viernes, 23 de octubre de 2015

Lord Jim

LECTURAS
(elo.319)

LORD JIM
Josep Conrad
El Mundo, 1900

                        Después de haber leído “El corazón de las tinieblas”, novela que como comenté hace poco me estalló en las manos cuando volví a leerla, no he tenido más remedio que seguir abundando en Conrad, por lo que acabo de leer su siguiente novela, “Lord Jim”, que a pesar de ser menos “redonda”, me ha servido para certificar que el autor es uno de los grandes. Conrad no es de los autores que se limitan sólo a contar una historia, de esos que se conforman con manejar a sus personajes de forma magistral, no, pues aspira a dejar a sus lectores algo más, su forma de entender el mundo, y dejar constancia de los peligros que acechan a los que de forma adecuada desean deambular por él. Conrad era un hombre de su tiempo, alguien que estaba convencido, ya que eso para él cohesionaba y daba sentido a la humanidad, que había que obrar correctamente, cumplir con el deber que cada cual tenía impuesto, pero también era consciente de la dificultad de tal empeño, pues ni la justicia ni el mero voluntarismo resultaban esenciales, pues siempre había que contar con “el accidente, la azarosa Fortuna”. El obrar correctamente bajo unos códigos determinados era lo que hacía que alguien “fuera de los nuestros” o no, siendo esos códigos los que en última instancia jerarquizaban la sociedad, lo que hacía posible que en la constante lucha contra la contingencia, siempre se supiera el camino correcto que había que seguir. Para “los nuestros”, por tanto, el deber era no salirse del exigente camino marcado, mientras que la culpa, la siempre desestabilizadora culpa, era comprender que se había o que se estaba fracasado.
                        La cuestión del deber, la de obrar adecuadamente respetando las normas, es posiblemente el rasgo más característico de las sociedades protestantes del norte de Europa, lo que ha posibilitado el predominio de esas comunidades sobre las católicas meridionales, que siempre han mantenido una actitud mucho más laxa con respecto a la moral. Pero también, y esta es su contrapartida, ha sumido a sus miembros en una férrea cerrazón que en muchas ocasiones dificultaba su propia existencia, ya que la vida tenía necesariamente que adaptarse a unos parámetros impuestos, y no éstos a la propia existencia. En esta grieta, en la del fracaso que en determinadas ocasiones ocasionaba esa actitud ante la existencia, es en donde se asienta la literatura de Conrad, en la de los caídos en desgracia, como se observa en “El corazón de la tinieblas” y en Lord Jim”, en donde muestra su comprensión hacia los que no pudieron estar a la altura de lo que de ellos se exigía
                        En “Lord Jim” se cuenta la vida de un joven, y la cuenta precisamente Marlow el mismo que nos narró la historia de Kurtz, de un joven que proveniente de una familia religiosa, su padre era pastor de una parroquia de la profunda Inglaterra, que elige realizar la carrera de marino pero con tan mala fortuna, que en una de sus primeras singladuras comete un terrible error que lo hunde en la vergüenza y en la culpa, de suerte que su vida queda a la deriva sin fuerza siquiera para rehacer su existencia. Pero es el propio Marlow, que sabedor de su valía, el que le aporta una segunda oportunidad, convenciéndole para que se instalara en una lejana región, Patusan, en dónde el joven da muestra de su integridad y de su buen hacer hasta que comete un segundo error fatal, error que esta vez no duda en pagar ofreciendo su propia vida.
                        Para Conrad sólo aquellos que se enfrentan a la realidad, a la contradictoria y caótica realidad, pueden dejar constancia de su valía, pero también son ellos los que más fácilmente pueden errar, ya que es imposible controlar todas las variables que se pueden cruzar en su camino. Pero como ocurre en “Lord Jim”, para él el error es humano, y es preciso ofrecer al que yerra, al que se equivoca una segunda oportunidad, para que en el mejor de los casos pueda dejar constancia de que sigue siendo “uno de los nuestros”. Pero Conrad en ningún momento pone en cuestión la norma, el código ético por el que tienen que conducirse los mejores, ya que sin duda para él la norma es civilización, aquello que nos hace estar por encima de los acontecimientos, dejando constancia de que es preciso, sólo en algunos casos, ofrecer la posibilidad de que el caído pueda redimirse.
                        “Lord Jim” es una de esas novelas de peso, de gran solidez, de las que hay que leer sin prisas, masticando y digiriendo cada una de sus frases, ya que en éstas, en la construcción de las mismas, el lector puede encontrar el placer de la lectura, algo que cada día cuesta más trabajo poder degustar. Cuenta con tres partes claramente delimitadas, en la primera se narran los motivos que provocaron la caída en desgracia del protagonista, en la segunda cómo consigue rehacer su vida en la lejana Patusan, y en la tercera, lo que le indujo a ofrecer su vida al haber defraudado a los que confiaron en él. A pesar de que puede parecer una novela fácil, propia para lectores adolescentes, posiblemente por su temática, hay que reconocer que nada más lejos de la realidad, pues debajo de la historia, se encuentra y se plantea una problemática moral que difícilmente podrán captar, con la amplitud necesaria, aquellos que sólo busquen en ella una novela de mero entretenimiento.


Sábado, 18 de abril de 2015

Qué bonita estampa

LECTURAS
(elo.318)

QUÉ BONITA ESTAMPA
Dorothy Parker
Debolsillo, 1922

                        Frente a la literatura que se mira el ombligo, se encuentra la que trata de mirar más allá de sí misma con la intención de dejar constancia de algo y aportar al lector cierto valor añadido en lo que lee. Esta última forma de entender la literatura no tiene buena crítica por parte de los entendidos, en muchas ocasiones con razón, ya que sus autores suelen olvidar con demasiada frecuencia que están haciendo literatura y no simples panfletos de leer y tirar. Este es el grave problema de la literatura denominada comprometida, que presta escasa atención a las formas, despreciándolas incluso, y también, aunque ésta es otra cuestión, a que a veces se fija en cuestiones demasiado coyunturales. Por ello trato de darle la espalda a este tipo de narrativa, que para colmo suele pecar de  ampulosa y de resultar casi siempre excesivamente explícita, algo que en principio se contrapone a lo que debe ser la buena literatura.
                        Pero a veces la misma literatura me da sorpresas, y no siempre negativas, y pongo como ejemplo lo que me ha ocurrido con Dorothy Parker, autora a la que desconocía (cuando más se lee más se comprende lo que aún falta por leer) y de la que ciertamente esperaba poco. Ya desde su primer relato de la recopilación que ha caído en mis manos, precisamente éste que se titula “Qué bonita estampa”, comprendí que se trataba de una autora diferente, de una autora perteneciente a esa tradición crítica de la literatura norteamericana, que con sutileza, se dedica a hurgar en las costuras de la clase media de su país, y en donde sin muchas dificultades, encontraban todo lo que ésta trataba de ocultar, que no era otra cosa que la insatisfacción instalada de forma crónica, en unas existencias, que aunque se asentaban en el confort material, para muchos carecía de sentido.
                        Lo que llama la atención de Dorothy Parker, es la forma en que su delicada pero fácil pluma consigue deslizarse en la intrahistoria de cada uno de sus personajes, dibujando escenarios y situaciones que consiguen desnudarlos hasta mostrarlos tal y como se sentían en la intimidad, dejando una devastadora visión de la tan publicitada clase media norteamericana. Dorothy Parker, de esta forma, se convierte en una sutil activista, sutil pero de una radicalidad extrema, que consigue en sus relatos, poner patas arriba a un estilo de vida que para muchos era, y sigue siendo, el modelo a seguir.
                        En “Qué bonita estampa”, dibuja a una familia tipo, a un matrimonio que vive en una casa que está a punto de terminar de pagar, en donde el marido, a pesar de ser consciente de poseer todo lo que necesitaba, un trabajo pasable, una mujer fiel que al mismo tiempo era una madre entregada y a una hija pequeña que no le daba problemas, sólo encontraba satisfacción en una ensoñación que desde hacía tiempo lo dominaba, la de tener el suficiente valor para poder desaparecer algún día sin dejar rastro, como había leído u oído que alguien había hecho.
                        Como dije más arriba, el cuidado de las formas, o el escaso cuidado que de ella se tiene, es uno de los problemas que lastran a este tipo de literatura, pero no es el caso de la autora, pues a pesar del realismo de sus narraciones y de su linealidad expositiva, al no complicarse la vida con experimentos de ningún tipo, es un placer leer sus relatos, como ocurre con los mejores autores norteamericanos de la tradición a la que pertenece, en donde “el garbancerismo”, tan propio del realismo, brilla por su ausencia. Leer a Dorothy Parker es incluso estimulante, al comprenderse, que no siempre hacen falta realizar juegos malabares con las estructuras para presentar textos frescos e interesantes. El otro problema del que hablé es el de la cuestión temática, la de la excesiva coyunturalidad en la que muchos autores caen a la hora de elegir sus temas, lo que hace que los textos envejezcan y dejen de tener interés al poco tiempo de ser escritos. No, esto no ocurre con Dorothy Parker, que siempre rastrea y araña en lo imperecedero, en esas cuestiones que en todo momento nos acompañan, como en esta ocasión el de la insatisfacción de tener que vivir una vida sin sentido, en el que el único objetivo era aparentar que todo marchaba a la perfección. Una insatisfacción que se sustenta en el convencimiento de que no basta con tener todo lo que en principio se necesita, ni en vivir de forma ejemplar ante los demás, ya que a veces falta lo esencial, aquello que alimenta el alma.
                        A pesar de estar escrito cuando fue escrito, en los lejanos años veinte del siglo pasado, “Qué bonita estampa” es un relato actual que para colmo está bien ejecutado, de esos que demuestran, sin proponérselo, como quien no quiere la cosa, el poder y la fuerza que puede tener este género literario.
                        Una agradable sorpresa Dorothy Parker.

Viernes, 20 de marzo de 2015


Bajo el signo de la esvástica

LECTURAS
(elo.317)

BAJO EL SIGNO DE LA ESVÁSTICA
Manuel Chaves Nogales
Almuzara, 1933
           
                        Resulta curioso observar el interés, que de un tiempo a esta parte, existe por rescatar la figura de Chaves Nogales, tanto en su faceta literaria como en la periodística. Ese interés posiblemente pueda provenir del hecho de que era una figura atípica en el panorama intelectual de la época, al no encuadrarse en ninguna de las dos corrientes mayoritarias, ya que se definía como “un burgués liberal”, algo muy difícil de sostener en aquellos turbulentos tiempos. Chaves Nogales pertenecía al reducido grupo de republicanos liberales que trataron de llevar a buen puerto un régimen, que desde el primer momento fue embestido por todos los vientos imaginables, siendo uno de los máximos representantes, al menos desde que se le conoce, de la tan manoseada “tercera España”. La figura del periodista sevillano, hoy en día, cuenta con un enorme predicamento tanto entre la izquierda como en la derecha, siendo calificado por casi todos como una figura ecuánime, cuya honradez intelectual resulta imprescindible para comprender el panorama intelectual durante el régimen republicano, lo que el ofuscamiento partidario, el de unos y el de otros, siempre se ha empeñado en ocultar.
                        Desde que comenzaron a publicarse sus textos, he intentado leer todo o casi todo de lo que de él y sobre él ha ido cayendo en mis manos, llegando a la conclusión de que era  un aceptable escritor de relatos, al igual que un buen periodista, aunque ni  de lejos pueda considerarse como una figura emblemática ni de nuestras letra, ni tampoco de nuestro periodismo. Con diferencia, y digo con diferencia, es en la colección de relatos que se reúnen bajo el título de “A sangre y fuego”, en donde de forma más evidente se puede comprender la posición que ocupaba entre los dos bandos que colisionaron en nuestra guerra civil, relatos en los que refleja la barbarie en la que tanto unos, como los otros, llegaron a precipitarse. Como periodista, sin embargo tengo mis dudas, sobre todo después de haber leído “La agonía francesa” y “Bajo el signo de la esvástica”, en el que he observado la gran influencia que sobre el autor tuvo el pensamiento de Ortega y Gasset, en concreto su obra “La rebelión de las masas”, de suerte que sus observaciones parecen, en ambos texto, adaptarse fielmente a los postulados dictados por el pensador madrileño. Esto no es bueno ni malo, aunque le resta originalidad a su obra, al aparecer demasiado encorsetado a unos parámetros que evidentemente no eran los suyos.
                        En “Bajo el signo de la esvástica” trata el autor, con sus impresiones, “de que el pueblo español comprenda lo que está ocurriendo en Alemania y del peligro que Hitler representa”. Estas impresiones las lleva a cabo gracias a un viaje que como periodista realizó a aquél país con la intención de saber de primera mano lo que allí estaba sucediendo, en donde comprende que el alma, que el alma profunda alemana, debido a la necesidad que tenía de superar la situación de postración y de desorientación que desde hacía tiempo padecía, en buena medida debido a la derrota militar que había sufrido en La Gran Guerra, había encontrado un proyecto, unos ideales, los que le prestaba el nacionalsocialismo, con los que poder de nuevo tensionarse como pueblo, ideales que se basaban en salvaguardar al pueblo ario, un pueblo evidentemente superior según ellos, y por extensión a la civilización occidental. Para Chaves Nogales el pueblo alemán había encontrado en la disciplina militar, en la obediencia , en las proclamas y mandatos de sus nuevos líderes, pero sobre todo en los proyectos que éstos representaban, la oportunidad que tanto esperaban para poder de nuevo alzarse con objeto de demostrar su supremacía y de hacerse cargo del papel histórico que se le había encomendado. La idea clave que el periodista sevillano se trajo bajo el brazo de su viaje, no fue otra que Alemania se estaba preparando para la guerra, “que toda su política interior basculaba  sobre ese proyecto, y que por tanto, tratar de protegernos de ese empeño,  debería de ser el eje de nuestra política exterior”.
                        A pesar de las dificultades, España de la mano de la Segunda República había comenzado un proyecto democrático, proyecto que no estaba en sintonía con la oleada autoritaria que desde hacía algún tiempo estaba barriendo Europa. Chaves Nogales era consciente de ello y se preocupó de estudiar lo que ocurría fuera de nuestras fronteras, tanto en Rusia como en esta ocasión en Alemania. Sabía de la fuerza de seducción de esas dictaduras autoritarias, se disfrazaran de fascistas, bolcheviques o nacionalsocialistas, del poder de esos discursos que aspiraban “al encumbramiento de las medianías, la de los seres discretos con gabardinas” y del peligro que representaban esos movimientos para las democracias occidentales y en concreto para España.
                        Llama la atención ese interés por lo que ocurría más allá de nuestras fronteras, sobre todo, cuando los acontecimientos que estaban sucediendo en nuestro país, todos de gran importancia, invitaban a concentrarse en ellos, en prestarles toda la atención necesaria, pero estaba claro, y Chaves Nogales era consciente de  ello, que la vertiente autoritaria por la que se deslizaban determinados actores políticos de nuestro país bebía directamente de los discursos y de determinadas praxis que se desarrollaban en Europa, por lo que era necesario estudiarlas y darlas a conocer, ya que debajo de las cuales se escondía una forma de entender el contrato social muy alejada de las normativas democráticas por las que, a contracorriente,  había apostado España.
                        En este aspecto, el de interesarse por lo que ocurría fuera de nuestras fronteras para comprender mejor lo que aquí acontecía, hay que reconocerle a Chaves Nogales una inquietud intelectual que lo engrandece, siendo un ejemplo, mucho tiempo después, en unos momentos en que la profesión periodística se encuentra atravesando una profunda crisis, para todos aquellos, que encerrados en la dictadura de lo inmediato, practican esa actividad hoy por hoy tan  devaluada.

Lunes, 9 de marzo de 2015

                       


El impostor

LECTURAS
(elo.316)

EL IMPOSTOR
Javier Cercas
Random House, 2014

                        Me resulta difícil substraerme a nueva obra de Cercas, pero a pesar de ello he retardado la lectura de ésta, lo que en principio puede resultar inexplicable pues en todas las suyas siempre he encontrado la polémica servida. Tenía ganas, no lo voy a negar, de leer “El impostor”, pero al mismo tiempo temía leerla, aunque tengo que reconocer que he leído todas sus obras anteriores. La literatura de Cercas me resulta trabajosa, agotadora, no porque su narrativa sea compleja, no, en absoluto, sino por la forma que tiene de afrontar sus temas, por su narrativa circular, por sus apuestas, por el lugar en el que se sitúa ante lo que cuenta, por su cercanía, y también, por sus categóricas afirmaciones. Después de “Héroes de la frontera”, una novela teóricamente de ficción, en la que se recreaba en las aventuras y desventuras de uno de esos jóvenes delincuentes que tanto se publicitaron en el último tercio del siglo pasado, y cuyo protagonista a muchos nos hizo recordar al “Vaquilla”, y que posiblemente ha sido su peor obra, ya que en ella no aportó nada nuevo, no sabía por dónde podría salir Cercas, si por otra novela-novela, o si por el contrario iba a reaparecer por ese territorio que tan bien domina que podría denominarse como “metaliterario”, que es dónde sin duda ha dado sus mejores frutos. ¿Pero qué es la metaliteratura? La metaliteratura es un engendro, un extraño y repleto cajón de sastre en el que todo cabe, un engendro que sin duda también es literatura.
                        En esta ocasión, en “El impostor”, Javier Cercas afronta la compleja vida de Enric Marco, un extraño individuo que a sus ochenta y cuatro años fue desenmascarado, lo que provocó un enorme revuelo mediático, al descubrirse que a pesar de ser el Presidente de una de las asociaciones más activas de supervivientes del Holocausto, la “Amical de Mauthausen”, nunca había estado internado en ningún campo de concentración nazi por haber luchado en la resistencia.
                        La primera pregunta que hay que hacerse una vez terminado el texto, la primera y fundamental, es saber si el autor ha sabido aportar una imagen aceptable de tal personaje, a lo que hay que responder afirmativamente, pero la que aporta no es una imagen lineal del mismo, una imagen de cartón piedra que lo denigre o que lo absuelva definitivamente, sino que de él nos deja una imagen poliédrica, que es posible que sea la que mejor se adecue a ese poliédrico personaje. Lo fácil hubiera sido lo contrario, el pisotearlo o el elevarlo a los altares mediante una novela tradicional, pero el autor desde muy pronto comprende, lo que habla bien de él, a pesar de los prejuicios con  los que se acercó en un principio al personaje, que Enric Marco, que la vida de Enric Marco desbordaría los marcos de una narración novelada, por lo que apuesta por una metodología diferente, que es en la que él se encuentra más a gusto, en donde el ensayo, la biografía, la autobiografía y el periodismo le aportan los instrumentos que necesita para abordar a un personaje de tales características.
                        No cabe duda que Enric Marco, con su impostura, es el gran protagonista de la narración, pero el autor tropieza, en el intento que realiza con objeto de acercarse al personaje de la forma más adecuada posible, con una serie de cuestiones, gracias a las cuales la obra toma envergadura, como la del eterno tema de las relaciones entre la realidad y la ficción, el de la ética y el de la impostura, o el también sempiterno de los límites de la novela. Marco se convierte de esta forma, aunque el autor nunca lo pierda de vista, en una excusa para hablar y reflexionar sobre otras cuestiones, ya que Cercas, a la hora de embarcarse en el proyecto, de embarcarse definitivamente en el proyecto, lo hace con el único objetivo de entender, que no de justificar a Marco, y ante una actitud como esa, de forma inevitables surgen escollos, dudas y complicaciones que hace comprender que nada, que nada es tan simple como en un principio pudiera parecer.
                        Lo singular del texto es la forma en que el tema es tratado, en donde el autor es un protagonista activo de la narración, contando en primera persona las dudas y las complicaciones que iba encontrando para elaborar el trabajo que deseaba desarrollar. De suerte que el libro se compone de dos planos que se van exponiendo en capítulos alternos, en unos se cuenta el trabajo de investigación o de recopilación de datos que lleva a cabo el autor, y en los otros la propia historia de Marco, quedando la sensación, una vez terminada la lectura, que la imagen que se aporta de Enric Marco, si no completa, es la más completa de las posibles, ya que Cercas ha trabajado y se ha enfrentado a todas las múltiples aristas del personaje que ha encontrado, en donde Marco queda como un ser humano  complejo, muy complejo, como alguien que luchó por no quedar atrapado en la medianía ambiental imperante, aunque ello, en ningún caso, pudiera justificar su actitud.
                        “El impostor” es un texto curioso, interesante, posiblemente no acto para los que busquen sólo una novela al uso, pero muy recomendable para los que están interesados en las nuevas formas de entender la literatura que están surguiendo, aquellas que no se conforman con seguir contando historias como hasta ahora se han venido contado. La novela clásica está en crisis, en una crisis que es diferente a las anteriores, y en la que la literatura de  mero entretenimiento tiene los días contados, por lo que es  imprescindible apostar por unas formas de entender la literatura, más abiertas y más innovadoras, en las que, en todo caso, el lector tiene que ser tratado como un individuo inteligente al que se le tienen que aportar textos inteligentes. Éste de Cercas lo es.


Sábado, 7 de marzo de 2015