LECTURAS
(elo.331)
LA LEY DEL MENOR
Ian McEwan
Anagrama, 2014
De
forma no habitual, antes de sentarme a escribir este comentario sobre la última
novela de McEwan, he leído los anteriores que había realizado sobre otras obras
del autor británico, y me ha sorprendido que en todos subrayo lo mismo, la
enorme capacidad que posee para la narrativa, y que sus novelas, a pesar de la
enorme calidad que poseen, en el fondo no son más que obras de entretenimiento.
También me ha llamado la atención, que desde diferentes ángulos me haya llegado
el mismo elogio sobre “La ley del menor”, no que se tratara de una gran novela,
sino que se trate de “una novela que podía leerse de una sola sentada”.
Estoy
convencido que cada día hay que ser más exigentes con las novelas que se leen,
sobre todo con aquellas que vienen envueltas en papel celofán y con un rotulo impreso
que nos dice que se trata de una obra de calidad, pues en la mayoría de los
casos, éstas, no son más que obras manufacturadas, en algunos casos incluso
alimenticias, que el único activo que poseen, es la de llegar firmadas por un
autor de prestigio. Y digo sobre todo, porque son las que más daño hacen a la
literatura. Si esta novela no hubiera estado firmada por McEwan, seguro que no
hubiera llegado a tener tanta repercusión como ha tenido, y no estoy convencido
de que hubiera llegado a publicarse en un país como el nuestro, al poseer
escenas realmente incomprensibles, o lo que es lo mismo, al no ser una novela
redonda, y hoy en día casi todas las novelas que se publican, ya que el nivel
medio de los novelistas es muy alto, lo son. Sí, hoy casi todos los novelistas
son capaces, por muy principiantes que sean, de realizar y presentar
narraciones de un alto nivel técnico, aunque otra cuestión diferente sea que
consigan aportar algo, por lo que ya no basta con pedir, con exigir, que las
novelas que nos lleguen sean perfectas, sino que ofrezcan algo literariamente
de valor. Y esta novela, “La ley del menor”, como también le ocurrió a las anteriores
novelas del autor, no aporta absolutamente nada, por lo que es preciso
desalojar a McEwan del lugar de honor que desde hace demasiado tiempo ocupa en
el panorama literario europeo, a él, y a casi todos los componentes de su
generación, que a pesar de las enormes
expectativas que supieron despertar, desde hace tiempo se encuentran
embarrancados en un territorio que ya a casi nadie interesa.
La literatura de
calidad, la que vale la pena ser leída, es aquella que apoyándose en un tema
potente, desarrolla éste de la forma adecuada para sacarle todo el partido
posible, por lo que siempre tiene que ser atrevida, exigente, a veces incluso
extremista, y que más que en el público a la que va dirigida, tiene que pensar
en sí misma, en alcanzar las cotas que en principio se propuso con ella el
autor, lo que a la postre le garantizará los lectores que precisa, que seguro
que no será ese público conformista que acoge sin protestar todo lo que les
llega de esas editoriales que mantienen, de cara a la galería, un prestigio que hace mucho que perdieron.
Esta
novela habla de la ley, de la ley dirigida a los menores, la que tiene por
objetivo garantizar el bienestar de los más indefensos, exponiendo que la
legislación a pesar de estar perfectamente articulada y de estar capacitada
para afrontar correctamente todos los temas, cesa en el preciso momento en que
se dicta sentencia, dejando a los jóvenes indefensos, a partir de ese instante ante la realidad que los envuelve. Parece que
el autor nos quiere decir que después de las sentencias es preciso abrigar a
esos jóvenes, darles cobertura para que se encuentren seguros, pues sin este
apoyo, es posible que vuelvan a caer en los mismos errores de los que la propia
legislación logró sacarles. Para afrontar el tema, un tema en principio
potente, McEwan dibuja a una juez tan profundamente implicada en su labor que
había dejado descuidada su propia vida privada, vida que se le caía a pedazos, y
que a pesar de las súplicas de un joven, de un joven al que había ayudado con
una sentencia, se mantuvo convencida que su misión acabó en el mismo momento en
que se pronunció oficialmente sobre el caso.
Aunque
si bien hay que reconocer que el tema y la ambientación del mismo son
magníficos para desarrollar una novela, una novela incluso de altura, me da la
sensación que el autor no ha sabido sacarle todo el partido exigido,
posiblemente porque se ha limitado a colorear el esquema dibujado, limitándose
sólo a eso, lo que puede parecer poco para el potencial presentado. Es una
novela de esas que enseñan más de lo que muestran, una novela inteligente que
no quedará en el recuerdo de nadie, y no quedará porque el autor no se ha
atrevido a dar los pasos que la novela necesitaba y exigía, lo que a veces no
es de recibo.
“La
ley del menor” es una novela que en principio lo tiene todo, un buen tema, una
buena historia y un teórico buen narrador para que hubiera sido una gran
novela, pero ha fallado el narrador, que no ha sabido exprimir lo ideado de la
forma adecuada, de suerte que ni tan siquiera la lectura, en contra de lo que
se dice, resulta atractiva, y no lo es porque no seduce, porque carece de la
tensión necesaria al deslizarse, y esto es grave, hacia donde desde un
principio se esperaba.
Hay
un problema con los escritores consagrados, y es la necesidad que tienen de
regalarnos de vez en cuando nuevas creaciones suyas, sin calibrar si realmente
hacen falta nuevas obras que realmente no consigan superar a las anteriores, o
con otras palabras, con obras que no aportan, ni a ellos mismos, nada nuevo. El publicar por publicar no debería
estar entres sus obsesiones, pero sí seguir trabajando sin prisas, en alguna obra
que pudiera resultar significativa, en nuevas creaciones que consigan mejorar
las anteriores, para continuar en primera línea no por lo que escribieron hace
años, sino por lo que son capaces de conseguir con la obra en la que trabajan.
Sevilla,
viernes, 30 de noviembre de 2015
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