lunes, 9 de marzo de 2015

Como la sombra que se va

LECTURAS
(elo.311)

COMO LA SOMBRA QUE SE VA
Antonio Muñoz Molina
Seix Barral, 2014

                        Después del inesperado ensayo que nos regaló el año pasado, “Todo lo que era sólido”, que hablaba de la época que estamos atravesando y de las causas que han provocado la situación que padecemos, en el que no decía nada nuevo pero en el que ofrecía su mirada de novelista, no tenía ni la más remota idea sobre en qué estaba trabajando Antonio Muñoz Molina, por lo que me ha sorprendido la novela que acaba de publicar, “Como la sombra que se va”. Estaba convencido que tenía que publicar algo de importancia, pues hacía cinco años, cinco, que no sacaba ninguna obra significativa al mercado, pero no sabía con qué nos iba a sorprender, si con una nueva novela tras el relativo, para algunos, fracaso de “La noche de los tiempos”, o con alguno de esos trabajos suyos, a los que tan acostumbrado nos tiene, en los que se dedica a fijar y a reordenar su pasado, pasado que a pesar de no ser en absoluto interesante, curiosamente siempre ha representado el yacimiento en el que ha bebido la mejor literatura de Muñoz Molina. A pesar de que ese, su pasado, siempre o casi siempre se presentaba  aliñado con elementos de ficción, lo que quedaba era la coherencia de sus postulados y la solidez de  la prosa del autor, de un autor que viene de donde viene y que no se avergüenza de ello, cuya visión de la realidad, y de la literatura, está alejada de los fuegos artificiales y de los juegos malabares con los que otros se pasean exhibiendo con orgullo su literatura. Antonio Muñoz Molina, posiblemente por eso, siempre ha representado, o a mí me lo ha parecido, el menos literario de nuestros narradores, entendiendo por literario aquello que se esconde y que se apoya sobre el artificio, del juego de palabra y de la pose construida sólo para ser exhibida. No, porque la literatura del ubetense, si se exceptúa “El invierno en Lisboa” y “Bertenebro”, novelas demasiados cinematográficas, siempre se ha basado en la credibilidad que le proporcionaba el lugar que ocupaba, lugar sobre el que ha tratado de profundizar y también de analizar, haciendo precisamente lo contrario de lo que otros han hecho, escapar de ellos mismos para crear escenarios ajenos, más acorde a sus deseos,  sobre el que poder construir sus territorios literario. En este aspecto, Muñoz Molina más que un artista es un labrador de la narrativa, ya que su narrativa se presenta siempre trabajada y trabajada, en todo momento ajena a la improvisación y a la inspiración que imponen las musas.
                        La literatura de Muñoz Molina no es de trazo fácil, pues a pesar de su calidez y de su proximidad, es en momentos demasiado compleja, al menos en el marco de la novela dominante, lo que obliga a sus lectores, lo que a veces es de agradecer, a tener que desconectar el “piloto automático” con objeto de poder masticar sin prisas cada una de sus frases, convirtiendo su literatura, en el mejor sentido, en una literatura pesada, de peso, sólo apta para aquellos que desean, al menos de vez en cuando, embarcarse en singladuras en donde con seguridad encontrará mar de fondo, que son en las que se puede apreciar a los navegantes ciertamente capacitados, a aquellos que prefieren arriesgar buscando nuevos itinerarios, en lugar de aventurarse por los senderos pautados de siempre, en dónde sólo se puede hallar el placer, el precario placer, de llegar a puerto sin novedad.
                        Porque suele apostar fuerte, a veces demasiado fuerte, sus seguidores no sabemos qué nos vamos a encontrar cuando comenzamos una nueva novela suya, aunque sí que no nos vamos a encontrar, por ejemplo con un nuevo “Plenilunio”, su novela más redonda, posiblemente porque el autor lleva demasiado tiempo huyendo, o tratando de huir de ese tipo de novelas tan cerradas y teóricamente perfectas, de la novela-novela, para adentrarse en otros territorios en donde pueda interrogar e interrogarse, en una literatura abierta en la que siempre queda a la intemperie.     
                        Pero claro, esto de estar siempre en movimiento tiene sus inconvenientes, y no me refiero a no poder contar con un público fiel, ese que siempre quiere más de lo mismo y que suele ofuscarse cuando encuentra algo que no esperaba, sino al hecho de que no en todas las ocasiones se consigue atinar con lo que se desea presentar, como bien le ha podido ocurrir en esta ocasión. “Como la sombra que se va” es una novela extraña, que en principio trata de narrar los días, los diez días que pasó el asesino de Martin Luther King en Lisboa  tratando de conseguir un visado que le permitiera trasladarse a Angola, un tema a estas alturas poco interesante, al que para colmo no creo que el autor le haya sacado el jugo adecuado, pero que se complementa por un lado con el recuerdo de su primera visita a Lisboa, cuando desde Granada se traslada a esa ciudad con la esperanza de encontrar “los decorados” con los que poder ambientar “El invierno en Lisboa”, y con la que realizó años después, con objeto de visitar a su hijo que se había instalado en la capital portuguesa.      
                        Tengo que reconocer que la primera de las tramas, aunque está escrita con el oficio que el autor sabe imprimir en todo lo que escribe, no me ha interesado en absoluto, y de las restantes, al adentrarse en territorios demasiado personales, tan personales que por pudor ha debido obviar, tan sólo me han llamado la atención las páginas que me han servido para certificar lo que ya intuía  de su evolución literaria, lo que es poco, poco para un novelista de su calibre. Me ha dado la impresión, que ha buscado con desesperación un tema y que no lo ha encontrado, un tema de peso, y que la urgencia por publicar le ha obligado a agarrarse al primero que ha podido hallar, lo que si es así no es de recibo. Es una obra, como dije más  arriba, extraña, asimétrica, que no consigue aportar nada nuevo a su evolución como novelista, un paso atrás sin sentido, pues estoy convencido que esta novela no ha debido de publicase, y lo digo desde el convencimiento de que Antonio Muñoz Molina es con seguridad uno  de los dos o tres mejores narradores con los que cuenta, hoy por hoy, la literatura en español.

Jueves, 11 de diciembre de 2014


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