sábado, 5 de abril de 2014

La hija del sepulturero

LECTURAS
(elo.298)

LA HIJA DEL SEPULTURERO
Joyce Carol Oates
Alfaguara, 2007

                        Hay novelas que a pesar de contar con una buena historia, y de estar contadas bien, llegan a aburrir, debido fundamentalmente a que sólo aportan eso, una buena historia, lo que a estas alturas, cuando ya se han contado todas las historias, en literatura no es suficiente. Esto es lo que me ha ocurrido, a pesar del interés que tenía en leerla, con “La hija del sepulturero”, la magnífica novela de Carol Oates, que me ha parecido, después de aceptar la altura literaria que posee, hasta cierto punto soporífera, lo que sólo puedo achacar, a diferencia de lo que me ocurrió con “Hermana mía, mi amor”, al hecho de que la mirada de la autora sobre el tema, no ha sido la más adecuada, o lo que es lo mismo, que la estructura empleada la hace demasiado pesada. El estilo y la estructura que se elija para narrar una historia, debe servir, además de para sacarle todo el jugo posible a la historia, para provocar al lector, para exigirle que con entusiasmo, avance con los ojos bien abiertos, en la lectura en la que se encomienda, animándole a que pase, con agrado, el mayor número de horas consecutivas ante la novela. Sí, con agrado y con interés, y no sólo para conocer lo que va a ocurrir con los protagonistas,  al no ser imprescindible que todas las variables que surjan de la misma queden atadas y bien atadas, de suerte, que a veces es recomendable, como suele ocurrir en la vida misma, que algunas de ellas queden en el aire.
                        “La hija del sepulturero”, al igual que la novela posterior de la autora, comienza con una frase demoledora, frase que se convierte en la espina dorsal de  la narración, “en la vida animal a los débiles se les elimina pronto”, y que la protagonista, después de analizar la actitud que había mantenido en la primera parte de su existencia, interioriza con fuerza para hacer frente a la vida que realmente deseaba vivir, en la que tenía, sobre  todo, que velar por su hijo, para que éste pudiera disfrutar de una existencia radicalmente diferente a la que ella tuvo que soportar, lo que la obligó a reunir la fuerza suficiente no sólo para no dejarse arrastrar por los acontecimientos, sino para controlar todo lo que le sucedía en aras de poder cumplir con ese objetivo.
                        La historia que se narra está dividida en tres partes, las tres desarrolladas de forma irreprochables y en donde Carol Oates deja de nuevo de manifiesto su capacidad para dejar al descubierto el alma de sus personajes, tarea en la que demuestra su maestría. En la primera de ellas da cuenta  de la vida de la protagonista, una mujer sumisa y temerosa, en la segunda, cómo esa misma mujer, sobreponiéndose a los golpes recibidos, hace todo lo posible, con inteligencia, para asegurar el futuro de su hijo, mientras que en la tercera, en una inesperada relación epistolar, y cuando ya había cumplido la misión que se había impuesto, indaga sobre su pasado, en donde queda de manifiesto que sus padres, “a los que le habían comido las ratas las entrañas”, eran inmigrantes judíos que habían llegado a Estados Unidos con la intención de escapar del terror nazi.
                        Posiblemente resulte absurdo decir que la novela me ha defraudado, que me ha parecido demasiado larga y a veces tediosa, pues objetivamente no tengo más remedio que reconocer, que es una obra de excelente calidad, que cuenta con una historia potente, tal como me gusta, y que está escrita de forma magistral, pero las expectativas que tenía sobre ella, que se apoyaban en la impresión que me produjo “Hermana mía, mi amor”, y en lo mucho y bien que me habían hablado de la misma, me obligan a decir, que es una novela que me ha dejado poco menos que indiferente.  Es posible que en la misma, en esta novela en concreto, se puedan encontrar los grandes defectos de la novela norteamericana de calidad, una literatura que rinde un tributo demasiado alto al realismo, que se traduce en resultar en muchas ocasiones prosaica y en la que al menos estructuralmente, es posible que para salvaguardar su accesibilidad, arriesga demasiado poco. A veces tengo la sensación, de que algunos de esos autores a los que tanto admiro trabajan sobre seguro, y que sólo de vez en cuando, hacen algo que se sale de lo que se espera de ellos, apostando demasiado por las historias, y poco, a veces demasiado poco, por la forma en que hay que contar esas historias.
                        Sí, porque al igual que critico últimamente con mucha frecuencia, los intentos de algunos por eclipsar, por ocultar las anémicas historias que cuentan apoyándose en estructuras arquitectónicas sobredimensionadas, también tengo que hacer lo mismo cuando ocurre lo contrario, cuando el autor, en lugar de oxigenar la narración cuando ésta lo necesita, se dedica a contar y a contar, con una linealidad excesiva, para dejar todo al final siempre en su sitio, en vez de apostar por escenarios que faciliten, agilicen y enriquezcan esa narración. En literatura no basta, al menos a mí no me basta, con leer cerca de setecientas páginas para decir sólo que sí, que me ha gustado, que me ha parecido interesante la historia que me acaban de contar, pues pido y exijo algo más, al menos poder salir de la novela con el convencimiento de que esa historia ha sido presentada debidamente condimentada, y que el autor, ha conseguido dar con el punto exacto de equilibrio que toda obra artística necesita.
                        Ni que decir tiene que hay que ser exigente con quien hay que ser exigente, y por eso lo soy con esta novela, pues estoy convencido que la capacidad literaria que posee Carol Oates, si hubiera sido más arriesgada, hubiera podido sacarle más partido a esta historia, que no obstante se presenta como una novela absolutamente recomendable, entre otras razones porque se encuentra muy por encima de la media de lo que hoy se puede leer.


Jueves, 6 de marzo de 2014

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