lunes, 11 de junio de 2012

Todo fluye

LECTURAS
(elo.244)

TODO FLUYE
Vasili Grossman
Galaxia Gutenberg, 1963

Por razones difíciles de explicar, los crímenes y el terror provocado en el proceso de consolidación del régimen soviético en los años posteriores, y no tan posteriores a la revolución, se han publicitado bastante menos, y no por falta de interés, que los perpetrados por los nacionalsocialistas alemanes, de suerte que, cando hoy se habla de los campos de concentración, automáticamente se piensa, sólo, en los lugares en donde los nazis gasearon a los judíos. Con toda seguridad, fue cuando apareció en las librerías “Archipiélago Gulag” del escritor ruso Alexander Solzhenitsin, cuando incluso dentro de la izquierda, se comenzó a hablar con preocupación de lo que había ocurrido y de lo que al parecer seguía ocurriendo en la denominada “patria del socialismo”. La publicación de ese texto y determinadas actuaciones del ejército soviético sobre algunos países que pertenecían a su zona de influencia, en concreto en Hungría y en Checoslovaquia, rompieron, al menos en parte, la unidad que en determinados sectores aún seguía existiendo entre socialismo y libertad, lo que trajo como consecuencia, incluso la reorientación estratégica de algunas de las organizaciones comunistas de Europa Occidental.
Aunque no haga falta decir que los resultados, o que los efectos fueron casi idénticos, pues tanto en la Alemania hitleriana como en la Rusia posrevolucionaria, los teóricos enemigos del régimen fueron tratados de cualquier forma menos como seres humanos, es evidente que las causas que ocasionaron aquél “horror” fueron radicalmente diferentes tanto en un lugar como en otro. El terror ruso, el terror soviético, a diferencia del que implantaron los nazis sobre determinados colectivos, tenía su justificación, al menos para aquellos que lo ejercieron, en el hecho de que había que constituir un nuevo Estado, un Estado que obligatoriamente necesitaba apoyarse sobre nuevos y radicales parámetros, lo que obligaba a realizar un notable e ímprobo esfuerzo, pues a partir de ese momento, pensaban, todo tenía que ser diferente. Pero como en muchas ocasiones se ha dicho, la Rusia de la época no era Inglaterra, el país en donde Marx pretendía que se llevara a cabo la primera revolución proletaria, por lo que sus dirigentes, los revolucionarios rusos, desde un principio, no tuvieron más remedio que improvisar sobre la marcha todo lo que tenían que hacer, de hecho, con el tiempo, en lugar de por la revolución, un concepto bastante vago y amplio en donde solía caber todo, los esfuerzos se centraron en el interés por la consolidación del Estado, que sí se presentaba con el instrumento, adecuado y preciso, para llevar a cabo las actuaciones necesarias, para que Rusia, definitivamente se convirtiera en “el país que tenía que ser”. Fue precisamente en este hecho, en el salto mortal que se lleva a cabo, el de pasar de la convicción de que lo importante era la revolución, a que por el contrario lo esencial era la consolidación del Estado, en donde se puede encontrar las claves, que son las que Vasili Grossman desarrolla en este texto, no sólo para comprender lo que ocurrió, sino para entender las fuerzas que obligaron, en aquellos tiempos nada apacibles, a que todo aconteciera de la forma en que ocurrió.
Después de la muerte de Stalin, que fue sin duda alguna el gran constructor del Estado soviético, fueron llegando poco a poco los presos que estaban diseminados por el amplio territorio de ese enorme país, muchos de los cuales, sin saber muy bien el motivo, se habían pasado parte de sus vidas confinados en inhóspitos y lejanos campos de internamiento. La muerte de Stalin había significado el fin de un periodo de máxima tensión, por lo que el regreso de esos individuos, que avejentados y desubicados buscaban su lugar en la nueva sociedad que descubrían, representaba en principio la esperanza de un nuevo tiempo. El protagonista de la novela llega a Moscú después de veintinueve años de reclusión, comprendiendo desde un primer momento que sobraba en aquella gran ciudad, por lo que se traslada a Leningrado en donde al menos consigue un puesto de trabajo. La dueña de la casa en donde alquila una habitación, le cuenta todo lo que padeció en la explotación agraria en la que trabajó, mientras que él le narra lo que había sufrido durante el dilatado tiempo que había estado preso. Pero en ningún caso ese diálogo, que es esencial en la narración es directo, pues ambos se lanzan a largos monólogos, que curiosamente desembocan, a pesar de haberse internado por caminos diferentes, en los mismos interrogantes, ¿Por qué había sucedido lo que había sucedido? ¿Por qué, sin necesidad, habían tenido que sufrir tanto?
Pero Vasili Grossman tiene una contestación a estas cuestiones, él sabe perfectamente por qué ocurrió lo que ocurrió, y parece que espera a que los protagonistas dejen sus preguntas sobre la mesa para poder, él, enfrentarse a ellas, como si una extraña fuerza le impulsara a no dejarlas sin contestar, lo que acaba por romper el equilibrio que hasta ese momento había tenido la novela, lo que no significa en ningún caso, como pudiera parecer, que la novela quede desequilibrada, sino que en la última parte de la obra, la misma cambia por completo, transformándose en un pequeño ensayo bastante esclarecedor. Sí, da la sensación de que Grossman necesitaba ser explícito, posiblemente porque su anterior novela, para él definitiva, no conseguía obtener los permisos necesarios para ser publicada; porque posiblemente necesitaba decir lo que pensaba, y lo que pensaba, era lo suficientemente interesante como para alumbrar y dar sentido a todo lo que sucedió en aquel extraño y enorme país, que aún sigue en parte oculto por una extraña nblina que se resiste a levantarse.
La revolución la ganaron los bolcheviques porque fueron los más inteligentes, pero también porque eran los que tenían mayor ansia de poder. Eran los más dotados para la lucha política, y por ello comprendieron muy pronto, que lo importante no era la Revolución, sino consolidad la revolución, que evidentemente no era lo mismo. Consolidar la revolución no era otra cosa que extirpar de la misma a todos los elementos revolucionarios que aspiraban llevar la Revolución más allá de la propia revolución. Para tal labor, entendieron, que tenían que hacerse cargo del Estado, es decir de la violencia legítima, para desde sus inexpugnables atalayas, utilizando todos los mecanismos a su disposición, acabar con cualquier tipo de disidencia. Pero esa revolución que fue tan distinta a la Revolución, y que logra implantarse gracias a un coste en vidas tan elevado, fue cualquier cosa menos libertaria, y se basaba en la tradición rusa se subordinación al poder Los nuevos detentadores del poder, tuvieron desde un principio muy claro que lo importante eran los fines, por lo que los medios, aunque estos fueran vidas humanas, carecían de interés. La libertad, el objetivo básico de toda revolución, quedó secuestrada y utilizada sólo en los discursos oficiales.
“Todo fluye” es un texto interesante, creo incluso que demasiado avanzado para la época en que se escribió, que aparte de sus indudables virtudes literarias, ofrece al lector una serie de claves, muy interesantes todas ellas, para entender los oscuros sucesos que se produjeron después de la revolución de Octubre.

Jueves, 19 de abril de 2012

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