sábado, 13 de febrero de 2016

Un hombre enamorado

LECTURAS
(elo.329)

UN HOMBRE ENAMORADO
Karl Ove Knausgard
Anagrama, 2009

                        Acabo de terminar de leer “Un hombre enamorado”, la segunda novela de las seis que componen la serie elaborada por Knausgard bajo el título “Mi lucha”. Esta novela es diferente a la anterior, ya que por carecer, incluso carece de las dos grandes escenas que iluminaron y que incluso llegaron a justificar “La muerte del padre”, pero a pesar de no poder, en principio, anotar nada resaltable, nada que me haya llamado poderosamente la atención de ella, tengo que reconocer que me ha parecido también asombrosa, de suerte que hubiera seguido y seguido leyendo, pues la literatura de Knausgard ante todo es adictiva.
                        Ni que decir tiene que la literatura con la que disfruto es aquella que dice algo, que señala de forma inteligente hacia algún lugar, la que no me deja indiferente, es decir, la que tiene sustancia. Y precisamente por ello, porque aparentemente son todo lo contario, me extraña la conmoción que las novelas de Knausgard me están provocando. En “Un hombre enamorado” el autor noruego habla de su cotidianidad, de la cotidianidad en la que se ve sumido, y del dolor que le provoca no poder dedicarse a lo único que por encima de todo le hace feliz, que no es otra cosa que escribir, que encerrarse a escribir. No es que no ame a su mujer, ni que no quiera a sus hijos, no, lo que no puede soportar es tener que dedicar la mayor parte de las horas del día a las tareas domésticas. De este conflicto que padece el autor habla la novela, pues como la anterior, es una novela autobiográfica, en la que sin tapujos, Knausgard habla de lo que ha sido su vida, una vida sin importantes problemas, hasta cierto punto anodina, al menos hasta lo que de momento ha contado, que ni de lejos puede justificar su publicación, y lo que aún más llama la atención, el extraordinario éxito que están teniendo sus novelas.
                        Pero evidentemente nada es gratuito, Knausgard escribe bien, muy bien, de forma diáfana, con la inteligencia necesaria para conseguir estructurar a la perfección un relato que en ningún momento es lineal, dando la sensación, y esto siempre resulta atractivo, que lo que realmente hace es novelar su propio diario íntimo, a lo que hay que añadir, en beneficio de los más ilustrados, que de vez en cuando se deja caer con sus concepciones literarias, que son pocas, cierto, pero que dejan claro su forma de entender la literatura. Sí, porque en contra de lo que en principio pudiera parecer, el desarrollo de la narración no es nada simple, al estar repleta de digresiones, de suerte que se podría decir que la novela en sí es una gran digresión preñada de una multitud de digresiones, lo que en lugar de entorpecer la lectura, la hace aún más atractiva.
                        Knausgard tiene razón en que estamos saturados de ficciones, ficciones que a pesar del realismo en que se exponen, de la perfección formal en que nos llegan, en todo momento saben a falsas, a productos de la imaginación, por lo que estamos sedientos de relatos, ya sean literarios o cinematográficos, que emanen verdad, verdad y ya no sólo credibilidad. Para él lo inventado en la actualidad carece de valor, interesándose por los diarios y por los ensayos, por “la parte de la literatura que no es narración”, o al menos, y esto lo digo yo, que no sean sólo narración, “la que no trata de nada, sino que sólo consta de una voz, de la voz propia, de una personalidad, una vida, un rostro, una mirada con la que uno podría encontrarse”. Y aquí creo que posiblemente se encuentre el secreto de Knausgard, la clave de su éxito, en el hartazgo que sentimos, en el aburrimiento que padecemos ante tantas creaciones, todas o casi todas perfectamente elaboradas pero que sabemos, que sentimos que son falsas, que carecen de vida porque no son verdaderas, en ésto, y por supuesto en su calidad literaria.
                        El noruego nos habla de su vida partiendo del presente para transportarnos constantemente, y de forma magistral, al pasado. Nos habla de sus hijos, de su mujer, de sus amigos, de su familia, de la necesidad que siente por escribir, ya que escribir para él es su vida, su máxima aspiración, pues gracias a la escritura podía paralizar la fluidez de la existencia y a través de la palabra escrita conseguir analizarla y tratar de comprenderla. Ésta y no otra es el objetivo, la función de los diarios, la de hacernos comprender dónde nos encontramos y cómo somos, gracias al extraño y poco natural ejercicio de traducir en palabras lo que nos ha sucedido.
                        Pero lo curioso de Knausgard, lo que llama la atención de sus novelas, es la capacidad que posee para no aburrir con sus anodinas historias, la habilidad que posee, sí la habilidad que posee para que el lector se quede embelesado, y no tire a un rincón la novela que tiene entre las manos, cuando le cuenta cómo cambia los pañales a su hija, cuando va de compras al supermercado, o cuando discute con sus mujer por algo sin sentido. Aparte de su dominio narrativo, no cabe duda que parte se debe a la credibilidad que posee todo lo que escribe.
                        Es posible que parte, que gran parte de la crisis que en estos momentos padece la novela, se deba a la saturación que de ficciones padecemos, y no por la falta de calidad de las mismas, ficciones que nos llegan precisamente como ficciones, cuando lo que nos hace falta es encontrar en lo que leemos vida, algo real,  y no productos manufacturados que lo único que en el mejor de los casos nos dicen es lo bien elaborados que se presentan.


Viernes, 28 de agosto de 2015

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