LECTURAS
(elo.298)
LA HIJA DEL
SEPULTURERO
Joyce Carol
Oates
Alfaguara, 2007
Hay
novelas que a pesar de contar con una buena historia, y de estar contadas bien,
llegan a aburrir, debido fundamentalmente a que sólo aportan eso, una buena
historia, lo que a estas alturas, cuando ya se han contado todas las historias,
en literatura no es suficiente. Esto es lo que me ha ocurrido, a pesar del
interés que tenía en leerla, con “La hija del sepulturero”, la magnífica novela
de Carol Oates, que me ha parecido, después de aceptar la altura literaria que
posee, hasta cierto punto soporífera, lo que sólo puedo achacar, a diferencia
de lo que me ocurrió con “Hermana mía, mi amor”, al hecho de que la mirada de
la autora sobre el tema, no ha sido la más adecuada, o lo que es lo mismo, que
la estructura empleada la hace demasiado pesada. El estilo y la estructura que
se elija para narrar una historia, debe servir, además de para sacarle todo el jugo
posible a la historia, para provocar al lector, para exigirle que con
entusiasmo, avance con los ojos bien abiertos, en la lectura en la que se
encomienda, animándole a que pase, con agrado, el mayor número de horas
consecutivas ante la novela. Sí, con agrado y con interés, y no sólo para
conocer lo que va a ocurrir con los protagonistas, al no ser imprescindible que todas las
variables que surjan de la misma queden atadas y bien atadas, de suerte, que a
veces es recomendable, como suele ocurrir en la vida misma, que algunas de
ellas queden en el aire.
“La
hija del sepulturero”, al igual que la novela posterior de la autora, comienza
con una frase demoledora, frase que se convierte en la espina dorsal de la narración, “en la vida animal a los
débiles se les elimina pronto”, y que la protagonista, después de analizar la
actitud que había mantenido en la primera parte de su existencia, interioriza
con fuerza para hacer frente a la vida que realmente deseaba vivir, en la que
tenía, sobre todo, que velar por su
hijo, para que éste pudiera disfrutar de una existencia radicalmente diferente
a la que ella tuvo que soportar, lo que la obligó a reunir la fuerza suficiente
no sólo para no dejarse arrastrar por los acontecimientos, sino para controlar
todo lo que le sucedía en aras de poder cumplir con ese objetivo.
La
historia que se narra está dividida en tres partes, las tres desarrolladas de
forma irreprochables y en donde Carol Oates deja de nuevo de manifiesto su
capacidad para dejar al descubierto el alma de sus personajes, tarea en la que
demuestra su maestría. En la primera de ellas da cuenta de la vida de la protagonista, una mujer
sumisa y temerosa, en la segunda, cómo esa misma mujer, sobreponiéndose a los
golpes recibidos, hace todo lo posible, con inteligencia, para asegurar el
futuro de su hijo, mientras que en la tercera, en una inesperada relación
epistolar, y cuando ya había cumplido la misión que se había impuesto, indaga
sobre su pasado, en donde queda de manifiesto que sus padres, “a los que le
habían comido las ratas las entrañas”, eran inmigrantes judíos que habían
llegado a Estados Unidos con la intención de escapar del terror nazi.
Posiblemente
resulte absurdo decir que la novela me ha defraudado, que me ha parecido
demasiado larga y a veces tediosa, pues objetivamente no tengo más remedio que
reconocer, que es una obra de excelente calidad, que cuenta con una historia
potente, tal como me gusta, y que está escrita de forma magistral, pero las
expectativas que tenía sobre ella, que se apoyaban en la impresión que me
produjo “Hermana mía, mi amor”, y en lo mucho y bien que me habían hablado de
la misma, me obligan a decir, que es una novela que me ha dejado poco menos que
indiferente. Es posible que en la misma,
en esta novela en concreto, se puedan encontrar los grandes defectos de la
novela norteamericana de calidad, una literatura que rinde un tributo demasiado
alto al realismo, que se traduce en resultar en muchas ocasiones prosaica y en
la que al menos estructuralmente, es posible que para salvaguardar su
accesibilidad, arriesga demasiado poco. A veces tengo la sensación, de que
algunos de esos autores a los que tanto admiro trabajan sobre seguro, y que
sólo de vez en cuando, hacen algo que se sale de lo que se espera de ellos,
apostando demasiado por las historias, y poco, a veces demasiado poco, por la forma
en que hay que contar esas historias.
Sí,
porque al igual que critico últimamente con mucha frecuencia, los intentos de
algunos por eclipsar, por ocultar las anémicas historias que cuentan apoyándose
en estructuras arquitectónicas sobredimensionadas, también tengo que hacer lo
mismo cuando ocurre lo contrario, cuando el autor, en lugar de oxigenar la
narración cuando ésta lo necesita, se dedica a contar y a contar, con una
linealidad excesiva, para dejar todo al final siempre en su sitio, en vez de apostar
por escenarios que faciliten, agilicen y enriquezcan esa narración. En
literatura no basta, al menos a mí no me basta, con leer cerca de setecientas
páginas para decir sólo que sí, que me ha gustado, que me ha parecido
interesante la historia que me acaban de contar, pues pido y exijo algo más, al
menos poder salir de la novela con el convencimiento de que esa historia ha
sido presentada debidamente condimentada, y que el autor, ha conseguido dar con
el punto exacto de equilibrio que toda obra artística necesita.
Ni
que decir tiene que hay que ser exigente con quien hay que ser exigente, y por
eso lo soy con esta novela, pues estoy convencido que la capacidad literaria
que posee Carol Oates, si hubiera sido más arriesgada, hubiera podido sacarle
más partido a esta historia, que no obstante se presenta como una novela
absolutamente recomendable, entre otras razones porque se encuentra muy por
encima de la media de lo que hoy se puede leer.
Jueves, 6 de
marzo de 2014
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