sábado, 13 de febrero de 2016

La isla de la infancia

LECTURAS
(elo.330)

LA ISLA DE LA INFANCIA
Karl Ove Knausgard
Anagrama, 2009

                        El tercer volumen de las memorias de Knausgard, “La isla de la infancia”, es probablemente el más flojo de los tres, pero tengo que reconocer que he leído casi sus quinientas páginas con fruición, y eso a pesar, de que apenas me interesaba lo que se desarrollaba en ellas, lo que a todas luces me ha resultado sorprendente. Del primer volumen me quedo con las dos potentes escenas que vertebraban el libro, y del segundo, sin duda, la estructura que el autor impone, pero en este, si tengo que ser sincero, no tengo nada que subrayar, salvo su forma narrativa, que obliga al lector a leer y a leer, y la credibilidad que deje en todo lo que escribe el noruego. “La isla de la infancia” narra los primeros años del autor, desde que era un bebé, hasta que entra en el instituto, por lo que está repleta de escenas de su niñez, escenas que son recordadas con todo lujo de detalles por Knausgard, sin que tal hecho, por increíble que parezca, chirríe demasiado.
            No sé si tiene razón Knausgard cuando dice que “la niñez es un estado provisional, chabolista” de la personalidad que se llegará a tener, pero de lo que estoy convencido, por experiencia propia, es que en ella se ponen los cimientos que conformarán lo que se llegará a ser, por lo que es fundamental para nuestro desarrollo. Es el suelo fértil sobre el que creceremos, por lo que el estudio de la misma llega un momento que en que resulta necesario para conocernos mejor. Pero desarrollar un relato sistemático de nuestra infancia sólo se puede llevar a cabo desde la literatura, desde la ficción, ya que lo que en el fondo queda de la infancia, por muchos datos que de ella se posean, serán siempre escenas fragmentarias, muy borrosas en casi todos los casos, y difícil de estructurar de forma creíble. Es difícil hablar del niño que fuimos, del esquema mental que definía a ese ser que durante un tiempo nos representó, aunque es posible, y enriquecedor, dejar constancia de los condicionantes entre las que se desarrolló esa persona tan alejada de nosotros, ese que fue nuestro primer antepasado. No cabe duda que Knausgard recrea su infancia a partir de determinados recuerdos, pero lo que hace sobre todo, es mostrar los obstáculos que lo condicionaron, que fueron, como nos ocurre a todos, los que le han hecho ser lo que es, y para el autor, el gran impedimento al que tuvo que enfrentarse fue la omnímoda y temida presencia de su padre.
                        Para ser sincero tengo que reconocer que en el fondo me da igual la historia personal de Knausgard, por lo que no me he puesto a leer su libro para conocer sus peripecias vitales, entre otras razones porque nada en él me llama la atención, siendo mi único interés, al acercarme a sus textos, exclusivamente literario. Y desde esta perspectiva no tengo más remedio que quitarme el sombrero, ya que el noruego demuestra, con su narrativa, la enorme capacidad que posee para conseguir con tan escasos mimbres, es decir sin una historia potente que mostrar, que sus lectores no tengan más remedio que paladear con satisfacción todo lo que encuentran en ellos. Este es el gran activo de la literatura de Knausgard, su método narrativo, un método que sin fuegos artificiales y  sin estridencias de ningún tipo, con un estilo de sorprendente sencillez, consigue con suavidad atrapar a sus lectores casi desde el primer momento.
                        Decía el autor en algún lugar, creo recordar que el “La muerte del padre”, que un buen texto literario había en todo momento que observarlo como un todo, en donde el peso de lo que se cuenta siempre tendría que quedar equilibrado con el peso del cómo se cuenta, y creo que este equilibrio lo consigue Knausgard en sus obras, ya que la intrascendencia de lo que narra, que en el fondo siempre resulta anodino, en lugar de exponerse de forma gruesa, lo hace delicadamente, sin levantar más polvo del que la historia exige. Y este hecho, aunque en principio pueda resultar extraño, extraño pues es lo contrario de lo que se suele hacer, puede que sea el secreto último de su éxito. Sí, porque posiblemente estemos demasiados cansados de historias estridentes, que casi siempre nos resultan excesivas y ajenas, contadas con un aparataje estructural también fuera de lugar, existiendo cierto interés en volver a lo cercano, a lo cotidiano,  a la monótona y pedestre realidad a la que nos guste o no tenemos que enfrentarnos cada día. El exceso de ficción, del que también habla Knausgard, nos ha creado ciertas defensas que nos hacen inmunes a tantas historias extremas y disparatadas, lo que está obligando a muchos, a darle la espalda a la novela mayoritaria que en estos momentos se publica.
                        Es posible que la novela no pueda luchar con las mismas armas que las que utiliza lo audiovisual, es posible  que el cine y las series televisivas ya le hayan ganado la batalla a la novela, pero si definitivamente la ha perdido, como creo, se debe al empeño de la novela, de los novelistas, de querer seguir combatiendo en un terreno en el que todo lo tienen perdido. La novela, en contra de lo que tanto se repite no ha muerto, lo único que tiene es que reubicarse, encontrar un terreno propio, que posiblemente tenga que convertirla en un arte minoritario, aunque la buena novela siempre ha sido minoritaria, en el que tenga que volver la mirada hacia adentro, en lugar de prestar tanta atención a lo que ocurre en el exterior.
                        Knausgard no es que sea un ejemplo a seguir, pero sí es alguien que ha comprendido la crisis de la novela, de la novela de entretenimiento que copa todas las listas de ventas, apostando por una nueva novela de análisis que a lo que aspira, literariamente, es a comprender al ser humano y a dejar constancia  de las dificultades que éste siempre encuentra en su deambular.
                        Ni que decir tiene que estoy deseando que se publiquen los nuevos volúmenes de sus memorias.


Lunes, 12 de octubre de 2015

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