viernes, 26 de septiembre de 2008

Cuando fuimos huérfanos


LECTURAS
(elo.134)

CUANDO FUIMOS HUÉRFANOS
Kazuo Ishiguro
Anagrama, 2.000

Comenté en algún lugar hace unas semanas que el destino existe, pero en ningún caso como una arbitraria imposición de los dioses tal como algunos aún quieren entenderlo, sino como el efecto o la consecuencia de la estructura mental que cada cual posee, que está constituida, no sólo por la acumulación de incontrolados factores genéticos, pues en ella también tiene una importancia radical las obsesiones y las insatisfacciones, los deseos y las aspiraciones que cada uno atesora. Sí, el destino existe, siendo la meta que cada cual, lo quiera o no, sabe que tiene que alcanzar, de suerte que, si ésta no se consigue, si el esfuerzo por alcanzarla no se lleva a cabo, uno puede llegar a sentir, que el verdadero sentido de su existencia ha quedado en suspenso. El destino, por tanto, son una serie de objetivos que cada uno tiene que conseguir, siendo tan vitalmente importantes los mismos, que si de forma consciente o inconsciente se dejan a un lado, la trayectoria que cada uno desarrolla queda sin justificar. Cumplir esa tarea que todos sabemos que tenemos la obligación de llevar a cabo, por tanto, es lo único que puede justificar nuestra existencia, a pesar de que uno se embarque en otras cuestiones teóricamente más importantes, pues todos sabemos en nuestro fuero interno, qué es lo verdaderamente esencial y qué lo accesorio. Enfrascarse en intentar afrontar dicha tarea, en contra de lo que en principio pudiera parecer, no siempre es el camino más fácil, pues en muchas ocasiones, el mero hecho de intentar materializarla, puede poner en peligro la estabilidad y la felicidad del que aspira a hacer realidad su cometido. De esto trata la novela de Ishiguro, de la necesidad de hacer los que hay que hacer, aunque ello suponga dejar de disfrutar los placeres de una vida plena.
“Cuando fuimos huérfanos” es ante todo una buena novela, una novela escrita por alguien, que conoce los fundamentos sobre los que debe edificarse la novela de calidad, y que desde los cuales, realiza una novela de entretenimiento, una especie de novela negra, en la que destaca la maestría del autor, para sin caer en una estructura narrativa plana, como sería de rigor, conseguir captar la atención del lector desde el primer momento. Es una novela, con la que podrán disfrutar todos los que hasta ella se acerquen, aunque creo, que Ishiguro, como la mayoría de los componentes de su generación, posiblemente al ser consciente de su poderío narrativo, caen en una trampa difícil de sortear, la de crear obras interesantes, que suelen conseguir un éxito apreciable, pero que se encuentran muy por debajo de su capacidad literaria. Es sorprendente la solvencia de Ishiguro, como la de Amis o Barnes, pero también resulta sorprendente, que un autor como él, se embarque en una novela como la presente, en una obra de trama, en donde los diferentes personajes, incluso el protagonista, quedan eclipsados, o mejor dicho difuminados por una historia que les supera. “Cuando fuimos huérfanos” es una novela popular de calidad, escrita por alguien que puede aspirar a mucho más, pues el tema de la obra, hubiera podido dar más de sí en el caso de que la historia que lo ampara hubiera sido otra, pero sobre todo, si la ambición del autor hubiera sido diferente.
Pero no quiero parecer contradictorio. Dije que se trata de una buena novela porque creo que su nivel es muy aceptable, teniendo páginas memorables, como cuando el protagonista, siendo aún un niño, se enfrenta a la desaparición de su padre mientras su pensamiento se centra en la traición que acababa de infringirle a su mejor amigo, pero sobre todo, porque la astucia del autor, consigue que la novela, pese a sus dimensiones, exija la dedicación plena del lector, al que obliga a leer y a leer sin descanso. Pero a pesar de lo anterior, que es mucho, hay que decir en contra de la novela, aparte de que es poco ambiciosa, pues sin dudas hubiera dado más de sí en el caso de que el autor se hubiera empeñado en ello, que el acartonamiento del personaje principal de la misma, del que el lector apenas llega a conocer nada cuando acaba la novela, salvo sus rasgos más relevantes, deja mucho que desear, pues en el fondo, y creo que esto si puede resultar grave, vista desde fuera, tiene grandes similitudes con esas mediocres películas norteamericanas, que se rodaron en la España de la posguerra, cuya acción se desarrollaba en Pekín, en donde las tropas de las diferentes potencias coloniales tenían que proteger a su población, al tiempo que hacer frente al imparable avance de las tropas invasoras japonesas. Y digo desde fuera, pues mientras que uno lee y lee, sumergido en una especie de hechizo, no se da cuenta de la falsedad de la historia, del acartonamiento de la misma, hecho que sin duda es causado por el poco cuidado que el autor presta a sus personajes, que carecen de algo fundamental, de vida, de vida propia, hecho que les aporta poca credibilidad a la obra. Pese a lo anterior, sigo pensando que es una buena novela, una buena novela para pasar un buen rato, pero que carece de la calidad necesaria para ser una novela de nivel superior, lo que no quiere decir que no sea recomendable, aunque sólo sea para aquellos que disfrutan con una literatura amena sin más pretenciones, pero siempre y cuando no sean demasiado exigentes.

Viernes, 19 de septiembre de 2.008

martes, 23 de septiembre de 2008

Sobre la nueva izquierda


ACERCAMIENTOS
(elo.133)

Sobre la nueva izquierda

Hablar de la izquierda o intentar reconstruir la izquierda como si nos encontráramos en los años sesenta o setenta, como muchos aún, desde cierta modernidad siguen haciendo, es ante todo un despropósito. Escribir en tribunas de cierto prestigio, que Izquierda Unida carece ya de recorrido y que es fundamental, para el bien de todos, recuperar y fortalecer al Partido Comunista, como si éste no hubiera tenido nada que ver en la actual situación de la coalición, es no haber entendido nada de la deriva que padece la izquierda española desde hace demasiados años. Estoy un poco cansado, o un mucho, de escribir y de hablar de lo mismo, de la necesidad de recuperar el pensamiento de izquierdas, pero también de escuchar mamarrachadas, sobre las que para colmo se desea reedificar esa nueva izquierda.
Lo último que he leído sobre el tema, es una propuesta de relanzamiento, que se basaría en la creación de un nuevo Frente Popular, sí como el del treinta y seis, en donde los diferentes partidos y organizaciones que aún se califiquen de izquierdas, trabajen contra el capitalismo realmente existente bajo la sombra de un mismo programa. Bien, pero esto se dice después de afirmar que Izquierda Unida ha muerto, que a estas alturas carece ya de sentido y que su fórmula ha caducado. Tengo que reconocer que a veces no comprendo nada, pues parece, que la memoria de algunos, hace agua sobre determinadas cuestiones pero se mantiene inalterable en otras. Izquierda Unida nació, y lo sé porque participé modesta pero activamente en su creación, precisamente como eso, como una coalición de partidos y organizaciones políticas, que bajo un mismo paraguas programático, presentara una propuesta netamente de izquierdas a la sociedad española, en donde incluso, se reconocía la figura de los denominados independientes, personas que sin estar afiliadas a ninguna organización o partido, desearan desde su independencia, trabajar en la medida de sus posibilidades en la organización. Posiblemente sea verdad que Izquierda Unida, veinte años después de su constitución se encuentre agotada y con poca vida por delante, pero creo que tal hecho se debe, no a que la idea sobre la que se articuló fuera errónea, no, sino a la utilización que muchos de sus componentes han hecho de la misma, y muy especialmente, a la instrumentalización que el grupo mayoritario, el Partido Comunista, ha llevado a cabo de forma sistemática, mirando en todo momento sólo por sus intereses. Los dirigentes del Partido Comunista, pues su fiel militancia siempre ha sido otra cosa, han visto a Izquierda Unida como una máscara detrás de la que poder esconderse, gracias a la cual poder salir airosos de la indudable crisis, en todos los sentidos, que atravesaba y sigue atravesando, intentando paralelamente con todos los recursos de los que disponía, de controlar de forma directa e incluso indirecta la organización. Sí, posiblemente, y esto cualquiera que haya vivido la dinámica interna de la misma lo podría afirmar, el Partido Comunista ha sido el gran culpable del fracaso tanto institucional como social de Izquierda Unida, ya que nunca, en el fondo, ha creído en su proyecto, esperando desde un principio que amainara el temporal que lo hipotecaba, para salir de nuevo, en solitario a la arena pública.
Pero a pesar de estas guerras internas por el control de la izquierda, en las que algunos ya se han profesionalizado e incluso doctorado, hay que reconocer, como bien se sabe, que no corren buenos tiempos para ella. No corren buenos tiempos, pero sin embargo nadie duda de su necesidad, de la importancia para el conjunto de la sociedad de que exista una izquierda cohesionada y bien articulada. La izquierda, y creo que éste es su grave problema, después de sus últimos y estrepitosos fracasos, se ha quedado desnuda, sin programas ni ideas que poner sobre la mesa, sin capacidad para ilusionar de nuevo a la sociedad, y sin argumentos para poder convencerse ni tan siquiera a sí misma. Sólo en el mejor de los casos, le quedan varios conceptos, como el de igualdad y el de democracia, que en todo caso se tendrían de nuevo que definir, que sin ningún género de dudas le siguen aún perteneciendo. Sí, pero desde tan reducido equipaje, si realmente se desea que siga existiendo, tendrá la izquierda que reconstruirse, y no como algunos desean, desde los antiguos discursos que a nadie en estos momentos difusos interesan. Seguir hablando de la clase trabajadora, de partidos fuertes y compactos que abanderen la causa común de los más desprotegidos, del sistema capitalista que hay que derribar sin analizar con anterioridad los soportes sobre los que se apoya, es seguir añorando una izquierda que fue y que no volverá, y no hacer nada por intentar refundarla. Como decía antes, es necesario buscar lo que aún no se ha volatilizado ni corrompido, para después de quitarle el polvo, comenzar a preparar, a partir de lo que quede, los discursos y las estrategias que sean necesario, pero no basándonos en los que nos gustaría que fueran las cosas, que siempre ha sido lo habitual, sino en la realidad misma, esa que nunca nos ha gustado ni interesado. Lo anterior significa que hay que ser modestos, y comprender en primer lugar, que la izquierda real siempre tendrá que ser minoritaria, pues sus postulados, nos gusten o no, son ante todo antinaturales, muy difíciles de aceptar, y mucho más de llevar a la práctica. Hablar de igualdad en un momento como el presente, en donde cada cual se siente singular, en donde tener más que el vecino de arriba es la única tarea que nos pone en movimiento, no resulta nada fácil. Tampoco lo es hablar de democracia, sobre todo cuando este concepto, o idea, por la que tanto se ha luchado, gracias sobre todo a los políticos profesionales que con nuestro voto nos representan, se ha convertido en la gran entelequia de nuestro tiempo. No obstante, la nueva izquierda, la izquierda del futuro, si algún día llega a materializarse, tendrá que sustentarse sobre estas dos ideas fuertes, que son las únicas, que con paciencia y trabajo, podrán poner a la izquierda en movimiento, y no sobre las que de vez en cuando, uno se ve obligado con cierta vergüenza a escuchar.

Viernes, 12 de septiembre de 2.008

domingo, 21 de septiembre de 2008

La buena letra



LECTURAS
(elo.132)

LA BUENA LETRA
Rafael Chirbes
Anagrama, 1.992


Sí, desde siempre hemos echado en falta el plano, el que nos hubiera facilitado llegar a ese lugar tan ansiado, en donde con seguridad, si no la felicidad, hubiéramos podido encontrar ese sosiego que tanto necesitamos, y por eso, al menos así de vez en cuando lo creemos, nos vemos dando vueltas y vueltas, sin comprender que ni avanzamos ni nos encontramos paralizados, y que nuestra existencia se reduce a eso, a tener que tropezar siempre, una y otra vez contra los mismos obstáculos. Pese a ello, por mero voluntarismo, o cabezonería, nos empeñamos en negar de forma constante aquello de que “somos andarines de órbitas”, como un día nos definió el neurótico de Juan Ramón. La cuestión posiblemente radique, en que ese mapa no existe, de que nunca ha existido, al ser sólo un invento de los idealistas, de ese ejército que en todo momento, con sus religiones y sus ideologías, han conseguido llenar nuestras existencias de fantasías y de consuelo, sí de mucho consuelo, al haber aceptado de ellos la droga dura y mágica que nos hace ver, como si de un espejismo se tratara, todo lo que podríamos haber sido, lo que sin dudas hubiéramos podido haber sido, si las circunstancias hubieran sido otras. Pero si el famoso mapa es sólo un invento de unos cuantos iluminados, y de la multitud de palmeros que en todo momento les han acompañado, de lo que no hay dudas, al menos yo no las tengo, es de la existencia del destino, pero no entendido éste como una imposición de los dioses, que tampoco nunca han existido, al ser también un invención de los de siempre, sino como el resultado de la estructura mental que cada uno de nosotros posee. Todos repetimos de forma constante nuestros esquemas, algunos para bien, avanzando, resolviendo problemas, mientras que otros para mal, atorándose, cayendo en negativos círculos viciosos que sólo consiguen envolverle en el sufrimiento y en la desesperación. Ni tan siquiera en esto somos iguales, mientras que algunos avanzan de forma sorprendente por la selva que les ha tocado en suerte, desenmarañando con su machete de punta afilada los problemas que se les presentan, los más, no tienen más remedio que buscar un claro en el bosque, e instalarse, en la mayoría de las ocasiones en el primero que encuentran, con la esperanza, con la pobre esperanza, de que ese sea el lugar adecuado para esperar, con paciencia y resignación, todo lo que con seguridad se le vendrá encima. Para nadie hay esperanza, para nadie, pero menos para estos últimos, que saben por experiencia, que a la tormenta de la que han salido mal parados, le sucederá otra y otra, hasta que por fin, todo acabe de forma definitiva cuando menos se espere. Contra la esperanza hay que escupir, a no ser, que se postule como el cobijo en donde hay que refugiarse para no pensar en el presente, en lo que nos ocurre, pero siempre y cuando, de que en todo momento se tenga consciencia de que sólo es eso, un lugar imaginario en donde poder resguardarse, en virtud del cual, poder dejar de observar por unos instantes tantos sufrimientos y tantas derrotas.
Chirbes, en esta deliciosa y meritoria narración, parece que nos habla de esto, de que quien ha nacido para sufrir, lo que tiene que hacer, porque todo es circular, es asumir tal hecho, y prepararse para el aguacero de la mejor forma posible, con la certeza, de que esa es desgraciadamente la vida que le ha tocado en suerte y no otra. Hacer lo contrario, es luchar contra los elementos, contra unos elementos que, siempre tendrán la virtud de superarlo en todo momento.
Una mujer le cuenta a su hijo ausente, y a sí misma su vida, apoyándose en la capacidad que posee la palabra para ordenarlo todo, dejando constancia, de que en ella, todo había sido una concatenación de sucesos negativos que en ningún momento le habían dejado margen para ser feliz, pues cuando creyó que se aclaraba tanto su presente como su futuro, en el momento en que su marido salió de la cárcel, otros acontecimientos, con rapidez, oscurecieron de nuevo su horizonte.
La metodología empleada para desarrollar la narración, evidentemente no es innovadora, pues recuerda a la literatura epistolar tan e boga en el pasado, pero resulta muy útil para exponer las ideas que el autor desea transmitir, aunque cae en la trampa de no profundizar en demasía en los diferentes personajes que rodean a la narradora, sobre todo en su cuñado, el personaje más interesante con diferencia de la historia, aunque, y esto es menos perdonable, tampoco la deja ver a ella por entero. En el lector, no obstante, queda una imagen bastante completa del cuadro que se desea mostrar, de suerte que ninguno de los diferentes elementos que lo integran, y hubieran podido hacerlo, consiguen eclipsar el conjunto de la narración, lo que sin duda es un éxito, pero estimo, que la obra hubiera tenido más calado, siendo por tanto más completa y compleja, si se hubiera profundizado más en los personajes. No quiero ni siquiera creer, por ejemplo, que la deriva del cuñado de la protagonista, la que provocó el derrumbe de su marido, y por extensión de su matrimonio, se debiera sólo a que éste estuviera enamorado de ella como en buena medida se deja entrever. Sin embargo, y pese a estos pequeños detalles, que en ningún momento pueden empañar el resultado final de la obra, tengo que subrayar que “La buena letra”, aunque en gran medida sea una novela menor, resulta una obra muy recomendable cuya realización no se encuentra al alcance de cualquiera.
Es la segunda novela que leo de Chirbes, y a pesar de que entre ambas apenas existen semejanzas, salvo que en las dos el tema central es la derrota, algo me ha quedado claro, el hecho incuestionable, de que el valenciano es uno de los pocos autores interesantes que pueblan el panorama literario, lo que me va a obligar, con mucho gusto por supuesto, a profundizar en su obra.

Martes, 9 de Septiembre de 2.008

viernes, 19 de septiembre de 2008

Más sobre la literatura de calidad y la popular


ACERCAMIENTOS
(elo.0131)

Más sobre la literatura de calidad y la popular

Las diferencias entre las denominadas literatura popular o de entretenimiento y la alta literatura no resultan fáciles de delimitar, al existir amplias zonas en donde ambas se solapan entre sí, estableciéndose entre ellas una interrelación fronteriza, que dificulta una visión minimamente objetiva de las mismas. Evidentemente en los extremos todo resulta más diáfano, ya que nadie después de leer, por ejemplo, a Bellow o Marías, calificaría a estos autores, por muy pocas lecturas que se tengan sobre las espaldas, como novelistas populares que sólo buscan el entretenimiento de sus lectores. Lo mismo ocurre pero en la otra vertiente, con escritores como Stephen King o Dan Brown.
Partiendo de la base indiscutible, al menos desde mi punto de vista, que toda buena novela, en primer lugar tiene que entretener al lector a la que va dirigida, resulta necesario buscar otro punto de referencia, que no sea el entretenimiento, para distinguir a una y a otra Se podría decir, por supuesto, que existe un entretenimiento banal y otro enriquecedor, pero en el fondo, si se piensa bien, tan enriquecedor puede resultar disfrutar con una novela banal debajo de una sombrilla, que con otra que para adentrarse en ella necesariamente haga falta un lápiz y un papel, ya que todo depende de las necesidades de cada lector.
Todo esto viene a colación por dos cuestiones, por la recomendación que he realizado de una novela, y por la lectura de una entrevista a John Grisham, uno de los grandes autores de best sellers del momento, que me ha resultado extremadamente esclarecedora. La novela en cuestión es “Una mujer difícil” de John Irving, de la que guardaba un buen recuerdo desde que la leí, y que sin pensarlo dos veces, se la aconsejé a una persona muy cercana, con la certeza, conociéndola, de que iba a disfrutar con ella, como así ha sido. La novela podría ser definida por algunos como un best seller, lo que se sostendría por dos hechos, por el gran número de copias vendidas de la misma, y por ser una novela accesible, de esas que se leen con una facilidad endiablada. Pero el problema es que también es algo más, lo que no significa que se trate de una novela de primera línea, al ser una narración de personajes complejos, lo que quiere decir reales, muy alejados del acartonamiento y de la unilateralidad de los que pueblan las páginas de los superventas. A donde quiero llegar, es que “Una mujer difícil” es una de esas obra, de las muchas, que con dignidad (no todas lo son) pueblan esa amplia zona fronteriza de la que hablé con antelación, que no pueden se definidas sin más como obras de evasión, pero que tampoco, para qué engañarnos, con lo que algunos denominan literatura de calidad, de esas que necesariamente hay que ir vestidos, mientras se lee, como si se estuviera en la oficina. Es el tipo de literatura que gusta a los que ven la lectura, no como una profesión, sino como una agradable y civilizada forma de pasar el tiempo, que es el concepto que de la literatura poseen la mayoría de los lectores; una novela bien realizada que potencia el gusto por la lectura, lo que es más que suficiente para poder catalogarla como interesante y recomendable. Pues bien, hablaba yo sobre el tema el otro día, y sólo me quedé en lo anterior, en la importancia de que se publiquen historias potentes y entretenidas, que tengan la virtud de enganchar al lector desde la primera página, sin necesidad de caer en las banalidades al uso, pero sabía que en el fondo no estaba dando en la tecla adecuada para establecer las diferencias entre la alta y la baja literatura. Esta mañana, de forma inesperada, me he encontrado con una entrevista esclarecedora, en donde uno de los más afamados autores de literatura de evasión, me lo ha dejado todo claro. El suplemento dominical que compro y que sólo de vez en cuando leo, ofrecía una entrevista a John Grisham, autor de entre otras afamadas novelas, en parte por haber sido llevadas con éxito a la gran pantalla, como “Informe pelícano” o “La tapadera”, en donde sin dudar en ningún momento, dejaba claro las diferencias, las para él abismales diferencias entre ambas literaturas. Entre otras cuestiones, decía que la mayor diferencia radicaba en la importancia que para el tipo de novela que él escribe tiene el argumento o trama, que tiene que ser contundente, y presentarse perfectamente estructurado, mientras que el otro tipo de literatura, presta mucha más atención a los personajes, es decir a la estructura mental de los mismos. Creo que el norteamericano acierta plenamente, pues la literatura de entretenimiento, ante todo, debe dejarle todo claro al lector, con la intención de que no se pierda, aportándole señales en cada recodo para que siga la ruta adecuada. Este tipo de obras, se presentan ante el autor como grandes autovía, o autopistas, que puede recorrerse a gran velocidad, sin que exista el temor de que el lector se extravíe en el trayecto que tiene que seguir, mientras que las otras, se presentan como un ramillete de caminos vecinales, que hacen posible precisamente lo contrario, pues mientras que las primeras siempre tienen presente la meta, el fin del viaje, las segundas ponen más interés en el paisaje por la que transcurren, en los recodos del camino, que en el lugar exacto en donde debe finalizar el itinerario.
Creo que lo anterior es suficiente para detectar y calificar ambos tipos de literatura, lo que no quiere decir, que quede claro, que toda literatura popular necesariamente tenga que ser mala, ni toda la teóricamente de calidad buena, pues afortunadamente hay de todo en la viña del señor.

Domingo, 31 de Agosto de 2.008

viernes, 12 de septiembre de 2008

Crematorio


LECTURAS
(elo.130)

CREMATORIO
Rafael Chirbes
Anagrama, 2.007

Hay veces, después de tanto insistir, que uno se topa con algo interesante, que pica un pez que logra sorprender por su tamaño, y eso, evidentemente no es por casualidad. Mantener la caña extendida significa, que hay que conformarse en la mayoría de las ocasiones con piezas que es mejor devolver al mar o tirar directamente a la basura, pero también, aunque sólo en raras ocasiones, alcanzar la alegría de lo inesperado. Ese es el gran premio que todo lector espera, que después de tener que soportar tanta banalidad, tanta aridez y vulgaridad revestida de bisutería barata que a algunos incluso llega a deslumbrar, sentir, comprobar que de pronto salta la liebre, precisamente en el momento, en que por aburrimiento uno se planteaba tirar los aparejos y dedicarse a cualquier otro tema. Esto es lo que me acaba de ocurrir, pues después de tanto hablar del bajo nivel de la literatura que se realiza en la actualidad, de con resignación aceptar que lo que hay es lo que hay, y de intentar, en la mayoría de las ocasiones, justificar lo injustificable, me he topado con una obra de altura, de esas cuyo nivel de exigencia en todo momento hay que aplaudir, independientemente al resultado final de la misma, que en esta ocasión, para colmo, es muy aceptable.
Hasta ahora no había leído nada de Chirbes, siendo uno de esos autores que estaban ahí, imaginaba que de segunda categoría, de los que se conforman con contar una historia de esas que no dejan nada en el alma del lector, como la mayoría de las que se editan en nuestros días. Estaba equivocado. Si el resto de la obra del valenciano se halla a la altura de esta novela que acabo de terminar, tengo que reconocer, que me he encontrado con uno de los autores españoles más interesantes, a la altura, sin ningún género de dudas, de aquéllos a los que más admiro. Se trata de una novela generacional, en donde una serie de personajes, todos ellos estrechamente relacionados en su juventud, en largos monólogos, hablan de su existencia, de su pasado y de su presente, a raíz de la muerte de uno de ellos. Creo que la gran virtud de esta obra, radica en que Chirbes demuestra que la linealidad en literatura, en la mayoría de las ocasiones resulta o puede resultar castrante, y que existen otros caminos, infinitamente más literarios, desde los que poder elaborar historias que no sólo se limiten a mostrar la vertiente más accesible (para la trama y para determinados lectores) de los personajes. No, Chirbes sabe, y lo demuestra en su forma de hacer literatura que nada es blanco o negro, que nadie es bueno o malo, y que cada cual es por lo que ha sido, pero sobre todo, que nadie es lo que ha querido ser, sino sólo lo que ha podido. La vida es demasiado difícil como para poder ser manejada con la maestría que determinados autores imponen a sus personajes, alejándolos de esa forma de la propia realidad, de la propia vida, lo que por extensión convierte a la literatura entendida de esta forma, en algo inservible para todo aquello que vaya más allá del mero entretenimiento. La grandeza de los personajes de Chirbes, al menos en esta novela, radica en que son reales, al poseer ese cúmulo de contradicciones que les aporta vitalidad y los hacen cercanos al lector, que se ve reflejado en casi todos ellos.
La vida, y este hecho no es fácil de aceptar, se desarrolla más por los cauces de los que hablaba Darwin que por los que postulaba Marx, ya que la existencia es una lucha constante, en donde sólo el más fuerte consigue alcanzar los objetivos siempre anhelados, mientras que los restantes, o aceptan de forma impotente dicha realidad, o vivirán su existencia desde el fracaso, como les ocurre a todos los personajes centrales de la novela, excepto en el caso de Rubén Bertomeu, que se alza sobre la realidad, dejando a un lado, para salir hacia delante, todos los prejuicios ideológicos que le ataban las manos. Resulta curioso que el único personaje que se salva en la novela, a pesar de ser políticamente incorrecto sea Rubén, que es un especulador inmobiliario, un individuo cercano a las mafias y uno de los que con su esfuerzo había conseguido cambiar la fisonomía, para mal, del litoral levantino, pero al parecer Chirbes, opta y apuesta más por la operatividad que por la ineptitud, más por los que siguen hacia delante que por aquellos que, se pasan la vida mirándose al ombligo. Por todo lo anterior, también es una novela sobre el fracaso de una generación que creyó poder tocar el cielo con sus manos, y que se estrelló contra la realidad, conduciendo a la mayoría de sus miembros, a un exquisito ensimismamiento que dejaba claro el fracaso de sus existencias. Se poseían ideales y se creía, que todo consistía en poner la vida al servicio de los mismos, sin tener en cuenta, que esos ideales en casi ningún momento contactaban con la realidad, que en nada se parecían a ella. Por ello, posiblemente el protagonista absoluto de la obra, Rubén Bertomeu, es el único, a pesar de sus controvertidas prácticas profesionales, que sale ileso de la misma, al tener claro, como dice en algún momento, que las ideas que impidan observar, o que oculten la realidad, no son ideas, son mentiras.
Para terminar, tengo que decir que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una novela, lo que me va a obligar a rastrear la obra anterior del autor, hecho que con toda seguridad, para qué negarlo, me resultará un placer. Es agradable comprobar, que aún siguen existiendo autores, que a pesar de los pesares, apuestan por hacer posible una literatura diferente, de calidad, y que no tengan miedo de las crueles y dictatoriales prácticas de los mercados.

Sábado, 23 de Agosto de 2.008

martes, 9 de septiembre de 2008

El niño con el pijama de rayas


LECTURAS
(elo.129)

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS
John Boyne
Salamandra, 2.006

La primera vez que escuché hablar de “El niño con el pijama de rayas” fue en un programa radiofónico, en donde Almudena Grandes y Juan Cruz, en un espacio en donde semanalmente comentaban un libro, no dejaron de elogiar ni por un momento la novela de Boyne. A las pocas semanas me sorprendió que la novela ya se hubiera encaramado en el primer puesto de todas las listas de libros más vendidos, lugar que aún, después del tiempo transcurrido no ha abandonado. A pesar de ser un éxito editorial indudable, en ningún momento he tenido la tentación de acercarme al texto en cuestión, un poco por prejuicio, pues reconozco que tengo ciertas reticencias hacia los superventas, y un mucho porque estoy bastante saturado de la temática que aborda la obra. No obstante, una vez que por casualidad el texto ha caído en mis manos, no he dudado en leerlo, pues siempre resulta interesante saber por dónde soplan los vientos, o lo que es lo mismo, por intentar comprender, en la medida de lo posible, los motivos que han convertido al libro del que hablo en un fenómeno editorial difícilmente repetible. Estas navidades, me llamó la atención, en la librería de unos Grandes Almacenes, que una mujer de edad avanzada, pasara por caja tres ejemplares de la novela, posiblemente, es una apreciación mía por supuesto, para regalárselos a cada uno de sus nietos, pues nunca había visto que alguien comprara el mismo regalo a tres personas diferentes, lo que me llevó a pensar, que “El niño con el pijama de rayas” tenía que ser un texto bastante simple, que más que una obra literaria tendría que ser un objeto de consumo. Pero no, hoy, cuando acabo de terminar de leer la novela, me he dado cuenta que una vez más estaba equivocado, pues la obra, a pesar de poder ser un regalo agradable, que lo es, tiene cualidades literarias innegables, y lo que resulta más interesante, que posee un objetivo concreto, algo que en la literatura que se publica en la actualidad no suele ser habitual. La novela de Boyne, ante todo, y esto creo que es fundamental decirlo cuanto antes, es un relato que trata de transmitir un contenido moral, fundamentalmente a los adolescentes, pues con toda seguridad, a éstos, es a quien va dirigida la obra. Trataré de ir por partes. Lo primero que llama la atención de la novela, es que es de una simplicidad extrema, lo que no es nada fácil, hecho que hace comprender al lector, que es una obra para jóvenes, singularidad en donde puede asentarse su excelente acogida. Pese a lo anterior, estoy convencido, que la gran mayoría de sus lectores han sido adultos, y más aún, que la mayor parte de los mismos no son lectores habituales, que han encontrado en la ingenuidad y en la simplicidad de la obra, el activo más importante de la misma, lo que gracias al boca a boca, que es única forma gracias a la cual se propaga de forma sostenible una obra literaria, ha logrado que en pocas estanterías, por muy desérticas que tradicionalmente estén, no se encuentre aún el librito de rayas.
Es una novela fácil de leer que se puede acabar en pocas horas, que contrasta con las últimas novelas de éxito, que casi todas se definían por su volumen oceánico, hecho que debería hacer reflexionar tanto a editores como a escritores. Un lector esporádico no puede permitirse el lujo de enfrentarse a un novelón de setecientas u ochocientas páginas, por la sencilla razón, de que con el ritmo de lectura que mantiene, nunca superior a una o dos horas diarias, la terminación de la obra en cuestión se dilataría durante meses. Es preferible, por tanto, vender muchos libros a un precio razonable, como es el caso del de Boyne (estoy convencido de que otra de de las razones de su éxito se encuentra en los trece euros que cuesta cada ejemplar), que vender unos pocos con un precio excesivo, de esos que en la mayoría de las ocasiones se abandonan sin terminar. Aparte de hacer rentables sus empresas, lo que sólo se puede conseguir vendiendo más y más libros, el objetivo de toda editorial que se precie, sobre todo en estos tiempos difíciles para la letra impresa, no puede ser otro que el de crear nuevos lectores, hazaña que se consigue, sacando al mercado obras accesibles e inteligentes, ya que ambos calificativos en ningún caso son contradictorios. Bien, “El niño con el pijama de rayas” es sobre todo eso, una obra accesible e inteligente, que aborda desde una perspectiva diferente el tan manoseado tema del Holocausto, pues en esta ocasión el lector se encuentra, para su sorpresa, con la visión de un niño, que desde fuera, pues es el hijo del responsable de un campo de concentración, trata de comprender lo que ocurre a su alrededor. Pero no sólo se queda en ello, lo que en un principio podría ser suficiente, sino que deja sobre la mesa, o mejor dicho sobre la consciencia de cada lector un mensaje contundente, aquel que afirma, que no se le debe hacer el mal a nadie, aunque sea por motivaciones ideológicas, si no se desea padecer ese mismo mal. Creo no obstante, que por encima de todo lo anterior, la gran virtud de la novela, es que aborda un hecho que todo el mundo parece conocer, sin haber profundizado realmente sobre él, lo que puede abrirle las puertas, no se puede olvidar que en principio está realizada para adolescentes que sólo poseen ideas vagas y estereotipadas sobre el tema, a que intenten, con posterioridad, ahondar para comprender las causas de lo que sucedió, lo que hay que reconocer que no es poco.
Por ello, pese a la idea que en principio tenía sobre la novela, no tengo más remedio que admitir, que se trata de una obra completamente recomendable para todos los públicos, un buen regalo para nuestros hijos, pero también, para todo aquel que disfruta o espera disfrutar de la literatura.

Miércoles, 13 de Agosto de 2.008