueron
tratados de cualquier forma menos como seres humanos, es evidente que
las causas que ocasionaron aquél “horror” fueron radicalmente
diferentes tanto en un lugar como en otro. El terror ruso, el terror
soviético, a diferencia del que implantaron los nazis sobre
determinados colectivos, tenía su justificación, al menos para
aquellos que lo ejercieron, en el hecho de que había que constituir
un nuevo Estado, un Estado que obligatoriamente necesitaba apoyarse
sobre nuevos y radicales parámetros, lo que obligaba a realizar un
notable e ímprobo esfuerzo, pues a partir de ese momento, pensaban,
todo tenía que ser diferente. Pero como en muchas ocasiones se ha
dicho, la Rusia de la época no era Inglaterra, el país en donde
Marx pretendía que se llevara a cabo la primera revolución
proletaria, por lo que sus dirigentes, los revolucionarios rusos,
desde un principio, no tuvieron más remedio que improvisar sobre la
marcha todo lo que tenían que hacer, de hecho, con el tiempo, en
lugar de por la revolución, un concepto bastante vago y amplio en
donde solía caber todo, los esfuerzos se centraron en el interés
por la consolidación del Estado, que sí se presentaba con el
instrumento, adecuado y preciso, para llevar a cabo las actuaciones
necesarias, para que Rusia, definitivamente se convirtiera en “el
país que tenía que ser”. Fue precisamente en este hecho, en el
salto mortal que se lleva a cabo, el de pasar de la convicción de
que lo importante era la revolución, a que por el contrario lo
esencial era la consolidación del Estado, en donde se puede
encontrar las claves, que son las que Vasili Grossman desarrolla en
este texto, no sólo para comprender lo que ocurrió, sino para
entender las fuerzas que obligaron, en aquellos tiempos nada
apacibles, a que todo aconteciera de la forma en que ocurrió.
Después
de la muerte de Stalin, que fue sin duda alguna el gran constructor
del Estado soviético, fueron llegando poco a poco los presos que
estaban diseminados por el amplio territorio de ese enorme país,
muchos de los cuales, sin saber muy bien el motivo, se habían pasado
parte de sus vidas confinados en inhóspitos y lejanos campos de
internamiento. La muerte de Stalin había significado el fin de un
periodo de máxima tensión, por lo que el regreso de esos
individuos, que avejentados y desubicados buscaban su lugar en la
nueva sociedad que descubrían, representaba en principio la
esperanza de un nuevo tiempo. El protagonista de la novela llega a
Moscú después de veintinueve años de reclusión, comprendiendo
desde un primer momento que sobraba en aquella gran ciudad, por lo
que se traslada a Leningrado en donde al menos consigue un puesto de
trabajo. La dueña de la casa en donde alquila una habitación, le
cuenta todo lo que padeció en la explotación agraria en la que
trabajó, mientras que él le narra lo que había sufrido durante el
dilatado tiempo que había estado preso. Pero en ningún caso ese
diálogo, que es esencial en la narración es directo, pues ambos se
lanzan a largos monólogos, que curiosamente desembocan, a pesar de
haberse internado por caminos diferentes, en los mismos
interrogantes, ¿Por qué había sucedido lo que había sucedido?
¿Por qué, sin necesidad, habían tenido que sufrir tanto?
Pero
Vasili Grossman tiene una contestación a estas cuestiones, él sabe
perfectamente por qué ocurrió lo que ocurrió, y parece que espera
a que los protagonistas dejen sus preguntas sobre la mesa para poder,
él, enfrentarse a ellas, como si una extraña fuerza le impulsara a
no dejarlas sin contestar, lo que acaba por romper el equilibrio que
hasta ese momento había tenido la novela, lo que no significa en
ningún caso, como pudiera parecer, que la novela quede
desequilibrada, sino que en la última parte de la obra, la misma
cambia por completo, transformándose en un pequeño ensayo bastante
esclarecedor. Sí, da la sensación de que Grossman necesitaba ser
explícito, posiblemente porque su anterior novela, para él
definitiva, no conseguía obtener los permisos necesarios para ser
publicada; porque posiblemente necesitaba decir lo que pensaba, y lo
que pensaba, era lo suficientemente interesante como para alumbrar y
dar sentido a todo lo que sucedió en aquel extraño y enorme país,
que aún sigue en parte oculto por una extraña nblina que se resiste
a levantarse.
La
revolución la ganaron los bolcheviques porque fueron los más
inteligentes, pero también porque eran los que tenían mayor ansia
de poder. Eran los más dotados para la lucha política, y por ello
comprendieron muy pronto, que lo importante no era la Revolución,
sino consolidad la revolución, que evidentemente no era lo mismo.
Consolidar la revolución no era otra cosa que extirpar de la misma a
todos los elementos revolucionarios que aspiraban llevar la
Revolución más allá de la propia revolución. Para tal labor,
entendieron, que tenían que hacerse cargo del Estado, es decir de la
violencia legítima, para desde sus inexpugnables atalayas,
utilizando todos los mecanismos a su disposición, acabar con
cualquier tipo de disidencia. Pero esa revolución que fue tan
distinta a la Revolución, y que logra implantarse gracias a un coste
en vidas tan elevado, fue cualquier cosa menos libertaria, y se
basaba en la tradición rusa se subordinación al poder Los nuevos
detentadores del poder, tuvieron desde un principio muy claro que lo
importante eran los fines, por lo que los medios, aunque estos fueran
vidas humanas, carecían de interés. La libertad, el objetivo básico
de toda revolución, quedó secuestrada y utilizada sólo en los
discursos oficiales.
“Todo
fluye” es un texto interesante, creo incluso que demasiado avanzado
para la época en que se escribió, que aparte de sus indudables
virtudes literarias, ofrece al lector una serie de claves, muy
interesantes todas ellas, para entender los oscuros sucesos que se
produjeron después de la revolución de Octubre.
Jueves,
19 de abril de 2012
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