LECTURAS
(elo.330)
LA ISLA DE LA
INFANCIA
Karl Ove
Knausgard
Anagrama, 2009
El
tercer volumen de las memorias de Knausgard, “La isla de la infancia”, es
probablemente el más flojo de los tres, pero tengo que reconocer que he leído
casi sus quinientas páginas con fruición, y eso a pesar, de que apenas me
interesaba lo que se desarrollaba en ellas, lo que a todas luces me ha
resultado sorprendente. Del primer volumen me quedo con las dos potentes
escenas que vertebraban el libro, y del segundo, sin duda, la estructura que el
autor impone, pero en este, si tengo que ser sincero, no tengo nada que
subrayar, salvo su forma narrativa, que obliga al lector a leer y a leer, y la
credibilidad que deje en todo lo que escribe el noruego. “La isla de la
infancia” narra los primeros años del autor, desde que era un bebé, hasta que
entra en el instituto, por lo que está repleta de escenas de su niñez, escenas
que son recordadas con todo lujo de detalles por Knausgard, sin que tal hecho,
por increíble que parezca, chirríe demasiado.
No
sé si tiene razón Knausgard cuando dice que “la niñez es un estado provisional,
chabolista” de la personalidad que se llegará a tener, pero de lo que estoy convencido,
por experiencia propia, es que en ella se ponen los cimientos que conformarán
lo que se llegará a ser, por lo que es fundamental para nuestro desarrollo. Es
el suelo fértil sobre el que creceremos, por lo que el estudio de la misma
llega un momento que en que resulta necesario para conocernos mejor. Pero
desarrollar un relato sistemático de nuestra infancia sólo se puede llevar a
cabo desde la literatura, desde la ficción, ya que lo que en el fondo queda de
la infancia, por muchos datos que de ella se posean, serán siempre escenas
fragmentarias, muy borrosas en casi todos los casos, y difícil de estructurar
de forma creíble. Es difícil hablar del niño que fuimos, del esquema mental que
definía a ese ser que durante un tiempo nos representó, aunque es posible, y
enriquecedor, dejar constancia de los condicionantes entre las que se
desarrolló esa persona tan alejada de nosotros, ese que fue nuestro primer antepasado.
No cabe duda que Knausgard recrea su infancia a partir de determinados
recuerdos, pero lo que hace sobre todo, es mostrar los obstáculos que lo
condicionaron, que fueron, como nos ocurre a todos, los que le han hecho ser lo
que es, y para el autor, el gran impedimento al que tuvo que enfrentarse fue la
omnímoda y temida presencia de su padre.
Para
ser sincero tengo que reconocer que en el fondo me da igual la historia
personal de Knausgard, por lo que no me he puesto a leer su libro para conocer
sus peripecias vitales, entre otras razones porque nada en él me llama la
atención, siendo mi único interés, al acercarme a sus textos, exclusivamente
literario. Y desde esta perspectiva no tengo más remedio que quitarme el
sombrero, ya que el noruego demuestra, con su narrativa, la enorme capacidad
que posee para conseguir con tan escasos mimbres, es decir sin una historia
potente que mostrar, que sus lectores no tengan más remedio que paladear con
satisfacción todo lo que encuentran en ellos. Este es el gran activo de la
literatura de Knausgard, su método narrativo, un método que sin fuegos
artificiales y sin estridencias de
ningún tipo, con un estilo de sorprendente sencillez, consigue con suavidad
atrapar a sus lectores casi desde el primer momento.
Decía
el autor en algún lugar, creo recordar que el “La muerte del padre”, que un
buen texto literario había en todo momento que observarlo como un todo, en
donde el peso de lo que se cuenta siempre tendría que quedar equilibrado con el
peso del cómo se cuenta, y creo que este equilibrio lo consigue Knausgard en
sus obras, ya que la intrascendencia de lo que narra, que en el fondo siempre
resulta anodino, en lugar de exponerse de forma gruesa, lo hace delicadamente,
sin levantar más polvo del que la historia exige. Y este hecho, aunque en
principio pueda resultar extraño, extraño pues es lo contrario de lo que se
suele hacer, puede que sea el secreto último de su éxito. Sí, porque
posiblemente estemos demasiados cansados de historias estridentes, que casi
siempre nos resultan excesivas y ajenas, contadas con un aparataje estructural
también fuera de lugar, existiendo cierto interés en volver a lo cercano, a lo cotidiano, a la monótona y pedestre realidad a la que
nos guste o no tenemos que enfrentarnos cada día. El exceso de ficción, del que
también habla Knausgard, nos ha creado ciertas defensas que nos hacen inmunes a
tantas historias extremas y disparatadas, lo que está obligando a muchos, a
darle la espalda a la novela mayoritaria que en estos momentos se publica.
Es
posible que la novela no pueda luchar con las mismas armas que las que utiliza
lo audiovisual, es posible que el cine y
las series televisivas ya le hayan ganado la batalla a la novela, pero si
definitivamente la ha perdido, como creo, se debe al empeño de la novela, de
los novelistas, de querer seguir combatiendo en un terreno en el que todo lo
tienen perdido. La novela, en contra de lo que tanto se repite no ha muerto, lo
único que tiene es que reubicarse, encontrar un terreno propio, que
posiblemente tenga que convertirla en un arte minoritario, aunque la buena
novela siempre ha sido minoritaria, en el que tenga que volver la mirada hacia
adentro, en lugar de prestar tanta atención a lo que ocurre en el exterior.
Knausgard
no es que sea un ejemplo a seguir, pero sí es alguien que ha comprendido la
crisis de la novela, de la novela de entretenimiento que copa todas las listas
de ventas, apostando por una nueva novela de análisis que a lo que aspira,
literariamente, es a comprender al ser humano y a dejar constancia de las dificultades que éste siempre
encuentra en su deambular.
Ni
que decir tiene que estoy deseando que se publiquen los nuevos volúmenes de sus
memorias.
Lunes, 12 de
octubre de 2015
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