LECTURAS
(elo.119)
ACCIÓN DE GRACIAS
Richard Ford
Anagrama, 2.006
Creo que fue el mismo Richard Ford, el que en cierta ocasión afirmó, hace ya bastante tiempo, que lo único que puede justificar la novela, es el hecho de tratar sobre lo inconmensurable, de todo aquello que no puede afrontarse de otra manera, es decir, de la vida. Por desgracia, pues en caso contrario todo sería mucho mas fácil, la vida no se puede encorsetar dentro de lo conceptual, pues siempre, esas vasijas artificiales con las que intentamos comprenderlo todo, resultan insuficientes para albergar su plenitud. La vida sólo se puede vivir o narrar, y la novela es el instrumento que mejor se adecua a ella, pues no juzga, sólo expone, para que el lector, con posterioridad, haga todo lo demás. Este hecho, a diferencia por ejemplo del ensayo que suele aportar todas las preguntas y todas las respuestas, convierte a la novela en un organismo abierto, que le brinda al lector, la posibilidad de participar en la propia obra, pues una buena novela, nunca puede finalizar en el momento en que se lee su última frase. La novela, la buena novela, le exige al lector que participe en ella, que se introduzca en su trama, pero también que analice lo que observa, lo que va encontrando en sus páginas, siendo ésta una de sus grandes virtudes, aunque hay que reconocer, que últimamente la novela dominante señala hacia otros derroteros. La novela de calidad, por tanto, no es aquella que sólo se limita a entretener, sino la que además de entretener, que es algo básico, intenta convertirse en instrumento de conocimiento, gracias al cual, el lector consigue comprender un poco mejor las posibilidades vitales del ser humano, pues como dijo alguien, toda vida es nuestra vida.
Dicen por ahí, cada vez con más fuerzas y en mejores tribunas, que el futuro de la novela pasa por abandonar las historias, las tramas, para concentrarse sólo en las estructuras, lo que significaría, aunque esto no lo dicen, que tendría que abandonar la vida, hecho que si se materializa, acabaría definitivamente con ella. Para dejar toda esta polémica atrás, en manos de esos teóricos que en el fondo carecen de la capacidad de poder narrar una buena historia, motivo por el cual nos introducen en esos berenjenales, sólo hay que recordar las novelas con las que hemos disfrutado, y buscar en ellas, que siempre se mantienen presente, los motivos por los que no podemos olvidarlas, para después, con un poco de maldad, contraponerlas, a esos extraños artilugios que llevan la etiqueta de la novela que llega, las que en principio, tendrían que salvar a la novela de su decadencia. Sí, creo que sólo bastaría con eso.
Desde hace algún tiempo, sobre todo desde que leí “El día de la independencia”, que fue donde por primera vez me topé con el bueno de Frank Bascombe, Richar Ford se encuentra entre mis escritores favoritos, y creo que no por casualidad, ya que su calidad literaria, siempre al servicio de las potentes historias que narra (y no al revés) se encuentra suficientemente contrastada.
Esperaba con impaciencia desde hace más de año y medio, la última entrega de Bascome, pues la editorial que publica sus obras, en esta ocasión se ha demorado más de la cuenta en presentar la traducción, lo que puede resultar lógico por otra parte, pues ésta novela, a pesar de todo, no creo que se convierta en un éxito de ventas. Es una novela para los lectores de Ford, y más concretamente para los seguidores de Bascome, que no es ni por asomo un héroe moderno, uno de esos que arrastran a las multitudes, sino alguien normal, que a lo único que aspira es a intentar sobrevivir con un mínimo de dignidad. Nuestro héroe cotidiano, al igual que todos nosotros, trata de gobernar su vida como mejor puede, intentando ser lo más racional posible, pero en esta entrega nada parece salirle bien, pues a pesar de que su mujer lo abandona y al hecho de que le habían diagnosticado un cáncer de próstata, adversidades que sobrelleva de forma aceptable, la vida se le subleva cuando creía tenerlo todo controlado. “El Periodo Permanente” en el que se encontraba, gracias al cual trataba de aceptarlo todo, admitiendo la realidad como le venía, se le escapó de las manos, para caer en lo que él denominaba “El Nivel Superior”, que consistía en intentar sobrevivir dejándose llevar por los vientos dominantes. Parece que Ford, nos quiere hacer comprender, que por muy analítico que se sea, resulta imposible poder controlar la realidad, pues ésta, cuando menos se espera, revienta sobre nuestro costado como si de una gran ola se tratara, y lo único que se puede hacer, es estar preparados para afrontar esos hipotéticos golpes, con la intención de poder encajarlos de la mejor forma posible.
Esta novela, como las anteriores de la serie Bascome, se asienta en un minimalismo casi absoluto, demostrando el autor, heredero directo de Carver, que todos los detalles tienen su importancia, desde el modelo y color del vehículo de un personaje secundario, hasta la pormenorizada descripción de la primera mujer de alguien que aparece sólo una vez en la obra. Esto da credibilidad a la novela, que aunque densa (las más de setecientas páginas sólo narran dos o tres días de la vida del protagonista), mantiene al lector ensimismado en la misma, pues la fuerza de lo cotidiano, cuando se enfoca de forma adecuada, suele sorprender casi siempre. Puede parecer una novela pesada, por las detalladas y minuciosas descripciones en que incurre el autor, aunque también, por el hecho de que apenas ocurre nada en la misma, lo que a estas alturas, puede resultar para el lector actual algo imperdonable, pero aunque no se encuentre a la altura de “El día de la independencia”, hay que reconocer, que es un texto completamente recomendable, al que si algo no le falta es calidad.
Miércoles, 7 de Mayo de 2.008
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