LECTURAS
(elo.120)
PREGÚNTALE A LA NOCHE
Eduardo Jordá
Fundación Lara, 2.007
Con bastante pesar, me siento en la obligación de decir nada más comenzar, para intentar dejarlo todo claro desde un principio, que desde hacía tiempo no leía una novela tan “flojita” como ésta, y eso, que la he leído con todo el interés y el cariño que me ha sido posible, ya que me hubiera gustado poder decirle al amigo Eduardo, como él desearía, que lo suyo indudablemente es la novela. Pero no ha podido ser, pues a pesar de las virtudes que posee, entre las que destaca la limpieza de su escritura, tiene problemas que la lastran en exceso hasta convertirla en una novela fallida, de esas que no dejan nada en el lector, sólo la amarga sensación de haber perdido el tiempo con ella, que es lo peor que puede ocurrir cuando se termina cualquier lectura.
Una novela, a pesar de que todos hablamos con demasiada ligereza sobre ellas, es algo difícil de componer, y no el que quiere, sino sólo el que puede, es capaz de presentar una obra medianamente decente ante los lectores. La novela es un arte que no se encuentra al alcance de cualquiera, pues requiere unas dotes y un oficio, que en muchas ocasiones ni los teóricos ni los críticos consiguen calibrar en su justa medida. Todo el mundo sabe, sobre todo los que están, o estamos (por los motivos que sean) en permanente contacto con ella, lo que tiene que tener una novela para que se convierta en una buena novela, pero una cosa es eso, es decir, pontificar sobre la literatura de calidad, y otra muy distinta ponerse a escribir, y que salga precisamente eso, una novela de calidad. Sí, todos sabemos las bases sobre las que tiene que asentarse una buena novela, pero también, la dificultad que entraña su realización, sobre todo cuando se comprende, que son muchas las variables que hay que conjugar de forma armónica, pues la novela es un gran todo en donde tienen que fundirse a la perfección, una serie de elementos que no siempre resultan compatibles.
Cada autor, o cada aspirante a serlo, posee sus propias prioridades, pero todos deben comprender, que lo fundamental es el equilibrio de la obra, pues una novela descompensada, en donde primen unos elementos sobre otros, ni tan siquiera puede aspirar a convertirse en una novela digna, que es como algunos califican, para no mancharse demasiado las manos, a las novelas mediocres.
Jordá, por supuesto, también tiene sus prioridades, entre las que destacan, el interés por el lenguaje, pues como buen poeta que es, estima que ninguna palabra debe hacer más ruido del preciso y que cada frase tiene ser depurada hasta el máximo, en busca de esa perfección tan difícil de conseguir. También está convencido de la importancia de la historia, pues afortunadamente es de los que saben, que sin una buena historia no hay novela, y por último, apuesta en todo momento por personajes complejos, prestando siempre especial atención, en que los suyos no aparezcan ante los lectores como seres simples y unidimensionales. Por todo lo anterior, la novela de Eduardo Jordá, se presentaba como un plato fuerte y atractivo, que todos deseábamos degustar a la primera oportunidad. Pero no, el voluntarismo, una vez más se ha estrellado contra la realidad, y su esperada novela se ha quedado en ese terreno que no le gusta a nadie, en donde se estacionan las esperanzas frustradas.
¿Pero qué ha fallado en la novela? Posiblemente, y en primer lugar, el hecho de que sea anodina, de que en ningún momento consiga, lo que es grave, muy grave, pellizcar al lector. Si para algo se lee, es para pasar un buen rato, y un buen rato se puede pasar tanto con una novela de Salgari como con una de Bellow, y ese es el primer objetivo que en todo momento debe tener presente cualquier autor, velar porque su público, sea cual sea, disfrute con lo que lee. “Pregúntale a la noche”, es ante todo una novela aburrida, de esas que se leen por obligación, de las que al carecer de atractivo se van dejando de lado, aunque ya se lleven cien páginas leídas. ¿Pero por qué ocurre esto? Sobre todo, y esto le tiene que doler al autor, debido a la concatenación de dos problemas, por la debilidad de la historia en sí, y por la utilización de un lenguaje excesivamente anodino, o digamos que demasiado anémico para desarrollar dicha trama. Es una historia débil, mal articulada y mal cerrada, que se sostiene sólo, por el interés del autor por intentar plasmar una de sus grandes obsesiones literarias, la de centrarse en las contradicciones de los personajes, en este caso, en la del misionero. Para colmo el lenguaje empleado es tan perfecto, que se precipita en lo insípido, lo que hace aburrida la lectura, pues el lector no puede disfrutar, ni tan siquiera, con una frase que se salga del contexto, que distorsione la regularidad de la partitura.
Creo que el marco dibujado por Jordá, los acontecimientos étnicos que enfrentaron en Burundi a hutus y tutsis, debería de haber dado más juego, pues quedarse sólo con las teóricas grandes contradicciones del padre Gevaert, contradicciones nada relevantes por otro lado, en las que todos hubiéramos caído con total naturalidad, no merecen ni desde luego pueden justificar la novela. Por lo anterior, y para terminar, estoy convencido, que el grave problema de esta obra, que sobrevuela sobre todos los demás, es que “Pregúntale a la noche”, no es una novela sentida, que provenga de la necesidad del autor de contar una determinada historia que le quemara en el alma, sino que surge como una obligación autoimpuesta, la de escribir una novela, sea ésta la que sea, hecho que ha convertido la obra en un mero ejercicio narrativo, en donde quedan al descubierto todos los demonios narrativos de Jordá, sin que éstos, en ningún momento consigan evaporarse.
De todas formas, espero que alguna de las dos obras que está escribiendo en estos momentos (parece que le ha cogido el gustillo), pueda liberarse de las ataduras que han posibilitado el naufragio a su primera novela, ya que si así ocurre, Eduardo Jordá estará en disposición de regalarnos en un futuro próximo, de productos narrativos más que interesantes. Mantengamos las esperanzas.
Jueves, 15 de mayo de 2008
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