viernes, 13 de marzo de 2015

Mashenka

LECTURAS
(elo.312)

MASHENKA
Vladimir Nabokov
Anagrama, 1926

                        Tengo que reconocer, lo que al parecer es un grave pecado, que he frecuentado poco la obra de Nabokov, que según todos es uno de los grandes de la literatura del siglo XX, lo que sin duda se debe a que lo que había leído de  él, en su momento, apenas consiguió a llamarme la atención. No obstante creo que ha llegado el momento de acercarme a su obra, ante todo por interés, por saber qué me he perdido hasta ahora, y lo hago desde el desconocimiento casi absoluto, sin prejuicios previos, con la esperanza de encontrar en lo que lea el placer que siempre debe iluminar toda obra literaria de calidad. Por ello, creí que lo más acertado era  comenzar por su primera novela, “Mashenka”, al estar convencido que en la primera obra siempre se pone todo lo que se tiene, y en la que por norma general suelen encontrarse, aunque de forma larvada, todas las variables que con el tiempo el autor desarrollará.
                        “Mashenka” es una obra diáfana, publicada en Berlín en 1926 cuando Nabokov tenía sólo veintisiete años, en la que me ha sorprendido su calidad literaria y el hecho, pues creía que no era amigo de ellas, de ser una novela marcadamente alegórica.
                        Por aquella época, según he leído en una breve reseña biográfica, el novelista se encontraba asentado en la capital alemana viviendo en los círculos de exiliados rusos, en donde escribía para los periódicos que éstos editaban, y en donde creo, en donde imagino, que la cerrazón tenía que ser absoluta, y en donde Rusia, la patria de la que habían tenido que huir, tenía que representar una idea obsesiva. De este contexto parte la novela, del ambiente opresivo en el vivía el autor, y de la necesidad que tenía de salir de él, o al menos eso es lo que se refleja en la novela, en donde dibuja un ámbito cerrado, la pensión en la que vivían, en la que un grupo de rusos se encontraban atorados a la espera  de que por algún albur del destino su situación cambiase de forma radical. Así tenía que observar la situación del exilio ruso el joven Nabokov, y así lo dibujó magistralmente en la novela, dejando claro que aunque todo influía para seguir pensando y soñando en lo perdido, en lo que habían dejado atrás, la única salida posible era la de escapar de ese círculo infernal, y destructivo, hacia una nueva vida en donde todo estaría por hacer.
                        Lo que más me ha interesado de la novela son las ensoñaciones del protagonista, la forma en que el autor hace que el protagonista recuerde la relación amorosa que tiempo atrás, cuando todo era diferente, mantuvo con Mashenka, recuerdos que hablan de una Rusia idílica, en donde todo se encontraba en orden, y en donde la felicidad era posible. Estas rememoraciones del protagonista se producen sin violentar la trama, de forma natural, desapareciendo  de la misma forma que llegaron. Mientras se leen, uno comprende que Mashenka era o representaba a Rusia, la Rusia que esos exiliados se habían llevado consigo, una Rusia ideal que jamás volverían a disfrutar.
                        A pesar de que no quiero caer en la trampa de pensar que el protagonista de la novela representa al propio Nabokov, pues sería demasiado fácil, no puedo evitar recordar que las obras noveles casi siempre están trufadas de multitud de elementos autobiográficos, por lo que con toda seguridad, Ganin, tenía que representar algunas, o muchas de las obsesiones que embargaban al Nabokov de la época, al menos la de alguien que echaba de menos a su país, o las experiencias que tuvo en su Rusia añorada, pero también, la necesidad de superar esa añoranza paralizante  que mantenía atorado a casi todos sus compatriotas que como él vivían en el exilio. En este sentido, “Mashenka”, independientemente a su valor literario, puede representar un documento interesante para conocer a alguien, al propio autor, deseoso de romper con los moldes, esos moldes que le quedaban pequeños, que lo mantenían aprisionado y que le impedían aventurarse por parajes más abiertos.
                        Otras de las  cuestiones que me han llamado la atención, es el dominio literario que demuestra el autor, algo sorprendente si se tiene en cuenta que se trata de su primera novela, ya que no he encontrado ningún impedimento u obstáculo en la lectura, de suerte que la misma puede leerse con una facilidad asombrosa, resolviendo los problemas que sin duda se le plantearon con una economía de medios que hay que anotar en su haber, lo que demuestra la capacidad que ya poseía el joven Nabokov en el momento en que afronta la novela.          
            Es curioso como algunos autores, desde sus primeras obras, demuestran tanta facilidad en lo que escriben que no tenga más remedio que quitarme el sombrero imaginario que siempre llevo conmigo para tales ocasiones, pues consiguen solventar los problemas que toda novela plantea, en lo estilístico, en lo estructural, de la única forma que al parecer puede ser posible, sin aspavientos, sin que nada chirríe, como si eso fuera lo más natural. Cada día estoy más convencido que la simplicidad, que nunca hay que confundir con la banalidad, está sólo al  alcance de los grandes maestros, de esos que desde muy temprano, como en el caso de Nabokov, demuestran sus dotes.

Lunes, 12 de diciembre de 2014
                       

                        

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